9. Refugio
Aziraphale parpadea y se sonroja un poco con eso. Aún no está muy convencido, pero vale. Ahí se va, apretando los ojos, hacia la calle de atrás.
Crowley echa la cabeza atrás y se mira la mano con la que se estaba sujetando el costado, llena de sangre. JODER. Intenta tomar aire profundamente y le duele al moverse. Su puta madre.
Tras tomar aire profundamente se sube el paliacate, se ajusta las gafas y ahí se va hacia el burdel.
Pasa por la recepción lo más rápida y discretamente que puede, dirigiéndose directamente a las escaleras sin que ninguno de los tipos de por ahí le preste mucha atención
Recoge las cosas de ambos cuartos, respirando con dificultad a cada paso, apretando los dientes y cargado con todo vuelve a bajar esperando poder salir igual de discretamente como ha entrado, pero entre la planta que pega un cante y que no puede correr mucho, el tipo de la recepción le nota, llamándole la atención para que no se vaya sin pagar.
Crowley se queda ahí con un palmo de narices, plantado con la boca abierta porque, o sea... ¡Joder! ¿Es que no puede tener suerte por una puta vez?
Y de repente se oyen dos disparos en el establo, haciendo que todo el mundo se gire hacia ese lado y Crowley consigue escapar por la puerta aprovechando la distracción.
Corre por la calle cojeando un poco y maldiciendo, esperando que nadie haya disparado a Bentley. Ejem... Ni a Aziraphale... Uhm. Ya que estamos ojalá no hayan matado al idiota rubio tampoco.
Cuando llega, Aziraphale, el hombre, está pálido, montado en Aziraphale, el caballo, sujetando a Bentley de las riendas.
Crowley hace un esfuerzo por correr hasta donde está, pasándole algunas de las cosas que trae y subiéndose a su yegua con un grito de dolor por el movimiento sin poder evitarlo.
Aziraphale levanta las cejas con eso, pero no le da tiempo a preguntar nada de nuevo, arriando el caballo porque además ya está viniendo gente del hotel a ver qué ha pasado, alertada por los disparos.
Ambos galopan lo más deprisa que le es posible a Crowley, que se siente sumamente mareado pero la adrenalina lo sostiene despierto hasta que salen de la ciudad.
Aziraphale baja un poco el paso entonces y la verdad, Crowley vomita sin poder evitarlo, sin siquiera darle tiempo a parar a Bentley.
—¡Crowley! —chilla Aziraphale con eso súper preocupado, porque una mierda que no le pasa nada.
El pelirrojo pelea por no perder el conocimiento, así que el rubio decide parar un instante a ver qué sucede.
—¡Crowley, háblame! ¿Qué pasa? —pregunta todo nervioso tomando las riendas de Bentley e intentando calmarla, que se ha puesto súper nerviosa con el vómito de su jinete.
Crowley se quita el paliacate del cuello y levanta la cabeza, intentado respirar. Se quita el sombrero y se pasa una mano por el pelo.
—¿Eso es sangre? Oh, Dios mío, ¿estás herido? —nota Aziraphale la sangre en su mano, sintiendo un poco de nauseas.
—E-Estoy bien... —asegura, bebiendo un poco de agua y escupiendo los restos del vomito de su boca.
—Claro que no estás bien, ¡Acabas de vomitar! —le riñe.
—Solo necesito descansar un poco —le mira y trata de sonreírle un poco.
—¡Necesitas ir al hospital! —exclama, en pánico.
—No. No —niega con la cabeza—. Nada de hospitales. La gente del tiroteo en el casino va a estar en el hospital y la gente del tu tío va a ir a buscarnos ahí también.
—¡No es pregunta! ¡Te vas a morir si no te llevo! —protesta.
—No me voy a morir, he salido de peores —tose un poco.
—¿Y qué sugieres? ¡No puedes cabalgar así hasta Strawberry! —sigue, súper preocupado, mirando alrededor.
—Llévame al bosque. Sé dónde están los escondites. Pasaremos ahí la noche —señala.
—¿A Tall trees? ¿Estás loco? ¿y si nos encuentran los Diablos? —mira hacia el bosque y luego hacia él.
—Pues les invitas a pasar y les sirves un té —responde sarcásticamente.
—A lo mejor no te encuentras tan mal después de todo —bufa un poco con eso rebajando el pánico y tirando de Bentley igualmente.
Crowley se deja caer un poco sobre ella, aun sujetándose el costado.
—Además, ¿no te burlaste de mí por cómo una hora por pensar que los bandidos viven en el bosque en refugios? —sigue protestando el rubio, pero no obtiene más respuesta que un poco de tos del pelirrojo, que la verdad, se le está escurriendo lentamente de la silla de montar.
Aziraphale sigue caminando hacia el bosque en un paso mucho más lento, mirando a Crowley de reojo todo el tiempo.
—Tendrías que hablarme, no quiero que te desmayes —sigue.
—Para eso tu tendrías que callarte un minuto... —replica de vuelta, si incorporarse o abrir los ojos.
