Capítulo 25

Redención y Perdón

El aire estaba helado aquella mañana de invierno, el cielo cubierto de un gris plomizo que parecía absorber toda la luz. Nanoha Takamachi, de apenas nueve años, sostenía un rifle entre sus pequeñas manos, el cañón blanco brillando bajo la escasa luz del sol que se filtraba entre los pinos desnudos del jardín trasero de la Mansión Takamachi. Frente a ella, a cien metros de distancia, un blanco de madera oscilaba ligeramente con la brisa, una diana pintada con círculos concéntricos que parecía retarla en silencio. La mira de francotirador estaba ajustada, el punto rojo centrado en el corazón del blanco. Nanoha suspiró, su aliento formando una nube blanca frente a su rostro, y tensó el estómago, conteniendo la respiración como le habían enseñado. Sus dedos, pequeños pero firmes, encontraron el gatillo.

Un disparo cortó el silencio de la tarde, un estallido seco que reverberó en el aire y envió a un grupo de aves volando desde las ramas cercanas. La bala dio en el blanco, astillando la madera justo en el centro. Nanoha bajó el rifle con una sonrisa triunfal, girándose hacia su padre con los ojos brillando de emoción.

—¡Viste, papá! ¡En el blanco! ¡Te lo dije! ¡Puedo darle a más de cien metros! — exclamó, su voz infantil cargada de orgullo.

Shiro Takamachi, de pie a pocos pasos detrás de ella, la observaba con una sonrisa cálida que suavizaba las líneas duras de su rostro. Llevaba un abrigo negro largo, el emblema Takamachi bordado en el pecho, y sus manos estaban metidas en los bolsillos como si el frío no lo afectara. Sus ojos, oscuros y profundos como los de Nanoha, brillaban con una mezcla de diversión y asombro.

—Lo vi, pequeña —dijo, su voz grave pero llena de cariño—. Es extraño, ¿sabes? Nosotros los Takamachi hemos entrenado con espadas, dagas, katanas… Ninguno con un arma de larga distancia.

—¿A que soy genial? —respondió Nanoha, inflando el pecho con una confianza que solo una niña podía tener.

Shiro soltó una risa baja, un sonido que llenó el aire con una calidez que contrastaba con el invierno a su alrededor.

—Lo eres, pequeña —admitió, acercándose para revolverle el cabello con una mano grande y callosa—. Pero aún eres muy joven para todo esto. Tienes nueve años, Nanoha.

Ella frunció el ceño, sosteniendo el rifle contra su pecho como si fuera un tesoro.

—¿Pero este rifle no fue hecho para mí? —protestó, señalando el arma—. ¡Mira, tiene un nombre bonito! Raising Heart. ¿No puedo usarlo?

Shiro se arrodilló frente a ella, quedando a su altura, y le acarició el cabello con una ternura que pocas veces mostraba fuera de estos momentos privados.

—Llegará el día en que lo usarás, cariño —dijo, su tono suavizándose mientras la miraba a los ojos—. Para algún concurso, o para proteger a los tuyos. Recuérdalo siempre: un Takamachi protege a su familia ante todo.

Nanoha sonrió, dejando el rifle a un lado para lanzarse a sus brazos, abrazándolo con fuerza.

—Te amo, papá —susurró contra su pecho, su voz pequeña pero llena de una certeza absoluta.

Shiro la envolvió en sus brazos, apretándola con cuidado como si quisiera grabar este momento en su memoria.

—Y yo a ti, mi pequeña —respondió, su voz apenas un murmullo mientras el viento soplaba a su alrededor, llevándose las palabras hacia las montañas nevadas.

Nanoha despertó de golpe, su cuerpo incorporándose en la cama con un jadeo ahogado. El sudor le empapaba la frente, pegándole el cabello al rostro, y su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en la garganta. La oscuridad de la habitación la envolvió como un manto, el silencio roto solo por su respiración entrecortada. Por un momento, no supo dónde estaba; el eco de la risa de su padre, el peso del rifle en sus manos, la calidez de su abrazo aún se sentían reales, tangibles. Pero entonces la realidad la golpeó como un martillo: había sido un sueño, un recuerdo arrancado del pasado, y su padre estaba muerto.

Un sollozo escapó de su pecho, crudo y desgarrador, mientras sus manos subían a cubrirse la cara. Las lágrimas brotaron sin control, calientes contra sus palmas, y su cuerpo tembló mientras el peso de la pérdida la aplastaba. Shiro Takamachi se había ido. Lo había visto morir en la nieve, su sangre coagulándose bajo él, y nada —ni todo el poder de los Takamachi, ni la justicia que había buscado— podía traerlo de vuelta. Nadie podía devolverle al hombre que la había abrazado aquella mañana de invierno, que le había prometido un futuro con Raising Heart.

—Papá… —gimió entre sollozos, su voz rota mientras se doblaba sobre sí misma, las lágrimas empapando las sábanas.

A su lado, en la penumbra, Fate se despertó en silencio. No dijo nada; no había palabras que pudieran aliviar el dolor que consumía a su esposa. No sabía de la sangre que Nanoha llevaba en las manos, del disparo que había silenciado a Xinhji Zhào, del secreto que su esposa guardaba como una daga en el pecho. En lugar de preguntar, se incorporó con suavidad, sus ojos borgoña brillando en la oscuridad con una mezcla de tristeza y amor inquebrantable. Se acercó a Nanoha, deslizando sus brazos alrededor de ella con una ternura infinita, envolviéndola en un abrazo que era tanto refugio como ancla. Apoyó la barbilla contra la cabeza de Nanoha, dejando que sus sollozos llenaran el silencio, su presencia un recordatorio callado de que no estaba sola.

Nanoha se aferró a ella, sus manos temblando mientras se agarraban a la camiseta de Fate como si fuera lo único que la mantenía en pie. Enterró el rostro en su pecho, los sollozos sacudiendo su cuerpo mientras el recuerdo de su padre se mezclaba con el vacío que había dejado. No habló del asesinato, no dejó escapar la culpa que la carcomía en silencio. En su lugar, dejó que el dolor por la pérdida de Shiro la consumiera, un dolor puro y sin filtro que Fate podía entender sin necesidad de saberlo todo.

—Se fue… —susurró entre lágrimas, su voz apenas audible contra la tela—. Se fue y no vuelve…

Fate no respondió con palabras. Sus manos acariciaron la espalda de Nanoha con movimientos lentos y reconfortantes, sus dedos deslizándose por su cabello oscuro mientras la sostenía con firmeza. Cerró los ojos, dejando que sus propias lágrimas silenciosas cayeran, mojando el cabello de Nanoha mientras compartía su duelo en la oscuridad. No sabía del peso completo que Nanoha cargaba, pero podía sentir su sufrimiento, y eso era suficiente para quedarse allí, sosteniéndola hasta que el amanecer llegara.

Los sollozos de Nanoha se fueron apagando lentamente, reduciéndose a respiraciones temblorosas mientras el agotamiento la vencía. Fate no la soltó, manteniéndola cerca mientras el silencio volvía a llenar la habitación, pesado pero cargado de una conexión que ninguna palabra podía romper. Afuera, la nieve seguía cayendo sobre Sapporo, cubriendo el mundo en un blanco frío e implacable, pero dentro de esta habitación, en los brazos de Fate, Nanoha encontró un respiro momentáneo del abismo que la perseguía.

La luz del mediodía se filtraba a través de las cortinas del despacho de la Mansión Takamachi, proyectando sombras largas sobre una pila de documentos que crecía como una montaña incontrolable. Hayate Yagami estaba sentada detrás del escritorio, su cabello marrón castaño recogido en una coleta corta desordenada, sus ojos azules recorriendo páginas llenas de informes, contratos y solicitudes urgentes. Desde el entierro de Shiro, había asumido las labores de vice-regente con una determinación férrea, tratando de organizar el caos que Nanoha había dejado atrás. La regente no había pisado esta oficina en días, apenas hablaba con alguien, y el trabajo del clan se acumulaba como nieve en una tormenta. Si esto no avanzaba pronto, la montaña de quehaceres se volvería infinita, y Hayate lo sabía. Trabajaba lo más rápido que podía, clasificando documentos según su criterio, pero el peso de la responsabilidad empezaba a notarse en las ojeras bajo sus ojos.

Un golpe suave en la puerta la sacó de su concentración. Fate entró, su figura elegante envuelta en un suéter negro sencillo, su cabello rubio cayendo en mechones sueltos sobre sus hombros. Sus ojos dorados estaban apagados, cargados de una preocupación que no podía ocultar.

—Hayate —dijo, su voz suave pero tensa mientras cerraba la puerta tras de sí—. Necesito hablar contigo.

Hayate levantó la mirada de los papeles, dejando el bolígrafo sobre el escritorio con un suspiro.

—Claro, Fate-chan. ¿Qué pasa? —preguntó, aunque una parte de ella ya lo sospechaba.

Fate se acercó, sentándose en la silla frente al escritorio con un movimiento cansado. Cruzó las manos sobre su regazo, sus dedos inquietos mientras buscaba las palabras.

—Te lo digo, Hayate, Nanoha no está bien —comenzó, su tono firme pero cargado de angustia—. Entiendo el duelo, el dolor por su padre, pero sé que hay algo más. Algo pasó la noche en que enterraron a Shiro. Se fue con Signum y los demás, y no volvió hasta la madrugada. ¿Por qué se los llevó? No lo entiendo.

Hayate frunció el ceño, apoyando los codos en el escritorio mientras procesaba las palabras de Fate. Sabía que Nanoha había estado distante, pero no tenía detalles de esa noche. La regente apenas le dirigía la palabra, limitándose a respuestas cortas y mecánicas cuando se trataba del clan.

—Su padre murió, Fate-chan —respondió, su voz suave pero tentativa—. Tu suegro. Es normal que esté así… y espero que se recupere con el tiempo.

Fate se quedó mirando a Hayate por un momento, Hayate, por su parte, volvió a tomar un documento de la pila, hojeándolo con una mezcla de concentración y agotamiento, como si intentara encontrar respuestas en las líneas de tinta negra.

—ademas es normal, ¿sabes? —dijo Hayate tras un silencio, sin levantar la vista del papel—. Que Nanoha se llevara a Signum y compañía esa noche. Es la regente ahora. Vaya a donde vaya, va a tener seguridad siguiéndola como sombra.

Fate frunció el ceño, cruzándose de brazos mientras se inclinaba hacia adelante en la silla.

—Sí, pero no a todo un pelotón detrás de ella —replicó, su voz cargada de una frustración que no podía ocultar—. No era solo Signum, Hayate. Era Signum, Vita, Zafira… todo el equipo táctico. ¿Para qué necesitaba eso en plena madrugada después del entierro de su padre? No me lo trago.

Hayate dejó el documento sobre el escritorio con un movimiento lento, sus manos quedándose quietas mientras levantaba la mirada hacia Fate. Sus ojos azules reflejaban una mezcla de comprensión y cautela, como si supiera que pisar este terreno era delicado.

—No lo sé, Fate-chan —admitió finalmente, su tono más suave ahora—. Quizás necesitaba despejarse, o tal vez había algo que atender. Signum no me dijo nada, y no he querido presionarla. Todas estamos… ajustándonos, supongo.

Fate suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto de impotencia.

—Ajustándonos —repitió, casi con amargura—. Eso no explica por qué volvió como si hubiera visto un fantasma. Apenas me miró esa noche, Hayate. Se encerró en el baño, y cuando salió, estaba temblando. No me dijo nada, solo se metió en la cama y se quedó mirando la pared hasta que se durmió. Algo pasó, y no sé cómo llegar a ella.

Hayate tamborileó los dedos contra el escritorio, un hábito nervioso que delataba su propia inquietud. Sabía que Fate tenía razón; el comportamiento de Nanoha iba más allá del duelo normal. Pero sin información, sin que Nanoha se abriera, todo eran conjeturas.

—Nanoha no ha hablado contigo, ¿verdad?

Hayate negó con la cabeza, su mirada cayendo sobre los documentos por un momento antes de volver a Fate.

—No. Lo poco que hablamos sobre el trabajo lo responde con un 'sí', 'ajá', 'adelante', 'procede'. Su vocabulario está reducido a eso —admitió, un toque de frustración colándose en su voz.

Fate suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—¿Ves? Eso es a lo que me refiero. Necesita ayuda.

Hayate dejó el papel que tenía en la mano y finalmente miró a Fate a los ojos, su expresión suavizándose con una mezcla de empatía y cansancio.

