DISCLAIMER: Los personajes de "Candy Candy" no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Misuki e Yumiko Igarashi. Realizo esta historia con fines de entretenimiento y sin ningún ánimo de lucro, sólo el ferviente deseo de liberarme de la espinita clavada en el corazón después de ver el anime y leer el manga. Por siempre seré terrytana de corazón.

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DESEOS DE AÑO NUEVO

By: Sundarcy

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Capítulo 20: NOCHE DE REYES (Parte 01)

Residencia Privada, East Hampton

Long Island, Nueva York

05 de enero de 1920

De las pocas excentricidades que se permitía el venerable Juez de la Corte Suprema de Nueva York, Harold Richardson, en su elegante Mansión Privada de la distinguida zona de East Hampton, el contar con un salón de teatro en su residencia de descanso, era poco comparado a la cantidad de lujos a los que su esposa e hija estaban acostumbradas. Un claro ejemplo era el evento de esta noche organizado por su familia en ocasión de Víspera de la Epifanía, una velada que prometía deslumbrar con la antigua tradición del Pastel de Reyes (*1), que como dicta la costumbre serviría para escoger a la medianoche al Rey y Reina de Noche de Reyes (*2).

Sin embargo, la joya indiscutible del evento sería la tan esperada función privada, sólo para los invitados, que estaría ofreciendo la compañía de teatro Stratford, representando su tan aclamada obra shakespeariana del último año: "Hamlet".

Nada se había dejado al azar, la entrada principal y el vestíbulo de la mansión brillaban con alfombras rojas y guirnaldas doradas que cautivaban la mirada de los invitados al llegar. El derroche de esplendor y luminosidad del salón de baile aguardaba a los asistentes hasta el momento en que se abrieran sus puertas una vez concluyera la representación de "Hamlet," la cual era la primera actividad en el cronograma del evento.

Mientras tanto, dentro del salón de teatro, los murmullos eran más sutiles. Las butacas de terciopelo aguardaban impacientes a los asistentes que iban llegando, y las luces brillaban desde lo alto, iluminando el escenario envuelto en un telón rojo aún cerrado. El ambiente vibraba con una tensión delicada, como si las paredes del teatro mismo contuvieran la respiración a la espera del comienzo del primer acto, cuando el telón por fin se elevara, revelando el inicio de una velada que, para muchos, sería inolvidable.

Faltando quince minutos para que el reloj marcara las 19:00 horas, el momento en que comenzaría la función, todo el elenco de la compañía Stratford ya se encontraba detrás del telón, vestidos y listos para la escenificación. La familiaridad con la obra, representada innumerables veces, les confería cierta calma profesional, aunque había algo diferente aquella noche en el protagonista, por más que sus compañeros de tablas no notaran algo inusual.

Separado de los demás actores en uno de los rincones más apartados tras bambalinas, Terry permanecía apoyado contra un muro, tamborileando sus dedos con una impaciencia que parecía consumirlo por dentro. Cada golpe suave de sus dedos contra la pared resonaba como un eco de sus pensamientos intranquilos, que giraban en un torbellino imparable. El bullicio al otro lado del telón era apenas un murmullo lejano para él, pues su mente estaba demasiado ocupada en el vaivén de emociones que lo invadían.

La razón era muy clara, la posibilidad de ver a Candy entre el público, por más que fuera sólo una alucinación de su demente cabeza, hacía que cada fibra de su cuerpo se tensara con una mezcla de euforia y vulnerabilidad al mismo tiempo. Este no era un simple papel... esta era la función de su vida... para su pecosa, a pesar de que fuera en una forma intangible. En su mente, la idea de que ella lo observara interpretando a Hamlet por primera vez le llenaba el alma de una calidez que rivalizaba con la fuerza de su propio entusiasmo.

Y, sin embargo, ese mismo fervor lo ataba a un recuerdo doloroso, uno que aún ardía como una herida que nunca terminaba de cerrar: Rockstown. La noche en que había visto a Candy, o mejor dicho, imaginado verla, entre sombras y delirios, un espejismo tan cruel como necesario para sostener viva una frágil esperanza en sí mismo, la chispa que le permitió resurgir en aquel entonces. Quizá por eso, la ironía no le pasó desapercibida ahora, porque él ya lo había logrado, ya había resurgido. Y en esta noche, en este salón, flotaba en el aire una certeza sutil, casi imperceptible, que le susurraba que, al fin, había llegado su momento para borrar ese amargo recuerdo para siempre.

Dejó de tamborilear los dedos y juntó las manos tras su espalda, buscando un ancla en medio de sus emociones encontradas. Casi por instinto, su mirada encontró a Candy y sus profundos ojos color mar brillaron de alegría al verla. Aunque extrañamente callada, ella estaba a su lado, recorriendo el lugar con la mirada llena de un entusiasmo infantil.

—Tengo que admitir que siempre quise saber lo que era estar tras bastidores antes de una función.— dijo la joven con una admiración tan sincera que parecía llenar de luz el espacio. Sus ojos verdes brillaban como esmeraldas bajo las luces tenues. —¿Siempre es así, Terry?

El hecho que empezara a conversar lo tomó por sorpresa, puesto que Candy había estado inusualmente silenciosa desde hace rato. Anteriormente, pensó que cumplía su promesa de la mañana sobre no distraerlo, pero al oírla hablar de nuevo, sintió que algo en su pecho se aflojaba, dándose cuenta cuanto había extrañado aquella dulce y cristalina voz que se sentía como una bocanada de aire fresco en medio de un sofocante ambiente. Inconscientemente, su ceja izquierda se arqueó con picardía, y una sonrisa socarrona apareció en su rostro.

—¡Vaya! Con qué la Señorita Pecosa al fin quiere hablar. Creí que seguías molesta conmigo porque te gané esa pelea de bolas de nieve esta mañana.

Tomando aire e inflando las mejillas con indignación, Candy le replicó:

—¡Esa no fue una victoria justa!— sus verdes ojos chispearon desafiantemente. —¡Tenías todas las de ganar porque yo no podía ni coger la nieve!

Encogiéndose de hombros con falsa inocencia, Terrence a las justas logró contener la risa.

—Ah, claro, ahora resulta que soy yo el injusto, y tú, la ofendida.

—¡No estoy ofendida! —musitó ella, aunque su naricita arrugada y su tono sugerían todo lo contrario a lo que decía.

Terry no pudo evitar fijarse en esas pecas de su carita, que parecían danzar con cada gesto que ella hacía. En ese instante, toda la inquietud, la vulnerabilidad y los nervios previos desaparecieron. Aunque fuera en una ilusión, ella era quien llenaba cada rincón de ese teatro con su presencia… y eso le bastaba.

"Esta función, como todas las anteriores, es para ti, Candy. Esta noche lo podrás ver al fin."— pensó mientras su mirada se volvía suave y luminosa, cargada de una emoción que apenas podía describir.

Por su parte, Candy lo miraba fijamente, sintiendo cómo su enojo, real o fingido, se desmoronaba ante la intensidad de esos ojos azul verdosos que parecían penetrar en lo más profundo de su ser. Su corazón temblaba, como siempre lo hacía cuando él la miraba así, con una combinación de devoción y pasión que la desarmaba totalmente.

—¿Todo bien, Terry? — la voz de Robert irrumpió en el momento, arrancándolos a ambos de su pequeño universo.

El castaño se irguió y desenfocó sus ojos de su pecosa para ver a Robert tensamente.

—Sí, todo bien — respondió rápidamente, pero su mirada lo traicionó por un instante.

Robert lo observó en silencio, intentando descifrar los pensamientos que ocultaba, y un leve destello de incomodidad apareció brevemente en el semblante de su actor estrella.

—El asiento que pedí en el proscenio bajo está listo, ¿verdad? — inquirió Terrence con impaciencia en la voz para intentar esquivar más preguntas.

—Sí, me aseguré de que uno de los empleados lo preparara. — aclaró el hombre mayor con tono despreocupado, sin dejar de verlo intrigado. —Aunque debo decirte que está llamando la atención de todos por su ubicación. Francamente, no entiendo para qué lo necesitas. Susana y su madre ya están sentadas en la cuarta fila junto a mi esposa.

—Ya te dije que no es para Susana. —contestó el castaño algo cortante. —No querría que estuvieran tan cerca del estrado, apenas he podido controlar mi paciencia con ella y su madre en la función.

Frustrado, Terrence rememoró lo pesado que había sido el camino desde Manhattan hasta East Hampton con aquellas mujeres. Ni siquiera llegar a la mansión sirvió para calmarlo, el único consuelo que tuvo fue cuando Susana y su madre se marcharon a tomar sus asientos para la presentación, el hecho de saberlas controladas por la compañía de la esposa de Robert sirvió para tranquilizarlo un poco. Más tarde, pondría en marcha su plan de desmentir la vulgar farsa de "su compromiso". En el baile organizado tras la función, Susana tendría que cumplir su parte del trato.

Tomando un respiro, él intentó aplacarse. Por ahora, todo su ser estaba enfocado en un solo objetivo: brindar la mejor actuación de su vida. Porque, en esta ocasión y en este escenario, había más en juego que la simple interpretación de Hamlet.

—Tú y yo tenemos que hablar, Terry. —declaró Robert de pronto, con una franqueza que cortó el aire.

