El Reto

Anna x Tanukichi

Para cualquiera que no conociera a Anna Nishikinomiya tan bien como Tanukichi, el reto impuesto por Ayame era fácil.

Pero Tanukichi, que conocía a su objetivo, supo, desde el principio, que no sería sencillo.

Era lo que podría llamarse un verdadero reto.

La penitencia era simple, al menos, en apariencia: tenía que darle un beso a Anna Nishikinomiya y, para comprobar que lo había hecho, Tanukichi estaba en la obligación de enviarle a Ayame una foto en la que se viera el momento en el que lo llevaba a cabo.

Sonaba sencillo, sonaba ideal, era lo que podría llamarse una ''prueba interesante''… pero no para Tanukichi.

Ayame, que sabía, tan bien como su amigo, que eso no sería pan comido, le tuvo algo de misericordia y le dijo que tenía un plazo de una semana para hacerlo.

Entre pensar como procedería, y la ansiedad de saber que era una de las cosas más arriesgadas que haría en toda su vida, el chico tuvo que tomar las medidas más drásticas y cautelosas posibles.


Para empezar, le pidió a Fuwa que le preparara un somnífero cuyos efectos se manifestaran con una hora de diferencia. Es decir, que la persona que lo bebiera no sintiera los embates del mismo, sino, hasta una hora después.

Después de ese tiempo, la persona debía quedar profundamente dormida. Tenía pensado usarlo para Anna, ya que, de ninguna manera, podría acercarse a ella si estaba consciente. Esa era la conclusión a la que había llegado tras pasar casi dos días meditando acerca de esa loca encomienda que le había impuesto Ayame solo porque había perdido una tonta apuesta.

Además, en ningún momento la chica de lentes había especificado que tenía que hacerlo con Anna estando consciente.

A pesar de que conocía las capacidades científicas de la peli verde, el chico dudaba de tener la suerte de que ella pudiera llevar a cabo tan absurda encomienda. Sin embargo, Hyouka consiguió sorprenderlo cuando, unas dos horas más tarde de haber hecho el pedido, lo llamó para informarle que el somnífero estaba listo y que ya podía pasar a retirarlo. El efecto del mismo, le diría ella más adelante, duraría unos treinta minutos.

Por lo tanto, solo disponía de media hora para hacer lo que tenía que hacer. Tenía que aprovechar ese pequeño lapso de tiempo al máximo.


Un día más le tomó pensar en lo que tendría que hacer para que ella consumiera el brebaje y, además, aprovechar el poco tiempo del que disponía una vez que actuara el somnífero.

Estaba claro que no podría hacer nada si ella estaba despierta, ya que podía olerlo a kilómetros de distancia. Pero, ¿cómo haría que tomara el somnífero y poder darle el beso en una situación en la que nadie tuviera que verlos?

No se le ocurría nada.

En el instituto siempre había gente y, en los momentos en los que se quedaban a solas, ella intentaba arremeter contra él para hacerle quién sabe qué cosas. Tampoco podía ir a su casa, pues, al ser hija del ministro y de Sofía Nishikinomiya, era más que seguro que el complejo de apartamentos en donde vivía estaría más que bien vigilado.

Estaba solo y tenía poco tiempo. Así que le tocó hacer otra cosa: memorizar la rutina de la Anna en esos cuatro días que le quedaban.

El chico se sorprendió al ver que, tras sólo un día de intensa observación, encontró lo que buscaba. Había una abertura en su rutina; algo que podía aprovechar para hacerle beber el somnífero y que ella misma fuera al lugar idóneo en donde poder llevar a cabo ese reto que tantos quebraderos de cabeza la había provocado.

—Bueno —comenzó el chico, cuando volvía de casa tras ese fructífero día de recaudación de información—. Cada vez la meta está un poco más cerca.


Cuando tuvo la información lista, y supo lo que tenía que hacer, decidió actuar.

Se armó del somnífero de la peliverde y, una tarde, durante un descuido de Anna, le quitó su termo y vertió la medicina en la bebida que este contenía.

Sabía que la cantidad era tan ridículamente alta como para provocarle una sobredosis a una persona normal, matándola en el acto. Y por eso era que lo había hecho, porque Anna Nishikinomiya distaba mucho de ser una persona normal.

Llegado el momento, Anna, luego de haber tomado sus lecciones de educación física y de beber todo el contenido de su termo, decidió ir a la enfermería.

Antes de encaminarse hacia allá, la peliplata les dijo a sus compañeros que se sentía mal y que iría a que le hicieran un diagnóstico.

Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, Anna, con pasos irregulares, y el rostro perlado de sudor, entró a la enfermería.

Tanukichi, que la seguía sin perderla de vista, en ningún momento se preguntó por qué Makenai-sensei, la enfermera del instituto, había faltado justamente ese día. Esa parte no estaba en sus planes. Él pensaba que ella, al sentirse mal, iría al vestidor de chicas que estaba en el extremo opuesto de la cancha para educación física.

