Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.

Nada va a lastimarte, cariño

Capítulo 12

Delicado

Regresó con los brazos cargados de leña. El frío mordía su piel, y cada bocanada de aire era como tragar agujas de hielo. A lo lejos, Kazue esperaba en el mismo sitio donde la había dejado, envuelta en su manta, con la mirada puesta en el horizonte.

Al llegar, dejó caer la madera, prestando atención al leve golpe sordo contra la tierra endurecida. Se frotó las manos para recuperar algo de calor antes de agacharse a organizar los troncos. Sabía que cada minuto perdido era un minuto más en el que ambas seguían expuestas al viento cortante.

Colocó las ramas más finas en el centro, formando una base compacta, y sobre ellas dispuso los troncos más gruesos. Trabajó rápidamente, hasta que estuvo satisfecha con la estructura.

Tomó dos ramas secas y se arrodillo junto a la pila. Comenzó a frotarlas una contra la otra, primero, lento y constante, luego con más ímpetu. La fricción calentó la superficie y levantó un tenue aroma a corteza quemada. Pero aún no era suficiente.

Cambió de técnica, tomo una vara más gruesa y la giró entre sus palmas contra una base, generando polvo fino en la hendidura. Sus músculos protestaron, pero ella continuó, concentrada. Un hilo de humo se elevó.

Kazue, a su lado, inclinó la cabeza, observando el proceso con ojos atentos.

Sakura siguió girando la vara hasta que vio la primera chispa. Rápida, llevó un poco de musgo seco y sopló con cuidado. La brasa se avivó, creció, y con ultimo sopló, una pequeña llama nació.

Sonrió aliviada y la colocó bajo las astillas. En cuestión de segundos, el fuego comenzó a extenderse, iluminando sus rostros con tonos cálidos. Habría sido más sencillo si Sasuke estuviera ahí para implementar un Katon, pensó.

Rebuscó en su mochila hasta dar con un paquete de galletas y una manzana. Sin dudarlo, se los entregó a Kazue, quien los tomó con un gesto de agradecimiento.

Debía racionar la comida, aunque la mayor parte de la misma estaba destinada a la adolescente embarazada.

La joven miró a Sakura y luego señaló los alimentos, llevándose una mano al pecho con una inclinación de cabeza, cuestionando si ella no comería algo.

—No, estaré bien—respondió con una leve sonrisa.

Se arrodilló junto a ella y comenzó a revisarla. Sus manos se movían precisamente, palpando con suavidad sus muñecas, su frente, asegurándose que no hubiera signos de fiebre o agotamiento extremo. Kazue permaneció quieta, habituada ya a los escrutinios médicos de Sakura, aunque sus ojos expresaban cierta inquietud.

Después de un momento, tocó su propio abdomen y miró a Sakura.

—Está bien—le aseguró, refiriéndose al bebé—. Pero mamá tiene que descansar.

Kazue bajó la mirada, acariciando su vientre, temerosa.

—Tus niveles de hierro son bajos. Debemos solucionar eso—agregó Sakura, sin dejar espacio para objeciones.

Kazue asintió lentamente. Luego, sin más preámbulo, y señaló a Sakura.

"¿Te encuentras bien?"

Al igual que Sasuke, Kazue se había percatado que algo andaba mal con ella desde hace tres días. Si bien, se aseguró de curar el daño inicial, todavía no era capaz de realizar una valoración extensa para determinar la cantidad de tejido dañada e iniciar un tratamiento.

—Sí, lo estoy—dijo, acomodándose mejor junto al fuego.

La chica la estudió por un instante más, dudando de su respuesta, pero al final la aceptó. Se dedicó a partir la manzana con cuidado, ofreciéndole la mitad.

Sakura dudó, pero optó por tomar el pedazo y le dio un pequeño mordico. No era momento de rechazar la bondad de una amiga.

El fuego crepitó entre ellas, proyectando sombras danzantes sobre la tierra. Aunque el frio seguía ahí, no resultaba tan insoportable.

La conversación se disipó en el silencio y solo el lejano aullido del viento rompió la quietud.

Sakura bajó la vista hacia el suelo, pensativa. Algo le oprimía el pecho, una duda que llevaba tiempo rondando su mente. No quería ser entrometida, pero tampoco podía ignorar lo que estaba frente a ella.

Tomó una enorme bocanada de aire y aunó todo el valor que le era posible.

—No quiero meterme donde no debo, pero… acaso… Sasuke… ¿él fue quien te hizo eso?—preguntó, con cautela, su mirada fija en Kazue.

Si bien, el Uchiha le había asegurado que no tenía nada que ver con eso y que, en efecto, ella era la primera y única mujer con la que había estado, Sakura aun resguardaba sospecha.

La reacción de Kazue fue inmediata. Negó con vehemencia, sacudiendo la cabeza con tal fuerza que sus oscuros mechones se agitaron. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y en un parpadeó, comenzó a gesticular con rapidez.

"No. No. Jamás."

Su réplica fue desesperada.

"Solo lo vi un par de veces en el prostíbulo. Iba a ver al dueño. Pero jamás se acercó. Nunca."

Sakura tragó grueso. No estaba segura de qué respuesta esperaba, pero la intensidad de Kazue dejó claro que la pregunta era dolorosa.

Ahora comprendía la desesperación del clan Tenshihari por acabar con ella.

Kazue apretó los labios con fuerza. Su cuerpo se tensó, deseando encogerse sobre sí misma. Luego, con un gesto lento, casi inconsciente, llevó una mano hasta su vientre.

La kunoichi cerró los ojos un momento y dejó escapar un suspiro cansado.

—Lo siento—murmuró.

No debería haber preguntado. No cuando Kazue ya cargaba con tanto.

"¿Sasuke es un mal chico?" preguntó Kazue.

El cuestionamiento la tomó por sorpresa, tanto que ni siquiera supo qué responder. Se pasó la lengua por los labios resecos y echó un vistazo al bosque las rodeaba, como si las sombras entre los árboles pudieran darle una respuesta más clara.

No era la primera vez que alguien quería saberlo y siempre que alguien se acercaba a ella para intenta definirlo, siempre se encontraba con la misma dificultad para responder. Porque Sasuke no era malo… pero tampoco era bueno.

Él no encajaba en esas categorías simples. Nunca lo hizo.

Sus decisiones eran furas, a veces crueles, y en muchas ocasiones difíciles de aceptar. Se había alejado, había destruido, había traicionado… pero también había protegido, sufrido y cargado con el peso de un destino que nadie más habría sido capaz de soportar.

Todo lo que hizo fue por una razón. Puede que su camino no haya sido el correcto y que hubiese otras formas de lograr lo mismo sin tanto dolor, pero… ¿Quién era ella para juzgarlo? ¿Quién podía decir con certeza qué era lo correcto cuando mundo entero estaba podrido?

Sasuke había tomado decisiones poco ortodoxas, sí, pero completamente justificadas a su manera. No era un villano ni un héroe, solo un hombre que hizo lo que creía necesario para sobrevivir y para obtener las respuestas que necesitaba.

Y aunque ella nunca dejó de desear que hubiera elegido otro camino, comprendía por qué no lo hizo.

—Es… complicado—dijo después de un rato.

Kazue frunció levemente el ceño, insatisfecha con la respuesta, pero no insistió. En cambio, estudió a Sakura con más atención.

"¿Qué pasa con su ojo?"

—Se puso así después de la guerra—replicó.

El Rinnegan… aquella marca imborrable. Un ojo que simbolizaba tanto su poder como el peso de su destino. No lo había pedido, así como tampoco había pedido todo lo que le fue impuesto. No era un regalo, sino una consecuencia, una carga. Y aunque muchos lo veían como una bendición, Sakura sabía que, para Sasuke, era otra cadena más que lo ataba a la historia de odio y venganza.