—Ñañaña —Aziraphale pone los ojos en blanco y la verdad, Crowley sonríe un poquito con eso.
Siguen por un rato y el pelirrojo sigue resbalándose de la silla de montar.
—Crowley, de verdad, háblame. Cuéntame algo —protesta Aziraphale mirándole de reojo y este hace un gesto con la mano de "claro, claro" sin ninguna gana de hablar—. Repámpanos —protesta el rubio apretando los ojos.
Crowley abre un ojo para mirarle porque... ¿de veras ha dicho "repámpanos"? pero no contesta nada.
—Ugh, no podemos seguir así, no vamos a llegar nunca —protesta de repente Aziraphale.
El de negro trata de incorporarse un poco, pero es que de verdad está bastante mareado.
—Ven aquí —Aziraphale tira de Bentley y hace parar a Aziraphale, el caballo también.
—¿Qué haces? —protesta Crowley.
—Vamos a reorganizarnos —responde tan seguro de sí mismo, bajándose del caballo—. Por qué a este paso nos van a atrapar antes de que lleguemos siquiera al bosque.
—Si nos paramos aun va a ser peor, Fell...
—Tú cállate que ni sabes lo que dices —le riñe, tomando las cosas que lleva Bentley y atándoselas a Aziraphale, el caballo.
—¿Qué haces? —le mira sin entender.
—Date la vuelta.
—¿Qué?
—Que te des la vuelta, de cara hacia atrás —hace un gesto con la mano mientras sigue amarrando bien—. Y quítate de la silla.
Crowley obedece, moviéndose de manera errática y Aziraphale desensilla a Bentley, poniendo la silla de montar en el lomo de Aziraphale, el caballo, también.
Crowley le mira sin entender y tras como tres intentos el rubio consigue montarse en Bentley, cara a cara con el pelirrojo.
—¿Qué... por qué haces...? —sigue protestando el pelirrojo, sonrojándose un poco ahora.
—Abrázate a mí, podrás moverte mejor y yo podré cabalgar más rápido —sentencia con el ceño fruncido.
—Esto es ridículo —protesta Crowley haciéndolo igual, subiendo las piernas sobre sus muslos y apoyándose sobre él como un koala, lo cual es infinitamente más cómodo que en la silla de montar.
Aziraphale se sonroja un poco con eso, pero toma las riendas de Bentley y la espolea un poco logrando cabalgar más deprisa con ella.
Aziraphale, el caballo, cargado con todo lo demás también los sigue de manera más rápida.
Aziraphale, el hombre, va más tranquilo al sentir a Crowley sobre sí mismo y pudiendo controlar si acaso se le va a caer de la montura.
Nota que protesta cuando se mueven, además está ardiendo y temblando así que debe tener fiebre. Aprieta los ojos porque además la fiebre nunca es buena señal.
Casi ni hay tiempo de sonrojarse pensando en lo cerca que lo tiene y en que le está abrazando mientras además el caballo le hace moverse de la manera correcta sobre su falda.
Va a tener que llegar rápido a ese estúpido refugio y esperar que no los asalte nadie.
No tardan mucho en llegar al bosque.
—Querido, necesito que te despiertes. Dime a donde voy —pide Aziraphale suavecito.
—B-Busca el riachuelo —susurra sin siquiera levantar la cabeza.
—Riachuelo... riachuelo... —mira alrededor intentando oír, porque además ya ha oscurecido a estas alturas—. Ayúdame, no lo encuentro.
—Está... está... —Crowley intenta ver alrededor, pero sigue súper mareado—. Confía en Bentley, ella sabe.
—¿Qué haga... cómo voy a confiar en Bentley? ¡Es un caballo! —protesta y tira de las riendas con eso, pero Crowley solo le tiembla encima.
Intenta ir de un lado a otro por donde le parece que hay algún camino o algo tiene sentido pero es que no ve una mierda y... pardiez, debió ir al dichoso hospital.
—Bentley... Crowley se está muriendo —le explica a la yegua después de un rato de desesperación—. Por favor, llévanos a una cabaña o a algún sitio donde pueda atenderle... por favor —pide y deja de tirar de las riendas.
La yegua se detiene un poco y Aziraphale reza a Dios porque por favor, por favor, no se le muera Crowley en los brazos perdido en un estúpido bosque en mitad de estúpido West Elizabeth.
Bentley se mueve un poco errática alrededor y Aziraphale aprieta los ojos porque esto es un desastre, sujetando a Crowley sobre sí.
—Bentley... Por favor. Por favor te lo suplico —insiste—. Necesitamos un refugio. Te... te daré azúcar. O manzanas. O lo que sea que os guste a los caballos. Tantas que no podrás ni acabártelas.
Bentley bufa un poco y luego empieza a caminar hacia algún lado, haciendo sonreír a Aziraphale, el hombre y que la siga Aziraphale, el caballo.
—¡Mira, Crowley! ¡Se mueve! ¡Está funcionando! —exclama tan contento y el pelirrojo sonríe un poco y le hunde la nariz en el cuello porque tiene frío y él está calientito.
