Disclaimer: Los personajes no me pertenecen y son parte del manga/anime Ranma 1/2 de Rumiko Takahashi.
Les dejo esta historia que espero que disfruten.
Déjenme sus comentarios ya que son los que me motivan a seguir escribiendo ;)
Cap 1
—Papáaaaa, estoy cansada —reclamó Ima a mi lado, arrastrando las palabras con un fingido sollozo mientras hacía una mueca tan exagerada que habría ganado un premio si estuviéramos en un concurso de dramatización infantil—. ¿No podemos descansar un poquito?
—Descansamos hace unas horas, Ima —respondí sin detener el paso, aunque le dediqué una sonrisa rápida por encima del hombro—. Ya casi llegamos. Si paramos ahora, tendremos que acampar otra vez, y no quiero volver a espantar tarántulas con una rama para que ustedes puedan dormir tranquilas.
—La verdad yo también estoy cansada, papá —añadió Kumiko desde el otro lado, con el ceño fruncido y el tono serio de quien intenta mantener la dignidad a pesar del agotamiento—. No creí que la aldea amazona estuviera tan lejos. Dijiste que era una caminata, no una expedición de supervivencia.
—Vamos, chicas —respondí con un tono animado, sabiendo exactamente cómo tocar su orgullo para motivarlas—. ¿Qué clase de guerreras amazona quieren ser si no pueden con un par de días de caminata por el bosque? Sus ancestros recorrían distancias enormes sin quejarse ni una sola vez. ¿Y ustedes se rinden porque les duele un poco la planta de los pies?
Ambas se miraron entre sí, ofendidas, como si mis palabras fueran un desafío personal. Eran dignas hijas mías, con esa mezcla de terquedad y orgullo que tan bien conocía. Sabía que funcionaría.
—Además —añadí con picardía—, miren a su hermana menor. No ha dicho ni mu. Lleva todo el camino cantando canciones sin sentido y señalando los árboles como si fueran tesoros escondidos. Una verdadera campeona.
—¡Eso no vale! —refunfuñó Kumiko—. ¡Tiene dos años y la llevas montada en los hombros desde que salimos!
—¡Yo también quiero ir en tus hombros, papá! —intervino Ima, estirando sus bracitos hacia mí con el gesto más lastimero del mundo—. Antes lo hacías… ahora solo quieres a Azumi. Siempre Azumi.
Me detuve un segundo, dándome vuelta para verla con el rostro empolvado de tierra, el cabello un poco enredado y esa expresión acusatoria que combinaba a la perfección la queja infantil con la ternura.
—Eso no es cierto —le dije con voz suave, inclinándome un poco para estar a su altura—. Las quiero a las tres por igual. Pero tu hermanita es la más pequeña, ¿recuerdas? No puede caminar tanto como ustedes. Si lo hiciera, iríamos más lento y no llegaríamos a tiempo para la ceremonia. Y tú quieres estar en tu bautizo amazona, ¿verdad?
—Pero podrías cargarla en los brazos y a mí en los hombros —insistió Ima, con lógica implacable—. Así descansamos las dos.
—¿Y a tu pobre padre quién lo consuela cuando le duelen los brazos, la espalda y hasta el alma más tarde? —dramatizé llevándome una mano al pecho como si sufriera una dolencia trágica e incurable.
—Eso no es verdad, tú eres muy fuerte. ¡Nunca te duele nada! —dijo Ima, cruzándose de brazos con una mirada que combinaba admiración y desafío.
—¡Claro que me duele! —respondí con fingida indignación—. Tú ya tienes seis años, ¿sabes cuánto pesas? ¡Eres toda una campeona de sumo al lado de tu hermanita!
Las risas de las dos llenaron el bosque por un momento. Incluso Azumi, sobre mis hombros, aplaudió con entusiasmo sin saber bien por qué.
—Tienes que considerar que papá ya está un poco viejo, Ima —comentó Kumiko con una sonrisa maliciosa, mirando de reojo a su hermana como si compartieran un secreto travieso.
—¡Hey! —exclamé, fingiendo indignación mientras giraba la cabeza para lanzarles una mirada ofendida—. ¡Eso fue totalmente innecesario!
Las dos estallaron en carcajadas como si hubieran estado esperando exactamente esa reacción. Incluso Azumi, sobre mis hombros, se unió a la fiesta con su risita contagiosa, como si entendiera que papá había sido víctima de una gran broma.