A veces, se preguntaba si alguna vez Sasuke tuvo elección real. Desde el momento en que nació, su vida fue definida por el legado de los Uchiha, por la masacre, por el deseo de venganza. Cada decisión tomada lo llevó por un camino en el que solo había guerra y sacrificio.

¿Era un mal hombre?

No.

Pero tampoco era un héroe.

Sasuke era una paradoja, una mezcla de luz y oscuridad, de justicia y destrucción.

Kazue ladeó la cabeza, observando la reacción de Sakura antes de formular su siguiente pregunta con las manos.

"¿Son novios?"

El calor no demoró en subir por su rostro, tomándola completamente desprevenida. Desvió la mirada, pasó una mano por su nuca en un intento por recomponerse.

—No… eso es más complicado.

La chica arqueó una ceja, esperando una mejor explicación.

Sakura suspiró y, por un instante, miró las llamas, como si ahí pudiera encontrar la respuesta correcta. Pero la verdad era que ni siquiera ella sabía cómo ponerlo en palabras.

—Sasuke es… algo más—admitió en voz baja.

No podía considerarlo solo un amigo, pero tampoco un amante. Después de todo lo que habían pasado, de la distancia, de las decisiones que lo habían llevado a estar en extremos opuestos tantas veces. Sasuke había sido su objetivo, y aun así, nunca fue completamente suyo.

Y quizás nunca lo sería.

Pero eso ya no importaba.

—Ahora solo debo preocuparme de que él esta para nosotras—añadió con una pequeña sonrisa, sin darse cuenta de su elección de palabras hasta que Kazue parpadeó, sorprendida.

Nosotras.

Sakura sintió un leve tirón en su pecho. Tal vez ni siquiera quería decirlo así, pero en el fondo, sabía que era cierto.

Porque sin importar lo que pasara entre ella y Sasuke, sin importar lo que fueron o lo que nunca serían… él siempre estaría ahí. Para ella.

"¿Entonces es uno de los chicos buenos, cierto?

Otra vez, la kunoichi enmudeció.

Quería decir que sí sin dudarlo, darle a Kazue la seguridad que tanto necesitaba, pero la réplica se atascó en su garganta. Porque la verdad era más complicada que eso, Sasuke nunca encajó en los extremos de lo bueno o lo malo. Su camino no era el de un héroe tradicional, ni tampoco el de un villano sin redención.

—Él está aquí para ayudarnos—dijo después de un rato—. Y eso es lo que importa.

Kazue bajó la mirada con un gesto pensativo, tratando de procesar lo que acababa de decirle Sakura. Luego bajó la vista y llevó ambas manos a su vientre.

"Me cuesta creerlo." Admitió con un movimiento de dedos pausado.

Sakura suavizó su expresión y negó.

—Lo sé. Pero es la verdad.

La chica mordió su labio inferior, el ceño aun fruncido.

"¿Y si cambia de opinión?"

Ella exhaló con calma antes de responder.

—No lo hará—afirmó sin titubeos—. No nos pedirá nada a cambio, ni te hará daño. Él no es así.

Kazue buscó señales de duda en su rostro, mas no encontró ninguna. Después de unos segundos, dejó escapar todo el aire en sus pulmones y asintió lentamente.

Sakura le dedicó una pequeña sonrisa.

—Ahora, descansa. Yo te protegeré.

Dubitativa, Kazue se recostó en el suelo, sobre la bolsa de dormir improvisada con una capa y uno de sus abrigos. A causa de su abultado vientre, encontrar la posición apropiada supuso más esfuerzo de lo que pensaba. Sakura la observó en todo momento, haciendo una nota mental.

No tenía un plan claro.

El frío le mordía la piel, pero se obligó a mantenerse firme. A lo lejos, el bosque seguía en calma, conteniendo la respiración.

Ella también lo hizo.

Y esperó.


El viaje de regreso a Kaida no Sato fue un infierno. Sasuke recorrió la distancia en un tiempo imposible, empujando su cuerpo al límite sin darle tregua al cansancio ni a la culpa que serpenteaba en su mente como una sombra persistente. No había espacio para el error. No después de lo que había hecho. No después de haberla dejado ir.

Al llegar a la aldea, la atmósfera se sintió densa, cargada con una tensión que electrificaba el aire. Sus pisadas eran ligeras, controladas, sin embargo, en su interior todo hervía. Se dirigió directamente a la residencia Tenshihari, con la certeza de que encontraría respuestas… o preguntas aún más peligrosas.

Algo andaba mal.

Lo primero que captaron sus ojos fueron a dos hombres apostados en la entrada. Rigidez en sus posturas. Ojos esquivos. La clase de afonía que presagiaba una tormenta.

Redujo el andar instintivamente. La mirada de uno de los guardias se clavó en él, reconociéndolo y a la vez desconfiando. El hombre frunció el ceño, procurando evitar una conversación que, dadas las circunstancias, resultaba embarazosa. Un mal presentimiento le subió por la espalda, tan fría como una hoja de acero deslizándose entre las vértebras.

—Será mejor que no entres—soltó el primero, una clara señal de advertencia.

Sasuke ladeó la cabeza, fingiendo desinterés.

—¿Por qué?

Ambos hombres se contemplaron. El de la izquierda resopló, cruzándose de brazos, mientras el otro se rascaba la cabeza, como si las palabras pesaran demasiado en su lengua.

—Suiko-sama ha muerto.

La noticia resonó en sus oídos. Pensó que, lo mejor sería fingir sorpresa, pero eso era ajeno a él, en especial cuando de una u otra forma estuvo implicado en su asesinato.

—¿Qué?

El guardia suspiró, cansado.

—Encontraron su cuerpo… o lo que quedó de él.—Se llevó una mano a la nuca, frotándola para disipar la atención—. Los caimanes hicieron de las suyas. Fue un festín.

El silencio que siguió fue pérfido, pegajoso, como el pantano de Mokumori que devoraba cualquier atisbo de razón. La mente de Sasuke trabajó a velocidad vertiginosa. Si el cuerpo de Suiko había sido destrozado de esa manera, no quedaban rastros ni evidencias que lo inculparan a él.

—¿Qué hacía en los pantanos?—Sasuke entrecerró los ojos, escudriñando los rostros frente a él en busca de respuestas ocultas.

El hombre se encogió de hombros con un gesto que denotaba cansancio y fastidio.

—Quién sabe. Masamune-sama está a punto de perder la cabeza.

Sasuke no se permitió reaccionar más de lo necesario.

—¿Cuándo la encontraron?

—Ayer por la noche.

Un segundo de vacío. Todo se comprimió en un punto antes de que la pregunta inevitable surgiera.

—¿Y dónde demonios estabas tú?—el segundo guardia lo miro con suspicacia y desdén—. Se suponía que debías quedarte en la aldea mientras Masamune-sama estaba fuera.

Sasuke sostuvo su mirada, imperturbable.

—Tuve que reportarme en otro sitio—respondió con calma afilada—. Además, no soy niñera de las hermanas de Masamune.

El hombre apretó la mandíbula, su ceño fruncido reflejaba más que simple molestia. Había dudas, sospechas latentes en su expresión, pero también una línea que ninguno de los dos estaba dispuesto a cruzar. No todavía.

Sin dar más explicaciones, ingresó a la casa. Ninguno de los dos hombres se opusieron. La atmosfera estaba atestada de miedo palpable, sofocante. Algunos sirvientes se encontraban en la sala principal, temblando, con la mirada baja, temiendo que si al alzaba atrajeran sobre sí la ira desatada en la otra habitación.

El ruido de la destrucción lo guio sin necesidad de indicaciones. Al deslizar la puerta, vislumbró el pandemónium: muebles volteados, cristales rotos, biombos desgarrados. En el aire danzaba el aroma del licor y la furia desbordada.

En el centro del caos, Masamune se encontraba de rodillas, el yukata apenas sostenido sobre sus hombros, el pecho descubierto, las manos cubiertas de sangre, aunque no era capaz de precisar si era propia o ajena. Su cuerpo se agitaba con cada sollozo desgarrador que escapaba de su garganta. No había rastros de la compostura de siempre, de la figura intocable y calculadora. Solo un hombre roto en medio de un desastre autoinducido.

