DISCLAIMER: Los personajes de "Candy Candy" no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Misuki e Yumiko Igarashi. Realizo esta historia con fines de entretenimiento y sin ningún ánimo de lucro, sólo el ferviente deseo de liberarme de la espinita clavada en el corazón después de ver el anime y leer el manga. Por siempre seré terrytana de corazón.
DESEOS DE AÑO NUEVO © 2017 by Sundarcy is licensed under CC BY-NC-ND 4.0. Está prohibido la reproducción parcial o copia total de este trabajo.
DESEOS DE AÑO NUEVO
By: Sundarcy
o-o-o
Capítulo 21: NOCHE DE REYES (Parte 02)
Residencia Privada en East Hampton
Long Island, Nueva York
05 de enero de 1920
A menos de una hora para la medianoche, Terrence apenas podía soportar la agonía de seguir en la fiesta. Los segundos que pasaban eran una completa tortura, y su escasa paciencia se desmoronaba con cada momento que continuaba atrapado ahí.
Lleno de molestia, él presionó sus labios en una fina línea al tiempo que vagaba su mirada con poco interés por el salón abarrotado de personas. Se le estaba haciendo intolerable cada detalle: las risas demasiado altas, las conversaciones triviales, la música que parecía burlarse de su mal humor… todo. Sentía que el tiempo avanzaba con una lentitud casi cruel y que el universo conspiraba para mantenerlo atrapado en ese pesado lugar.
"¿Cómo pueden los minutos sentirse como una eternidad?"— se cuestionó, reprimiendo un pesado suspiro que amenazaba con revelar su creciente exasperación.
Él había perdido la cuenta de la infinidad de veces en que había visto el reloj, rogando para que al fin marcara las doce, momento que, según Robert, podría considerarse una hora razonable para retirarse de la velada, de modo que los anfitriones no se sintieran ofendidos.
"Paradójicamente, soy yo quien tiene más derecho a estar ofendido, por la manera agraviante en que la hija de los anfitriones no deja de observarme." — meditaba con fastidio y mordaz ironía, apretando la mandíbula mientras volvía a esquivar una vez más las insistentes miradas que le lanzaba la "Caperucita Loca" desde lejos.
La hija del anfitrión no dejaba de observarlo con una intensidad casi ofensiva, como si intentara despojarlo de cualquier atisbo de privacidad con sus ojos inquisitivos.
Por más que fingió concentrarse en la copa entre sus manos, girando el líquido con desgano, la sensación punzante de aquella mirada seguía pesándole en la nuca, algo parecido a un ardor persistente que no dejaba de molestarlo. Se negaba a mirarla de nuevo… pero la incomodidad le ganó. Alzó la vista con la inútil esperanza de que ella hubiese desistido. Error.
La "Caperucita Loca" seguía viéndolo, ladeando la cabeza con una media sonrisa inquietante, manteniendo en su rostro la expresión de alguien que disfruta de una cacería silenciosa. Su mirada chispeaba con un brillo obsesivo, intentando jugar con él del mismo modo en que un depredador juega con su presa antes de darle el golpe final.
Exasperado, Terry resopló y apartó la vista bruscamente, sintiendo cómo la irritación se trepaba por sus nervios cual lento veneno, acumulándose en su interior con una presión asfixiante. Si bien todo en esta velada le resultaba tedioso, ella lo hacía aún más intolerable.
Sin embargo, cuando sus ojos se desviaron hacia otra parte en busca de cualquier cosa menos esas pesadas miradas de la "Caperucita Loca", algo, o mejor dicho, alguien, captó su atención de inmediato: Candy, la Candy de su imaginación, esa visión nacida de sus propios delirios de demente, le ofrecía justo la distracción que tanto necesitaba.
Un atisbo de su silueta, sus rizos dorados bailando bajo la luz, un destello fugaz de ella, o solamente su simple presencia, por más imaginaria e intangible que fuera, lograba darle un respiro en medio del hastío, amortiguando su frustración que amenazaba con desbordarse. Sí… su pecosa distracción era lo único en este condenado lugar que parecía mantenerlo a flote.
Aunque, por desgracia, ni siquiera esa cálida y tenue sensación de sentirla "cerca" bastaba para disipar su deseo de marcharse. El ambiente seguía resultándole opresivo y sofocante, recordándole con cruel insistencia cuánto anhelaba escapar de aquella interminable fiesta.
Intentando pasar desapercibido en un rincón apartado del salón, Terry había encontrado un lugar donde podía refugiarse momentáneamente de las constantes felicitaciones que había estado recibiendo en la última media hora después del incidente con la Sra Rusell. Afortunadamente, aquellos pesados halagos fueron apagándose poco a poco conforme pasaron los minutos, mucho más cuando la mujer se hubo retirado de la velada por razones obvias.
"¡Quién como ella, que pudo irse de aquí!"— se lamentó, rodando sus ojos con un mohín de hastío y dando el último trago a la copa con Eggnog que tenía en la mano.
Fiel a su papel de chaperón, Robert no se había separado de su lado, siendo el único que lo acompañaba en aquel rincón, interponiéndose con elegante discreción entre el joven actor y los demás invitados para evitar que lo atosigaran con más atenciones no deseadas.
—Bueno, Terry, hay que admitir que esta velada ha sido todo menos aburrida. — habló el director con un tono que intentaba aligerar el ambiente. —No sólo has deslumbrado a todos con tu magnífica actuación, sino que, como si eso no fuera suficiente, también te consagraste como el héroe de las mujeres en apuros. Lo has hecho muy bien, amigo mío. En verdad, le salvaste la vida a esa dama.
Terrence frunció el ceño con su frustración reflejándose en la dureza de su mirada.
—Considerando que en parte fui responsable de que casi se asfixiara, no me siento muy héroe que digamos.— argumentó el castaño con voz áspera y repleta de fastidio.
Dejando la copa vacía que tenía en la mano sobre una de las bandejas libres con las que iban recogiendo copas unos empleados, se cruzó de brazos, algo desilusionado. Se encontraba en un estado de ánimo deplorable, sintiéndose atrapado en una nube negra que pendía sobre su cabeza, y ahogándose bajo el peso de una atención que jamás había buscado. Nada había salido como lo planeó, en vez de aprovechar la noche para sus fines, es decir: acabar con la vulgar farsa de una boda que él jamás aceptó. Su oportunidad lo terminó convirtiendo en el centro de miradas e interminables elogios que creía no merecer y que, sinceramente, le resultaban insoportables.
Suspiró, pasándose una mano por el cabello en un intento inútil de disipar su molestia. Entonces, con un atisbo de culpa, dirigió la mirada a su director.
—Lo siento mucho, Robert. Me doy cuenta de que no he sido la mejor compañía esta noche. — se disculpó el joven finalmente con un tono más suave.
Distraídamente, sus ojos se posaron en Melanie Hathaway, quien conversaba animadamente a poca distancia, y de pronto, una brillante idea cruzó por su mente.
—¿Por qué no sacas a bailar a tu esposa? — le ofreció al hombre mayor, esbozando una leve sonrisa. —Te lo mereces. No es necesario que me estés acompañando todo el tiempo, yo estaré bien.
El director enarcó una ceja, adquiriendo una expresión entre interesada y algo recelosa, inclinándose un poco hacia él para susurrar:
—Prométeme que permanecerás a la vista de todos, así puedo estar seguro de que ninguna de esas brujas te aborde mientras bailo unas piezas con Melanie en la pista de baile.
El castaño a las justas pudo reprimir una mueca por el comentario. De todas formas, aunque exagerado, él reconocía que Robert no estaba del todo equivocado. Asintiendo con la cabeza, accedió a las indicaciones de su director para que el buen hombre finalmente pudiera divertirse un poco en la velada.
Cuando vio a Robert tomar a Melanie de la mano y guiarla a la pista de baile, Terrence no pudo apartar la mirada de ellos. Los suaves acordes de un vals familiar comenzaron a llenar el salón, y con ellos, un aire de nostalgia envolvió al joven actor en un manto invisible. La pareja se movía con una gracia natural, girando lentamente bajo la cálida luz de las lámparas, como si el mundo entero se hubiera detenido solamente para ellos.
Algo profundo se agitó en su interior, en una marea que no podía contener. Casi por instinto, sus ojos azul mar buscaron a la Candy de su imaginación a su costado. Ahí estaba ella, mirándolo con ojos humedecidos que parecían reflejar el mismo anhelo que lo invadía a él también. Ambos reconocieron la melodía al instante: era su vals, el primero que compartieron juntos.