Su mirada era penetrante y Terrence sintió sus hombros volviendo a tensarse ante las preguntas no dichas. Por suerte, el director desvió rápidamente la vista hacia su reloj de bolsillo, chasqueando la lengua con pesar.

—Pero será después. Es la última llamada; iniciamos en cinco minutos.

El joven actor asintió en silencio, sintiendo un alivio casi culposo. No estaba listo para enfrentar más preguntas de su director, no ahora. Robert se alejó con paso decidido, su figura desvaneciéndose entre el bullicio de actores y técnicos que se preparaban tras bambalinas.

Quedándose quieto unos segundos más, Terry dejó que el murmullo del teatro llenara el vacío que el director había dejado tras de sí, para luego, girar la cabeza hacia Candy.

—Será mejor que vayas a ocupar tu sitio, Pecosa. — pidió él, su voz suavizándose al pronunciar el nombre con el que se refería a ella, mientras se aproximaba hasta quedar lo más cerca posible del telón que los separaba del público.

La tensión que lo había mantenido rígido pareció disiparse en ese momento. La sombra de una genuina y cálida sonrisa se deslizó por su rostro al verla. Incapaz de resistirse a esa chispa que aún brillaba entre ellos, Candy le devolvió la sonrisa, sus ojos reflejando emoción y ternura a la vez. Asintiendo, ella sintió cómo el corazón le latía con fuerza, no sólo por la expectativa de la obra, sino por él, por ese instante robado en medio del caos.

—Lo harás estupendo… Lo sé, Terry.— susurró ella, con una convicción tan simple y honesta que atravesó su pecho como un eco de algo perdido y encontrado al mismo tiempo.

"Bendita la hora en que me volví loco"— se dijo a sí mismo el joven actor, observando cómo su pecosa se alejaba, deslizándose hacia la zona del proscenio bajo, justo al lado del estrado.

Al quedarse solo, él cerró sus ojos un segundo, afinando sus sentidos a los pequeños sonidos que lo rodeaban: los murmullos dispersos entre la audiencia, el crujido sutil de las butacas, el latido ensordecedor de su propio corazón intentando mantenerse firme. Inhalando profundamente, llenó sus pulmones con el aire espeso del teatro, repleto de polvo, luces y promesas. Ya casi todos los invitados debían haber llegado.

Las luces principales comenzaron a atenuarse, apagando el murmullo poco a poco hasta que el espacio se sumergió en un silencio expectante. El telón se alzó lentamente, revelando un escenario en penumbras, en el que poco a poco el resplandor dorado de las luces del estrado iba revelándose para el inicio del primer acto.

Las sillas crujieron al moverse impacientes, y algunas personas se inclinaron hacia adelante, incapaces de contener su emoción. Candy estaba tan cerca que incluso podía tocar el escenario con sus manos. Sin embargo, simplemente se limitó a mirar el estrado ávidamente, su corazón aún latiendo con violencia, incluso escuchándolo en sus oídos, en una cuenta regresiva, esperando la aparición de Terry que ella sabía sería en la escena IV del primer acto.

Entonces, llegó el momento, cuando lo vio ingresar al escenario y una gran emoción explotó en su interior. Terrence Graham estaba de pie en el estrado, inmóvil, pero ya no era él. Había dejado de ser Terry; ahora era Hamlet, el príncipe atormentado que luchaba con la pesada carga de su propia indecisión, un alma atrapada en el laberinto de sus pensamientos.

Hamlet inspiró profundamente, y al abrir los ojos, miró al proscenio bajo, donde estaba su pecosa viéndolo enternecida. Durante un segundo, sus ojos reflejaron ternura y vulnerabilidad, pero para ella, ese pequeño gesto, ese instante fugaz, fue suficiente. Sintiéndose al borde del abismo, ella únicamente percibió su corazón vibrando con fuerza en respuesta a esa mirada.

Su gallarda figura era magnífica, comandaba la atención, y cuando su voz profunda… aterciopelada llegó hasta los oídos de Candy, fue como una exquisita música capaz de hacer temblar los sentidos de ella y de todos los espectadores que tenían la oportunidad de escucharlo.

¡Oh! ¡Si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas! ¡O el Todopoderoso no asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los placeres del mundo![…] (*3)

Se sintió la electricidad en el aire, la clase de tensión que hace que los corazones latan un poco más rápido y las manos se entrelacen con nerviosismo.

[…] ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno, ni puede producir bien. Pero, hazte pedazos corazón mío, que mi lengua debe reprimirse. (*3)

El público parecía suspendido en el tiempo con un silencio absoluto y profundo que se extendía por la sala. Con el corazón al borde de estallar, cada espectador sentía en su pecho el eco de las palabras del príncipe de Dinamarca de una manera especial.

El desarrollo del primer y segundo acto se dio de manera continua, mientras el nombre del actor resonaba en las mentes de cada persona ahí: uno de los mejores de su generación, conocido por su capacidad para transformar palabras en vida, y personajes en realidades tan palpables que cortaban la respiración. Todos sentían que estaban siendo testigos de algo único, y la promesa de la grandeza estaba suspendida en el aire, tan intensa que casi era tangible.

Candy lo perseguía con la mirada cada vez que salía en escena, sus ojos querían llenarse de él en una manera que no podía describir. Percibía que él también la buscaba, sus ojos se movían y regresaban continuamente hacia ella, como si estuviera representando únicamente para ella.

Aquel sentimiento le golpeó el corazón. ¿Podía sentir él cuánto ella lo admiraba? ¿Podía él ver, aún desde ahí, cuánto lo amaba? Porque… Candy tragó duramente, sin dejar de verlo... porque esta noche no sería sólo él. Esta noche llevaba dentro de él cada rincón de la tristeza humana, cada grito de dolor que no hemos sabido expresar, pero que late implacable dentro de uno, y ella estaba siendo testigo de aquellas emociones en la más álgida de las expresiones.

Ser o no ser, esta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más?[…] (*4)

Un leve sudor resbalaba por la frente de él, reflejando la intensidad de una lucha interna que parecía consumirlo desde lo más profundo.

[…] ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. (*4)

Parecía como si la culpa y el miedo carcomían al príncipe de Dinamarca, a la par que intentaba justificar, con razones huecas, la parálisis que lo alejaba de su deber.

En el proscenio bajo, la joven pecosa se sentía atrapada en su voz, en cada palabra que Hamlet pronunciaba. Mientras él continuaba, ella percibía que cada verso estaba lleno de la lucha y el dolor de alguien que ha decidido abrir su alma, dejando un poco de él mismo en cada frase. Cada palabra era una promesa… cada suspiro un latido.

Esta noche era de él, sí… pero también era de ella, porque Candy cumplía un sueño en este momento, ese intenso deseo de verlo a él tan espléndido, representando su gran talento en un vivo reflejo del deslumbrante hombre que ella siempre supo que él era.

"Estás brillando, Terry."— las lágrimas se acumularon en los ojos de la joven, llevando sus manos a su pecho y suspirando extremadamente conmovida. —"Tú siempre estuviste hecho para brillar y ahora brillas más que nunca."

El resto del público parecía también incapaz de resistirse al hechizo de aquella representación. Los susurros de los secretos de Hamlet: su miedo, su indecisión, su furia contenida, todo caía sobre ellos como confesiones sagradas. No era curiosidad lo que los mantenía allí, sino una atracción inexplicable, como si el espíritu del príncipe hubiera saltado siglos para compartirles el peso de su tragedia.

Y mientras avanzaba hacia ellos, Hamlet no sólo llenaba el escenario, devoraba la sala entera. Su figura parecía expandirse, abrazar el aire y aplastar las barreras entre la ficción y la realidad. En ese instante, no había actor ni público, únicamente una sola y desgarradora verdad que conectaba a todos: el dolor eterno de la condición humana, ardiendo en el corazón de un hombre y reflejándose en cada alma presente.

Cuando finalmente se llegó al punto culminante, viendo en las últimas escenas del Acto V, la trágica muerte de aquel príncipe atormentado, fue el momento en que el público pudo soltar el aire que había estado conteniendo.

Dame esa copa... presto... por Dios te lo pido. ¡Oh! ¡Querido Horacio! Si esto permanece oculto, ¡qué manchada reputación dejaré después de mi muerte! […] alarga por algún tiempo la fatigosa vida en este mundo llena de miserias, y divulga por él mi historia[...] (*5)

Cada gemido, cada susurro de Hamlet en sus últimos instantes, resonaba como un lamento eterno que arrastraba al público entero a las profundidades de su infortunio. Por su parte, Candy se estremecía al escucharlo. Sus hombros temblaban al compás de un llanto contenido, sus manos aferradas con fuerza al borde de la falda de su vestido, como si con ello pudiera detener la tragedia que se desplegaba ante ella. Las lágrimas rodaban por su rostro en silencio, reflejo de una emoción que no podía expresarse con palabras. Verlo morir, incluso en escena, era un golpe brutal, un dolor que parecía perforarle el pecho y anclarse en el alma.

