"Harry Potter está acostumbrado a ganar tanto en el campo de quidditch como en cuestiones del amor. Especialmente si su oponente es Draco Malfoy. Humillar al engreído de Slytherin era simplemente una cuestión de honor, y él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.
Algún día Harry Potter atraparía a todos los criminales y se casaría con Ginny Weasley. Al menos estaba seguro de ello… hasta que se puso celoso de su mejor amiga, ¿Quién era ese admirador de Hermione Granger, y por qué ella había perdido la cabeza lanzándose sobre él en pleno Ministerio de Magia?"
Disclaimer: Harry Potter y todos los personajes le pertenecen a J.K. Rowling, la trama le pertenece a Hrizantemka, autora original de esta historia, quien amablemente me dio los permisos para publicar la traducción al español.
Capítulo 1: Un acto imprudente
Gran Bretaña, 2004.
Harry caminaba tranquilamente por el pasillo, prácticamente pegado a la pared. La capa que había tomado prestada o, para ser exacto, que le había robado a su padre, le permitía ser invisible, pero aun así tenía que ser lo más cuidadoso posible. Después de todo, se había infiltrado en el centro del Departamento de Aurores donde pretendía cometer un robo. En su opinión, por supuesto, no se trataba de ningún robo, sino de una pequeña travesura. Era el tipo de cosa que uno haría para ganarse el corazón de una bella dama, aunque era poco probable que su padre apreciara esta "hazaña". Constantemente fruncía el ceño cuando Harry cambiaba de novia, sacudía la cabeza diciendo que no podía esperar a que su hijo creciera y sentara cabeza, ¡Cualquiera diría que él siempre había sido tan importante y serio como lo es ahora! Por mucho que James pretendiera ser un padre estricto y un representante ejemplar de la sociedad, no podía huir del pasado, especialmente si tu mejor amigo, que había sido testigo de toda tu juventud, siempre andaba rondando por ahí. Habiéndose convertido en el padrino de Harry, Sirius Black, "le entregó" a James con todos sus secretos, sin ocultar un solo detalle de sus aventuras juveniles. Las historias de su despreocupada juventud eran incontables. El propio Sirius todavía se preguntaba cómo Lily había logrado convertir a un idiota y libertino tan impenetrable como James Potter en una persona decente.
—Tu madre es realmente una bruja única. —Sonrió Sirius, tomando una copa o dos en casa de los Potter. —Es poco probable que otra persona hubiera podido hacer esto.
Por supuesto, tanto James como la "bruja única" lo reprendían a menudo por tales comentarios, pero eso no afectaba el comportamiento de Sirius.
—Deja de hacerte el moralista, Cornamenta y deja en paz al chico. —Dijo, guiñándole un ojo a su ahijado. —Aquí están tus propios genes en todo su esplendor. Tan pronto encuentre a su propia Lily, se calmará inmediatamente.
—¿De qué estás hablando, Sirius? Simplemente no hay nadie como ella en todo el mundo. —Sonrió James, captando la cariñosa mirada de su esposa y acariciando sus delicados dedos con su mano.
—Bueno, si ese es el caso, significa que nunca tendrás nietos. —Añadió Sirius a la conversación, llenando el salón con su risa.
Harry adoraba a su padrino. Sirius no parecía haber madurado en absoluto y seguía siendo el mismo encantador y mujeriego que había sido años atrás. Harry a menudo lo percibía como su igual. Sirius le había enseñado a coquetear con las chicas, a conducir una motocicleta muggle encantada, a hacer bromas y ser el alma de la fiesta. Si a esto le añadimos su talento natural como buscador y su gran parecido con el apuesto James, no era de extrañarse que Harry Potter fuera considerado el chico más popular de Hogwarts y que más tarde se uniera a la fila de los solteros más codiciados de la Gran Bretaña mágica. Su éxito en el quidditch profesional fue impresionante, e incluso su entrenador estaba seguro de que en un futuro próximo Harry rompería los récords del propio Viktor Krum.