El joven actor se perdió en aquellas lagunas esmeralda que habían cautivado su alma durante años, y sin quererlo, sus pensamientos lo transportaron a otro momento, lo que parecía una vida que nunca pudo ser. En su mente, ya no era Robert quien sostenía a Melanie, sino más bien era él quien estaba en el centro de la pista con Candy entre sus brazos. Su cabello dorado brillaba bajo las luces, y esa sonrisa suya, tan hechizante, lo tenía bajo su completo dominio.
Incluso podía sentir su calor, el roce ligero de su mano sobre su hombro, y el ritmo sincronizado de sus cuerpos moviéndose como si fueran uno solo. Giraban en perfecta armonía, aislados del mundo, donde nada ni nadie pudiera alcanzarlos. La risa suave de Candy resonó en su interior, sintiéndose tan real que juraría estar escuchándola de verdad, envolviéndolo en una melodía que pertenecía solamente a ellos.
Sin embargo, la ilusión se desvaneció demasiado rápido.
La realidad lo golpeó con fuerza cuando las últimas notas del vals se extinguieron en el salón, dejándolo con un vacío cruel y abrumador. La música cambió, pero a él ya no le importó. Un nudo se había formado en su garganta cuando una amarga verdad lo asfixió sin piedad: Nada de eso era real. Aquella Candy, que en este instante lo estaba mirando con ternura infinita, no existía, no estaba ahí, nunca lo había estado. Ella sólo era un espejismo, un eco de su propia añoranza, una imagen persistente que su mente atormentada invocaba con la precisión de un artista desesperado por revivir su obra maestra perdida.
Su pecho se contrajo con ese dolor familiar, ese que había aprendido a soportar con el tiempo, pero que jamás desaparecía del todo. ¡Qué ironía más cruel! Anhelar a alguien con cada fibra de tu ser, sólo para saber que nunca sería tuya… entender que quizás nunca lo fue realmente.
Ahí fue cuando un pensamiento intruso lo golpeó con brutalidad: ¿Qué estaría haciendo la verdadera Candy en ese momento?
¿Estaría en algún baile? ¿En los brazos de otro hombre? ¿Riéndose con él, mirándolo con esos mismos ojos llenos de dulzura que Terry había amado hasta la locura? ¡Literalmente!
De sólo imaginarlo fue como sentir una daga de hielo atravesándole el pecho, y aunque intentó desterrar esas ideas de su cabeza, las imágenes aparecieron ante sus ojos más vívidas que nunca. Ella sonriendo… Ella bailando… ella perdiéndose en la mirada de otro…
Cerró los ojos con fuerza, tratando de sofocar el torbellino de pensamientos que amenazaba con consumirlo. Era absurdo, lo sabía. ¿Qué ganaba con torturarse de esa manera?
No obstante, lo peor no era el pensamiento en sí. Lo más duro era esta sensación sofocante, este delirio de verla junto a él cuando no era real. Porque aunque su razón le repetía una y otra vez que la Candy de sus alucinaciones no existía, su obstinado corazón se negaba a aceptar esa simple verdad. Él seguía buscándola en cada rincón siempre que desviaba la mirada, en cada acorde de una melodía que ya no le pertenecía. Únicamente aferrándose a una sombra que no era más que el eco de lo que alguna vez fue, una evocación de su demencia.
Fue en ese preciso instante cuando el peso de su tormento se hizo insostenible. Las risas, la música, los murmullos a su alrededor… todo se volvió tan asfixiante que él ya no podía resistirlo más. Necesitaba escapar, aunque fuera por un momento, de las sombras que lo perseguían y del dolor que lo consumía.
Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia la terraza, sintiendo cómo el aire frío de la noche lo llamaba con la promesa de un respiro, un mísero resquicio de paz antes de que la nostalgia lo destrozara totalmente.
Preocupada, Candy lo siguió, incapaz de ignorar el abismo que había vislumbrado en los ojos de Terry. Al principio, todo estaba bien, y él la había observado con una ternura que le había llenado el alma de un calor reconfortante. Mientras la melodía del viejo vals envolvía el salón, sus miradas se habían encontrado en un instante de mutuo entendimiento, compartiendo un recuerdo tan vivo en ellos que era como si casi pudieran revivirlo. Fue un momento efímero, pero tan intenso que lo hizo aún más especial. A pesar de ello, cuando la última nota se extinguió en el aire, algo cambió.
Aquel brillo de alegría en los ojos azul verdoso de Terry se desvaneció como una vela apagada por el viento, dejando tras de sí un mar turbio y oscuro. En cuestión de segundos, la mirada de él se volvió tormentosa, reflejando un dolor tan profundo que la joven sintió que se le rompía el corazón. Hubo un momento en el que pareció estar debatiéndose consigo mismo, para que luego, sin previo aviso, él se girara y saliera del salón con una rapidez que la dejó desconcertada.
Tardando sólo un instante en reaccionar, Candy supo que debía actuar. No podía ignorarlo, algo dentro de ella le gritaba que debía ayudarlo, y que no podía dejarlo hundirse en aquella soledad abrumadora. Sin dudarlo, fue así cómo terminó yendo tras de él, a la par que era también arrastrada por aquella fuerza que la mantenía unida a él.
Sin que ninguno de los dos lo advirtiera, tres pares de miradas sigilosas habían seguido cada uno de los movimientos de Terrence antes de que se desvaneciera por la puerta del salón. Quizás lo que ocurriría después cambiaría el rumbo de la noche y, sin saberlo, Terry acababa de poner en marcha algo inevitable…
TyC TyC TyC TyC TyC
El castaño avanzó decididamente hacia el exterior, sin importarle el frío que le golpeó el rostro en cuanto cruzó la puerta. Una ligera nieve caía en copos suaves y etéreos, cubriendo el suelo con una fina manta blanca que absorbía todo sonido. La helada brisa le rozó las mejillas como un susurro gélido, siendo un contraste abrupto con aquella sensación sofocante del interior. No obstante, fue lo suficiente fuerte para arrancarlo, aunque fuera por un instante, de aquella tensión en su pecho.
Sus pasos lo guiaron de forma automática a lo largo de un sendero de piedra tenuemente iluminado, en donde un pequeño gazebo lo esperaba al final del camino, separado de la terraza y por ende del salón a muchos más metros de distancia. La estructura circular de madera, cubierta por un techo que lo protegía de la nieve, le ofrecía un refugio silencioso en medio de la noche. Allí, lejos del bullicio del salón y de las miradas persistentes, finalmente pudo sentirse solo con sus propios pensamientos.
Dejándose caer en una de las bancas que ahí había, él exhaló un pesado suspiro. Contempló en silencio cómo los copos descendían con una cadencia hipnótica, danzando en el aire antes de fundirse con la nieve levemente acumulada en el suelo. Por primera vez desde que había entrado a esa maldita fiesta, sintió un atisbo de calma. Pero, incluso en esa quietud, su tormenta interior seguía rugiendo.
—¿Estás bien, Terry?
La voz de Candy a su costado lo sacó de su ensimismamiento. Desviando sus ojos a su pecosa, notó que ella lo observaba con la misma calidez que él siempre había encontrado reconfortante, esa ternura genuina que, sin importar cuánto lo intentara, nunca había logrado olvidar. Ella parecía estar esperando pacientemente por una respuesta que él no sabía si podía darle.
Sosteniéndole la mirada por un momento, Terry esbozó una sonrisa débil, sin verdadero humor.
—Estoy bien. Sólo estoy aquí, filosofando sobre la vida… mi vida.
La rubia lo miró con incredulidad, abriendo los labios como si fuera a responder, para luego cerrarlos al percatarse que él no parecía dispuesto a profundizar más el tema. Aún así, la chispa curiosa en su mirada no se apagó.
—¡Qué idea tan brillante, Terry! Sólo tú serías tan perspicaz como para venir a filosofar al exterior mientras está nevando. ¿Quieres que también te traigan una taza de té y una manta mientras te congelas aquí afuera?
El apuesto joven dejó escapar una risa suave, sacudiendo la cabeza con un aire de divertida resignación.
—No sería mala idea, aunque en tu compañía, el té es opcional.
La joven pecosa rodó los ojos, pero su sonrisa traicionó cualquier intento de fingir seriedad. Una fresca y espontánea carcajada salió de sus labios, y por un instante, la distancia invisible que Terry había intentado poner entre ambos desapareció, como si incluso el frío de la noche cediera ante esa complicidad que siempre los envolvía.