—Ni siquiera con toda la juventud del mundo pueden continuar esta caminata sin quejarse —refunfuñé, aunque no pude evitar sonreír—. Si no son capaces de aguantar esta pequeña aventura ahora, menos podrán tener el estado físico envidiable que yo tengo a mi edad. Yo, a su edad…
—"Yo a su edad, su abuelo me hacía correr días enteros cuestas arriba y bajar haciendo sentadillas" —repitieron ambas al unísono con voz grave, imitando la mía y con una precisión que delataba cuántas veces había contado esa historia. El coro sincronizado me desarmó.
Solté una carcajada, incapaz de mantenerme serio.
—Está bien, lo admito —dije entre risas—. Tal vez he repetido esa historia más de lo que debería. Pero escuchen bien: la única forma de mejorar es exigiéndose incluso cuando están cansadas. Si se detienen cada vez que el cuerpo se queja, nunca van a crecer como guerreras.
—Ambas somos muy buenas luchando, papá —se defendió Kumiko con seriedad, recuperando algo de compostura—. Pero la resistencia… eso es otra cosa. No estamos acostumbradas a caminar tantos días seguidos sin descanso.
—Justamente por eso estamos aquí —respondí con tono firme, pero sin dureza—. Si quieren ser tan buenas como su madre, deben tomar esto como parte de su entrenamiento. Aún les falta mucho para llegar a su altura… incluso a ti, Kumiko. Tu madre fue una de las mujeres más fuertes que he conocido.
Noté cómo el rostro de mi hija mayor se ensombrecía ligeramente mientras continuaba caminando. Kumiko fue quien pasó más tiempo con Shampoo, quien puede recordarla con más detalle… y con más amor. Tenía apenas once años cuando su madre falleció, víctima de un cáncer que la obligó a escoger la vida de Azumi por sobre la suya propia.
Intenté convencerla de que se sometiera al tratamiento. Le rogué que pensara en nuestras otras dos hijas, en las niñas que ya corrían por la casa y la abrazaban cada noche. Pero cuando me explicó sus motivos, no pude seguir insistiendo. Me hizo prometerle que cuidaría de nuestras hijas por siempre. Fue innecesario, porque esa promesa ya estaba escrita en mi alma. Aun así, se la juré. Le aseguré que tanto el bebé como Kumiko e Ima crecerían seguras, protegidas, en un hogar lleno de estabilidad, cariño y propósito. Que jamás volvería a flaquear.
Tuvieron que sacar a Azumi antes de tiempo. El cuerpo de Shampoo ya no resistía más. Afortunadamente, aunque nació prematura, nuestra pequeña llegó al mundo en perfectas condiciones. Desafortunadamente, Shampoo solo pudo verla unas pocas semanas antes de partir.
Mi esposa me dejó con tres niñas: tres pequeñas, inquietas y fuertes guerreras amazónicas. Y desde entonces, todo lo que hago es por ellas.
Estábamos realizando este viaje con dos intenciones: el bautizo de mis hijas como integrantes de la tribu amazona y, quizá más importante aún, dejar las cenizas de Shampoo en su tierra natal. Ella nunca me lo pidió, pero la abuela me explicó lo significativo que era ese gesto: "Una amazona que nace en la aldea, descansa en ella."
¿Qué mejor manera de honrar a la mujer que fue mi esposa, que siguiendo dos de sus tradiciones más importantes?
Apenas sentí que Azumi tenía la edad "suficiente" para emprender este viaje, comencé a planificarlo. Por supuesto, tanto Kumiko como Ima se entusiasmaron de inmediato. Su madre siempre les habló sobre la importancia de ser amazona, sobre el orgullo y el honor que implicaba, y claro que querían bautizarse bajo las leyes de su linaje.
Volví al presente al notar que Kumiko tenía la mirada perdida, sin expresión en el rostro. Sabía lo que pasaba: mi comentario había despertado su nostalgia.
Me agaché apenas lo suficiente para quedar a la altura de su oído, cuidando de que Azumi no cayera de mis hombros.
—Aunque estoy seguro de que tu madre piensa que vas por muy buen camino, Kumiko —le susurré con una sonrisa—. Estoy seguro de que serás incluso mejor que ella. Y, esté donde esté… sé que está muy orgullosa de ti.
Y no lo dudaba. Mis hijas tenían un potencial extraordinario, una técnica híbrida entre los estilos amazona y Saotome que las hacía imparables para su edad.
Le di un beso en la coronilla, y ella me devolvió una sonrisa que lo iluminó todo.
