DISCLAIMER: Los personajes de "Candy Candy" no me pertenecen, son propiedad de Kyoko Misuki e Yumiko Igarashi. Realizo esta historia con fines de entretenimiento y sin ningún ánimo de lucro, sólo el ferviente deseo de liberarme de la espinita clavada en el corazón después de ver el anime y leer el manga. Por siempre seré terrytana de corazón.
DESEOS DE AÑO NUEVO © 2017 by Sundarcy is licensed under CC BY-NC-ND 4.0. Está prohibido la reproducción parcial o copia total de este trabajo.
DESEOS DE AÑO NUEVO
By: Sundarcy
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Capítulo 23: AFIANZANDO LAZOS
Residencia privada, Chelsea
Manhattan, Nueva York
06 de enero de 1920
El reloj marcaba casi las nueve de la mañana cuando Terry finalmente pudo llegar a su casa, después de haber dejado a las Marlowe en su residencia de Lower East Side. Apenas apagó el motor de su auto en el garaje, dejó caer la cabeza contra el respaldo del asiento y exhaló pesadamente, intentando liberarse del peso de la tensión que llevaba encima, tras ese viaje interminable que lo dejó verdaderamente exhausto.
El regreso desde los Hamptons a Manhattan había resultado ser una auténtica tortura. Las casi dos horas habían transcurrido con una lentitud exasperante, poniendo a prueba su temple con cada kilómetro recorrido. Afuera del carro, la ciudad había ido despertando bajo un cielo de tonos grises pálidos, mientras el viento cortante de la temporada azotaba las calles y el automóvil al pasar. Sin embargo, la verdadera tempestad no estaba afuera, sino más bien dentro del vehículo.
La tensión había sido asfixiante, flotando entre los ocupantes como un espectro silencioso. Cada minuto que había pasado solamente servía para alimentar aquella sensación de ahogo, convirtiendo el aire en un muro infranqueable.
Especialmente para Terry, aquel recorrido había sido un desgaste físico y emocional gigantesco. Ni siquiera la dulce presencia de su pecosa en el asiento del copiloto fue suficiente para mitigar la carga de esa presión constante de tener a Susana y a su madre allí, ocupando cada rincón del vehículo con su molesta conversación.
Por su parte, Candy tampoco lo había pasado mejor. Enfrentarse a Terrence en el nuevo día, bajo el peso de lo que había descubierto horas antes ya era suficientemente complicado, pero añadir a eso, tener que aguantar la presencia de las Marlowe en el mismo espacio reducido por un largo período de tiempo, aquello le había resultado prácticamente insoportable. Cada mirada, cada palabra, cada gesto de ellas le había provocado un nudo de rabia y frustración que apenas logró contener. Los momentos le habían sido tan críticos que ella llegó un punto en el que el silencio fue su único escudo para poder sobrellevar aquellas incómodas emociones que toda esta situación le hacía experimentar.
Mirando por la ventana sin realmente ver, la joven había librado una batalla interna agotadora, sintiendo que en cualquier segundo iba a derrumbarse en aquel recorrido. Justo cuando la tensión estaba al borde de sus límites, experimentó un efímero alivio en el instante en que dejaron a Susana y a su madre en su casa. Ahí creyó al fin tendría un poco de calma una vez ellas no estuvieran cerca, sin embargo, se equivocó. Lo peor no había sido la incomodidad ni la rabia contenida por compartir ese espacio con las Marlowe… lo peor fue la culpa que la azotó con sin piedad una vez a solas con Terrence.
Un profundo silencio se instaló entre los dos, uno que Candy no fue capaz de romper. La culpa la devoraba lentamente, aferrándose a su pecho como un nudo que se apretaba más con cada mirada furtiva hacia Terry mientras él conducía. Sentía que lo traicionaba con su mutismo, que su silencio era un engaño en sí mismo. Pero aun si quería romperlo, la voz se le ahogaba en la garganta. Estaba atrapada en una telaraña de emociones que la inmovilizaban, como si el simple acto de hablar pudiera hacer añicos la poca entereza que le quedaba.
El trayecto desde la casa de Susana hasta la de Terry se convirtió en un limbo opresivo. Cada segundo transcurrido en ese auto era un eco de su propia incertidumbre, un compás de espera antes del abismo. Cuando por fin el auto se detuvo en la casa de Terrence y ambos bajaron, ella sintió que la opresión en su pecho alcanzaba su punto culminante.
Su mente bullía con preguntas y certezas dolorosas, buscando una manera de abordar lo inevitable. Primero, debía encontrar la manera de hacerle entender que lo que él creía imposible era real; es decir, que ella era real, por más absurdo o demencial que pareciera. Luego, ambos tendrían que enfrentar la verdad sin desmoronarse, desentrañar el misterio y hallar una salida antes de que el tiempo terminara de devorarlos.
No obstante, lo que más la consumía ahora era la otra confesión que aún se guardaba. Lo que había escuchado de Susana ardía en su corazón como una verdad intolerable. No podía permitir que Terry siguiera atado a una vida donde la infelicidad lo envolvía como una sombra perpetua, donde se mantenía encadenado a alguien que se alimentaba de su sufrimiento. No, no podía seguir callando eso.
No había escapatoria. Consciente de que ya no podía postergarlo más, ella apretó los labios con ansiedad y se preparó para lo que estaba por venir.
Una vez ingresaron a la casa, Terry se refugió en el único lugar donde creía que encontraría algo de calma: su estudio. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta en su afán por entrar, demasiado agotado para preocuparse por algo tan intrascendente. Tristemente, ese lugar que siempre había sido su santuario, no le resultaba muy tranquilizante ahora. Las sombras de los eventos de la noche anterior lo perseguían, y el cansancio acumulado del viaje sólo amplificaba su angustia.
Candy permaneció unos segundos en el umbral, reuniendo fuerzas y el valor que tantas veces le había fallado. Ya no había espacio para más evasivas, aquella charla que habían esquivado por demasiado tiempo era ahora ineludible. Respirando hondo una vez más, ella entró en la habitación y, con voz firme, rompió el silencio:
—Tenemos una conversación pendiente, Terry.
Él cerró los ojos al escucharla, deseando no enfrentar esto en este momento, no ahora. Su calma era un campo de ruinas y la desesperanza se filtraba entre los escombros. ¿Qué más podía decir o hacer? Su mente, atrapada en esta espiral sin salida de su locura, le susurraba lo que más temía: todo estaba perdido.