Pero, al final, la chica decidió irse a la enfermería.

No vio nada raro en ello, estaba muy concentrado en acabar con aquello y seguir con su vida.

Dando traspiés, la Anna ingresó y el chico, que revisaba el reloj de su PM con insistencia, contando cada segundo, esperó unos minutos hasta que, completada la hora que le hacía falta, decidió entrar.


El lugar era espacioso y pulcro, además de que un suave olor a alcohol y agua oxigenada flotaba en el aire.

Pudo ver un poster del cuerpo humano adherido a una de las paredes y un esqueleto de tamaño normal erguido en su soporte y relegado a una de las esquinas de la habitación. Había también una camilla al fondo. Al lado de ésta, sentada en una silla de metal y parcialmente recostada en la camilla, estaba Anna. Tenía los ojos cerrados y una apacible expresión en el rostro. Estaba dormida.

Sin dudar, se acercó a ella y, ayudado con la novedosa —y cómoda—, cámara que portaba su PM, se fotografió a si mismo dándole un beso a la chica en la mejilla.

Su plan era que, tras enviar la foto, se iría mientras pudiera.

Le quedaban alrededor de veinte minutos antes de que Anna volviera en sí.

Cuando se dio la vuelta, dispuesto a marcharse, fue que sintió el tirón en su brazo.

Al girarse pudo ver a la chica despierta, tenía los ojos nublados por la gran cantidad de corazones rosas que se amontonaban en ellos y sonreía desquiciadamente… y supo, además, que ya no podría irse porque Anna lo tenía sujeto por la muñeca.

—¿A dónde crees que vas, Okuman-kun?~ —dijo, con la voz más aguda de lo usual y Tanukichi pudo ver como un hilo de saliva resbalaba desde la comisura de sus labios hasta la barbilla.

—Anna-senpai… —dijo el chico haciendo un gran esfuerzo, pues sentía que el miedo le había cerrado la garganta—. ¿Co-cómo es que…?

—¿Sigo despierta? —Completó ella, sin perder aquella aterradora sonrisa—. Siempre te estuve observando, Okuma-kun. ¿Acaso no te lo dije una vez? Siempre estoy pendiente de todo lo que haces, te sigo a todas partes y he memorizado cada uno de tus movimientos~

Tanukichi sintió como si todo le diera vueltas. Trataba de digerir lo indigerible.

—Sé que perdiste esa apuesta con Ayame —continuó ella, sin soltarle la muñeca, mientras se levantaba de su lugar—. Y sé que ella te retó a que me besaras~ —le guiñó un ojo, con aterradora coquetería—. Qué malo fuiste, Okuma-kun. Si querías un beso, solo tenías que pedírmelo~

Se colocó enfrente del chico y lo empujó hacia la camilla. Tanukichi estaba tan shockeado que no ofreció resistencia alguna y cayó sentado encima de la misma. Confiada en que él no haría ya movimiento alguno, Anna le dio la espalda para irse hasta la puerta.

—También estoy al tanto de ese somnífero que le encomendaste a Hyouka-chan —se detuvo delante de la puerta de la enfermería y le pasó el seguro a la misma.

Satisfecha, se dio la vuelta, posando su azulina mirada en el aturdido, y asustado, chico que estaba sentado en la pulcra camilla del fondo.

Tanukichi intentó decir algo, pero no pudo. Incluso tartamudear, o hacer algún otro sonido, le habría relajado un poco, pero, al notar que le era imposible lo uno y lo otro, contribuyó a que su ritmo cardíaco incrementara con rapidez.

—No estés tan asustado, Okuma-kun~ —prosiguió—. Se suponía que debía despertar en unos… —se detuvo para revisar algo en su PM—… unos quince minutos, más o menos. Pero parece que falló, jejeje. Hyouka-chan nunca te dio un somnífero. —Se encogió de hombros—. Me hizo caso cuando la amenacé para que no lo hiciera. —Su sonrisa se ensanchó aún más—. Ama mucho a su laboratorio y sus extraños experimentos. Haría todo lo que le ordenara para mantenerlos a salvo. Pero bueno, eso ya es agua pasada.

Con paso lento, pero seguro, Anna acortaba la distancia entre ellos al tiempo que se quitaba la camiseta blanca del uniforme de educación física que llevaba puesta, dejando a la vista sus generosos y pálidos pechos, que estaban cubiertos solo por un sujetador deportivo de un rosa pastel.

—Qué bueno que pude resistir mis celos cuando te vi pasando tanto tiempo con Ayame, Okuma-kun~ —Anna se detuvo a un paso del chico para mirarlo con deleite, detallándolo con cuidado, evaluándolo como si delante de ella tuviera el bocadillo más delicioso—. Sino, nada de esto habría sido posible~.

Y, sin decir nada más, Anna hizo desaparecer toda la poca distancia que había entre ellos.