"Todo espíritu clama por ser amado, como el lobo aúlla a la luna. Y no hay criatura forjada por los dioses que no merezca amor."
Eso decía mi abuela, con la mirada perdida en el horizonte donde nacen las tormentas.
Pero cuando el amor se te niega desde que tienes memoria, solo queda el vacío.
La certeza de que algo falla en ti. Que estás roto.
Pareciera que el destino fuera estar solo, hundido en sombras...
Al menos así era.
Hasta que apareciste tú.
Eso me aterra. Me consume.
Soy adicto a ti.
Si tú te vas...
Tengo miedo de lo que podría hacer si tú me faltas, milady...
-INCÓGNITA-
En un tiempo olvidado, cuando los dioses aún caminaban entre mortales, nació una niña marcada por el trueno.
Hija de una valquiria caída y un hombre condenado por la guerra, su alma era fuego y tempestad.
No conocía su poder. No conocía su destino.
Pero las runas antiguas hablaron:
"Solo cuando la sangre del Amo Dragón y la Doncella de la Tormenta se unan en pacto y pasión, la maldición caerá, y el castillo renacerá con un corazón nuevo".
Un par de años antes, en otra tierra, nacería el Amo dragón. Su nombre era Hipo. Y su destino, también, estaba maldito.
Así que...
Había una vez...
¿Quién empieza una historia así?
Esto no es un cuento.
Es una maldición que aún respira en las piedras de un castillo oculto.
Una leyenda marcada por la traición, la oscuridad... y el deseo de romper cadenas.
Hipo nació en la aldea de Hekern.
Un joven huérfano, aprendiz de herrero y nieto de Gothi, la sabia muda.
Lo llamaban "el pescado parlanchín". El problema. El error.
La oveja negra de una aldea que nunca lo mereció.
En realidad, era el único con verdadero fuego en el alma.
A sus dieciséis años, ya sabía lo que era perderlo todo.
Gente sencilla, crédula y envidiosa.
Porque sabían —aunque no lo dijeran— que él estaba destinado a algo más grande.
-INCÓGNITA-
Todo cambió la noche en que llegó Krogan.
Un forastero envuelto en humo, con ojos vacíos y un bastón de hueso tallado con runas.
Río cuando lo desafiaron.
Y luego, el mundo ardió.
No eran dragones lo que trajo.
Eran peores.
Criaturas sin nombre, cuerpos deformes, alientos corrosivos.
Algunos aún con restos de rostros humanos, como si gritaran por dentro.
Eran esclavos, antiguas almas quebradas y moldeadas por magia negra.
Convertidas en monstruos hambrientos de destrucción.
—Son mis creaciones, como mis hijos —dijo Krogan, mientras las bestias devoraban la noche—. Nacidos del dolor. Del olvido.
La aldea cayó. Doce muertos. Cincuenta heridos. Todo hecho cenizas.
Para llegar a un acuerdo, Bork el jefe de la aldea le pidió piedad, y que ellos harían lo que quisiera.
—Oro —exigió el hechicero—. Y un alma pura.
El oro fue entregado. Pero Krogan no se movió.
—¿Creen que estas pocas monedas calman la sede de una promesa rota? No. Quiero algo... vivo.
Y entonces Bork, el jefe de la aldea, habló.
—Llévate al chico —dijo, sin titubear—. Un hipo.
Su sangre es distinta. Su alma... brilla. Él es lo que buscas.
—¿Qué...? —Hipo dio un paso atrás, la garganta seca, el corazón golpeando con violencia—. No... Bork, no puedes...
Pero nadie lo defendió. Nadie habló. Estaba solo.
Los ojos de los aldeanos estaban clavados al suelo. Avergonzados. Cobardes.
Bork solo alzó la barbilla.
-¡No! ¡Gothi no lo permitiría! —gritó Hipo.
Pero Gothi no estaba.
Había partido días antes en busca de plantas curativas. Se lo había confiado la aldea.
Y en esas circunstancias él... no pudo hacer nada.
Bork no lo miró como a un muchacho. Lo miré como una solución.
—Tu abuela te llenó la cabeza de cuentos. Pero no eres especial, Hipo. Eres una carga. Esto es justicia. — Como si eso no fuera suficiente, sonriendo burlonamente, como si se estuviera deshaciendo de alguna basura. —No eres uno de nosotros. Nunca lo fuiste.
Krogan entusiasmado, satisfecho. Y con un gesto, lo encadenó con una bruma oscura que olía a ceniza.
—El trato está hecho.
-INCÓGNITA-
Gothi regresó una semana después.
La aldea estaba vacía.
Silencio. Casas quemadas. Sangre en las piedras.
