Cap 71: Memorias de Zeus
Los dioses gemelos, Atena, Hermes y Pólux fueron convocados al monte Olimpo por su padre. Naturalmente, fueron los gemelos quiénes llevaron a rastras al semidiós pues, aunque tenía permitido el ingreso por su estatus inmortal, no sabía el camino. Durante el breve periodo que les tomó llegar, el aspirante de géminis no dejó de quejarse de la interrupción de su charla con sagitario. Quejas que se silenciaron cuando ingresaron al monte Olimpo. Al llegar se encontraron con los demás miembros de los doce, así como con su tío Hades esperándolos con una sonrisa cruel.
—Niños —llamó el rey de los dioses indicando a los recién llegados que se colocaran en fila junto a Hermes—. Me han contado que se estuvieron comportando mal en territorio de su tío Hades, ¿qué tienen que decir al respecto? —cuestionó.
—Yo sólo cumplí tu orden, padre —se defendió rápidamente Hermes—. Guíe a las mascotas de Atena y a mi hermano Pólux hasta el alma de Sísifo y no hice nada más —dijo con sinceridad—. Mantuve la compostura incluso cuando Hades mancilló la imagen de mi amada nieta para sus sucias e inefectivas tretas infantiles —acusó el dios de los ladrones con enojo.
Le habría gustado intervenir para dejar claro su descontento hacia los métodos de Hades. Y de saber que se vería forzado a presenciar nuevamente el sacrificio de Anticlea, lo habría hecho. Pese a saber que se trataba de una burda falsificación, la copia era bastante exacta, —por dentro y por fuera, para su desgracia—, haciendo difícil controlar ese sentimiento de molestia. El dios del inframundo se había extralimitado al humillar a la Anticlea falsa sólo porque no podía tocar directamente a Sísifo.
—Sobrino suenas algo enojado —comentó Hades con calma aparente—. ¿Será que tú también te sientes afectado por una simple imitación? —preguntó sabiendo muy bien que, aunque fue falsa, Sísifo quiso salvarla.
—No se trata de que sea real o no, es cuestión de respeto y honor —reclamó Hermes viéndolo con rencor—. Mancillas la dignidad de mi nieta con tus absurdos juegos.
—He respetado el trato que teníamos entre nosotros acerca de no tocar el alma de la verdadera reina de Corintos —argumentó el dios del inframundo encogiéndose de hombros de manera relajada.
—¡Eso no te da derecho a jugar con su imagen! —reclamó el dios de los ladrones.
—¡Ni a ustedes de robar un alma que me pertenece! —elevó la voz Hades sin poder contener parte de su rabia.
Había mantenido una relación diplomática con Hermes durante siglos. Su sobrino guiaba las almas al inframundo para que pudiera juzgarlas. A cambio, el Dios de los ladrones había conseguido el libre acceso para ir y venir del inframundo a voluntad sin necesidad de pedirle permiso o pagarle. ¿Y es así cómo le hablaba? Anticlea no era precisamente mejor que Sísifo. Eran almas gemelas sin dudas. Pero la diferencia es que, aunque lo odiara, Hades estaba emparentado con esa mocosa y para peor, al ser descendiente directa de Hermes, lo era por ende de Zeus. Haciendo más difícil obrar en su contra sin crearse problemas. Si tan sólo esa maldita mocosa no hubiera amado tanto al estafador, su vida habría sido más sencilla.
—Sísifo seguía vivo —afirmó Atena sacándolo de sus pensamientos.
La diosa de la guerra observó de manera desafiante a su tío. Éste le devolvió la mirada con el rencor brillando en su mirar.
—Por culpa de ustedes, mocosos entrometidos —espetó el dios de los muertos—. Invadieron mis dominios —acusó viendo a sus sobrinos.
—No lo hicimos —comentó Artemisa despreocupada.
—Cómo guía de las almas tengo permitido ir al Yomotsu —se defendió Hermes con una media sonrisa sabiendo que sólo decía la verdad.
—Ese territorio es neutral, ya que no le pertenece a nadie —mencionó Apolo.
Siendo el dios de la muerte inmediata tenía conocimientos acerca del límite entre la vida y la muerte. No hacía mucho uso de ese título porque no le gustaba relacionarse con los fallecimientos. Prefería por mucho la medicina y el arte, pero eso no quería decir que fuera a dejarse engañar tan obviamente.
—Además nosotros tres ni siquiera pusimos un pie en allí —afirmó Atena con el mentón en alto. Mostrándose orgullosa.
—Pero lo que sí hicieron fue ponerle una marca de protección al estafador —cambió de tema Hades viendo a los dioses gemelos.
—Sí de verdad hubiera muerto nuestras marcas no habrían tenido ningún efecto sobre él —contraargumentó el dios del sol.
—Te quemaste porque intentaste robar algo que nos pertenece —acusó la gemela del pelirrojo.
—Antes de que Pólux le diera aquellos apasionados besos era un alma sin voluntad —afirmó Hades observando acusatoriamente a su sobrino—. Eso prueba que no tenía esperanzas.
—No fueron besos, sólo compartí mi cosmos con él —negó el semidiós moviendo la cabeza en señal de negativa.
