**Disclaimer**:Esta historia está inspirada, en parte, en el universo de Harry Potter de J.K. Rowling. Salvo algún que otro personaje de mi invención, todos los ambientes, personajes, argumentos, hechizos y todo lo reconocible pertenece a la autora. Yo solo los tomo, los mezclo y agrego cosas.
**Aclaración**: La siguiente es una historia que habla de sufrimiento y violencia de todo tipo hacia la mujer. Sugiero discreción. Aunque este fanfic está basado en el argumento de una novela turca, el siguiente Dramione tomará su propio rumbo dentro del universo de Harry Potter.
Dato: no me gusta deformar las palabras para mostrar que una persona tiene algún acento en particular, así que no lo haré. Sin embargo, siéntete libre de leer algunos diálogos con marcado acento búlgaro.
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Incarcerous
Capítulo 1: Sr. y Sra. Krum
Sofía, Bulgaria - 2 de mayo de 2008
Cuando el traslador internacional lo dejó en la plataforma de arribos de la ciudad búlgara de Sofía, el raro nudo en la boca de su estómago se agrandó unos cuantos centímetros. Quiso echarle la culpa al largo viaje que acababa de hacer, pero bien sabía que lo más probable era que aquel hipotético nudo fuera más a causa de la fecha que por su arribo a Bulgaria.
Hoy se cumplían diez años desde la batalla de Hogwarts y nadie en su entorno podría juzgarlo por haber elegido aquel día para emprender un viaje internacional. Hacía un tiempo que venía aplazando aquella visita, pues evitaba a toda costa encontrarse con cualquier persona que conociera desde sus tiempos de colegio.
Si bien ya no comulgaba con los ideales de su antiguo grupo de pertenencia, siempre le resultaría difícil desprenderse de todo lo malo que había hecho o dicho cuando aún era demasiado joven como para comprender lo estúpido que era seguir a un mestizo loco con delirios de grandeza. A sus 28 años, Draco Malfoy había logrado rehacer su vida despojado de la mayoría de sus prejuicios de sangre y había aprendido a mantener su snobismo en niveles saludablemente disimulables por el bien de sus negocios. Luego de una guerra, dos años de libertad condicional y un divorcio escandaloso, cualquiera hubiera aprendido a moverse en la sociedad con tal de no perecer en el intento.
Limpiar su apellido fue más sencillo que limpiar su conciencia. La sociedad mágica es voluble y tan poco memoriosa que por el número correcto de galeones, donados en instituciones bien elegidas, se podría haber comprado el perdón total del Señor Tenebroso.
Luego de revisar y sellar sus papeles en la aduana de Bulgaria, se dirigió a los baños del ministerio búlgaro para poder poner su cabello argénteo en orden y dar un repaso a su impecable traje negro, antes de dirigirse a la junta de negocios que tenía programada ese día.
Ya en el baño, el espejo le devolvió una imagen que le gustaba. El tiempo le había quitado todas las agudezas del rostro y la aparición de una varonil mandíbula, heredada de los hombres Black, le daba un aspecto más viril y saludable que el que solía tener en su juventud.
Una vez que estuvo conforme con su apariencia, salió del ministerio y caminó por las calles muggles de Sofía rumbo al sitio donde podría recoger el coche que su secretaria había alquilado para él.
En los últimos años, la influencia del mundo muggle había logrado llegar a los magos de toda Europa. Eufóricos por el fin de la guerra e imitando a su héroe mestizo, el "gran" Harry Potter, muchos de los inventos muggles habían sido finalmente adaptados a su mundo y otros simplemente fueron tomados tal y como se encontraban.
De todos los inventos tomados por los magos, los coches eran sus favoritos. No había nada como volar en una buena escoba o aparecer directamente en el lugar, pero llegar a una junta de negocios en un flamante vehículo de lujo solía dar aquel impacto que un Malfoy siempre deseaba tener.
El nudo en su estómago amenazó con convertirse en una úlcera en cuanto llegó al sitio indicado y supo que algún tipo de error de traducción en el encargo lo había dejado sin el Aston Martin V8 que pretendía alquilar. Su secretaria tendría que darle muchas explicaciones cuando regresara a Inglaterra.