—Aún la extraño mucho —dijo.
—Yo también la extraño, hija —respondí con sinceridad—. Pero extrañarla es mejor que olvidarla. El hecho de que la extrañemos habla de lo importante que fue en nuestras vidas, y del amor que sentimos por ella. Y estoy seguro que ella nos está cuidando en estos momentos a todos nosotros.
Kumiko esbozó una sonrisa nostálgica, y yo le di otro beso en la coronilla.
Seguimos caminando en silencio. Ya se hacía tarde; el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. Si seguíamos a este paso, podríamos llegar a eso de las diez de la noche a un hostal. Kumiko y yo podríamos lograrlo sin problema, pero no era justo para Ima, y mucho menos para Azumi. Las más pequeñas merecían un descanso.
A decir verdad, le había exigido mucho a Ima. Era la primera vez que caminaba tanto en un solo día y, aun así, estaba sorprendido de su resistencia. También me sorprendía lo buena compañera de viaje que resultaba Azumi. Para su edad, era increíblemente tranquila. Se entretenía con lo que fuera: observando el paisaje, cantando, preguntando por el nombre de algunos árboles o animales. Muchas veces simplemente dormía apoyada en mi cabeza.
—Chicas —dije al escuchar por novena vez el suspiro resignado de Ima—, creo que tienen razón. Hemos caminado bastante. Les tengo dos opciones: la primera es que acampemos aquí y continuemos mañana; la segunda es que sigamos una hora más y nos alojemos en una posada que aparece en el mapa.
—Uf, yo muero por un baño —jadeó Kumiko.
—Yo estoy cansada ahora —gimoteó Ima.
—Olvídalo, Ima. Si acampamos aquí, nos vamos a demorar un montón en armar la carpa, hacer fuego, calentar agua… ¡no vamos a descansar nada! Si seguimos solo una hora más, no tendremos que hacer nada de eso y de seguro que nos dan chocolate caliente.
—De acuerdo… odio armar la carpa —refunfuñó Ima coincidiendo con su hermana.
—¡Bien! —dije animado—. Entonces continuamos. ¡Ánimo, chicas!
….
Kumiko y yo nos encargamos de bañar a las menores en el ofuro. El vapor cálido envolvía la habitación, aliviando el cansancio del cuerpo y suavizando el ambiente con una tranquilidad casi hipnótica. Azumi chapoteaba feliz, creando montañas de espuma con sus manos pequeñas mientras reía y hacía flotar un par de juguetes. Ima, en cambio, luchaba por no cerrar los ojos, recostada contra un borde, con expresión lánguida y los párpados cada vez más pesados.
—Usa el baño tú primero, hija —le dije mientras envolvía a las pequeñas en toallas suaves y tibias—. Yo me encargo de darles de comer primero, y luego tú y yo podemos comer algo en el restaurante.
—De acuerdo, papá —asintió Kumiko, ya visiblemente relajada.
Les puse a las niñas sus pijamas: Azumi se dejó hacer sin oponer resistencia, ya completamente vencida por el sueño, y le di su mamadera mientras la acunaba en brazos. Ima, medio dormida, refunfuñó al tener que incorporarse para tomarse su chocolate caliente y comer un poco, pero con algo de insistencia y paciencia, lo logró. Cepillarle los dientes fue toda una hazaña; más que una niña, parecía un zombi somnoliento que apenas podía mantenerse en pie. Azumi, por su parte, ya estaba profundamente dormida con la mamadera todavía entre las manos.
Cuando me aseguré de que ambas estuvieran bien arropadas y profundamente dormidas en la habitación, me dirigí finalmente al restaurante de la posada. Kumiko ya me esperaba en una mesa junto a una generosa cantidad de comida, claramente anticipando que yo llegaría con hambre.
—¿Lo pagaste con la tarjeta? —pregunté, al sentarme.
—Sip —dijo con una sonrisa cansada—. Aunque costó un poco que pasara, la conexión aquí es pésima. También arrendé un servicio de transporte desde aquí hasta la aldea para mañana. Sale a las 11 a.m. Me dijeron que es un servicio nuevo, no tienen los mejores vehículos, pero me aseguré de que tuviera sillas para niños y aire acondicionado. Eso sí… fue un poco más caro.
—La verdad, creo que estoy demasiado cansado como para darte una lección de austeridad ahora mismo —bromeé mientras reía y me llevaba a la boca un gran bocado de un sándwich—. O quizás tienes razón… y sí, ya estoy más viejo.