Durante su época de estudiante, Harry logró salir con muchas bellezas. Cho Chang, Parvati Patil y Ginny Weasley fueron las últimas de su lista de triunfos amorosos. Ninguna de las relaciones de Potter duraba más de seis meses; por lo general, a Harry le bastaba ese tiempo para cansarse de su última conquista. Algunas resultaban ser demasiado pegajosas, otras aburridas, pero las más tontas intentaban limitar su libertad. Harry no estaba acostumbrado a engañar a las chicas, por lo que siempre actuaba de manera honesta y directa. Y, para ser justos, tenía una regla de hierro que nunca rompía: Antes de empezar una relación, siempre ponía fin a la anterior e incluso lograba separarse de todas de manera pacífica, sin escándalos, reproches, lágrimas, histerias y lamentos teatrales.
Sólo Ginny se tomó el final de su relación de manera intensa, pues incluso intentó maldecir a Harry con su "típica" maldición de murciélago. El propio Harry logró reaccionar a tiempo y levantar un escudo, pero esto no salvó a los pobres estudiantes de la furiosa manada de criaturas aladas que casualmente se encontraban cerca en el momento en que ellos terminaban su relación. Después de ese incidente, muchos terminaron en la enfermería y Ginny fue amenazada con ser expulsada. Este suceso dañó significativamente la relación entre ambas familias mágicas: Los Potter y los Weasley. No han sido hostiles desde entonces, pero prácticamente cortaron toda comunicación.
Tras optar por continuar su carrera deportiva, Harry ganó aún más fama y claramente no tenía intenciones de sentar cabeza. Durante uno de sus viajes de negocios, comenzó un romance con la nieta de una veela, Gabrielle Delacour y, más recientemente se había sentido atraído por la encantadora Astoria Greengrass. Su interés por la alumna de Slytherin estaba alimentado por su espíritu competitivo con Draco Malfoy, quien también intentaba cortejar a Greengrass. Harry no soportaba al idiota de Malfoy desde su primer día en Hogwarts. Los dos seguían compitiendo incluso después de graduarse, y ahora no sólo en el campo de quidditch, sino también en el amor. Harry no estaba dispuesto a rendirse, pues la adrenalina que le producían sus conquistas amorosas bien podía compararse con la alegría de sus victorias profesionales. Divertida, coqueta y sensual, así era la menor de las hermanas Greengrass. Sólo bastaba una mirada de esta belleza para ponerte a hervir la sangre; el coqueto movimiento de sus largas pestañas, junto con su sonrisa juguetona, fácilmente hacía que los mejores hombres cayeran a sus pies.
Harry no sabía si su atracción era amor verdadero o simplemente otra aventura pasajera, placentera y emocionante, que además le ayudaba a restregarle la derrota una vez más a su odiado rival.
Harry colmaba a la chica de regalos, la invitaba a todo tipo de fiestas y recepciones, pero aún no conseguía despertar por completo su interés en él. Astoria había tenido mucho éxito conquistando a sus admiradores y era evidente que no tenía prisa en darle preferencia a ninguno de ellos. A veces aparecía en compañía de Draco Malfoy, otras veces con Cormac MacLaggen, quien también era uno de los viejos rivales de Harry en el campo como en los asuntos amorosos, y en otras ocasiones aceptaba cortésmente las invitaciones del propio Harry.
La última cita casi tuvo el resultado deseado.
Harry, apretando los gruesos labios de la joven en un beso brusco, la empujaba hacia la cama de su habitación de hotel; sin embargo, la mirada de Astoria se desvió hacia el último número de El Diario el Profeta que descansaba sobre la mesita de noche, donde la mayor parte de la portada estaba ocupada por una de las muchas entrevistas de James Potter.
—Oh, es tu padre. —Soltó Astoria con una risita coqueta, cuyo interés ya estaba centrado en el maldito artículo.
—Pasa la página si te da vergüenza. —Insistió Harry, sin dejar de besar con pasión el delgado cuello de la joven, mientras su traviesa mano áspera se deslizaba bajo la fina tela de la blusa y apretaba con firmeza su suave pecho.
¡Como si esta mujer nunca hubiera visto una entrevista de su padre en los periódicos!
—¿Se tomó esta foto en tu casa? —Continuó Astoria, decidida a ignorar sus caricias.
—No. En su despacho. —Gruñó Harry, mordiendo intencionalmente su suave piel para dejarle una marca visible. —¿Necesitas leer las noticias?