La dependienta de la concesionaria se deshizo en disculpas al ver quién era él y cuánto dinero podría perder si se marchaba de allí sin un automóvil que le permitiera llegar a tiempo a su reunión.
Luego de un café aguado y demasiado caliente, muchas disculpas y un cuantioso descuento por parte del gerente, salió de la tienda de alquiler de autos con un flamante Audi Q5, demasiado aparatoso para su gusto pero lo suficientemente lujoso para su estatus.
Después de muchas idas y venidas, finalmente cerraría un trato importante para las empresas Malfoy, no podía detenerse en nimiedades como el hecho de tener que manejar un todoterreno en vez de un lujoso auto inglés de elegantes y sofisticadas líneas.
Él conocía a Krum desde el Torneo de los Tres Magos, pero hacía más de una década que no lo veía en persona. En esos años, el antiguo jugador de Quidditch había amasado una gran fortuna que le permitió fundar una de las empresas importadoras de productos de lujo para deportes mágicos más grandes de Europa y Draco iba tras un millonario contrato para expandir su industria más allá de Gran Bretaña.
La fabricación de escobas y los implementos de Quidditch había sido en lo primero que Draco invirtió en cuanto se hizo cargo de las empresas Malfoy. Su amor por el deporte y la necesidad de recuperar el antiguo estatus de su familia lo habían impulsado a meterse de lleno en el mundo industrial y llevaba años intentando cerrar un trato con Krum para seguir creciendo en el área.
Sofía era un lugar maravilloso para recorrer, sin embargo, él no tenía demasiado tiempo. Debía ir directamente hacia la oficina central de Krum y con suerte cerraría el trato a tiempo para regresar a Londres antes del anochecer.
Las oficinas de Viktor se encontraban en un décimo piso de un edificio en el distrito financiero de la ciudad y solo gracias a un poco de magia pudo llegar a tiempo. Si no fuera por aquel hechizo de guía, seguramente hubiera dado vueltas por la ciudad hasta el final de los tiempos. Conducir en el lado contrario de la calle y en un país extraño no era lo más fácil del mundo.
Al llegar, una bonita secretaria lo guió hacia el despacho del Sr. Krum. Luego de saludarlo, pudo notar que Viktor se veía casi tan grande como lo recordaba, aunque ahora él también era más alto y bastante más fuerte que en la adolescencia.
Decir que era un haz para los negocios hubiera sido poco. En cuestión de una hora logró en persona lo que había intentado, infructuosamente, por meses con emisarios y lechuzas. Krum firmó aquel contrato casi sin condiciones e incluso pudo obtener un rédito económico mayor al que esperaba tener en ese primer encuentro.
Para el final de la reunión, aquel nudo se había aflojado un poco debido a la satisfacción de haber concretado un buen negocio, pero el presentimiento de que algo grande venía hacia él, como una bludger perdida, no lo abandonaba completamente.
Estaba listo para regresar al ministerio búlgaro cuando un orgulloso Krum lo invitó a cenar aquella noche en su casa. Luego de superar la impresión de saber que una mujer no solo había accedido a casarse con él, sino que también le había dado una hija, Draco aceptó. Pasar la tarde conociendo Sofía no le haría mal a nadie y seguramente podría conseguir un nuevo traslador para luego de la cena en casa de su antiguo jugador de Quidditch favorito.
—¡Vamos mami, atrápame!
—¡Ven aquí, pequeña brujita!
La niña corría por el jardín huyendo de su madre que fingía no ser tan rápida como para poder alcanzarla. Esa era una de las atípicas tardes donde los guardias de su marido se encontraban lo suficientemente relajados como para permitirles salir de la casa y dejar que su hija jugara entre las flores como una niña normal.
Según sabían, Viktor no regresaría hasta la noche, así que la pequeña Enya aún tenía un par de horas para descargar el exceso de energía infantil antes del regreso de su padre. Una vez que el Sr. Krum estuviera en casa, todo se volvería silencio y los juegos infantiles quedarían relegados hasta la próxima vez que su padre fuera a trabajar a su oficina en el centro.