—Lo sé… créeme que lo sé, Fate-chan —dijo, su tono más serio ahora—. Deja que vea si arreglo una consulta con un profesional.

Fate negó con la cabeza casi de inmediato, una sonrisa amarga curvando sus labios.

—Sabes que Nanoha no saldrá a ver a un psicólogo —respondió—. La conoces. Tiene que ser alguien de confianza, alguien del círculo cercano, o esto será en vano.

Hayate suspiró, reclinándose en la silla mientras se frotaba las sienes.

—Voy a hablar con mi hermana —dijo al fin, enderezando la postura—. Shamal tiene experiencia con estas cosas, y Nanoha confía en ella. Si alguien puede sacarle algo, es ella. Pero, Fate… tienes que prepararte para que no quiera hablar, ni siquiera con Shamal.

Fate asintió, aunque la tensión en su rostro no se suavizó.

—Lo sé —murmuró—. Pero tengo que intentarlo. No puedo seguir viéndola desmoronarse noche tras noche sin hacer nada.

Hayate le ofreció una sonrisa pequeña, un intento de aliento que no llegó del todo a sus ojos.

—Dame un día para arreglarlo —dijo—. Mientras tanto, intenta mantenerla tranquila. Si se hunde más, no sé cómo vamos a sacarla de esto… o al clan.

Fate se levantó de la silla, ajustándose el suéter con un movimiento automático.

—Muchas gracias, vice-regente —dijo, su tono cargado de una broma ligera.

Hayate le devolvió la sonrisa, inclinándose hacia adelante con un brillo juguetón en los ojos.

—Oh, no se preocupe, mi señora Fate —contraatacó, imitando un tono formal—. Lo que sea por la esposa de la regente.

Ambas rieron suavemente, un momento de alivio en medio de la tormenta que las rodeaba. Pero el silencio que siguió fue pesado, cargado de una preocupación compartida. Fate bajó la mirada, sus manos apretándose en su regazo.

—Enserio, gracias, Hayate —respondió, su voz baja pero sincera—. Sé que estás cargando con mucho tú también.

Hayate agitó una mano, restándole importancia, aunque el cansancio en su expresión era evidente.

—Es mi trabajo ahora —dijo simplemente—. Ve con ella. Yo me encargo de esto.

Fate inclinó la cabeza en un gesto de despedida y salió del despacho, cerrando la puerta con un clic suave. Hayate se quedó sola, mirando la pila de documentos frente a ella. Por un momento, dejó que su mirada se perdiera en el caos de papeles, preguntándose cuánto tiempo más podría sostener el clan ella sola mientras Nanoha se desvanecía en sus propios demonios.

Nanoha Takamachi estaba sentada en un sillón de cuero oscuro en el centro de la oficina de Shamal, sus manos descansando inertes sobre su regazo mientras sus ojos recorrían el espacio con una mezcla de apatía y recelo. La habitación era un refugio acogedor dentro de la vasta Mansión Takamachi, un contraste con los pasillos fríos y los salones imponentes que dominaban el resto del edificio. Las paredes estaban forradas de estanterías de madera que llegaban hasta el techo, repletas de libros de tapas duras y lomos desgastados: manuales de medicina, tratados de psicología, incluso algunos volúmenes de poesía que parecían fuera de lugar entre tanto rigor científico. Un escritorio de roble ocupaba una esquina, ordenado con precisión quirúrgica: una pila de carpetas, un portaplumas con un solo bolígrafo y una lámpara de luz cálida que proyectaba un resplandor suave sobre la superficie. Junto a la ventana, cortinas de lino beige dejaban pasar la luz grisácea del invierno, difuminada por la nieve que caía en copos lentos y silenciosos al otro lado del cristal. El aire olía a lavanda, probablemente de un difusor escondido en algún rincón, un toque que intentaba suavizar la atmósfera clínica.

El sillón crujía bajo el peso de Nanoha cada vez que ajustaba su postura, un sonido que resonaba en el silencio como un recordatorio incómodo de su presencia. Llevaba un suéter negro holgado que colgaba sobre sus hombros, los bordes deshilachados rozando sus muñecas, y unos jeans gastados que parecían más un intento de comodidad que una elección consciente. Su cabello oscuro estaba suelto, cayendo en mechones desordenados sobre su rostro, y las ojeras bajo sus ojos eran un mapa de noches sin descanso. No quería estar aquí. Fate la había convencido con esa mezcla de firmeza y súplica que siempre lograba atravesar sus defensas: "Solo escucha a Shamal, por favor. Una opinión profesional podría ayudarte. Hazlo por mí". Nanoha no creía que hablar con nadie, ni siquiera con alguien de confianza como Shamal, pudiera desenredar el nudo en su pecho o silenciar las pesadillas que la arrancaban del sueño. Pero no había tenido fuerzas para discutir con Fate, no cuando la vio al borde de las lágrimas esa mañana. Así que aquí estaba, esperando, aunque su mente ya había decidido que esto sería una pérdida de tiempo.

La puerta se abrió con un clic suave, y Shamal entró con pasos tranquilos, su figura menuda envuelta en una bata blanca que le daba un aire profesional pero no intimidante. Su cabello rubio estaba recogido en un moño pulcro, algunos mechones sueltos rozando su cuello, y sus ojos verdes brillaban con una calma serena que parecía inquebrantable, incluso ante la tensión palpable en la habitación. Llevaba una libreta en una mano y una taza de té humeante en la otra, el aroma a manzanilla elevándose en el aire como una ofrenda de paz. Se detuvo frente a Nanoha, ofreciéndole una sonrisa pequeña pero genuina antes de hablar.

—Nanoha-sama —dijo, su voz suave y modulada, como si midiera cada palabra para no romper el frágil equilibrio del momento—. Me alegra que hayas venido. ¿Cómo te sientes hoy?

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros apagados y bordeados por sombras profundas. No respondió de inmediato, sus labios apretándose en una línea fina mientras evaluaba a Shamal. Finalmente, habló, su voz ronca y cargada de escepticismo.

—No sabía que sabías de psicología —dijo, casi como un desafío, aunque sin fuerza real detrás de las palabras.

Shamal inclinó la cabeza ligeramente, dejando la taza de té sobre una mesita de madera junto al sillón antes de tomar asiento frente a Nanoha en una silla sencilla de respaldo recto. Cruzó las piernas con elegancia, apoyando la libreta en su regazo sin abrirla aún, y su sonrisa se amplió un poco, cálida pero profesional.

—A mí me apasiona todo lo relacionado con la medicina —respondió, su tono tranquilo pero entusiasta, como si compartiera un secreto pequeño—. No solo los cuerpos, sino las mentes. Estudié psicología clínica hace años, después de terminar mi formación médica. Me gusta entender cómo las personas sanan, dentro y fuera. Es todo parte del mismo rompecabezas, ¿sabes?

Nanoha frunció el ceño, procesando la respuesta. No esperaba ese nivel de dedicación en Shamal, siempre la había visto como la sanadora del clan, alguien que curaba heridas físicas, no las invisibles. Pero no dijo nada más, limitándose a encoger los hombros en un gesto vago.

—Supongo que tiene sentido —murmuró, su voz plana mientras desviaba la mirada hacia la ventana.

Shamal asintió, acomodándose en la silla con una postura relajada que invitaba a la comodidad sin exigir nada. Tomó la taza de té entre sus manos por un momento, como si quisiera absorber su calor, antes de dejarla de nuevo en la mesita.

—No hay prisa aquí, Nanoha-sama —dijo, su tono ligero pero firme—. Podemos hablar de lo que quieras, o no hablar si prefieres. ¿Cómo fue tu mañana?

Nanoha parpadeó, desconcertada por la pregunta tan cotidiana. Miró la taza de té, el vapor elevándose en volutas lentas que se disipaban en el aire, y luego volvió a Shamal, buscando algún indicio de trampa en su expresión serena. No encontró nada, solo esa calma que parecía enraizada en ella.

—Normal —respondió tras un silencio, su voz carente de emoción—. Me desperté. Fate me hizo desayunar. Vine aquí. Eso es todo.

Shamal sonrió, un gesto pequeño pero cálido que no buscaba forzar ninguna reacción.

—Suena como un comienzo sólido —comentó, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Fate siempre ha sido buena cuidando de los demás, ¿verdad? ¿Qué desayunaste hoy?

Nanoha frunció el ceño de nuevo, la trivialidad de la charla chocando contra el torbellino en su mente. Por un momento, pareció que no iba a responder, sus dedos tamborileando inquietos contra su pierna. Pero finalmente habló, aunque su tono seguía siendo apagado.

—Pan tostado. Té. Nada especial —dijo, encogiéndose de hombros como si quisiera quitarse la pregunta de encima.

—Es un buen comienzo para el día —respondió Shamal, asintiendo como si la respuesta fuera digna de nota—. A mí me gusta el té con un poco de miel por las mañanas. Me ayuda a despejar la mente antes de empezar con todo esto —hizo un gesto vago hacia la libreta y los libros a su alrededor—. ¿Tú lo tomas solo, o le pones algo?

—Solo —respondió Nanoha, su mirada cayendo al suelo por un instante—. No le presto mucha atención al sabor.

Shamal inclinó la cabeza, observándola con una atención sutil pero no invasiva. Tomó la libreta y anotó algo breve, un garabato rápido que apenas duró un segundo antes de dejar el lápiz a un lado.

—Está bien —dijo, su tono manteniéndose ligero—. No todos somos de fijarnos en los detalles pequeños. A veces, solo pasamos por el día como podemos, ¿no es así? ¿Cómo han sido tus días últimamente?

Nanoha se tensó visiblemente, sus manos apretándose en su regazo hasta que los nudillos se blanquearon. Sus ojos se desviaron hacia la ventana otra vez, siguiendo el movimiento lento de los copos de nieve contra el cristal. La pregunta era un paso más cerca de lo que no quería tocar, y su cuerpo lo sabía antes que su mente.

—No muy buenos —admitió tras un silencio largo, su voz apenas audible—. No duermo bien. Me despierto mucho. Eso es todo.

Shamal asintió, su expresión suavizándose con una empatía que no forzaba nada.

—Entiendo —dijo con cuidado—. Perder el sueño puede hacer que todo se sienta más pesado, más difícil de llevar. ¿Hay algo que te despierte? ¿Pesadillas, pensamientos que no te dejan descansar?

Nanoha respiró hondo, sus dedos temblando ligeramente antes de entrelazarlos con fuerza para detener el movimiento. Las imágenes estaban ahí, siempre al borde de su conciencia: su padre en la nieve, la sangre coagulándose bajo él, el eco del disparo que había atravesado la cabeza de Xinhji Zhào. Pero no podía decirlo. No a Shamal, no a nadie. Apretó los labios, optando por una verdad parcial que no revelara demasiado.

—Recuerdos —murmuró, su voz tensa—. De mi papá.

Shamal inclinó la cabeza, su mirada fija en Nanoha pero sin presionarla, dejando que el silencio se extendiera como una invitación abierta.

—Es natural que él esté en tus pensamientos —dijo tras un momento, su tono suave y medido—. Shiro-sama era una presencia enorme en tu vida, en la de todos nosotros. ¿Hay algún recuerdo en particular que venga mucho?

Nanoha se quedó callada, sus ojos fijos en el suelo mientras su respiración se volvía más rápida, más superficial. El recuerdo de aquella mañana con el rifle estaba ahí, claro como el cristal: su risa infantil, la voz de su padre diciéndole que un Takamachi protege a su familia. Pero detrás de eso estaba la culpa, el peso aplastante de lo que había hecho con Raising Heart esa noche en el almacén. Sus manos temblaron más fuerte, y un nudo se formó en su garganta, cortando cualquier palabra que pudiera haber intentado decir. De pronto, el aire en la habitación se sintió demasiado denso, demasiado cerrado.

Se puso de pie abruptamente, el sillón crujiendo bajo el movimiento repentino. Sus ojos evitaron a Shamal, fijos en la puerta como si fuera su única salida.

—Tengo que irme —dijo, su voz cortante y temblorosa, un filo que cortó el silencio.

Shamal no se movió, manteniendo su postura tranquila en la silla aunque sus ojos siguieron a Nanoha con una mezcla de comprensión y paciencia. No había sorpresa en su expresión, solo una aceptación serena de que esto era parte del proceso.

—Está bien, Nanoha-sama —respondió, su tono tan calmado como siempre—. Esto va a tu ritmo. Si quieres volver, aquí estaré. La puerta está abierta cuando lo necesites.