—Oh, Harry, esto es simplemente encantador… —Dijo, soltándose hábilmente de sus brazos, haciendo que él experimentara una mezcla de decepción e irritación, ¡Maldita sea! —¡Es una caja preciosa!, ¿No podrías…?
—¿Qué? —Harry frunció el ceño. —¿Qué caja?, ¿De qué estás hablando? —Casi gruñó, mientras su erección amenazaba con desgarrarle los vaqueros.
—¡Aquí está! —Astoria le tendió el periódico, señalando con el dedo el fondo de la fotografía. —Lo quiero de regalo. Me encantan las cajas musicales, mi padre tiene una colección de ellas.
—Entiendo, mañana iré a la tienda y te compraré una caja, pendientes nuevos, ¡Lo que quieras! Pero ahora, sigamos con lo que empezamos… —Se inclinó nuevamente para besarla, pero Astoria se apartó e hizo un mohín con los labios, frustrada.
—¡Pero realmente quiero esa caja, Harry! Claramente es una baratija, a juzgar por el hecho de que está guardada libremente en el despacho de tu padre y no en el Departamento de Misterios o en algún otro lugar más seguro. Ni siquiera el jefe de aurores guardaría cosas peligrosas tan cerca.
Si hubiera sido cualquier otra chica, Harry la habría echado y olvidado fácilmente de su existencia con alguna otra linda admiradora, de las que siempre tenía de sobra. Pero esa maldita Greengrass era la cima inalcanzable que, por razones que desconocía, le atraía mucho más que todas las demás. Quizás simplemente no quería que Malfoy la tuviera, tal vez por miedo a que su ego fuera golpeado… daba lo mismo. Era la terquedad y la costumbre de salirse con la suya, la necesidad de ser el primero, sumándole una atracción salvaje que lo volvía loco. Harry literalmente se había obsesionado con Astoria.
—¡Muy bien! —Exclamó él y, apresurado, comenzó a desabrocharse los botones de su camisa. —Te conseguiré la caja. Te quedarás a pasar la noche, ¿Verdad?
—Harry, eres tan dulce. —Ronroneó Astoria. —Y me encantaría quedarme, pero acabo de recordar que debo visitar a mi hermana. Se lo prometí. Recientemente dio a luz a su primer hijo. Así que… creo que es hora de irme.
—Sí, claro.
—No te ofendas, guapo. —Dijo atrayéndolo para darle un beso apasionado como despedida. —Te prometo una noche inolvidable juntos… muy, muy pronto.
Harry se dio cuenta de que sólo era una excusa para "torturarlo" más tiempo. Sabía muy bien a qué clase de artimañas podían recurrir las mujeres hermosas. Ni siquiera era probable, sino absolutamente seguro que Astoria no quería esa maldita caja, pero Harry sabía cómo y le encantaban los retos. Especialmente si su recompensa era ganar el premio mayor, llevándose a la cama a la inalcanzable y de paso, darle una lección al imbécil de Malfoy, ¿Qué podría ser mejor que eso? No era la tarea más fácil, pero sin duda valía la pena arriesgarse.
Harry no tuvo más remedio que entrar y robar a la oficina del jefe de aurores, quien además era su propio padre. Por supuesto, él planeaba tomar la caja prestada por un tiempo, demostrarle a Astoria que podía darle lo que quisiera y luego devolverla discretamente. De todas formas, a la chica no le interesaba.
Llevarse la caja durante un par de días no significaba robarla. De todos modos, llevaba años acumulando polvo sin ser utilizada en un armario lejano entre un montón de trastos igual de inútiles, confiscada en su momento a magos oscuros y despojada de cualquier peligro. La caja no contenía el menor indicio de magia oscura y, lo más probable, es que fuera un souvenir común y corriente: Costoso y, sin duda, hermoso. Quizás a Astoria simplemente le gustó la apariencia y ya soñaba con decorar su habitación con ella. No era de extrañarse; a las chicas les encantaba ese tipo de cosas.
La opción de simplemente pedirle el objeto a su padre tuvo que ser descartada de inmediato. Astoria tenía razón, por supuesto, al pensar que no era un artefacto peligroso, ya que no se guardaba en un lugar adecuado para ese tipo de cosas, pero ella, a diferencia de Harry, no tenía ni idea de lo celoso que era James Potter con todo lo que alguna vez había sido confiscado a los mortífagos, y la falta de interés del Departamento de Misterios no era motivo suficiente para que él bajara la guardia.