Durante la fiesta, había llegado a una revelación tan dolorosa como inevitable. Por más que podía engañarse todo lo que quisiera, a pesar que podía aferrarse a la sombra de Candy en sus fantasías, revivir una y otra vez su risa, su voz, sus pecas… al final nada de eso sería suficiente… Nunca
Esa era la verdadera raíz del problema. Su alma no anhelaba un espejismo o una fantasía. Su alma la quería a ella… a la Candy real… a su Tarzán Pecosa.
Pero… la realidad se encargaba de aplastarlo con fuerza. No importaba cuánto la deseara, cuánto la necesitara… nada cambiaría el hecho de que ella no estaba con él.
Otra historia sería si, por algún milagro, su pecosa regresara a su vida… si le confesara que nunca lo había olvidado… si le dijera que lo seguía amando con la misma intensidad con la que él la continuaba amando a ella. Sin embargo, aquellos tipos de milagros ya no existían en su vida. Esperar algo así ahora sería sólo una ilusión, nada más. Igual que la ilusión que creaba su mente en este preciso instante, evocando esta misma Candy junto a él.
Abriendo los ojos suavemente, su mirada zafiro con destellos verdosos se dibujó fugazmente con una sombra de angustia para luego desvanecerse bajo el peso del cansancio.
—¿Vale la pena seguir con esto? — murmuró sin verla, su voz apenas un susurro repleto de amargura. —¿Qué estoy esperando? ¿Por qué no voy directo al manicomio de una condenada vez?
Candy frunció el ceño ante esas palabras, sintiendo su pecho ardiendo de impotencia. ¡Otra vez ahí estaba él con lo mismo! Percibiendo el conflicto interno en su rostro, ella decidió insistir:
—Terry, por favor. ¿Podrías dejarme hablar? Me prometiste que después de la función me escucharías. ¿Eso fue una mentira?
Instintivamente, los ojos de él buscaron los de ella, y en el instante en que sus miradas se encontraron, algo dentro de Terrence se resquebrajó. La observó sólo por un instante, pero en ese breve segundo sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies, por poco haciéndolo tambalear. Esa mirada, esa expresión… era tan genuinamente de Candy, que lo dejó sin aliento. No había rastro de artificio o de engaño. Parecía una realidad golpeándolo en el pecho con una fuerza brutal.
Su corazón se encogió de golpe, sacudido por el impacto, pero su mente reaccionó al instante, cerrándose con fiereza. No podía permitirse creerlo… no ahora… no después de todo. Se aferró con desesperación a la lógica, repitiéndose que aquello no era más que una cruel jugarreta de su subconsciente, un reflejo de su propia desesperación por algo que jamás podría recuperar.
Con un movimiento brusco, apartó la mirada, clavándola en el suelo, esperando encontrar ahí la respuesta a su caos interno.
—¿Qué tienes que decirme que yo no sepa ya? — replicó con dureza, casi un gruñido de agotamiento y frustración. —¿Por qué sigues insistiendo con esto? ¡Estoy demente! No hay solución. ¡Ya lo sé!
La joven sintió un chispazo de ira abrirse paso entre su desesperación.
—¡Eso es precisamente lo que no es verdad! — exclamó ella, apretando los puños, y sintiendo como la ansiedad crecía en su interior. —Pero, claro, sigues empecinado en no escucharme, sigues empeñado en encerrarte en ese abismo tuyo dónde sólo tú tienes razón. ¿Por qué eres tan necio?
Alzando la mirada de pronto, él clavó sus ojos sobre ella de nuevo, esta vez llenos de un cansancio y desconsuelo, que la atravesaron como un cuchillo.
—¿Qué esperas de mí? ¿Qué quieres que haga? ¿Que me ilusione con algo que no existe?— preguntó con su voz subiendo en intensidad. —¡No puedo seguir luchando contra algo que no tiene solución!
—¡Siempre haces lo mismo! ¡Siempre huyes de lo que no puedes controlar! — respondió ella con los ojos brillantes de irritación. —Te encierras en tu propia versión de la verdad, interpretando todo de la peor manera posible que nadie puede ir contra lo que tú piensas. ¿Por qué te niegas a escucharme, Terry? ¿Es tan difícil creer en mí?
Él soltó una risa amarga que nada pudo ocultar su tristeza latente.
—¿Creer en ti? — repitió en un tono sarcástico. —¿Para qué? ¿Para que termines huyendo como ya lo hiciste una vez?
Las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas y el silencio que siguió fue brutal. Terry vio cómo el rostro de su pecosa se congelaba, sus labios quedaron entreabiertos como si el aire se le hubiera quedado atrapado en la garganta. Sus hermosos ojos verdes, que momentos antes ardían con furia, se apagaron de repente, inundándose de una pena que lo azotó con una oleada de culpa que pareció un puñetazo directo en el estómago.
La fuerza inesperada con la que atravesó aquella pregunta a Candy casi la desestabiliza. Desde la madrugada, la culpa había sido un peso constante en su pecho, un recordatorio punzante de lo que había descubierto sobre Susana. Pero escuchar aquella acusación tan directa salir de la boca de Terry… fue demasiado.
Sintió cómo algo dentro de ella se rompía. Aunque había intentado mantenerse fuerte, por más que había soportado el dolor, la confusión, la impotencia, esas palabras fueron la gota final. No tenía más defensas y las lágrimas que tanto había contenido ardían en sus ojos, amenazando con traicionarla.
—¿Eso es lo que piensas? — balbuceó con la voz quebrándose en un frágil susurro.
Llevándose una mano al pecho, ella esperó poder así contener el golpe invisible que acababa de recibir, pero fue inútil.
—Yo pensé… pensé que…
Sacudiendo su cabeza, le fue imposible para ella continuar, el nudo en su garganta no se lo permitió. Mientras tanto, Terry la observaba fijamente, percibiendo algo en su pecho contraerse al ver la vulnerabilidad en los ojos de su pecosa, la forma en que su entereza se desmoronaba frente a él. A pesar de que abrió la boca para retractarse, no tuvo oportunidad de decir algo.
Un golpe en la puerta los sacudió a los dos, interrumpiendo la tormenta que se desataba entre ellos. Ambos giraron simultáneamente hacia la entrada del estudio, percatándose inmediatamente que la puerta estaba abierta.