—Hablando de viejo… —dijo Kumiko con una mueca—. Las chicas de último año de la escuela me dijeron que quieren tener una cita contigo.
Solté una risa, no era la primera vez que una adolescente se insinuaba. Al parecer, ser "el papá guapo" era parte del paquete.
—Vaya… si esta vez son de último año, no veo problema en esperar unos cuantos meses —bromeé, sabiendo perfectamente que eso la molestaría.
—Olvídalo —me lanzó una mirada helada—. Tienes terminantemente prohibido meterte con niñas que no son ni diez años mayores que yo.
—¿Disculpa? Soy un hombre adulto, viudo y libre. Tengo todo el derecho de tener la novia que quiera —repliqué, fingiendo dignidad—. Eso incluye jovencitas mayores de edad.
—Mira… padre —soltó con tono amenazante, frunciendo el ceño—. Si tú te metes con una mocosa, te juro que te haré la vida imposible a ti y a la estúpida hueca que se te ocurra poner enfrente. No voy a permitir que mi padre se convierta en un viejo rabo verde. ¿Me oíste?
—¡Hey! Solo tengo 32, tampoco soy tan viejo.
—No me importa si quieres tener novia —siguió, señalándome con el dedo—. Pero no voy a ser el hazmerreír por tener un padre que sale con una tipa que podría ser su hija. Es patético.
—Tampoco es que saliera con una cría de 13 años… pero 18…
—¡OLVÍDALO! —espetó, subiendo el tono, y no pude evitar soltar una carcajada ante su exageración.
—Tranquila —dije, ya dejando la broma—. No tengo interés en "jovencitas", ni en "maestras" empecinadas en tener reuniones personales para "discutir sobre el rendimiento escolar de una de mis hijas", ni en tener una nueva novia. Ustedes son mi prioridad. Y por si no te has dado cuenta… ustedes, las competencias y los entrenamientos ocupan casi todo mi tiempo. No podría mantener una relación ni aunque quisiera.
Kumiko resopló, pero una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
—Eso dices ahora… pero en la aldea va a haber muchas "jovencitas" guapas que seguro querrán desafiarte a una lucha. Es evidente que siempre tienes muchas admiradoras donde vayas.
—Eso ya lo previne —respondí con tranquilidad—. Tu abuela me explicó qué hacer si sucedía, así que termínate tu té y relájate. No te vas a convertir en el hazmerreír de nadie.
Kumiko se bebió lo que quedaba de su taza de un solo trago, cruzando los brazos luego con gesto resignado. Yo, mientras tanto, contenía una risa. Tener una hija tan celosa y protectora me causaba ternura, aunque me lo negara todo el tiempo.
—Bien… creo que ya me voy a dormir yo también. Estoy bastante cansada —dijo con un bostezo mientras se ponía de pie.
—De acuerdo —asentí—, pero vas a tener que dormir con tus hermanas en la misma cama.
—¿¡QUÉÉÉ!? —exclamó, mirándome como si acabara de anunciarle el fin del mundo—. ¿No pudiste arrendar una habitación más grande?
—Esa es la habitación más grande —le respondí serio—. Solo que no hay más camas ni futones. ¡Mira este lugar! Está a reventar —agregué señalando alrededor. El restaurante estaba lleno, y el alboroto de familias y viajeros hacía evidente que la celebración anual amazona atraía a mucha más gente de lo que había previsto.
—Ugh… ¿y si Azumi se hace pipí otra vez?
—Ya hizo pipí antes de dormir, pero si vuelve a pasar, solo te das una ducha y te cambias de ropa. Hablé con la dependienta y, tras ofrecerle algo extra, accedió a lavar cualquier emergencia durante la noche.
Kumiko me lanzó una mirada de fastidio, pero no discutió más.
—Si es tan sencillo… ¿por qué no duermes tú con ella?
—Porque la he cargado todo el día en mis hombros —le recordé, masajeándome el cuello—. Necesito dormir bien al menos una noche. Pero si quieres, mañana te toca llevarla a ti cuando se canse —dije sonriendo, sabiendo perfectamente cuál sería su respuesta.
Ella chasqueó la lengua, pero bajó la mirada resignada.
—Ok, ok… pero si se hace pipí, te voy a despertar para que la cambies tú.
—Trato hecho —respondí, levantando una ceja.
—Bien —dijo con un suspiro—. Buenas noches, papá. Si no estoy despierta cuando regreses, que duermas bien.
Se acercó para darme un beso en la mejilla, y yo se lo devolví con una sonrisa.