Ese día su mamá había organizado un gran picnic en el jardín y juntas habían tejido para ella una corona de flores mientras jugaban a ser hadas del bosque. Incluso los guardias de su padre habían recibido una flor para sus ojales mientras el hada Enya traía la primavera al jardín de los Krum.
Luego de un par de minutos escapando, Enya decidió que al fin dejaría que su mami la atrapara. Le gustaba el cosquilleo de sus rizos en la cara cuando ella le daba besos una vez que podía envolverla en sus brazos luego de una larga persecución entre las flores.
Ambas cayeron juntas al césped y comenzaron a reír cuando al fin estuvieron juntas. Aquellos momentos de alegría eran el mayor tesoro de Hermione Granger, ahora Krum, y no tenía suficiente de ellos cuando su esposo estaba en casa.
Enya pudo sentir el preciso instante en el que el humor de su madre cambió. Las sonrisas y las mejillas sonrosadas se desvanecieron casi demasiado rápido, y por eso supo que su padre había regresado a casa cuando el sol aún estaba alto en el cielo.
Incluso los guardias se pusieron nerviosos al ver a Viktor aparcando el coche en la entrada de su mansión solariega, donde vivía la familia. Tenían entendido que él no regresaría temprano ese día y estarían en graves problemas si veía a su mujer y a su hija en el jardín.
Stefan, uno de los guardias más jóvenes, corrió hacia la señora Krum en cuanto vio el coche. Hacía solo un par de meses que trabajaba en aquel sitio y sentía cierta empatía por la niña y su madre, cautivas en aquella jaula de oro.
En cuanto Hermione supo que Viktor estaba en la casa, tomó en brazos a Enya y huyó hacia la habitación de la niña con toda la velocidad que fue capaz de imprimirle a sus piernas, debilitadas por la falta de ejercicio continuo. Llevaba casi diez años viviendo confinada en los terrenos de la casa de su esposo, y hacer actividad física era un lujo que no podía darse.
En cuanto se creyó a salvo dentro de la casa, dejó a Enya en su cuarto y le indicó que debía hacer su tarea mientras ella alejaba a Viktor el tiempo suficiente como para ver cuál era su humor hoy.
Una vez sola, la niña encendió la radio, como cada tarde, y se dispuso a realizar las tareas que su madre le había indicado. A ella le gustaba mucho cuando su mamá ponía estrellas doradas en sus cuadernos porque había realizado una tarea forma excelente.
—Hermione, mi amor…
Viktor Krum se veía realmente exultante esa tarde. Sus hombros estaban relajados y una sonrisa acompañaba a sus rasgos duros. Hermione tembló, pues ver a Viktor feliz era casi tan peligroso como verlo fastidiado por cualquier cosa que hubiera sucedido en su empresa.
—Hola, Viktor — dijo, intentando fingir entusiasmo por el regreso de su esposo. Sin embargo, él pareció juzgar su bienvenida como poco cálida y, casi sin aviso, la tomó de la cintura con fuerza para acercarla a su cuerpo en un abrazo forzado, a la vez que mordía sus labios en un brusco beso.
—He cerrado el mejor trato posible para la empresa. Ese maldito inglés está convencido de que me ha hecho perder ganancia, pero no sabe que todo estaba en mis planes…
Mencionó mientras atrapaba sus nalgas en un manoseo que le resultaba desagradable, pero que al menos no era doloroso.
—Hoy tendremos invitados a cenar. Ponte un bonito vestido y haz que Enya se vea decente. Hoy seremos una familia feliz. Así que cubre esos morados, ponte maquillaje y alisa tu cabello. Quiero que mi mujer se vea bien ante mi socio.
Hizo lo imposible para no derramar las lágrimas que se agolparon en sus ojos. El dolor se renovaba con la sola idea de cubrir con maquillaje el golpe que había recibido esa mañana. Afortunadamente no se había inflamado lo suficiente como para cerrar su ojo, pero sí se veía morado y dolía al más mínimo roce.
—¿Quieres que ordene algún platillo en especial?
Después de tantos años de matrimonio, Hermione había aprendido a moverse alrededor de su esposo con el fin de no despertar su ira. Sabía muy bien cuáles eran las consecuencias que tendría si osaba hacer enojar a Viktor. No podía poner en peligro a Enya.
