Capítulo 1
El corazón de Hinata late como un pájaro enjaulado, frágil y bondadoso, pero agitado por la premura de su encuentro. Sus pies se hunden en la tierra húmeda del bosque mientras corre, como si las raíces intentaran retenerla, como si el mundo conspirara para que nunca llegara a él. Su Byakugan, activado en su máxima intensidad, barre el paisaje con una claridad implacable, detectando cada hoja que cae, cada criatura que se esconde entre los árboles. Pero Hinata no ve nada más que a él.
El chico que, en estos últimos meses, se ha colado en su vida sin permiso.
No, eso no es cierto. No fue él quien entró en su mundo, sino el destino quien lo puso en su camino, obligándola a notarlo, a observarlo, a sentir ese nudo de culpa en el estómago cada vez que sus miradas se cruzaban. Sus ojos oscuros, duros como el acero, la perforaban con una intensidad que la dejaba sin aliento. Era una batalla silenciosa, una guerra entre el negro profundo de su mirada y el perla pálido de la suya.
Y, extrañamente, siempre era ella quien salía vencedora.
Porque él apartaba la vista primero.
Porque él era quien se retiraba.
Un pensamiento flota en su mente, ligero pero punzante:
"Es solo un niño."
Sí. Sasuke ahora era un niño, un niño malhumorado, herido, que esconde su dolor detrás de un ceño fruncido y palabras cortantes. Un niño que necesita afecto, comprensión, alguien que lo espere cuando todo lo demás se derrumbe.
Una imagen borrosa aparece en su mente:
Sasuke adulto, envuelto en una capa negra que ondea con el viento, su silueta recortada contra el cielo crepuscular.
La sonrisa de Hinata se vuelve melancólica.
Porque ese Sasuke, el sasuke de su realiada de su fururo, el taciturno, el meditabundo, el que carga con cicatrices que nadie más puede ver, está a miles de kilómetros de distancia. No la conoce. No la nota. No la ve. Porque lo único que los une de alguna manera tiene nombre propio, Naruto Uzumaki.
Son dos extraños.
Dos almas perdidas que comparten un mismo cielo, pero nunca el mismo camino.
Nunca hablaron.
Nunca se miraron con verdadera intención.
Nunca se notaron.
Dos desconocidos.
Dos personas poco probables.
Y, sin embargo...
Ella sigue corriendo.
Porque, aunque él nunca la verá, ella ya no puede dejar de verlo.
Para él, no existes.
No realmente. No como Naruto, cuyo nombre Sasuke gritaba en sus pesadillas.
No como Sakura, a quien empujaba pero nunca podía olvidar.
No como Itachi, cuya sombra lo consumía incluso después de la muerte.
Hinata no es nada.
Solo una extraña.
Una sombra pasajera.
Una mancha borrosa en los márgenes de su historia.
Y no puede culparlo porque Hinata nunca se fijo en él.
¿Cómo podría hacerlo, cuando toda su vida había estado bañada por el sol? Naruto, con su sonrisa radiante y su voz atronadora, con esa terquedad que iluminaba hasta los rincones más oscuros de su alma tímida. Él era el amanecer después de la tormenta, el fuego que calentaba sus manos entumecidas.
Sasuke, en cambio, era la noche.
Frío. Distante. Un abismo de silencios y miradas cortantes. ¿Por qué habría de buscar su oscuridad cuando ya tenía su luz?
Pero entonces...
Sus pasos se detienen.
El bosque parece contener la respiración a su alrededor. Su Byakugan se desvanece, dejándola ciega por primera vez en años-no ante el mundo, sino ante su propio corazón. Y entonces, una lágrima traicionera-pequeña, tímida, pero imparable- se desliza por su mejilla.
"Es más fácil retroceder."
Es mas fácil dar media vuelta. Seguir su camino. Olvidar este momento, esta debilidad, esta locura. Pero no puede.
Porque hay algo que la empuja hacia adelante.
Algo que duele más que el miedo.
Ella conoce el destino de este joven. Sabe cómo terminará esta historia. Ha visto los fragmentos de un futuro escrito en lágrimas y cicatrices. Y, aun así, calla.