—Descansa, hija. Te quiero mucho.
—Descansa, papá. Yo también —respondió mientras se alejaba rumbo a la habitación, caminando con esa mezcla de madurez y niñez que aún no terminaba de abandonar del todo.
Bebí un sorbo de mi café, pensando en los "temores" de mi niña. Todos infundados. Yo ya había tenido un gran amor… y lamentablemente… la había perdido. La idea de tener otra mujer a mi lado no me resultaba llamativa. No porque me cerrara al amor, sino porque aprendí a vivir con la ausencia, con el dolor persistente de no tenerla conmigo, de no haber hecho lo suficiente por ella, de haber permitido que se fuera.
Mi vida ahora es otra: soy padre. Y eso es todo lo que quiero ser. Mi prioridad son mis hijas. Lo demás… son distracciones.
Sacudí la cabeza suavemente, como si pudiera apartar los pensamientos nostálgicos antes de que se instalaran por completo. En su lugar, intenté poner atención al bullicioso ambiente a mi alrededor.
El murmullo del festival llenaba el aire, y una conversación en chino desde una mesa cercana logró captar mi interés. Había estado esforzándome en aprender mejor el idioma, así que agucé el oído para practicar.
….
—¿... sigue siendo la matriarca de las amazonas? —alcancé a escuchar decir a uno de los hombres.
—Así es —respondió su compañero.
—Quién lo diría… es tan joven para ser matriarca. No pensé que duraría tanto.
—Es porque es la más fuerte de todas. Han habido chicas que la han desafiado, pero ninguna puede con ella.
—¿Tampoco la han intentado desposar?
—Sí, claro, varios lo han intentado. Pero luego ella inventó una ley para evitar que la reten a duelos.
—¿Una ley? ¿Qué tipo de ley?
—Hace unos años declaró que si un varón quiere desafiar a la actual matriarca y pierde… entonces no podrá retar a ninguna otra mujer a duelo. O sea, no podrá desposar a ninguna amazona.
—Entonces no quiere casarse con nadie…
—Exacto. Y es una lástima, la verdad. Es realmente guapa. Hace unos años vine a la celebración y pude verla.
—Supongo que nadie se arriesga a luchar con ella después de esa ley.
—Al principio sí. Muchos pensaban que podían vencerla. Pero ella los derrotó a todos. Y claro, quedaron descartados para cualquier otra elección. Con el tiempo, los retadores fueron escaseando. Hace años que nadie la desafía.
—¿Y qué pasó con los que perdieron?
—Algunos, si querían formar una familia, debieron irse de la aldea . Otros se quedaron como solterones. Aunque… dicen las malas lenguas que la matriarca les da un lugar en su cama a algunos de los rechazados.
—No me lo creo. ¿Y tú cómo sabes eso?
—Mi primo vive aquí. Nunca dejó la aldea. Logró desposar a la amazona que quería y pues… sabe mucho de los rumores que corren por aquí.
—¿Y tú vas a luchar este año?
—Tengo en la mira a una de las chicas del pueblo. El año pasado venció a todos los que se le enfrentaron, pero yo he entrenado duro para retarla. Ya me gustaría asentarme, la verdad. No quiero irme de aquí. ¿Y tú?
—Oh no, yo ya tengo esposa. El mayor de nuestros hijos ya está grande y queremos que se impregne un poco de sus raíces. Que participe en los torneos de igualación masculina y… quién sabe, tal vez encuentre una amazona que le interese.
….
Me retiré de la mesa una vez que terminé la enorme cena que Kumiko había comprado para mí. Estaba satisfecho, tanto por la comida como por mi pequeño logro personal: comprender toda una conversación en chino de personas diferentes a mis hijas y a la abuela.
Era un avance importante. A lo largo de los años, Shampoo y la abuela se habían esforzado en enseñarme. Mis hijas hablaban el idioma a la perfección, claro… el único rezagado era yo. Pero después de lo de hoy, podía decir con confianza que entendía casi todo.
Solo me faltaba pulir el habla. Según Kumiko, aún sonaba como Tarzán cuando intentaba mantener una conversación más larga, o como "un niño que habla de forma exageradamente modulada", en sus propias palabras. No era la crítica más suave, pero tenía razón: no sonaba natural.
Aun así, mientras supiera preguntar dónde estaba el baño y pudiera entender las indicaciones sin perderme, todo debería ir bien.
….