El aspirante de géminis sabía que su padre odiaba desde lo más profundo de su alma a Sísifo. Si dejaba que lo hiciera quedar como su amante estaría perdido. Además, no mentía. Sólo le dio su cosmos, así como sagitario le dio su sangre en tiempos de necesidad.
—No intentes mentir —advirtió el rey de los muertos—. Incluso lo manoseaste.
—¡No es cierto! —gritó Pólux ligeramente sonrojado por el bochorno.
—Sí lo hiciste —susurró Hermes viéndolo con los ojos entrecerrados.
—¿De qué lado estás? —interrogó el semidiós con clara expresión de furia.
—¡Pólux! —llamaron las diosas vírgenes en reclamo. Le habían advertido en el pasado que no intentara corromper al estafador.
—¡Está desviando la atención de lo importante! —habló Pólux con voz más alta—. Sísifo tenía una marca de mariposa hecha con el cosmos de Hades —acusó señalando al mencionado con su dedo índice.
—Eso explica porque no podía volver por su cuenta —meditó la diosa Artemisa.
—¡Querías robar mi mascota! —reclamó la diosa de la guerra alzando a Nike sobre su cabeza lista para arremeter contra su tío.
La discusión había comenzado a subir de tono llegando a los gritos. Hades y los hijos de Zeus comenzaron un acalorado intercambio de insultos. Ya no les interesaba argumentar o defenderse de las acusaciones anteriores. Ahora sólo primaba la necesidad de ofender al dios del inframundo. Éste no se quedaba atrás y respondía mordazmente a sus sobrinos.
Cuando los gritos comenzaron a provocar la jaqueca del rey de los dioses, se decidió intervenir finalmente.
—¡Silencio! —ordenó el dios del rayo haciendo que su orden retumbara con tal intensidad que incluso en la Tierra los mortales vieron surcar un rayo en el cielo—. Yo fui quién los convocó y es a mí a quien deben responder —les recordó con dureza—. Debido a que son mis hijos favoritos les daré la oportunidad de explicar por qué sacaron el alma del estafador del Yomotsu.
—Querido padre mi mascota no había perecido aún —afirmó Atena con la frente en alto, pero manteniéndose respetuosa—. Como su dueña es mi deber velar por él vigilando sus acciones y responder en consecuencia si comete algún error —habló en voz alta—. Como ya debes de suponer él es quién ha estado curando mis heridas en batalla. Cada vez que recibo una herida divina, él me ofrece su sangre. De momento no tengo quejas sobre su papel como mi guardaespaldas y sanador personal —explicó con voz suave—. No veo motivos para dejarlo morir cuando aún me es de utilidad.
—El valor de su sangre no se perdería incluso si su alma quedará atrapada en el inframundo —respondió Zeus a las palabras de su hija—. Le pedí a Apolo que me trajera su cuerpo aquí al Olimpo. Habría bastado con darle de beber ambrosía y un poco de mi poder para volverlo inmortal y tener su sangre a nuestra disposición por toda la eternidad —relató el dios del rayo sin siquiera intentar ocultar sus intenciones.
—Temo diferir, padre —intervino Apolo siendo igualmente respetuoso, ocultando la desagradable sensación que le recorría al imaginar usar así al mortal—. Creo que no habríamos tenido éxito en usar su sangre sin su alma.
—¿Por qué no? —interrogó Zeus con curiosidad.
—Si no me equivoco el cuerpo del estafador es una creación de mi padre —dijo el dios del Sol.
—¿Qué? —preguntó Pólux en voz alta sin poder ocultar su sorpresa.
El semidiós sabía que su padre podía dar o quitar la inmortalidad según lo prefiera. Esa era una de las razones por las que los dioses le temían tanto. Pues, así como pudo quitarle la inmortalidad al centauro Quirón para dársela a Prometeo, también podía dársela a mortales como aquellos que alguna vez fueron invitados al Olimpo. Sin embargo, jamás había oído acerca de que su padre creará mortales.
—No me sorprende que te guste el cuerpo del estafador, hijo mío —habló el dios del rayo observando directamente al aspirante de géminis—. Después de todo fui yo personalmente quién lo hizo —admitió con una mueca extraña en los labios.
No era una sonrisa, pero tampoco una muestra de repulsión. Era una mezcla rara entre alguien que quiere expresar orgullo por su creación, pero a la vez se arrepiente de su acción.
—¿Tú... creaste a Sísifo, padre? —preguntó Pólux lentamente intentando procesar esa información.
—Ni que fuera difícil moldear una figura de barro para ponerle su alma —bufó Zeus con fastidio—. Prometeo creó millones de ellas sin esfuerzo alguno, ¿qué es para mí hacer una? —cuestionó.
—Pero ¿por qué le hiciste un cuerpo? No entiendo —admitió Pólux.
—Porque Atena quería que lo trajera de regreso a la vida, pero no podía hacerlo sin un cuerpo para su alma —respondió el dios del rayo con obviedad.
—Y las rameras del santuario dicen que es feo —murmuró el semidiós recordando los comentarios que le hacían a menudo.
—Tonterías —desestimó Zeus con desdén—. Admito que pensé en hacerlo particularmente horrible en apariencia, pero siendo el único mortal que forje con mis propias manos, sería humillante que saliera feo. Prometeo hizo millones de figuras de barro, todas diferentes y unas tan hermosas que me deslumbraron incluso a mí. Aunque tampoco le iba a dar a ese estafador el don de la belleza de seres como mi Ganímedes, no significaba que quisiera perder contra el desgraciado de Prometeo —afirmó con particular rencor y espíritu competitivo en la última oración—. Así que intenté hacerlo como su apariencia original. Acorde a cómo lo recordaba —agregó en un murmullo que igualmente se alcanzó a oír.