Porque tiene miedo.
Miedo de alterar el curso de su vida.
Miedo de ser la responsable de su dolor.
Miedo de que, al intentar salvarlo, lo condene aún más.
Y lo más cruel de todo...
Ella conoce la verdad sobre Itachi.
Sabe el peso que carga sobre sus hombros, el sacrificio que lo convirtió en un mártir y a Sasuke en un huérfano lleno de rencor. Y no dijo nada.
Lo vio partir.
Lo vio hundirse.
Lo dejó ir.
Y ahora, aquí está, con una lágrima secándose en su mejilla y un corazón que late con un nombre que no es el de Naruto.
El viento calló de repente, como si el mundo contuviera la respiración ante su dilema. Hinata se quedó inmóvil, sus manos temblorosas apretadas contra su pecho, donde el corazón latía con violencia.
¿Debería intentarlo?
La pregunta resonaba en su mente como un eco en un abismo. ¿Podría una simple Hyūga, una mujer que siempre había seguido el camino trazado, desafiar los designios del destino? Si intervenía, si evitaba que Sasuke matara a Itachi... ¿Podría salvar a Neji? ¿A todos los que perecerían en la guerra?
Pero, ¿y si al hacerlo lo empeoraba todo?
"No quiero dañar a nadie."
El pensamiento la atravesó como una flecha. Era una mentira piadosa que se repetía a sí misma, porque ya estaba dañando-a su propia alma, desgarrada entre el deber y el deseo.
Una guerra estallaba dentro de ella.
Por un lado, la lógica fría: "El futuro ya está escrito. Sasuke tendrá una familia. Konoha sobrevivirá. Sarada nacerá. ¿Por qué arriesgarlo todo?"
Pero entonces...
Recordó su rostro.
No el del hombre sombrío que conocía en su tiempo, sino el de este Sasuke, joven y roto, cuya sonrisa ladina -tan rara, tan fugaz- le había robado el aliento antes de partir. "Regresaré", había dicho, con una determinación que ocultaba el dolor de años.
Y ella lo había creído.
"Quiero verte otra vez."
No como un espectro consumido por la venganza, no como el instrumento de un destino cruel, sino como él mismo.
"No quiero que tu corazón se vuelva más frío."
Porque ya lo había visto una vez-a Sasuke, años después, con los ojos vacíos y las manos manchadas de sangre familiar, y aun así, había algo en él que nunca murió del todo. Algo que Sakura, Naruto y el tiempo lograron rescatar.
"Por favor, mantente a salvo."
Pero ¿qué era "salvo"? ¿Sobrevivir físicamente mientras su alma se quebraba en pedazos? ¿Matar a Itachi solo para descubrir después que había sido el mártir más grande de la historia de Konoha?
Una risa amarga se le escapó.
Era absurdo. Él tendría un futuro. Un hogar. Una hija que llevaría sus ojos. Todo lo que él creía perdido, renacería.
"Entonces... ¿por qué no puedo conformarme con eso?"
Porque sabía el precio.
Sabía que, antes de llegar a esa paz, Sasuke tendría que hundirse en la oscuridad más profunda. Tendría que vivir con el peso de haber asesinado a su hermano, solo para descubrir después que todo había sido una mentira tejida por los mismos a quienes juró proteger.
Y eso... eso lo destrozaría.
"No es justo."
Las lágrimas ya no eran solo una-eran un río silencioso que corría por su rostro, saladas como el remordimiento.
¿Qué debía hacer?
¿Seguir el plan y regresar a su mundo, donde Naruto y sus hijos tal vez la esperaban con los brazos abiertos y sonrisas brillantes?
¿O arriesgarlo todo-el futuro, la estabilidad del mundo, su propio corazón-para darle a este Sasuke, aquí y ahora, una verdad que podría salvarlo... o condenarlos a ambos?
El bosque susurró a su alrededor, pero no tenía respuestas.
Solo el silencio.
Y el latido desesperado de un corazón que, por primera vez, no sabía a quién escuchar.
Sasuke no podría aceptarlo. Nunca.