Yo expiro, Horacio, la activa ponzoña sofoca ya mi aliento […] Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir… ¡Oh!... Para mí sólo queda ya... silencio eterno. (*6)

Tendido en el suelo, con el rostro pálido y los ojos apenas abiertos, Hamlet exhalaba su último aliento como si cada palabra arrastrara consigo los restos de su alma. Su pecho subió y bajó lentamente, dejándose llevar a la inevitable quietud de la muerte, mientras la sala entera se quedaba atrapada en la fragilidad del momento.

Candy no podía apartar la mirada; sentía que, al hacerlo, traicionaría el sacrificio de aquel hombre. En ese instante, el teatro dejó de ser teatro: era la vida misma, desgarrándose frente a ella.

Muchos otros ojos estaban llorando de la misma manera, incapaces de no conmoverse ante tal terrible final. Como nunca antes el actor estrella había manifestado todo el talento que poseía en representar muchas de las emociones características de la duda y el dolor en su más pura expresión.

Días después de esta función muchos de los invitados a esta gala comentarían que el verdadero talento de Terrence Graham se hizo presente en esta función. Todos asegurarían que nunca habían visto un mejor Hamlet que el presentado esa noche. Varios ya eran admiradores del joven actor antes de asistir a este evento, pero no fue hasta que lo observaron actuar este día cuando podría considerarse que se volvieron firmes seguidores de aquel derroche de talento puro en escena.

Cuando el telón carmesí cayó, la penumbra del escenario fue reemplazada gradualmente por una luz suave que devolvió claridad al teatro. Por un instante, un silencio profundo cubrió la sala, como si la audiencia estuviera intentando sacudirse un sueño demasiado vívido que había caído sobre ellos.

Fueron segundos después que el silencio no pudo contenerse más, y el rugido de los aplausos irrumpió salvajemente, como una corriente liberada tras años de contención. Sin poder contenerse, Candy se levantó de su asiento, intentando controlar las lágrimas de emoción que aún corrían por sus mejillas.

Del otro lado del telón, el castaño se incorporaba del suelo, parándose lentamente mientras escuchaba el estruendo de los vítores. Los aplausos retumbaban sin cesar, un torrente inagotable que llenaba el espacio cual eco de una tormenta. La energía en el ambiente era palpable, una ola colectiva de admiración y éxtasis que parecía no tener fin. Sin embargo, a Terry no le importaba en lo más mínimo, él solamente tenía un único pensamiento en su mente en ese momento.

"Tengo que ver a Candy."— su inquieta respiración junto al acelerado latido de su corazón era el único reflejo de su turbación.

Cuando el telón se alzó nuevamente, los actores salieron al frente y se inclinaron en señal de agradecimiento. Ya en pie, la multitud respondía con una devoción cada vez más intensa. Lejos de disiparse, los aplausos crecían en fuerza, hasta convertirse en una ovación electrizante. Uno a uno, los integrantes de la Compañía recibieron el reconocimiento del público, pero cuando Terrence dio un paso al frente, el teatro entero explotó en una celebración desbordada.

Terry levantó la mirada hacia el público, pero sus ojos no buscaban reconocimiento general. Con una urgencia casi febril, recorrió fugazmente el mar de rostros hasta encontrar a la única carita que verdaderamente le importaba: Candy. En el instante en que sus miradas se cruzaron, zafiros y esmeraldas se encontraron en un vínculo indescriptible. Sus ojos destellaron con una mezcla de emociones tan intensas que parecían contener todo lo que no podía ser dicho.

El corazón de Terrence latía con una fuerza desmedida. Sentía el peso de algo inmenso... abrumador, que también lo llenaba de una dicha inexplicable. Candy, obviando intencionadamente que fuera producto de su imaginación, había presenciado cada palabra, cada movimiento en el escenario. Y ahora, con lágrimas rodando por sus mejillas junto a sus ojos llenos de orgullo y felicidad, lo miraba como si él fuera el centro de su universo.

En ese instante, el mundo pareció detenerse. Las emociones contenidas en los ojos de Candy lo dejaron sin aliento: alegría, admiración, amor puro. Terrence entendió que su vida nunca volvería a ser igual. Había entregado su alma en el escenario, pero recibir esa mirada en aquellos hermosos ojos esmeralda, lo hacía sentirse más completo de lo que jamás había soñado.

Sin necesidad de palabras, los ojos de Candy le dijeron todo. Le transmitieron una fuerza que sólo ella podía dar. Allí, bajo el fulgor de los aplausos y la intensidad de ese encuentro, Terrence fue inmensamente feliz.

TyC TyC TyC TyC TyC

Una vez que todo el elenco se felicitó mutuamente por la exitosa actuación, los actores se retiraron a los cuartos habilitados como camerinos para prepararse para la gala de Noche de Reyes que estaba por iniciar. Fue sólo cuando llegó a su camerino temporal que el joven actor pudo finalmente disfrutar de un momento a solas con su pecosa.

—Estuviste maravilloso, Terry. — declaró Candy, con voz serena, aunque sus ojos traicionaban el impacto que la actuación había dejado en ella. —Fue la representación en escena más extraordinaria que he visto en mi vida.

—Ah, parece que Tarzán Pecosa está aquí para inflar aún más mi ego. — respondió Terrence con seriedad, aún cuando la sonrisa que amenazaba por asomar en sus labios lo traicionaba.

—Bueno, a riesgo de que te creas el rey del mundo… hay que admitirlo, fue impresionante.

La voz de ella tenía esa calidez inconfundible que siempre desarmaba a Terry, y sus palabras, llenas de sinceridad, encendieron un brillo especial en sus ojos. Sus labios, que habían empezado en un gesto controlado, se curvaron lentamente hasta formar una sonrisa plena e irresistible, de esas que iluminaban el rostro totalmente. No podía quejarse de los halagos de su pecosa; al contrario, los atesoraba como un regalo valioso. Ella tenía el don de llegar al fondo de su alma, y cada palabra suya era como un suave golpe que inflamaba su pecho.

—Te lo agradezco, Candy.

Sonando más baja de lo habitual, la voz de él era más personal, mientras sus ojos buscaban los de ella con su acostumbrada intensidad. Había algo en esa mirada que transmitía más gratitud y ternura de lo que sus labios podían decir, y Candy, con el corazón latiéndole un poco más rápido, lo entendió a la perfección. Un breve silencio los envolvió, aunque lejos de ser incómodo, estaba lleno de algo indefinible, algo que los unía más allá de todo.

Momentos después, cuando Terry terminó de quitarse los últimos rastro del maquillaje de la obra, se miró en el espejo y vio a Candy reflejada tras de él, observándolo levemente sonrojada. Con una ceja levantada, él la miró a través del espejo y, con tono juguetón, la interrogó:

—¿Qué pasó, Pecosa? ¿Demasiado tiempo admirando mi rostro que quedaste hipnotizada con tanta perfección?

Candy frunció su nariz, resoplando en su sitio, visiblemente indignada.

—¡Claro que no! Tampoco te creas demasiado. Ni que fueras una pintura renacentista o algo así.

—Tienes razón, soy más del estilo moderno: impactante, único e imposible de ignorar — replicó él, aún queriendo jugar con la paciencia de ella.

Su pecosa lo miró de arriba abajo con una sonrisa que parecía dulce, pero escondía una clara intención.

—Es cierto, Terry, nadie podría ignorarte… especialmente con lo grande que se te ha puesto la cabeza últimamente por tanta arrogancia.

"¿Con qué así estamos? — pensó el joven actor con un brillo malicioso en sus ojos.

Haciéndose el distraído, él empezó desabotonarse la parte superior de su vestuario y se lo quitó con lentitud, dejando poco a poco su torso desnudo cuando…

—¿Qué haces? — exclamó Candy, muy nerviosa, desviando la mirada de inmediato.

—Estoy cambiándome para el baile. — se explicó con una calma infinita, señalando el traje de gala cuidadosamente doblado sobre la mesa.

—¿Y por qué no te cambias detrás del biombo?— sugirió ella, apuntando al biombo que él había ignorado deliberadamente.

Terry dejó escapar una carcajada, sacudiendo la cabeza con diversión.

—¡Vamos, Pecosa! ¡Como si no me hubieras visto antes! Sé bien que me espías cada vez que me baño.

—¡Eso no es cierto! — protestó con sus ojos verdes chispeando molestos.

El castaño entornó los ojos irónicamente, luchando por contener una sonrisa que quería reflejarse en su rostro.

—¡Por supuesto! — él alargó sus palabras con evidente sarcasmo.

La molestia de Candy se intensificó, sus mejillas adquirieron un tono rojizo que solamente avivó su furia, haciéndole ver a él que quizás debía dejar de bromearla por el momento.

—Está bien… está bien. — Terry alzó las manos en señal de rendición. —Tú ganas. Está visto que no se te puede negar nada.

Con su irreverente sonrisa, se retiró detrás del biombo para terminar de desvestirse y colocarse el elegante traje de gala. Cuando salió, lucía increíblemente apuesto en su atuendo de etiqueta que parecía hecho a medida. Su porte era tan impresionante que Candy estaba segura de que no sólo las mujeres, sino incluso puede que hasta algunos varones, suspirarían al verlo. Ella misma ya estaba sufriendo los estragos con únicamente mirarlo.

Un golpe en la puerta interrumpió los pensamientos de Candy, que comenzaban a desviarse hacia terrenos más peligrosos.