Para aquellos que rodeaban a Masamune, la preferencia y devoción hacia su hermana menor era un secreto a voces. Todos sabían que la relación entre ellos dos era más retorcida y grotesca en contraste con Jingu.

Sasuke se mantuvo de pie en la entrada, observándolo con una calma que no sentía.

Antes de que Masamune pudiera notar su presencia, el shōji se abrió de golpe. Jingu entró, una tormenta encarnada en mujer. No dudó. Atravesó la habitación con una determinación helada y, sin previo aviso, abofeteó a su hermano con una fuerza que resonó en la estancia.

Masamune la miró, conmocionado, un atisbo de vacío en su expresión antes que el dolor lo alcanzara.

—Jingu…—jadeó.

—¿Terminaste de actuar como un puto crío?—espetó, su voz impregnada de rabia y desesperación contenida.

El hombre parpadeó, una, dos, tres veces. Su mundo hecho añicos, su mente incapaz de procesar la afrenta.

—Vas a acabar con todo nuestro patrimonio—continuó ella—. Romper muebles y destrozar cristales no va a traer a Suiko de vuelta.

—Suiko…—susurró.

Jingu tomó una bocanada de aire.

—Está muerta—soltó—. Y mientras tú haces una rabieta, los responsables de su muerte siguen libres.

Sasuke tragó grueso.

—Eres patético—dijo con todo el desprecio posible—. Si tan solo nuestro padre hubiera dejado el liderazgo del clan en mis manos, nada de esto estaría pasando.

—Eres una perra desalmada—gruñó Masamune con voz pastosa—. No tienes corazón.

Intentó asirse a las faldas de su Kimono, pero Jingu se apartó. Masamune perdió el equilibrio y cayó pesadamente al suelo. Lo miró con asco, la repulsión pintada en cada línea de su rostro.

—Patético—repitió.

Giró su hermoso rostro hacia la entrada y llamó a dos de los sirvientes. Aterrados, ingresaron a la habitación.

—Llévenlo a su habitación. Denle un baño y cámbienlo de ropa—indicó—. Traigan a Kodoku para que cure sus heridas y le administre un sedante.

—Lo que usted ordene, Jingu-sama—susurró uno de ellos.

Ambos se acercaron a Masamune con deferencia, inclinando la cabeza antes de alzar su cuerpo desvencijado con cuidado, como si transportaran un objeto frágil.

Sasuke permaneció en su sitio, inmóvil, con la mirada fija en el lugar donde Masamune había caído. La sangre se filtraba entre las grietas del suelo de madera, oscura, espera, dejando tras de sí un rastro silencioso de muerte.

El peligro no había pasado.

Alzó la mirada, sin prisa, solo para encontrarse con los ojos de Jingu.

La mujer estaba allí, observándolo con la misma intensidad con la que de un depredador acecha a su presa.

—Por fin apareces—espetó, molesta.

Sasuke no respondió de inmediato. Lo mejor que podía ofrecer como replica era un silencio mesurado, admitir una ínfima dosis de culpa y permitir que toda la furia de la mujer se vertiera en él.

—Acompañame—le ordenó.

Los dos salieron del cuarto. Sin más preámbulo, y bajo la mirada temerosa de la servidumbre, lo dirigió por los pasillos de la enorme casa hasta llegar a un despacho situado al final de la galería oeste.

—Siéntate—espetó tan pronto como pusieron un pie dentro de la habitación.

Él obedeció. Sin embargo, se permitió seguir todos y cada uno de sus movimientos con la mirada, alerta a cualquier señal de peligro que supusiera implicarse en una batalla.

Grácilmente, la bella mujer dejó caer su cuerpo en la silla situada detrás del escritorio. Rebuscó en los cajones por unos cuantos minutos hasta dar comuna pipa y el contenedor metálico donde resguardaban el tabaco. Sin decir nada, rellenó el objeto, encendió una cerilla y la situó sobre el cumuló de hierbas hasta encenderlas y generar el humo deseado.

Jingu permaneció en silencio, con la mirada fija en Sasuke, sin prisa, desmenuzándolo con los ojos. El humo de la pipa ascendía en espirales lentas, envolviendo la habitación con un aroma denso, un velo tras el cual ella ocultaba sus pensamientos.

Sasuke no se inmutó. Llevaba bastante tiempo jugando ese juego para saber que cualquier gesto fuera de lugar podía delatarlo. Mantener la calma era crucial.

—¿Dónde estuviste?—inquirió sin rodeos, directo al punto.

Era evidente que su desaparición momentánea no pasaría desapercibida para el Clan Tenshihari, en especial cuando, en dicho lapso, la hermana-esposa de Masamune había sido asesinada. Eso lo convertía en el principal sospechoso.

—En la frontera de Iwagakure—respondió.—Masamune me envió a vigilar las patrullas. Había reportes de movimientos cerca de la zona. No encontré nada concluyente, pero los rastros indican que hubo presencia de shinobis recientemente.

Jingu tomó la pipa y golpeó el borde contra el cenicero.

—Curioso—murmuró, apoyándose en el respaldo de la silla con un suspiro medido—. Porque mientras tú estabas "asegurándote" de no que no hubiera movimientos sospechosos, alguien asesinó a Suiko.

Sasuke no parpadeó. Su mente trabajaba rápidamente. No podía negar lo evidente, pero tampoco podía darse el lujo de mostrarse demasiado indiferente.

—Fue una oren directa de tu hermano. Si hubiera sabido que algo ocurría aquí, habría regresado de inmediato.

La mujer lo escrutó, buscando la mentira entre sus palabras. Ella no creía en coincidencias. En su mente, los eventos no ocurrían al azar, sino por casualidad. Y si no encontraba una explicación lógica, la fabricaría.

Un llamado a la puerta los interrumpió. Sasuke alzó la vista, sin mover un solo músculo más de lo necesario. Jingu, en cambio, exhaló con fastidio antes de conceder el permiso para ingresar.

El shōji se deslizó con un chirrido apagado, un hombre de complexión robusta, envuelto en su propia urgencia, cruzó el umbral. Apenas le dedicó una mirada a Sasuke. Su objetivo era otro. Se acercó a la mujer rápidamente, y cuando estuvo cerca de ella, se inclinó para susurrarle algo al oído.

Tan pronto como la noticia se transmitió, Jingu endureció la mandíbula, clavó la mirada en un punto fijo, tratando de procesar la información con la paciencia de alguien que se negaba a aceptar un problema mayor.

—¿Y la chica?

El hombre bajó la cabeza, decepcionado.

—No hay rastro de ninguna de las dos.

Sasuke sabía que se referían a Sakura y Kazue, la cacería de brujas había comenzado.

Jingu parpadeó una vez, despacio, . Luego soltó un suspiro áspero, una exhalación de pura irritación.

—Sigan buscando—comandó, inapelable. La incompetencia no sería tolerada.

El hombre asintió y, sin decir nada más se retiró, dejando tras de sí una brisa de incertidumbre.

—¿Ocurre algo malo?—se aventuró a preguntar, fingiendo interés.

Jingu lo observó. Levantó una ceja, curiosa. Dejó escapar otra bocanada de humo, esta vez más lenta, saboreando la tensión suspendida entre ellos.

—No, ninguno—respondió al fin, demasiado serena, como la superficie de un lago en calma antes de la tormenta.

Pero Sasuke no era un hombre fácil de engañar. Había algo en la forma en que ella levitaba, en cómo sus dedos tamborileaban lentamente sobre el brazo de la silla, delatando una inquietud oculta.

Esta vez, lo miró directamente, sus ojos brillaron con una luz que no era del todo amistosa. Se tomó el tiempo antes de agregar algo más.