No importaba cuánta lógica, cuántas pruebas, cuántas palabras de consuelo le arrojaran después. Ninguna verdad podría sanar el abismo que Itachi había cavado en su alma al elegir el "bien mayor" sobre su propio hermano.
Una explosión retumbó en la distancia.
Hinata parpadeó, su Byakugan activándose de golpe, desgarrando la neblina del dolor para revelar la escena ante ella:
Ruinas.
Llamas negras.
Dos figuras en el epicentro de la destrucción.
Itachi, desangrándose literalmente, con el Susano'o titilando como una vela a punto de apagarse.
Sasuke, acorralado contra los escombros, con los ojos desorbitados de un terror que jamás habría admitido en voz alta.
-No...- La voz de Hinata se quebró antes de siquiera formarse.
Itachi avanzó. Tosió sangre. El Susano'o se desvaneció como lágrimas en el fuego, y entonces-
Un dedo.
Un golpe suave en la frente.
Un susurro.
Y Sasuke...
Sasuke se derrumbó.
No físicamente. No aún. Pero Hinata lo vio. Vio el instante exacto en que algo dentro de él se rompió para siempre.
-¡SASUKE!-
Su grito fue un cuchillo en su propia garganta, lava ardiente que le quemó las palabras. ¿Por qué corría? ¿Por qué le importaba tanto?
Ella lo sabía.
Porque al verlo ahí, muriendo en vida, comprendió que nunca había tenido elección.
El viento arrastraba lágrimas y cenizas cuando Hinata finalmente entendió.
Naruto había luchado por Sasuke por la misma razón por la que el sol sale cada mañana:
Porque algunas cosas simplemente tenían que ser.
Su corazón ya había decidido por ella.
Las lágrimas nublaron su visión, pero siguió corriendo. Más rápido. Más si pudiera escapar del destino, del dolor, de la culpa que la estrangulaba.
"Podría haberlo evitado."
"Debí decirle."
"Fallé."
Y entonces-
-Sasuke-, jadeó, cayendo de rodillas junto a él, sus dedos temblorosos rozando su brazo.
Demasiado tarde.
Siempre demasiado tarde.
::::::
El fin del mundo tenía el rostro de Itachi.
Sasuke lo veía acercarse, lento, inevitable, como un sueño del que no podía despertar. Sus piernas no respondían. Su chakra, agotado. Su mente, un torbellino de rabia y confusión.
-Perdóname, Sasuke... no habrá próxima vez. Esto es todo.
Las palabras lo atravesaron como un kunai envenenado, pero fue el toque en su frente -tan suave, tan familiar- lo que lo destrozó.
La sangre de Itachi goteó sobre su rostro.
Caliente.
Viva.
Y luego... nada.
Su hermano cayó como un árbol derribado, y con él, todo el universo de Sasuke.
"Esto... ¿es la victoria?"
No sentía paz. No sentía alivio. Solo un vacío tan vasto que le ardía en el pecho.
Y entonces...
-Sasuke...-
Una voz. Dulce. Lejana.
Como un faro en la tormenta.
Sus ojos, enturbiados por el dolor, se alzaron para encontrarse con los suyos:
Blancos como la luna.
Tristes como la lluvia.
Hinata estaba allí, mirándolo como nadie lo había hecho jamás-no con miedo, no con lástima, sino con algo que lo hacía sentir al mismo tiempo expuesto y... salvado.
Algo en su interior se quebró.
Cuando Hinata entro en su vida, Sasuke no supo qué hacer. El peso de Hinata en sus brazos lo paralizó.
Sasuke no había planeado esto.
Cuando la encontró aquella noche, perdida y vulnerable en medio del bosque, solo vio una herramienta. Una shinobi con el Byakugan, útil para rastrear a Itachi. Nada más.
La había secuestrado.
La había obligado a seguirlo.
Le había prometido libertad después de su venganza, como si eso borrara el crimen.
Pero ahora...
Ahora ella lloraba por él.
Y él no sabía qué carajos hacer con eso.
-La Promesa Rota.
-"Cuando Itachi esté muerto... te dejaré ir", le había dicho meses atrás, frío como el acero de su espada.
Pero esa promesa se estaba agrietando.
