XV HAILEY (segundo acto)


¿Qué soñaste?

Papá se iba de la casa porque ya no nos quería. Después tú me dijiste que te ibas a Alemania, me miraste feo. Me dejaron sola aquí.

Julia no lloraba, pero sus ojos enrojecidos y nublados por las lágrimas le gritan que lo haría en cualquier segundo. Axel le acarició el pelo, la sintió temblar bajo su mano.

Eso nunca va a pasar. Papá te quiere, eres lo más importante para él en la vida.

Eh… ¿Y tú?

Su carita ansiosa por la duda le oprime el pecho.

Nunca voy a dejarte.

Julia se frotó los ojos mientras su hermano la cubría con sus sábanas. Se aferró a él como solía hacerlo cuando algo la asustaba. Axel la rodeó con sus brazos, a pesar del sueño que espesaba su visión, quería verla dormirse antes que él.

Yo tampoco voy a dejarte —fue lo último que oyó de su hermana antes de cerrar los ojos.

Fue un sueño muy extraño.

Son las tres de la mañana. Axel acaba de despertar, tiene lágrimas tibias bajando por sus ojos, pero no se siente triste.

No hay tristeza ni miedo como suele haber después de sus pesadillas; es una sensación extraña en el interior del pecho, cálida y amable que lo hace sentir vulnerable.

—"¿Ocurrió?" —Axel se seca las lágrimas con la manga del pijama. Si intenta hacer memoria, recuerda muy pocas ocasiones en las que Julia durmió con él. Ella normalmente gritaba y lloraba después de una pesadilla, hasta que su hermano aparecía en su habitación y se quedaba el tiempo que le tomara volverse a dormir.

—No recuerdo si ocurrió, pero se sintió real…

Julia cumplirá veinte años. Su relación no es la misma de antes. Se siente solitario el verla alejarse cada día más de él, ver cómo sus amigos se volvieron más importantes que su hermano mayor. Es nostálgico recordarla pequeña y maravillada de todo lo que él hacía.

Axel no hubiera deseado que sus pesadillas sean el motivo principal para volverse a unir. Julia había decidido tomar esa situación como un reto personal y buscaba diferentes formas de hacerle sentir bien. Algunas veces funcionaba, otras veces él tenía que fingir que funcionaba para verla feliz. Axel no lo decía, pero su alegre presencia lo calmaba demasiado.

"Calma". Durante el karaoke sintió como si toda la vida hubiese vivido en calma. Shawn, Kevin y Celia se veían genuinamente felices de estar con él, no parecían compartir un pasado incómodo. El miércoles, el abrazo de Hailey fue doloroso, pero pudo sentir entre sus brazos el cariño que ella le profesaba. El martes, el entusiasmo de Austin por algo tan simple como verlo pedir una cita y otro conjunto de pequeños detalles lo hacen sentir querido.

Axel no descifra lo que siente a raíz del sueño, pero es algo muy parecido a la paz.

El agua fría del grifo lo ayuda a calmar sus latidos antes de volver a la cama. La almohada está húmeda, ha tenido que soltar muchas lágrimas.

"Me pregunto si fue real".

De repente, las palabras de su hermana durante el sueño le recuerdan que está solo, es desagradable. Desbloquea la pantalla de su teléfono para mirar la hora y encuentra el nombre de Celia en las notificaciones. Hace diez minutos le ha escrito un mensaje.

«Axel, ¿estás despierto?»

Axel frunce el ceño. ¿Qué hacía despierta?

«Sí»

«¿No puedes dormir?»

«Estaba durmiendo»

«¿Una pesadilla?»

«No. Tuve un sueño extraño»

«Comiste mucha azúcar»

Axel admite que se excedió con los dulces, pero no se arrepiente de nada.

«¿Por qué estas despierta tan tarde?»

«No puedo dormir»

«Quería saber si estabas durmiendo»

«Deberíamos intentar dormir».

«Tienes que pasarme la receta de leche de luna mañana»

«Puedo hacerlo ahora»

«¡No! La luz de la pantalla te altera el sueño»

«Lo leí en un artículo»

Axel no sabe qué responder, el indicador de "escribiendo" se activa por Celia y espera antes de intentarlo.

«Gracias por invitarme. Me divertí mucho»

Ha sido una noche buena para ambos, Axel todavía sonríe recordando a sus tres amigos divertirse con algo tan simple como cantar.