—Aunque me resulta increíble—comenzó, atestada de ironía mordaz—, cómo ciertas personas del pasado parecen estar siempre cerca de nuestros movimientos. Como sombras que no puedes sacudirte, no importa cuánto corras o a donde te escondas.

Sasuke no dijo nada, sin embargo, su expresión se endureció. Sabía hacia dónde se dirigía eso, y no le gustaba.

—Por ejemplo—continuó— esa ninja médico, Sakura, ¿verdad?

El nombre resonó en la habitación. Un escalofrió el recorrió la espalda, mas no se inmutó. No podía permitirse mostrar debilidad, no frente a alguien como Jingu.

—¿Qué hay con ella?—preguntó, su voz más áspera.

La mujer sonrió. La pipa en su mano era más un accesorio que una herramienta.

—Estoy segura de que sabes a qué me refiero—dijo—. Después de todo, Uchiha Sasuke, tú y ella tienen una historia muy interesante juntos, ¿no es así?

Sasuke notó su mandíbula tensarse. Había sido lo suficientemente ingenuo para creer que, la más sagaz del clan Tenshihari, no se percataría de la presencia de alguien como Sakura.

—No sé de qué estás hablando—mintió.

Sin decir una palabra, Jingu colocó la pipa sobre el escritorio. Se levantó de su asiento y caminó en dirección a Sasuke. Justo cuando estuvo frente a él, enredó lo dedos en la falda de su kimono y lo levantó, desvelando sus piernas y muslos pálidos.

Con la misma parsimonia de su actuar, se sentó a horcajadas sobre su regazo, a la par que colocaba una mano contra su pecho y otra en su cuello, contemplándolo directamente.

El peso de su cuerpo fue inesperado, pero no lo suficiente como para hacerle perder el control. En el mundo de los ninjas, la seducción resultaba ser un arma infalible.

—Cualquier relación que ambos tuvimos está en el pasado—respondió—. Nada de eso es relevante ahora mismo.

Jingu sonrió. Claramente disfrutaba cada momento de tensión acumulada entre ellos. Sus manos se posaron suavemente sobre sus hombros, y su aliento, cálido, cargado con el aroma dulce y amargo del tabaco, rozó su piel.

—¿En serio?—preguntó, seductora—. Porque a mí me parece que el pasado tiene una forma peculiar de volver. Como un fantasma que no puedes exorcizar.

Sasuke no respondió de inmediato. Notó la presión en sus hombros, el peso del cuerpo de Jingu sobre el suyo, y sabía que eso era otro juego, una forma de manipulación.

La contempló, sus ojos oscuros como pozos sin fondo, reflejando desprecio y cautela. Jingu deslizó los dedos por su barbilla, lo asió con fuerza y clavó las uñas con precisión calculada. El dolor era agudo, pero soportable; un simple pinchazo comparado con las heridas que llevaba grabadas en su alma. Sasuke no se inmutó, no apartó la mirada. Cualquier reacción solo alimentaria el juego.

—Podrás engañar a muchos—susurró, acercando sus labios al oído de Sasuke—, pero no a mí. Te tengo vigilado, Sasuke. Y si descubro que estas aquí para traicionarnos, no dudaré en eliminarte.—Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran como una amenaza tangible—. Y quién sabe, tal vez tu querida Sakura también pague el precio.

La ira comenzaba a hervir en su interior.

Un hilillo de sangre descendió por su barbilla. Jingu avizoró el líquido carmesí con una curiosidad casi cientifica, como un artista contemplando su próxima obra. Con un movimiento sutil, la gota de sangre se transformó en un objeto afilado, una aguja cristalina. Sin prisa, lo acercó al cuello de Sasuke, deteniéndolo justo sobre la yugular, donde el pulso latía con calma engañosa.

—Estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para probar mi lealtad—dijo él, sin rastro de temor o vacilación.

La mujer lo miró fijamente, buscando una grieta en su máscara de indiferencia. Mas no la encontró. Finalmente, sonrió. Se apartó de él con un movimiento fluido, aquella interacción no era nada más que un simple entretenimiento.

Se acomodó el kimono, ajustando los pliegues de la tela como si nada hubiera pasado. La aguja de sangre cayó al suelo, derramándose sobre la superficie de madera. Jingu tomó la pipa, la llevó a sus labios y dio una calada.

—En ese caso—dijo, exhalando una bocanada de humo—, trae ante mí a la kunoichi y la pequeña zorra que está con ella.

Sasuke tragó grueso. No necesitaba preguntar a quién se refería; lo sabía de sobra. La mención de Sakura hizo que algo en su interior se estremeciera, sin embargo, no lo dejó traslucir.

Se puso de pie, su silueta alta y serena contrastaban con la tensión que impregnaba la habitación. Al llegar a la puerta, la voz de Jingu lo detuvo en seco.

—Cuento contigo—dijo.

Asintió, sin volverse. Abrió la puerta y cruzó el umbral, dejando atrás el aroma denso del tabaco y la presencia inquietante de Jingu. Aun cuando su cuerpo se alejaba, su mente no podía escapar fácilmente.

Mientras caminaba por el pasillo, sus pensamientos corrían a toda velocidad, trazando estrategias, calculando riesgos, anticipando movimientos. Sabía que la situación había dado un giro peligroso, más de lo que había previsto. Jingu no solo lo estaba probando; lo había arrinconado, usando a Sakura como fichas en su juego.

La seguridad de la kunoichi y su compañera dependían de su capacidad para actuar con extrema cautela. Un paso en falso, una palabra fuera de lugar, y todo se desmoronaría. Jingu no era una enemiga a subestimar; su astucia y crueldad eran tan afiladas como la aguja de sangre que había creado momentos antes.

Mientras avanzaba, su mente se enfocó en un plan. Tendría que jugar el papel que Jingu esperaba de él, al menos por ahora.

Al salir al exterior, la luz del día lo recibió, mas no logró disipar la oscuridad que lo envolvía. Sasuke respiró hondo. El camino que tenía por delante estaba plagado de peligros, pero no tenía otra opción. Debía proteger a los suyos, incluso si eso significaba sumergirse en el abismo.


La tienda de empeños se alzaba al borde de la ciudad como un vestigio de tiempos mejores. La pintura azul de la fachada se descascaraba en placas irregulares, dejando ver la madera por la húmedad y el sol implacable. Un letrero torcido colgaba sobre la entrada, apenas sostenido por un clavo oxidado, con las letras desviadas parcialmente legibles: "Compra y Venta – Mejor precio en la región".

Sakura se detuvo en la acera agrietada, con el polvo pegándose a sus sandalias. No era su primera opción, ni la segunda, pero el peso de la chica a su lado hacía que cada segundo contara.

Le echó una mirada rápida. Tenía el rostro filado por la fatiga, los labios resecos. No podían darse el lujo de ser quisquillosas.

Empujó la puerta con firmeza, y un tintineo débil anunció su entrada. El interior olía a madera rancia y metal viejo. Estantes de vidrio exhibían un revoltijo de baratijas: relojes sin manecillas, joyas deslustradas, dagas con empuñaduras gastadas. Mas allá, una vitrina mostraba katanas y cuchillos de distintos tamaños, la mayoría con signos de haber visto demasiadas batallas.

Desde el fondo del local, una mujer baja y encorvada alzó la vista. Tenía el cabello blanco y el ceño permanentemente fruncido.

—Buenos días—la saludó amablemente—. ¿En qué puedo ayudarlas?

Sakura se acercó al mostrador, recorrió la tienda con mirada nerviosa antes de posar sus ojos en la que parecía ser la dueña.

—Necesito empeñar algo—dijo, sacando un pequeño broche de oro de su bolsillo—. Como verá, estamos cortas de dinero.

Aquel había sido un obsequio de Tsunade. Se lo regaló el día de su promoción a Jounin, sabía que era costoso y no quería desprenderse de él, sin embargo, dejó todas sus cosas en Mokumori y no llevaba nada consigo, salvo las escasas provisiones que Sasuke les había entregado antes de tomar caminos diferentes.