El mayordomo se encontraba en todo el umbral, mirando al joven actor con evidente incomodidad y miedo. Al no poder ver a Candy, la escena que se le presentaba frente a él era de lo más inquietante. Desde su perspectiva, su patrón estaba hablando solo... otra vez. Era parecido a las mismas extrañas escenas que había presenciado en los últimos días, sin embargo, esta vez no sólo los empleados habían sido testigos de los extraños arranques de su patrón, en esta ocasión alguien más había visto esto.
—Disculpe, señor, pero la señorita Eleanor Baker está aquí para verlo.
Aturdido, el castaño se quedó inmóvil, parpadeando varias veces, sin procesar la información de inmediato. ¿Eleanor? ¿Aquí?
No tuvo tiempo de reaccionar cuando una silueta esbelta cruzó la puerta con la elegancia natural que la caracterizaba. Llenando la habitación con su imponente presencia, la hermosa actriz enfocó con urgencia su mirada en él.
—Terry.
Si bien su voz resonó con firmeza, sus ojos… sus ojos reflejaban algo que no encajaba con la imagen de la Eleanor Baker que él conocía. Aquella inquietud inusual en su mirada no pasó desapercibida para su hijo, quien sintió su cuerpo tensarse en el acto. Había visto a su madre adoptar innumerables facetas: dulce, severa, implacable, vulnerable, pero esto era diferente… y eso lo preocupó aún más. No le sorprendería la posibilidad de que hubiera estado tras el mayordomo en algún momento del intercambio y que, si no había escuchado todo, al menos había captado parte de lo que había estado diciendo.
—¿Qué haces aquí, Eleanor? — cuestionó con cautela, midiendo cada palabra e intentando leer lo que ocultaban sus ojos.
—Tengo que hablar contigo a solas. Es de suma importancia.
La determinación en el tono de la actriz, no admitía lugar a objeciones. La tensión en la habitación era tan densa que casi podía palparse, y el mayordomo, sintiéndola, carraspeó con incomodidad antes de inclinar levemente la cabeza y retirarse, cerrando la puerta tras de sí.
Sintiéndose al borde de un colapso, Candy vio en esa interrupción una perfecta salida para alejarse de Terrence, al menos por el momento. Necesitaba poner distancia entre ellos para tener un respiro, aunque fuera momentáneo, de la avalancha de culpa que la ahogaba.
—Mejor me voy a la biblioteca, Terry. — ofreció con una calma forzada, luchando por mantener su voz estable.
Miró fugazmente a Eleanor, quien también ajena a su presencia, solamente observaba a su hijo con una extraña mezcla de emociones que la joven pecosa no supo descifrar.
—Parece que esta es una conversación que debes tener a solas con tu madre. — continuó, acercándose hacia la puerta que conectaba el estudio con la biblioteca. —No quiero importunar… Después de todo, no puedes creer en mí y tampoco soy digna de tu confianza, ¿verdad?
Sus últimas palabras, a las justas un susurro, llenas de un matiz de pena que no pudo disimular, impactaron a Terry como una bofetada. No necesitaba verla directamente para sentir la herida abierta que había dejado en ella. Su corazón se comprimió con fuerza, un dolor áspero y punzante, que se enredó con la culpa que ya lo sofocaba.
Quiso detenerla. Quiso decirle que no era así. Pero Eleanor estaba ahí, viéndolo. Y seguirla ahora solamente haría todo más complicado.
Atrapado entre dos lealtades, entre dos verdades que se contradecían, permaneció congelado, viendo cómo Candy desaparecía tras la puerta que daba a la biblioteca, dejándolo con su madre en una relativa privacidad.
En un gesto automático, casi mecánico, Terrence intentó sacudirse la confusión, y a duras penas pudo indicarle a Eleanor que tomara asiento. Los dos se acomodaron en el sofá cercano a la puerta que conectaba con la biblioteca, al tiempo que la tensión en el ambiente hacía que el espacio pareciera más reducido de lo que realmente era.
Una vez sentados, un espeso silencio se instaló entre ellos. La actriz lo observó con detenimiento, su postura impecable y su expresión serena, aunque sus ojos, siempre tan elocuentes pese a los años en el escenario, delataban algo más. Un atisbo de inquietud se filtraba en su mirada, en la que parecía intentar descifrar un enigma oculto en el rostro de su hijo. No era únicamente preocupación… era algo más profundo… más íntimo… algo que la incomodaba. Finalmente, fue ella quien rompió la tensión.
—La última vez que hablamos por teléfono me comentaste sobre una función privada y una fiesta que tendrías ayer en los Hamptons. ¿Qué tal estuvieron?
En ese preciso instante, Terry había estado mirando de reojo la puerta que lo separaba de Candy, su mente aún atrapada en su partida, en las palabras que no había podido decirle, pero al escuchar a su madre, se obligó a reaccionar. Desviando la vista hacia ella, enarcó una ceja con sorpresa. No esperaba que Eleanor comenzara la conversación con algo tan trivial.
—Acabo de regresar hace un momento. Tuviste suerte de encontrarme aquí. — repuso con frialdad, enfocando de nuevo la mirada hacia la puerta, costándole sostener el contacto visual con la actriz. —En cuanto a la fiesta, no acabó bien. De hecho, fue aún peor de lo que esperaba. — terminó reprimiendo una mueca al recordar la espantosa velada.
Sin lograr entender el porqué de los gestos de su hijo, la bella mujer frunció el ceño en un gesto sutil, aunque repleto de significado.
—Siento mucho que terminara así.
Ella hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran antes de continuar, esta vez con un destello de suspicacia en sus ojos.
—Sin embargo, algo me dice que esa no es la verdadera razón por la que estás tan molesto, ¿cierto?
Volviendo su mirada a ella, Terry entrecerró los ojos, estudiando fijamente a la dama. Había algo en su tono, en la forma en que lo miraba, que lo hacía sentir expuesto. Eleanor siempre había tenido la capacidad de ver más allá de las apariencias, de leer ciertas de sus emociones que él mismo intentaba reprimir, y eso lo incomodaba profundamente.
—Algo me dice que tampoco has venido sólo para preguntar cómo estoy, ¿verdad, Eleanor? — contestó de manera cortante, cerca de irse a la defensiva.
En lugar de responder de inmediato, la actriz se limitó a sostener su mirada con la misma maestría con la que enfrentaba al público en un estrado. Los labios de ella se curvaron en una leve sonrisa que traía un eco de ironía y una tristeza soterrada que terminaron confundiéndolo.