El castaño suspiró, dejando caer la mirada hacia la punta de sus zapatos. Sus palabras emergieron en un tono más bajo, apenas descubriéndolas mientras las decía.
—Tenía que salir de ahí. Mi tolerancia social caducó hace tiempo. — confesó finalmente con una media sonrisa que no llegó a sus ojos. —Sigo siendo el mismo antisocial de siempre, Pecas.
Alzó la vista al cielo, viendo en silencio la nieve danzar sobre ellos. Había algo en la forma en que las sombras se filtraban entre los copos, en la quietud de la noche que lo hacía sentirse atrapado entre el pasado y el presente. Quiso encontrar las palabras exactas para describir la maraña de emociones que lo invadía… pero no las halló. Aunque, tampoco hizo falta, pues su pecosa no lo presionó a explicarlo, se limitó a acompañarlo en su pausa, dejando que el silencio hablara por ellos.
La nieve caía con una gracia casi mágica, cubriendo el paisaje en una blancura apacible. A lo lejos, las luces del salón se reflejaban en la superficie inmóvil de una laguna artificial casi congelada, devolviendo destellos plateados como si fuera un espejo encantado. Todo quedaba suspendido en el tiempo, atrapado en un instante de perfecta quietud.
Candy se acercó un poco más a Terry, con una sonrisa que llevaba en su comisura un toque de picardía. Un pequeño hoyuelo apareció en su mejilla izquierda cuando habló con fingida solemnidad:
—Sabes… no todos los días se puede presenciar algo tan bello. Quizás filosofar aquí no sea tan mala idea, después de todo.
Terrence la miró de reojo y, esta vez, su sonrisa fue más genuina, despojada de cualquier ironía.
—Te lo dije. La filosofía y la belleza son mejores bajo la nieve… aunque sigo esperando ese té que me prometiste.
Ambos rieron, y en ese momento, parecía que el mundo entero podía esperar.
Dejándose llevar por esa inesperada calma, la joven pecosa terminó sentándose a su lado en la banca de madera. Se abrazó a sí misma, no porque sintiera frío, sino porque la serenidad del momento le resultaba extrañamente envolvente. Sus ojos verdes vagaron por el cielo y luego descendieron al manto níveo que cubría el suelo con una perfección inmaculada en contraste con el brillo de la laguna que se veía a lo lejos.
"Es demasiado preciosa." — pensaba maravillada, refiriéndose a la pureza de la escena.
Tan inexplicable como inesperado, esas mismas palabras parecieron haber llegado a los oídos de Terrence.
—Sí, demasiado preciosa. — pronunció él en un susurro.
No era lo que dijo... era cómo lo dijo. Había algo en su voz, un peso emocional que lo hacía sonar más vulnerable de lo habitual. Candy parpadeó y giró la cabeza hacia él, como si su instinto le advirtiera de algo, por más que no estaba preparada para lo que encontró.
Los ojos de Terry, aquellos profundos zafiros con destellos verdosos, no estaban mirando el paisaje… estaban mirándola a ella. Y no con su burlona ironía de siempre, ni con la despreocupación característica de su actitud desenfadada. No. Había una intensidad arrebatadora en su mirada, algo tan fuerte e indescriptible que le robó el aliento. Una mezcla de admiración, nostalgia… y algo más… algo que parecía imposible de poner en palabras.
El corazón de Candy se saltó varios latidos, y un calor peculiar se extendió por su pecho con una fuerza que la agitó. La intensidad en la mirada de Terry era demasiado, un torrente silencioso que amenazaba con arrastrarla a un mar de emociones desconocidas. Incapaz de sostener el contacto visual por más tiempo, bajó la vista, fingiendo un repentino interés en la nieve. Pero la sensación persistía, ardiendo en su piel como un eco de algo que aún no lograba comprender del todo.
Aún perdido en la contemplación de su pecosa, el joven actor estaba lejos de percatarse de la nueva presencia que emergía en la entrada del gazebo, lista para irrumpir en su frágil momento de calma.
Margaret Richardson, la mujer que no le había quitado los ojos de encima desde que llegó, se acercaba con pasos seguros, su vestido ondeando levemente con la brisa helada. La irritación que había sentido durante la noche por no haber captado la atención del guapísimo actor estaba a punto de encontrar un desahogo.
Desde el inicio de la fiesta, nada había salido como ella esperaba. Quiso acercarse a él en varias ocasiones, sin embargo, cada vez que lo intentaba, la vigilancia implacable de Robert Hathaway, el director de la compañía de teatro Stratford, era el obstáculo que más se le interponía. Después del altercado con la señora Russell hace más de treinta minutos, Robert no se había apartado del lado de Terrence ni un sólo momento, frustrando cada intento de Margaret por abordarlo.
Por un tiempo, temió que su velada estaba destinada al fracaso. Hasta que su humor se animó cuando notó cómo el director se separó finalmente de Terrence para irse a bailar con su esposa. Con Robert ocupado, la joven sabía que esta podría ser su única oportunidad. Comenzó a seguir al objeto de su fascinación entre la multitud, perdiéndolo de vista en cuanto hubo salido por la puerta hacia la terraza.
Dejó pasar unos minutos para no generar sospechas, y con una sonrisa ensayada, ofreció ambiguas excusas para separarse del grupo en el que estaba. En su camino, decidió llevar consigo dos copas con vino que uno de los meseros iba repartiendo a los invitados, un gesto pensado para darle una excusa casual con la que acercarse.
Cuando por fin salió al exterior, se encontró con la terraza completamente vacía. Miró a su alrededor, girando sobre sus talones y buscando a su presa, pero no había ningún rastro de él. Frustrada, estuvo a punto de soltar un gruñido y arrojar las dos copas que traía en las manos al suelo, cuando una sombra fugaz en el gazebo, apenas iluminada por los faroles del jardín, captó su atención a lo lejos.
"¡El gazebo, claro!" — pensó, sonriendo como un gato que acaba de atrapar a un ratón.
Comenzando a guiar sus pasos por el camino de concreto con ese destino fijo, sintió cómo el viento helado de la noche y la tenue nieve chocó contra su piel descubierta por su vestido, dándole un escalofrío en la espalda. A pesar de ello, eso no la detuvo en su empeño, no después de haber esperado toda la noche por este momento. Cuando llegó a su destino, solamente pudo escuchar las últimas palabras de Terry antes de irrumpir con dramatismo calculado.
—No eres el primer hombre que me llama preciosa, pero se agradece el buen gusto. — declaró Margaret con un aire de superioridad, enfatizando cada palabra con descaro y tono afectado, rompiendo la burbuja de calma dentro del gazebo.
Al reconocer esa voz, Terrence se puso de pie abruptamente, el cambio en su postura evidenciando su sorpresa y su incomodidad. Por su parte, Candy también hizo lo mismo y se levantó de la banca, aunque la Srta. Richardson no podía verla.
La tenue luz dificultaba distinguir las expresiones con claridad, por lo que eso impidió que el ceño fruncido de Terry se manifestara en la rigidez de su apuesto rostro. Ajena o indiferente a su reacción, Margaret continuó avanzando con paso seguro hacia él, y con una sonrisa en sus labios rebosante de autoconfianza.
—Estoy tan feliz… y estoy segura de que tú también, ahora que finalmente tenemos este momento a solas.
Terry respiró profundamente, obligándose a mantener la calma. En lo que contaba mentalmente hasta cinco para responder, su pausa fue interpretada por la mujer como una invitación, y ella acortó aún más la distancia entre ellos.
—Supongo que no desapruebas mi presencia. — susurró con falsa modestia, moviendo la cabeza a un lado con una sonrisa que pretendía ser seductora.
La audacia de sus palabras terminó de encender la impaciencia ya mermada del actor, devolviéndole completamente el ánimo de hablar:
—Incluso este lugar tranquilo deja de serlo con usted rondando, ¿no es verdad? — murmuró él con una irritación apenas contenida.
Decidida a no amedrentarse, la mujer ignoró deliberadamente el tono ácido de su voz. Con un movimiento elegante, levantó una de las copas con vino que traía consigo y la ofreció con estudiada gracia.
—¿Una copa? —propuso con una sonrisa que insinuaba que no aceptaría un "no" por respuesta.
Terrence ni siquiera se molestó en mirar la copa que se le ofrecía antes de replicar secamente:
—No me apetece.
El gesto seguro de Margaret titubeó por una fracción de segundo. Su sonrisa se congeló, y un destello de incredulidad cruzó sus ojos antes de que recuperara la compostura. Lentamente, bajó la copa, fingiendo que el rechazo no la afectaba.