Había vivido para la venganza. Había traicionado, cortado lazos, dejado sangrar a los que decían quererlo. Todo por este momento.
"¿Entonces por qué...?"
¿Por qué sus brazos alrededor de él lo hacían sentir como si hubiera cometido un error?
El contacto físico siempre lo había repelido. Pero ella...
Era diferente.
Sus manos frías en su espalda marcada por cicatrices.
Sus labios temblorosos besando su nariz ensangrentada.
Su voz, un susurro que perforaba su armadura mejor guardada:
-Lo siento tanto, Sasuke-kun...-
Y entonces...
Sasuke lloró.
No las lágrimas silenciosas de un asesino. No.
Era un torrente escarlata, una inundación de todo lo que había enterrado durante años:
- El niño que vio morir a sus padres.
- El hermano que jamás entendió por qué fue abandonado.
- El joven que ahora sostenía el cadáver de su verdugo y su salvador.
La tormenta rugía a su alrededor, pero Sasuke ya no escuchaba nada más que el latido frenético de su propio corazón.
Hinata lo abrazaba.
Y en ese instante, todo su mundo se reducía a eso: al calor de su cuerpo contra el suyo, al perfume delicado de su pelo mojado, a la manera en que sus dedos se aferraban a él como si temiera que se desvaneciera.
Pero era él quien temía.
Temía que, si la soltaba, todo volvería a la oscuridad.
Sus sentimientos eran un huracán.
¿Era esto amor? ¿O solo la desesperación de un niño que añoraba los brazos de una madre muerta hace tanto tiempo?
Hinata lo abrazaba con esa ternura que ya no recordaba, con esa calma que solo conocía en sueños lejanos. Sus manos acariciaban su pelo enmarañado, susurraban palabras suaves contra su piel fría. Era fácil confundirse. Fácil perderse en la ilusión de que, por fin, alguien lo quería sin condiciones.
Necesitaba a esta mujer. La deseaba, la anhelaba, la requería con una intensidad que lo asustaba.
Ella le había dicho la verdad: tenía un esposo. Dos hijos. Una vida entera en otro lugar, lejos de el, lejos de su odio, lejos del peso de un Clan maldito.
Pero él no podía dejarla ir.
No ahora. No después de esto.
"Mataría por ella", pensó, y la crudeza de esa idea no lo perturbó.
Mataría,si era necesario.
Mataría a cualquiera que intentara arrebatársela.
Incluso moriría, si con eso la mantenía a salvo.
Él no la poseía.
No del todo.
Pero cuando sus lágrimas de sangre manchaban el kimono de Hinata, cuando sus brazos la rodeaban con una desesperación animal, sabía que una parte de ella le pertenecía.
La parte que lo miraba sin miedo.
La parte que lo abrazaba como si fuera algo frágil, algo que valía la pena proteger. La parte que, en otro mundo, en otra vida, jamás sería suya.
Hinata lo acunaba entre sus brazos, como si él fuera un niño y no un monstruo.
Y Sasuke se dejaba hacer.
Porque en ese momento, no era el último Uchiha.
No era el vengador.
No era el traidor.
Era solo un joven roto, llorando en los brazos de la única persona que lo había visto y no había apartado la mirada.
-No te voy a dejar-, susurró Hinata contra su pelo enmarañado, y Sasuke quiso creerle.
Pero el destino ya los había separado antes de que se encontraran.
Y cuando la tormenta pasara, solo quedaría el silencio.
Hinata sabía que esto no duraría.
Pronto, Obito se llevaría a Sasuke. Pronto, él elegiría el camino de la venganza. Pronto, ella volvería a su tiempo, a su familia, a su vida.
Hinata siente cómo el cuerpo de Sasuke se desvanece, y afianza su agarre en su piel desnuda. Sabe que pronto Obito Uchiha aparecerá ante ella y que no puede hacer nada para evitarlo. Sabe que no puede huir con Sasuke, sabe que no puede esconderse. Obito la encontrará tarde o temprano. El destino ya estaba escrito.