—¡Qué bien me conoces, hijo! — musitó melancólicamente, suspirando levemente. Luego, ladeó un poco el rostro, analizándolo con esa mirada que lo hacía sentir incómodamente expuesto. —¿Me creerías si te dijera que, a pesar de no haber estado contigo en momentos claves de tu vida, yo también creo conocerte igualmente bien a ti?
De lo que había estado en modo alerta, Terrence sintió que algo en su interior vacilaba. Fue inevitable que aquella pregunta lo desarmara de pronto, sin embargo, lo que realmente lo golpeó fue la manera en que Eleanor lo miraba. Había ternura en sus ojos, sí… pero también un matiz de amargura. No por lo que se habían dicho, sino por todo lo que jamás habían sido capaces de decirse con el peso de un pasado que ambos preferían evitar.
Porque, por más que nunca lo habían hablado abiertamente, existía entre ellos una distancia tácita, una brecha que ni el tiempo ni las palabras habían logrado cerrar del todo. El período de tiempo que estuvieron lejos, la niñez y adolescencia de Terry sin la presencia constante de su madre, las cartas no enviadas, las ausencias disfrazadas de sacrificios, donde permaneció separado de esa mujer, que podría ser tal vez una desconocida, pero al fin de cuentas era su madre. Todo ello había dejado cicatrices invisibles que ninguno de los dos se atrevía a tocar.
Esquivando la mirada unos segundos, Eleanor organizó sus pensamientos antes de hablar suavemente con un peso en la voz que él no pudo ignorar:
—Eres un joven de muchos matices, Terry. Sin embargo, algunas cosas son evidentes para quienes te observan con atención. Hay personas que han notado cambios en tu comportamiento… cambios que les preocupan.
El joven actor apretó los dientes y su mirada se endureció. No hacía falta que ella especificara, pues sabía exactamente a quiénes se refería.
—Mis empleados, supongo. — espetó él con fastidio, alzando una ceja con burla. —Mira que llamarte por esto. ¿Qué te han dicho? ¿Que hablo solo? ¿Qué estoy loco?
Si bien su tono era mordaz, la verdad detrás de sus palabras lo golpeaba más de lo que creería posible. La desesperante sensación de que la delgada línea entre la realidad y sus alucinaciones se volvía cada vez más difusa no era muy tranquilizador… ¡Demonios! ¿Acaso era tan evidente?
En su mente, podía imaginarse a sus empleados observándolo a escondidas, susurrando a sus espaldas, y lanzándole miradas furtivas cuando creían que no los veía. Después de todo, ellos eran los primeros en ver los estragos que ya estaban haciendo factura en su cabeza. Seguramente, ya tendrían sus teorías, sus especulaciones sobre cuándo perdería la razón por completo. Al ritmo que iba, tal vez no les faltaba mucho para acertar.
Negando despacio con la cabeza, la expresión de Eleanor se tornó más grave, estrujando sus labios ligeramente.
—Al contrario de lo que crees, tienes unos empleados que se preocupan mucho por ti, Terry. — pronunció ella, poniéndose de parte de aquellas personas. —Ellos sólo me pidieron que hablara contigo. Dicen que pareces muy… estresado últimamente.
Soltando un resoplido cargado de sarcasmo, Terrence flexionó los brazos sobre su pecho en gesto claramente desafiante.
—¡Vaya! Ya lo creo. — replicó con amargo desdén y su voz teñida de ironía. —Yo debo de ser su tema de conversación favorito.
Y, sin embargo, mientras pronunciaba esas palabras, no pudo evitar preguntarse si era cierto. Si de verdad estaban preocupados por él… o si simplemente estaban esperando el momento en que finalmente se quebrara. Ese pensamiento sí lo asustó.
La mujer suspiró lentamente, con una paciencia que sólo una madre podía tener.
—No han sido los únicos preocupados por ti. Yo también lo he estado.
Él rodó los ojos exageradamente, en gesto que fue más de distracción que una verdadera muestra de indiferencia. Detrás de su aparente molestia, algo en su expresión titubeó. Aunque jamás lo admitiría, las palabras de Eleanor lo habían tocado, porque en el fondo, sabía muy bien que la preocupación no era del todo infundada. Sin embargo, eso no significaba que estaba listo para hablar de ello con alguien más. Por lo que, terminó recurriendo a su infaltable sarcasmo como siempre lo hacía, lanzándolo como un escudo entre él y su madre, deseando que las palabras bastaran para mantenerla al margen.
—¡Vaya, qué conmovedor! — esbozó una leve sonrisa que denotaba una falsa ligereza. —Parece que ando preocupando a todo el mundo. ¡Qué honor! ¿Debería sentirme muy agradecido?
La actriz no mordió el anzuelo, ni reaccionó a su tono burlesco, ni siquiera pestañeó. Simplemente lo observó con seriedad, sus ojos escrutándolo con la precisión de quien ha aprendido a ver más allá de las apariencias. No sólo más allá de sus palabras… sino de la barrera de indiferencia que él intentaba levantar. En ese silencio tenso, la mujer inclinó levemente la cabeza, sin apartar la mirada de su hijo.
—Creo que sé lo que te pasa. Desde la última vez que me visitaste, noté algo diferente en ti. No sólo te vi distinto… te sentí distinto.
Terry frunció el ceño, no gustándole el rumbo que estaba tomando la conversación, pero tampoco tenía una respuesta inmediata para hacerla dejar de hablar.
—Aquella vez sonreías más a menudo, y tus sonrisas eran sinceras. — continuó ella, su mirada suavizándose al recordarlo. —Había un brillo en tus ojos que no había visto en ti desde hace mucho tiempo.
Esa declaración flotó en el aire de manera pesada, llena de algo que él no estaba listo para enfrentar. Había verdades que uno podía intuir en la oscuridad a solas con sí mismo, pero enfrentarlas bajo la luz de la realidad frente a alguien más era otra historia.
Eleanor lo supo, por eso esperó… esperó a que él reaccionara, a que la verdad que ella ya había visto en esa ocasión se reflejara en los ojos de su hijo de nuevo. Pero en lugar de enfrentarla, Terrence simplemente bajó la mirada. Sus labios se presionaron en una línea tensa, y su respiración se volvió más contenida. Era un hombre aferrándose a su última línea de defensa, y aunque no decía nada, por más que se negara a concederle la razón, ambos sabían que ella la tenía.