La anciana entrecerró los ojos detrás de sus gafas y tomó el broche con dedos huesudos, acercándolo a lámpara colgante sobre el mostrador. La luz amarillenta reveló los detalles grabados en el metal: pétalos tallados con delicadeza y una pequeña gema incrustada en el centro. Aunque el diseño era fino, el desgaste en los bordes hablaba de su uso.

—Trabajo elegante—murmuró la tendera, girándolo entre sus manos—. Pero el oro no es tan puro como piensas.

Sakura sostuvo la respiración un segundo antes de responder.

—Aun así, tiene un buen valor.

La mujer la miró por encima de las gafas.

—No creo que pueda darte mucho por él. Tal vez unos cincuenta Ryos—concluyó.

Un nudo se le formó en el estómago. El broche valía más, pero no tenía tiempo ni energía para regatear. Ahora mismo, su preocupación consistía en encontrar una posada que les brindara proyección y un cuenco de comida caliente.

—Está bien—dijo, resignada.

La tendera levantó la vista. Sus manos, nudosas y firmes, se detuvieron en medio de la superficie. Los ojos, pequeños, profundamente incrustados en un rostro tan arrugado como la seda antigua, pasaron de Sakura a Kazue con una lentitud que no era de torpeza, sino de escrutinio. Había algo en su mirada, una lucidez afilada como una hoja recién pulida, aunque amortiguada por la edad.

Sakura sintió la mirada de la mujer con cierta presión tenue, no hostil, pero insistente. Instintivamente, colocó una mano sobre el hombro de Kazue. El cuerpo menudo de la muchacha no reaccionó, más allá de un breve parpadeo, como si estuviera a años luz de allí, perdida entre las grietas de sus propios silencios.

Entonces, la mujer habló.

—¿Es tu hermana?

No fue una pregunta impertinente, ni siquiera curiosa. Había en su voz una simpatía que se había fermentado con los años, como una infusión que solo se volvía más amarga con el tiempo.

Sakura no respondió de inmediato. La palabra hermana era demasiado grande, demasiado cargada de historia para encapsular lo que era Kazue para ella. No eran sangre, ni recuerdos compartidos de infancia, ni siquiera promesas futura. Pero había algo en la forma en que ella se aferraba a su presencia que, sin imaginarlo, terminó convirtiéndose en su refugio contra el derrumbe del mundo.

—Sí—dijo, al fin. No era una mentira. O no del todo.

La vendedora asintió con una lentitud ritual, comprendiendo más de lo que la respuesta de Sakura revelaba. Sus ojos se suavizaron, y por un instante —uno fugaz y peligrosamente humano—, pareció dolerse con ellas. Luego, sin más palabras, se volvió hacia la trastienda, sus pasos arrastrados marcando un ritmo que hablaba de otro tiempo, otro duelo.

Sakura se quedó allí, con la mano aun sobre el hombro de Kazue, preguntándose si la ternura también podía doler.

La mujer regresó unos minutos más tarde. En sus manos llevaba consigo una pequeña bolsa de tela, el cordel anudado con torpeza. Lo colocó sobre el mostrador con un gesto que no era ofrecimiento, sino resignación.

—Aquí tienes—dijo, y empujó la bolsa hacia Sakura con una firmeza que contradecía la flaqueza de sus brazos—. Son doscientos Ryos. Es todo lo que puedo ofrecerte.

Sakura parpadeó. El sonido seco de la bolsa al chocar contra la madera se le antojo desproporcionado, como si escondiera más que unas monedas.

—¿Doscientos?—repitió, incrédula—. Pero mencionó que el broche solo valía cincuenta.

No era acusación. No aún. Era una duda envuelta en sorpresa, el reflejo instintivo de quien no esperaba generosidad en tiempos de escasez.

La mujer alzó la vista. Ya no lucía como una octogenaria común detrás de un mostrador polvoriento, sino un monumento erosionado por el viento: antigua, intacta a pesar de las grietas. Sus ojos no tenían lástima, ni falsa humildad. Lo que había en su rostro era algo más antiguo que la caridad.

—Valía menos—respondió con un tono que recordaba cosas que nadie más sabía—. Pero hay cosas que se pagan más allá de su peso.

La pausa que siguió fue densa, casi visible. Kazue apretó los labios. Sus dedos se enredaron en el borde se su capa, y por un momento se veía más niña que nunca. Sakura bajó la mirada a la bolsa de monedas. No discutiría. Podría discutir, incluso insistir en apegarse al precio inicial, en no deber favores. El mundo ya no funcionaba con la lógica de los contratos justos. No aquí. No ahora.

La tendera sonrió ligeramente. Era una expresión tranquila, limpia en su humanidad, y por eso más poderosa que cualquier discurso.

—A veces, un poco de amabilidad puede marcar la diferencia—dijo, como si hablara consigo misma más que con ellas—. Toma el dinero y cuida bien de ella.

Algo dentro de Sakura se rompió, no con estruendo, sino con un crujido sordo, apenas perceptible. Un nudo le apretó la garganta con fuerza. No era solo por el dinero. Se trataba de la rareza de un gesto sin cálculo, sin deuda. Por el peso insoportable de que alguien aún creyera en la bondad.

—Gracias—respondió. No era simple cortesía—. No sabe cuándo significa esto para nosotras.

La tendera asintió, y les indicó con la mano que se marcharan. No añadió nada más. Las palabras sobraban cuando el acto había dicho todo.

—Buena suerte—fue lo último que dijo, cuando Sakura empujó la puerta y el tintineo de la campanilla volvió a sonar, tan leve que simulaba un adiós.

El aire de la calle era frío y ralo, con un sabor metálico en la boca. Sakura se detuvo unos segundos en la vereda, la bolsa apretada contra el pecho, el temblor aún persistente en las yemas de los dedos.

Kazue caminaba a su lado, en silencio. No preguntó nada. No necesitaba hacerlo.

Sakura inhaló lentamente. Percibió el alivio llegar despacio. Y con él, la gratitud, una que no iba a devolverse con palabras ni con promesas.

Miró hacia adelante.

—Vamos—murmuró.

Aquel broche le gustaba.

Era pequeño, discreto. Fue un regalo de Tsunade, entregado con brusquedad y ternura que tanto la caracterizaba, justo después de que alcanzó su rango como jōnin. Lo llevaba consigo desde entonces, un recordatorio, un trozo de pasado que resistía el deterioro de todo lo demás.

Pero ahora tenía otra utilidad.

Un precio. Un gesto. Un sacrifico menor que evitaba otros mayores.

Giró en la esquina, solo para darse cuenta que estaba sola.

Kazue no la seguía.

Se detuvo varios metros de distancia, con los puños cerrados a los costados y los labios apretados en una línea temblorosa. Su rostro, por lo general inescrutable, estaba encendido por una emoción bastante intensa para ocultarse. Sus ojos, grandes y claros, reflejaban la rabia y un profundo dolor.

Sakura retrocedió unos pasos.

—¿Qué ocurre?

"No debiste hacer eso."

Ella frunció el ceño, confundida.

—¿Hacer qué?

Kazue apuntó el suelo, luego la tienda, formó un gesto con ambas palmas que imitaba el broche. Su rostro se torció al final, y entonces lo dijo otra vez, cada movimiento de sus manos más enfático, más desesperado.

"Lo del broche."

Sakura bajó la mirada. Cerró los ojos un segundo.

—No pasa nada—replicó. Como siempre.

Kazue dio un paso adelante y golpeó con el puño la parte baja de su propio pecho, justo donde se acumulaba la angustia que no era capaz de gritar. Sacudió la cabeza con vehemencia.

"¡Sigues diciendo eso todo el tiempo!"

Sus manos volaron, atropelladas por la urgencia de decir lo que el silencio le impedía: "Sí pasa algo" Señaló a Sakura, después a su estómago, haciendo un gesto de escasez, de hambre. "Dejaste de comer." Golpeó su propia frente. "Incluso estás poniendo en riesgo tu vida para protegerme."