«De nada»

Celia continúa escribiendo, son frases detalladas sobre las cosas que le gustó del karaoke y su idea de organizar uno para sus amigas del trabajo. Axel intenta responder, pero los mensajes se vuelven borrosos y deja de entender lo que lee, en algún punto se queda dormido.

La alarma de las seis lo estremece. Arrastra la mano por el colchón hasta encontrar su teléfono. Tiene diez mensajes no leídos de Celia, el último termina de despertarlo por completo.

«¿Intercambiamos almuerzo mañana?»

Axel hace una mueca cargada de desilusión. El intercambio de almuerzo había quedado en nada la última vez que lo conversaron y lo terminó por olvidar. Incluso la fotografía de Celia seguía en su billetera. Tenía que hacer algo con su pésima memoria.

Llega la hora de salir. El aroma a ciruelo es más fuerte de lo común cuando camina por la calle. Axel cierra los ojos al percibir otro aroma que le hace girar el cuerpo en dirección a un Seven Eleven de la cuadra, estan descargando frutas de un camión.

Se le ocurre hacer una pequeña visita antes de llegar a Raimon. Un desvío de diez minutos.

Ver a Silvia barriendo la entrada de los apartamentos Windsor es casi tan común que sería extraño no encontrarla allí. Cuando ella lo ve, sonríe, detiene la escoba y se acerca para recibirlo.

—Buenos días, Axel. ¿Cómo estás?

Axel le devuelve el saludo a la vez que le entrega una pesada bolsa de plástico.

—¿Manzanas? — Silvia lo mira esperando respuestas.

—Una vez, Arion llevó un trozo de tarta de manzana al entrenamiento y nadie lo dejó tranquilo. Creo que le gustaría comerse una tajada él solo.

—Oh, sí me lo contó. Pobre, invitó tantos trozos que se quedó sin nada. Muchas gracias, Arion estará muy feliz cuando se lo diga.

Silvia le pide esperarla unos minutos e ingresa de nuevo al apartamento. Vuelve con una bolsa de papel que le entrega, su aroma es dulce.

—Ayer hice pastel de fresa. Alisté una tajada para ti y otra para Hills. En el termo hay té con canela para acompañar el pastel.

—Gracias —Axel abraza el paquete con una sonrisa diminuta—. Celia va a saltar de alegría.

Silvia lo mira con ojos curiosos durante unos segundos y luego sonríe.

—Sí, así es Hills.

Así es Celia. Las cosas más simples la hacían reaccionar como si fueran una maravilla, sobre todo si era algo que le gustaba. Cuando él llega a Raimon, los maestros lo saludan como es usual, pero es Celia la que parece alegrarse de sobre manera cuando lo ve.

—Buenos días, presidente. ¿Cómo estás?

—Discúlpame, me quedé dormido y leí tus mensajes hoy en la mañana — Alex intenta explicarse, pero Celia agita la mano para restarle importancia al asunto.

—No te preocupes, lo supuse. Era muy tarde.

Celia acomoda una pila de exámenes para corregirlos, sus clases comenzaban en una hora. Axel la oye tararear las canciones que cantaron en el karaoke, tiene una sonrisa a pesar de estar concentrada.

El día en Raimon avanza rápido para ambos y llega la hora del almuerzo. Celia destapa su fiambrera, la cantidad de sus porciones parecen disminuir constantemente. Axel comienza a preocuparse, hasta el año pasado ella comía con normalidad; solo tiene apetito cuando se trata de dulces. "Al menos con esto tendrás el estómago lleno" piensa mientras abre la bolsa de papel y saca una gran tajada de pastel de fresa que coloca delante de Celia. Destapa el termo y sirve un poco del té en la tapa, y también lo coloca frente a ella.

—Vine por la casa de Silvia. Nos envió postre.

—¡Qué bonita sorpresa! —Celia junta las manos con alegría—. Silvia siempre es tan considerada y amable. Me recuerda a ti.

Axel enmudece, esos ojos grises lo ven con cariño.

—Qué envidia me dan ustedes dos.

Él y Celia voltean, una maestra esta recostada en su escritorio mientras los ve.

—Soy la única de mi clase de secundaria que dejó la prefectura, mis amigos de la universidad trabajan lejos. Estoy sola en esta ciudad, ustedes pueden compartir recuerdos agradables incluso trabajando.

Ambos se miran unos segundos, como si no hubieran tenido en cuenta ese detalle. Celia prueba un bocado de pastel mientras sonríe.

—Sí es una suerte —la maestra corta con la cucharita otro pedazo—. A pesar de todo, es agradable poder trabajar contigo, Axel.