Nanoha no respondió. Caminó hacia la puerta con pasos rápidos, casi torpes, sus manos apretadas a los lados como si intentara contener algo que amenazaba con desbordarse. Abrió la puerta con un movimiento brusco y salió, dejando que se cerrara tras ella con un golpe sordo. El silencio volvió a la oficina, pesado y expectante.

Shamal suspiró suavemente, tomando la libreta para escribir una nota más larga esta vez: "Primera sesión. Nanoha reticente, muestra signos de insomnio severo y posible trauma no verbalizado. Bloqueo evidente al mencionar a Shiro. Necesita tiempo y confianza para avanzar. Sugiero sesiones regulares, enfoque gradual." Cerró la libreta con un movimiento lento y miró la taza de té intacta sobre la mesita, el vapor ya disipándose en el aire. Sabía que esto sería un camino largo, que Nanoha no se abriría fácilmente. Pero también sabía que las grietas estaban ahí, y con paciencia, podrían empezar a ceder.

Fate esperaba afuera en el pasillo, apoyada contra la pared con los brazos cruzados y una pierna doblada contra la pared de madera. Su cabello rubio caía en mechones sueltos sobre sus hombros, y sus ojos dorados estaban fijos en la puerta de la oficina, esperando cualquier señal. Cuando escuchó el golpe de la puerta al cerrarse y vio a Nanoha salir, se enderezó de inmediato, su expresión llenándose de una mezcla de esperanza y ansiedad.

—¿Cómo fue? —preguntó, su voz suave pero cargada de preocupación mientras se acercaba a ella.

Nanoha se detuvo, mirándola por un segundo antes de apartar la vista hacia el suelo. Su rostro estaba pálido, sus labios apretados en una línea tensa.

—Bien —murmuró, su tono vacío y mecánico—. Hablamos un poco. Nada más.

Fate frunció el ceño, sus manos moviéndose instintivamente hacia las de Nanoha, pero se detuvo a medio camino al ver la rigidez en los hombros de su esposa. No insistió, aunque el impulso de abrazarla, de arrancarle lo que fuera que la estaba consumiendo, era casi abrumador.

—Está bien —dijo finalmente, forzando una calma que no sentía—. Vamos a casa, entonces.

Nanoha dejó que Fate tomara su mano, sus dedos fríos y laxos en el agarre cálido de su esposa. Caminaron juntas por el pasillo en silencio, el eco de sus pasos resonando contra las paredes de madera pulida. Fate lanzaba miradas discretas a Nanoha, buscando alguna pista, algún indicio de lo que había pasado en esa oficina. Pero Nanoha mantenía la cabeza baja, su rostro una máscara que escondía el torbellino dentro de ella: el amor por su padre, la culpa por lo que había hecho, el miedo a que alguien descubriera la verdad. Shamal había abierto una puerta pequeña, pero Nanoha la había cerrado de golpe, y por ahora, eso era todo lo que estaba dispuesta a dar.

El reloj en la pared de la oficina de Shamal marcaba las tres de la tarde, un día después de la primera sesión de Nanoha. La luz del dia seguía siendo gris y difusa, colándose a través de las cortinas de lino beige y proyectando sombras suaves sobre las estanterías llenas de libros. El aroma a lavanda persistía en el aire, mezclado ahora con un leve toque de manzanilla del té que Shamal había preparado de nuevo. La habitación estaba igual que ayer: el escritorio ordenado, la lámpara encendida, la mesita junto al sillón con una taza humeante esperando a Nanoha. Pero la atmósfera se sentía más pesada, cargada con el peso de lo no dicho.

Nanoha Takamachi estaba sentada en el mismo sillón de cuero oscuro, su postura rígida como si el mueble fuera una trampa que no sabía cómo evitar. Llevaba una chaqueta gris desgastada sobre una camiseta negra, las mangas cubriendo parcialmente sus manos, y sus jeans estaban arrugados, como si no se hubiera molestado en cambiarse desde el día anterior. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su rostro, más despeinado que ayer, y las ojeras bajo sus ojos se habían profundizado, un testimonio silencioso de otra noche sin descanso. Sus manos estaban entrelazadas en su regazo, los dedos apretados con tanta fuerza que las articulaciones se veían blancas. No quería estar aquí otra vez, pero Fate había insistido de nuevo esa mañana, su voz temblando al borde del llanto mientras le decía: "Por favor, Nanoha, solo inténtalo una vez más". Nanoha había cedido, no por fe en el proceso, sino por el miedo a romper el corazón de su esposa con otra negativa.

La puerta se abrió con el mismo clic suave de siempre, y Shamal entró con pasos tranquilos, su bata blanca impecable sobre un suéter azul claro. Su cabello rubio seguía recogido en un moño pulcro, y sus ojos verdes brillaban con esa calma profesional que parecía ser su armadura. Llevaba la misma libreta en una mano y otra taza de té en la otra, ofreciendo una sonrisa pequeña pero respetuosa al ver a Nanoha.

—Nanoha-sama —dijo, su voz suave —. Gracias por volver. ¿Cómo estás hoy?

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros nublados por el agotamiento y algo más profundo, algo que se retorcía en su interior. Su mandíbula se tensó por un momento antes de responder, su voz ronca y apagada.

—No lo sé —murmuró, encogiéndose de hombros—. Cansada, supongo.

Shamal asintió, dejando la taza de té sobre la mesita con un movimiento cuidadoso antes de sentarse frente a Nanoha en la silla de respaldo recto. Cruzó las piernas con la misma elegancia de ayer, apoyando la libreta en su regazo sin abrirla aún. Su postura era relajada pero profesional, un equilibrio delicado entre la familiaridad de ser parte del clan y el respeto debido a su regente.

—Es comprensible —respondió Shamal, su tono tranquilo y sin juicio—. El cansancio puede acumularse, especialmente después de días difíciles. ¿Dormiste algo anoche?

Nanoha negó con la cabeza lentamente, sus ojos desviándose hacia la ventana. La nieve seguía cayendo afuera, un telón blanco que parecía aislar la mansión del resto del mundo.

—No mucho —admitió, su voz apenas audible—. Me despierto. Todo el tiempo

Shamal inclinó la cabeza, observándola con una atención clínica que no rompía su calma. Tomó la libreta y la abrió, hojeando hasta la página de ayer antes de posar el lápiz sobre el papel, lista para anotar.

—¿Siguen siendo los recuerdos los que te despiertan? —preguntó, manteniendo la pregunta abierta, sin presionar—. ¿O hay algo más que te saque del sueño?

Nanoha respiró hondo, sus manos temblando ligeramente antes de apretarlas más fuerte. Los recuerdos estaban ahí, siempre: la risa de su padre, el rifle en sus manos de niña, la nieve manchada de sangre. Pero también estaba el disparo, el rostro de Xinhji Zhào desplomándose sin vida, la culpa que la asfixiaba cada vez que miraba a Fate. Tenía miedo de hablar, miedo de que las palabras salieran y lo cambiaran todo. ¿Qué haría Fate si supiera que había matado al asesino de su padre? ¿La miraría con horror, con decepción? ¿Seguiría abrazándola en la oscuridad como lo hacía ahora? El pensamiento la paralizaba, y su garganta se cerró alrededor de las palabras que querían escapar.

—Recuerdos —dijo finalmente, aferrándose a la misma verdad parcial de ayer—. De mi papá. Eso es todo.

Shamal asintió, su lápiz moviéndose brevemente sobre la libreta mientras anotaba algo. No levantó la vista, dejando que Nanoha tuviera un momento para respirar.

—Esos recuerdos pueden ser pesados —dijo, su tono suave pero con un matiz clínico—. Cuando alguien tan importante como Shiro-sama se va, el cerebro a veces se aferra a él de maneras que no podemos controlar. ¿Hay algo en esos recuerdos que te reconforte, o solo te duelen?

Nanoha se quedó callada, sus ojos fijos en la taza de té mientras el vapor se elevaba en volutas cada vez más débiles. Por un momento, pareció que iba a hablar; sus labios se abrieron ligeramente, y un destello de algo —dolor, nostalgia, culpa— cruzó su rostro. Recordó la voz de su padre diciéndole que protegiera a la familia, y por un instante, quiso soltarlo todo: cómo había intentado cumplir esa promesa, cómo había apretado el gatillo para vengarlo, cómo ahora no sabía si eso la hacía digna de su amor o un monstruo. Pero el miedo la detuvo, una garra fría que apretó su pecho y le robó el aire.

—No sé —murmuró, su voz temblando mientras bajaba la mirada al suelo—. Solo… están ahí. Y duelen.

Shamal observó el cambio en su postura, la forma en que sus hombros se hundieron y sus manos temblaron antes de volver a entrelazarse con fuerza. Anotó algo más en la libreta, su escritura precisa reflejando su formación médica: "Segunda sesión. Persiste insomnio crónico, probable trastorno de estrés postraumático (TEPT) no confirmado. Evidencia de hipervigilancia y supresión emocional al abordar recuerdos de Shiro-sama. Posible disociación leve. Continúa reticente, pero muestra intentos mínimos de verbalizar. Enfoque terapéutico: mantener rapport, evitar confrontación directa." Cerró la libreta por un momento, dejando el lápiz a un lado para inclinarse ligeramente hacia Nanoha.

—Está bien no saberlo todo ahora, Nanoha-sama —dijo, su voz cargada de empatía pero manteniendo ese respeto sutil hacia su regente—. El duelo no es lineal, y el sueño perdido no ayuda. ¿Has intentado algo para descansar? ¿Té, alguna rutina antes de dormir?

Nanoha negó con la cabeza otra vez, sus dedos tamborileando inquietos contra su pierna.

—Fate me hace té a veces —respondió, su tono apagado—. No funciona. Me despierto igual.

Shamal asintió, tomando la taza entre sus manos por un momento como si quisiera medir su calor antes de devolverla a la mesita.

—El té puede calmar los nervios, pero no siempre toca lo que está debajo —comentó, su tono profesional pero accesible—. Podríamos probar algo más, si quieres. Hay técnicas de relajación, o incluso medicación leve para el insomnio, si te sientes cómoda con eso. Nada invasivo, solo algo para darte un respiro.

Nanoha frunció el ceño, su mirada volviendo a Shamal por un instante antes de desviarse de nuevo. La idea de medicarse la inquietaba; no quería perder el control, no cuando ya sentía que su mente era un campo de batalla. Pero antes de que pudiera responder, el peso de la conversación —los recuerdos, el miedo, la culpa— se volvió demasiado. Sus manos temblaron más fuerte, y un nudo se formó en su garganta, cortando cualquier intento de seguir hablando. Se puso de pie de golpe, el sillón crujiendo bajo el movimiento brusco.

—Tengo que irme —dijo, su voz cortante y temblorosa, un eco de la sesión anterior.

Shamal no se inmutó, manteniendo su postura serena aunque sus ojos siguieron a Nanoha con atención clínica. Sabía que esto era parte del proceso, que la regente del clan Takamachi no cedería fácilmente, no con la fortaleza que la definía ni con las sombras que la perseguían.

—Como quieras, Nanoha-sama —respondió, su tono tranquilo y respetuoso—. Esto es a tu ritmo. Estaré aquí cuando decidas volver.

Nanoha no dijo nada más. Caminó hacia la puerta con pasos rápidos, sus manos apretadas a los lados como si intentara contener el torbellino dentro de ella. Abrió la puerta con un movimiento brusco y salió, dejándola cerrarse tras ella con un golpe sordo que resonó en la oficina.

Shamal suspiró, tomando la libreta para añadir una nota final: "Paciente muestra signos de angustia somática (temblores, hiperventilación leve) al aproximarse a temas emocionales profundos. Posible carga traumática no expresada, potencialmente relacionada con evento reciente no divulgado. Continúa bloqueo afectivo. Recomiendo mantener sesiones regulares, explorar técnicas cognitivo-conductuales a largo plazo una vez se establezca confianza." Cerró la libreta y miró la taza de té intacta, el líquido ya enfriándose en la mesita. Sabía que Nanoha estaba al borde de algo, pero como médica y como miembro del clan, respetaría su tiempo, incluso si eso significaba esperar muchas sesiones más.

Fate estaba en el pasillo, como ayer, apoyada contra la pared con los brazos cruzados y una expresión de preocupación que no podía disimular. Había pasado la mañana observando a Nanoha en silencio, notando cómo apenas tocaba el desayuno, cómo sus ojos se perdían en la nada mientras el té se enfriaba en su taza. La noche anterior había sido igual: Nanoha despertando entre sollozos, murmurando sobre su padre, y Fate abrazándola sin saber cómo llegar más profundo. Cuando vio a Nanoha salir de la oficina, se acercó de inmediato, sus ojos dorados buscando los de su esposa.