Sakura tragó grueso.

Noto el sabor amargo de la culpa ascender por su garganta. No porque Kazue dijera algo que no supiera. Había algo brutalmente limpio en la rabia de la chica que no podía mentir con palabras.

—Kazue…

Pero no encontró cómo responder. Todo lo que se le ocurrió decir sonaba hueco incluso antes de pronunciarlo.

El viento sopló entre ambas, agitando los mechones oscuros de Kazue, y Sakura se quedó allí, observándola, experimentando por primera vez en mucho tiempo que quizá no la estaba cuidando. Tal vez solo la estaba arrastrando consigo a algo más difícil.

Sakura se agacho con cuidado, temiendo que si actuaba bruscamente Kazue se desmoronara o saliera corriendo. Quedaron frente a frente.

—No debes preocuparte por eso—dijo—. Estoy protegiéndote porque quiero hacerlo.

Kazue desvió la mirada, pero no retrocedió.

—Te hice una promesa—continuó Sakura— Y no pienso romperla. No ahora. No después de todo lo que has pasado.

La chica mordió su labio inferior. Sus mejillas se tiñeron de un rubor casi infantil, sin saber qué hacer. Evidentemente no estaba acostumbrada a que alguien le dijera esas cosas y, peor aún, que las dijera en serio.

—Ahora, olvida el broche. Era solo un objeto. Algo material. Tú eres más importante que cualquier recuerdo.

Kazue no parpadeó. No asintió, mas no discutió.

—Lo que necesitamos es encontrarte ropa decente. Zapatos para evitar lastimar tus pies. Un techo donde dormir y comida caliente que no venga enlatada—enumeró con una especie de ternura practicada, como si se tratara de un plan de batalla, en el que el enemigo era la miseria y la meta, la dignidad.

Su acompañante la miró con los ojos grandes, brillantes por la emoción. Se sonrojó profundamente, y cuando Sakura extendió la mano, dudó un instante antes de tomarla.

Sus dedos eran pequeños, fríos. Frágiles. Pero cuando los apretó, Sakura sintió una fuerza inesperada en su agarre.

—Vamos—dijo.

Y la llevó con ella hacia la tienda más cercana, el tintinear de la bolsa de Ryos marcó el paso de algo nuevo: no un comienzo, quizá, pero si un pequeño acto de reparación. Una promesa que, al menos por hoy, se mantenía intacta.

La posada era más modesta de lo que había imaginado desde fuera, pero limpia, tibia. El aire olía a madera seca, a incienso apagado y a sopa reciente. Sakura se acercó al mostrador, aún con la bolsa de Ryos oculta en el dobladillo de la capa, y esperó mientras la mujer tras el mostrador dejaba un libro de cuentas sobre la mesa.

Levantó la vista.

—¿Cuántas habitaciones?

Sakura no dudó.

—Dos. Una doble y una individual.

La mujer asintió con una eficiencia que delataba años en el oficio. Mientras sacaba dos llaves de un cajón desgastado, volvió a preguntar.

—¿Cuántas noches?

—Dos—respondió Sakura, y al decirlo, el cansancio se instaló con más fuerza en su espalda. Solo dos noches. El tiempo suficiente para pensar en el próximo movimiento. Para dejar que Kazue durmiera sin miedo.

La mujer tomó el pago con movimientos metódicos, casi mecánicos. Hizo sonar unas monedas sobre el mostrador, comprobó la cantidad y deslizó las llaves hacia Sakura.

—El servicio a la habitación está disponible las veinticuatro horas. Hay yukatas limpias y toallas frescas en cada habitación. Agua caliente también—añadió con una sonrisa, rápida, profesional, pero no del todo desprovista de calidez.

—Gracias—dijo Sakura, inclinando ligeramente la cabeza.

—¿Puedo ayudarla en algo más?

Sakura vaciló apenas un segundo.

—¿Hay alguna oficina de correos cerca?

—Sí, claro. Si quiere enviar una carta tendrá que esperar una semana.

—¿Una semana?

—Los canales de comunicación son limitados por aquí. Vivir en las montañas tiene sus encantos, pero la rapidez no es uno de ellos. Las cartas tardan en llegar a Kumogakure—explicó la mujer, encogiéndose de hombros.

—¿Y una biblioteca?

—También. A dos cuadras, justo en la plaza principal. No es muy grande, cuenta con buenos archivos si sabe buscar—añadió.

—Gracias por todas sus atenciones—respondió Sakura.

Se dirigió hacia el vestíbulo y llamó la atención de Kazue.

Una vez en la habitación, Sakura soltó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo. Cerró la puerta, sellando el mundo exterior detrás de la madera. El silencio que prosiguió fue distinto al del camino, distinto al de la tienda: era un mutismo amable, mullido, que envolvía los sentidos con la promesa de tregua.

Sus ojos recorrieron el lugar con asombro discreto. El tatami estaba limpio, impecable. Los futones, recién extendidos, conservaban el calor del sol. En una esquina, una pequeña mesa baja de madera oscura, junto a un juego de té dispuesto con precisión ceremonial. Había lámparas de papel en los extremos, y los yukatas dobladas con esmero sobre una cómoda.

«Al menos aquí estaremos protegidas.» Pensó Sakura. No era un hogar, no estante, por ahora, bastaba.

Detrás de ella, Kazue dio unos pasos, observando todo atentamente, incrédula. Se detuvo en medio de la habitación, giró lentamente sobre sus talones. Una sonrisa —autentica, libre de miedo— se dibujó en su rostro, y sus dedos trazaron una palabra en el aire con torpeza apresurada.

Sakura la vio y sonrió también.

—¿Te gusta?

Kazue asintió con entusiasmo al mismo tiempo que se acercó a la mesa, acarició el borde con reverencia y volvió a mirar a Sakura.

"Parece un palacio", dijo, formando las palabras con las manos.

Sakura se dejó caer de rodillas junto a uno de los futones, su cuerpo cediendo por fin a la fatiga. Observó a Kazue y asintió.

—Sin lugar a dudas—dijo solemne, teatral—. Lo es.

Kazue rió, sus hombros temblaron. Era un gesto lindo que encendía la habitación como si hubiese abierto una ventana al sol.

Por un segundo, breve pero tangible, fue fácil creer que todo estaría bien.

Se levantó y colocó su bolsa sobe la mesa baja, con cuidado. Se estiró, notando la manera en que la tensión acumulada se deslizaba por su espalda. Luego caminó hacia el baño, abrió la puerta, cautelosa, esperando que algo rompiera el delicado equilibrio de calma que habían encontrado.

Dentro, una regadera de cerámica blanca relucía sobre un fondo de azulejos azul ceniza. Junto a ella, una pequeña bañera encastrada con madera tratada, llena hasta la mitad con agua tibia y vapor ascendente. El aroma del jabón de arroz flotaba en el ambiente.

—Puedes tomar una ducha tú primero, Kazue. Yo pediré el servicio a la habitación—dijo.

La chica asintió, entusiasmada, con una energía contenida que a duras penas podía disimular. Aún conservaba ese lado infantil. Algo que Sakura había percibido desde el primer momento, y que de pronto le resultaba tan necesario como el calor o la comida.

Volvió a la habitación, tomó uno de los yukatas y lo colocó con cuidado sobre los brazos de Kazue. Luego, colgó la ropa nueva que había comprando en el pequeño armario empotrado. Sus movimientos eran precisos, como si ordenar el mundo exterior le ayudara a controlar el torbellino interior.

—Pon la ropa sucia en el cesto—le dijo, señalando con el dedo una cesta de mimbre junto a la puerta.

Kazue le dedicó una media sonrisa, tímida, sincera, y se perdió tras la puerta del baño.

Sakura se quedó sola.