—Soy yo, Terry. ¿Puedo pasar?— dijo una voz conocida al otro lado.

Reconociendo a Robert, el castaño se acercó para quitar el cerrojo y abrir la puerta.

—Veo que ya estás listo. — comentó el director, arqueando una ceja con genuina sorpresa al notar que su pupilo ya estaba vestido para la ocasión.

Terry soltó un leve resoplido mientras terminaba de ajustar los puños de su camisa.

—Sí, quiero acabar con esta farsa lo antes posible. Con suerte, estaré fuera de aquí antes de la medianoche.

El hombre mayor esbozó una pequeña sonrisa y sacudió la cabeza con calma.

—Me temo que tendrás que extender tu estadía un poco más. — respondió con tono conciliador. —Recuerda que a esa hora recién se eligen al Rey y la Reina de la Noche.

Bufando con desdén, Terry se recargó contra una de las paredes, cruzándose de brazos.

—¡Como si importara quién se lleva ese estúpido título! — expresó con fastidio. —Ni siquiera pienso participar en esa ridícula tradición.

—Aún así, creo que deberías quedarte más tiempo. — insistió Robert a la par que su sonrisa adquiría un matiz enigmático.

Entrecerrando los ojos, su actor estrella se puso a escrutarlo con suspicacia.

—Vaya, Robert… —murmuró con fingida reflexión. —Me da la impresión de que estás aquí solamente para asegurarte de que no escape de la mansión antes de la medianoche. ¿Me equivoco, o ahora también eres mi guardián?

El director soltó una carcajada espontánea, profunda y vibrante, como si aquella simple idea realmente lo hubiera divertido.

—No exactamente. —repuso con aire despreocupado, todavía con una sonrisa en sus labios. —Aunque debo admitir que me tranquilizaría saber que estarás presente. En realidad, vine por otra razón…

Sus ojos adquirieron un brillo de sincero aprecio, contemplando al joven frente a él.

—Quería felicitarte por tu gran actuación de esta noche. Ha sido magnífica, Terry. Me atrevería a decir que ha sido tu mejor interpretación hasta ahora.

Observándolo con genuina admiración, la expresión de su director reflejaba el orgullo de quien ha visto a su discípulo superar una nueva frontera. En respuesta, Terry inclinó levemente la cabeza en señal de agradecimiento.

—Muchas gracias, Robert.

El hombre mayor sostuvo su mirada por un instante antes de soltar un leve suspiro, su semblante adquiriendo un gesto más serio.

—Pero hay algo que me ha estado rondando la mente… — reconoció con franqueza. —Has estado muy distraído últimamente, y no puedo quitarme de la cabeza la sensación de que algo te está pasando. Me preocupas, Terry. ¿Qué es lo que te pasa?

Un leve estremecimiento recorrió a Terrence al escuchar las palabras de Robert. Sintió cómo un nudo se apretaba en su garganta, sofocando cualquier intento de respuesta. Aunque quisiera tampoco podría explicárselo, su cuerpo permaneció inmóvil, mientras su atención estaba atrapada en una visión imposible.

Lo que su director no podía ni siquiera imaginar era que la verdadera causa de toda su distracción estaba en esa misma habitación, justo al lado de él, aunque invisible para todos excepto para Terry: Candy, fruto de su imaginación, lo observaba con esa traviesa dulzura que lo desarmaba, su curiosa inocencia tornándose casi peligrosa en su irresistible encanto.

—No es nada. — confesó finalmente, aferrándose a la primera excusa que se le vino a la mente. —Sólo es el asunto con Susana y ese supuesto compromiso. Quiero que esa farsa se desmienta cuanto antes.

Robert se quedó en silencio por unos segundos, evaluando la respuesta de su actor estrella.

—Bueno, Susana está ahora en el vestíbulo con su madre. Dice que quiere entrar al salón de baile contigo y el resto de la compañía.

—¡Qué suerte la mía! — murmuró el joven actor, impregnando sus palabras con su inconfundible sarcasmo.

—Al menos podrías aprovechar para desmentir los rumores. Si Susana está dispuesta a hacerlo, sería una oportunidad perfecta, antes de la rueda de prensa.

—Eso mismo pensé. Por eso accedí a que viniera. — admitió Terry, exhalando pesadamente y dejando caer los hombros. —Aunque, siendo sincero, preferiría estar en cualquier otro lugar, menos aquí...

Pasándose una mano por el cabello, él se atrevió a confesar otro tema que parecía tenerlo muy inquieto.

—En la tarde, cuando escuché el nombre de la familia que está organizando esto, me di cuenta que conozco a la hija del anfitrión. Estuvo en la fiesta de Año Nuevo del gobernador, y es una frívola mujer que, para colmo de males, no se lleva bien con Susana. Sinceramente, temo lo que pueda pasar entre ellas.

Una sombra de preocupación cruzó por su rostro, imaginando todo tipo de calamidades que podrían suceder con esas dos mujeres juntas.

—Si sirve de consuelo, estoy seguro de que esa mujer que dices se comportará como debe ser, considerando que es la anfitriona de este evento. — acotó Robert con tono tranquilizador. —Además, Susana parece bastante calmada esta noche.

Su actor estrella entrecerró los ojos con evidente escepticismo.

—Eso espero...

No entendía el porqué, pero las aseveraciones de su director nada pudieron apaciguar su inquietud. Sin embargo, ya no pudo seguir ahondando en ello porque un segundo golpe en la puerta interrumpió su conversación. La persona que tocó fue el asistente de Robert, quien vino a anunciarles que todos estaban listos y que solamente faltaban ellos para completar el elenco antes de ingresar al salón de baile.

—Al mal tiempo… — susurró Terrence con resignación.

Robert rió suavemente, sacudiendo la cabeza mientras daba un par de palmadas en el hombro del castaño para animarlo. Antes de salir, Terry le dio una fugaz mirada a Candy, rogándole con los ojos que se preparara para la otra función de la noche, en este caso: el condenado baile. Juntos abandonaron la habitación y se dirigieron al vestíbulo.

La voz de Susana lo asaltó antes de que pudiera prepararse mentalmente. Los hombros de Terrence se tensaron en el acto al verla acercarse, guiada por su madre, en dirección hacia él.

—¡Terry, mi querido y adorado Terry! — exclamó con una sonrisa tan perfecta que parecía haber sido moldeada. —¡Oh, qué maravilla ha sido verte sobre el escenario esta noche! ¡Una experiencia indescriptible! ¡Sublime! No hay palabras que puedan hacer justicia a semejante genialidad.

Ella colocó una mano sobre su pecho y exhaló un suspiro teatral. Toda esta declaración estaba perfectamente calculada. Cada palabra, cada gesto, estaba diseñado con esmero, convencida de que aquel despliegue de adoración incondicional era justo lo que a él le gustaba, lo que cualquier hombre desearía en una mujer destinada a convertirse en su prometida.

—¡Te juro que no pude dejar de llorar! Y eso que ya he perdido la cuenta de cuántas veces he tenido la suprema dicha de presenciar tu arte. Pero lo increíble, lo verdaderamente asombroso, es que la perfección no te basta y te empeñas en alcanzar lo inalcanzable. — le dedicó una mirada arrebatada, con los ojos brillando de exagerada admiración. —Eres… eres un ser extraordinario, Terry. Simplemente insuperable.

Su tono excesivamente meloso, impregnado de pausas dramáticas y modulaciones grandilocuentes, hizo que un leve tic se apoderara de la comisura de los labios de Terry. Su incomodidad era evidente, pero se obligó a mantener la compostura. Con un esfuerzo digno de un actor consumado, respondió con una breve inclinación de cabeza y un lacónico:

—Gracias.

Notando la tensión, Robert intervino con una autoridad tranquila, instando a todos a seguir hacia el salón de baile. En la entrada, el anfitrión, el Sr. Richardson, y su esposa recibían a los invitados que iban ingresando.

El salón de baile estaba decorado con luces festivas y guirnaldas que brillaban sobre las paredes. En la mesa principal, al fondo del salón, además de diversos aperitivos, había un majestuoso Pastel de Noche de Reyes, cubierto de glaseado dorado y blanco, con frutas cristalizadas, esperando su momento de protagonismo a la medianoche, cuando sería trasladado por los meseros hacia todos los invitados al momento de escoger el Rey y la Reina de la festividad. Para finalizar el cuadro, una música suave llenaba el aire, envolviendo el espacio en un ambiente mucho más festivo. En el centro del salón, algunas parejas ya se deslizaban al compás de la melodía, dando vida al corazón de la fiesta.

"Muy bien… ¡Aquí vamos!" — se dijo en su cabeza, inhalando profundamente, como si con ese aliento pudiera reunir el valor necesario para lo que estaba por venir.

Cualquiera que lo conociera mínimamente sabía que los eventos sociales no eran precisamente su ambiente predilecto. Y, sin embargo, ahí estaba él, atravesando esas puertas por voluntad propia. ¡Qué ironía!

Se obligó a adoptar una expresión neutral, una que no delatara el profundo desasosiego que lo invadía. Pero en el fondo, sabía que su esfuerzo era inútil. Si alguien se tomaba la molestia de mirarlo detenidamente, probablemente vería en sus ojos la misma resignación de un prisionero que camina hacia la horca. Sí, exactamente así debía de lucir: desolado, sentenciado… condenado.