Después de haber pasado por tiempos oscuros y muchas pérdidas, James nunca se confió y fue extremadamente cauteloso. A veces, Harry pensaba que su padre exageraba; al fin y al cabo, todo eso había quedado atrás hace mucho tiempo. Voldemort había sido derrotado y sus pocos seguidores estaban en Azkaban, salvo los más astutos, como Lucius Malfoy, quien milagrosamente había logrado salirse con la suya. Pero era demasiado cobarde para representar una amenaza seria sin su líder, quien finalmente había muerto.
La jornada laboral había terminado hacia rato, pero las luces seguían encendidas en la oficina de James. Su padre a menudo se quedaba hasta tarde para poner en orden las cosas en silencio. Necesitaba distraerlo de alguna manera y entrar mientras aún estuviera ahí. Harry sabía que no podría acceder al despacho del auror con un simple «Alohomora», pero no contaba con ningún otro hechizo más eficaz.
Harry apuntó su varita hacia el jarrón de flores que se encontraba sobre el escritorio de la secretaria y, con un hechizo, lo hizo caer al suelo. Se escuchó un estruendoso sonido de cristales y las salpicaduras de agua, y al instante, se oyeron pasos firmes tras la pared. La puerta se abrió de golpe. James fue tan rápido que provocaba una impresión automática. Su mirada se detuvo en los pedazos del jarrón sobre el suelo.
Harry entró silenciosamente en la oficina y se ocultó detrás de un pequeño sofá de cuero cerca de la ventana con una ilusión encantada. Escuchó a James maldecir en voz baja, reparar el jarrón con un «Reparo», lanzar un par de hechizos al aire y regresar a su despacho. Unos pasos firmes se dirigieron al escritorio, se oyó el ruido de los pergaminos y el golpe de la puerta al cerrarse. Luego volvieron a oírse pasos, el breve chirrido de las bisagras y el clic del cerrojo de la puerta al cerrarse. Harry sonrió al escuchar los pasos de su padre alejarse por el pasillo.
Todo estaba saliendo bien. Harry se quitó la capa de invisibilidad y, con el dorso de la mano, se secó el sudor de la frente que había surgido por la tensión del momento. En cuanto su padre saliera del Ministerio, podría empezar con la segunda parte del plan, que, por cierto, aún no estaba completamente claro. Por ejemplo, Harry no tenía ni idea de cómo iba a salir. Era muy probable que tuviera que pasar toda la noche ahí, pero el joven confiaba demasiado en su capacidad natural para improvisar como para prepararse seriamente para algo así. Seguro que se le ocurriría una solución más interesante que quedarse en el estrecho e incómodo sofá hasta la mañana.
Después de unos quince minutos, finalmente se calmó. Su padre no regresó. Lo más probable es que ya se hubiera dirigido al atrio y estuviera viajando a casa a través de la red flu. Harry se acercó al armario, sacó su varita y con rapidez, realizó un corte en su propio dedo índice con un «Diffindo». Maldiciendo entre dientes por el dolor, presionó su dedo sangriento contra la cerradura, esperando no haberse equivocado. Sabía que los encantamientos de sangre era uno de los tipos de magia favorita de su padre, ya que era la más confiable de todas.
Un segundo, dos, tres. Un clic. ¡Merlín, funcionó!
Las puertas se abrieron lentamente, permitiendo que Harry accediera a la codiciada caja. Sólo quedaba rezar para que su padre no se diera cuenta que faltaba algo o de lo contrario se metería en problemas. Aunque sus padres adoraban a su único hijo, una imprudencia como esa podía costarle caro, ¡Esa maldita de Greengrass seguro lo metería en problemas! Pero maldita sea, que atractiva era…
Harry tocó la caja con temor, la tomó entre sus manos y la giró con cuidado. La elegante pieza tenía incrustaciones de piedras preciosas. Era antigua, a juzgar por el estilo. Quedó claro de inmediato que aquella antigüedad valía una fortuna. En la tapa brillaba un grabado. Harry se acercó y reconoció el contorno desgastado por el tiempo, el cual era una runa. Al joven Potter no le gustaban demasiado, así que ni siquiera intentó adivinar qué significaba. De todos modos, no tenía esperanza de recordar lo que había pasado por alto durante las clases de runas antiguas, pues siempre terminaba quedándose dormido. Bajo la luz de la lámpara del escritorio, un gran rubí brillaba con un rojo intenso y profundo. Harry miró la piedra central durante unos segundos, como hipnotizado, y luego presionó su dedo aún sangrante sobre ella. La tapa se abrió de inmediato y ante sus ojos aparecieron dos elegantes figurillas: Un hombre y una mujer vestidos con trajes medievales. Realizados con una precisión impecable y un nivel de detalle asombroso que incluso hicieron que Harry, normalmente indiferente a objetos decorativos, quedara impresionado.