—¿Cómo fue hoy? —preguntó, su voz suave pero cargada de una esperanza frágil.

Nanoha se detuvo, mirándola por un segundo antes de bajar la vista al suelo. Su rostro estaba pálido, sus labios temblando ligeramente antes de apretarse en una línea tensa.

—Igual —murmuró, su tono vacío—. Hablamos un poco. No mucho.

Fate frunció el ceño, su corazón apretándose al ver el estado de Nanoha. Quería preguntar más, quería saber por qué su esposa seguía encerrándose, por qué no podía compartir lo que la estaba destrozando. Pero el miedo en los ojos de Nanoha, aunque apenas visible, la detuvo. En lugar de presionar, extendió una mano y tomó la de Nanoha con suavidad, sintiendo el frío en sus dedos.

—Vamos a casa, entonces —dijo, forzando una calma que no sentía—. Podemos descansar un rato.

Nanoha dejó que Fate la guiara, sus pasos lentos y mecánicos mientras caminaban por el pasillo. No dijo nada, pero en su mente, el miedo seguía creciendo: miedo a que Fate descubriera lo que había hecho, miedo a que la verdad sobre Xinhji rompiera el único refugio que le quedaba. Por ahora, seguiría callando, incluso si eso significaba hundirse más en la oscuridad que la perseguía.

Eran apenas dos días después de la primera visita de Nanoha a la oficina de Shamal. La luz seguía siendo un velo grisáceo que se filtraba a través de las cortinas de lino, bañando la habitación en una penumbra fría que parecía reflejar el estado interno de la regente del clan Takamachi. Las estanterías repletas de libros, el escritorio ordenado, la lámpara de luz cálida y el difusor de lavanda seguían en su lugar, pero hoy había un cambio sutil: Shamal había añadido una bandeja con una tetera y dos tazas sobre la mesita junto al sillón, un gesto más activo para romper la barrera entre ella y Nanoha. El aroma a manzanilla llenaba el aire, más fuerte que los días anteriores, como si intentara calmar la tormenta que ambas sabían que estaba por llegar.

Nanoha estaba sentada en el sillón de cuero oscuro, sus piernas cruzadas con rigidez y sus manos apretadas en puños sobre su regazo. Llevaba una sudadera negra con el capuchón bajado, el emblema Takamachi apenas visible en el pecho, y unos jeans que parecían los mismos de ayer, arrugados y polvorientos. Su cabello oscuro estaba más desordenado que nunca, cayendo en mechones desiguales que ocultaban parcialmente sus ojos, y las ojeras bajo ellos eran casi negras, un grito silencioso de noches sin descanso. Había venido porque Fate la había mirado esa mañana con esos ojos dorados llenos de súplica, su voz temblando al decir: "Una vez más, Nanoha, por favor". Pero cada paso hacia esta oficina se sentía como una marcha hacia un precipicio, y la paciencia de Nanoha se estaba agotando.

Shamal entró con pasos tranquilos pero decididos, su bata blanca impecable sobre un suéter verde oscuro. Su cabello rubio seguía en su moño pulcro, y sus ojos verdes brillaban con esa calma profesional que la definía, aunque hoy había un matiz más activo en su postura. Llevaba la libreta en una mano, pero en lugar de sentarse de inmediato, se acercó a la mesita y sirvió té en las dos tazas con movimientos deliberados, el sonido del líquido cayendo rompiendo el silencio.

—Nanoha-sama —dijo, su voz suave pero con un toque de calidez intencional, reconociendo el estatus de Nanoha como regente—. Gracias por venir otra vez. Pensé que hoy podríamos compartir un té juntas. ¿Te parece bien?

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros entrecerrándose con una mezcla de cansancio y desconfianza. Observó a Shamal servir el té, el vapor elevándose en volutas lentas, y frunció el ceño.

—No tengo sed —murmuró, su voz ronca y cortante, un filo que delataba su creciente irritación.

Shamal no se inmutó, terminando de servir antes de tomar una taza para sí misma y sentarse frente a Nanoha en la silla de respaldo recto. Cruzó las piernas con elegancia, apoyando la libreta en su regazo, y dio un sorbo pequeño al té antes de hablar.

—Está bien, no tienes que tomarlo —respondió, su tono tranquilo pero con un matiz más interactivo—. Lo dejé ahí por si cambias de opinión. A veces, tener algo cálido en las manos ayuda a sentirnos un poco más presentes. ¿Cómo fue tu noche?

Nanoha respiró hondo, sus puños apretándose más mientras sus ojos se desviaban hacia la ventana. La pregunta era simple, pero se sentía como una aguja pinchando una herida abierta. No había dormido más de una hora seguida, despertando con el eco de disparos y la imagen de su padre en la nieve. El miedo a que Fate descubriera lo que había hecho la mantenía en un borde constante, y esta rutina de venir aquí, de sentarse y fingir, estaba empezando a romperla.

—Mal —dijo finalmente, su voz tensa—. Como siempre. No duermo. Me despierto. Fin.

Shamal asintió, abriendo la libreta y anotando algo breve con su lápiz, su escritura precisa reflejando su enfoque médico. Luego dejó el lápiz a un lado y se inclinó ligeramente hacia adelante, buscando los ojos de Nanoha con una mirada más directa pero aún respetuosa.

—Esa falta de sueño suena agotadora, Nanoha-sama —dijo, su tono profesional pero con una calidez calculada—. Quiero intentar algo hoy, si me permites. Vamos a respirar juntas un momento. Solo cinco respiraciones profundas, para bajar un poco esa tensión que llevas. ¿Te animas?

Nanoha frunció el ceño, su mirada volviendo a Shamal con una chispa de incredulidad.

—¿Respirar? —repitió, su voz subiendo un poco, cargada de sarcasmo—. ¿En serio? ¿Crees que eso va a arreglar algo?

Shamal mantuvo su calma, su expresión serena aunque sus ojos mostraron un destello de comprensión ante la resistencia de Nanoha.

—No se trata de arreglar, regente —respondió, usando el título con un respeto sutil—. Se trata de darte un segundo para estar aquí, en este momento. A veces, el cuerpo necesita un respiro antes que la mente pueda seguir. Solo cinco respiraciones. Si no te gusta, paramos.

Nanoha apretó los labios, sus manos temblando ligeramente mientras luchaba contra el impulso de levantarse y salir. Pero algo en la voz de Shamal, en su paciencia imperturbable, la mantuvo en el sillón, aunque su irritación crecía como una ola.

—Bien —espetó, su tono cortante—. Hazlo.

Shamal asintió, enderezando la postura y levantando una mano con suavidad, como guía.

—Inhala por la nariz, cuenta hasta cuatro —dijo, demostrándolo mientras inhalaba lentamente—. Uno, dos, tres, cuatro. Ahora exhala por la boca, igual de lento. Uno, dos, tres, cuatro.

Nanoha la imitó a regañadientes, inhalando con un resoplido audible y exhalando con una tensión que no se disipaba. Repitieron el proceso tres veces, y aunque su respiración se estabilizó un poco, sus ojos brillaban con una furia contenida que Shamal no pasó por alto.

—¿Y? —preguntó Nanoha tras la tercera respiración, su voz temblando con una mezcla de agotamiento y rabia—. ¿Se supone que esto me haga sentir mejor? Porque no funciona.

Shamal bajó la mano, observándola con atención clínica pero dejando espacio para que Nanoha hablara.

—No tiene que funcionar de inmediato, Nanoha-sama —respondió, su tono tranquilo pero firme—. Es un paso pequeño. Pero noto que estás cargando mucho. ¿Quieres decirme qué sientes ahora mismo?

Esa pregunta fue la chispa. Nanoha se inclinó hacia adelante de golpe, sus puños golpeando los brazos del sillón mientras su voz estallaba en una explosión de cólera.

—¿Qué siento? —gritó, su tono rompiéndose con una furia cruda—. ¡Siento que esto es estúpido! ¡Todo esto es estúpido! ¿Respirar? ¿Hablar? ¿De qué sirve? ¡Mi papá está muerto, Shamal! ¡Muerto! Y yo… yo… —Su voz se quebró, las palabras atrapadas en su garganta mientras las lágrimas brotaban sin control.

Shamal no se movió, dejando que la tormenta saliera. Sus ojos verdes seguían fijos en Nanoha, su postura inmóvil pero abierta, dándole el espacio para explotar sin interrumpirla. Sabía que este era un avance, aunque fuera caótico.

Nanoha se puso de pie, tambaleándose ligeramente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Golpeó el aire con un puño, su voz subiendo y bajando entre gritos y sollozos.

—¡No lo entiendo! ¡No entiendo por qué sigo aquí, haciendo esto! ¡No va a volver! ¡Haga lo que haga, no va a volver! —Su cuerpo tembló, y cayó de rodillas frente al sillón, sus manos cubriendo su rostro mientras los sollozos la sacudían—. No puedo… no puedo seguir así…

Las palabras eran un torrente, un desahogo de días de insomnio, duelo y culpa que no llegaba a nombrar. No habló de Xinhji, no dejó escapar el secreto que la carcomía. La rabia y el llanto eran por su padre, por la pérdida que no podía sanar, pero el peso del asesinato seguía enterrado, un veneno que no se atrevía a soltar.

Shamal esperó, dejando que el estallido se agotara. Cuando los gritos de Nanoha se redujeron a sollozos entrecortados, se levantó de la silla con movimientos lentos y se arrodilló a su lado, manteniendo una distancia respetuosa pero cercana. No la tocó, sabiendo que la regente necesitaba espacio después de semejante ruptura.

—Está bien dejarlo salir, Nanoha-sama —dijo, su voz baja y firme, cargada de empatía clínica—. No tienes que entenderlo todo ahora. Esto es parte de ti, y está bien que duela.

Nanoha no respondió. Sus manos seguían cubriendo su rostro, sus hombros temblando mientras los sollozos se volvían más silenciosos, más agotados. Se quedó allí, de rodillas, el té enfriándose en la mesita y la libreta de Shamal abierta sobre la silla. El silencio volvió, pesado y cargado de lo que aún no se había dicho.

Finalmente, Nanoha bajó las manos, sus ojos rojos y vidriosos fijos en el suelo. No miró a Shamal, no dijo nada más. Se puso de pie con dificultad, tambaleándose como si el peso de su propio cuerpo fuera demasiado, y caminó hacia la puerta con pasos lentos. Shamal no la detuvo, observándola en silencio mientras abría la puerta y salía, dejándola cerrarse tras ella con un golpe suave.

Shamal suspiró, recogiendo la libreta y escribiendo una nota detallada: "Tercera sesión. Episodio de catarsis emocional intensa: cólera seguida de llanto descontrolado. Signos de duelo complicado, posible TEPT con componente de culpa no verbalizada (hipótesis: evento traumático reciente). Hiperarousal evidente (irritabilidad, temblores), colapso físico post-estallido. Avance: expresó dolor por pérdida de Shiro-sama, pero sigue bloqueando detalles específicos. Recomiendo continuar sesiones, introducir contención emocional y explorar narrativa traumática cuando confianza lo permita." Cerró la libreta y miró las tazas intactas, sabiendo que este había sido un paso, aunque Nanoha aún guardara su secreto más oscuro.

Fate estaba en el pasillo, como siempre, apoyada contra la pared con los brazos cruzados. Había pasado la mañana observando a Nanoha en silencio, notando cómo apenas hablaba, cómo sus manos temblaban al sostener una taza de café que no bebió. Cuando escuchó el golpe de la puerta y vio a Nanoha salir, se acercó de inmediato, sus ojos dorados abriéndose con alarma al ver el estado de su esposa: rostro empapado en lágrimas, ojos rojos, respiración irregular.

—Nanoha —dijo, su voz temblando mientras tomaba sus manos con urgencia—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Nanoha levantó la mirada hacia ella por un instante, sus ojos vidriosos encontrando los de Fate antes de desviarse al suelo. No dijo nada al principio, su respiración entrecortada mientras intentaba calmarse.

El siguiente dia amaneció más frío que los días anteriores, el cielo sobre Sapporo cubierto de nubes densas que bloqueaban cualquier atisbo de sol. La oficina de Shamal seguía siendo un refugio cálido dentro de la Mansión Takamachi, con las estanterías de libros, el escritorio ordenado y la lámpara proyectando su luz suave sobre la madera. La bandeja con la tetera y las tazas estaba de nuevo sobre la mesita, el aroma a manzanilla llenando el aire como un intento constante de calmar lo que no podía ser calmado fácilmente. La nieve golpeaba la ventana con un tamborileo suave, un ruido blanco que contrastaba con la tormenta que rugía dentro de Nanoha.