A Aziraphale se le corta un poco el aire con eso porque ya no se estaba acordando de esa parte y de que siente que le aprietan un poco los pantalones.
—Uhm. V-Venga, sé fuerte. Todo estará bien. A-Ahora veremos qué es lo que te pasa —le anima un poco acariciándole la espalda.
No tardan mucho en efectivamente llegar a lo que parece un refugio de montaña en forma de cabañita de madera.
Aziraphale sonríe con eso, aliviado y mueve un poco a Crowley, para bajarse del caballo.
—Mira, mira, Crowley, ya estamos —le despierta un poquito—. Vamos a bajar, te pondrás bien. ¿Puedes caminar?
El pelirrojo protesta un poco pero el rubio se baja del caballo primero a pesar de ello.
—Ven, vamos —le hace un gesto para que se le eche encima, así que ahí va Crowley.
Aziraphale le sostiene como puede y le sostiene contra sí mismo, pasando la cabeza por debajo de su axila.
—Mira, ya estamos, está ahí la puerta. No te rindas ahora —tira de él llevándole hacia ahí y se mete dentro.
Es una sala vacía en la que solo hay una mesa, algunas sillas y una chimenea apagada. Hay algunos muebles con cajones en una pared, pero nada que se parezca a una cama. Aziraphale le mete dentro y le acerca hasta una silla.
—Voy a... voy a desensillar a los caballos, ¿de acuerdo? Ahora vendré y miraremos a ver que tienes. ¿Crees que aguantes?
Crowley se deja caer en la silla pesadamente y le asiente con la cabeza.
Aziraphale le mira y se muerde el labio, porque se ve súper pálido, debe haber perdido un montón de sangre… ojalá no sea el hígado. Por favor, por favor, que no sea el hígado. Vacila un poco y luego se va a hacer lo que ha dicho.
Después de un rato regresa con las bolsas y se encuentra a Crowley intentando verse la herida, aun en la silla.
—¡Te han disparado! —exclama Aziraphale al notarlo, pero por lo menos no es el lado del hígado. Aunque si le ha perforado otro órgano no es como que vaya a ser mucho mejor.
—No es... para tanto.
—¡Claro que es para tanto! Aquí tienes las mantas. Súbete a la mesa y desnúdate... voy a encender el fuego y a ver qué es lo que tienes —ordena, corriendo de un lado a otro, ahí va a fuera y por suerte, sí hay algo de leña en un rincón.
Recoge unos cuantos troncos y se vuelve dentro con ellos, sintiéndose sumamente cansado.
Crowley la verdad, no ha hecho mucho más que desnudarse hasta quedarse en su camiseta interior.
—Crowleeey —le riñe con eso, yendo a llevar la leña a la chimenea.
—Es que tengo aun la bala dentro... —explica porque la siente y Aziraphale parpadea un poco porque eso es raro, en general las balas entran y… atraviesan.
—Pues hay que sacarla.
—Sí, eso intento —le mira de reojo.
—Vamos, estírate en la mesa, yo lo haré —señala mientras enciende el fuego con unas cerillas que ha encontrado en la chimenea.
—¿No decías que te mareabas al ver sangre?
—Pues sí me mareo, pero... estás con fiebre y estabas perdiendo el conocimiento antes en el caballo. Probablemente tengas una infección, así que vamos a necesitar mohos.
—Pero...
—No te estoy preguntando, Crowley —le fulmina.
Este traga saliva y es que sí se siente súper débil, ni siquiera ha sido capaz de moverse de la silla en la que le ha dejado.
Ahí se va el de blanco a buscar una de las cantimploras que aún tiene un poco de agua desde que salieron de Armadillo y se le acerca.
Crowley le mira tragando saliva. Aziraphale le estira una manta sobre la mesa.
—Vamos —le señala y le tiende la mano para ayudarlo a subirse.
Así lo hace él, con dificultad. Una vez sentado en la mesa, se acaba por quitar la camiseta, haciendo a Aziraphale sonrojarse un poco y girarse para buscar un pañuelo limpio entre su ropa.
Lo empapa con agua y luego se le acerca, tendiéndoselo sin mirarle.
—L-Límpiate la sangre —pide suavecito—. Has perdido un montón, así que debes tener baja la presión y algo de anemia. Por eso te mareas así. Esperemos que no te de hipovolemia porque empezarías a tener falla multiorgánica.
Crowley lo toma, haciendo lo que le ha pedido y le mira con eso porque joder con los ánimos.
—He... Me han pasado cosas peores —asegura, más para sí mismo que para Aziraphale.
—¿Quieres sacar tú la bala? —le mira el rubio y es que se le van los ojos... y luego le da la espalda otra vez.
—Lo he intentado.
—Déjame... déjame mirar —pide, humedeciéndose los labios, de espaldas.
—Ni siquiera puedes ver la sangre sin marearte.
—Tal vez puedo... esto es un caso demasiado grave para no intentarlo —le mira, agobiado—. Pero es que no tengo instrumental médico ni nada.
—Porque no miras en los caballos o en los cajones, a veces hay navajas o cosas en estos sitios —propone Crowley.