Las figuras comenzaron a moverse, y Harry incluso se sobresaltó ante tal sorpresa. Estuvo a punto de cerrar la tapa cuando de la caja salió una suave melodía. El pequeño caballero tendió galantemente su mano hacia su pareja y juntos empezaron a girar en un elegante baile.
Harry se quedó congelado, observando el espectáculo. Los dos eran muy reales; sus movimientos no se parecían en nada a una imitación mecánica de una danza. Estaba claro que había algún tipo de magia sutil involucrada ahí. Tal vez el secreto de esta caja residía en su belleza extraordinaria. Una belleza cautivadora, encantadora, tan fascinante que era imposible apartar la mirada.
Harry los observó, sumergiéndose lentamente en su historia. Incluso le pareció empezar a sentir un cosquilleo en los dedos cuando el hombrecillo tomó la mano de su dama. Aunque… era solo el corte en su dedo que seguía doliendo. Harry pensó que tendría que recordar curarlo mas tarde, pero interrumpir el baile de las figuras le parecía simplemente inapropiado. Por alguna razón, estaba seguro de que no debía de hacerlo. Harry no podía dejar de sorprenderse ante la variedad de emociones que expresaban esas pequeñas figuras inanimadas: Sus movimientos, sus caricias y sus miradas estaban llenos de una ternura y un significado inexplicable. Finalmente, el caballero se inclinó hacia su delicada amada para unirse a ella en un beso.
De repente, a Harry lo invadió una sensación incómoda, como si estuviera espiando algo profundamente privado, muy íntimo, que no estaba destinado a ser visto por nadie más. Ni siquiera por él. Justo cuando estaba a punto de cerrar la caja, la runa en la tapa iluminó de repente el despacho con una luz mágica brillante.
Harry se quedó atónito. Colocó cuidadosamente el objeto sobre la mesa y se quedó mirando la imagen de una puerta que había aparecido en la pared, que hasta hacía un momento había estado vacía, ¿Qué demonios era aquello? Como si estuviera hechizado, dio un paso adelante y tocó con cuidado la luz con su mano, esperando encontrarse con una barrera sólida. Pero entonces ocurrió algo inexplicable. La puerta artificial bajo su mano cedió de repente, como si fuera absolutamente real y pudiera abrirse como cualquier puerta ordinaria. Algo así no podía ser posible, ni siquiera en el mundo de los magos. Harry recordó a McGonagall en clases hablando sobre las leyes de Gamp. Según todas las leyes de la lógica y el sentido común mágico, esa puerta no podía ser más que una simple alucinación. Harry asintió ante sus propias conclusiones y por alguna razón dio un paso adelante, probablemente para asegurarse de que no estaba loco y de que la puerta no era real. Pero en lugar de estrellarse contra la pared, simplemente la atravesó, como lo había hecho antes tantas veces en el andén 9.
El suelo desapareció inmediatamente bajo sus pies, y Harry se dio cuenta de que estaba cayendo hacia abajo, gritando.
Aterrizó sobre algo duro, golpeándose fuertemente la espalda, lo que lo hizo gemir de dolor. Con dificultad abrió los ojos y se dio cuenta que estaba tirado sobre el suelo del despacho de su padre. O más bien, en un lugar que parecía ser el despacho de su padre, pero su sexto sentido (y el entorno) claramente le decían que esto no era lo que parecía. Todo a su alrededor seguía igual, pero al mismo tiempo era completamente diferente de cómo había sido hace apenas un minuto. Harry se puso de pie, se sacudió el polvo y buscó su varita en el bolsillo de su pantalón, respirando aliviado al encontrarla. No la había perdido, ¿Entonces acaso todo había sido un sueño? Esa visión, esa puerta, esa caída… El joven miró a su alrededor con atención y volvió a fruncir el ceño. No, esto definitivamente era diferente.