¿Lo odia? ¿En algún momento Hinata Hyūga dejó entrar el odio en su mente y corazón? Tal vez la respuesta fuera un "sí" rotundo. Obito y Madara Uchiha habían sido los causantes de tantas muertes a lo largo de los años: los padres de su esposo, el clan Uchiha y miles de inocentes en la Cuarta Guerra Ninja, incluido su amado hermano Neji.
Obito le había arrebatado a Neji.
El perdón era una carga demasiado pesada para sus hombros.
Hinata sabía la verdad sobre Obito. Sabía que había sido un títere, un niño roto que Madara había moldeado con mentiras y dolor. Su esposo, Naruto, con su corazón infinito, había logrado ver más allá de la sangre en sus manos. Él podía perdonar. Él podía tender la mano incluso a aquellos que lo habían herido de las formas más crueles.
Pero ella no era Naruto.
Cada vez que cerraba los ojos, veía a Neji.
- Sus manos cálidas sosteniendo las suyas cuando era una niña tímida.
- Su sonrisa orgullosa cuando superó sus límites.
- Su cuerpo ensangrentado protegiéndola hasta el último aliento.
¿Cómo perdonar al hombre que se lo había arrebatado?
Su dolor resurgía cada vez que miraba el cuerpo sin vida de Itachi, cuando sus ojos perlados contemplaban a la distancia a un Sasuke meditabundo, un joven al que le habían arrebatado la felicidad de un hogar.
No podía cambiar el destino. Su futuro, y el de todos, ya estaba escrito desde antes de nacer. Entonces, lo más lógico era huir. Sabía que Sasuke estaría bien, que su futuro estaba con Sakura, que ella, Kakashi y Naruto se encargarían de sanar su corazón.
"Solo soy una forastera."
"Huye, Hinata."
"Tus hijos te esperan."
"Ya es demasiado tarde."
-Así que eres la mujer que viaja con Sasuke y su equipo... Vaya sorpresa.-
Su voz, áspera como el filo de un kunai oxidado, no la estremece. No. En lugar de miedo, algo más oscuro y ardiente se enciende dentro de ella: una furia que no sentía desde que la guerra le arrebató a su hermano. Hinata no le teme.
Con movimientos lentos, casi reverentes, deposita el cuerpo exánime de Sasuke en el suelo. Sus dedos se demoran un instante en su brazo, como si de verdad pudiera protegerlo. Luego, alza la vista hacia Itachi, tendido en el barro como un mártir olvidado. Su pecho se contrae, pero no hay tiempo para el dolor. No ahora.
Se gira. Y allí está él.
Obito.
Envuelto en su capa negra, como una sombra maldita bajo un cielo desgarrado por relámpagos. Su máscara naranja -esa burla grotesca de un pasado más inocente- oculta el vacío que lleva dentro. La lluvia azota sus rostros, intentando en vano lavar sus pecados, sofocar las llamas malditas del Amaterasu que devoran la tierra.
Y entonces, su Byakugan estalla en vida.
El kunai en su mano -afilado, frío- se hunde en su palma hasta dibujar sangre. Duele. Pero el dolor es bueno. Le recuerda que sigue viva aún.
-Hoy he tenido la fortuna de encontrarme con dos usuarios del Byakugan... ¿Casualidad?
Hinata no contesta. Pero sus venas arden. Su corazón golpea su pecho como un animal enjaulado. ¿Casualidad? No. Esto es el destino, el mismo destino que la trajo de vuelta al pasado.
Obito exhala, cansado, como si ella fuera solo un obstáculo insignificante.
-No tengo ganas de peleas innecesarias. ¡Apártate, Hyūga!
Algo en ella se quiebra.
¿Apártate?
¿Después de todo lo que le ha robado?
¿Después de Neji?
¿Después de la paz que destrozó?
¿Después de alimentar el rencor de Sasuke con medias verdades.
No.
Un relámpago -violento, púrpura- desgarra el cielo. Y en ese instante, Hinata deja que el vómito verbal salga de sus labios.
-Aléjate de él, Obito Uchiha.
Su voz no tiembla. Es firme. Cortante. Una orden.
El silencio.
Solo la lluvia cae, implacable, como si el mundo contuviera la respiración.