Y de pronto, se dejó caer sobre el tatami, primero sentada, luego de lado; hundió el rostro en la suavidad del futon aun sin deshacer. El calor del lugar, el murmullo distante del agua, la seguridad, la envolvieron como una manta.

Dejó escapar todo el aire acumulado en sus pulmones. Su pecho descendió lentamente, liberándose del pecho que llevaba acarreando demasiado tiempo. Y sin pensarlo, sin quererlo siquiera, se acurrucó sobre sí misma.

Y se sumió en un profundo sueño.

Uno sin alertas. Sin sobresaltos. Sin necesidad de luchar.

Por primera vez, el mundo podía esperar.


La taberna apestaba a sake barato, sudor añejo y leña húmeda. Un lugar acogedor en apariencia, con faroles anaranjados colgando de las vigas y mesas atestadas de parroquianos locales, sin embargo, olía a fracaso e historias repetidas hasta el hartazgo. Sasuke estaba allí desde hace más de una hora, en la penumbra de un rincón, con el rostro semioculto bajo la sombra proyectaba por el marco de la ventana abierta. No bebía. No hablaba. No necesitaba hacerlo.

La puerta chirrió. Él no se movió, pero sus ojos sí.

Ryozo.

Sano. Salvo. Sonriendo como un idiota. El gesto estiraba la comisura de sus labios de manera grotesca.

Entró saludando con un ademaban que apenas rozaba lo ridículo, lanzando nombres al aire como si coleccionara conocidos. Nadie se emocionó particularmente, todos devolvieron el saludo por inercia.

Sasuke lo siguió con la mirada. Quieto. Inmóvil. Paciente.

Ryozo se dirigió a la barra, golpeó el mostrador con los nudillos y pidió lo de siempre, apegado a la rutina. Con bebida en mano, se dejó caer en una de las mesas del fondo. Dos mujeres se situaron a su lado, una a cada costado. Reían, aunque Sasuke a duras penas percibía el murmullo detrás del ruido ambiente. No importaba. Lo escucharía todo.

El hombre empezó a hablar. Gesticulaba exageradamente, alzaba el vaso entre frases, como si la gloria que narraba mereciera ser brindada.

—Tres, tal vez cuatro ninjas de alto rango—dijo—, ocultos entre las sombras como ratas. Los vi venir. No hay truco que me sorprenda, no a estas alturas.

Fue ahí cuando se levantó.

No fue un movimiento violento, ni siquiera evidente. Se deslizó desde la sombra. Nadie reparó en él. Nadie, excepto un chico demasiado cerca de la chimenea que lo contempló con fascinación y miedo. Sasuke pasó a su lado sin apartar la vista e su objetivo.

El guia, aquel hombre que los había dirigido por un sendero peligroso, hablaba como si la lengua no le pesara. Las mujeres lo escuchaban entre risas falsas, una de ellas le acariciaba el brazo. Él, ebrio de ego, no notaba la quietud a su alrededor. Ni siquiera del silencio particular que se formaba cuando la tormenta estaba a un paso.

Sasuke se detuvo frente a la mesa. No dijo nada.

Y, al principio, Ryozo tampoco lo notó.

Levantó la vista y sus ojos se abrieron como platos, horrorizados, vacíos de todo el descaro que rebosaban segundos atrás. El vaso sobre la mesa tembló, volcando una línea delgada de licor dorado que se deslizaba hacia el borde a manera de advertencia.

Sasuke no parpadeó.

—Sigue—ordenó. No se trataba de una petición. Era una prueba.

Las dos chicas intercalaron la mirada entre los dos, confundidas, sintiendo quizás, por primera vez, el aura del Uchiha. Una de ellas se apartó. La otra aún no comprendía el peligro.

Ryozo tragó grueso. Sus labios se entreabrieron, mas no fluyo nada.

—¿Qué pasa?—inquirió Sasuke—. ¿Acaso viste un fantasma?

La afonía se densificó. El calor de la taberna ya no era complaciente. Se tornó sofocante.

Su objetivo apenas respiraba.

Sasuke alzó la mano. El kunai apareció entre sus dedos y, a propósito, lo dejó a la vista. La hoja brilló bajo la luz temblorosa del farol cercano. No hacía falta amenazarlo: el gesto era suficiente.

—Es curioso—comenzó a decir en un murmullo—. Lo que sucedió en la cueva.

Ryozo no respondió, sabía perfectamente a lo que se refería.

—El hecho de que tú estés aquí—continuó Sasuke—, solo me hace pensar una cosa: querías vernos muertos.

Una gota de sudor resbaló por la frente del shinobi. Lenta, torpe, igual a él. Negándose a ser la primera en ceder al miedo.

Sasuke dio un paso más, el kunai bajó, rozando la madera de la mesa, y con él, la tensión subió.

—Así que dime—pidió, sin apartar la mirada de él—. ¿Fue por orden? ¿O fue idea tuya?

—¿Q-qué dices?—balbuceó Ryozo—. Por supuesto que no. ¿Cómo puedes pensar eso?

Sasuke alzó una ceja, la expresión pétrea. Una pausa. Después, sin prisas, tomó el tarro de cerveza aún en la mano de Ryozo, y se lo llevó a los labios. Bebió de un solo trago sin pestañear, Ryozo temblaba como un niño.

Cuando dejó el tarro vacío sobre la mesa, el sonido resonó como un sello final.

—Tienes cinco minutos—dijo Sasuke con fría neutralidad—. Corre todo lo que puedas.

Ryozo soltó un alarido.

Se puso de pie de golpe, volcando la silla y empujando a una de las chicas en su desesperación por huir. El pánico lo impulsó hacia la salida, tropezando con mesas, sillas, hombres que no entendían qué estaba ocurriendo. El miedo no necesitaba explicación.

Sasuke no se movió. Lo observó. Contó mentalmente los segundos.

La chica que había sido empujada cayó al suelo con un quejido. Su compañera la ayudó a incorporarse, visiblemente irritada, y volvió la vista hacia Sasuke.

—Ya te divertiste—espetó, molesta—. Ahora vete.

No esperó respuesta ni tampoco se disculpó.

Sasuke simplemente giró sobre sus talones y salió de la taberna, sin mirar atrás. El cazador ya tenía a su presa.

Salió de la taberna y se deslizó entre las sombras sin esfuerzo, los árboles abrían paso para dejarlo pasar. Había rastrado huellas en el lodo, ramas quebradas, la dirección en que la niebla se agitaba de forma inusual. Ryozo, en su desesperación, no había sido cuidadoso. Lo condujo directo a los pantanos. Mal sitio para esconderse.

Mal sitio para morir también.

El hedor era denso, y las aguas estancadas tragaban cualquier sonido, pero Sasuke lo escuchó antes de verlo. El jadeo agitado de un shinobi que había olvidado cómo respirar con calma.

Sasuke se deslizó como una sombra tras su presa y, con un movimiento certero, clavó la katana junto al cuello de Ryozo. El filo rozó la piel sin herirla, con suficiente cercanía para inmovilizarlo.

—¿Por qué lo hiciste?—demandó saber.

Ryozo lanzó un chillido espeluznante, el cuerpo sacudido por temblores. Las pernas apenas lo sostenían.

—¡Me obligaron! ¡Te juro que me obligaron!

Sasuke no apartó la hoja.

—¿Quién?

El hombre tragó grueso, los ojos desorbitados, clavados en la oscuridad del pantano, esperando que algo, o alguien, emergiera de ella.

—Ya… ya sabes cómo es Masamune—dijo con un hilo de voz—. Ellos… ellos…

Las palabras murieron en su garganta. Un sonido húmedo, lejano, burbujeó entre los juncos. Sasuke alzó la mirada, el Rinnegan pulsando, inquieto.

Había algo más allí.

Algo que no había sido invitado.

Sasuke entornó los ojos. Algo en el aire cambió, atestado de una quietud que no se limitaba al pantano. No era solo humedad y podredumbre lo que flotaba ahora, sino algo más denso. La sensación punzante de que alguien los observaba.