—No, yo hablaré con la cocinera. Tú ve a bañarte, me uniré a ti en un momento, cariño.
Las palabras dulces de su esposo helaban su sangre, pero sabía que negarse o resistirse a lo inevitable haría todo mucho más difícil para ella y para su hija. Hacía mucho que la bruja más inteligente de su generación, la valiente leona de Gryffindor, había muerto. Ahora solo era una esposa y madre intentando sobrevivir a un esposo impredecible.
Con los pies pesados por el cansancio y el miedo, caminó hacia la habitación conyugal y desnudó su cuerpo para darse una ducha. En todo ese tiempo había aprendido que no tenía sentido resistirse. Además, solo tenía un par de minutos de paz antes de que él se uniera a ella.
Cuando Viktor se dio por satisfecho del cuerpo de su esposa, salió del baño y fue a vestirse con un nuevo traje. Malfoy llegaría a la casa en unos minutos, así que debía estar listo para recibirlo. En cuanto a Hermione, sabía que le llevaría un par de minutos dejar de lloriquear y que luego cumpliría con su orden de vestirse decentemente para la cena.
Luego de varias respiraciones profundas y de una cantidad enorme de autocompasión, Hermione salió de la ducha con la piel rosada e irritada debido a todo lo que la había frotado, intentando sacarse el recuerdo de las manos de su esposo recorriéndola en contra de su voluntad.
Cuando finalmente salió del cuarto de baño, Viktor ya no estaba en la habitación. Él había dejado un vestido blanco de cuello alto y mangas largas sobre la cama. Seguramente quería asegurarse de que su piel no delatara ninguno de los golpes que él solía darle por todo o por nada.
Sobre el tocador, una poción alisadora la esperaba y parecía observarla con gesto burlón. Viktor exigía que alisara su cabello y maquillara sus facciones cada vez que decidía presentarla en público.
Mientras se secaba el cabello liso con un artefacto muggle, pues hacía años que no se le permitía tener una varita, oyó el rugir de un motor en el portón que daba a la entrada de la mansión. El invitado de Viktor finalmente había llegado y, al asomarse brevemente, pudo ver que no se trataba de una limusina o un automóvil pequeño, sino de una camioneta enorme. Aunque le causó curiosidad, decidió no darle otro vistazo, pues los guardias o su esposo podrían notarla en la ventana y eso la metería en problemas.
Solo cuando logró ocultar el morado bajo su ojo izquierdo, dio por terminada su preparación para la cena y salió de su cuarto para ir hacia el de Enya. La niña había recibido la orden de su padre de prepararse para bajar a saludar a la visita y luchaba contra los nudos de sus propios rizos. A ella también se le proporcionaba una poción alisadora cada vez que su padre recibía una visita en la casa, pero se le dificultaba desenredarse sola el cabello antes de usarla.
Diligente, Hermione ayudó a su hija a terminar de alistarse y juntas bajaron las escaleras, tomadas de la mano. Se detuvieron en seco cuando la mujer vio por primera vez al invitado de Viktor. Draco Malfoy estaba parado en el hall de la mansión y parecía muy amigable con el Sr. Krum.
Enya estuvo a punto de preguntar cuál era el motivo por el cual su madre comenzó a temblar y a apretar su mano casi al punto de causarle dolor, pero, viendo a su padre junto al hombre rubio, decidió que guardar silencio era lo más apropiado.
—Malfoy, amigo mío. Ven, te presento a mi esposa, Anastasiya, y a mi hija, Enya.
Draco tuvo un momento de extrema confusión al ver a la mujer de cabellos castaños que caían como cascadas lisas en torno a sus hombros. Si no fuera porque ella llevaba más de diez años muerta, hubiera jurado que era Hermione Granger la que lo miraba con el gesto de un ciervo asustado. Sin embargo, él pasaría el resto de la noche convenciéndose a sí mismo de que Krum jamás había superado a la sabelotodo y había terminado casándose con una mujer idéntica a ella para sobrellevar su insana obsesión.
Justamente estaba a punto de mencionar el gran parecido de Anastasiya con la fallecida miembro del trío de oro, pero la dulce voz de la pequeña Enya interrumpió sus intenciones, distrayéndolo casi por completo.