—Es la primera vez que un hombre me rechaza una copa —comentó con aire petulante, intentando recuperar el control de la conversación.
Arqueando un ceja, la expresión de Terry se transformó en una máscara de estudiada indiferencia. Con un encogimiento de hombros, desestimó el comentario con su usual despreocupación.
—Siempre hay una primera vez para todo, señorita. — replicó con ironía, alargando deliberadamente el apelativo con un deje de burla.
La mujer frunció los labios en un leve puchero, intentando recuperar su coquetería inicial.
—Dejemos de lado tanta formalidad, ¿quieres? — musitó con una forzada dulzura que esperaba lo haría caer.
Sin embargo, el joven actor no mordió el anzuelo, al contrario, sus ojos fríos se hicieron todavía más severos y no mostraron más que impaciencia. Ofuscada por esa reacción, ella volvió a acercarse con pasos deliberados, desafiando la barrera invisible que él intentaba mantener entre ambos. Su perfume, denso y envolvente, flotó en el aire como un recordatorio molesto de su insistencia.
—¿Puedes dejar de fingir? — inquirió ella con un atisbo de irritación en su tono. —¿Por qué no aceptas que has estado esperando toda la noche para tener un momento a solas conmigo?
"¿En serio?"— se cuestionó Terrence, ahora incrédulo, con su acostumbrado sarcasmo encendiéndose automáticamente en sus pensamientos. —"¿A qué rayos se refiere esta mujer?"
En toda la noche, él había hecho todo lo posible para que ni siquiera sus miradas se cruzaran. Era el colmo que ahora cuando por fin había encontrado algo de paz en un momento a solas con la Candy de su imaginación, viniera esta odiosa mujer a irrumpir su tranquilidad con aquella descabellada afirmación.
Reprimiendo un suspiro de exasperación, él intentó alejarse de ella, retrocediendo varios pasos. Sin embargo, en su intento de ganar distancia, su espalda chocó contra el cerco de madera que rodeaba el gazebo. El fastidio le recorrió la columna con un escalofrío y sus dientes rechinaron involuntariamente. ¡Diablos, ahora estaba acorralado!
Margaret lo miró con una sonrisa confiada, parecía que el movimiento de él le había dado una ventaja que le resultaba divertida.
—¿Me tienes miedo, Terrence? — preguntó con tono provocador y sus ojos chispeando con malicia.
—No puede ser posible… — repuso él, sin molestarse en ocultar su profundo hastío.
Sus ojos adquirieron su característica chispa insolente y le lanzó a la molestosa esa, una sonrisa cínica.
—¿Tenerle miedo a usted? ¡Por favor! — exclamó con incredulidad y burla, como si la mera noción le resultara totalmente absurda.
Sin perder más tiempo, su mirada recorrió el gazebo en busca de una escapatoria. Finalmente, encontró una, pero apenas estaba empezando a caminar hacia ahí para irse cuando Margaret, quizás leyéndole la mente, se deslizó con agilidad y se posicionó justo frente a la única vía de escape. El joven actor reprimió una maldición para sus adentros.
—Admítelo, Terrence — insistió ella con una satisfacción que resultaba exasperante. —Temes caer en esto.
Ella hizo un ademán dramático, señalando el espacio entre ambos como si fuera algo tangible, algo inevitable. Terry la observó con una mezcla de incredulidad e indignación, preguntándose seriamente si aquella mujer tenía la más mínima noción de lo patético de su propio espectáculo. Soltando una risa seca, él se cruzó de brazos y arqueó una ceja para verla directamente a los ojos con evidente desdén. Su paciencia estaba al borde del colapso y sólo pendía de un hilo.
—¡Vaya, esto sí que es un descubrimiento! Siempre pensé que la desvergüenza y la capacidad de autoengaño tenían algún tipo de límite, pero usted demuestra que son infinitas. Debe haber dedicado años de práctica para perfeccionar esa habilidad de construir realidades alternas a su conveniencia.
Terrence alzó sus cejas, dando enfásis al sarcasmo de sus palabras que de lejos denotaba su burla, y tamborileando sus dedos contra su propio brazo con impaciencia.
—Francamente, es todo un logro: combinar terquedad e imaginación en un solo delirio. ¿Siempre es así de creativa en su falta de sentido común o hoy ha decidido superarse?
Por un instante, Margaret pareció quedarse sin palabras, y si bien su máscara de seguridad se resquebrajó levemente, se recompuso con rapidez, curvando sus labios en una sonrisa que pretendía ser cautivadora, pero que para el castaño no era más que otra provocación fastidiosa.
—No puedes resistir esta atracción que nos une desde que nos conocimos. Hay fuego chispeando entre nosotros, Terrence. ¿No sientes la electricidad que nos rodea? Yo la siento y sé que tú también. Me deseas tanto como yo te deseo a ti.
La ridiculez de la situación se hacía cada vez más insoportable para él. El joven actor sintió un estremecimiento de repulsión y su mandíbula se tensó, reprimiendo las ganas de dar por terminada la conversación de la forma menos diplomática posible. Ya no podía aguantar más tiempo en presencia de aquella señorita. Finalmente, dejó escapar un suspiro lento mientras su tono adquiría un filo cortante.
—Hágase a un lado. No quiero emplear la fuerza, pero si insiste, no me dejará otra opción. ¡Hágase a un lado!
Aquella amenaza fue suficiente para que, por primera vez, Margaret pareciera sentirse herida, aunque trató de disimularlo con una mirada altiva, alejándose de él.
—¿Por qué me estás rechazando? —preguntó con desconcierto y su orgullo notablemente magullado. —¿Acaso no me has visto?
Terry resopló, sonriendo burlonamente antes de recorrerla con la mirada de arriba a abajo, sin el menor rastro de interés.
—No estoy interesado. — contestó fríamente.
La respuesta le cayó de golpe, haciendo que Margaret parpadeara contrariada. De todas formas, no se quedó callada por mucho tiempo, pues su obstinación no le permitiría rendirse tan fácilmente. Su rostro se endureció y su tono cambió a un matiz más venenoso.
—¿Es por esa prometida que tienes? — espetó con desprecio, alzando la barbilla. —Ella tendrá que entender cuando no quieras quedarte a su lado. Debe aceptar que un hombre como tú, nunca podrá conformarse con alguien como ella.
Ignorada por la mujer, pero no por Terrence, Candy observaba la escena frente a ella con los labios entreabiertos, incapaz de articular palabra. Todo aquello era desconcertante, incómodo y… absurdo. ¿De verdad estaba ocurriendo?... Y si estaba pasando... ¿qué clase de situación era esta?
Ella se sentía como si estuviera viendo un accidente en cámara lenta, demasiado inverosímil para creértelo siquiera. Antes de que pudiera digerir lo que miraba, otra voz tronó en el gazebo.
—¡No te atrevas a acercarte ni un centímetro más a mi prometido!
El grito de Susana rasgó el aire como un latigazo, precedido por el sonido de su silla de ruedas, que ella misma dirigía, avanzando con ímpetu propio y tal determinación que bien podría haber intimidado a un ejército entero. Sus ojos ardían con furia al tiempo que escrutaba a Margaret con desprecio, para después ver a Terrence con un brillo posesivo y exigente a la vez.
Por su parte, él sintió cómo la incomodidad se apretaba en su pecho. Si ya estaba harto de la Srta. Richardson, ahora la llegada de Susana convertía el desastre en una pesadilla. Sus labios se torcieron en una mueca tensa, calculando mentalmente cuántos pasos necesitaría para escapar de ahí sin ser arrastrado al huracán que ya empezaba a formarse.
—¡Miren quién llegó! — canturreó Margaret con una sonrisa mordaz, inclinando su cabeza a un lado con fingida sorpresa.
—¡Aléjate de él, desgraciada! — rugió Susana con el rostro encendido de ira.
—Yo me quedo donde me plazca.
La Srta. Richardson avanzó con deliberada lentitud hacia Terry, deseando que su sola cercanía pudiera reafirmar su punto. Sin embargo, él se alejó instintivamente, dando un par de pasos atrás con visible fastidio. No estaba dispuesto a jugar su juego ni a darle el gusto de una reacción más fuerte. Ella ignoró por completo las acciones de él y continuó con su tono imperioso.
—Te recuerdo que estás en mi casa y, si quisiera, podría echarte a la calle en este mismo instante.