—¡Lo sabía! —susurró Pólux sintiéndose victorioso.
El semidiós se sintió respaldado por la afirmación de su padre. Sabía que no estaba loco al considerar que Sísifo era bonito. En parte agradecía que no hubiera sido hecho con una belleza del nivel de la ramera de piscis o habría sido problemático protegerlo de depravados. Su nivel actual era el ideal según su criterio. Sin embargo, reparó en un detalle.
—Si lo hiciste acorde a cómo lo recordabas, ¿por qué un niño? —cuestionó Pólux inquieto y curioso—. ¿No lo conociste cuando era rey? Ya sabes cuando...
—No podría tolerar que respirara mientras tuviera la apariencia de rey impío. Es en ese punto donde parecía una copia casi perfecta de Prometeo —expresó el dios del rayo con gran rencor—. Me es más tolerable su existencia si se parece a cuando lo vi por primera vez.
—¿No fue su... incidente la primera vez que se vieron? —preguntó nuevamente el aspirante de géminis, sintiéndose estúpido por repetirse.
—Desde que Prometeo me traicionó he estado vigilando a todos los descendientes directos de ese bastardo —explicó Zeus con voz solemne—. Cada vez que nacía un nuevo hijo de Prometeo yo en persona iba a visitarlos e inspeccionar si representaran una amenaza para mí o no —relató el dios del rayo frunciendo el ceño al sentirse inquieto puesto que no vio nada sobre el poder de su sangre cuando lo fue a ver—. Lo conocí cuando era un bebé. Era tan pequeño que es imposible que recuerde nuestra interacción —mencionó sabiendo que, aunque el estafador no recordará, él no olvidaba.
—Solicito formalmente una imagen del estafador cuando bebé —dijo el dios del sol muy emocionado.
—Yo también —secundó Pólux recibiendo un fuerte golpe en la cabeza por parte de Artemisa.
—¿Para qué quieren eso? —cuestionó Atena.
—León me amaría si le regalo una pintura de eso y conociéndolo va a ir por ahí mostrando lo adorable que era su hijo —explicó Apolo con una sonrisa maliciosa—. Imagina la cara de vergüenza del estafador cuando su padre le haga pasar tal humillación —agregó divertido y emocionado.
—Yo tengo curiosidad —dijo Pólux recibiendo esta vez un golpe de la diosa de la guerra.
—¡Eso es un nivel de depravación demasiado bajo hasta para ti! —regañó Atena.
—Sólo quiero ver si se parece a lo que es actualmente —comentó el semidiós queriendo devolverle el golpe.
Al mismo tiempo que discutían, Zeus se decidió darle el gusto a su hijo favorito para que dé una buena vez pudiera copular con aquel marinero. Moldeó una nube en forma circular y al abrirla estaba la imagen de un bebé de cabellos aún muy cortos, pero que se notaban oscuros y algo rizados. Una carita regordeta típica de los infantes y unos brillantes ojos azules. En la imagen el bebé reía con alegría. El dios pelirrojo celebró tener esa imagen, pues estaba seguro de que León moriría de ternura si lo viera.
—Es inesperadamente... tierno —dijo Atena sin poder creer que hubiera existido una época donde fuera tan inocente.
—Tal vez debería convertirlo en bebé temporalmente para León —pensó Apolo en voz alta—. Me amará incluso más si puede cargarlo con esa apariencia —aseguró alegremente.
—Tengo experiencia convirtiendo personas en animales, retroceder un poco su tiempo podría ser fácil —susurró la diosa de la luna.
—¿Qué tanto murmuras, hermana? —demandó saber la diosa de la guerra.
—Tengo curiosidad de ver eso —dijo la diosa de la luna señalando la imagen—. En la vida real.
—Hmm yo también tengo experiencia transformando mortales en animales —meditó Atena igualmente curiosa—. Puede que no sea muy diferente a hacerlo bebé.
Ella nunca había conocido ese periodo vulnerable, pues nació siendo una adulta. Y tampoco se había interesado mucho en los bebés debido a su búsqueda de guerreros formidables que convertir en héroes. Así que quizás podría convertir a Sísifo en bebé unas horas, molestarlo y volverlo a la normalidad antes de molestarlo por la transformación. Río malvadamente en su interior encontrando esa idea divertida.
—¡Ni se les ocurra volverlo un bebé! —exigió el semidiós viendo a sus hermanos con reproche.
—Yo también quiero verlo —dijo Hermes repentinamente.
—¿Y tú por qué? —preguntó Artemisa sin entenderlo.
—Porque quiero ver cómo serían los bisnietos que nunca me dio —respondió el dios de los ladrones sonriendo divertido y despreocupado.
—Definitivamente no —negó el semidiós—. Es una muy mala idea.
—Pólux tiene razón —apoyó Zeus inesperadamente—. Incluso desde bebé ya daba problemas ese estafador —suspiró con cansancio al recordar los dolores de cabeza que le dio.