—Bienvenido, Sr. Malfoy. Mi nombre es Enya Viktoreva Krum, mi padre es Viktor y mi mami es Her… Anastasiya Krum.
Dijo la niña con marcado acento búlgaro pero en perfecto inglés, y Draco pudo notar cuántas veces la pequeña debía haber practicado aquella frase. Cuando era pequeño, él mismo pasaba horas practicando los saludos protocolares en diferentes idiomas para poder enorgullecer a su padre cuando un visitante extranjero fuera a Malfoy Manor.
Luego de besar la pequeña mano de la brujita en un gesto galante y de hacer lo mismo con su extrañamente familiar madre, siguió a la familia de su socio hasta el comedor.
Draco, por supuesto, había notado la forma en la que la mujer lo miró al besar el dorso de su mano y la manera en la que temblaba cuando le rozó suavemente la piel mientras dejaba un beso suave pero estrictamente protocolar. En su vanidad, pensaría que ella simplemente se sintió abrumada debido al cambio que representaba tener a un caballero en su casa, un hombre tan diferente a su esposo y tan apuesto, además.
Con disimulo, Krum apartó a su esposa de su nuevo socio, y ella apenas pudo contener el grito de dolor que casi se escapó de su garganta al sentir los dedos de su esposo presionando la costilla fracturada que aún no sanaba completamente. Hermione había aprendido a ser una gran actriz en todos esos años, pero había cosas que aún no podía controlar.
—¿Estás bien, querida? —dijo el exjugador de Quidditch a su esposa, sin soltarla, mientras caminaban hacia el salón comedor de su mansión.
—Sí, son solo mis alergias. Descuida, ya se pasará —respondió Hermione en perfecto búlgaro, porque aunque ese no fuera su idioma materno, su esposo se había encargado de enseñarle el acento a base de castigos físicos y amenazas hacia Enya.
En cuanto estuvieron sentados a la mesa, la sirvienta sirvió la comida que Viktor había ordenado más temprano esa tarde. Para ese punto, Draco notó la incomodidad evidente de la familia de su nuevo socio, pero nuevamente decidió que no prestaría más atención a la situación que la necesaria. Krum era un tipo raro; sería perfectamente normal que su esposa e hija también lo fueran.
Sin embargo, había algo allí que le causaba malestar. La mujer apenas comía, solo movía la comida de un lado a otro en su plato, y la niña observaba a su padre por el rabillo del ojo cada cierto tiempo, con evidente nerviosismo. Era casi como verse a sí mismo durante los banquetes que su padre ofrecía a los mortífagos en el tiempo en que Voldemort vivió en Malfoy Manor.
Para cuando el postre llegó a la mesa, Draco comenzaba a sentirse verdaderamente incómodo. Krum había intentado cubrir los largos silencios con comentarios intrascendentes sobre Quidditch y la empresa, y él casi deseaba que el búlgaro volviera a ser el troglodita retraído que había conocido en el Torneo de los Tres Magos.
Estaba buscando excusas para marcharse antes del café y la copa de brandy de sobremesa cuando la mujer, cuyo nombre ya había olvidado pero que le parecía extrañamente similar a Granger, volcó una copa de vino tinto sobre su níveo vestido.
Para ese punto, la niña ya se había retirado de la mesa, luego de una estudiada despedida y un poco afectuoso beso de buenas noches dedicado a su padre, que prometió ir más tarde a su habitación para arroparla y leerle un cuento. Draco no debía ser un genio para saber que casi seguramente aquello no fuera una actividad muy habitual para él.
Luego del accidente con la copa de vino, la mujer de Krum se excusó para cambiarse el vestido y ponerle el pijama a Enya para hacerla dormir. Fue en ese instante cuando Draco comenzó a sospechar. Por un leve instante, pudo ver la mirada asesina en los ojos oscuros de su socio y el velado pedido de auxilio en su mujer mientras lo saludaba.
Malfoy quizá no fuera el más suspicaz del mundo, pero tenía la suficiente inteligencia emocional como para darse cuenta de que algo turbio ocurría puertas adentro de aquel matrimonio, sobre todo cuando Krum se excusó para ir tras su mujer. Sin embargo, decidió no opinar. Conocía de sobra cómo eran los matrimonios entre sangre pura de su entorno social y no sería raro que en Bulgaria fuera igual. Así que se despidió de Anastasiya y se enfocó en su vino y en el postre que acababan de servirle.