Con su bastón, escribió en la ceniza:
¿Dónde está mi nieto?
Pero nadie respondió.
Solo los ecos. Solo el frío.
Ella caminó hasta las ruinas, y allí encontró la daga de Hipo, enterrada en el suelo junto a su capa desgarrada.
Sus ojos se cerraron.
La runa que llevaba colgada al cuello brilló un segundo, como si llorara.
Desde entonces, se culpó por no haber cuidado mejor de aquel niño marcado por los dioses.
No era su nieto por sangre.
Pero así lo sentí.
Era el hijo de su antiguo jefe al que había servido toda su vida.
Hipo era el heredero aquella isla al norte del archipiélago.
El niño que sus padres, sabiendo lo que era, le confiaron cuando el mundo empezó a volverse peligroso.
Cuando comenzó a buscar al Amo Dragón... para usarlo o destruirlo.
Ella, la antigua curandera del pueblo, lo llevó lejos.
Lo oculto.
Prometió protegerlo con su vida.
Y falló.
Ahora debía enfrentar a quienes un día le confiaron lo más preciado.
A su jefe, a sus recuerdos, a su promesa.
Y decirle que el niño por el que habían luchado,
el niño que era su última esperanza,
estaba muerto.
Y le dolia.
Porque no había podido tener un mejor nieto que él.
-INCÓGNITA-
Mientras tanto...
Hipo fue encerrado en el corazón del castillo de Krogan, un lugar entre mundos llamado Umbra.
Un reino sin mapa, oculto entre las grietas del tiempo.
Solo se accede entregando una parte del alma: un secreto, una promesa... o un sacrificio.
Allí, Hipo estaba encadenado. Día tras día, noche tras noche.
Escuchando los gritos de los monstruos. Sintiéndose cada vez menos humano.
Krogan lo llamaba "bastardo"
El muchacho soñaba con el mar. Con Gothi. Con libertad.
Hasta que los sueños empezaron a hablarle... con la voz de una chica.
Ojos como el cielo. Cabello de oro.
Y un nombre que su alma repitió hasta romperse:
—Doncella de la Tormenta...
"No debes perder la Esperanza"
-INCÓGNITA-
Los barrotes de hierro no eran lo que retenía a Hipo. No era la cadena de hierro negro ni el grillete en su tobillo. Era el silencio. La ausencia de Gothi. El eco de la traición. Y el miedo de lo que estaba comenzando a arder dentro de él.
Krogan, el hechicero sombrío, no lo mató enseguida.
—Matarte sería un desperdicio. El fuego en tu sangre... es demasiado útil —le dijo con una sonrisa torcida, los ojos como pozos de alquitrán.
Así que lo dejó vivir. Y lo entrenó. Un golpe. A gritos. Una sangre.
En Umbra, el tiempo no avanzaba. Solo dolía. El tiempo se medía en heridas que sanaban mal, en días de hambre, en noches de insomnio. Hipo peleaba contra monstruos, entrenaba con armas que quemaban al tacto, recitaba conjuros prohibidos con la lengua sangrando.
Fue en uno de esos entrenamientos, cuando un grito resonó en los pasillos. Una niña. Brezo. Apenas una adolescente un año menor que él. Le había contestado a Krogan, y por eso iba a morir.
—No me vuelvas a hablar así, escoria —escupió Krogan, con el filo de su guadaña mágica en alto.
—¡Basta! —Hipo intercedió, arrojándose frente a ella.
Por un instante, Krogan dudó. Lo suficiente para que Heather escapara de su agarre, y Krogan se lo hizo pagar a Hipo. Esa noche, llorando bajo un altar roto, Hipo la encontró. Y sin decir mucho, ella le tomó la mano. Desde ese día, fueron hermanos. No de sangre, sino de cicatrices.
Después de llegar Patapez, un niño que había entrado por accidente a Umbra buscando a su padre y nunca pudo salir. Y Tilda y Tacio, gemelos que hablaban en clave y reían, aunque todo estaría podrido. Estaba ahí por una deuda de su tío, vendida como promesa a Krogan. Nadie sabía cuál era esa deuda, solo que nunca los dejarían irse.
Y así nació su pequeña resistencia.
—Un día, lo mataremos —murmuró Hipo, con una vela encendida ante un mapa manchado de ceniza—. Lo juro. Y este lugar dejará de ser una tumba.
-INCÓGNITA-
Krogan lo observó desde la oscuridad del trono. No hablaba. Solo lo miraba.
Hipo sintió el peso de sus ojos clavados como cuchillas. Algo no estaba bien. El hechicero llevaba días sin torturarlo, sin ordenarle entrenamientos imposibles, sin gritarle. Solo lo miraba. Evaluándolo. Calculando.