El vehículo nos dejó frente a la entrada de la aldea amazona. Apenas puse un pie en el suelo, una sensación de nostalgia me invadió por completo. Ese lugar me traía demasiados recuerdos… la mayoría, bastante traumáticos. Aun así, tenía la esperanza de que con el bautizo de mis hijas, esas emociones mutaran en algo más bello. Quería poder dejar atrás el pasado, al fin.
Todo estaba decorado para la celebración y había gente por todas partes. Las calles rebosaban vida, adornadas con tiendas de todo tipo: desde comida y recuerdos, hasta puestos de armas y armaduras exclusivas para mujeres. La festividad anual acababa de comenzar.
El primer día era el más simbólico: el bautizo de las forasteras, aquellas niñas nacidas fuera de la aldea, pero con raíces matriarcales amazona. El segundo día tenía lugar el verdadero espectáculo. Por la mañana, las mujeres luchaban entre ellas para demostrar su rango, y por la tarde, los varones desafiaban a las amazonas con quienes deseaban formar familia. Esa noche se celebraba a los vencedores. El tercer día era el de las uniones matrimoniales.
El bautizo se llevaría a cabo al atardecer, así que aún tenía tiempo para disfrutar de un día completo con mis hijas, solo nosotros, antes de presentarlas ante la nueva matriarca… Aka.
Comimos juntos, les compré hermosos qipaos para su ceremonia, algunas armaduras y armas de entrenamiento. Las vi participar en "juegos" cuyo real propósito era realizar entrenamientos ligeros entre chicas de su edad, y por supuesto… mis dos mayores ganaban en todos los juegos. Me sentía increíblemente orgulloso de ellas. No solo eran luchadoras excelentes, sino también amazonas formidables.
Más tarde, observamos algunas batallas de igualación femenina. Mis niñas no perdían detalle: aprendían nuevos movimientos, técnicas de defensa y estrategias que incluso a mí me dejaron impresionado. Las batallas entre mujeres causaban un revuelo considerable; acaparaban la atención de muchos varones. Aunque no eran combates oficiales, servían como vitrina: marcaban el estatus de cada amazona, su fuerza relativa… y también sus posibilidades frente a un posible pretendiente.
Ver a mis niñas tan felices me hizo cuestionarme por qué no vine antes con Shampoo. Si lo hubiera hecho, al menos Kumiko e Ima habrían tenido un recuerdo lindo con su madre… y con sus raíces.
No me fue indiferente el hecho de que muchas chicas me miraran por las calles, ni que algunas hicieran artimañas para provocar alguna batalla. Cologne ya me había advertido al respecto: debía tener cuidado con las "trampas" de cacería amazona. Algunas mujeres, cuando se interesaban en un hombre, eran capaces de idear los trucos más rebuscados para terminar enfrentándolo en combate.
Por suerte, los tatuajes que me hice en el brazo ayudaban bastante. En la cara interna del bíceps izquierdo llevaba tres círculos rellenos, uno por cada una de mis hijas. Me impedían entrar a los baños públicos, sí, pero funcionaban como un símbolo claro: ese brazo pertenecía a un padre. A las amazonas no se les da involucrarse con la pareja de otra mujer amazona y no les agradaba criar hijos que no fueran de su sangre, así que mostrar las marcas bastaba para disuadir a la mayoría de las muchachitas en busca de nupcias.
Cologne me explicó que era tradición entre los hombres de la aldea tatuarse a sus hijos amazonas en el brazo izquierdo. Para ellos, los hijos eran motivo de orgullo, y al mismo tiempo, los tatuajes funcionaban como una especie de escudo ante intenciones ajenas.
Cuando, sin querer, pasaba a llevar a alguna chica en medio del gentío, bastaba con levantar las manos en señal de disculpa. Siempre asegurándome de que el tatuaje quedara bien visible, y el conflicto se desactivaba.
Aunque no siempre funcionaba. Hubo un par de chicas a quienes no pareció importarles mi paternidad. Me acusaron de haberlas ofendido y exigieron batallar al día siguiente. En esos casos, lo único que podía hacer era recurrir a una vieja técnica disuasoria: mostrar sumisión. Algo similar al "tigre caído", pero sin teatralidad. Me quedaba de rodillas, inmóvil, cabeza baja, cuello expuesto.
Era efectivo. Las alejaba de inmediato, como si sintieran repulsión al ver a un hombre mostrar tal grado de debilidad.