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Hermione había pasado gran parte de la noche debatiéndose entre revelar su verdadera identidad a Malfoy, esperando que él hubiera cambiado lo suficiente como para ayudarla, y el miedo que sentía ante la promesa tácita de dolor que veía en el rostro de Krum cada vez que ella miraba a Draco pensando en pedirle ayuda con su situación.
Apenas había cruzado la puerta de su habitación en el segundo piso de la mansión cuando una mano masiva la tomó del cuello desde la espalda y la lanzó con gran fuerza hacia la cama.
—¿Qué crees que haces, Hermione? —dijo la voz de Viktor en su oído mientras usaba su cuerpo para someterla y mantenerla presionada contra el colchón—. ¿Cómo te atreves a coquetear con Malfoy delante de mí? En mi propia casa y frente a nuestra hija.
Hermione había sido tomada por sorpresa y el peso de Viktor sobre sus costillas fracturadas apenas le permitía respirar.
—Te gustó tocarlo, ¿eh? Te sonrojaste cuando el inglesito tocó tu mano y la llenó de su sucia saliva… ¿Cuál fue la mano? ¿Estos son los dedos que él tomó y que tanto te gustó cederle?
Intentaba negar o defenderse, pero poco podía hacer. Una de las manos de Viktor aún estaba sobre su nuca y la rodilla de él le imposibilitaba el movimiento luego de que la colocó sobre su espalda. El cabello alisado había entrado en su boca y actuaba como una pastosa mordaza que le impedía emitir otra cosa que no fueran quejidos bajos de dolor contra el colchón.
Cuando él tomó su mano derecha, el pánico se apoderó de su corazón. Sabía lo que vendría ahora y tomó aire para soportar lo mejor posible el dolor sin desmayarse. Necesitaba mantenerse consciente para no volver a despertar en la bañera con agua helada.
El ruido que hicieron dos de sus dedos al quebrarse hubiera sido espantoso para cualquiera que lo hubiese oído. Sin embargo, nadie más que Viktor y Hermione lo oyeron, pues el muffliato lanzado a la habitación matrimonial protegía los oídos de Enya y Draco. A los trabajadores de la casa hacía mucho que no les importaba lo que su empleador hacía a su familia cuando estaba en su hogar.
—¿Por qué me haces hacerte esto, hermosa? Yo te rescaté de la muerte y te hice una princesa aquí en mi hogar. Te saqué de los escombros de aquel colegio y no he hecho otra cosa más que amarte desde que te conocí. ¿Cómo es posible que no puedas retribuir eso, Hermione?
Hermione conocía muy bien cuál era el discurso de su esposo. Cada vez que él la dañaba, le decía lo mismo y, entre golpes, le mencionaba cuánto la amaba.
—Dime que me amas, dímelo.
—Te amo —dijo ella entre sollozos ahogados contra el edredón.
—Dilo bien, maldita sea.
Luego de aflojar su agarre, dejó que el aire llenara los pulmones de su esposa y le permitió hablar con más fluidez a pesar del dolor.
—Te amo, Viktor.
—Ves que puedes hacerlo mejor. Eres la mujer más bella e inteligente de todo el mundo mágico, Hermione, y eres mía. Ahora iré a convivir un poco más con mi socio, querida —terminó mientras arreglaba su ropa nuevamente con la varita—. Ahora arregla esto y más tarde te mostraré las ventajas de tenerme como esposo en vez de un inglesito, como hubiera sucedido si no te hubiera salvado aquella noche en Hogwarts.
Por varios minutos, Hermione no se movió y solo lloró en la misma posición en que Viktor la había dejado. Aun cuando sus dedos quebrados tenían una posición extraña, no se movió. El dolor en su mano apenas era equiparable al de su alma, y la sola idea de recibir a Krum en la cama esa noche la paralizó. Sin embargo, algo cambió en ella durante esa cena. Ver a Malfoy después de tantos años había despertado algo que llevaba una década dormido en su pecho.