El ex delantero siente un cosquilleo agradable en el estómago. También tiene algo que decir.

—De alguna manera estamos juntos de nuevo. El programa es muy exigente, pero Shawn, Nathan, Darren…

Celia clava con fuerza su cucharita en el pastel a la vez que le lanza una dura mirada de advertencia. Axel abre los ojos en toda su expresión.

—¿Dije algo malo?

—No lo menciones, ni se te ocurra. Darren queda prohibido en nuestras conversaciones de ahora en adelante.

—Ah, ya te enteraste de su renuncia —Blaze se lleva una fresa manchada de merengue a la boca.

—Sí, ahora estamos peleados. Mala experiencia de amigo, cero de diez, no recomendable.

—No están peleados, Celia, tú estás molesta. LaChance no estaría aquí todo el programa; él no quería que te sintieras triste por la despedida.

—¿Cuándo le he dicho que se preocupe por mi sensibilidad? —Celia lo mira completamente ofendida—. Odio que den por hecho lo que siento y que me oculten cosas.

—No seas injusta con él.

—No lo defiendas.

—No estás pensando las cosas.

—Y tú lo estas sobre explicando. ¿Por qué lo defiendes a él y me acusas a mí? ¿Qué tiene él que no tenga yo?

—Me tiene paciencia —dijo con calma.

—¿Y yo no la tengo?

—No se enojaba conmigo cada dos días.

—Me das muchas razones para hacerlo.

—Gana seis veces más que tú.

—¡Cuando cumpla cinco años como maestra me subirán el sueldo! —Celia se defendió.

—No me levantaba la voz.

—Oh… Claro, porque te gusta que te den la razón, ¿verdad?

—No es respondón —Axel añadió con una sonrisa.

Hills se recuesta en el escritorio para ocultarse de él.

—Y se sabe controlar.

—¿Yo no lo sé hacer? —preguntó desde su escondite.

—No. Te tomaste en serio una película de ciencia ficción. ¿Quién hace eso?

La maestra se levanta con brusquedad.

—Sí, ya entendí, Darren es mejor que yo.

Celia engulle un bocado de pastel con violencia y toma la porción que le quedaba para abandonar el salón de maestros con pisadas fuertes. Axel mancha otra fresa con merengue, la usa para dar golpeteos en el plato mientras sonríe distraído.

—Agh, lo dicho: Me dan mucha envidia —la misma profesora de antes se lamenta.

Axel se sirve un poco de té, en verdad se siente afortunado por contar con ella y no con un desconocido. Reflexiona, si no tuviera a Celia, ¿cómo hubiesen sido las cosas? Probablemente hubiera decidido retirarse tras la renuncia de Mark o movido cielo y tierra para mantener a Hailey con él (si fuera parte del programa).

No ocurre nada más aquel día. Ambos se retiran temprano después del entrenamiento. Él llega a casa y se prepara café con hielo mientras habla con Julia usando el altavoz. La voz suave de su hermana le cuenta su día y le pregunta el suyo.

Axel decide compartirle un poco de su reencuentro con Hailey. Si es sincero, volver a verla fue un antes y un después. No solo se trataba de la entrenadora, sino de él mismo, de las conclusiones a las que no quería llegar y terminó confesando por culpa del alcohol.

Todo por configurar una lavadora.

Después de esa pequeña hazaña compartida, Axel rebuscó por la alacena de Hailey hasta que encontró, triunfante, una caja de galletas de terciopelo rojo. Planeaba sentarse en el sillón y relajarse mientras comía, pero un extraño objeto parecido a un peluche en la alacena le llamó la atención.

—Hailey, ¿qué es eso?

La entrenadora tomó el muñeco y lo puso frente a él, a la altura de su rostro.

—Gané una entrada para una clase de crochet. En la semana de exámenes no hago nada, pensé que sería bueno aprovechar. Hice una jirafa, ¿qué opinas?

"Es feo, es feo y no tiene forma".

—¿No vas a decir nada?

—Mhm… —Axel hizo una mueca incómoda y confundida, gesto que hizo reír a la mujer.

—No te gusta. Es mi primer intento y no está mal. Aprendí muchas cosas, una de ellas es que no me gusta tejer.

Hailey deja el peluche en su sitio. Saca una botella de vino de una repisa y dos copas de cristal. Axel la mira queriendo explicaciones y ella le vuelve a reír.

—Vamos a celebrar que vencimos a la inteligencia artificial. Una copa antes de la cena y durante la cena.