—Es un placer presentarles a los miembros de la Compañía Stratford.— los anunciaron con entusiasmo. Y así, sin escapatoria posible, la velada comenzaba para él.

Los aplausos recibieron a los miembros del elenco mientras hacían su entrada triunfal. Fiel a su estilo, Terry se quedó rezagado hasta el final del grupo, prefiriendo evitar ser el foco de atención. Lamentablemente, su estrategia se desmoronó, porque justo cuando le tocaba ingresar, se percató que Susana y, especialmente, la madre de ella, parecían haber decidido convertir su entrada en un espectáculo propio.

Con una ostentación innecesaria, la madre de Susana avanzó con exagerada gracia, pero el vuelo de faldas del ostentoso vestido de la señora Marlowe traicionó su ambición. Su tacón quedó atrapado en la tela, y en un instante, perdió el equilibrio. Antes de que pudiera reaccionar, cayó al suelo con un ruido seco que se expandió por todo el salón, acallando la música de golpe.

El silencio que siguió fue tan pesado como absolutamente bochornoso. Los asistentes se esforzaban por contener las risas, pero las miradas que eran de sorpresa y burla, habían sido prácticamente imposibles de ocultar.

Terry cerró los ojos por un breve segundo, deseando con todas sus fuerzas no estar ahí. Maldiciendo internamente su mala suerte, llevó una mano al rostro en un gesto de pura exasperación. Sin embargo, el deber social lo llamaba y con visible esfuerzo, se acercó a la Sra. Marlowe, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse.

Todavía tambaleante, la mujer intentó recomponerse con una dignidad que el momento no le concedía. Sus mejillas ardían de vergüenza, y una fina gota de sudor se deslizaba por su rostro. Con un movimiento rígido, sacudió el invisible polvo de su vestido y, elevando la barbilla, esbozó una sonrisa tensa, como si el tropiezo jamás hubiera ocurrido.

La música regresó, llena de notas que intentaban disipar el incidente, y la velada continuó. No obstante, las risitas contenidas y los susurros mal disimulados que aún flotaban en el aire aseguraron que aquel momento quedaría grabado en la memoria de todos los presentes.

—Usted es tan sutil.— musitó Terry entre dientes, no lo suficientemente bajo como para que pasara desapercibido.

—¿Qué fue lo que dijo? — espetó la señora Marlowe, lanzándole una mirada iracunda.

—Dije que… — él trató de pensar algo que ocultara lo que susurró. ¿Qué rimaba con sutil? — … usted es tan barril.

—¿Barril? ¿Me está diciendo que parezco un barril?

Terrence liberó un pesado suspiro, sacudiendo la cabeza con resignación de que no se le hubiera ocurrido algo mejor.

—Sí, lo admito, ni siquiera lo estaba intentando ahí.

La señora Marlowe lo encaró con una mirada de odio antes de girarse con dramatismo, decidiendo que era mejor no enfrentarlo en público para no empañar las apariencias.

Susana observó a su madre y a su "prometido" tensamente, optando por dejarse llevar por la señora Marlowe y alejarse de él para que no siguieran discutiendo. Terry no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al verlas irse. Por lo menos, su presencia ya no lo perseguiría por un rato. Lástima que otra presencia, vendría a hacer más pesada la velada para él.

De la nada, sintió una mirada firmemente clavada sobre él desde atrás. Volteando a sus espaldas, sus ojos se dirigieron hacia la entrada del salón de baile, donde una mujer en cuestión estaba de pie, obviamente muy satisfecha consigo misma. Sorprendentemente, había esperado hasta que todos los invitados hubieran llegado al salón del baile antes de aparecer... sola. Su padre, el juez supremo, se apresuró hacia su hija, para llevarla del brazo, aunque varios de los presentes pudieron notar que los ojos de la joven no se fijaban en su padre, sino más bien, estaban firmemente clavados en Terrence Graham.

Reconocida por su belleza, Margaret Richardson disfrutaba de ser el centro de atención, más aún al ser hija del anfitrión del evento. Llevaba un vestido rojo vino y un collar compuesto por varias tiras de diamantes y rubíes, junto con pendientes a juego. Su brillante cabello rojo oscuro estaba recogido en lo alto de la cabeza y dos peinetas con incrustaciones de rubíes lo sujetaban en su lugar.

Una ceja perfecta se alzó cuando su padre se acercó a ella, tendiéndole el brazo para escoltarla. Por un momento ella lo miró fijamente, lo que lo hizo sentir incómodo a él y a todos los que estaban cerca. Negando el brazo de su padre, caminó directamente hacia la única persona que quería fuera su acompañante durante esta velada, sería ese magnífico hombre quien la escoltaría por todo el salón del brazo a la par que saludaban a los invitados. Con su objetivo fijo, varios ojos la siguieron mientras veían que se dirigía hacia Terrence.

Al notar la fija atención de la "Caperucita Loca" sobre él, Terry sólo tuvo un único pensamiento: huir de ahí lo más pronto posible. Su mirada insinuante le hizo tomar aire con frustración y darse la vuelta para ir en dirección contraria a ella, sin embargo, en su prisa por escapar, terminó casi chocando con Robert, que estaba detrás suyo. Ese retraso en su escape le costaría caro, pues la mujer había llegado donde él.

Ella se inclinó para intentar captar la mirada de Terry, lo que puso furiosa a Susana, quien los veía desde lejos junto a un grupo de mujeres al que la había llevado su madre. A cambio, la mujer pelirroja esbozó una sonrisa de lo más provocativa hacia el joven actor.

—¡Dios mío! ¿De quién huyes, Terrence?

La voz de aquella mujer era baja y seductora, su sonrisa calculadora, entre tanto que sus ojos bailaban alegremente. Una imagen de ella le llegó a Terry de la nada. Ahora ya no era la "Caperucita Loca", en ese momento parecía como una araña acorralando a una mosca, y en este caso, él era el acorralado. De repente, se hartó de ser educado. Sin molestarse en responder a su pregunta, declaró con altivez:

—¿Qué le importa a usted, madame?

—¿Madame? ¿Por qué tan formal? Después de todo, somos amigos.

En lo que estaba hablando, sus calculadores ojos color miel recorrieron lentamente el cuerpo de él y volvieron a subir antes de detenerse en esos ensoñadores ojos color mar que la veían desafiantemente. Acercándose hacia él, le susurró sin recato:

—¿Te importaría echar un vistazo a la biblioteca mientras tu prometida está tan ocupada? Hay algo que me encantaría mostrarte.

Terry se irguió cuán alto era, sin molestarse en ocultar su disgusto.

—¡Le aseguro, señorita, que no hay nada que usted tenga que me interese!

La rodeó de repente y se alejó, dejando a algunos que los miraban, muy desconcertados al verlo distanciarse después de lo que parecía haber sido un tenso intercambio. No habían oído lo que se decían, únicamente Robert, al estar suficientemente cerca, captó su conversación. Pero en lugar de estar enojada por su rechazo, ahora Margaret definitivamente se parecía a la araña que Terry había conjurado unos momentos antes, sólo que esta araña sonreía.

"Esto es perfecto. Debe sentirse atraído por mí, o no tendría miedo de encontrarse conmigo a solas." — se decía ella, sintiendo la mirada de Robert Hathaway, que ahora la veía calculadoramente.

Negándose a dejarse intimidar, Margaret alzó su mentón, observando sin vergüenza a todas las miradas del círculo que la rodeaba, incluida la de Robert, y se dispuso a ir con su grupo de amigas como si nada hubiera pasado.

—¿Quién es esa mujer? — le preguntó Candy sorpresivamente, una vez se hubo alejado de la "Caperucita Loca."

Terry apenas movió los labios al responder, bajando la voz para no atraer más miradas.

—Para mí mala suerte, parece que es la anfitriona.

Un suspiro contenido acompañó su comentario, y sin darse cuenta, su mandíbula se tensó. La sola presencia de esa mujer en la velada bastaba para presagiar problemas. Antes de que pudiera seguir rumiando su mala fortuna, Robert apareció a su lado, igualando su paso con una naturalidad que delataba su intención de conversar en privado.

—Creo que ha ido bien. — declaró su director con una sonrisa burlona, hablando por la comisura de la boca para que sólo Terry pueda oírlo. —Al menos no tendrás que preocuparte de que Susana te hable, estará más ocupada matando con la mirada a la Srta. Richardson que prestándote atención a ti.

Sin girarse del todo hacia él, para no atraer miradas indiscretas, Robert lo observó de reojo y notó cuán rígido estaba su joven pupilo.

—¡Relájate, Terry! Si aprietas más la mandíbula, te romperás un diente.

El joven actor lucía furioso, a las justas inclinando la cabeza hacia Robert mientras le susurraba con expresión severa:

—Tenía la esperanza de que se comportara con más decoro que la última vez que nos vimos.

Robert dejó escapar una risita entre dientes, lo que provocó que el castaño se apartara un poco de él, fulminándolo con la mirada. Pero su director sólo siguió sonriéndole con evidente diversión.

—Yo diría que has esperado en vano.

Terrence suspiró pesadamente, llevando sus índices a sus sienes como si empezara a dolerle la cabeza.

—Ya me di cuenta.