Estaba segura de que él no la había reconocido, y de haberlo hecho, seguramente solo se habría burlado de su situación, pero Hermione tenía que agradecer su llegada. Si él no hubiera venido aquella noche, quizá la idea que ahora se formaba en su mente no se habría gestado.
Cuando finalmente la leona de Gryffindor despertó por completo en su corazón, puso un pañuelo entre sus dientes y reacomodó los dedos para que sanaran derechos en el futuro.
Luego, vestida con toda la velocidad que su cuerpo maltratado le permitía, cambió su vestido por ropas muggles y calzado cómodo. Llenó un bolso con algunas cosas útiles y, tras envolver su mano con un paño limpio para que Enya no lo viera, ingresó al cuarto de su hija y la despertó tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible.
Con la excusa de jugar un juego de aventura, Hermione convenció a su hija de ser sigilosa y vestirse rápidamente. Si sus cálculos no fallaban, solo tenían unos cuantos minutos antes de que Viktor despidiera a Malfoy y que su única oportunidad de huir se fuera para siempre.
Había tomado algunas joyas y un par de monedas de oro que halló en el clóset. Tenía planeado usar a Malfoy para escapar de la mansión y luego viajar lo más lejos posible de Viktor, hasta poder contactar a Harry o a los Weasley para que la ayudaran y protegieran a Enya de su abusivo padre.
Bajar hacia el lavadero de la mansión fue toda una odisea en sí. Krum había llevado a Malfoy a su estudio y seguramente estarían allí por un breve tiempo mientras el primero le mostraba sus trofeos de Quidditch a su visitante.
Dado que había alguien extraño en la mansión, los guardias y las sirvientas tenían permitido abandonar sus puestos para que la visita no tuviera una idea real de cuán parecida era aquella casa a Azkaban.
A pesar del miedo, Enya corría tras su madre, tomada de su mano sana, en silencio y usaba sus sentidos para encontrar cualquier ruido que delatara los pasos de su padre yendo a buscarlas. Ella podía ser una niña, pero entendía muy bien lo que sucedía allí y solo fingía estar jugando para que su madre se mantuviera tranquila y ambas pudieran huir a tiempo.
Afortunadamente nadie las vio mientras se escabullían hasta el lavadero. Hacía un par de meses, ellas habían encontrado aquella salida mientras jugaban a las escondidas y habían acordado guardar el secreto. Nadie, ni siquiera las siervas, debían saber de aquella rejilla de ventilación que daba al patio y que podía abrirse con alguna herramienta fácil de encontrar. En esa ocasión, Hermione tomó unas tijeras de Enya y las usaría para sacar a su hija de aquel infierno.
Al salir al patio, la primera bocanada de aire del exterior les supo a libertad; sin embargo, aún faltaba mucho para que fuera cierto. Todavía debían atravesar los terrenos, amparadas por la penumbra, y llegar a la camioneta en la que Malfoy había llegado a la mansión.
El corazón de Enya latía en sus oídos cuando finalmente llegaron hacia el enorme vehículo que su madre había señalado. Tenía miedo, pero no podía quedarse parada o su padre las castigaría en grande por lo que estaban haciendo. Afortunadamente, nadie las había visto y el visitante de su padre no había cerrado con seguro la cajuela de su automóvil.
Una vez junto al coche, Hermione lanzó una plegaria silenciosa y abrió la puerta de la cajuela. Luego ayudó a Enya a acomodarse en el pequeño espacio y la siguió con todo el sigilo que fue capaz. Su mano herida palpitaba, pero no podía darse el lujo de quedarse quieta o detenerse a quejarse del dolor, pues hasta que Malfoy no se fuera de la mansión, ellas no estarían completamente a salvo de Viktor.
Aquella fue la media hora más larga de toda su vida. Ni siquiera el trabajo de parto para dar a luz a Enya, o los castigos físicos de su esposo, habían sido tan dolorosamente lentos como esperar a que Draco pusiera en marcha su auto y se fuera finalmente de allí.
Solo cuando sintió que el vehículo comenzaba a moverse, se permitió respirar profundamente y comenzar a sentir algo parecido a la esperanza. Después de diez largos años, finalmente había escapado de los grilletes de su esposo, y lo había logrado con la ayuda de Malfoy, a pesar de que este no tuviera idea de que la había ayudado en realidad.