Aziraphale asiente y ahí se va a buscar alrededor.
—Aquí hay una cuchara de madera —la levanta, mostrándosela.
—¡No me jodas, Fell! ¡Busca algo cortante! —chilla con eso, porque la imagen es bastante terrorífica.
Ahí va a rebuscar otra vez y saca la navaja que lleva en las alforjas.
—Hay una navaja, pero es que necesitaría unas pinzas... —mira a Crowley desconsolado.
—Ya, y si es posible un poco de éter, ya que estamos, pero no tenemos ninguna de ambas —replica sarcástico.
—V-Voy a quemar esto para limpiarlo —responde apretando los ojos.
Crowley se tumba, temblando otra vez, porque sigue teniendo mucho frío, sosteniéndose la herida con el pañuelo ensangrentado.
Tras unos segundos, Aziraphale vuelve a acercársele, preocupado.
—Pasaremos la noche y mañana iré de vuelta a Blackwater a por medicinas, material médico y un doctor —le asegura, tendiéndole la navaja.
—¿Y si te ven?
—Iré con cuidado. Me pondré tu poncho y tu sombrero. Con suerte nadie me reconocerá.
Crowley aprieta los ojos, toma aire y toma la navaja, yendo a hurgarse en la herida, porque en general, si lo hace uno mismo, siente mejor hasta donde puede aguantar.
Aziraphale le mira hacerlo con el estómago completamente revuelto ante la visión, pero pronto Crowley se desmaya de dolor, porque no puede con ello.
El rubio aprieta los ojos al notar que se le cae la navaja. Recórcholis. Caramba. Repámpanos.
La recoge del suelo pensando en si no se habrá muerto y se apresura a tomarle el pulso... aun lo siente. Y también respira.
Se relaja un poco, pero es que va a tener que hacerlo él. Cáspita. Caray. Mecachis.
Probablemente debería reanimarle primero, pero a lo mejor será mejor que no sufra esta parte.
Se va a quemar de nuevo la navaja y se lava las manos con agua... Luego se acerca a la herida, por lo menos ya no sale tanta sangre.
Mira el techo y pone los dedos en ella, hurgando un poco y concentrándose en el tacto. No parecía haber una costilla rota y, de hecho, siente que está en el tejido blando, lo que significa que Crowley lo va a pasar mal unos días, pero no es estrictamente mortal.
Seguramente es una bala de pequeño calibre o una que rebotó en algún lado y por eso no lo atravesó completo. Aun resultará que Crowley tuvo… suerte.
Ahí va temblando un poco a meter la fina hoja de la navaja y a hacer palanca... pero siente como hay succión desde dentro y le vuelven a dar nauseas. Pardiez. Caracoles. Diantre.
Tiene que parar ante una arcada pensando que lo que le falta es vomitarle encima.
Bebe un poco de agua y tras unos instantes, ahí vuelve de nuevo. Consigue meter un dedo y la navaja, si Crowley no estuviera inconsciente le haría una broma sobre que tiene que mejorar su técnica si pretende volver a casarse.
Finalmente, después de lo que le parecen HORAS, la saca con un grito porque la siente resbalársele entre los dedos y el propio dolor acaba despertando a Crowley que grita también intentando apartarse.
El rubio se deja caer en la silla, agotado y hasta respirando con dificultad. La observa, como si fuera un trofeo girándola entre los dedos y se la muestra al pelirrojo, sonriendo.
Este le mira, respirando como si hubiera acabado de venir de correr y viendo la bala entre sus dedos.
—Lo hiciste… —susurra Crowley sonriendo un poquito.
—¡Lo hice! —parece hasta más sorprendido él mismo de haberlo logrado.
La verdad, el pelirrojo se marea un poco y se deja caer de nuevo sobre la mesa.
—Podría besarte ahora mismo —asegura fruto de la fiebre, ojos cerrados.
—¿Q-Qué? —Aziraphale vacila con eso y se sonroja un montón, paralizándose.
—¿Qué? —pregunta Crowley de vuelta sin estar seguro de lo que ha dicho.
—Uhm… N-Nada —vacila el rubio mirando alrededor y luego mirándole de reojo, porque está ahí tirado, sin camiseta ni nada y aunque se lo ve flacucho y pálido por la anemia, así como lleno de cicatrices y pecas, algo le hipnotiza y hace que le cueste apartar la mirada.
Crowley busca su ropa para vestirse de nuevo por que la verdad es que tiene frío y Aziraphale le ayuda un poco, vendándole la herida primero con una camisa limpia, en silencio, pensando.
Le había dicho que podría besarle. Eso había dicho. O sea… O sea, tal vez había sido un error, a lo mejor se había confundido o pensaba que él era otra persona, por la fiebre y todo eso.
Pero nunca nadie le había dicho algo como eso. O más bien, nadie le había quitado la respiración al decírselo.
—Voy a… voy a ir por un poco de agua —anuncia tomando las cantimploras después de tapar a Crowley con la otra manta.