Mientras Prometeo cumplía su castigo siendo torturado por el águila que devoraba sus entrañas, el Dios del rayo hacia todo lo que le placía. Sin la molesta presencia del titán amigo de los mortales fungiendo como una consciencia viviente, podía hacer cuanto quisiera. Nadie se atrevería a negarle nada ni a contradecirlo. Sólo Prometeo solía hacerlo debido a la amistad entre ellos. Según el titán, los verdaderos amigos te dicen la verdad de frente y varios discursos demasiado sentimentales que no le interesaban.
No obstante, al ser un titán no podía subestimarlo. Ni a él ni a su descendencia. Teniendo antecedentes familiares de hijos derrocando padres y varios parricidios, Zeus pensó que no sería raro que en el árbol genealógico de su ex amigo naciera algún revolucionario o vengador que buscará ajusticiar a Prometeo. Si de la unión de los dioses con los mortales nacían semidioses. Es decir, humanos dotados con poderes divinos y cosmos. ¿Qué podría suceder con los hijos de los titanes? ¿Tendrían poderes? ¿Serían peligrosos para el statu quo reinante? Con eso en mente, siempre se transformaba en algún animal o se hacía pasar por otras personas para acercarse a los hijos de Prometeo.
Durante siglos realizó eso casi por tradición. Pese a que la familia del ladrón del fuego nunca supo de sus visitas. En esta ocasión, volvió a visitar al rey Eolo. Lo había visto de pequeño. Sin cosmos ni rasgos peligrosos. Todo en orden. Este día iba con motivo del último príncipe que había dado a luz la reina de Eólida. Zeus perdió la cuenta de cuantas veces visitó Eólida, sólo porque el rey y la reina eran demasiado activos. Es más, el último príncipe apenas tenía un año y unos pocos meses y ya estaban esperando al siguiente.
Zeus elogiaría la virilidad del rey Eolo de no ser porqué tantos hijos significaban más visitas de su parte. Es decir, menos tiempo en divertirse con sus amantes. Soltó un suspiro de cansancio antes de tomar la forma de la doncella a cargo de los príncipes y princesas. Ya era de noche por lo cual sería mucho más sencillo todo. La familia real dormía profundamente y sólo quedaban unos pocos trabajadores. Desmayó a la verdadera doncella aplicando un poco de su cosmos y se paseó libremente por el palacio del rey. Visitó los aposentos del matrimonio para inspeccionar al rey. Aprovechando la oportunidad se acercó sigilosamente y colocó su mano en su frente.
"Sigue siendo un mortal sin ningún cosmos". Concluyó Zeus en sus pensamientos. Luego dirigió su mirada hacia la reina de Eólida viendo que estaba nuevamente embarazada. "No es una belleza excepcional, pero serviría para pasar el rato si no fuera porque se ve horrible con ese embarazo. Pies hinchados, vientre abultado y marcas en sus piernas por sus anteriores embarazados. Desagradable. Y ser la madre de hijos de Prometeo sólo aumenta mi repulsión". Pensó sacudiendo su cabeza con desagrado. Una cara de belleza promedio no era suficiente para compensar su cuerpo deformado por la maternidad.
—Ahora sólo me faltan las nuevas semillas de Prometeo —pensó Zeus en voz alta, pero susurrando mientras caminaba por los pasillos vacíos hacia donde dormían los hijos del rey Eolo.
Al llegar, abrió la puerta viendo que casi todos estaban dormidos. Menos un bebé que se reía y aplaudía.
—Tú debes ser la última semilla de Prometeo —mencionó Zeus aun viéndose como la doncella a cargo—. Al menos hasta que nazca el que lleva en su vientre tu madre —comentó colocándose al lado de las cestas de mimbre.
El dios del rayo observó que los pequeños no tenían mucha diferencia de edad. Al menos había tres que tenían edades lo suficientemente cercanas para que aún debieran dormir en cestas. Se acercó al pequeño inquieto con intención de terminar con todo. No obstante, al momento de acercar su mano, el bebé comenzó a llorar despertando a sus hermanos. A medida que el tiempo pasaba los llantos de los demás también aumentaban. Pues Zeus no sabía nada sobre consolar a un bebé y tampoco sentía que debiera rebajarse a ello.
—¿Por qué lloran? —preguntó un joven Creteo de cinco años acercándose a ver a sus hermanos más jóvenes.
—Eso hacen los bebés normalmente; llorar, comer y defecar —respondió Zeus aun manteniéndose en su papel de doncella.
—¿Por qué no los calmas como siempre? —cuestionó Creteo con curiosidad.
El dios del rayo hizo un nuevo intento de tocar a Sísifo, pero éste lloró incluso con mayor intensidad consiguiendo que sus hermanos mayores también comenzarán a hacerlo. El escándalo fue tal que el rey Eolo llegó en persona. Ingresó por la puerta con una mirada llena de enojo.
—¡¿Qué está sucediendo aquí?! —demandó saber el rey con voz grave observando a la doncella—. Tu trabajo es encargarte de mis hijos para que mi esposa embarazada no deba esforzarse y pueda descansar adecuadamente —regañó observando a la mujer—. Si no eres capaz de cumplir una tarea tan sencilla te despediré y conseguiré a alguien que pueda hacerlo. Necesito dormir para gobernar esta ciudad y no eres siquiera capaz de tratar con unos niños pequeños. ¿Qué sucede contigo esta noche? —cuestionó bajando un poco más el tono de enojo.