Luego de un tramo por el camino que salía de la mansión, el movimiento rítmico del coche había sumido a Enya en un sueño tranquilo, que Hermione agradeció. Su hija tenía un miedo casi irracional a los sitios cerrados y oscuros, pero parecía haberlo perdido en aquella ocasión. O quizá fuera la adrenalina de la huida lo que le impedía entrar en pánico y le permitía conciliar el sueño como si simplemente estuviera recostada en su propia cama.
Por otro lado, ella estaba incómoda. Su cuello dolía, su cuerpo dolía y sus dedos… había dejado de sentir dolor en sus dedos quebrados, pero sabía que eso solo podía significar que algún nervio se había roto en ellos. Sin embargo, y a pesar del reducido espacio, se sentía segura huyendo en el maletero del vehículo de Malfoy, así que se permitió cerrar los ojos y descansar un momento.
Sabía que él tarde o temprano debería bajar del coche y alejarse lo suficiente como para que ella y Enya pudieran salir sin ser vistas, para luego emprender la verdadera huida hacia la libertad.
Sin embargo, aquello jamás sucedió. Madre e hija dormían profundamente cuando el automóvil se detuvo y no fueron capaces de notar que el conductor abriera la puerta de su escondite, buscando el neumático de repuesto para cambiar uno que se había roto en el camino.
– ¡Por las malditas barbas de Merlín!
Exclamó Draco al ver a las dos pequeñas mujeres durmiendo en el sitio donde debería estar el neumático de repuesto de aquel coche alquilado.
– Por favor, por favor no grites.
Suplicó Hermione al despertar de pronto con el grito sorprendido de Malfoy.
– Por favor, tienes que ayudarnos.
La mirada suplicante de la niña y su madre hizo que Draco se detuviera a oír las súplicas. Él podía ser un exmortífago, un snob y un hombre sin escrúpulos, pero tenía cierta debilidad por las damiselas en apuros.
– Eres la esposa de Krum, Ana no sé qué…
Entonces él lo había creído, había creído la estúpida historia de Viktor y ella llamándose Anastasiya.
– Soy Hermione, Malfoy, Hermione Granger.
– No es cierto, tú estás muerta desde hace años. Desapareciste por un hechizo perdido en la batalla de Hogwarts.
– No es verdad, Viktor Krum me secuestró. Necesito que me ayudes, tengo que volver a Inglaterra.
Durante todo el intercambio, Enya se mantuvo en silencio, intentando entender lo que los adultos decían. Sin embargo, era bastante difícil, pues rara vez su madre hablaba en inglés frente a ella y por tanto tiempo. Sin embargo, comprendió lo suficiente como para saber que su madre estaba suplicando por la ayuda de aquel hombre.
– Por favor señor Malfoy. Ayúdenos.
La voz de la niña derritió finalmente el hielo del que estaba hecha su convicción. En cualquier circunstancia, hubiera podido negarse rotundamente al pedido de aquella loca que decía ser Hermione Granger, la bruja a la que había atormentado durante su infancia, pero no pudo negarse al pedido de la brujita que lo miraba con ojos llorosos y gesto suplicante.
– Maldita sea, las llevaré hasta un punto seguro, luego estarán por su cuenta.
Luego urgió a la mujer para que le permitiera sacar el neumático y después de cambiarlo siguió su camino hacia la ciudad con las dos mujeres aún de contrabando en la cajuela de su coche alquilado.
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Nota de la autora: Bienvenidos/as a una nueva historia. Después de mucho tiempo finalmente la inspiración ha regresado a mi y pude volver a sentarme a escribir.
Si bien es cierto que ésta es un fanfic basado en una novela, pensar la adaptación es enteramente trabajo mío y quise empezar a compartirlo con ustedes, si es que están ahí.
Quisiera saber si les interesaría seguir leyendo esta historia y ver hacia dónde van finalmente nuestros personajes; ya que siempre empiezo a escribir con una trama en mente pero en el proceso les doy libertad a los personajes y termino simplemente acompañándolos hasta que deciden terminar su historia.
Sin más, y esperando sus opiniones, me despido hasta la próxima.