Ella estaba sentada en el sillón de cuero oscuro, pero hoy su postura era diferente: encorvada, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriendo su rostro como si intentara esconderse del mundo. Llevaba la misma sudadera negra del día anterior, el capuchón subido sobre su cabeza, y sus jeans estaban manchados con polvo grisáceo, como si hubiera pasado la noche vagando por la mansión sin rumbo. Su cabello oscuro escapaba del capuchón en mechones desordenados, y las ojeras bajo sus ojos eran tan profundas que parecían talladas en su piel. La noche había sido un infierno: pesadillas de sangre y disparos, el rostro de Xinhji Zhào mirándola desde la oscuridad, el eco de su propia voz gritando en el almacén. Se había despertado gritando, sudorosa, y Fate la había abrazado en silencio, pero el peso de esa mala noche la había seguido hasta aquí, una angustia que la consumía.

Shamal entró con pasos tranquilos, su bata blanca impecable sobre un suéter gris claro. Su cabello rubio seguía en su moño pulcro, y sus ojos verdes brillaban con esa calma profesional que nunca parecía flaquear. Llevaba la libreta en una mano y se detuvo un momento para servir té en las dos tazas, el sonido del líquido cayendo rompiendo el silencio opresivo. Miró a Nanoha con atención, notando su postura derrotada, y su voz salió suave pero firme, cargada de respeto hacia la regente.

—Nanoha-sama —dijo, dejando una taza frente a ella antes de sentarse en la silla de respaldo recto—. Veo que hoy está siendo duro para ti. ¿Quieres contarme cómo te sientes?

Nanoha no levantó la mirada, sus manos temblando ligeramente mientras las bajaba de su rostro para entrelazarlas en su regazo. Su respiración era irregular, y su voz salió ronca, casi rota.

—Angustiada —murmuró, las palabras pesando como piedras—. No dormí. Otra vez. Todo… todo me pesa.

Shamal asintió, abriendo la libreta y anotando algo breve con su lápiz antes de posarla en su regazo. Tomó su taza de té y dio un sorbo pequeño, usando el gesto para darle a Nanoha un momento para respirar.

—El insomnio puede ser un enemigo cruel, Nanoha-sama —dijo, su tono profesional pero empático—. Cuando el cuerpo no descansa, la mente se vuelve un campo de batalla. ¿Qué viste anoche que te dejó así?

Nanoha apretó los labios, sus ojos fijos en la taza de té frente a ella mientras el vapor se elevaba en volutas débiles. Las imágenes estaban ahí, vívidas y crudas: el almacén, los cuerpos cayendo, el disparo que había silenciado a Xinhji. Quería hablar, quería soltarlo, pero el miedo la frenaba. ¿Y si Shamal se lo decía a Fate? ¿Y si el clan la veía como un monstruo? Dudó, su cuerpo traicionándola: sus hombros se tensaron, sus manos temblaron más fuerte, y un tic nervioso agitó su pierna izquierda.

Shamal lo notó todo, su mirada clínica captando cada señal. Dejó la taza a un lado y se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz bajando a un tono más íntimo pero aún respetuoso.

—Nanoha-sama, lo que pasa aquí queda entre nosotras —dijo, su tono firme y seguro—. Como médica del clan, estoy bajo un deber de confidencialidad. Esto es entre paciente y doctora. Nadie, ni Fate, ni Hayate, ni el clan, sabrá lo que me digas a menos que tú lo permitas. Puedes confiar en mí.

Nanoha levantó la mirada hacia ella por primera vez, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de angustia y duda. Sus labios temblaron, y por un momento pareció que iba a hablar, pero el silencio se extendió, pesado y cargado. Shamal esperó, inmóvil, dándole el espacio para decidir. Finalmente, Nanoha respiró hondo, su voz temblando mientras las palabras empezaban a salir, lentas y vacilantes al principio.

—Esa noche… después del entierro de mi papá… —comenzó, sus manos apretándose hasta que los nudillos se blanquearon—. Fui por Crystela. Sabía que ella estaba detrás de todo, que había traicionado a mi familia. La encontramos… irrumpimos en dos lugares. Primero un escondite, luego el almacén donde estaba él.

Shamal asintió, su expresión neutra pero atenta, dejando que Nanoha continuara sin interrumpirla.

—Matamos a mucha gente esa noche —siguió Nanoha, su voz quebrándose mientras las lágrimas brotaban en sus ojos—. No lo hice todo yo… Signum, Vita, Zafira… ellos hicieron la mayor parte. Pero yo di las órdenes. Yo los llevé ahí. Y cuando encontramos a Xinhji Zhào… el hombre que mató a mi papá… lo miré a los ojos y… —Se detuvo, un sollozo escapando de su garganta mientras las lágrimas caían por sus mejillas—. Lo maté, Shamal. Le disparé en la cabeza con Raising Heart. Lo vi morir, y no sentí nada… hasta después.

Shamal tomó la libreta y anotó algo rápido, su escritura precisa reflejando su análisis clínico, pero no apartó la mirada de Nanoha, dejando que el peso de la confesión llenara la habitación.

—Y después… cuando volví a casa… —continuó Nanoha, su voz temblando más fuerte mientras se doblaba sobre sí misma—. Estaba limpiando el rifle. Fue tan fácil… tan fácil apuntármelo a mí misma. Pensé en hacerlo, Shamal. Pensé en acabar con todo. Pero vi la cara de Fate, la de mi papá… y no pude. Soy una cobarde. Maté a ese hombre, dejé que murieran otros, y ni siquiera pude… —Se rompió, sus manos cubriendo su rostro mientras los sollozos la sacudían—. Soy una cobarde…

El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por los sollozos de Nanoha y el tamborileo de la nieve contra la ventana. Shamal dejó la libreta a un lado y se arrodilló frente a ella, manteniendo una distancia respetuosa pero cercana, su voz baja y firme cuando finalmente habló.

—Nanoha-sama, escúchame —dijo, su tono cargado de autoridad médica y empatía—. Lo que me estás contando es una carga inmensa, y haberla llevado sola hasta ahora no te hace una cobarde. Te hace humana. Lo que hiciste esa noche… fue un acto de furia, de dolor, pero también de protección, como te enseñó Shiro-sama. No estoy aquí para juzgarte, ni como médica ni como miembro del clan. Estoy aquí para ayudarte a llevar esto.

Nanoha bajó las manos lentamente, sus ojos rojos y vidriosos encontrando los de Shamal. Su respiración era entrecortada, pero seguía escuchando, aferrándose a las palabras como a un salvavidas.

—Lo que describes… los pensamientos suicidas, la culpa, el insomnio… son síntomas de un trauma profundo —continuó Shamal, su tono clínico pero cálido—. Probablemente estás lidiando con un trastorno de estrés postraumático agudo, y el duelo por tu padre lo está amplificando. Matar a Xinhji, dar esas órdenes… no te define como persona, pero sí te ha marcado. Y está bien que eso te duela. No eres débil por sentirlo, ni cobarde por no haberte quitado la vida. Elegiste seguir, y eso es fuerza, aunque no lo sientas ahora.

Nanoha sollozó más suave, sus hombros temblando mientras procesaba las palabras de Shamal. No dijo nada, pero su lenguaje corporal —las manos relajándose un poco, la cabeza inclinándose hacia adelante— mostraba que estaba escuchando.

—Vamos a trabajar en esto juntas —dijo Shamal, enderezando la postura pero manteniéndose cerca—. No tienes que contarle a nadie más, ni a Fate, hasta que estés lista. Podemos empezar con cosas pequeñas: técnicas para el insomnio, ejercicios para bajar la ansiedad. Y cuando quieras, podemos hablar más de esa noche, desarmarla pedazo a pedazo para que no te ahogue. ¿Te parece bien empezar ahí?

Nanoha asintió débilmente, un movimiento apenas perceptible mientras las lágrimas seguían cayendo. Su voz salió baja, rota pero con un hilo de alivio.

—Está bien —murmuró—. Solo… no quiero que Fate lo sepa. Todavía no.

Shamal inclinó la cabeza, respetando su decisión.

—Queda entre nosotras, Nanoha-sama —respondió, su tono firme—. Mi deber es contigo, como regente y como paciente. Nadie sabrá nada hasta que tú lo decidas.

Nanoha respiró hondo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano mientras intentaba recomponerse. No se levantó esta vez, quedándose en el sillón con los hombros hundidos, el peso de su confesión aún sobre ella pero un poco más ligero ahora que lo había soltado. Shamal se puso de pie y tomó la libreta, añadiendo una nota detallada: "Cuarta sesión. Confesión de evento traumático: homicidio de Xinhji Zhào y órdenes letales en operación nocturna. Ideación suicida pasada, no activa. Diagnóstico confirmado: TEPT agudo con duelo complicado. Catarsis parcial, inicio de confianza terapéutica. Plan: contención emocional, técnicas de relajación, seguimiento semanal. Confidencialidad absoluta requerida por paciente." Cerró la libreta y miró a Nanoha, ofreciéndole una sonrisa pequeña pero alentadora.

—Toma el té si quieres, Nanoha-sama —dijo suavemente—. Te hará bien algo caliente. Y cuando estés lista, seguimos.

Nanoha no tocó la taza, pero levantó la mirada hacia Shamal por un momento, un destello de gratitud cruzando sus ojos antes de volver a bajarla. El silencio volvió, pero esta vez era diferente: menos opresivo, más compartido.

Fate estaba en el pasillo, como siempre, apoyada contra la pared con los brazos cruzados y una expresión de preocupación que no se desvanecía. Había pasado la mañana viendo a Nanoha arrastrarse por la casa, apenas hablando, apenas comiendo, y la noche anterior la había encontrado temblando en la cama tras otra pesadilla. Cuando vio a Nanoha salir, se acercó de inmediato, sus ojos dorados abriéndose al ver las lágrimas secas en su rostro y el agotamiento en su postura.

—Nanoha —dijo, su voz temblando mientras tomaba sus manos—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Nanoha miró a Fate por un segundo, sus ojos oscuros aún vidriosos pero con una chispa de algo nuevo: alivio, quizás. Apretó las manos de Fate débilmente antes de hablar, su voz baja y ronca.

—Hablé con ella —murmuró—. Fue… duro. Pero estoy bien. Solo necesito descansar.

Fate frunció el ceño, buscando más en su expresión, pero la calma frágil en los ojos de Nanoha la detuvo. No presionó, aunque el impulso estaba ahí, quemándole el pecho.

—Vamos a casa, entonces —dijo suavemente, apretando sus manos con cuidado—. Puedes dormir un rato. Estaré contigo.

Nanoha asintió, dejando que Fate la guiara por el pasillo. Sus pasos eran lentos, su cuerpo agotado tras la confesión, pero por primera vez en días, sentía que podía respirar un poco más fácil, aunque el camino por delante seguía siendo oscuro.

El siguiente dia amaneció con un frío menos mordiente, las nubes sobre Sapporo abriéndose ligeramente para dejar pasar algunos rayos pálidos de sol que se reflejaban en la nieve acumulada. Dentro de la oficina de Shamal, la luz entraba con más claridad a través de las cortinas de lino beige, iluminando las estanterías de libros, el escritorio ordenado y la mesita donde descansaba la bandeja con la tetera y las tazas. El aroma a manzanilla flotaba en el aire, mezclado con el leve toque de lavanda que siempre estaba presente, creando una atmósfera cálida y estable. La lámpara seguía encendida, proyectando un resplandor suave sobre la madera, y Shamal había añadido un bloc de notas extra junto a su libreta habitual, un indicio de que hoy planeaba profundizar en el tratamiento.

La puerta se abrió a las 3:45 de la tarde, quince minutos después de la hora acordada, y Nanoha Takamachi entró con pasos más lentos de lo habitual, pero no por agotamiento sino por una calma extraña, casi desconocida para ella en los últimos días. Llevaba una chaqueta gris oscuro sobre una camiseta blanca, el emblema Takamachi bordado en la manga, y unos jeans menos arrugados que los días anteriores. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta baja, aún desordenada pero con un esfuerzo visible por arreglarse, y las ojeras bajo sus ojos eran menos profundas, aunque seguían marcadas. Por primera vez en semanas, había dormido una noche entera, gracias a una dosis leve de zolpidem que Shamal le había recetado tras la confesión de ayer y al alivio de soltar parte de su carga. Había llegado tarde porque se había quedado dormida en el sofá después del desayuno, algo que no le había pasado en mucho tiempo, y Fate la había dejado descansar con una sonrisa de alivio antes de despertarla suavemente para la sesión.