—No te preocupes, Terry. Yo voy a ser tu chaperón esta noche. Siendo que has accedido a venir a pesar de tus reservas, este será mi modo de agradecerte.

El castaño lo miró, algo sorprendido. No se lo esperaba, sin embargo, en verdad agradecía el gesto. Instintivamente, buscó con la mirada a Candy. Ella lo observaba con su encantadora curiosidad, como si disfrutara cada una de sus reacciones. Una media sonrisa, espontánea e irresistible, se dibujó en sus labios.

—Gracias.

Desafortunadamente, esa sonrisa no pasó desapercibida. Como un eco silencioso, aceleró los corazones de Susana, la señorita Richardson y de toda mujer en la velada que tuvo la fortuna de verla. De inmediato, los abanicos se agitaron con disimulo, las mejillas se encendieron y los suspiros contenían la emoción de un delirio colectivo. Al notar la súbita oleada de miradas embelesadas alrededor de su pupilo, Robert sacudió la cabeza con resignación.

—¡No me lo estás poniendo fácil! ¡Deja de sonreír!

Terry frunció el ceño y endureció su expresión al instante.

—Así está mejor.

Un empleado pasó junto a ellos, sosteniendo con destreza una bandeja repleta de copas con vino que repartía entre los invitados. Robert detuvo al sirviente, disponiéndose a coger una.

—¿Estamos en la casa de un juez y están sirviendo vino? ¡Qué rápido se olvidan de esa Ley Seca!— opinó Terry con sorna, arqueando una ceja y pensando irremediablemente en la hipocresía de los altos círculos sociales.

Robert se encogió de hombros y no comentó. De todas formas, él sí tenía intención de beber y siendo que su actor estrella no tomaba, simplemente cogió una copa con vino para él mismo y despidió al sirviente con un gracias.

—Si les interesan bebidas sin alcohol, están sirviendo Eggnog (*7), quizás eso podría tomar. — mencionó el empleado para Terrence antes de retirarse.

El joven actor hizo una nota mental para recordar ese detalle, quizás le serviría más tarde.

Ambos continuaron caminando un momento hasta que pasaron junto al grupo de Susana, en donde Robert se detuvo a hablar con su esposa, dejando a Terry en medio de un mar de ostentación. El ambiente olía a perfume caro y falsa cortesía. Un círculo de damas vestidas con excesiva opulencia que parecían competir silenciosamente por demostrar quién llevaba más riqueza encima: vestidos saturados de color, joyas que destellaban bajo las luces del salón, y actitudes que reflejaban una autocomplacencia insulsa.

"¡Tontas!"— pensaba él con mordaz ironía. —"¿Acaso no entienden que en la sencillez radica la verdadera belleza?"

Como si su propio pensamiento lo guiara, su mirada se desvió sin querer hasta Candy. Ella observaba el salón con genuina curiosidad, ajena a las pretensiones y rivalidades que la rodeaban. Pero entonces, como si hubiera sentido su mirada, su pecosa giró la cabeza y encontró sus ojos con su propia mirada brillante. Una dulce y natural sonrisa iluminó su pecoso rostro con esa calidez que siempre lograba atravesarlo, capaz incluso de alegrarle el humor del demonio que se estaba cargando.

Para su mala suerte, una vez más algo tenía que pasar para arruinarle el humor nuevamente. En este caso fue una voz enojada, lo que lo sacó de su ensimismamiento.

—¿Qué fue lo que quería esa mujer contigo? — demandó Susana en un murmullo furioso que parecía hacerla temblar de cólera.

Él no necesitó preguntarle a quien se refería. El desdén en sus palabras y la mirada supremamente irritada que le lanzó a la mujer Richardson, se lo dejaba muy claro. El castaño ahogó otro gemido frustrado. ¿Acaso las mujeres de esta fiesta se habían confabulado para acabar con su poca paciencia?

—Nada importante. — contestó secamente, sin ánimo de prolongar la conversación.

La falta de detalle no le sentó bien a Susana, quien se iba a disponer a atosigarlo con más cuestionamientos, sino fuera porque Terrence ya no le dio oportunidad. Francamente, no estaba de humor para una escena de celos.

—¿Has hecho lo que quedamos, Susana?— interrumpió con tono firme y lleno de impaciencia.

El semblante de la Marlowe se congeló un momento, su expresión delatando que no esperaba aquella pregunta.

—¿A qué te refieres?

—No estoy jugando, Susana.— le advirtió él, su voz cada vez más baja pero intensa, como una tormenta contenida. —Empieza de una vez a desmentir esa farsa.

Susana apretó las manos sobre su regazo con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. No era un gesto de inseguridad, sino de pura obstinación. Fingiendo que no había escuchado su advertencia, alzó la barbilla con altivez y lo enfrentó con la mirada.

—No me cambies el tema, Terry. Estábamos hablando de algo mucho más importante.

La frialdad en sus ojos se topó con una calma engañosa en los de él.

—No hay nada más importante que lo que yo te pedí. — la voz de Terry era medida, aunque llena de un filo helado que delataba su creciente enojo.

La ex actriz sintió el golpe, pero lejos de amedrentarse, su frustración explotó en un arrebato de indignación.

—¿Por qué eres así?

Al elevar la voz, rompiendo el discreto susurro en el que hablaban, provocó que algunos murmullos a su alrededor cesaran por un instante y varias miradas intrigadas comenzaron a posarse sobre ellos. Terry percibió cómo la tensión en el aire se hacía palpable, sin embargo, Susana parecía inmune al peso de las miradas. Desde el otro lado del grupo, la señora Marlowe, quien ya lanzaba miradas hostiles hacia Terrence, no tardó en intervenir.

"¡Diablos!"— se lamentó él cuando la mujer mayor se les unió.

—¿Pasa algo, Susy? — preguntó con ese tono dulzón que usaba para disfrazar su veneno, cada sílaba dirigida como una daga al joven actor.

En ese preciso instante, Terrence supo que no tenía la menor intención de quedarse a presenciar cómo madre e hija lo acorralaban. Enfrentar a una era agotador, confrontar a ambas juntas era una completa tortura. Así que tomó la única decisión sensata: apartarse.

—Haz lo que prometiste, Susana.— le volvió a indicar con frialdad, mirándola por última vez antes de girarse para marcharse.

—¿A dónde vas? — escuchó su voz detrás de él, mezclada con una nota de incredulidad.

—A buscar un poco de espacio. Aquí hay demasiada gente.

No se molestó en girarse. A medida que se alejaba, sintió cómo más mujeres comenzaban a rodear a Susana y a su madre, sin duda atraídas por el drama latente. Pero francamente, le daba igual. Su única preocupación era encontrar un rincón donde pudiera estar a salvo de cualquier otra interacción indeseada. Finalmente, tras recorrer con la mirada el salón, identificó un sitio lo suficientemente apartado. Se instaló allí con un suspiro de alivio y dejó caer la máscara de cortesía, reemplazándola con una expresión seria, casi pétrea. Un escudo contra la incomodidad que le provocaba la velada.

A su lado, Candy lo observaba fijamente. Al ver su gesto tan inescrutable, no pudo evitar soltar una pequeña risa, musical y contagiosa.

—¡Dios mío, Terry! Esa mirada que tienes. Si tu intención es asustar a todo el mundo para evitar que se acerquen, créeme que te dará resultado.

Llevándose una mano a su boca de manera disimulada, él ocultó sus labios para poder responderle.

—Eso es lo que espero. Sería lo mejor si nadie se da cuenta que estoy aquí.

—Eso es algo que dudo mucho. — comentó ella, comenzando a notar cómo todas las miradas, especialmente femeninas, se dirigían a Terry. —Eres la estrella de la noche.

Aunque estuvo a punto de responder, Robert llegó en ese preciso instante, posicionándose a su lado. Sin perder tiempo, su director se inclinó ligeramente hacia él y le susurró:

—Enemigo a las tres en punto.

Terrence frunció el ceño, irritado por la falta de claridad y sintiendo su paciencia agotándose rápidamente.

—Habla claro, Robert. No estoy de humor para acertijos.

—Entonces déjame explicarte. — respondió su director con una sonrisa irónica. —La señorita Richardson y sus acompañantes parecen estar pasándola de lo lindo… observándote. O mejor dicho, estudiando partes muy específicas de ti con un interés bastante... ¿académico?

Consternado, Terry levantó una ceja, pero Robert continuó sin darle tiempo a replicar:

—Imagina que esta habitación es un reloj de bolsillo. Nosotros estamos a las seis en punto. Ellas están justo a las tres.

En un reflejo involuntario, el joven actor dirigió la mirada en la dirección indicada. Inmediatamente, el murmullo entre las mujeres se intensificó. Era como si su sola reacción hubiese encendido aún más su entusiasmo. Terry sintió una punzada de incomodidad al ver cómo aquellas damas lo observaban con una mezcla de coquetería y descaro. Era una sensación similar a la de ser una rareza en exhibición, una criatura exótica en una jaula de oro, examinada con demasiada atención.

—De aquí a medianoche vas a recibir varias propuestas. —continuó Robert con aire divertido. —Pero estoy seguro de que las manejarás con la misma gracia con la que manejaste a aquella mujer al ingreso.

