Sin latido
El Palacio de Jade dormía bajo la luz tenue de la luna, pero en una de sus habitaciones, una guerrera luchaba contra un dolor que no podía enfrentar con sus puños.
Tigresa despertó de golpe, el pecho agitado, la piel perlada de sudor frío. Un temblor recorrió su espalda y, por un instante, en la confusión del sueño, no supo qué la había despertado.
Hasta que lo sintió.
Una punzada aguda y desgarradora en el vientre.
El aire se le atascó en la garganta. Algo no estaba bien. Algo estaba terriblemente mal.
Intentó moverse, pero cuando lo hizo, el dolor la dobló en dos y un escalofrío le erizó el pelaje.
—Po… —su voz salió como un hilo quebrado.
Junto a ella, Po se removió en la cama, los párpados pesados por el sueño. Pero en cuanto su instinto captó la fragilidad en su voz, sus ojos se abrieron de golpe.
—¿Tigresa? —Su voz sonó ronca y alerta, aún adormilada, pero llena de preocupación—. ¿Qué pasa?
Ella no respondió. No podía.
Porque cuando bajó la mirada, vio la mancha oscura que se extendía entre las sábanas.
Sangre.
El mundo se detuvo.
Su respiración se volvió errática, y el pánico se arrastró por su pecho como un puño de hierro apretándole el corazón.
—No… —susurró, sin poderlo procesar.
Po siguió su mirada y, al ver el rojo empapando la cama, su expresión se congeló. Toda la calidez de su rostro desapareció, reemplazada por un miedo tan grande que apenas pudo reaccionar.
—¡Tigresa!
El sonido de su voz reverberó por la habitación, pero a Tigresa le llegó como si estuviera bajo el agua.
Todo se sentía distante.
Irreal.
Po se movió torpemente, sin saber cómo tocarla sin hacerle daño, con las patas temblando al intentar alzarla en brazos.
—Voy a llevarte con el doctor, aguanta, por favor, aguanta…
Pero Tigresa apenas lo escuchaba.
Solo podía sentir el dolor lacerante en su vientre.
El frío helado en sus extremidades.
Y el miedo, el miedo sofocante de saber lo que estaba perdiendo.
El pasillo del Palacio de Jade nunca se había sentido tan largo.
Todo fue un torbellino: la voz de Po llamando a los demás, los rostros borrosos de Víbora y Grulla cuando aparecieron. El sonido amortiguado de sus propias respiraciones agitadas, como si estuviera atrapada en un sueño del que no podía despertar.
—¡Tenemos que llevarla con el doctor! ¡Ahora! —exclamó Víbora, moviéndose con rapidez.
Po no dijo nada. Solo la sostuvo con más fuerza, como si temiera que soltarla significara perderla también a ella.
La última imagen que Tigresa captó antes de que el mundo se volviera un borrón fue la luna en lo alto del cielo cuando salieron de las barracas, en medio del dolor y la confusión sintió como esta le pintaba los ojos.
Pálida.
Distante.
Inalcanzable.
La clínica tenía el olor frío del metal y las hierbas medicinales mezcladas con algo más aséptico.
Había velas encendidas en un rincón, pero la luz era tenue, suficiente para ver los estantes llenos de frascos con ungüentos, vendas y herramientas quirúrgicas bien ordenadas.
El doctor era un anciano zorro gris de movimientos precisos y voz tranquila llamado Zhìyù
Pero cuando deslizó sus manos expertas sobre el vientre de Tigresa, su expresión usualmente calmada y comprensiva se endureció.
El silencio en la sala era sofocante.
Po no apartaba la vista de ella ni un segundo, sus patas apretadas sobre sus rodillas, como si contenerse fuera lo único que podía hacer para no derrumbarse.
Tigresa solo miraba el techo.
Frío.
Vacío.
Ya lo sabía, en el fondo de su corazón sabía lo que acababa de suceder.
Cuando el doctor finalmente habló, su voz fue pausada, pero no por ello menos devastadora.
—Lo siento mucho… pero el bebé no tiene latido.
Hubo un instante en el que el tiempo pareció suspenderse en el aire.
Como si el universo entero hubiera contenido la respiración.
Como si esperara a que Tigresa reaccionara.
Pero ella no lo hizo.
Po sí.
—¿Qué…? —Su voz se quebró en un susurro.
El doctor bajó la mirada con pesar.
—No hubo nada que pudieras hacer,Tigresa. De hecho ninguno de ustedes. Estas cosas… pasan.
Palabras vacías.
Palabras inútiles.
Tigresa sintió un vacío inmenso en su pecho, un agujero oscuro donde antes había esperanza.
No sintió el peso de la tristeza.
Ni el golpe de la rabia.
Solo… nada.
El doctor les explicó lo que debía hacerse a continuación, su tono era profesional, pero lleno de empatía. Po asintió débilmente, aunque apenas parecía procesar lo que escuchaba. Fue por eso que Víbora siempre atenta tomó nota mental de lo que debían hacer para ayudar a su hermana.
Tigresa, en cambio, no dijo nada.