Es decir, Muriel y todo eso… habían intentado en algún punto besarse antes de la boda, pero a Aziraphale le había parecido algo equis, cualquier cosa. Era como lavarse los dientes, no algo especialmente interesante o agradable… ni desagradable tampoco.
En su fuero interno había intentado enamorarse de ella. Sentir que era la mujer más bonita y que él era afortunado de tenerla y aunque estaba convencido de ello racionalmente, no sentía que hubiera algo hipnotizante en su cuerpo desnudo o que quisiera tocarla.
No hablaban mal tampoco, Muriel era una mujer dulce y cariñosa y le escuchaba hablar de sus libros e historias con paciencia y comprensión. Nunca le hacía especialmente caso ni parecía muy interesada en ellas, pero siempre era cordial y educada al respecto.
De hecho, en la noche de bodas ella había intentado desnudarse para él y él había estado sintiéndose torpe e incómodo todo el tiempo. Pensando constantemente en qué tanto rato iba a durar esto, aunque queriendo hacerla sentir bien a ella, porque, aunque no sintiera que quería tocarla, sí quería hacerla sentirse querida.
Estaba dispuesto a eso. A hacer para ella lo que requiriera para estar bien, darle una casa, un apellido, compañía y conversación… e incluso a permitirle tener un amante si era lo que ella quería mientras él se dedicaba a sus libros, las tierras y el dinero, sin necesariamente tener un interés sexual especialmente alto.
Y le parecía un buen arreglo. Una buena vida. Cómoda y agradable. Pacífica.
Mete la cantimplora en el riachuelo del que por lo visto hablaba Crowley hace un rato que tenían que encontrar para seguir hasta la cabaña. Por lo menos era agua limpia, aunque no pudieran usarla para beber.
Y luego estaba Crowley. Estaba seguro de que se sentía sonrojar solo por la idea de lo prohibido y completamente fuera de lugar. Absolutamente inmoral. Inconcebible. Totalmente fuera de discusión.
Se humedece los labios pensando en que tal vez tendría que usarla para lavar un poco a Crowley y vuelve a sonrojarse con esa idea. Podía intentar engañarse todo lo que quisiera, pero esto no era como con Muriel. O como los pacientes de las clases de medicina.
Se le iba la mente de manera inevitable hacia otras cosas sin que entendiera por qué. La mayoría relacionadas con su sonrisita molesta y con hacerle callarse la boca, para ser honestos. TODO EL TIEMPO.
En general le daba igual lo que todos los demás dijeran, pero al pelirrojo no podía permitirle estar equivocado sin discutirle sobre las cosas o mostrarle como eran realmente. Y además este parecía haberlo notado y ¡haber estado usándolo en su favor expresamente!
Era definitivamente un tonto que más le valdría sacarse de encima… y que le había dicho que podría besarlo y a él le habían dado estúpidas ganas de que lo hiciera. Ugh. Quién sabe por qué ni le gustaban los besos.
Lo que pasa es que… si Crowley le había dicho eso… ¿podía significar que estaba pensando en lo mismo que él? Es decir, no en lo mismo que él porque definitivamente él no estaba pensando en que podría besarlo, porque eso estaba mal, pero en… algo parecido.
Cuando regresa con el agua, el pelirrojo parece haberse dormido sobre la mesa, así que usa el agua para lavarle un poco la cara y luego lavársela a sí mismo. Trata de lavar también un poco las prendas manchadas de sangre, que procede a tender de una cuerda junto a la chimenea.
Quizás sería bueno ir ahora a por un médico… Aun debería coserle la herida.
Piensa en que podría cauterizársela con la navaja, pero ya no quería hacerle más daño y solo serían unas horas hasta el amanecer, así que se sienta en una silla a intentar dormir un poco mientras se toca los labios y piensa en qué habría pasado si sí le hubiera besado.
Duerme mal porque está incomodo en la silla… y también Crowley duerme mal debido al dolor, pero el rubio es el primero en cansarse de seguir intentándolo cuando ya clarea.
Vuelve a lavarse un poco la cara y luego a lavársela a Crowley también para refrescarle un poco.
—Ayúdame a levantarme —pide Crowley intentando incorporarse un poco.
—¿Qué? ¡No! Aun estas… ni siquiera pude coserte la herida, ahora iré a por un médico —se lo impide un poco.
—Tengo que ir, Fell… —le mira intensamente.
—No tienes que ir a ningún sitio, ¡estás herido! —protesta.
Crowley le mira unos instantes en silencio y el rubio le sostiene la mirada con el ceño fruncido.
—No. No importa cuánto insistas, pienso ir a cagar fuera —decide al final.
—No es eso lo que… no… UGH! —protesta apartándose y apretando los ojos.
—Gracias —sonríe de ladito con eso, mirándole de reojito mientras el rubio pone la mano para ayudarle a bajarse de la mesa.
—¿Cómo te sientes? —pregunta igualmente.
—De maravilla, estoy pensando en darme un par de tiros más y hacerme un cinturón de plomo —replica sarcástico.
—Ugh, ya sé que te duele, pero no hace falta ser sarcástico —protesta ayudándole a caminar hacia la puerta. Crowley bufa un poco—. Ugh, yo he dormido fatal y aún tengo que ir a Blackwater ¿Sí vas a poder quedarte solo unas horas?