Generalmente el rey no era alguien cruel con sus sirvientes. Empero, había perdido los nervios al oír a sus hijos llorando y gritando tan desesperados. Su esposa había despertado angustiada temiendo que algo malo les hubiera sucedido. Ella se levantó de la cama y estaba dispuesta a correr donde sus pequeños, pero fue detenida por él. Correr en su estado sería malo para su salud y para el bebé. Además, si sus hijos estaban siendo atacados o estaban en peligro, él sería quién lidie con eso como el hombre de la casa, no su vulnerable esposa. Aun cuando la lógica dictaba que era mejor que ella esperara allí en la seguridad de su cuarto, la necesidad de acudir donde sus hijos la hacía irrazonable. Costó mucho trabajo convencerla de quedarse en la cama mientras él investigaba. Y ahora se llevaba la sorpresa de que la doncella a cargo se había quedado observando con fastidio a sus hijos llorando en vez de atenderlos como era debido.
—¿Un sucio mortal se atreve a regañar al rey de los dioses? —cuestionó Zeus retomando su apariencia mortal. Aquella que les permitía a los mortales verlo sin morir quemados—. No cabe dudas que los hijos de Prometeo siguen siendo tan engreídos como él —expresó con desdén.
—Di-Dios Zeus —tartamudeo Eolo cayendo sentado al suelo por la impresión antes de arrodillarse y colocar su frente en el suelo rogando clemencia—. Perdone mi descortesía. No tenía que se trataba de usted. Pensé que se trataba de mi doncella –explicó de manera atropellada.
—Pequeña alimaña ruidosa —se quejó el dios del rayo ignorando al rey postrado ante él. Sujetó a Sísifo de la ropa desde la espalda haciendo que quedara colgando en el aire mientras lloraba con todas sus fuerzas—. Todas mis visitas habían ido sin problemas hasta que tú me hiciste perder el ritmo —reclamó llevando el brazo que sostenía a Sísifo hacia atrás mientras apuntaba hacia la ventana con intención de arrojarlo por la misma.
—¡No! —gritó Creteo sujetando la pierna de Zeus—. No lo tire por favor —suplicó sollozando.
Eolo observó horrorizado a su hijo. Atreverse a tocar a un dios y en especial cuando estaba enojado podría traerle terribles consecuencias por su osadía. Creteo no sabía de nada de eso. Sólo sabía que estaban a punto de lanzar lejos a su hermanito.
—¿Por qué habría de hacer lo que pides? —cuestionó Zeus antes de relajar su brazo, pero aun manteniendo a Sísifo de rehén—. Sólo iba a revisar si este mocoso heredó algo de Prometeo, pero lloró incluso cuando no le hice nada —expresó con rabia.
—Yo... yo no sé... —dijo nervioso Creteo sin saber qué responder. Observó a su padre arrodillado sin decir nada y supo que no podría contar con su ayuda, pero se le ocurrió algo—. Mi padre es el rey de esta ciudad.
—Yo soy el rey de los dioses, estoy muy por encima de ustedes —respondió Zeus viéndolo con aburrimiento.
—Hay muchas cosas que hacen los reyes —dijo intentando recordar las cosas que le explicó su padre que podían ofrecer—. Algún día seré rey y tendré poder, riquezas y tierras. Si me devuelve a mi hermano, prometo hacer lo que pida cuando tenga todo eso —aseguró.
El rey de los dioses meditó un momento su respuesta. La descendencia de Prometeo era un incordio. Siempre serían la espina en su costado. Una traición esperando a suceder. Problemas que esperaban nacer. No obstante, ninguno tenía cosmos ni parecían estar planeando una rebelión. Acercó su mano al pecho de Sísifo quién lloró con mayor fuerza hasta que su rostro se tornó rojizo. Creteo se asustó igual que su padre sin saber qué le estaba haciendo el dios del rayo.
—Prometeo era un traidor, un mentiroso y astuto ladrón —habló Zeus alzando la vista hacia Creteo—. Sus descendientes son iguales a él; estafadores, pecadores, engreídos que se creen por encima de sus dioses —acusó antes de dejar a Sísifo en brazos de su hermano mayor—. Quiero que construyas un templo donde se celebren fiestas en mi honor. Por tu bien, será mejor que no intentes engañarme como tu ancestro o tu familia —dijo agachándose a la altura de Creteo para verlo de frente—, será quién lo pague —dijo observando al pequeño Sísifo que dejó de llorar en brazos de su hermano mayor.
El dios del rayo acercó su rostro al del joven príncipe con su expresión más amenazante. Sin embargo, no contaba con que el bebé en sus brazos estirara sus manitos y en un rápido movimiento le arrancara algunos vellos de la nariz. Si hubiera sido la barba no habría tenido problemas, pero los vellos de la nariz eran mucho más finos que los de su mentón haciendo que fuera dolorosa su extracción. El rey de los dioses soltó un gruñido gutural lleno de rabia por el dolor. Por su parte Sísifo reía por lo alto dando pataditas y agitando sus bracitos con alegría al ver lo que provocó.
—¡Pequeña alimaña! —insultó Zeus viendo al niño riendo alegremente mientras le mostraba sus manos—. Tú sí que te pareces a ese bastardo de Prometeo —dijo comenzando a brillar mientras su cosmos de rayo producía chispas.
