Resolución del Hokage
Tobitake podía ver desde la azotea de la Mansión Hokage la ahora limpia calle que le asignaron a sus chicos. Él en verdad esperaba que esos tres quejumbrosos estuvieran ocupados hasta el anochecer. Ahora tendría que revisar el trabajo, hacer el reporte y regresar a la Mansión para entregarla. Esos chicos eran buenos para causarle problemas.
Descendió a la oficina, donde el guardia le saludó y permitió el paso. Ya desde el pasillo el aire solemne de la reunión se podía sentir. Era una situación tensa para los otros y tediosa para él, que prefería encargarse de otros asuntos más entretenidos como torturar o hacer interrogatorios.
—Lord Hokage —Se cuadró, luego hizo una reverencia—. Me presento a rendir informe. Hola Iruka.
El vetusto tercer Hokage, Hiruzen Sarutobi, de manto impecable, tan blanco como su barba, asintió la cabeza en señal de saludo. Lo mismo hizo el profesor de la academia, Iruka Umino, con el rostro inflexible de un líder de Estado a punto de negociar un acuerdo de paz. Serio, nervioso, el profesor de la cicatriz horizontal estaba preparado para defender a sus alumnos como si peleara por su propia carrera ninja.
—Me alegra que estés aquí, Tonbo —Hiruzen hizo una señal a Iruka, que estaba parado a su lado, para que se moviera al lado de Tobitake frente al escritorio de su oficina—. Te he llamado para que nos expliques por qué no has disuelto tu equipo aún.
—¡Lord Hokage! —exclamó Iruka, sorprendido por la falta de aprecio al grupo de Tonbo—. Esos chicos se ganaron su hitai-ate como los demás. ¿No cree que está siendo intransigente con ellos?
—Iruka, por favor. Ya llegará tu turno para hablar.
Umino se calló de inmediato. Como el leal shinobi de la Hoja que era, obedecería a su Kage, pero llegado su turno pelearía por sus muchachos. Tobitake tomó un momento antes de empezar a hablar.
—Les gusta limpiar drenajes, Lord Hokage. He seleccionado para ellos las misiones más humillantes y tediosas. También les he dicho en cada reunión que no tienen lo necesario para ser genin. Por supuesto, tampoco los he entrenado desde que están a mi cargo.
—¡Pero eso es horrible! —Iruka no pudo contenerse—. ¡¿Cómo puedes llamarte sensei cuando eres capaz de comportarte así con unos chicos que te entregaron su confianza?!
—Iruka —Sarutobi intervino—. Te pedí que guardaras silencio. Por favor, sé paciente mientras llega tu oportunidad de hablar.
—Perdone mi comportamiento, pero no es correcto lo que les estamos haciendo.
Sarutobi lo miró con desaprobación. Eso fue suficiente para hacerlo guardar la compostura. Fumó de la pipa que siempre mantenía anclada en su boca cuando estaba en el interior de la mansión. Meditó las palabras adecuadas antes de soltar el humo y hablar:
—Desde la fundación de la aldea, la academia fue concebida como el semillero de las próximas generaciones. El primer Hokage quería que todos los hijos de la aldea tuvieran las nociones básicas del mundo shinobi, que tuvieran la oportunidad de ser fuertes para proteger a sus seres queridos. —volvió a aspirar de su pipa—. Lamentablemente no todos pueden lograrlo. Iruka, tú mejor que nadie sabe que las habilidades de los estudiantes deben ser las necesarias para que no mueran…, al menos en sus primeras misiones.
»Tengo entendido que esos muchachos no están al mismo nivel que el resto. Tonbo, te pido que dejes de hacerles perder el tiempo, que sean ellos los que elijan si desean volver a la academia o dedicarse a labores manuales por su cuenta.
—Lo lamento, Iruka —Tobitake sonrió. No disfrutaba de ver la frustración en la cara del profesor, era el alivio de liberarse lo que le alegraba—, pero ya lo dijo Lord Hokage: No todos pueden lograrlo.
—No. Lord Hokage, me prometió la oportunidad de hablar y les pido que me escuchen antes de tomar esa decisión.
Tobitake desvió la mirada. Él solo quería deshacerse de ese peso muerto; pronto estaría saturado de trabajo con las próximas celebraciones y no quería seguir con la farsa educativa. Hiruzen lamentó en ese momento haber llamado a Iruka. Sabía que él más que nadie se opondría a la supresión del Equipo Cuatro, se dejaría llevar más por el aprecio que sentía por sus estudiantes que por el sentido común. «Hipócrita», pensó para sí; él en varias ocasiones hizo lo mismo. Con un ademán de mano dio a Iruka Umino permiso para continuar.
—Cuidé y eduqué por años a esos chicos, a cada uno de los treinta que se graduaron este año. Es verdad que no todos tienen lo necesario para enfrentar los peligros del mundo shinobi, pero también es verdad que todos se graduaron con la ilusión de ser parte de él. De los alumnos que son rechazados cada año, pocos tienen la voluntad de intentarlo al año siguiente, y a lo largo de mis años en la educación, no he visto a nadie que fuera rechazado una segunda vez volver a intentarlo; eso es porque el golpe del fracaso puede ser muy doloroso.
»Esos chicos lograron graduarse y pasar el reto que se supone debieron reprobar. ¿Eso no es prueba suficiente de sus capacidades? Todos sabemos aquí que, si no han renunciado, a pesar de las misiones desagradables y la apatía de su sensei —Tonbo hizo un mutis, ofendido—, es porque creen que ya son genin de verdad. Si les negamos lo que legítimamente se han ganado, faltaríamos a nuestro deber para con la nueva generación. La decepción podría romperlos.
La tarde estaba muerta, silenciosa, incómoda por el calor estival, incómoda por la discusión. La oficina debía sentirse fresca, las aves debían trinar y escucharse por las ventanas abiertas. La brisa debía dispersar la pesada sensación dentro de esa habitación y hacer avanzar el tiempo; incluso el humo de la pipa parecía estático. Finalmente, el tercer Hokage habló:
—Tobitake no puede darles la atención que necesitan, no ahora con los Exámenes Chunin tan cerca. Tienes razón, Iruka, esos chicos cumplieron con los requisitos suficientes para ser considerados genin. Sin embargo, seguirán sin ser registrados y no se les dará permiso a realizar misiones ajenas al servicio comunitario. En cuanto terminen los exámenes buscaremos a un jonin que quiera hacerse cargo. Además, si no conseguimos encontrarles un sensei adecuado, el equipo tendrá que desaparecer.
La reunión terminó en un punto muerto, y al mismo tiempo con todos los involucrados satisfechos; tal era la habilidad conciliadora del negligente Sarutobi. Iruka, triunfante, logró proteger a sus chicos de una injusticia que pudo afectar el resto de sus vidas. Tobitake por fin se desharía de ellos, jurándose no volver a aprobar a nadie más en lo que le quedaba de vida.
Y ellos, el Equipo Cuatro, los sobrantes sin sensei, ignorantes en ese momento de que su suerte había sido echada, reían entre burlas a la sombra del calor de la tarde.