Aunque el veneno en sus palabras era evidente y Susana parecía a punto de explotar, ella no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Apretando el borde de su silla de ruedas con fuerza, la Srta. Marlowe no dejó pasar la oportunidad de contraatacar:
—¿Con qué derecho vienes aquí, acechando a mi prometido como una vulgar mujerzuela?
Margaret enarcó las cejas con teatral indignación y le gritó sumamente ofendida:
—¿Mujerzuela? ¿Me llamas mujerzuela? ¿Cómo te atreves?
—¿Cómo más puedo llamar a una mujer que busca hombres ajenos?
—Por favor, querida, no proyectes tus inseguridades en mí. — replicó con falsa dulzura, mirándola de arriba a abajo con menosprecio. —¡No tienes derecho a cuestionarme! Lo que Terrence y yo compartimos es privado… entre amigos. — remarcó las últimas palabras con una sonrisa que no hizo más que irritar a Susana.
Por otro lado, Terry la observó lleno de consternación, como si acabara de declarar la mayor estupidez de la vida. ¿De qué diablos hablaba esta mujer? ¿Cómo se supone que debía responder a semejante disparate?
—¿Amigos? ¿Así lo llamas? — gritó Susana con su furia ardiendo en cada sílaba.
—Amigos íntimos y mucho más. — la mujer Richardson volvió a levantar su mentón a la defensiva.
—¿De qué demonios habla? — intervino Terrence ahí, reuniendo la poca paciencia que le quedaba. —¡Esto es ridículo!
Temiendo que en breve, otros invitados oirían sus bramidos y todos quedarían expuestos, endureció su voz, decidido a dar por terminado tremenda rencilla.
—¡Ambas deben irse de inmediato! ¡Ahora!
Se puso más lívido al notar que sus palabras parecieran haber sido aire, porque las dos mujeres siguieron discutiendo sin prestar atención a sus intentos de acabar esta bochornosa escena.
Con toda la intención de molestar a la rubia, Margaret avanzó hacia él, y Susana, en un arranque de desesperación, estiró el brazo y la sujetó de las manos con más fuerza de la que parecía capaz. El tirón fue tan brusco que las copas con vino que la Srta. Richardson llevaba en las manos se le cayeron al suelo, estrellándose con un estruendo que hizo que todos se quedaran en silencio por un segundo.
El líquido rojo se esparció cual reguero de sangre, empapando los elegantes guantes de Margaret, quien reaccionó como si le hubieran derramado ácido.
—¡Estúpida! — chilló la mujer, levantando las manos con dramatismo. —¿Tienes idea de cuánto valen estos guantes? ¡Cuestan más que todo lo que tienes en tu miserable vida!
Lejos de intimidarse, Susana solamente le dedicó una sonrisa agria y mordaz.
—Entonces, agradece que fueron tus guantes y no tu vestido. ¡Arrastrada!
La escena había alcanzado un nivel de ridiculez digno de una comedia de teatro mal escrita y peor actuada. Sin embargo, Terrence estaba lejos de encontrar la situación graciosa. Miró el desastre frente a él, cerró los ojos y respiró hondo, buscando fuerzas en el universo.
"¿Qué he hecho para merecer esto?" — se lamentó internamente, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su cabeza. Fastidiado era poco para describir su estado de ánimo; en ese momento, lo único que deseaba era que ambas mujeres se evaporaran. ¡Literalmente!
No obstante, los gritos ensordecedores de Susana y Margaret no se lo ponían fácil. De hecho, parecían competir la una contra la otra para ver quién lograba perforarle los tímpanos primero. La Srta. Richardson no dejó pasar la oportunidad de lanzar un nuevo ataque verbal, repleto con todo el veneno que podía reunir.
—¡Mírate! No puedes compararte conmigo. Se nota de lejos que él es muy infeliz contigo, hasta un retrasado mental podría darse cuenta. ¿Por qué sigues engañándote, ilusa?
—¡La ilusa eres tú, víbora! ¡Este hombre es mi prometido!
Los ojos azules de Susana tenían un brillo desesperado, prácticamente parecían gritarle a la otra mujer que Terry era de su propiedad. Era casi como si esperara que con suficiente insistencia, él se convertiría en el caballero devoto que ella siempre imaginaba.
Apretando los puños, Terrence frunció el ceño hacia las dos mujeres con el pecho lleno de indignación. Aquel absurdo intercambio era verdaderamente asfixiante. Una guerra de egos en la que él, sin pedirlo, había sido reducido a un trofeo en disputa. Finalmente, incapaz de soportarlo más, alzó su voz con una furia que vibró en el aire, buscando imponerse sobre la cacofonía.
—¿Puedo hablar con respecto a esto?
Por primera vez, algo milagroso ocurrió, ambas mujeres parecieron ponerse de acuerdo, aunque fuera por unos momentos. Dejaron de fulminarse con la mirada para girarse simultáneamente hacia él y gritarle al unísono:
—¡No!
En un parpadeo, retomaron su duelo de miradas, volviendo a verse con la intensidad de dos leonas atrapadas en la misma jaula, listas para lanzarse el zarpazo definitivo en cualquier minuto. Esto oficialmente había dejado de ser una discusión para convertirse en una farsa.
¿Acaso estaban en un circo? Sin duda, eso parecía. ¿Cómo podía darse semejante espectáculo en una fiesta de "este nivel"? La absurda ironía lo hacía casi risible, si no fuera porque él estaba atrapado en el centro de la escena.
"¿Qué les pasa a estas mujeres? ¿Están locas o qué?"— pensó él, sintiendo la presión en su pecho a punto de hacerlo estallar. Pero, como si una voz interna respondiera, también le añadió: —"Bueno, más locas que tú no están, eso seguro."
Instintivamente, giró la cabeza hacia Candy, que observaba la escena con incomodidad y gran desconcierto. Ella no tenía que decir nada, su mirada bastaba para expresar lo fuera de lugar que sentía. Y lo peor fue que en esos verdes ojos se reflejaba una pregunta que lo atravesó como un dardo: "¿Qué significa esto, Terry?"
Esa fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de Terrence. Que lo tomaran por objeto de una absurda disputa era humillante, pero que lo hicieran frente a Candy, por más producto de su demencia que fuera, eso no lo iba aceptar.
—¡Basta ya! — bramó con una ira que finalmente se desbordó. —¿Qué tengo que decir o hacer para convencerlas de que no deseo estar en compañía de ninguna de las dos?
Pero sus palabras fueron como un eco en el vacío. Sin que les importara, las mujeres siguieron sin prestarle atención, continuando su discusión y finalmente ocasionando que su paciencia terminara por romperse.
—¡Se acabó! ¡Por mí, váyanse al diablo las dos!
Esa declaración sí captó la atención de ambas. Susana y Margaret giraron hacia él con expresiones marcadas por la confusión y una súbita desolación. Sin embargo, lejos de retroceder, ambas avanzaron a él, empeñadas en cerrar la distancia y resolver quién se llevaría la victoria.
Otra vez chocando contra el cerco de madera del gazebo en su intento de impedir que aquellas mujeres se le siguieran acercando e invadieran su espacio personal, Terrence se sintió nuevamente acorralado. Ahora en verdad sentía que se había vuelto un juguete para estas mujeres.
—¡Es culpa de ella, Terry! — gimió la Marlowe con lágrimas en los ojos, queriendo que él se pusiera de su lado y la consolara.
—¿Mi culpa? ¡Tú viniste a arruinar nuestro momento a solas! — respondió Margaret, cada una de sus palabras siendo un latigazo de rabia.
Al verse la una a la otra con todo el odio del que eran capaces, fue inevitable que los insultos volvieron a cruzar como dagas.
—¡Víbora!
—¡Estúpida!
La cortante voz de Robert Hathaway resonó en la oscuridad, acabando la discusión.
—¿Qué demonios están haciendo, mujeres?
El director se acercó y agarró a cada una de las señoritas por un brazo, mirando a una y a la otra con desdén.
—Las escoltaré personalmente a las dos al salón en este momento y entrarán ahí como si fueran las mejores amigas que salieron a tomar un poco de aire... juntas. ¿Quedó claro?
Ante su enojo y la implacable autoridad del normalmente calmado Robert Hathaway, ambas damas asintieron a regañadientes. Inmediatamente, el director de la compañía Stratford casi empujó a la señorita Richardson con brusquedad y comenzó a guiar la silla de ruedas de Susana hacia la casa por el camino de concreto que guiaba a la terraza. Los tres avanzaron en un incómodo silencio, las dos mujeres estaban una junto a la otra, con el aire entre ellas ardiendo bajo las llamas de su enojo.