Shamal levantó la mirada desde su silla, donde estaba revisando notas, y sonrió al ver a Nanoha. Su bata blanca estaba impecable sobre un suéter azul claro, y su cabello rubio seguía en su moño pulcro. Sus ojos verdes brillaron con una mezcla de sorpresa y satisfacción al notar el cambio sutil en la regente.

—Nanoha-sama —dijo, su voz—. Llegas un poco tarde hoy. ¿Todo bien?

Nanoha se detuvo frente al sillón, dejando caer una mano sobre el respaldo antes de sentarse con un movimiento más relajado que en sesiones anteriores. Sus ojos oscuros encontraron los de Shamal, y un destello de algo —quizás vergüenza, quizás alivio— cruzó su rostro.

—Dormí —murmuró, su voz ronca pero menos quebrada—. Me quedé dormida después del desayuno. Por eso… llegué tarde. Lo siento.

Shamal inclinó la cabeza, su sonrisa ampliándose ligeramente mientras tomaba la libreta y la abría a una nueva página.

—No hay nada que disculpar, regente —respondió, su tono respetuoso pero alentador—. Que hayas dormido es una buena señal. ¿Cómo te sentiste al despertar?

Nanoha respiró hondo, acomodándose en el sillón mientras sus manos descansaban en su regazo, menos tensas que antes. Por un momento, pareció sorprendida por la pregunta, como si no estuviera acostumbrada a sentirse bien.

—Diferente —admitió, su voz baja pero con un hilo de asombro—. No me desperté gritando. Solo… abrí los ojos, y ya era de día. Fue raro, pero… no estuvo mal.

Shamal asintió, anotando algo rápido en la libreta antes de dejar el lápiz a un lado y tomar la tetera para servir té en las dos tazas. El sonido del líquido cayendo llenó el silencio, un ritual que ya era familiar pero que hoy sentía más ligero.

—Es un avance, Nanoha-sama —dijo, ofreciéndole una taza que Nanoha, esta vez, aceptó con un movimiento lento—. El zolpidem ayudó a romper el ciclo de insomnio, y desahogarte ayer probablemente liberó algo de la presión emocional. Vamos a construir sobre eso hoy. ¿Te parece bien enfocarnos en lo que pasó esa noche? No para revivirlo todo, sino para empezar a procesarlo.

Nanoha tomó la taza entre sus manos, el calor filtrándose a través de sus dedos fríos mientras miraba el té con una mezcla de alivio y nerviosismo. La idea de volver a esa noche —el almacén, los disparos, Xinhji— todavía la asustaba, pero después de dormir y de haber confesado, sentía una pequeña chispa de voluntad para intentarlo.

—Está bien —murmuró, dando un sorbo pequeño al té antes de bajar la taza a su regazo—. No sé por dónde empezar, pero… sí, está bien.

Shamal se enderezó en la silla, cruzando las piernas con elegancia mientras tomaba su propia taza y la libreta, lista para guiar la sesión con un enfoque médico preciso.

—Empecemos con cómo te sentiste después de esa noche —dijo, su tono profesional pero cálido—. No los detalles de lo que hiciste, sino lo que vino después. La culpa, el miedo, lo que te llevó a pensar en hacerte daño. ¿Puedes hablar de eso?

Nanoha respiró hondo, sus dedos apretando la taza mientras su mirada se perdía en el líquido ambarino. Las imágenes estaban ahí, pero menos afiladas hoy, suavizadas por el descanso y la seguridad de que Shamal no la juzgaría.

—Cuando volví a casa… —comenzó, su voz temblando ligeramente pero más firme que ayer—. Me sentía vacía. Como si hubiera hecho lo que tenía que hacer, pero no había nada después. Maté a Xinhji, di esas órdenes… y pensé que me sentiría mejor, que habría justicia. Pero no fue así. Solo había sangre, y yo… yo la puse ahí.

Shamal asintió, anotando en la libreta: "Quinta sesión. Inicio de procesamiento traumático. Paciente reporta mejoría en sueño tras zolpidem 5 mg y catarsis previa. Describe vacío post-evento y culpa persistente." Levantó la mirada, animándola a continuar con un gesto sutil.

—Y luego, cuando estaba limpiando el rifle… —siguió Nanoha, su voz bajando mientras las lágrimas asomaban en sus ojos—. Fue tan fácil imaginarlo. Un disparo, y todo se acabaría. La culpa, el dolor… todo. Pero pensé en Fate, en cómo me miraba esa mañana, y en mi papá, en lo que me diría… y no pude. Me odié por eso, por no ser lo suficientemente fuerte para seguir o para parar.

Shamal dejó la taza a un lado, inclinándose hacia adelante con una expresión seria pero empática.

—Nanoha-sama, lo que describes es una respuesta común al trauma —dijo, su tono clínico pero accesible—. Ese vacío que sentiste es lo que llamamos disociación postraumática: tu mente se desconectó para protegerte del impacto emocional. Y esos pensamientos suicidas… no son un signo de debilidad, sino de una sobrecarga. Tu cerebro estaba en modo de supervivencia, buscando una salida al dolor. Que no lo hicieras, que eligieras quedarte por Fate y Shiro-sama, es una señal de resiliencia, no de fracaso.

Nanoha parpadeó, las lágrimas cayendo lentamente mientras procesaba las palabras de Shamal. Por primera vez, sintió un alivio real, como si alguien hubiera puesto un nombre a la tormenta dentro de ella.

—¿Entonces… no estoy rota? —preguntó, su voz temblando con una mezcla de esperanza y duda.

Shamal sonrió, un gesto pequeño pero genuino que iluminó sus ojos verdes.

—No estás rota, regente —respondió, su tono firme—. Estás herida, y eso es diferente. El TEPT y el duelo complicado te han golpeado fuerte, pero estás aquí, hablando, buscando ayuda. Eso es sanar, aunque sea paso a paso. Vamos a seguir trabajando en esto: reducir la hiperactivación con técnicas de grounding, como respiración diafragmática, y empezar a reestructurar esos pensamientos de culpa con terapia cognitivo-conductual. ¿Te sientes cómoda con eso?

Nanoha asintió, un movimiento más seguro esta vez mientras dejaba la taza en la mesita y se limpiaba las lágrimas con la manga.

—Sí —murmuró, su voz más clara—. Me siento… mejor. No bien, pero mejor. Gracias, Shamal.

Shamal inclinó la cabeza, reconociendo el agradecimiento con un respeto silencioso hacia su regente.

—Es mi deber, Nanoha-sama —dijo, su tono cálido pero profesional—. Tanto como médica del clan como por ti. Vamos a seguir con el zolpidem por ahora, 5 mg antes de dormir, y añadiré un ejercicio de relajación progresiva para que pruebes esta noche. Si funciona, reduciremos la medicación poco a poco. ¿Algo más que quieras decirme hoy?

Nanoha negó con la cabeza, pero por primera vez en días, una sombra de paz cruzó su rostro. Se puso de pie, más estable que en sesiones anteriores, y miró a Shamal con una gratitud que no expresó en palabras.

—No por ahora —dijo suavemente—. Solo… gracias.

Shamal sonrió, levantándose para acompañarla a la puerta mientras tomaba la libreta y añadía una nota final: "Paciente muestra mejoría significativa: sueño restaurado, inicio de procesamiento emocional. Plan: continuar TCC para reestructuración cognitiva, grounding para hiperactivación, zolpidem 5 mg nocturno con monitoreo. Resiliencia emergente. Próxima sesión: evaluar respuesta a ejercicios." Cerró la libreta y abrió la puerta para Nanoha, dejándola salir con un gesto respetuoso.

Fate estaba en el pasillo, apoyada contra la pared como siempre, pero hoy su postura era menos tensa, sus brazos cruzados con una calma relativa. Había visto a Nanoha dormir por primera vez en semanas la noche anterior, su rostro relajado en el sofá mientras el sol entraba por la ventana, y eso le había dado un respiro a su propia preocupación. Cuando vio a Nanoha salir, se acercó con una sonrisa tentativa, sus ojos dorados buscando los de su esposa.

—¿Cómo fue hoy? —preguntó, su voz suave pero cargada de esperanza.

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros menos nublados, y apretó la mano de Fate con una fuerza tranquila.

—Bien —respondió, su voz ronca pero con un toque de ligereza—. Dormí después del desayuno. Hablamos… y me siento mejor. No perfecto, pero mejor.

Fate sonrió, un gesto genuino que iluminó su rostro mientras apretaba la mano de Nanoha en respuesta.

—Eso es todo lo que quiero escuchar —dijo, su tono aliviado—. Vamos a casa. Puedes descansar más si quieres.

Nanoha asintió, dejando que Fate la guiara por el pasillo. Sus pasos eran lentos pero firmes, y aunque el camino por delante seguía siendo largo, por primera vez en días sentía que podía caminarlo.

Habían pasado tres semanas desde la quinta sesión. Dentro de la oficina de Shamal, la luz entraba con más fuerza a través de las cortinas de lino beige, iluminando las estanterías de libros, el escritorio ordenado y la mesita donde la bandeja con la tetera y las tazas seguía siendo una constante. El aroma a manzanilla se mezclaba con un toque de té verde hoy, una variación sutil que reflejaba el cambio de estación. La lámpara estaba apagada, innecesaria bajo la claridad natural, y Shamal había añadido una planta pequeña en una maceta sobre el escritorio, un signo de vida en un espacio que había sido testigo de tanta oscuridad.

Nanoha entró a las 3:30 de la tarde, puntual esta vez, con pasos firmes pero aún cargados de una cautela interna. Llevaba una chaqueta negra ligera con el emblema Takamachi bordado en el pecho y una camisa blanca debajo, un atuendo más formal que reflejaba su regreso al trabajo como regente del clan. Sus jeans estaban limpios y planchados, y su cabello oscuro estaba recogido en una coleta alta, más ordenada que en semanas pasadas. Las ojeras bajo sus ojos habían disminuido notablemente, reducidas a sombras leves gracias a noches de sueño constante con la ayuda del zolpidem (5 mg, ajustado por Shamal para mantener su eficacia sin dependencia). Había vuelto a la oficina del clan hacía diez días, enfrentándose a la pila de documentos acumulados con una disculpa sincera a Hayate y Mizuki, quienes la recibieron con alivio y apoyo. Aunque no estaba al cien por cien, el trabajo le había dado un ancla, una rutina que la mantenía fuera de su cabeza por momentos.

Shamal levantó la mirada desde su silla, donde estaba revisando notas previas, y sonrió al ver a Nanoha. Su bata blanca estaba impecable sobre un suéter verde claro, y su cabello rubio seguía en su moño pulcro. Sus ojos verdes brillaron con una satisfacción profesional al notar la mejoría en la regente, aunque seguía atenta a las señales más sutiles.

—Nanoha-sama —dijo, su voz suave pero con un respeto cálido—. Bienvenida de nuevo. Te ves más descansada hoy. ¿Cómo ha sido tu semana?

Nanoha se sentó en el sillón de cuero oscuro, acomodándose con una postura más relajada que en sesiones anteriores. Sus manos descansaron sobre sus rodillas, y tomó una respiración profunda antes de responder, su voz ronca pero estable.

—Bien —dijo, un leve asentimiento acompañando sus palabras—. He dormido todas las noches. El medicamento ayuda, y… el trabajo también. Volví a la oficina. Le dije a Hayate y Mizuki que lo sentía por dejarlas con todo. Me siento más… útil, supongo.

Shamal asintió, abriendo la libreta y anotando algo breve con su lápiz antes de servir té en las dos tazas. El sonido del líquido cayendo era un ritual familiar, y esta vez Nanoha tomó la taza sin dudar, sosteniéndola entre sus manos como si el calor fuera un viejo amigo.

—Es un gran paso, regente —respondió Shamal, su tono profesional pero alentador—. Que hayas vuelto al trabajo y estés durmiendo muestra que tu cuerpo y tu mente están empezando a estabilizarse. El zolpidem está haciendo su parte, y la rutina del clan te está dando estructura. ¿Cómo te ha ido con los ejercicios de relajación progresiva que te di?

Nanoha dio un sorbo al té, el líquido cálido calmando un nudo que ni siquiera sabía que llevaba en la garganta. Bajó la taza a su regazo, mirando el vapor por un momento antes de responder.