Lejos de asustar al bebé, lo hizo emocionarse más. Aplaudía y reía con mayor intensidad viendo las luces en el cuerpo del dios. En ese momento, el corazón de Zeus se ablandó sólo un poco. A pesar de todo, Sísifo era un bebé. Se veía tierno e inocente cuando reía alegremente. Además, esos ojitos azules tan brillantes desgraciadamente le recordaban lo suficiente a Prometeo como para no querer matarlo. Pese a esa leve compasión en su pecho, Zeus mantuvo una mirada de rabia y severidad para no perder más la cara ante los mortales.
—Por favor, gran dios Zeus perdone a mi hermano. No sabe lo que hace —rogó Creteo abrazándolo con fuerza mientras sus piernas temblaban de miedo.
—Cualquiera que cometa una falta contra los dioses está condenado a recibir un castigo incluso peor que la muerte —advirtió el dios del rayo—. No habrá próxima vez para nadie de tu familia —amenazó antes de asumir la forma de un águila y salir volando por la ventana.
Cuando el rey Eolo se recuperó de la impresión abrazó a sus hijos aliviado de que siguieran con vida. Gracias a su pequeño Creteo habían logrado salvarse. Por sugerencia suya, Eolo mandó construir un templo para Zeus. Pese a que Creteo prometió uno cuando fuera rey, uno más construido antes podría servir para apaciguar la ira generara por Sísifo.
Luego de ese incidente, el rey tomó la decisión de educar a sus hijos para que fueran personas de bien a toda costa. Por las palabras de Zeus sabían que odiaba a Prometeo y todo lo que le recordará a él. Sumado a ello, por los cantares tenían pistas del tipo de personas que condenó. Incluso siendo alguien que apreciaba la virilidad, Zeus castigó a un hombre lujurioso por pretender seducir a la diosa Hera. Por lo mismo, el rey Eolo se aseguró de alejar a sus hijos del camino de los pecadores.
"En honor a la verdad, Creteo cumplió su palabra y cuando se volvió rey de su propia ciudad mandó a hacer un templo para mí". Pensó Zeus aún perdido en sus pensamientos y recuerdos.
—Volviendo al punto —llamó la atención Apolo carraspeando suavemente—. Como bien has dicho, padre tú fuiste quién creó el cuerpo de Sísifo a partir del barro para su resurrección. Entonces, ¿cómo es que obtuvo el poder de sanar heridas divinas? —interrogó retóricamente.
—Yo no le di ese poder —afirmó Zeus con seriedad—. Debe provenir de Prometeo. Después de todo él lleva su sangre por ser un descendiente directo.
—Su cuerpo original dejó de existir desde hace siglos, pero incluso ocupando esta nueva figura de barro conserva su herencia de los titanes —recapituló el dios del sol—. Mi teoría es que se debe a su alma. El cosmos de Prometeo no reside en su sangre propiamente dicha sino en el alma de su prole.
—¿Estás seguro de tus palabras? —interrogó Zeus genuinamente interesado.
—La verdad es que no —admitió Apolo con sinceridad—. Es por ese motivo que participé en recuperar su alma antes de que quedara atado para siempre al inframundo. Tengo mucho que investigar al respecto de sus habilidades, riesgos y posibles efectos secundarios.
—Pero mientras esté consciente será imposible hacer dicha investigación —afirmó Zeus viéndolo fijamente.
—Eso no es cierto, padre —intervino Artemisa con celeridad—. Nos ayudará de buena gana.
—¿Qué te hace pensar eso, mi querida niña? —cuestionó el rey de los dioses interesado por el entusiasmo de sus hijos favoritos en hablar a favor del estafador.
—Porque soy su maestra —respondió la diosa cazadora con orgullo.
—No sería la primera vez que se aprovecha de alguien y luego lo descarta —advirtió Zeus temiendo que su hija estuviera siendo otra víctima de las artimañas del arquero.
—No lo hará, no con nosotros al menos —aseguró la diosa la luna—. Aunque su odio hacia los dioses persiste, ha estado cediendo lentamente —afirmó ella con convicción haciendo aparecer en sus manos los regalos que Sísifo le había dado—. Estás son ofrendas que me entregó por voluntad propia.
—También participó junto al santo de leo en una de las fiestas para honrarme con la comida que se esperaría para alabarme —añadió Apolo.
—Padre tú me pediste que consiguiera que el estafador jurara lealtad a los dioses —mencionó Atena con suavidad—. Si bien no alaba a todos, al menos a nosotros tres nos honra como sus dioses.
—Cuatro —agregó Hermes con una mirada burlona hacia Hades—. A mí me sigue respetando como su suegro y puedo asegurar que no guarda malos sentimientos contra Dionisio quien ofreció el alcohol en su boda.
Hades observó con molestia a su sobrino por dar aquel testimonio sólo por llevarle la contra a él. Todo por una falsificación de Anticlea que ni siquiera tenía mucho valor.
–Hermano —llamó el dios del inframundo dirigiéndose a Zeus—. ¿Acaso has olvidado cómo Prometeo también fue muy amistoso contigo antes de traicionarte y humillarte de la manera más vil? —cuestionó de manera venenosa—. Por ahora el estafador se comporta bien con tus hijos y son tan ingenuos que le están creyendo.