Viendo que él no daba su brazo a torcer, Eleanor dejó escapar otro suspiro, su pecho apretándose en una amalgama de amor y tristeza. Su hijo estaba allí, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos. Con gran tacto, decidió continuar, su voz temblando ahora por la emoción:
—Por un momento, creí que mi hijo había regresado. Mi Terry… ya no eras esa sombra de lo que alguna vez fuiste. Eras tú otra vez, finalmente.
Terrence alzó la vista, contrayendo sus cejas tenuemente, como si sus palabras lo hubieran descolocado. No era una reacción evidente, sino sutil, casi involuntaria. Sus usualmente afilados y desafiantes ojos, parpadearon con un destello de vulnerabilidad antes de volver a ensombrecerse.
Sonriendo con ternura al ver que, aunque fuera por un instante, había captado su atención, Eleanor liberó una exhalación cargada de nostalgia y dejó que sus recuerdos la envolvieran.
—Sí, cariño. Fue como volver en el tiempo… Era como si fueras ese muchacho impetuoso y decidido que no se detenía ante nada. Ese joven vibrante, insolente y tan apasionado que perseguía sus ideales y sus sueños sin parar hasta lograrlo. Alguien al que no le importaba lo que los demás dijeran, sino que sólo quería ser él mismo.
Hizo una pausa, dejando que la magnitud de lo que dijo se asentara en ese muro que él había construido para protegerse. Pareció que surtió algo de resultado porque cada frase parecía desgarrar un poco más la resistencia de Terry.
—Dime, querido… ¿Crees que has sido tú mismo todo este tiempo?
Otro mutismo cayó sobre ellos, y Eleanor siguió analizándolo en silencio, sus ojos intentando descifrar el torbellino emocional que pasaba por la mente de su hijo.
Percibiendo los ojos de su madre en él, Terry esquivó la mirada una vez más, su pecho subiendo y bajando en un suspiro pesado. Sabía la respuesta, siempre la había sabido, sin embargo, pronunciarla en voz alta era otra batalla, una que no estaba seguro de querer pelear.
Su expresión, al principio tensa, comenzó a resquebrajarse. La rigidez de su mandíbula se suavizó, sus hombros cedieron y sus manos, que hasta entonces habían estado firmemente cerradas en puños, se relajaron poco a poco, empezando a soltar una lucha que ya creía inútil.
Una sombra de la resignación pasó por su rostro, y regresando sus ojos angustiados a su madre, murmuró en un susurro marcado de amarga derrota:
—¿De verdad hace falta que te responda una pregunta que es tan obvia?
No hubo sarcasmo esta vez, ni burla, ni el más mínimo rastro de fastidio. Solamente un cansancio abrumador, un agotamiento que iba más allá del físico. El peso de una verdad que ya no podía seguir ocultando.
Eleanor apretó los labios, conteniendo las emociones que le oprimían el pecho, amenazando con desbordarse en cualquier momento. La humedad en sus ojos delataba el dolor que llevaba dentro, sin embargo, se obligó a mantenerse firme. Lentamente, extendió una mano hacia él, deseando abrazarlo, aferrarse a su hijo como cuando era niño y podía protegerlo de todo, pero… no se atrevió. No cuando él parecía tan frágil, tan al borde de romperse, y no siempre aceptaba esas muestras de cariño de su parte cuando estaba tan vulnerable.
Desgarrada por la impotencia de no poder aliviar su sufrimiento, su voz se quebró deshecha en un susurro:
—Quiero a mi hijo de vuelta, Terry. No a este hombre que lleva su rostro. Te extraño tanto… extraño verte feliz, verte lleno de vida.
Respirando hondo, Eleanor sintió que el aire le pesaba en los pulmones, y durante un instante, titubeó. Sabía que lo que estaba a punto de decir era una línea peligrosa, una verdad que él podría rechazar con la furia de quien no quiere enfrentarse a su propio dolor. Pero también sabía que, si no lo decía, se quedarían sin enfrentar la herida abierta más profunda en él que aún lo abrumaba.
Así que, reuniendo todo el valor que tenía, con el miedo palpitándole en la garganta, finalmente lo dijo:
—Yo sé que extrañas a Candy, hijo. Sé que te duele no estar con ella. No tienes que decírmelo, es muy evidente que aún la amas.
El joven actor cerró los ojos con fuerza, como si esas palabras lo atravesaran con la precisión de una estocada. Su mandíbula se tensó y su respiración se tornó errática. Su rostro se contrajo en un reflejo de la lucha interna que libraba, de la resistencia a dejarse vencer por lo que sentía. Fue entonces cuando él se atrevió a confesar al fin con la voz baja y rasposa, llena de una melancolía insondable:
—En esta tristeza no hay pasado ni futuro… sólo un constante presente que está… vacío. Cada día es una batalla para seguir adelante… aunque no haya un final en el horizonte.
La devastadora resignación en aquella admisión, quebraron por poco la compostura de Eleanor. El dolor de su hijo resonó en el silencio, llenando cada espacio con su carga abrumadora. Ella lo miró con los ojos empañados, sintiendo su sufrimiento con la misma intensidad con la que él lo estaba sintiendo. Y sin poder contenerse, se inclinó hacia él, tomando una de sus manos entre las suyas y apretándola suavemente, ofreciéndole el único consuelo que tenía: su presencia con él ahora.
—Contéstame algo, Terry… — tanteó con cuidado, su tono más suave pero no menos firme. —¿Te casarías con Susana?
La reacción de Terrence fue inmediata, y como si un rayo lo hubiera alcanzado, él levantó la cabeza de golpe con el terror reflejado en su rostro. Sus pupilas se dilataron ante la simple idea de esa posibilidad que le resultaba insoportable. No sólo era por lo muy inestable que era esa mujer, o el control casi enfermizo que quería ejercer sobre él. Había algo más, otro detalle que jamás podría ignorar, algo que lo frenaba como una muralla imposible de derribar. Por más que tratará, él nunca podría ir por encima de ello.
—No puedo hacerlo. — reveló con voz grave, cargada de una determinación absoluta. —Sería completamente inmoral casarme con una mujer a la que no amo.
Su madre no dijo nada, lo siguió observando con atención, viendo cómo la tensión se apoderaba de cada fibra de su cuerpo.
—Sé que mi moralidad ha sido cuestionada muchas veces.— continuó él, su tono impregnado esta vez de un amargo reconocimiento. —Y también sé que he cometido errores en mi vida, muchos. Pero no puedo traicionar esta convicción.
La sombra de la resolución se marcó en su semblante cuando concluyó con su voz firme y totalmente definitiva:
—Nunca la amaré. No puedo engañarla a ella, ni a mí mismo… por más que Susana insista en que me ama.