La ceja del director se alzó de forma burlona cuando el castaño lo fulminó con la mirada.

—¡Demonios, Robert! Es por este tipo de situaciones que no quería venir.

Antes de que el hombre mayor pudiera responder, Candy intervino con una mirada inquisitiva.

—¿De qué propuestas habla, Terry? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido. Había una curiosidad latente en su expresión, no llegando a comprender qué era lo que platicaban, y sintiendo que se estaba perdiendo de algo importante.

El joven actor reaccionó de inmediato, demasiado rápido para resultar natural.

—¡De nada! — exclamó sobresaltado, sin querer ahondar en el tema.

—¿Cómo dices? — le cuestionó Robert, también confundido.

—Olvídalo.

Aquello iba dirigido tanto para su director como para Candy.

—Yo no lo quiero olvidar. — protestó ella, apoyando las manos en su cintura, claramente decidida a saber.

—Es una tontería…

Robert soltó una carcajada, genuinamente divertido con tal declaración.

—Sigues siendo el hombre más extraño que conozco, Terry. — opinó el hombre mayor, llevando la copa con vino que tenía a sus labios para aplacar su risa. —Cualquier otro hombre en tu lugar estaría disfrutando esta atención en lugar de quejarse.

Terrence entornó los ojos con fastidio, no le gustaba que se burlara del problema.

—Bueno, si tanta gracia te causa mi situación, será mejor que te busques otras fuentes de entretenimiento.

Sin embargo, la diversión de Robert no era lo que más lo molestaba en ese momento. Lo que le estaba calando la calma era el incesante escrutinio que sentía sobre su piel, el peso de todas aquellas miradas femeninas que lo diseccionaban sin pudor. No era admiración, ni siquiera simple coquetería. Era como si lo analizaran con la misma meticulosidad con la que elegirían un caballo de carreras o una joya costosa.

Lo que comenzó como una incomodidad se transformó en irritación, y luego en un rechazo instintivo. Hasta que, finalmente, se volvió insoportable.

—¡Me largo de aquí!

—¿A dónde vas? — preguntó Robert, sin perder su tono desenfadado.

—Me voy a la terraza.

Sin esperar respuesta, el joven actor se retiró. Con suerte, en la terraza podría encontrar algo de espacio y tranquilidad. Candy no perdió el tiempo y lo siguió, aprovechando que se alejaba de Robert Hathaway.

—Explícame ahora, Terry.— intervino ella cuando estuvieron más apartados.

—No.— musitó él con firmeza, sacudiendo la cabeza para reforzar su negativa.

Terrence se escabulló entre el conglomerado de gente, esquivando a innumerables personas que le mandaban saludos. De la misma forma, Candy también tuvo que sortear a varias personas que no podían verla, lo que la obligaba a moverse con más cautela para no atravesarlas accidentalmente.

Encontrando su objetivo desde lejos, el castaño iba apresurado camino hacia la puerta de la terraza que luego guiaba al jardín cuando un hombre alto, de cabello oscuro y chispeantes ojos avellana, lo interceptó en su retirada.

—Ha sido una magistral actuación la de esta noche, Señor Graham.

Aquel joven le estrechó la mano a Terry en saludo y empezó a decirle cuánto había disfrutado su actuación.

—Muchas gracias.

Terrence correspondió a sus palabras con una leve sonrisa, de las pocas sonrisas sinceras de la noche que se había permitido. El hombre, quien se presentó como Sr. Woodsville, continuó hablando sobre sus impresiones de la presentación, destacando las partes que más le habían gustado. Aunque aún irritado, Terry escuchó con cortesía, inclinando la cabeza de vez en cuando en señal de agradecimiento.

Entonces, una voz dulce y traviesa se entrometió en la conversación.

—Es un hombre muy apuesto. ¿No lo crees, Terry?

Habiéndose mantenido en segundo plano hasta ese momento, Candy se acercó con aire inocente y se colocó al lado del caballero para llamar la atención del actor. Levantándose de puntillas para inclinarse más cerca al rostro del atractivo hombre, lo admiró con estudiada fijación.

Los ojos de Terry brillaron con una sombra de fastidio. Con descarada soltura, la rubia comenzó a elogiar los rasgos del señor Woodsville: su porte elegante, su encantadora sonrisa, sus agradables modales, y ni hablar de esos lindos ojos…

El joven actor sintió cómo algo dentro de él se tensaba. No era estúpido, él sabía perfectamente lo que Candy estaba haciendo. Ella intentaba ponerlo celoso como venganza por no haberle contestado sus insistentes preguntas sobre esas condenadas propuestas, le estaba devolviendo el golpe por haberla ignorado antes. Sin embargo, aún sabiendo su juego, lo peor de todo era que estaba funcionando. Apretó los puños inconscientemente, sintiendo un calor incómodo subirle por la nuca y observando a aquel hombre con el ceño fruncido.

—¿Qué opina usted, Sr. Graham? — preguntó ese tonto, cuya conversación desde hacía rato había perdido toda relevancia para él.

Terrence no necesitó pensarlo, las palabras salieron disparadas como una bala en una respuesta cortante.

—¡Vaya, qué perspicaz! Sus comentarios son como un reloj sin batería: técnicamente están ahí, pero no sirven para absolutamente nada.

Sin darle oportunidad a una respuesta, el castaño desvió bruscamente su camino que había estado haciendo a la terraza y se fue a otro lado, lo más rápido posible con tal de alejarse de ese individuo, que de pronto le pareció absolutamente despreciable. Siendo arrastrada tras de él, Candy se vio obligada a seguirlo, tratando de seguirle el ritmo.

—¡Eso fue muy grosero, Terry! — le reclamó desde atrás, cruzándose de brazos.

El castaño no se detuvo, pero alzó una ceja al escucharla. Por otro lado, Candy echó una rápida ojeada al pobre hombre que habían dejado atrás, quien permanecía con la boca abierta, mirando la figura del actor alejarse, completamente perplejo. Era evidente que no entendía en qué momento había cometido un error tan grave como para recibir semejante desprecio.

—Ese hombre sólo había estado felicitándote.

—Por mí, que se guarde sus elogios para alguien que los aprecie por donde…— Terrence se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas. — …por donde el Sol no da.

—¡Terry!

—Es tu culpa, Pecosa, por querer hacerte la graciosa.

Varias personas a su alrededor lo miraron con extrañeza, pues a ojos de los presentes, estaba hablando solo. Consciente de las miradas, el joven comenzó a toser, fingiendo que algo le molestaba en la garganta, y se hizo el desentendido. Para desviar la atención, se alejó del lugar y terminó acercándose, casi sin darse cuenta, a la gran mesa principal.

—Ahora resulta que es mi culpa. — resopló una indignada Candy, poniéndose a su lado. —Eres tú el que no me quiso aclarar de lo que hablaba Robert. ¿Qué es lo que quieres ocultar?

Terry tragó saliva, sintiéndose extrañamente incómodo. La idea de explicarle a Candy el contexto de su conversación con Robert no le gustaba nada, y su garganta se secó aún más en respuesta. Afortunadamente, un mesero pasó cerca con una bandeja de copas con Eggnog, y él no perdió el tiempo en tomar una para sí mismo.

Sin embargo, apenas dio un sorbo, una voz chillona rompió cualquier ilusión de tranquilidad.

—¡Qué bueno que lo encuentro por aquí, señor Graham!

Él reconoció de inmediato a la dueña de aquel tono estridente: la señora Russell, alías la "Chillona Sorpresa", apareciendo como invocada para atosigar su paciencia. Internamente, maldijo su mala suerte una vez más y a las justas pudo disimular una mueca de hastío al escucharla.

"¿Sería muy maleducado irme y hacer como que no la he oído?"— consideró el actor mentalmente, la idea se le hacía muy atractiva.

Al no conocerla, Candy se la quedó observando con curiosidad. Su mirada no tardó en posarse en las cejas de la mujer, que estaban tan dramáticamente arqueadas que parecía que podrían despegarse de su frente en cualquier momento.

—¡Pobre mujer! — dijo su pecosa con auténtica lástima. —Debió haber tenido un susto muy grande.

Justo dando otro sorbo a la copa con Eggnog en sus labios, Terry por poco y se atraganta de la risa que le causó lo que dijo Candy. Sólo su pecosa podría haber salido con un comentario tan ingenuo y a la vez tan devastadoramente gracioso.

De pronto, una brillante idea cruzó por su mente. ¿No había estado esperando que esta reunión sirviera para desmentir la farsa de su supuesto compromiso? En ese instante, se dio cuenta que se le acababa de presentar una oportunidad perfecta, en la forma de la mujer más chismosa que se pudo haber encontrado. Dirigiéndose a la señora Rusell con nuevo ánimo, decidió aprovechar el momento.

—Señora Russell, justo quería hablar con usted.

La mujer mayor, que hasta hace un momento había estado atiborrando sus manos con varias uvas que se encontraban dispuestas en la mesa principal, lo vio con toda su atención.

—Yo también quería hablar con usted. Quería que me cuente más detalles sobre su compromiso. ¿Cuándo será la boda?

—Precisamente de eso quería hablar. ¿Acaso no lo sabe? — comenzó él, mirando alrededor del salón con aire misterioso, como si estuviera a punto de revelar un gran secreto. —¡Qué extraño! Creí que usted que siempre paraba bien informada, ya lo sabría.