Debo reconocer que hacerlo me daba vergüenza. Todos me miraban, cuchicheaban, y más de uno me tildaba de débil. Pero era el único modo de evitar una batalla que, con toda seguridad, ganaría… y ganar una pelea así no era algo que quisiera, ni por mí, ni por mis hijas.
—Chicas, ya debemos prepararnos para el bautizo —dije después de revisar la hora.
Nos dirigimos al hospedaje que Cologne nos había reservado; conocía a la dueña del lugar, así que teníamos un espacio acogedor para cambiarnos. Increíblemente, me tomó dos horas preparar a mis hijas. La mayor, por supuesto, se alistó sola… pero bañar, vestir y hacerle los chonguitos a las más pequeñas fue un trabajo más largo de lo que anticipaba.
Cuando por fin terminé, me di cuenta de lo atrasados que estábamos. Corrimos lo más rápido que pudimos hacia el templo, ubicado en el centro de la aldea, justo frente a la arena de luchas. El lugar estaba siendo purificado y bendecido mientras la matriarca, a lo lejos, pronunciaba un discurso tradicional de apertura. Eso significaba que habíamos llegado justo a tiempo: aún no iniciaba la ceremonia de bautizo.
Entramos al templo jadeando, y nos ubicamos en la fila para acceder a la sala de ceremonias. Una mujer mayor tomaba los datos de cada persona antes de dejarlas pasar.
—Su nombre, señorita —preguntó mirando a mi hija mayor. Pero, tras observarme a mí y a las otras dos niñas, añadió—: ¿Son hermanas, verdad?
—Así es —respondí en chino, tratando de no sonar como si estuviera al borde del colapso después de nuestra corrida.
—La mayor es Kumiko, tiene trece años. Le siguen Ima, de seis, y Azumi, de dos.
—Bien. ¿Apellido?
—Saotome.
—Ese no es un apellido amazona —comentó, con un dejo de sospecha en el tono.
—Son amazonas por parte de madre. Shamp...
—¡¿Shampoo?! ¿La nieta de Cologne? —me interrumpió, con energía repentina—. He escuchado historias bastante inusuales sobre ustedes dos. Hace mucho que no sabemos nada de ella. ¿Dónde está? Se supone que la madre debe entrar con la más pequeña.
—Mi madre falleció hace dos años —respondió Kumiko con suavidad, la nostalgia asomando en su voz.
—Oh no… esa es una mala noticia, cariño. Tu madre era una guerrera extraordinaria, de las mejores que he visto —comentó con verdadero pesar la mujer—. Tu padre fue el único que logró vencerla, así que ustedes deben tener una sangre muy poderosa. Ahora que lo veo… se parecen mucho a ella. Definitivamente heredaron su belleza.
Mis tres niñas sonrieron ante el halago. Y era cierto: todas eran preciosas, y ya estaba viendo las consecuencias de aquello en Kumiko. Había tenido que alejar a varios "interesados" que se asomaban a mi puerta con intenciones poco disimuladas de acercarse a mi hija.
—Pueden pasar, chicas. La ceremonia comenzará pronto. Ya que lamentablemente no contamos con la presencia de la madre, usted deberá pasar con su hija pequeña —agregó—. En los casos donde no está la madre, el padre puede realizar la ceremonia con los infantes y participar del rito. ¿Sabe que debe hacer un juramento?
—Sí, ya lo tengo estudiado.
—¡Perfecto! Adelante, chicas —finalizó con una sonrisa.
Le agradecí el gesto, pero no alcancé a dar un solo paso cuando sentí que algo tiraba levemente de mi pantalón.
—Perdón, papi… —dijo Azumi, con lágrimas cayéndole por las mejillas.
Bajé la vista y noté el pequeño charco en el suelo. El pantalón de Azumi estaba empapado.
—Ups… un accidente —dije con voz suave mientras me agachaba a su altura para que sintiera confianza.
—Te dije que debíamos hacerla ir al baño antes de salir —me reprochó Kumiko con los brazos cruzados.
—¿¡Se hizo pipí otra vez!? ¡Siempre se hace pipí! —exclamó Ima, rodando los ojos.
—No avergüences más a tu hermana, Azumi. Tú también tenías "accidentes" a su edad. Además, íbamos bastante atrasados como para detenernos antes —respondí, intentando mantener la calma.
—No te preocupes, princesa —dijo la mujer con voz cálida a mi hija, que había escondido el rostro en mi hombro, llorando en silencio luego del comentario de su hermana—. Puedes cambiarla en el baño que está aquí al lado —añadió, dirigiéndose a mí—. ¿Tienes ropa para ella? Tenemos algunas prendas disponibles por si acaso.