—Sí… Sí. Estoy bien —le mira de reojo—. No es para tanto… o sea, prácticamente estoy debatiéndome entre la vida y la muerte, pero eh, tú eres la verdadera víctima de esta historia, no quisiera yo opacarte.
Aziraphale le fulmina con eso mientras abre la puerta y le ayuda a salir.
—Perdóname por preocuparme —protesta de vuelta y Crowley suspira porque a lo mejor se está pasando un poco.
—Tú déjame el revólver y… asegúrate de decir alto y claro quién eres antes de entrar cuando regreses.
—¿Por?
—Pienso disparar a cualquiera que no lo haga —se encoge de hombros.
—No deberías… ugh. ¿Puedes mear tu solo o necesitas…? —pregunta mirándole y Crowley se sonroja un poco con eso.
—Puedo —no le mira y se aparta un poco, sujetándose aún el costado. Le mira de reojo, esperando.
Aziraphale se toma una mano con la otra y le mira, esperando también.
—¿La privacidad es opcional ahora? —pregunta el pelirrojo.
—Ah. ¡Ah! ¡Perdón! —nota y se da la vuelta. La verdad es que él quisiera mear también—. Voy a… traeré algo de zumo o algo con azúcar, te vendrá bien para la anemia —empieza mientras le oye mear y quejarse un poco—. Y veré si hay unas mantas más. ¿Quieres alguna otra cosa?
—Que vuelvas —responde llanamente, subiéndose la bragueta. Aziraphale se gira y sonríe un poco porque eso ha sido muy bonito.
Crowley no le mira, rascándose un poco la barbita y trata de caminar de vuelta hacia adentro pero casi se cae, así que ahí va Aziraphale a sujetarle de nuevo.
Le mete dentro y lo sienta en una silla… y luego le acerca las cosas de las alforjas poniéndolas sobre la mesa por si quiere usar alguna.
Crowley se organiza con ellas un poco, echándose una manta sobre los hombros porque aún tiene frío y saca su revólver ocupándose de ver que está cargado y preparado, mira a Aziraphale.
—Mejor llévatelo tú, hay bandidos en estos bosques —se lo tiende.
—Uhm… —Aziraphale vacila—. Yo… estaré bien —responde sin mirarle, yendo a por el poncho negro de Crowley que está tendido en la cuerda.
—Necesitas protegerte, Fell…
—Estoy. Estoy protegido —asegura mientras se viste. Crowley le mira con eso y frunce un poco el ceño, pensando.
—No me has contado qué pasó en el establo del burdel en Blackwater —nota.
—Uhm… hablaremos de eso luego, no quiero tardar más en salir —desvía la pregunta.
Crowley sonríe un poco con eso, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en la pared.
—Eres un cabrón —asegura, orgulloso de ello—. Por lo menos apunta a la cabeza.
—¡No soy…! No voy a… Será mejor que te duermas —protesta tomando sus cosas y poniéndose el sombrero de Crowley. Le mira.
—Bang, bang —hace un gesto de dispararle con una pistola imaginaria en la mano, cerrando un ojo para fingir apuntar.
—Cállate —protesta sonrojándose un poco y dirigiéndose a la puerta igual para irse.
Así que ahí se queda Crowley, suspirando profundamente y quejándose de nuevo al moverse.
Ugh, esto era un desastre y de verdad esperaba que Aziraphale volviera entero.
Quiere verse la herida otra vez, así que se quita las vendas con cuidado notando todo el pus que hay saliendo de ella. Joder.
Se la limpia un poco con el agua de la cantimplora y le vuelve a supurar, dándole escalofríos.
Decide mejor dejarla por la paz volviendo a suspirar y nota la bolsa de Aziraphale, que no se ha llevado. Sabe que no debería, pero no sabe cuándo tendrá otra oportunidad como esta.
Con un poco de esfuerzo, se levanta y se la trae a la mesa, humedeciéndose los labios.
Rebusca entre la ropa sin poderse creer que alguien tenga tantas prendas de chorreras y flequillos y por un momento piensa que tendría gracia esconderle todos los calzones.
Encuentra el ejemplar de Hamlet, así como el otro libro que le compró y piensa que podría escribirle insultos en los márgenes del libro o algo así. Del estilo: "Ser o no ser... Pues ¿cómo vas a no ser? Hamlet, tío, ¡no me jodas!"
Finalmente acaba por encontrar unas páginas en unas cubiertas de cuero con letra manuscrita y sonríe de ladito porque… Bingo.
Saca sus tiras de carne, empezando a mordisquearlas y vuelve a subirse a la mesa y a tumbarse, porque aún está cansado, tiene frío y tiembla un poco, tapándose mejor con la otra manta.
Se acurruca dispuesto a leer "Las trepidantes Aventuras de Aziraphale, no. Gabriel, menos. Chamuel… Mmmm… mejor le llamaremos A por ahora y ya buscaremos un nombre luego."