Hasta que esa noche, la verdad emergió.
—Quítate la túnica —ordenó Krogan con una voz baja, venenosa.
—¿Qué? —Hipo retrocedió.
—¡Hazlo!
El muchacho obedeció con manos temblorosas. Y entonces Krogan lo vio.
La marca.
Justo en el lateral de su cuello, en la base, apenas visible: un símbolo antiguo, una espiral de tres puntas con un ojo en el centro. La marca del Alfa. El sello que solo portaban los elegidos por los dragones para gobernar sobre ellos, un poder dentro de él, el poder de dominar el mundo.
—No puede ser... —murmuró Krogan, dando un paso atrás como si el fuego lo hubiera tocado—. Tú...
— ¿Qué es esto...? —Hipo se llevó la mano al cuello, confundido—. ¿Qué significa?
El silencio se quebró como un vidrio.
—¡Significa que eres un error! ¡Un maldito error de los dioses! —rugió Krogan, y la sala entera se estremeció—. Nunca debiste nacer. Nunca debí dejarte vivir.
Se giró hacia los soldados de piedra, los monstruos creados con su magia negra.
—Llévenselo. Al altar. ¡Que esta noche su sangre se derrame!
—¡¿Qué hice?! —gritó Hipo, forcejeando—. ¡¿Qué hice para que quieras matarme?!
—No es lo que hiciste... —Krogan se detuvo, su rostro deformado por la rabia y el miedo—. Es lo que podrías hacer. Eres el Amo Dragón. Si despiertas tu poder, podrías destruirlo todo. ¡Incluyéndome!
Y en ese momento, Hipo lo supo.
No era solo un prisionero. Era una amenaza.
No porque sea peligroso fuera.
Sino porque, por primera vez, Krogan tenía miedo.
-INCÓGNITA-
La noche llegó con luna roja. El castillo sangraba sombras por las ventanas, y el altar del sacrificio ardía con fuego negro. Krogan pensó que por fin lo tenía. Hipo, encadenado, su alma al borde de la ruptura.
Hipo estaba exhausto. La lucha había sido interminable, y su cuerpo ardía con cada golpe que le daba a Krogan, pero no parecía ser suficiente. La magia oscura del hechicero estaba demasiado extendida por el castillo, protegiéndolo, dándole más poder que cualquier ser humano podría soportar. Pero Hipo sabía que no podía rendirse. No podía.
Había aprendido el hechizo. Un conjuro antiguo, uno de esos que había leído, pero nunca quiso usar hasta que tuviera un verdadero propósito. "Para cuando tu alma esté perdida, para cuando ya no haya esperanza", se había prometido.
Con los dientes apretados y los ojos llenos de ira, Hipo extendió las manos hacia el hechicero moribundo.
—¡Este es el final, Krogan! —gritó, sintiendo que el poder del hechizo recorría su cuerpo. La energía se acumuló en sus manos, brillando como un rayo en la tormenta.
Krogan, tirado en el suelo, se reía entrecortadamente, sus ojos llenos de locura y desprecio. Sabía lo que Hipo había hecho, ya pesar de la debilidad, no podía dejar de sonreír.
—Crees que me has vencido, ¿verdad? —dijo Krogan con una sonrisa cruel, ahogando un tos de sangre. —Pero tú no sabes lo que has desatado... No sabes lo que serás ahora...
Hipo lanzó el hechizo con todas sus fuerzas, el aire se llenó de una luz cegadora. Las palabras prohibidas escaparon de sus labios, encendiendo la magia en su pecho. Un círculo de fuego se estalló a su alrededor. El sello ancestral respondió, y la runa grabada en su piel se activó.
El cuerpo de Krogan se arqueó, como si la magia lo estuviera destruyendo desde adentro.
Un rugido resonó por toda la sala mientras la energía oscura de Krogan comenzaba a ceder. Los soldados de piedra se desmoronaron en polvo, y el hechicero empezó a disolverse. Hipo respiró con dificultad, pero sabía que lo había logrado. Había matado a Krogan. Todos celebraron, la resistencia había ganado.
Entonces, el silencio llenó la habitación. Hipo se desplomó de rodillas, su cuerpo agotado. El hechizo lo había dejado vacío, pero su victoria era palpable.
Pero antes de que pudiera descansar, escuchó una última palabra, susurrada entre los labios de Krogan, con una risa cruel que retumbaba en su oído:
-Dragón.
Hipo sintió un escalofrío recorrer su columna, y antes de poder reaccionar, el mundo pareció volverse de fuego. Una llama ardiente recorrió su cuerpo, y el dolor lo inundó como si estuviera siendo consumido por la misma furia de un dragón.