Eleanor asintió lentamente, sus ojos reflejando comprensión, y también una tristeza profunda que parecía surgir desde lo más hondo de su ser.
—¿Crees que eso es amor, Terry? — preguntó con delicadeza, midiendo cada palabra para no lastimarlo más de lo que ya estaba herido. —¿Crees que alguien que realmente ama puede forzar a la persona que dice amar a cargar con un dolor como el que tú cargas, cuando está en sus manos aliviarlo de ese sufrimiento?
Terrence se llevó una mano al rostro, cubriendo sus ojos e intentando contener el torrente de emociones que lo invadía, esas emociones que amenazaban con desbordarse en forma de lágrimas. No quería derrumbarse, no frente a ella. Pero el dolor era un peso insoportable, y cada palabra de su madre perforaba sus defensas con una precisión certera.
—Eso no es amor. — prosiguió ella suavemente, casi como una caricia que buscaba consolarlo y a la vez despertarlo. —El amor no es posesión, Terry. Es el viento bajo las alas de quien amas, no la cadena que lo ata al suelo.
Él bajó la mano lentamente, dejando al descubierto un rostro lleno de agonía. Había algo en lo último que le dijo Eleanor que resonaba con una verdad que nunca antes había comprendido del todo. Quizás en el fondo lo intuía, pero sólo ahora, en este preciso instante, lo veía con absoluta claridad.
¡Por supuesto que el amor debía ser libre! ¿Cómo no lo sería? Nadie lo obligó a amar a Candy; su amor por ella nació de manera natural, sin imposiciones ni promesas forzadas. Fue una elección suya, un sentimiento puro e inquebrantable. Y si el amor era libre, entonces, cuando se volvía una obligación, cuando se transformaba en una atadura, dejaba de ser amor. Se deformaba, mutaba en algo que jamás debería haber sido.
—Tal vez… siempre lo supe. — admitió en un murmullo quebrado. —Pero hay algo más que me mantiene unido a Susana. No es sólo un sentido de responsabilidad hacia ella o el concepto errado de que ella me ame.
Eleanor le dio otra mirada profunda y callada, tratando de leer en su interior las palabras que aún no se atrevían a salir.
—¿Por qué sigues con ella, Terry? — cuestionó con ternura. —Si no es por eso deber que crees tener, y si sabes que ella no te ama… si eres tan infeliz a su lado, ¿por qué sigues allí?
Terrence apretó los labios, su mente buscando desesperadamente la manera de explicarlo. Aunque no era algo tan complicado, porque la razón era sencilla… sólo que decirla en voz alta le resultaba insoportablemente doloroso. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso para luego confesar, con un hilo de voz:
—Es porque Candy me lo pidió.
Las palabras salieron de su boca en un susurro ahogado, y al instante el aire en la habitación pareció volverse más espeso que antes. Eleanor lo miró con asombro y dolor, sintiendo cómo el peso de esa revelación caía sobre ambos, también.
—Cariño… — murmuró, acercándose un poco más a él. —Los dos estaban tan equivocados en ese entonces. Eran sólo unos niños jugando a ser adultos y cometieron errores. Nunca debieron haber estado en esa encrucijada en primer lugar.
El joven actor tragó con dificultad, su garganta parecía cerrarse por la emoción que lo inundaba. Alzó la vista hacia su madre, y por primera vez en años, se atrevió a decir en voz alta el pensamiento que lo atormentaba cada día.
—Todo este tiempo… me he dicho que mi vida actual es mi castigo… mi maldición.
La voz de él se quebró, ahogada por el desconsuelo, y tardó unos segundos en encontrar la fuerza para continuar.
—Es la forma en la que pago el gran error de mi vida por haber… por haberla dejado ir.
Eleanor sintió cómo se le partía el corazón al verlo así, tan vulnerable, tan perdido, atrapado en una culpa que lo consumía. Con la mano que descansaba sobre la de su hijo, lo apretó con más fuerza, intentando anclarlo a su amor, a la realidad, a la posibilidad de algo más allá del dolor.
—¿Por qué te atormentas pagando por algo que no fue sólo tu culpa?
Su mirada permaneció fija en él, permitiendo que sus palabras calaran hondo, dándole tiempo para asimilarlas. Porque Eleanor sabía que algunas respuestas debía encontrarlas él mismo, pero no por eso lo dejaría solo en su dolor.
—Hijo, aceptamos el amor que creemos merecer…(*1) — continuó con una combinación de ternura y seguridad a la vez. —¿Crees merecer un amor como el de Susana? ¿Un amor tan enfermizo y egoísta?
Terrence exhaló roncamente, esforzándose por contener sus emociones. Negó con la cabeza, sus palabras saliendo como un murmullo desgarrador:
—No… yo anhelo otro amor. Un amor perdido.
Las lágrimas que intentaba contener, terminaron escapando de sus ojos, y al levantar la vista hacia Eleanor, su rostro parecía el de un niño pequeño buscando consuelo. Y ella se lo dio, acariciando su mejilla suavemente, dejando que se desahogara sin juicios ni palabras vacías. Con la misma voz rota, él finalmente dejó escapar otra verdad que llevaba demasiado tiempo oprimiendo su corazón.
—Pero… aferrarme a la esperanza de que ella aún me ame sería una ilusión demasiado ingenua.
En su mirada se dibujó la más dolorosa de las contradicciones: un anhelo desesperado junto con la certeza de su propia resignación y desesperanza. Eleanor cerró los ojos por un instante, como si el dolor ajeno se entrelazara con el suyo propio, y al exhalar lentamente, intentó encontrar las palabras justas para él.
—Hijo… hay amores que no se pueden olvidar tan fácilmente. Créeme, lo sé.
Hablaba desde su propia experiencia, un amor que había marcado su vida, y que incluso ahora, tantos años después, seguía siendo una herida abierta en su alma. Pero, a diferencia de su hijo, ella había aprendido a aceptar que aquel hombre no había luchado por una vida junto a ella y Terry. Sino al contrario, había elegido apartarse, llevándose a su hijo con él y destruyendo en el proceso lo que podrían haber tenido. No podía permitir que su hijo cometiera el mismo error de su padre.
—Si te sirve de algo… yo no creo que ese amor esté perdido, Terry. Ninguna mujer sería capaz de olvidarte.