—Los hago antes de dormir —dijo, su voz más suave—. Me ayudan a… no pensar tanto. A veces todavía veo cosas, recuerdos, pero no me despierto gritando. Es como si estuvieran más lejos.

Shamal sonrió, anotando en la libreta: "novena sesión. Estabilidad en sueño con zolpidem 5 mg nocturno, adherencia a relajación progresiva. Reducción de intrusiones traumáticas nocturnas, posible disminución de hiperarousal. Progreso en funcionamiento diario." Dejó el lápiz a un lado y se inclinó ligeramente hacia adelante, manteniendo su enfoque terapéutico.

—Es una señal excelente, Nanoha-sama —dijo, su tono clínico pero cálido—. Las intrusiones traumáticas —esos recuerdos que aparecen sin invitación— están perdiendo fuerza porque tu sistema nervioso se está regulando. El TEPT no se cura de la noche a la mañana, pero estás avanzando. Hoy我想 enfocarnos en cómo estás manejando la culpa que me contaste la última vez. ¿Sientes que ha cambiado algo en cómo piensas sobre esa noche?

Nanoha tensó los labios por un momento, sus dedos apretando la taza mientras su mirada caía al suelo. La culpa seguía ahí, un peso constante en su pecho, aunque menos asfixiante que antes. Respiró hondo, buscando las palabras.

—No sé si ha cambiado —admitió, su voz temblando ligeramente—. Todavía pienso en lo que hice… en Xinhji, en las órdenes que di. Me siento mejor en el día, pero a veces, cuando estoy sola, me pregunto si merezco estar aquí, dirigiendo el clan, después de eso. Y… aún no se lo he dicho a Fate.

Shamal levantó una ceja, su expresión neutra pero atenta mientras tomaba nota mentalmente del último punto. Dio un sorbo a su té antes de responder, manteniendo el tono respetuoso hacia su regente.

—Es normal que la culpa persista, Nanoha-sama —dijo, su voz firme pero empática—. Lo que viviste esa noche fue un evento traumático con una carga moral enorme. El TEPT a menudo viene con lo que llamamos 'lesión moral': un conflicto interno entre tus valores y tus acciones. Que te cuestiones tu lugar como regente es parte de eso, pero también es una señal de que estás procesando, no solo reprimiendo. Sobre Fate… ¿por qué no le has hablado aún?

Nanoha bajó la taza a la mesita con un movimiento lento, sus manos temblando ligeramente mientras se cruzaban en su regazo. Sus ojos se nublaron, y un nudo se formó en su garganta.

—Tengo miedo —confesó, su voz quebrándose—. No sé cómo va a reaccionar. ¿Y si me odia? ¿Y si piensa que soy un monstruo por matar a Xinhji, por dejar que murieran tantos? Ella… ella me abraza todas las noches, Shamal. No sé si podría soportar que dejara de hacerlo.

Shamal asintió, anotando en la libreta con precisión clínica: "Persiste lesión moral asociada a homicidio y órdenes letales. Ansiedad anticipatoria respecto a revelar trauma a pareja. Mantiene funcionamiento adaptativo, pero conflicto interno sigue activo." Cerró la libreta por un momento y miró a Nanoha con una mezcla de empatía y autoridad médica.

—Nanoha-sama, lo que sientes hacia Fate es válido —dijo, su tono suave pero firme—. El miedo a perder su apoyo es natural, especialmente después de lo que pasaste. Pero esto es algo que tienes que decidir cuando estés lista. No hay un plazo para contarle, y no te voy a empujar a hacerlo. La terapia es para que sanes tú primero, para que puedas manejar esa conversación cuando llegue el momento. Mi consejo como médica es que sigas fortaleciéndote —con el sueño, con el trabajo, con estos ejercicios— hasta que sientas que puedes enfrentarlo sin derrumbarte. ¿Qué piensas de eso?

Nanoha respiró hondo, limpiándose una lágrima solitaria con el dorso de la mano mientras asentía lentamente. Las palabras de Shamal eran un ancla, una guía que no la forzaba pero le daba dirección.

—Tiene sentido —murmuró, su voz más firme ahora—. Quiero decírselo algún día. Solo… no todavía. Pero me siento mejor sabiendo que puedo esperar.

Shamal sonrió, un gesto pequeño pero genuino que reforzaba su apoyo.

—Entonces esperaremos, regente —respondió, su tono respetuoso—. Por ahora, sigamos con lo que funciona: el zolpidem 5 mg por dos semanas más, luego evaluaremos reducirlo a 2.5 mg si el sueño se mantiene. Quiero que sigas con la relajación progresiva y añadamos un diario de pensamientos: escribe lo que sientas sobre esa noche, aunque sea una línea, y lo traes la próxima vez. No para forzarte, sino para sacarlo de tu cabeza poco a poco. ¿Te parece bien?

Nanoha asintió, un movimiento más seguro esta vez mientras tomaba la taza de nuevo y daba otro sorbo, el té ya tibio pero reconfortante.

—Sí —dijo, su voz más clara—. Puedo hacer eso. Gracias, Shamal.

Shamal inclinó la cabeza, reconociendo el agradecimiento con un respeto silencioso.

—Es mi deber, Nanoha-sama —respondió, su tono cálido pero profesional—. Tanto como médica del clan como por ti. Cuando estés lista para el próximo paso, aquí estaré.

Nanoha se puso de pie, dejando la taza en la mesita con un movimiento tranquilo. Por primera vez en semanas, no salió corriendo ni con el peso aplastándola. Miró a Shamal con una gratitud callada antes de caminar hacia la puerta, abriéndola con una mano firme.

Shamal tomó la libreta y añadió una nota final: "Progreso sostenido: sueño estable, retorno a roles funcionales, apertura emocional creciente. Plan: continuar zolpidem 5 mg x 2 semanas, evaluar reducción. TCC con diario de pensamientos para lesión moral. Paciente pospone revelación a pareja, respetar autonomía. Próxima sesión: revisar diario y ajuste farmacológico." Cerró la libreta y miró la puerta cerrada, satisfecha con el avance lento pero real de su regente.

Fate estaba en el pasillo, apoyada contra la pared con una postura más relajada que en semanas pasadas. Había visto a Nanoha mejorar: durmiendo por las noches, volviendo al trabajo, incluso sonriendo un poco más. Cuando la vio salir, se acercó con una sonrisa suave, sus ojos dorados brillando con alivio.

—¿Cómo fue hoy? —preguntó, su voz cargada de esperanza mientras tomaba la mano de Nanoha.

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros más claros, y apretó la mano de Fate con una fuerza tranquila.

—Bien —respondió, su voz ronca pero con un toque de calma—. Hablamos de cosas… difíciles. Pero me siento mejor. Más fuerte, creo.

Fate sonrió, un gesto genuino que iluminó su rostro mientras caminaban juntas por el pasillo.

—Eso es todo lo que necesito saber —dijo, su tono aliviado—. Vamos a casa. Hayate me dijo que dejó unos documentos para ti, pero pueden esperar hasta mañana.

Nanoha asintió, dejando que Fate la guiara. Sus pasos eran firmes, y aunque el secreto seguía guardado, sentía que el peso era más llevadero, al menos por ahora.

La noche había caído sobre Sapporo con una calma engañosa, el cielo despejándose lo suficiente para dejar ver algunas estrellas entre las nubes dispersas. Los territorios Takamachi estaba en silencio, salvo por el leve zumbido de los sistemas de seguridad y el eco ocasional de pasos en los pasillos. Shamal salió de su oficina a las 8:15 de la noche, cerrando la puerta tras de sí con un clic suave. Llevaba su bata blanca sobre el suéter verde claro, un maletín médico en una mano y su libreta en la otra, su cabello rubio aún recogido en un moño pulcro. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de cansancio y determinación mientras se dirigía al cuartel de seguridad, un edificio anexo a la mansión conectado por un pasillo subterráneo reforzado.

El aire en el pasillo era frío, el suelo de concreto pulido reflejando las luces fluorescentes del techo. Shamal caminó con pasos firmes, su bata ondeando ligeramente detrás de ella, hasta llegar a la entrada del cuartel. La puerta principal era una estructura metálica imponente, flanqueada por dos guardias armados con rifles tácticos y uniformes negros con el emblema Takamachi bordado en el pecho. Al verla acercarse, uno de ellos dio un paso adelante, su expresión neutra pero alerta.

—Identificación —dijo, su voz grave y directa.

Shamal sacó una credencial plastificada de su bolsillo, el sello del clan grabado junto a su nombre y título: Shamal Yagami, Médica Principal. La entregó al guardia, quien la pasó por un escáner portátil que emitió un pitido de confirmación. El segundo guardia se acercó a un panel electrónico junto a la puerta, indicándole que se autenticara. Shamal colocó la credencial contra el lector, y tras un zumbido breve, la puerta se deslizó hacia un lado con un siseo hidráulico, revelando un corredor iluminado por luces rojas tenues.

—Pase, doctora —dijo el primer guardia, devolviéndole la credencial—. La escoltaremos.

Shamal asintió, guardándose la credencial mientras los guardias la flanqueaban, guiándola por el corredor hacia la zona de máxima seguridad. El cuartel era un laberinto de puertas reforzadas y cámaras de vigilancia, cada esquina diseñada para contener cualquier amenaza. Tras varios giros y una segunda autenticación en otra puerta electrónica, llegaron a una sala aislada al final del pasillo. La puerta se abrió con un chasquido, y los guardias se apartaron, quedándose fuera mientras Shamal entraba sola.

La sala era austera pero funcional: paredes de concreto gris, una cama sencilla con barandillas laterales, una mesa pequeña y una lámpara de luz blanca que proyectaba sombras duras. En la cama estaba Fiasse Crystela, reclinada contra una almohada con un libro abierto en su regazo. Entraba en su séptimo mes de embarazo, su vientre prominente bajo una bata gris de hospital que contrastaba con su piel pálida. Su cabello caía en mechones lacios sobre sus hombros, y sus ojos apagados estaban fijos en las páginas sin un atisbo de emoción. Dos guardias más estaban apostados en las esquinas, vigilándola 24/7, y junto a la cama, Signum permanecía de pie, su figura imponente envuelta en un uniforme táctico negro, el rifle colgado a su espalda.

Shamal dejó el maletín sobre la mesa y saludó a Signum con un asentimiento profesional, sus ojos encontrándose por un instante. Eran pareja, un vínculo forjado en años de confianza y lealtad, pero en el trabajo mantenían una distancia estricta, respetando sus roles: Shamal como médica, Signum como jefa de seguridad.

—Signum —dijo Shamal, su voz tranquila pero formal—. He venido a revisar a Crystela. ¿Algo que reportar antes de empezar?

Signum cruzó los brazos, su mirada afilada recorriendo a Fiasse antes de volver a Shamal.

—Nada nuevo —respondió, su tono grave y directo—. Está estable, come lo que le traen, no habla mucho. Todo según lo previsto.

Shamal asintió, abriendo el maletín para sacar un estetoscopio, un tensiómetro y una tableta médica. Se acercó a la cama, su postura profesional mientras miraba a Fiasse.

—Crystela, voy a examinarte —dijo, su voz neutra pero firme—. Necesito que dejes el libro un momento y me dejes revisar cómo estás tú y el bebé.

Fiasse no respondió de inmediato. Sus ojos vacíos se alzaron del libro —una edición vieja de cuentos tradicionales— y se posaron en Shamal por un segundo antes de cerrarlo con un movimiento lento y colocarlo a un lado. No había emoción en su rostro, solo una máscara de indiferencia que parecía tallada en piedra.

Shamal comenzó el examen con eficiencia clínica. Colocó el tensiómetro en el brazo de Fiasse, observando la lectura: 118/76 mmHg, dentro del rango normal para una mujer en su tercer trimestre. Escuchó su corazón con el estetoscopio, notando un ritmo constante de 82 latidos por minuto, y luego pasó al abdomen, palpando con cuidado el útero agrandado. El bebé se movió bajo sus manos, un signo de actividad fetal saludable, y Shamal usó un doppler portátil para medir el latido fetal: 142 pulsaciones por minuto, también normal. Revisó los tobillos de Fiasse por edema —leve hinchazón, esperable a esta etapa— y tomó notas rápidas en la tableta: "Gestación: 28 semanas. Presión arterial estable, frecuencia cardíaca materna y fetal dentro de parámetros normales. Sin signos de preeclampsia ni distress fetal. Edema leve, no preocupante. Peso estimado del feto: 1.2 kg, acorde a percentil 50."

Mientras Shamal terminaba, Signum dio un paso adelante, su voz cortando el silencio.