Ni siquiera se inmutó cuando sintió la mano de Po sobre la suya.
No lloró.
No gritó.
No se aferró a él buscando consuelo.
Solo lo miró.
Y en su interior, algo se rompió para siempre.
El cuarto donde la dejaron después era frío. Pese a que estaba recostada en un futón cómodo y arropada por un par de cobijas. Po la había atendido, la había cargado de nuevo y la había bañado con todo el amor que podía demostrarle, la había cambiado como si se tratara de una niña y la había acomodado en la cama.
Ella nunca sintió nada, ni el agua tibia, ni el frio contra su piel desnuda…nada.
La luna seguía en lo alto del cielo, pero su luz parecía más distante que nunca.
Tigresa estaba sentada en el futón, la espalda rígida, las garras apretadas sobre sus rodillas.
Po estaba a su lado.
No la había dejado sola ni un segundo.
Y eso lo hacía peor.
Quería decirle que se fuera.
Quería gritarle que la dejara en paz.
Pero sobre todo… quería que la abrazara y le dijera que nada de esto estaba pasando.
No lo hizo.
No porque no quisiera tomarla entre sus brazos y sanar su dolor así eso implicara asumirlo todo él, si no porque había considerado prudente darle un poco de espacio. Ella aún se encontraba débil por el aborto, su cuerpo necesitaba descanso.
La voz del doctor seguía resonando en la mente de ella:
"Estas cosas pasan."
"Puedes intentarlo de nuevo."
Había sentido a ese pequeño latido dentro de ella.
Al principio ni ella mismo se lo creía, parecía que estuviera soñando cuando se enteró que estaba embarazada. Pasó por todas las etapas, la negación, el miedo , la aceptación …y el amor, ese profundo amor.
Había imaginado su futuro.
Había pensado en cómo sería sostener a su bebé, verlo crecer, enseñarle a pelear, verlo correr por el palacio con la torpeza de quien apenas conoce el mundo.
Había pasado noches imaginando con Po como sería, si sería más parecido a un panda o a un tigre, si tendría los ojos de él o los de ella… cada detalle, lo habían imaginado.
Y ahora… ahora no había nada.
Nada excepto el peso de la culpa.
Porque sí, el doctor había dicho que no era su culpa.
Que no era culpa de nadie.
Pero ¿cómo podía no serlo?
Ella era la madre.
Era su cuerpo el que no había podido protegerlo.
Era su vientre el que había fallado
Había perdido al hijo de Po.
Había perdido su única oportunidad de hacer algo más que luchar, de ser algo más que una guerrera. Si se lo hubieran preguntado antes , ella nunca hubiera imaginado un futuro diferente para ella que ser una guerrera del kung fu, pero desde que estaba casada con Po y en particular desde que se había enterado de su embarazo se había permitido…soñar. Soñar con un futuro diferente, sonar con otro tipo de vida, una para la cual nunca se creyó apta pero que por un instante pensó que podía vivir.
Y lo peor de todo era que Po no la culpaba.
Si la hubiera mirado con rabia, si le hubiera gritado, si hubiera dicho que esto era su culpa… tal vez sería más fácil.
Pero él solo la miraba con tristeza.
Con amor.
Como si aún creyera que podían superar esto.
Po se movió a su lado, con cuidado, como si temiera romperla con solo tocarla.
—Tigresa… —su voz era un susurro tembloroso.
Ella no respondió.
Él suspiró y bajó la mirada.
—Sé que duele. Yo también… yo también lo siento.
Tigresa cerró los ojos con fuerza.
"No digas eso. No lo sabes, no así"
El había perdido un hijo que nunca pudo sentir dentro de si
Ella lo había llevado
Ella lo había perdido
Y por más que Po intentara empatizar con lo que estaba sintiendo, nunca podría saber lo que se sentía, porque no era igual .
Porque ella era la única responsable
Se sentía como una mala madre, como una mala esposa
Y lo peor es que ni siquiera tenia la fuerza para decírselo
Lo único que puso hacer fue mirar al suelo, dejando que el silencio entre ellos se alzara como un muro invisible.
Po no insistió más.
Solo se quedó ahí, en la misma habitación, observándola.
Vigilándola.
Como si temiera que, si la dejaba sola, ella también se desvanecería.
Y tal vez tenía razón.
Hola! les cuento que creé este fanfic completo en un episodio depresivo, así que esperen mucho dolor y mucha angustia. Aquí vamos a explorar algo nuevo, el cómo cualquiera, aunque sea el más fuerte puede caer en una depresión y lo dificil que es salir de ella ¿se puede? vamos a averiguarlo.
Ustedes saben qué amo jugar con los personajes, trato de ceñirme a sus personalidades en la medida de lo posible pero también amo ponerlos contra las cuerdas y sacar facetas de su personalidad que quizás no se plantearían nunca pero ¡vamos! esto es fanfiction , aquí soy la jefa.
En fin , espero lograr lo que siempre busco, que esto los haga sentir algo
Comenten, favoriteen , sigan la historia
Un abrazo.