Al verlas al fin lejos del gazebo, Terry pudo liberar un suspiro tan profundo que parecía liberar todo el peso que había sostenido durante el altercado.
"¡Gracias, Robert!" — se decía lleno de alivio, creyendo que incluso podría abrazar a su director de tanto agradecimiento que sentía.
—¿Qué fue todo eso, Terry? — preguntó Candy, rompiendo el silencio, una vez que las figuras de las mujeres y Robert se habían desvanecido en la distancia.
Él volvió a exhalar pesadamente para poder responder, intentando aún digerir el sinsentido de la escena.
—Esa fue la peor función de locas que he visto en vida.
—No lo entiendo… — titubeó ella, frunciendo el ceño, todavía muy desconcertada.
—¡Yo menos! — se excusó, parpadeando con perplejidad, queriendo sacar esa ridícula escena de su mente. —Ese par de mujeres de verdad están mal de la cabeza.
Candy entrecerró los ojos con un brillo peculiar en su mirada, había un atisbo de curiosidad, pero también otra emoción menos inocente que no se molestó en ocultar del todo.
—¿Siempre te pasa esto cuando vas a alguna fiesta?
Aquella pregunta parecía esconder un fuego que Terry no pasó por alto.
—Nunca a este nivel — contestó, llevándose una mano a la nuca y suspirando con fastidio. —Esas mujeres no tienen ni una pizca de prudencia. Nunca imaginé vivir algo así en un lugar como este.
Ella apretó los labios, mientras su mente hilaba las palabras que había escuchado de Robert en el salón casi una hora antes.
—¿A eso se refería Robert Hathaway cuando hablaba de "propuestas"? ¿Es eso lo que no querías decirme?
La incomodidad de Terry fue tan evidente que ni siquiera necesitó abrir la boca. Su expresión lo traicionó antes de que pudiera pensar en una respuesta, y Candy captó el mensaje al instante. No hacían falta palabras cuando la verdad se leía con tanta claridad en su rostro. Y, para ser sincera, eso la irritó aún más.
—Eso te ayuda mucho con tu arrogancia, ¿verdad? —espetó ella, cruzándose de brazos. Su tono era firme, aunque había un tinte de celos que no logró disimular.
El joven actor resopló, agitando la cabeza con exasperación.
—¡Por favor! Créeme cuando te digo que es agotador que las mujeres te vean como la solución a todos sus problemas.
—¿Acaso me vas a decir que no te resulta halagador que las mujeres intenten lanzarse sobre ti como si fueras la última esperanza en un mundo sin hombres? — replicó Candy, enarcando sus cejas con un inusual tono sarcástico.
Terrence negó con la cabeza, mirándola directamente a los ojos con una sinceridad que desarmaba.
—En realidad, no. Se vuelve insultante cuando te tratan como un objeto. Mucho más si eso te arrastra a absurdas situaciones como la de hace un momento. ¿De verdad crees que puedo sentirme halagado de ser el centro de ese tipo de bochornosos espectáculos?
La honestidad en su voz y la claridad en su mirada fueron más de lo que Candy esperaba. No había arrogancia en sus palabras, solamente una genuina incomodidad, y ella sintió que algo en su enojo se desinflaba. Sus labios se entreabrieron, queriendo decir algo, pero lo pensó mejor. En cambio, bajó la mirada por un momento y suspiró, empezando a sentirse mal por reclamarle algo que estaba fuera de su control.
—Lo siento, Terry. Tal vez no puedo culpar a otras mujeres por querer buscarte, pero sí me molesta que te atosiguen de esta forma. ¡No está bien! Si estuviera en tu lugar, atosigada por insistentes hombres, también me sentiría igualmente ofendida.
La mandíbula de Terrence se endureció al instante, y una chispa oscura se prendió en su mirada. Sólo imaginar a Candy en una situación similar le revolvió las entrañas con una furia que no necesitaba justificación.
—Créeme, Pecosa, si algo así te pasará, yo sería el primero en romperles las caras a aquellos imbéciles que se atrevan a molestarte. De hecho, no vivirían siquiera para contarlo.
Su ceño se frunció con gravedad, como si ya estuviera visualizando la escena con demasiados detalles y su cuerpo ya estuviera preparándose para un combate inexistente. Algo divertida por su expresión, Candy entornó los ojos y esbozó una pequeña sonrisa antes de añadir con modestia:
—Terry, no es para tanto, a mí no me pasaría ese tipo de cosas. Yo no soy tan popular como tú, así que dudo que tenga que defenderme de hordas de pretendientes desesperados. — le guiñó un ojo en un gesto cómplice.
Exhalando profundamente, él sacudió su cabeza, notablemente cansado. La sonrisa de Candy se desvaneció al percatarse de su agotamiento, y esperó pacientemente a que su respiración se calmara un poco para romper el silencio con una pregunta que también rondaba la mente de él.
—¿Crees que las cosas ya se habrán calmado adentro? — inquirió en un tono más serio, mirando en dirección al salón, donde habían desaparecido Robert y las otras dos mujeres.
Terry soltó un gemido bajo, su frustración aún ardiendo en su pecho.
—Si por "cosas" te refieres a la disputa entre Susana y esa "Caperucita loca", espero que sí.
Tomándole por sorpresa aquel apodo, la rubia se llevó una mano al pecho, parpadeando y luego soltando una carcajada espontánea.
—¿"Caperucita loca"? —repitió, su risa vibrando con auténtica diversión. —¿De dónde sacas ese nombre?
El castaño se encogió de hombros, esbozando una sonrisa que delataba su satisfacción por su propia ocurrencia.
—¿No me digas que no lo notaste? Toda vestida de rojo, con ese cabello igual de escandaloso… Parecía una versión demente de la Caperucita Roja. Sólo que, en vez de huir del lobo, probablemente intentaría seducirlo.
Su pecosa dejó escapar otra risa ahogada, tapándose la boca con la mano en un intento inútil por contenerla.
—¡Dios mío, Terry! —exclamó ella, secándose una lágrima imaginaria de la risa. —Ahora no podré sacarme esa imagen de la cabeza. Nunca podré volver a leer la Caperucita Roja de la misma forma.
Satisfecho con su reflexión, Terrence arqueó una ceja, evaluando su propia genialidad.
—Admito que el apodo le queda perfecto. Y si seguimos con la comparación, pues… —agregó con una sonrisa que fue adquiriendo un tinte de pura malicia. —... Susana claramente era la abuelita, solamente que en vez de estar postrada e indefensa en su cama, en esta ocasión, ella más bien estaba desesperada por hacerme caer en una trampa de caza mayor, con un anillo de compromiso en una mano y un contrato nupcial en la otra.
Acercándose hacia Candy, su voz bajó un tono, compartiendo lo que parecía ser un secreto.
—Porque, para ser honesto, en esta versión de la historia, la abuelita y Caperucita Loca no estaban en peligro, al contrario, estaban confabuladas para atrapar al pobre leñador, y yo caí directo en su trampa.
Su pecosa se dobló de risa, sujetándose el vientre y sacudiendo la cabeza en su ronda de carcajadas.
—Entonces… ¿tú eras el leñador?
—Uno muy desafortunado. —murmuró Terry con falsa amargura. —En la historia original, el leñador salva a Caperucita y a su abuela. En cambio, yo terminé más bien siendo un ciervo despistado, atrapado en medio de una emboscada, y al final, fui yo quien necesitó ser rescatado.
Todavía divertida, ella se inclinó un poco más a él, sus ojos chispeando interesados en seguir escuchando sus ocurrencias.
—¿Y entonces Robert qué sería? ¿El hada madrina con barba que te salvó?
Terrence chasqueó la lengua y resopló nuevamente, esta vez con resignación.
—Llámalo como quieras, pero lo que sí sé es que sin él, no hubiera podido controlarlas solo. Probablemente ahora mismo estaría debatiéndome entre el exilio o fingir mi propia muerte.
Mirándolo con fingida compasión, Candy aún trataba de controlar sus carcajadas.
—¿No crees que estás siendo un poco exagerado?
El castaño suspiró con teatralidad, llevándose una mano a la frente y evocando su trauma reciente.
—No, Pecosa, soy realista. — su cuerpo se estremeció de pavor, reviviendo la escena. —Eso que te digo es exactamente lo que hubiera pasado.
—¡Qué destino tan cruel, leñador!
—No te burles, Candy. Deberías estar agradeciendo que salí ileso de todo. Recuerda que sobreviví a una guerra de egos, a gritos histéricos y a lo que sin duda fue un intento de secuestro disfrazado.