—¿Cómo sigue la regente? —preguntó, su tono profesional pero con un trasfondo de preocupación genuina.

Shamal guardó el doppler en el maletín y miró a Signum, manteniendo su expresión neutra.

—Nanoha-sama está mostrando mejoras —respondió, su voz cuidadosa pero firme—. El sueño se ha estabilizado, y ha vuelto a sus deberes en el clan. Está progresando, pero no puedo romper la confidencialidad con mi paciente. Sabes cómo funciona esto.

Signum asintió, sus ojos endureciéndose por un instante antes de relajarse. Sabía exactamente lo que había pasado esa noche en el almacén —había estado ahí, liderando el escuadrón, viendo a Nanoha apretar el gatillo contra Xinhji Zhào—, pero respetó el límite que Shamal marcaba. Su relación personal no interfería con su deber, y confió en que Shamal manejara lo que ella no podía.

—Entiendo —dijo simplemente, su tono grave—. Me basta con saber que está mejor.

Shamal cerró el maletín y se volvió hacia Signum, enderezando la postura.

—El embarazo de Crystela está en curso normal —dijo, su tono clínico—. Estimo que el nacimiento será en dos meses, alrededor del 14 de junio de 2025, si todo sigue así. Será una cesárea programada por seguridad, dada la situación. La mantendré bajo observación semanal hasta entonces.

Antes de que Signum pudiera responder, un sonido suave llenó la sala. Fiasse había comenzado a tararear una melodía baja, sus manos deslizándose lentamente sobre su vientre mientras acariciaba al bebé dentro de ella. Su voz, clara pero desprovista de emoción, entonó una nana en chino, las palabras flotando en el aire como un eco vacío: "摇篮曲,月光下,小宝宝,快睡吧… (Canción de cuna, bajo la luz de la luna, pequeño bebé, duerme ya…)" Su rostro seguía inmóvil, los ojos fijos en un punto invisible, una máscara de indiferencia que escondía el torbellino roto dentro de ella. Amaba a Shiro Takamachi en lo más profundo de su ser, y al hijo que llevaba suyo, pero esa chispa se había apagado tras años de traiciones y pérdidas, dejándola como un cascarón.

Shamal observó en silencio por un momento, su expresión suavizándose con una mezcla de lástima y análisis médico.

—Ha vivido una vida desgraciada —dijo finalmente, su voz baja mientras miraba a Signum—. No sé si alguna vez tuvo una oportunidad real.

Signum cruzó los brazos, su mirada endureciéndose mientras veía a Fiasse tararear.

—Uno cosecha lo que siembra —respondió, su tono frío pero no cruel—. Traicionó al clan, a Shiro-sama. El destino de esa mujer ya está sellado.

Shamal no respondió, recogiendo su maletín y la libreta con un movimiento tranquilo. Dio un último vistazo a Fiasse, que seguía cantando sin mirarlas, y luego asintió a Signum.

—Terminé aquí —dijo—. Nos vemos en casa.

Signum inclinó la cabeza en despedida, y Shamal salió de la sala, los guardias escoltándola de vuelta por el corredor. El tarareo de Fiasse resonó tras ella, un eco melancólico que se desvaneció cuando la puerta electrónica se cerró con un chasquido.

Habían pasado algunas semanas desde aquella noche de la muerte de Xinhji Zhào el cual marcaba un cambio tangible en la vida de Nanoha. Había encontrado un ritmo: las noches eran tranquilas gracias al zolpidem (ahora reducido a 2.5 mg bajo supervisión de Shamal) y las sesiones semanales con la médica, que la habían ayudado a procesar parte de su trauma. Asistía a las reuniones del clan con Hayate y Mizuki, discutiendo estrategias y firmando documentos con una claridad que antes le faltaba. Incluso había vuelto a conectar con Fate en un nivel más profundo; hacía dos semanas, tras meses de distancia emocional, habían hecho el amor por primera vez desde la muerte de Shiro, un momento tierno que había traído lágrimas a los ojos de ambas. Todo parecía estar bien, o al menos en la superficie.

Pero en el fondo, Nanoha sabía que faltaba algo. Cada vez que miraba a Fate, cada vez que sentía sus brazos rodeándola, el peso del secreto —el asesinato de Xinhji Zhào, las órdenes letales que había dado— se retorcía en su pecho como una espina que no podía arrancar. Había avanzado, sí, pero no podía seguir adelante sin contarle a Fate al menos una parte de la verdad.

Esa tarde, Nanoha entró en la oficina de Shamal a las 3:30, puntual como siempre. La habitación estaba bañada en luz primaveral, las cortinas abiertas para dejar entrar el sol, y la bandeja con la tetera y las tazas despedía un aroma a té de jazmín. Nanoha llevaba una blusa blanca y una chaqueta ligera con el emblema Takamachi, su cabello recogido en una coleta alta que reflejaba su regreso a la rutina. Sus ojos oscuros tenían más vida, pero una sombra de inquietud seguía ahí.

Shamal la recibió con una sonrisa, su bata blanca sobre un suéter azul claro, el cabello rubio en su moño habitual. Sus ojos verdes brillaron con satisfacción al ver a Nanoha, notando su postura más erguida.

—Nanoha-sama —dijo, su voz suave pero profesional—. Te ves bien hoy. ¿Cómo ha sido tu semana?

Nanoha se sentó en el sillón de cuero, tomando la taza de té que Shamal le ofreció con un gesto automático. Dio un sorbo antes de responder, su voz ronca pero firme.

—Bien —dijo, un leve asentimiento acompañando sus palabras—. He dormido todas las noches. El trabajo con Hayate y Mizuki va bien, y… con Fate, también. Todo está mejor. Pero… —Hizo una pausa, sus dedos apretando la taza mientras bajaba la mirada—. Todavía no le he dicho nada. Sobre esa noche. Siento que tengo que hacerlo, pero no sé cómo.

Shamal asintió, abriendo la libreta y anotando algo breve antes de inclinarse hacia adelante, su tono respetuoso pero con un matiz terapéutico.

—Es un paso grande, regente —respondió, su voz cálida pero precisa—. Has avanzado mucho estas semanas: el sueño estable, tu retorno al clan, la reconexión con Fate. Que sientas esa necesidad de hablar con ella es una señal de que estás lista para enfrentar más. Pero todo tiene su tiempo. ¿Qué crees que pasaría si se lo contaras ahora?

Nanoha respiró hondo, dejando la taza en la mesita mientras sus manos se cruzaban en su regazo. Sus ojos se nublaron por un momento, la imagen de Fate mirándola con horror destellando en su mente.

—No sé —admitió, su voz temblando ligeramente—. Quiero que lo entienda, pero… tengo miedo de que me vea diferente. No quiero perderla, Shamal. Pero sé que no puedo seguir así para siempre.

Shamal anotó algo en la libreta: "veinteava sesión. Estabilidad emocional sostenida, reducción de zolpidem a 2.5 mg efectiva. Paciente expresa necesidad de revelar trauma a pareja, ansiedad anticipatoria presente. Progreso en autorregulación." Cerró la libreta y miró a Nanoha con empatía clínica.

—Nanoha-sama, no tienes que contarlo todo de una vez —dijo, su tono firme pero reconfortante—. Puedes empezar con lo que te sientas preparada para compartir. Esto es tuyo, y solo tú decides cuándo y cómo hablar con Fate. Mi consejo es que lo hagas cuando sientas que puedes manejarlo, sea lo que sea que ella responda. Si te sientes fuerte ahora, como parece, podrías intentarlo. Pero no te fuerces. ¿Qué piensas?

Nanoha asintió lentamente, sus manos relajándose mientras procesaba las palabras de Shamal. La idea de hablar con Fate la asustaba, pero también la aliviaba. Había llegado el momento, o al menos parte de él.

—Tienes razón —murmuró, su voz más segura—. Creo que estoy lista… al menos para algo. Lo haré hoy. Gracias, Shamal.

Shamal sonrió, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.

—Es tu camino, regente —respondió—. Estoy aquí si necesitas hablar después. Sigue con el diario de pensamientos y el zolpidem por ahora. Nos vemos la próxima semana.

Nanoha se levantó, dejando la taza a medio terminar en la mesita, y salió de la oficina con un paso firme pero pensativo.

La tarde dio paso a la noche, y Nanoha caminaba junto a Fate por los jardines de los terrenos Takamachi. El aire estaba tibio, cargado del aroma de las flores, y el sol se ponía en un cielo teñido de naranja y rosa. Fate llevaba una chaqueta ligera sobre una blusa azul, su cabello rubio suelto ondeando con la brisa, y sonreía mientras hablaba de un plan para el fin de semana con Hayate y Mizuki. Nanoha la escuchaba, asintiendo y sonriendo de vez en cuando, pero en su mente, los recuerdos giraban: el almacén, los disparos, la sangre de Xinhji, las órdenes que había dado. Sabía que tenía que hablar, aunque no diría todo.

—Fate —dijo de pronto, deteniéndose en el camino de grava mientras tomaba la mano de su esposa—. Tengo que hablar contigo. ¿Podemos… hacerlo en casa?

Fate parpadeó, sorprendida por el cambio de tono, pero su sonrisa se suavizó con una mezcla de curiosidad y apoyo.

—Claro, Nanoha —respondió, apretando su mano con calidez—. Vamos a casa. ¿Todo bien?

Nanoha asintió, forzando una sonrisa pequeña.

—Sí —mintió, su voz tranquila pero cargada de un peso interno—. Solo… necesito decirte algo.

Caminaron juntas hasta su habitación en la mansión, un espacio privado con paredes de madera clara, una cama amplia cubierta con sábanas blancas y una ventana que daba al jardín ahora oscuro. Fate cerró la puerta tras ellas y se sentó en el borde de la cama, mirando a Nanoha con esos ojos dorados llenos de amor y paciencia.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó, su voz suave mientras extendía una mano para invitarla a sentarse.

Nanoha tomó la mano de Fate y se sentó a su lado, respirando hondo mientras buscaba las palabras. Su corazón latía rápido, pero mantuvo la calma, decidida a contar solo lo que podía.

—Es sobre la noche que regrese después del entierro de papá, y esta relacionado con Crystela —comenzó, su voz baja pero firme—. Esa noche… fui por ella. Sabía que había traicionado al clan, que …. Que había asesinado a papá, ella estaba involucrada con su muerte. La encontramos, Fate, no la pudimos entregar, ni acabar con ella. Está aquí, en el cuartel de seguridad. Está embarazada… de siete meses. El bebé… es hijo de mi papá. Mi hermano. Fate, Crystela era la hermanastra de mi papá.

Fate abrió los ojos con sorpresa, su mano apretando la de Nanoha mientras procesaba la revelación.

—¿Tu hermano? —repitió, su voz temblando ligeramente—. Crystela… ¿Cómo pasó esto? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

Nanoha bajó la mirada, sus dedos entrelazándose con los de Fate mientras tejía una verdad a medias.

—Quería protegerte —dijo, su voz cargada de una sinceridad fingida—. Fue un caos esa noche. La capturamos, la trajimos aquí… Signum y los demás se encargaron de todo. Yo solo… no sabía cómo decírtelo. Crystela traicionó al clan, a mi papá, y ahora lleva a su hijo. No quería que te preocuparas por algo tan… complicado.

Fate frunció el ceño, su expresión mezclándose entre asombro y empatía mientras acariciaba la mano de Nanoha.

—Nanoha, no tenías que cargar con esto sola —dijo, su voz suave pero firme—. Entiendo que quisieras protegerme, pero… ¿eso es todo? ¿Hay algo más que debería saber?

Nanoha levantó la mirada hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una hipocresía que le quemaba el pecho. Podía ver el rostro de Xinhji mirándola en la oscuridad detrás de Fate, con aquellos ojos sin vida y una sonrisa deformada—todo eso quedó enterrado bajo una mentira que pronunció con una calma fría.

—No —dijo, su voz temblando solo un poco mientras apretaba la mano de Fate—. Eso es todo. Nunca te mentiría, Fate. Te lo prometo.

Fate sonrió, un gesto lleno de amor y confianza que apuñaló a Nanoha en el corazón. Se inclinó hacia adelante y la abrazó, su calor envolviéndola mientras susurraba contra su cabello.

—Está bien, cariño —dijo—. Gracias por decírmelo. Podemos manejar esto juntas, ¿sí?

Nanoha asintió contra su hombro, cerrando los ojos mientras las lágrimas amenazaban con salir. El secreto seguía ahí, oculto tras la mentira, pero por ahora, el abrazo de Fate era suficiente para mantenerla en pie.