"Las trepidantes" (sea lo que sea eso, esperemos que algo pornográfico, teniendo mucha, mucha fe) "aventuras de A, un cowboy en un rancho en el oeste de New Austin.
A era un cowboy encargado de un rancho de varias hectáreas de terreno con decenas... no, centenares de cabezas de ganado, pero la terrible (no) horrible (no) devastadora tragedia asediaba su vida.
El rancho se encontraba al este (no) norte del río San Luís donde las llanuras se perdían hasta el horizonte de cielos de un azul claro como el cielo(Buscar una metáfora) salpicadas de nubes como borreguitos y la hierba era como un mar verde donde las flores…"
Ojos en blanco. Qué tal que adelantamos algunas páginas a ver si vamos al grano.
"—Pero necesito la manta para construir un techo —aseguró frunciendo el ceño ante la actitud altiva del otro hombre.
—Vas a tener que darme todo tu dinero… y tu ropa si acaso quieres esa manta —respondió con media sonrisa molesta."
¿¡Qué demonios, Fell?! Crowley casi se atraganta con la tira de carne y se sonroja un motón con ello cuando la puerta se abre.
—Crowley, soy yo —asegura el rubio entrando—. He olvidado el dinero y he tenido que volver —explica y le mira.
El pelirrojo tira el libro por la ventana de puro pánico, rojo como un tomate con la poca sangre que le queda, porque además ha visto algunas palabras como "montar" y "gemir" en su lectura en diagonal y ahora mismo no sabe en qué contexto imaginarlas.
Aziraphale parpadea y mira hacia la ventana.
—¿Qué ha sido eso?
—¡NADA! —chilla como tres octavas más altas de lo que amerita, incorporándose súper nervioso y la verdad, la herida vuelve a darle un pinchazo fuerte por la brusquedad del movimiento.
—¿Qué era? —ahí se va a buscarlo.
—¡T-Te robé un libro! —chilla, desesperado de nuevo intentando llamarle la atención hacia otra cosa.
—¿Qué? —le mira a medio camino de agacharse.
—Un… libro. En Tumbleweed —explica—. Está… Hum, en un bolsillo…
—Oh —levanta las cejas e igual se agacha a recoger el diario del suelo y se sonroja un poco al notar lo que es.
—Aquí, en mi chaqueta —explica Crowley.
—¿Estabas leyendo mi diario de viaje? —frunce el ceño.
—Ah… N-No. No. Claro que no —se vuelve a sonrojar.
Aziraphale frunce el ceño guardándose él el diario en los pantalones y se va a por la chaqueta de Crowley. Este aprieta los ojos porque… ¡joder!
El rubio saca el ejemplar de Viaje al Oeste de la chaqueta de cuero que ahora tiene un agujero que lo atraviesa de tapa a tapa. Levanta las cejas.
—¡Esto fue lo que paró el disparo!
—¿Qué?
—¡Mira! —se lo muestra mirándole a través del agujero y Crowley parpadea—. La bala… por eso no te atravesó, el libro la detuvo.
—O-Oh… Ehm. Sí, por eso lo llevaba. Como… protección.
—Qué manera más estúpida de destruir un ejemplar único en perfectas condiciones —le riñe.
—Claro, ¿Por qué íbamos a alegrarnos de que me haya salvado la vida cuando podemos protestar porque está agujereado?
—En fin… —suspira—. Ahora está ilegible, así que… —le mira—. De todos modos, más vale que te lo quedes tú y trates de leerlo en vez de mi diario —le fulmina y se lo tiende.
—Ni que lo que tú escribes fuera tan interesante —igualmente le da la espalda, sonrojándose de nuevo porque estaba bromeando con lo que esperaba que hubiera escrito porno, pero no solo parecía porno, parecía porno con ÉL.
Aziraphale se va a por el dinero que ha olvidado antes de mirarle un segundo, suspirar y acabar por marcharse otra vez.
Crowley ni le mira, pensando que definitivamente tiene que buscar la manera de robar ese diario otra vez. Aunque probablemente el rubio iba a ser mucho más celoso de él a partir de ahora.
La verdad es que el pelirrojo acaba por caerse dormido de nuevo, temblando un poco porque la chimenea se ha apagado.
Aziraphale llega al pueblo y se baja del caballo echándose el poncho por encima del hombro como si fuera una capa en un movimiento que le ha visto hacer a Crowley y que le parece súper cool.
La verdad ha tenido que ensayarlo un par de veces antes de que dejara de darse en la cara como idiota. Pero hasta se ha conseguido una plantita para ponerse en los labios y parecer más auténtico.
Levanta la cabeza lentamente para que el sombrero le descubra la cara.
—Esta ciudad no es lo bastante grande para los dos, forastero… —le asegura a Aziraphale, el caballo, que le mira un poco interrogante.
Aziraphale, el hombre, se sonroja un poco y se ríe nerviosito porque siempre había querido decir eso, viéndose así como un poco malote, como Crowley… Y luego se acuerda de Crowley y de a lo que ha venido, así que se apresura.