La joven rubia estalló en una nueva ronda de risas, cubriéndose la boca con las manos, pero sin poder contenerse del todo.
—¡Eres imposible, Terry! — expresó entre risas cantarinas.
—Tú estuviste ahí. Viste la locura en los ojos de esas mujeres. No estoy exagerando. Más bien, bienvenida a mi tragedia personal.
Candy soltó otra carcajada, su risa ligera disipando parte del peso en los hombros de Terrence, y haciendo que ampliara la leve sonrisa en sus labios. Sin embargo, la realidad aún lo acechaba. Se pasó una mano por el cabello, intentando deshacerse de la carga del momento que sentía que se le venía encima otra vez, al saber que tendría que regresar al salón, porque, tristemente, se dio cuenta que ya no podía seguir alargando su estadía en el exterior.
—Mejor vamos entrando, Pecosa.
Dejando de reír apenas oyó sus instrucciones, ella asintió con seriedad y Terry comenzó a caminar hacia la terraza. La nieve se había hecho más fuerte en los últimos minutos, aunque eso no hacía flaquear sus pasos, decididos y algo tensos, que revelaban que no estaba del todo convencido de que la tormenta que suponía aquellas mujeres hubiera pasado por completo. Candy lo acompañó en silencio, observándolo de reojo y notando cómo sus hombros aún parecían llevar consigo una inquietud persistente. Y, de algún modo, ella también la sentía.
Ambos avanzaron hacia la casa, conscientes de que dentro del salón, podría esperarse cualquier cosa menos la calma que tanto anhelaban.
TyC TyC TyC TyC TyC
Minutos antes, Robert Hathaway había llegado con la Srta. Richardson y Susana a la terraza, deteniéndose un momento ante las insistencias de las señoritas.
—¡No tan rápido, Robert!— se quejó la Marlowe en un gemido. —Al menos déjame quitarme la nieve que tengo encima antes de entrar.
Si bien el director había hecho caso a su petición, ni siquiera se dignó a contestarle, pues estaba hirviendo de cólera. ¡Estas mujeres eran el colmo! Ir a atosigar a su actor estrella de esa forma tan insultante, si así estaba él mismo, ni se imaginaba cómo debía sentirse Terry. Una vez las mujeres se quitaron todo rastro de nieve que tenían en sus ropas, él les dio sus últimas instrucciones.
—Entrarán al salón, se tomarán de la mano un momento y empezarán su farsa, dando al menos una vuelta a la sala para convencer a todos de su gran amistad… o Dios me ayude...
Aquella amenaza sí asustó un poco a las mujeres, haciendo que encogieran de miedo. Se miraron entre ellas con odio, pero asintieron sin renegar.
—¡AHORA! — ordenó Robert, casi empujándolas hacia adelante para obligarlas a entrar.
Las observó al tiempo que ingresaban desde la terraza al salón de baile, dando una actuación digna del mejor escenario de Broadway. Los dos mujeres sonreían falsamente entre sí, parando un momento para tomarse de la mano como las más unidas de las hermanas.
Cerca de la puerta que conectaba con la terraza, la señora Marlowe frunció el ceño al verlas pasar. Su mirada se posó en el rostro pálido de Susana, quien, a pesar de su tez descompuesta, sonreía con una amabilidad desconcertante hacia aquella mujer Richardson. La confusión la invadió apenas notó ese detalle.
—¿Estás bien, hija? ¿Dónde está ese hombre? —le preguntó en un susurro al acercarse.
—No pasa nada, mamá. —explicó Susana con ligereza y aparente calma. —Salí con mi nueva amiga la señorita Richardson a tomar un poco de aire. Pero está helando afuera, y decidimos que era mejor regresar.
Ella habló lo suficientemente alto para que otros alrededor la escucharan, lo que solamente aumentó el desconcierto de su madre. La Sra. Marlowe sabía muy bien que Susana había salido totalmente sola hace rato, cuando vieron a esa mujer abandonar el salón de baile minutos después de que lo hiciera Terrence. Temiendo lo peor, su hija había movido ella misma su silla de ruedas, como alma que lleva el diablo, hacia afuera con intención de perseguirlos, instando a su madre a que se quedara en el salón de baile y la esperara hasta que regresara.
Luego de unos minutos, fue Robert el que salió, y esa situación ya la hizo sentirse lo suficientemente cautelosa como para ponerse en la puerta y hacer guardia para vigilar que nadie más saliera al exterior. Sin embargo, ahora, contra toda lógica, su hija regresaba acompañada de la señorita Richardson, sonriendo amablemente entre sí como si fueran viejas amigas.
—Mamá, daré una pequeña vuelta con mi encantadora amiga por el salón, en un rato regreso. — le informó Susana con estudiada cortesía, antes de seguir con la Señorita Richardson a cumplir las instrucciones de Robert, quien las estaba mirando desde la puerta de la terraza amenazadoramente.
Sorprendida por la escena, la Sra. Marlowe no encontró palabras para detener a su hija y se quedó inmóvil, observándola alejarse. Sólo reaccionó cuando vio a Robert Hathaway ingresar desde la terraza, y eso pareció despertarla del aturdimiento. Sin perder un segundo, se dirigió hacia él con un sinfín de preguntas en la punta de la lengua.
Mientras tanto, obedeciendo las órdenes de Robert, Susana y Margaret daban una larga vuelta por el salón, desempeñando su papel a la perfección. Aunque se habían dejado de tomar de la mano, seguían juntas. La Srta. Richardson caminando con elegancia y la Srta. Marlowe deslizándose en su silla, deteniéndose de vez en cuando para saludar a los asistentes. La música de fondo amortiguaba sus palabras, pero no lo suficiente como para ocultar el veneno que destilaban en cada intercambio.
De pronto, Margaret alzó una mano impecablemente enguantada y saludó a un conocido al otro lado del salón, esbozando una sonrisa dulce y muy falsa, tanto como su inocencia al hablar.
—Que conste que esto no ha acabado. — advirtió entre dientes, parando en seco su camino.
Susana la imitó, deteniéndose también, mientras el rubor de su ira empezaba a teñir sus mejillas. Sus ojos chispeaban rabia pura, y el vestido amarillo que llevaba puesto parecía un reflejo literal de las llamas de su enojo.
—No puedo creer que todavía tengas el descaro de seguir intentando quitarme a mi prometido. En verdad, eres una zorra.
La otra mujer arqueó una ceja con desprecio, girándose lentamente hacia ella, para sonreírle con una frialdad que era puro desafío.
—¿Quitártelo? No te engañes, Señorita Marlowe. Para que yo pueda quitarte algo, primero tendría que ser tuyo. Y ese magnífico hombre… no lo es. Él sabe con quién quiere estar. No como tú, mujercita poca cosa, que siempre te ilusionas con mentiras.
Las manos de Susana se cerraron en puños, sus nudillos volviéndose blancos a la vez que observaba cómo Margaret la veía con una sonrisa casi diabólica. En ese momento fue cuando se dio cuenta que su camino las había llevado de vuelta al punto de partida, y se habían detenido cerca de la puerta que daba a la terraza.
—¡Eres una víbora malnacida!— la voz de la ex actriz tembló con la intensidad de su ira. —¡Terry es mío!
La risa de la mujer Richardson se deslizó entre ellas, cortando el aire como un cuchillo bien afilado.
—Hablas como si fueras la única con derecho a él. —susurró con cada palabra impregnada de veneno. —Querida… Terrence no te pertenece.
El golpe emocional fue tan certero que bien podría haber sido físico. La sangre de Susana hirvió en su interior, pero antes de que pudiera reaccionar, un movimiento en la sala captó su atención.
El reloj se acercaba a la medianoche y, como si el destino mismo decidiera intervenir, los meseros comenzaron a repartir pedazos del tradicional pastel de Noche de Reyes a los invitados. Fue así que el enorme pastel llegó a su sección del salón como si la ocasión hubiera sido orquestada exclusivamente para ellas, un símbolo inesperado de lo que estaba a punto de ocurrir.
—¿Quisieran un pedazo de pastel, señoritas? — ofreció con cortesía uno de los meseros, ajeno por completo al fuego cruzado que ardía entre las dos mujeres. —Alguna de ustedes podría ser la Reina de la Noche.
La Srta. Richardson no apartó la mirada de Susana, esperando su reacción, quizá con la seguridad de haberla vencido con sus palabras. No obstante, la rubia recuperó la compostura en un parpadeo, y como la buena actriz que era, sonrió con una dulzura tan convincente que habría engañado a cualquiera.