Candy miró al castaño con suspicacia, no entendiendo a donde llevaba la conversación, mientras que la señora Rusell agrandó sus ojos y sus cejas se arquearon aún más, si eso era posible. Ya la tenía, él podía ver la anticipación brillando en el rostro de la mujer. Seguro estaba pensando: "¡Chisme fresco!"

"¡Vaya! Es como si esta mujer oliera los chismes a kilómetros de distancia." — sopesó él no con poca burla.

—¿Entonces no lo sabe? — repitió, haciendo una pausa dramática para ganar aún más la atención de la mujer.

—¡Por supuesto que lo sé!

Su voz chillona atravesó todo el salón, haciendo que varios invitados se volvieran a mirar. Pero en cuanto se dio cuenta de que Terrence le había robado el protagonismo, su expresión se transformó en una mueca de fastidio.

—Sólo me contaron a grandes rasgos. —admitió con fingida humildad. —Me privaron de los más mínimos detalles.

Con eso último, metió una de las grandes uvas que tenía en la mano en su boca, como si necesitara algo para calmar su creciente curiosidad. El joven actor aprovechó el momento y, con una sonrisa de suficiencia, dejó caer la bomba:

—Verá, ha habido un pequeño malentendido con respecto a un supuesto compromiso mío con Susana. Lo cierto es que ella y yo no estamos comprometidos. ¡No nos vamos a casar!

Al escuchar eso, la señora Russell soltó todas las uvas que tenía entre sus dedos e hizo una especie de movimiento frenético con la mano, como si el aire que la rodeaba estuviera causando que su cara se transformara en una sombra de pánico. El color de su rostro pasó de blanco a rojo, y luego a un tono alarmantemente azulado. A Terry le pareció que iba a desmayarse, y por un segundo temió que quizás había ido demasiado lejos.

"¡Diablos!" — pensó él al verla tambalearse. —"¿Qué hago ahora?"

De repente, la señora Russell dejó escapar un pequeño jadeo y se quedó completamente inmóvil.

—¡Se está asfixiando! — exclamó Candy, con un tono de alarma, finalmente explicando lo que le pasaba a la mujer.

El joven actor palideció sin saber qué hacer, mientras daba un paso atrás. Sintió una corriente de miedo recorrerle la espalda, dejándolo entumecido. A su lado, su pecosa no se quedó callada, comenzó a hablarle sacándolo de su aturdimiento.

—¡Rápido! ¡Hazle la técnica de las palmadas(*8)! — le indicó Candy, como si hubiera presenciado este tipo de crisis muchas veces. —Siéntala e inclínala hacia adelante. Luego sostenla de la clavícula con una mano y dale palmadas en la espalda con la otra. ¡Vamos, Terry!

Sin pensarlo dos veces, Terrence dejó su copa sobre la mesa y se acercó a la señora Russell, la tomó por los hombros y la sentó en una silla cercana con rapidez. Siguiendo las instrucciones de Candy, inclinó a la mujer, sosteniéndola por delante con una mano y comenzando a darle palmadas en la espalda con movimientos lentos y algo torpes. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, se sentía como un marinero novato en medio de una tormenta.

—Respire, señora, respire… — decía él con voz autoritaria, aunque por dentro estaba aterrorizado de dirigir una operación de rescate en la que desafortunadamente se había visto involucrado.

—¿No hay algún médico? — preguntó al público que se acumulaba a su alrededor.

Todos en la proximidad más cercana parecían haber quedado en shock y ninguno de ellos lucía dispuesto a ayudarlo. La señora Russell, que aún seguía luchando por recuperar la respiración, comenzó a toser y a hacer ruidos extraños. Fue Candy a su lado quien le siguió dando indicaciones con gran seriedad:

—¡Hazlo más fuerte, Terry! — le exigió, señalando las palmadas en la espalda.

Él obedeció y comenzó a dar palmadas cada vez más fuertes. Puede que algo hiciera bien porque luego de unos intentos más, con un sonido húmedo y repugnante, un trozo de uva casi intacto salió disparado de la boca de la señora Russell. Como en cámara lenta, Terrence observó el recorrido en parábola que hizo el fragmento de uva hasta aterrizar de sopetón en la cabeza de uno de los invitados a su alrededor.

Por un momento, Terry se sintió mal que le hubiera caído a alguien, hasta que se dio cuenta que era aquel caballero que Candy llamó apuesto hace unos momentos; y luego, ya no se sintió tan mal, su culpa se disipó rápidamente, dando paso a una leve satisfacción.

Una vez pasada la crisis, el joven actor exhaló profundamente, nunca antes se había sentido tan aliviado. Fue ahí cuando notó que la música se había silenciado y el grupo de personas a su alrededor se había hecho mucho más grande. Cuando la señora Russell finalmente comenzó a respirar normalmente, su rostro fue recuperando poco a poco su color normal. Todos los presentes, que habían observado la escena en completo silencio, dejaron escapar un suspiro de alivio colectivo.

Todavía con una mezcla de adrenalina y humor, Terry esbozó una sonrisa y, sin perder la compostura, comentó con sarcasmo:

—Bueno, parece que esa noticia fue más impactante de lo que imaginaba.

Todavía tambaleante en su silla y la expresión desencajada, la señora Russell le lanzó una mirada que, de haber podido, lo habría fulminado en el acto. Aunque ya era tarde, el daño estaba hecho, y la fiesta no volvería a ser igual.

—¡El señor Graham es un héroe! —exclamó alguien entre la multitud.

Pronto, las aclamaciones lo envolvieron. Terry recibió palmadas en la espalda y felicitaciones entusiastas, pero por dentro no sentía más que una creciente frustración. ¿Héroe? ¡Por favor! Lo único que había hecho era evitar que la mujer muriera con un chisme atorado en la garganta. La sola idea de llamarlo héroe le parecía absurda.

Todo lo que realmente quería era desaparecer de ahí, esfumarse antes de que algo más saliera mal. Nada en esa velada había resultado como esperaba, y ahora se preguntaba, con una mezcla de temor y resignación, qué nuevo desastre le aguardaba antes de que aquella ridícula noche llegara a su fin. Cada segundo que pasaba aumentaba su inquietud, como si el desenlace de esta función estuviera destinado a ser aún más caótico. Sólo esperaba que sus predicciones no fueran tan funestas como se lo imaginaba.

Porque si algo había aprendido en sus años de vida… era que la mala suerte rara vez llegaba sola…

Continuará…

ANOTACIONES:

(*1) Pastel de Reyes: Llamado también Twelfth Cake, era un pastel tradicionalmente preparado en Inglaterra y países anglosajones para la celebración de Twelfth Night, o la Duodécima Noche, que marcaba el fin de las festividades navideñas y se celebraba el 5 de enero (la noche antes de la Epifanía). Dentro del pastel se escondían varios objetos simbólicos, como un frijol y un guisante.

(*2) Rey y la Reina de Noche de Reyes: La tradición consistía en que se repartieran trozos del Pastel de Reyes entre los invitados. El hombre que encontrara el frijol se convertiría en el "Rey" de la celebración, y la mujer que encontrara el guisante sería la "Reina". Estos roles se asumían durante lo que quedaba de la fiesta luego de la revelación, siendo los elegidos los que se encargaban de dirigir los juegos y la diversión por el resto de la velada.

(*3) Escena V del Acto I de "Hamlet": Diálogo del primer soliloquio del personaje de Hamlet.

(*4) Escena IV del Acto III de "Hamlet": Diálogo entre personajes de Hamlet y Ofelia.

(*5) Escena IX del Acto V de "Hamlet": Diálogo en el lecho de muerte del personaje de Hamlet.

(*6) Escena X del Acto V de "Hamlet": Último diálogo de Hamlet antes de morir.

(7*) Eggnog: Llamado también Ponche de huevo, es una bebida a base de lácteos fría y endulzada. Se elabora tradicionalmente con leche, crema, azúcar, claras de huevo batidas, yemas de huevo y canela.

(8*) Técnica de las palmadas: Es un tipo de tratamiento de primeros auxilios para atragantamientos que se usaba con más frecuencia antes de las aparición de la maniobra Heimlich que recién se desarrolló en 1974.

o-o-o

"Las palabras no esperan el momento perfecto, crean sus propios momentos perfectos convirtiendo los instantes más ordinarios en segundos especiales."

Espero haber hecho especiales estos momentos dedicados a mi historia.

Gracias por leer.

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By: Sundarcy


NOTAS DE LA AUTORA:

He regresado con un nuevo capítulo. Han sido días intensos y muy ocupados para mí, pero también bastante gratificantes. Aprecio enormemente que sigan acompañándome en esta historia. Si todo sale bien, espero publicar la próxima semana.

Como ya mencioné antes, esta historia no está cargada de drama. No encontrarán enredos ni situaciones intensamente dramáticas porque ese no es el enfoque de este relato. Aquí todo se desarrolla de manera ligera, con toques de humor y un buen grado de sarcasmo, porque, al final del día, así es mi estilo. =P ¡Espero que lo disfruten!

Déjenme sus comentarios para saber que les pareció. ¡Cuídense mucho y nos leemos pronto!

Sunny =P

15/02/2025