La habitación había sufrido una serie de cambios. Las puertas abiertas del armario estaban torcidas, ya fuera por la antigüedad o por el mal trato y, en su interior, en lugar de una ordenada fila de carpetas, pergaminos y objetos colocados con cuidado, había un auténtico caos. El escritorio también estaba lleno de papeles, sobre uno de los pergaminos había una pluma y un tintero derramado que nadie se había molestado en recoger. El familiar sofá de cuero junto a la ventana se veía deteriorado, con el reposabrazos desgastado.
¿Qué había pasado aquí?, ¡Su padre nunca había tenido un desorden así en su vida! Aunque Harry estaba convencido de que ésta era la habitación y no otra. Sin duda era su oficina.
El joven se frotó las sienes con fuerza en un intento de calmar el repentino dolor de cabeza y recordar todo, hasta el más mínimo detalle. A ver… la caja, la melodía, el destello brillante y esa extraña puerta. Volvió a mirar a su alrededor con la esperanza de encontrar la cajita. Revisó el escritorio, empujó los papeles hacia un lado. Nada, ¡Maldita sea! Al parecer, el objeto escondía más de lo que aparentaba.
Los encantos de la caja lo habían hechizado sin que él se diera cuenta, logrando causar tal desastre a su alrededor que ahora una docena de elfos domésticos tardaría un día entero en arreglarlo. No podría ocultárselo a su padre, lo que significaba que la reprimenda sería inevitable. Harry empezaba a darse cuenta de que, esta vez, claramente había subestimado el peligro y actuado de manera imprudente.
¡Oh, esa maldita de Greengrass! Ella lo había metido en un lío tan grande que ahora no había forma de arreglarlo. Sin embargo, Harry decidió dejar de lado la búsqueda de un culpable y se concentró en cómo salir de ahí.
Sin muchas esperanzas, se dirigió a la puerta y la empujó con todas sus fuerzas. No esperaba que cediera, ya que él mismo había escuchado a su padre cerrarla desde afuera. Pero en esta fatídica noche, nuevamente sucedió lo inexplicable, pues la puerta se abrió sin problemas. Afuera había un largo pasillo, en el que por alguna razón la luz estaba encendida cuando no debería de estarlo. Otra vez algo extraño.
Sin embargo, Harry nunca fue de perder tiempo pensando demasiado en sus acciones, así que decidió salir de ahí lo antes posible, ahora que se le había presentado la oportunidad. Incluso en su pecho surgió una descarada esperanza de que todo lo demás estaría bien, ¡Ayuda, Gran Merlín! Harry se apartó el pelo de la cara y se dirigió rápidamente a los ascensores.
ꟾ
¡Hola!
Primero que nada, me disculpo por la larga ausencia, pero en esta ocasión, no pude evitar traerles la traducción de esta hermosa historia rusa. Los que me siguen, ya tienen una idea de qué va el fic, pero a los que son nuevos permítanme aclarárselos. Lo más importante: Es un fic de 20 capítulos y está terminado, no contiene drama innecesario y es muy agradable de leer. Si te gusta leer a Harry celoso, chicos… han llegado a la historia correcta jajajaja ¡Estoy segura que la amarán tanto como yo!
Las actualizaciones serán constantes, me gustaría que mínimo fueran dos capítulos por mes, así me daría tiempo a mi de avanzar en los demás capítulos, aprovechando también que no están tan ansiosos por saber lo demás. Los avances los estaré publicando en mis cuentas de Instagram (laya_cb95), Tumblr (LayaCB) y Facebook (Laya CB), para quien guste seguirme por allá.
Finalmente, me gustaría solicitarles como único favor, que le dejen en cada actualización un bonito comentario a la autora original, yo se los estaré traduciendo para colocárselos en su blog, ¡De verdad se los voy a agradecer mucho!
Sin más, espero leerlos pronto por acá.
¡Saludos!
-LayaCB
08/mar/2025