—Sí, tengo en la mochila. Muchas gracias. Niñas, vayan entrando mientras tanto, yo me uno enseguida.
—¡No me van a bautizar…! —lloró mi pequeña, aferrándose más fuerte a mi cuello.
—Tranquila, princesa —intervino de nuevo la mujer con dulzura—. Yo le diré a la matriarca Aka que te espere, ¿de acuerdo?
Azumi asintió apenas, todavía avergonzada.
La llevé al baño en silencio, acariciando su espalda para calmarla. Dentro, traté de mantenerla entretenida con voz baja mientras buscaba la ropa en la mochila. Ella sollozaba bajito, con el ceño fruncido y las mejillas encendidas de vergüenza.
—Primero vamos a limpiarte bien, ¿sí? No pasa nada, estas cosas le pasan a muchos niños —le aseguré, pero ella no respondió, solo me miraba con ojos vidriosos.
Tuve que improvisar un pequeño banco con la tapa del inodoro cerrado para sentarla mientras sacaba toallitas húmedas, ropa interior limpia y un pantalón nuevo. Me tomó más tiempo del que esperaba quitarle el pantalón mojado sin que se pusiera a llorar otra vez. Después, hubo que calmarla otra vez porque no quería que la viera así.
—No tienes que avergonzarte, Azumi. Esto no te hace menos que nadie. ¿Sabes lo valiente que eres por estar aquí? —le dije mientras limpiaba con cuidado su piel y luego le colocaba su nueva ropa.
El pantalón elegido era uno de sus favoritos, de color morado con unas pequeñas flores en la basta que hacían juego con su Qipao. Me aseguré de que todo le quedara cómodo, luego la ayudé a ponerse un nuevo par de zapatillas y guardé la ropa mojada en una bolsa plástica.
—¿Ves? Ya estás lista. No nos demoramos tanto, ¿verdad? Y estás incluso más bonita que antes con este pantalón —le dije, tocando su nariz con la mía.
Ella soltó una risita pequeña, como si quisiera salir de su vergüenza a empujones.
—Así que deja de botar esas lagrimitas de cocodrilo, que quiero ver tu carita bien linda.
La levanté en brazos y la acerqué al espejo. Nos quedamos allí un momento mientras le secaba las lágrimas con otra toallita y le ayudaba a sonarse la nariz.
—¿Sabes? Cuando termines esta ceremonia, vas a poder llamarte "amazona" al igual que tus hermanas. No hay prisa. A veces hay que llorar un poco antes de ser valiente.
Ella asintió muy despacito, como si aún lo estuviera pensando, pero el brillo en sus ojos había cambiado. Estaba lista.
Finalmente salimos del baño, cruzamos el vestíbulo y entramos a la gran sala de ceremonias. El murmullo se había apagado por completo. Caminamos con pasos lentos, pero decididos. La ceremonia ya había comenzado: las niñas estaban alineadas frente a la matriarca, y varias ya habían recibido el rito.
Justo al llegar a la parte trasera de la sala, escuché el nombre de mi hija mayor.
—Saotome Kumiko —anunció con solemnidad mi hija a la matriarca, quien ya le había ungido la frente con el aceite de rosas.
Pero lo que vi me hizo quedarme de piedra.
No podía ser real.
No podía ser ella.
Mi mente tenía que estar jugándome una mala pasada… una cruel, absurda, imposible. Pero, ¿por qué? ¿Por qué ahora, en este momento sagrado, cuando todo parecía estar finalmente en orden?
La matriarca también se congeló. Sus ojos fijos en Kumiko, su mano aún extendida con el cuenco ceremonial temblando apenas. La falta de reacción atrajo algunas miradas curiosas entre los presentes.
—¿Sao…tome? —preguntó la matriarca en su estupor.
—S… sí —respondió Kumiko, arrastrando la afirmación con visible inseguridad, como si temiera haber cometido algún error.
Un suspiro se escapó de mis labios.
Entonces, ella levantó la vista.
La mujer elegantemente vestida con atuendo tradicional chino giró lentamente la cabeza hacia mí. Nuestros ojos se encontraron, y se abrieron al mismo tiempo como si un rayo invisible nos hubiese atravesado.
Noté cómo su pecho subía con rapidez al ritmo de una respiración alterada. El mío hacía lo mismo.
Y entonces, lo dije.
Una sola palabra, la más absurda, la más dolorosamente improbable.
—¿Akane…?