Su piel comenzó a quemarse, sus huesos se retorcían, su forma cambiaba. Intentó gritar, pero su voz se extinguió en un rugido gutural. Miró sus manos, ahora convertidas en garras afiladas, y sintió el aire ardiendo a su alrededor.
—No... No puede ser...
Y todo cambió.
Fuego. Dolor. Alas. Garras.
Krogan, con su último suspiro, le había dejado una maldición peor que la muerte. Hipo miró su reflejo en las sombras del castillo. Su rostro había desaparecido, reemplazado por un monstruo. Un dragón.
—Estarás así hasta que mueras, todos —La voz de Krogan resonaba en su mente, cruel y llena de desprecio. —Te convertirás en un monstruo, cada vez peor, hasta que ya no queda nada de lo que fuiste... Y aunque si puedas romperlo, nadie te amará, porque nadie puede amar a un monstruo como tú.
El castillo tembló. Las paredes se agrietaron. Krogan se desintegró entre la luz roja y las llamas vivas, su alma absorbida por la maldición que él mismo había invocado siglos atrás.
Hipo, ahora un dragón, se desplomó en el suelo, el peso de la maldición y la desesperación aplastándolo. Sintió la furia de su nuevo ser ardiendo en su interior.
¿Quién podría amarme ahora?
¿Quién podría ver más allá del monstruo y ver al hombre que fui?
La última palabra de Krogan flotó en su mente, como una sentencia inquebrantable: Dragón.
Y en ese mismo instante, en un lugar muy lejano...
-INCÓGNITA-
En otro lugar, la tormenta aún dormía. Pero pronto, se encontrarían. Y el mundo jamás volvería a ser el mismo.
Astrid Hofferson vivía entre los campos lejanos de una aldea, la desgracia los había alcanzado, pero ella parecía acoplarse bien, ayudando a su padre a cosechar. El sol caía sobre su espalda cuando sintió un ardor en el hombro. La marca. Aquella que había tenido desde que era niña, en forma de rayo.
-¡Papá! —gritó, cayendo de rodillas.
La marca brillaba. Un azul brillado, profundo, ancestral.
En su pecho algo la llamaba. No sabía qué. Ni quién. Solo que, en alguna parte del mundo, una fuerza había despertado. Una maldición... o un lazo.
Y entonces escuchó, en su mente, una voz.
—Te amo, Astrid...
No sabía quién era. Pero esa voz suya que sonaba como una promesa hizo que su alma temblara.
Intentó huir.
Pero Umbra cerró sus puertas.
Ahora, el castillo le pertenece.
El Rey de Umbra.
Es su prisión, su reino, su castigo.
Nadie puede salir si no desea algo con toda su alma.
Nadie puede amarlo.
Nadie puede salvarlo...
Y una noche, en medio del silencio, el dragón susurró:
—Te amo, Astrid...
Incluso sin saber quién era, esas palabras eran las más sinceras que había dicho en mucho tiempo.
Y sin saberlo, la tormenta despertaba...
-INCÓGNITA-
Notas de la autora
¡Bienvenido a La Maldición del Dragón !
🐾Una historia inspirada en la oscuridad de las leyendas nórdicas, la esencia mágica de Cómo entrenar a tu dragón , y la intensidad emocional de La Bella y la Bestia , pero con mi propio estilo épico, trágico y romántico.
✨ Sí, esta es una adaptación libre de La Bella y la Bestia... pero a mi modo: más oscura, más trágica, y con mucho más fuego.
💕Si te gustan los personajes rotos, las maldiciones imposibles, los sacrificios, y los vínculos que nacen del dolor y la esperanza... esta historia es para ti.
🌑 Aquí no hay cuentos de hadas. Hay sangre, fuego y un amor que arde lento, entre la maldición y la redención.
️ Actualizaciones: Martes y Domingos.
(Trato de ser puntual. Si hay cambios, lo avisaré en mi perfil.)
️ ¡Me encantaría saber qué piensas de la historia! ¿Te atrapó Hipo en su lucha? ¿Sientes la tormenta que es Astrid? O quizás los personajes secundarios te dejaron con ganas de saber más. ¡Tu opinión siempre me inspira a seguir! 🌟
Si te ha gustado lo que leíste, no dudes en dejar tu voto o comentario, ¡espero conocer tus pensamientos!😊
Ah, y recuerda, por respeto a la creatividad de todos, no se aceptan adaptaciones ni copias de esta historia. 💫
Nos vemos en la próxima página.
Y recuerda...
el castillo nunca olvida.
¡Disfruta del viaje! 💗