—Hijos míos —habló el rey de los dioses—. No siempre Prometeo y yo fuimos enemigos. Alguna vez fuimos compañeros, aliados e incluso amigos —expresó con nostalgia—. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer cuando luchamos contra los titanes.
Cuando el gran titán Cronos aun gobernaba la Tierra nadie podía oponerse a su voluntad. Zeus siendo el único de sus hijos que logró evitar ser devorado, se dedicó a buscar aliados que le ayudarán a quitarle el poder. Por sugerencia de Gea, reclutó a los ciclopes y Hecatónquiros. Mas eso no era suficiente. A pesar de que la cantidad de aliados en sus bandos crecía lentamente, si se basaban únicamente en la fuerza bruta, sería una batalla perdida. El problema era encontrar a alguien inteligente. Una persona que pudiera ayudarle a buscar las debilidades del enemigo.
Luego de décadas de búsqueda se fue convenciendo más de que la persona que necesitaba era Prometeo. Se decía que aquel titán era benévolo. Pues era quien cuidaba de la humanidad creada por Cronos. Siempre iba de visita en las pequeñas ciudades creadas por esos mortales. A menudo era más fácil encontrarlo con ellos que junto a los titanes. Una verdadera suerte para Zeus. Así que planeó conseguirlo a toda costa.
No estaba muy seguro de cuan fuerte pudiera ser, pero dado que Prometeo era mortal no sería problema alguno contra un dios inmortal. El joven Zeus siguió los pasos del titán y previendo que se dirigía a la salida de la ciudad, se le adelantó. Se arrojó al suelo y fingió estar herido para que se le acercara.
—¡Ayuda! ¡Ayuda por favor! —gritó el dios del rayo cuando vio la figura de Prometeo acercarse.
—¡Oh por Cronos! —exclamó el titán de cabellos oscuros viendo al inmortal con sus brillantes ojos azules—. ¿Estás bien? —preguntó viéndolo fijamente.
—No, señor —respondió Zeus fingiendo su voz más lamentable—. Mis piernas me duelen mucho. Estoy muy herido.
—Déjame ver —pidió el hombre de cabellos azabache sonriendo amablemente—. Soy bueno curando —afirmó gentilmente.
—Oh ¿cómo podría pagar tan grande favor? —preguntó mientras secretamente sujetaba la soga que tenía a sus espaldas antes de saltarle encima—. ¡Ya te tengo! —gritó Zeus victorioso.
—Parece que no soy tan buen sanador, pero lo soy con los nudos, ¿sabes? —cuestionó Prometeo viendo burlón como Zeus tropezaba con sus propios pies gracias al vendaje—. Oh, ¿qué tenemos aquí? —preguntó quitándole la soga de las manos antes de envolver a la deidad con las mismas—. ¿Soga para inmortales? ¿No sabias que soy mortal? —cuestionó divertido.
—¡Exijo que me liberes ahora mismo! —gritó Zeus encolerizado.
—Qué actitud más arrogante para un mocoso —dijo el titan mientras rompía un poco de la tela de su propia ropa para crear un lazo nuevo. Mismo que usó para forzar un nudo que uniera las ataduras de las manos de Zeus con la de sus pies por detrás de su espalda.
—¡¿Acaso piensas que soy alguna especie de ganado?! —reclamó el dios del rayo intentando retorcerse mientras chillaba y exigía ser liberado.
—Suenas como un cerdo, niño —molestó Prometeo sentándose con las piernas cruzadas en una roca frente a Zeus—. Estás muy verde para querer enfrentar a un titán.
—¡No es cierto! —negó el dios—. La gran diosa Gea dice que tengo oportunidad de ganar contra Cronos.
Prometeo conocía la profecía, casi maldición que había recibido Cronos acerca de que un hijo suyo le quitaría el trono. Por dicha razón había devorado a casi todos sus hijos nada más nacer. Y ahora tenía al que faltaba. El fugitivo queriendo secuestrarlo. Si el destino se cumplía, la deidad delante suyo sería quién lideraría la rebelión contra los titanes.
—A ver, ¿por qué querías capturarme? –cuestionó el titán viéndolo con seriedad.
—Porque escuché que eras muy astuto —respondió rápidamente el dios del rayo.
—¿Y qué con eso? —preguntó Prometeo con desinterés aparente.
—Te necesito para ganar —habló Zeus con toda la seriedad que su patética postura le permitía—. Esta guerra no se puede ganar con fuerza bruta, sería imposible para nosotros hacerlo de esa forma. ¡Necesito tu astucia! —dijo viéndolo desesperado.
La profecía que recibió Prometeo de parte de Gea indicaba que ganaría el bando que usará la astucia. Cuando les había querido comunicar a los demás titanes acerca de la necesidad de planear medidas defensivas ante una posible revuelta, fue desestimado. E incluso algunos titanes lo habían ridiculizado por preocuparse por enemigos imaginarios. Era cierto que el poder de los titanes estaba más allá de todo lo imaginable, pero no eran intocables. Urano se sintió así y fue derrotado por Cronos. Éste tuvo una profecía que indicaba que compartiría el destino de su padre. No les vendría mal ser precavidos.