—Silencio—ordenó, sin contemplarlo, y retiró la katana fluidamente.

El aceró no emitió ni un sonido al salir. Sasuke di un paso al frente, sin girarse, sin tensar el cuerpo.

—Salgan. Sé que están ahí.

Y como si la niebla respondiera a su voluntad, cinco figuras emergieron de entre los juncos. Ropas negras, las insignias de la familia visibles bajo las capas. Uno de ellos, más alto que el resto, con un aire de superioridad, dio un paso al frente. Llevaba el rostro cubierto.

—Vamos, Uchiha. Deja al pobre hombre en paz—dijo—. Solo cumplía con su deber.

El costal giró por el aire y cayó frente a Ryozo. Las monedas se desparramaron en el barro, brillando a medias bajo la luz de la luna menguante.

Ryozo, humillado, cayó de rodillas. Ni siquiera se atrevió a mirar a Sasuke a la vez que recogía las monedas, una por una, con manos temblorosas.

Sasuke no dijo nada.

Solo observaba.

—No es nada personal—dijo, encogiéndose de hombros—. Verás, es parte del trabajo.

El Uchiha no pestañeó, ni siquiera se inmutó en activar el Sharingan.

—¿Los envió Masamune?

El hombre rió; un sonido vacío, forzado.

—¿Importa?—replicó.

Sasuke permaneció en su sitio, inmóvil. A su lado, Ryozo ni siquiera se atrevía a respirar.

—Lo que realmente nos interesa—continuó el emisario de los Tenshihari— es saber desde hace cuánto tiempo has estado colaborando con la ninja médico que arribó hace unas semanas.

La comisura de sus labios se tensó apenas. Un tic imperceptible para cualquiera, excepto para quien sabía mirar.

—No sé de qué me hablas.

El hombre no respondió de inmediato. Sus compañeros mantuvieron la formación, aunque uno de ellos dio un paso más cerca, midiendo el alcance del kunai, el filo de la katana, la ira latente.

Finalmente, el que hablaba sonrió, satisfecho de tener la atención de Sasuke.

—Hagamos un trato, Uchiha. Nos darás la ubicación de la kunoichi… y la mocosa que va con ella. A cambio, te vas. Te marchas como un hombre libre. Sin persecución. Sin cargos. Sin sangre, al menos no la tuya.

Sasuke inclinó ligeramente la cabeza.

—No suena a un buen trato.

El hombre volvió a reír, esta vez con más soltura.

—No. Definitivamente no para ellas.

El sonido se apagó al encontrar la mirada de Sasuke.

No había ira en su expresión.

Solo una promesa.

Una silenciosa y devastadora sentencia.

Entrecerró los ojos. El eco de la voz de Sakura cruzó su memoria: "No es nadie."

¿Entonces por qué estaban tan interesados en ella?

Al inicio, pensaba que solo era una retorcida petición de desaparición por parte de las hermanas-esposas de Masamune, sin embargo, debía haber algo más, una razón oculta que la hacía valiosa para el clan Tenshihari.

—¿Qué es lo que pretende hacer Masamune con la chica?—preguntó, su tono era tan plano que era difícil discernir si se trataba de una curiosidad causal o de una amenazaba velada.

El hombre bufó y puso los ojos en blanco. Detrás de él, sus compañeros rieron con desprecio, como chacales que olfateaban la carroña en la bruma del pantano.

—¿Yo que demonios voy a saber?—espetó—. Me importa una mierda lo que el jefe quiera hacer con ella. Solo seguimos órdenes. Y las órdenes dicen que la mocosa debe regresar.

Volver.

La palabra reverbero de manera baja y ominosa.

Sasuke bajó apenas la cabeza, considerando su siguiente movimiento, pero en realidad estaba haciendo un inventario: cinco enemigos. Uno con armamento pesado, dos con jutsus de contención, uno con sensor y uno más, e que hablaba, con el aire arrogante de quien creía tener la sartén por el mango.

Patético.

—¿Y si me niego?

Uno de los shinobis hizo tronar sus nudillos. Otro desenfundó lentamente un kunai, pretendiendo que la amenaza bastara.

El líder sonrió.

—Entonces, tendremos que sacarte la información a por la fuerza, Uchiha.

Sasuke soltó un suspiro. La muerte era una vieja conocida con la que no le importaba volver a bailar. En un parpadeo, desapareció. El primer enemigo apenas giró la cabeza cuando la hoja de la katana se deslizó por su garganta. El segundo cayó con un chispazo de relámpago: el Sharingan brilló con una intensidad espectral.

Los otros dos intentaron coordinarse, sin embargo, Sasuke giró sobre su eje, la katana cortó el aire. Su estilo era distinto ahora. Más crudo. Más torpe. Menos elegante. Tenía que compensar la falta del brazo izquierdo con movimiento, estrategia y fura. Cada ataque le exigía recalcular el equilibrio, reposicionar la cadera, explotar el giro de los tobillos. No era una danza; era una guerra interna.

El tercer enemigo cayó cuando arrojó un kunai que impactó directamente en el corazón. El cuarto se lanzó, desesperado. Una vez más, un destello, un corte limpio, y cayó sin aliento.

Y entonces, el último.

El que evocaba la apariencia de un muerto.

Sasuke lo ignoró por una fracción de segundo, confiado, la respiración agitada, la sangre bombeando en sus oídos como tambores de guerra. Dio un paso al frente y en ese momento, el hombre se levantó de entre los cuerpos, jadeante, con los ojos nublados por el odio. Un destello metálico y el aceró se hundió bajo su costilla derecha.

El dolor fue inmediato, punzante. Sasuke tambaleó.

El hombre sonrió.

—No tan perfecto, ¿eh?

Lejos de responder. Hundió la katana con todo el peso de su cuerpo, hasta que sintió su resistencia quebrarse, la forma en que sus huesos cedían, como el aliento del hombre de extinguía.

El cuerpo cayó.

En cambio, él se dobló hacia adelante, presionando la herida. Su respiración era superficial. Pero estaba vivo y no podía quedarse.

Limpió la hoja con un movimiento automático, la envaino torpemente, y echo a andar entre los cuerpos sin importarle que sus pies se hundieran en el barro.

Era momento de desaparecer.

La sangre caliente corría por el costado de su cuerpo, y por primera vez en mucho tiempo, experimentó algo parecido al miedo. Masamune lo descubrió. No había margen de error ni tiempo para vacilaciones. Aquellos hombres no eran simples sabuesos: eran una advertencia. Un mensaje claro. Sus enemigos no descansarían, no se detendrían, no dudarían. Y ahora, no solo su vida estaba en juego. Si Kazue estaba en su radar, si Sakura continuaba a su lado, entonces ellos irían tras ella. Apretó los dientes, el viento helado chocaba contra su piel. Debía alcanzarlas. Antes de que ellos lo hicieran.


Continuará

N/A: ¡Hola! ¿Cómo están? ¡Espero que se encuentren de maravilla! Siento que ha transcurrido un siglo desde la última vez que actualice, pero lo cierto es que se suscitaron algunos eventos en mi vida, entre ellos un cambio de empleo al cual todavía estoy adaptándome y que al final del día me deja más que agotada, sumando con un bloqueo de escritor. Sin embargo, conseguí finalizar este capítulo solo para percatame que estamos cerca del final, probablemente extienda la historia un poco más para no dejar cabos sueltos, desde un comienzo plantee que solo estuviera conformada por 15 capítulos, lo cual, no basta.

Como siempre, agradezco infinitamente y de todo corazón sus bonitas muestras de apoyo. Leo sus comentarios con mucho entusiasmo. Mil gracias por dedicar una parte de su valioso tiempo para leer este fic, espero que sirva para distraerles del mundo exterior y ayudarles a despejarse después de un largo día.

Sin nada más que agregar, les envió un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren.

¡Nos leemos pronto! ¡Cuídense mucho!