El joven actor comenzó a temblar, sus hombros sacudiéndose bajo el peso de emociones que había contenido durante años y que, al fin, lo desbordaban. Eleanor notó cómo las lágrimas surcaban el rostro de su hijo mientras su voz profunda emergía quebrada, despojada de toda defensa.
—Me estás diciendo que luche por un quizás… por una ilusión. ¿Por qué más puedo luchar?
Los ojos de la mujer empezaron a buscar los de su hijo, que evitaban los suyos con una mezcla de miedo y desesperación. Negándose a permitirle escapar en su angustia, se inclinó hacia él, y con una dulzura inquebrantable, enmarcó su rostro entre sus manos. Sus dedos se deslizaron suavemente por su piel fría, sosteniéndolo con firmeza, y obligándolo a mirarla
—Lucha por la verdad, Terry. Por lo que realmente habita en tu corazón… y en el de ella. Lucha por lo que verdaderamente te hará feliz.
Su voz sonaba segura, hablando con un amor maternal que no admitía dudas, y también con la certeza de quien ha aprendido, a base de heridas, que la felicidad no se alcanza huyendo de nuestros temores.
—Tus ojos no brillan cuando hablas de cualquier persona, Terry. — suspiró, esbozando una leve sonrisa. —Sólo te brillan cuando hablas, o incluso piensas en ella. Por eso supe desde el principio que todo esto estaba relacionado con Candy.
Sin apartar la mirada, dejó que sus manos descendieran con lentitud por su rostro hasta posarlas sobre sus mejillas. Con un gesto delicado, acarició la línea de su mandíbula y deslizó los dedos por su cabello, enredándolos en un roce cálido y protector, como si pudiera infundirle valor con su simple contacto.
—Ahora dime… ¿qué es lo que realmente te detiene?
Terrence no desvió la mirada, pero apretó los puños con fuerza, deseando que esa acción pudiera contener el temor que lo devoraba por dentro.
—Tengo miedo… han sido tantos años… — reconoció con un tono apenas audible, destrozado por la incertidumbre. —Han pasado tantas cosas… y si ella… si ella ya no me ama… yo…
La mujer bajó las manos del rostro de él, posándolas sobre sus hombros. No lo sujetó con fuerza, sino con la presión exacta para que sintiera su presencia, ofreciéndole el consuelo que solamente una madre podía dar.
—Todos tenemos que enfrentar lo que tanto tememos, hijo. Incluso yo también lo tuve que hacer en algún momento… Y créeme, es mejor conocer la verdad que vivir encadenado a un quizás.
Fue entonces cuando Terry lo entendió todo, como si las palabras de su madre le hubieran disipado la niebla que nublaba su mente. Lo supo con la misma certeza con la que respiraba. Todas estas alucinaciones, lo que él creía una locura, el reflejo de las luchas de mente y su corazón, todo terminaría cuando finalmente él viera a su pecosa en persona y hablara con ella, la única manera de liberarse era enfrentar la verdad.
Tenía que buscar a Candy, contarle lo que sentía, incluso si el resultado no era el que deseaba. Aunque ella no correspondiera a sus sentimientos, aunque ya no quedara un "nosotros" por salvar, enfrentarla sería su única forma de encontrar su paz.
Cerrando sus ojos, Terry dejó que la verdad se asentara en su interior. Al hacerlo, sintió que algo dentro de él, algo que llevaba años atrapado, finalmente comenzaba a liberarse. Cuando volvió a abrir los ojos, su mirada brillaba con una determinación férrea.
—Ya no puedo seguir al lado de Susana.
Lo dijo con una resolución absoluta, como quien, tras una larga lucha, por fin rompe sus cadenas. Era como si un peso invisible se desvaneciera de sus hombros, dejando en su lugar una energía renovada, una sensación de fortaleza y un tipo de alivio que hacía tiempo no experimentaba. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que era capaz de todo.
Eleanor lo contempló detenidamente, separando sus manos de los hombros de Terrence, dándole el espacio que ahora sabía que él necesitaba. No pudo evitar sonreír al verlo, y esta vez, su sonrisa no fue de consuelo, sino de orgullo genuino, de satisfacción al ver a su hijo, el niño al que había amado en la distancia, el hombre en el que se había convertido, al fin estaba tomando las riendas de su propia vida.
Lo había visto vivir entre las sombras de su sufrimiento, tambalear bajo el peso de una carga impuesta, siempre reacio a pedir ayuda, siempre evitando siquiera hablar del tema. Lo había sentido perdido, arrastrado por un destino que nunca eligió, atrapado en una encrucijada donde parecía no haber salida.
Pero ahora, frente a ella, estaba su Terry de nuevo. No sólo porque había tomado una decisión, sino porque esa decisión le pertenecía por completo. Para Eleanor, como madre, no había mayor motivo de orgullo que verlo finalmente reclamando su propio camino.
—Esa es la respuesta, querido.
El castaño suspiró largamente, como si con ese suspiro expulsara años de dolor acumulado. Luego, se volvió hacia su madre con los ojos aún empañados, pero distintos… más claros, más vivos que nunca.
—Gracias... — pareció dudar un momento, aunque al final añadió, con un tono lleno de una calidez que Eleanor no había escuchado en él antes.—… Gracias por escucharme, mamá.
Los labios de la elegante dama se entreabrieron en un jadeo de sorpresa. Aquella simple palabra le recorrió el alma como una ola inesperada, llenando cada rincón de su ser con una emoción que la dejó sin aliento. De inmediato, sus bellos ojos, tan similares a los de su hijo, se anegaron de lágrimas en un segundo. Terry no la había llamado "mamá" desde que era un niño, desde antes de que la vida y las circunstancias los separaran.
Sin pensarlo demasiado y con el corazón palpitando alocadamente en su pecho, Eleanor lo abrazó, estrechándolo con todo el amor que había guardado para él durante años, con ese sentimiento en su alma que nunca había dejado de anhelar este momento.
Dejándose envolver en ese abrazo, Terrence percibió en ese instante que algo dentro de él se rompía y se reparaba al mismo tiempo. Había sido abrazado antes, pero no así. No de esta manera tan cálida y protectora, con esta ternura envolvente que le hacía recordar una sensación prácticamente olvidada. Era como volver atrás en el tiempo, a cuando era un niño pequeño y ella lo cargaba, arrullándolo hasta que se dormía. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo se destensara, sus músculos relajándose en lo que parecía la primera vez en años.