—Yo sí, por favor. — dijo con una voz melodiosa.
Entonces, cuando le entregaron su pedazo de pastel y en un movimiento que nadie vio venir, la ex actriz tomó un puñado del glaseado blanco con dorado y lo lanzó directamente a la cara de Margaret. Un silencio sepulcral se instaló en el salón a la vez que las frutas confitadas caían al suelo cual estrellas fugaces, y el glaseado se pegaba de lleno al rostro de la Srta. Richardson.
Durante un segundo que pareció eterno, la mujer atacada se quedó congelada, incapaz de reaccionar. Sin embargo, cuando lo hizo, su expresión se transformó en pura furia.
—¡Estás loca! —gimió, limpiándose el pastel de la mejilla con movimientos torpes y desesperados, al tiempo que sus ojos despedían chispas de indignación que anunciaban venganza. —¡Ahora vas a ver!
Sin dudarlo, Margaret tomó su propio pedazo de torta, metió sus manos en el pastel y arrojó un buen puñado directo a Susana. El impacto fue certero: el pastel se estrelló contra el cuello de la rubia y el escote de su vestido amarillo, esparciendo migajas y glaseado por todas partes. Un jadeo de sorpresa se le escapó a Susana antes de transformarse en un grito cargado de enojo.
—¡Esto no se quedará así! — amenazó la Marlowe, olvidando por completo la multitud que ahora las rodeaba. Sinceramente, a ella ya no le importaba ser el centro de burla de todos a su alrededor, sólo quería vengarse.
Con un movimiento rápido, Susana tomó otro trozo de su pastel y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia Margaret. Pero esta vez, la otra mujer reaccionó a tiempo, agachándose ágilmente. La trayectoria del proyectil se desvió… y fue a impactar de lleno en el rostro de la señora Marlowe, quien justo en ese instante se había acercado a su hija en cuanto escuchó sus gritos. El salón entero pareció contener el aliento, anonadado con el inesperado espectáculo.
—¡Mamá! —chilló Susana, llevándose las manos a la boca, horrorizada.
Con el rostro cubierto de glaseado, la Sra. Marlowe parpadeó varias veces entre capas de crema sin llegar a entender lo que había pasado. Abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua, al tiempo que una parte de la espesa capa de crema se deslizaba por su barbilla, desmoronándose en su elegante vestido. Su dignidad, sin embargo, se desmoronaba aún más rápido.
La risa de Margaret rompió el silencio como una campanada maliciosa.
—¡Buena puntería, señorita Marlowe! —se mofó con descaro, sus ojos brillando con pura diversión. —Déjame mostrarte cómo se hace de verdad.
Sin pensarlo dos veces, ella tomó otro puñado de crema y lo lanzó con fuerza hacia Susana. Esta última, aún atrapada en su silla de ruedas, sólo alcanzó a girar el rostro en un reflejo instintivo. El pastel voló en el aire, fallando por poco y aterrizando de lleno en el infortunado mesero que se encontraba cerca. El joven quedó completamente inmovilizado por la sorpresa, con las frutas confitadas pegadas a su impecable uniforme.
La multitud que observaba ávidamente el espectáculo no pudo contenerse más, todos alrededor estallaron en risas ahogadas y susurros malintencionados.
—¡Que alguien las detenga! — pidió una voz entre los asistentes, sin que nadie hiciera el menor esfuerzo por intervenir.
Y fue en ese preciso momento cuando Terrence regresó al salón. Realmente, él no esperaba mucho, sin embargo, lo que encontró al entrar en la sala, superó con creces cualquier desastre que hubiera podido imaginar.
El joven actor alzó una ceja, su mirada recorriendo la escena con una combinación de incredulidad y resignación, observando cómo Susana y Margaret, cubiertas de pastel, estaban gritándose como niñas caprichosas en plena rabieta. A un lado, la señora Marlowe permanecía rígida, con la dignidad hecha pedazos junto con los restos de glaseado en su vestido. Y en medio del caos, el desafortunado mesero, completamente embadurnado, pestañeaba con la expresión de un hombre que, en ese preciso instante, reconsideraba seriamente su decisión de no haberse fugado a un circo cuando tuvo la oportunidad. Seguramente, ahí lo habían tratado con mayor dignidad a cómo lo habían tratado en aquella velada.
Incapaz de seguir contemplando aquella vergonzosa escena, Terry cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que esto fuera una pesadilla.
"Yo sólo había querido una noche tranquila."— se dijo mentalmente, respirando hondo. —"¿Era mucho pedir?"
Cuando abrió sus ojos de nuevo, las dos mujeres seguían discutiendo, ajenas al caos que habían desatado. Sin poder contenerse, él se llevó una mano al puente de la nariz y resopló, dejando escapar un suspiro cargado de sarcasmo.
—Y así acabó una espléndida noche.
Al instante, Margaret y Susana giraron sus rostros hacia él, olvidando momentáneamente su odio mutuo. Las bocas de las dos se abrieron al mismo tiempo, listas para hablar, pero Terrence levantó una mano, silenciándolas con un gesto elegante.
—Señoritas, por favor, no se detengan por mí. Continúen y sigan disfrutando de su noche. — declaró con total indiferencia. —Yo me voy de aquí.
Y sin más, se inclinó en una reverencia irónica, se dio media vuelta y se dirigió a la salida sin molestarse en mirar atrás. Los murmullos y risas no tardaron en estallar más fuerte. De verdad, habían convertido el sitio en un circo.
—¡Terry! ¿A dónde vas? ¡No me dejes aquí! — gritó Susana detrás de él, con su voz aguda llena de desesperación.
El actor ni siquiera se inmutó, francamente, le daba igual. A esas alturas, su paciencia era un recuerdo lejano.
—¡Mamá, haz algo!
Recuperándose de todo el estupor en el que había caído después que fuera blanco de tiro, la señora Marlowe no perdió el tiempo en ir hacia su hija y guiar su silla de ruedas para salir del salón también. Los murmullos se intensificaron mientras ambas abandonaron el lugar, dejando atrás un desastre que sería recordado como la noche más ridícula y comentada de la temporada.
—¡Vaya funcioncita la de hoy! ¿No lo crees, Pecosa? — le dijo el castaño a Candy al llegar al vestíbulo principal.
Ella lo miró aturdida, aún procesando todo lo que había sucedido, no sabiendo qué responderle. Tras un instante de reflexión, decidió aligerar el ambiente con un comentario.
—Por lo menos, sabemos que nadie olvidará esta noche.
Terry soltó una risa amarga y negó con la cabeza, sin añadir más. Al menos ya podía irse de ahí cuanto antes. ¡Qué noche más ridícula había sido esta que acababa de vivir!
Sin lugar a dudas, la fiesta alcanzó su clímax a la medianoche, pero no por los motivos que se esperaban. El pastel de Noche de Reyes, convertido en arma y símbolo del caos, había sellado el destino de aquella velada, transformándola en una condenada comedia que todos recordarían… para su total desdicha.
Continuará…
o-o-o
"Las palabras no esperan el momento perfecto, crean sus propios momentos perfectos convirtiendo los instantes más ordinarios en segundos especiales."
Espero haber hecho especiales estos momentos dedicados a mi historia.
Gracias por leer.
. . . . . .
By: Sundarcy
NOTAS DE LA AUTORA:
¡Hola, gente hermosa! ¿Cómo van? Aquí les traigo el siguiente capítulo, que espero disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo. La verdad es que me he divertido muchísimo dándole forma, especialmente porque Terry, con su sarcasmo afilado y esa habilidad innata para meterse o escapar de situaciones absurdas, siempre logra inspirarme.
Este capítulo viene cargado de momentos que espero les sean entretenidos, diálogos chispeantes y un toque de caos elegante, porque, admitámoslo, cuando Terry está involucrado, la normalidad nunca es una opción. ¿Y lo mejor? ¡Lo que se viene promete más sorpresas! Así que prepárense, que esto no ha terminado. Estoy ansiosa por saber qué les parece, así que espero leerlas en los comentarios.
Y antes de que se me pase: sé que suelo escribir como si sólo me leyeran mujeres (¡ups!), pero si hay caballeros por aquí, ¡mis disculpas y mi agradecimiento total por seguir este fanfic! No puedo ver géneros, solamente países desde donde leen, pero sepan que valoro cada lectura y cada comentario.
Me despido por el momento, feliz de poder actualizar y compartir esto con ustedes. ¡Nos seguimos leyendo! Bendiciones y cuídense mucho.
Sunny =P
22/02/2025