En el mercado intenta tener una actitud ruda y pendenciera… y hasta intenta escupir en el escupidero de tabaco, pero acaba quedándole un hilo de saliva y tiene que limpiarse la babita y carraspear un poco. Maldita sea, todo por culpa del poncho, que además huele a Crowley y le distrae.
Acaba por comprar las cosas que considera que requieren y agradecerlas con su habitual sonrisa dulce habiendo olvidado que estábamos jugando a los cowboys.
Siguiente parada: el médico, que al principio se muestra un poco reticente a ir a la mitad del bosque a curar a no sé quién, especialmente cuando el rubio se hace un lío de aquellos para explicarle a quien es que tiene que atender y cuál es la relación entre ellos, pero acaba por convencerle a golpe de talonario, así que ahí se vuelven los dos.
Aziraphale le hace conversación mientras van en el caballo, de nuevo intentando convencer al hombre que él es el personaje que se ha inventado para esconder su identidad por si acaso los hombres de su tío decidieran interrogar a este doctor en concreto de manera muy certera.
Ha empezado contando que él es un caza-recompensas… pero de los buenos, de los que en realidad ayudan a la gente. Así como Robin Hood, pero sin flechas y manzanas. Aunque no tiene ningún problema con las manzanas, todo el mundo sabe que son muy saludables.
Le ha explicado que viene desde New Austin, donde trabaja ayudando al Sheriff de Tumbleweed, que es un hombre de lo más amable y que nació en Van Horn, en la costa. Aunque luego se ha acordado de que Crowley en realidad es de padres inmigrantes y se ha hecho un poco un lío.
Cuando le ha dicho que se llama Crowley, el médico le ha mirado un poco raro porque le ha dicho que el paciente también se llama Crowley, así que le ha preguntado si son hermanos y el rubio se ha reído y de manera exagerada con eso sin saber qué decir.
El médico ha decidido mejor no hacer más preguntas y suspira cuando llegan por fin a la cabaña, yendo para dentro.
—¿Querido? ¡Somos nosotros! —anuncia Aziraphale porque le ha dicho que iba a disparar, pero en realidad le encuentran temblando, dormitando.
El rubio aprieta los ojos yendo a encender el fuego de nuevo mientras el médico se prepara para el procedimiento.
Se acerca a Crowley, despertándole y explicándole que su… Ah… Pausa extremadamente larga para encontrar la palabra exacta que describa a un hombre que no es su hermano pero que lleva su apellido, que le llama querido, pero vacila a la hora de describir su relación y que paga por unos servicios médicos de esta manera.
—Olvidemos esa parte —pide Crowley, incomodo con eso.
El médico agradece, pidiéndole que le muestre la herida, así que este lo hace y ahí procede el doctor a ocuparse de esta, incluyendo el darle a respirar éter para anestesiarlo.
Luego le explica a Aziraphale cuáles son los cuidados que debe seguir y como suministrarle la medicación, recomendándole que traiga un carro para llevar al paciente a un lugar un poco más acogedor en la ciudad donde pueda descansar unos días.
Este asiente a todo, sonrojándose un poco cada que lo llama señor Crowley y acabando por encajarle la mano y darle las gracias por todo al acompañarlo a por el caballo.
Pasan unos días con Crowley medio drogado por una dosis un poco alta de opiáceos en la que básicamente duerme mientras Aziraphale lee a su lado. O cocina. O pasea por el bosque. O escribe.
Le suministra los medicamentos y cuidados religiosamente tal como recomendó el doctor, aunque bueno, tomándose algunas libertades porque obviamente él que aprendió en la ciudad sabe mejor lo que se hace que el doctorcito de pueblo.
El único problema de este arreglo es que tiene que dormir en el suelo y eso le está jodiendo la espalda.
Bueno, también está el asunto de que tiene que bañarse ahí mismo con agua que trae del río con un balde que encontró por ahí y que calienta en el fuego. Pero es incómodo que haya tan poca privacidad.
De hecho, en una ocasión estaba desnudo junto al fuego y le pareció que el pelirrojo se despertaba y ¡CASI le da un infarto!
Otro de los problemas es que está más aburrido que una ostra porque además no puede ni hablar con Crowley, salvo cuando le despierta para comer o está él yendo al baño.
No ha tardado en notar que es mejor que se tome la droga para dormir DESPUÉS de comer, si no quiere que se pase todo el rato protestando de mal humor y durmiéndose. Y más aún porque obviamente le ha requisado la salsa picante porque uno no come picante cuando está enfermo… y Crowley ha tenido que robársela sin que se diera cuenta en una de las maniobras más complicadas de su carrera.
Aunque eso desencadena en que se duerma mientras Aziraphale le habla para irritación de este último. Está HARTO de ese asunto y ha decidido él mismo reducir la dosis considerablemente por su propia iniciativa.
Una mañana en la que está Crowley tumbado sobre la mesa, pero despierto y Aziraphale está a su lado sentado en una silla leyendo en voz alta, la puerta de la casita se abre y la figura espigada de un hombre joven de ojos azules y cabello rubio, largo y ondulado se mete dentro arrastrando un saco.