—He esperado tanto tiempo por esto, cariño. — la voz de Eleanor era un susurro colmado de emoción, mirándolo entre lágrimas como si él fuera lo más hermoso de su vida. —Sabía que algún día volverías a mí.
Terry levantó la cabeza a las justas lo suficiente para mirarla a los ojos. En los suyos, antes apagados por la resignación, ahora brillaba una nueva chispa: el reflejo de una esperanza renacida, de una resolución que, aunque aún naciente, crecía con cada latido de su corazón.
—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, hijo?
Tomando aire pausadamente, él dejó que aquella respiración llenara sus pulmones de vigor mientras asentía con total seguridad.
—Sí, lo sé.
Esa sencilla frase estaba llena de una fuerza que no admitía malentendidos, de un significado tan claro que ninguno de los dos necesitó decir nada más.
Cuando Terrence se separó del abrazo, su semblante ya no era el mismo. Su mirada estaba resuelta, y sus hombros ahora se alzaban con la determinación de quien ha encontrado su propósito.
—Voy a buscar mi verdad. — manifestó firmemente, encontrando en los ojos de su madre un reflejo de su propia convicción. —No importa cuál sea el resultado, quiero ser libre para empezar de nuevo.
Eleanor asintió despacio, sintiendo su corazón embriagado de dicha. En su hijo veía ahora la claridad y la fuerza que tanto había anhelado para él.
—Y en esa búsqueda, hijo mío, encontrarás la paz que tanto has anhelado.
Levantándose del asiento, sintió que un nuevo camino se abría ante él. Aunque incierto, ese camino lo alejaba de las sombras en las que había vivido. Al girarse de nuevo hacia su madre, una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios.
Observándolo llena de esperanza, Eleanor supo con certeza en ese instante que su hijo estaba finalmente listo para luchar por su felicidad, y sobretodo, para retomar el control de su vida. Aunque eso significara enfrentarse a sus miedos más profundos.
ANOTACIONES:
(1*) Frase del libro escrito por el autor Stephen Chbosky: "Las ventajas de ser invisible."
o-o-o
"Las palabras no esperan el momento perfecto, crean sus propios momentos perfectos convirtiendo los instantes más ordinarios en segundos especiales."
Espero haber hecho especiales estos momentos dedicados a mi historia.
Gracias por leer.
. . . . . .
By: Sundarcy
NOTAS DE LA AUTORA:
¡Hola! De nuevo por aquí con un nuevo capítulo que espero les haya gustado. ;)
Siempre me he preguntado qué estuvo haciendo Eleanor cuando ocurrió la separación de Candy y Terry en Nueva York, puesto que no se explora mucho en la historia qué estaba haciendo en ese tiempo. En el manga, apenas aparece en ese contexto, pero hay un detalle interesante: se la ve como incógnita en la premiere de Romeo y Julieta. Esto nos sugiere que, de alguna manera, estaba vigilando a Terry desde las sombras, algo similar a su posterior aparición en Rockstown. Sin embargo, lo que me sorprende es que no estuviera presente en los momentos cercanos al accidente o después de este.
Claro, Eleanor era actriz y seguramente tenía compromisos laborales que atender, no lo sabemos realmente. Quizás en ese momento no estaba al tanto de la gravedad de la situación con Susana, de las exigencias que las Marlowe le impusieron o simplemente desconocía hasta qué punto su hijo estaba involucrado. Tristemente, la historia deja este punto bastante ambiguo, sin ofrecer muchas respuestas.
Lo que sí queda claro es que Terry no la buscó al llegar a Nueva York, lo que sugiere que su relación no era particularmente cercana. Y, en realidad, no se les puede culpar por ello. Pasaron años separados y, aunque pudieron reconectar de alguna manera en Escocia y reconciliarse, eso no significaba que fueran a desarrollar la típica relación idealizada entre madre e hijo. Además, Terry tenía un motivo personal muy fuerte para mantenerse a distancia: quería forjar su propio camino en el teatro sin la sombra de su madre.
Aun así, conociendo todos estos factores, no puedo evitar sentir tristeza por lo que ocurrió. Siempre he creído que Terry necesitaba apoyo en ese momento, alguien con más experiencia en la vida que lo guiara. Porque sí, era un joven maduro e independiente para su edad, pero al final del día sólo tenía 18 años. Imagínense con sólo 18 años y enfrentándose a una decisión que habría sido difícil incluso para alguien mayor. No me sorprende que todo terminara desbordándolo después.
Y es que, siendo sinceras, si bien Candy también sufrió, al menos ella tenía a sus amigos, a sus madres y toda una red de apoyo con la que ella podía contar. En cambio, Terry estuvo completamente solo. En vez de contar con alguien que lo ayudara, más bien tuvo que cargar con culpas y responsabilidades ajenas. ¡Dios mío, qué injusto! Tan joven y ya debía asumir una carga de por vida, no solamente por Susana, sino también por la madre de ella y todo el peso de ese sacrificio. Es algo digno de admirar, pero también duele ver cómo su soledad seguía marcando cada etapa de su vida.
Por tal motivo, en este capítulo quise darle a Terry y Eleanor un espacio para sanar un poco su relación. Me gustaría que este vínculo tuviera más peso en su vida, porque, aunque Terry no es alguien que se rodee de muchas personas ni que se permita querer con facilidad, hay lazos que son irremplazables. Y si hay alguien que siempre será parte de su historia, esa es su madre.
Por cierto, recordé un fanfiction de una querida amiga, AyameDV, que exploraba precisamente la separación en Nueva York, pero con Eleanor presente, apoyando a Terry. Se los recomiendo muchísimo, es una historia preciosa, se llama: "El obsequio de Eleanor." La leí hace años y la he releído muchas veces desde entonces. Ayame, donde quiera que estés, espero que Dios te siga llenando de bendiciones en tu vida y que sigas escribiendo historias tan maravillosas como aquella.
En fin, volviendo a este capítulo, ya están planteadas las cosas para que Terry finalmente pueda liberarse. Falta poco para ese momento, en realidad.
¿Cómo será su enfrentamiento con Susana? No sé ustedes, pero yo estoy súper impaciente por publicarlo. Aunque el trabajo me tiene a full, haré lo posible para que esté listo la próxima semana, aunque quizás se alargue un poco, no estoy segura. En el siguiente capítulo descubrirán qué pasará. Sólo les adelanto que será un momento decisivo en esta historia. Ya entenderán el porqué muy pronto.
¡Gracias por leer! ¡Hasta pronto! Cuídense mucho.
Sunny =P
15/03/2025