Sin embargo, quizás era demasiado tarde para pensar en ello. Si el destino se cumplía, el bando de los dioses ganaría. Y si Zeus tenía éxito lo más probable es que no tomara prisioneros de guerra y en caso de hacerlo, sería una tortura peor que la muerte. Estaba a tiempo para elegir el bando ganador y hacer demandas tempranas para cuando tocara disfrutar de los frutos de ese destino que aguardaba al joven dios. Viendo que los titanes le desestimaron y Zeus lo buscó por ser astuto ya podía adivinar el resultado de la guerra.
—Sí te ayudo debes prometer que cuando acabe la guerra ni mi hermano Epimeteo ni yo seremos encerrados, ejecutados ni ninguna de las cosas que planees hacerles a los titanes derrotados, ¿me oíste? —preguntó Prometeo con una mano en la cintura.
—¿Sólo eso? —preguntó Zeus incrédulo.
—¿Cómo qué sólo eso? —interrogó el titán.
—Es que pensé que pedirías algo más. No sé, ser el dueño de la Tierra o al menos un pedazo de ella, a alguna de mis hermanas cuando las libere del estómago de mi padre o no sé. Algo grandioso —explicó el joven inmortal.
—Sin ofender, pero no tengo interés en nada de eso —dijo Prometeo con calma—. Yo soy mortal y puedo morir. Si al ganar la guerra eligieras ejecutarme yo no podría volver a la vida como hacen los inmortales —explicó con cierto disgusto—. Así que me conformo con mi vida y la de mi amado hermano.
—Rarito —murmuró Zeus—. Pareces un maldito santo al ser tan... simple.
—Ahora hagamos un juramento en nombre del río Estigia —solicitó Prometeo—. Sé que esa titánide ya está de tu lado, al igual que sé las consecuencias que podrías tener si llegaras a faltar a tu palabra y mancharas su honor.
—Realmente eres muy astuto, pese a esa apariencia de distraído que tienes —chasqueó la lengua dándose cuenta de que el titan estaba al tanto de sus aliados—. Bien, yo Zeus, hijo de Cronos, juro en el nombre del río Estigia que, a cambio de tu ayuda, perdonaré tu vida y la de tu hermano Epimeteo. No los encerraré junto a los demás titanes ni asesinaré nunca. Doy mi palabra —juró.
—Yo Prometeo, hijo de Japeto, juro en el nombre del río Estigia, ayudarte a ti, Zeus en tu batalla contra Cronos —juró el titán.
—¿Ahora puedes liberarme? —cuestionó el inmortal volviendo a retorcerse.
—Claro —dijo el hombre de cabellos azabaches sonriéndole animadamente—. Ahora somos compañeros.
Al hijo de Cronos lo impresionó lo diferente que podía verse el titán de acuerdo con cómo se sentía. Hace un momento había tenido una expresión tan nula como la de una roca y ahora le sonreía tan cálidamente. Estaba seguro de que con su ayuda podría vencer a su padre. Mientras tuviera a Prometeo con él nadie podría hacerlo caer.
El hijo de Japeto, como prometió ofreció su ayuda. No sólo a nivel estratégico, sino también ayudó a Zeus a controlar su cosmos. A menudo ellos entrenaban juntos para que el dios del rayo pudiera dominar el noveno sentido. Si bien, los dioses nacían con diez sentidos funcionales. Una cosa era que estuvieran despiertos y otra entrenados y refinados para su uso. Allí entraba el titán amigos de los mortales. Él practicaba junto a Zeus tanto combates físicos como el manejo del cosmos. Muchas veces había resultado herido, pero el titán siempre se encargaba de tratar sus heridas con ungüentos y varias hierbas medicinales.
—Ese maldito nunca me curó usando su sangre —pensó el rey de los dioses en voz alta saliendo de sus recuerdos—. No se dejen llevar por las palabras dulces de ese estafador, mis niños. En especial tú, Pólux —advirtió señalándolo.
—¿Yo? —preguntó señalándose así mismo.
—No finjas inocencia conmigo. Soy consciente de que estás siendo seducido por ese estafador —afirmó Zeus viéndolo con lástima.
—Son malinterpretaciones —se defendió el semidiós.
—¡Oh por favor, no nací ayer, mi pequeño! —exclamó el rey de los dioses rodando sus ojos—. Cuando te veo entrenar con el estafador me recuerdas a mis días junto a su padre.
—¿Estabas enamorado del ladrón del fuego? —interrogó el aspirante de géminis.
—¡No! —negó su padre de inmediato—. Jamás vuelvas a pronunciar semejante blasfemia.
—¿Lo ves? Entrenar juntos no significa que me guste —dijo Pólux sintiéndose victorioso—. A ti no te atraía el ladrón ni a mí el estafador.
—A diferencia tuya yo nunca recibí un beso de Prometeo —reprochó Zeus.
—Tampoco recibiste su sangre —alegó Pólux—. Puede que sea parte de su ritual para curarme eso de darme su sangre boca a boca.
—Hércules se curó sin ningún beso —mencionó Hermes como quien no quiere la cosa.
—Cállate, Hermes —ordenó Pólux.
—Silencio todos —exigió Zeus hablando fuerte y claro—. He tomado mi decisión —anunció.
Los hijos del dios del rayo contuvieron la respiración brevemente a la espera de lo que dictaminara su padre al respecto de la situación.
CONTINUARÁ…