—Compramos refrescos y pan. ¿Qué vamos a comer?

—Comida tailandesa.

Hailey le arrebata la caja de galletas con un rostro severo.

—¡Deja de comer eso! No vas a querer cenar. Mejor brindemos.

El vino llena dos veces ambas copas mientras esperan al repartidor. Hailey le cuenta todo lo que hizo en esos seis meses, meses tranquilos para ella disfrutando de su trabajo. Siempre que puede alardea de su equipo y que no tienen nada que envidiar a los integrantes del programa.

Axel siente cosquillas en la lengua por el vino. Hailey se sirve una tercera copa.

—Yo quería ser una futbolista exitosa en Europa. Con todo ese dinero planeaba comprarme una buena casa y contratar un mayordomo, igual que tu amiga de la secundaria. ¿Cómo se llamaba? ¿Kelly?

—Nelly.

—Sí, Nelly Raimon. No lo logré, nunca lograba destacar. Siempre fui mejor para guiar y enseñar, por eso me volví entrenadora; los hago trabajar muy duro para que logren sus sueños.

Hailey suspira largo y cansada, pero no se ve frustración en su rostro, en su lugar hay una sonrisa de cariño a su yo de niña. Son recuerdos que no le duelen, sino que la animan en esa etapa de su vida.

Axel piensa en sí mismo y puede ver que las cosas que él deseaba siempre resultan imposibles. No pudo llevar a Kirkwood a la victoria por el accidente de Julia. No pudo ayudar a sus amigos por proteger a su hermana, estuvo a punto de renunciar al fútbol para estudiar en Alemania; no pudo volverse profesional porque se infiltró en el Sector Quinto, no pudo terminar de recuperar su vida por el ataque del Protocolo Omega, no pudo tener un trabajo tranquilo tras la llegada de Ozrock. Nada de lo que más deseaba podía tener, y si la vida era buena y lograba ser feliz, algo venía a interrumpirlo.

Soñando, siempre deseando, y renunciando, aceptando, olvidando.

El timbre del departamento suena, Hailey corre a abrir y le paga al repartidor. El aroma a comida frita y condimentada golpea la nariz de Axel, le provoca náuseas. Se lleva la copa de vino al rostro para contrarrestar su malestar; Hailey no lo nota por estar concentrada en traer platos y cubiertos para ambos.

—Axel, una vez me dijiste que tu sueño de niño era ser futbolista profesional y enfrentarte a los delanteros más fuertes del mundo. ¿Qué opinas de eso ahora?

Axel juguetea con la comida en su plato.

—Que tenía ocho años.

—Nos seguimos dedicando a este deporte, no en la cancha, pero sí a nuestro modo. ¿Qué te parece si un día nos unimos a la caravana de la selección?

—No quiero hablar de eso.

—Uhum, está bien.

Hailey toma la botella y la sacude, como una forma de preguntarle si quiere más vino. Axel le alcanza su copa, ella lo llena hasta en borde.

—"Lo siento, amigo, pero si quiero sacarte información…" —Hailey no quiere engañarlo, pero no tiene otra alternativa.

Axel no es una persona fácil de abrir.

Cuando estaban juntos en la rivera, ella pudo ver que él hablaba de algo más.

Axel trata de ignorar las náuseas y le da un gran sorbo al vino para intentar sentirse mejor. Intenta comer, pero el fuerte sabor lo golpea y se lleva las manos a la boca para intentar no expulsarlo.

—¡Axel! ¿Qué te pasa?

De algún modo Axel logra tragar. Ver y oler la comida le estaba haciendo sudar de estrés.

—No me siento bien —confiesa por fin—. He estado sintiendo todo más intenso.

—¿Y eso no me pudiste decir al inicio? ¿Querías vomitar sobre mi alfombra?

—No dijiste nada de comida tailandesa.

Hailey le pasó un dedo por la nariz antes de empujarlo.

—No seas tan modosito. Para tener relaciones sanas, de cualquier tipo, tienen que haber conversaciones incómodas. Será mejor que te de otra cosa.

Axel termina cenando tostadas con mantequilla sin sal. Se consuela con el vino.

El alcohol poco a como ayuda a inhibir el comportamiento reservado de Axel, pasa de estar serio a sonreír, su sonrisa se vuelve constante y sus palabras menos discretas. Hailey lo tiene justo en donde lo quería: lo suficientemente ebrio para hablar y lo bastante lúcido para no decir incoherencias. Él ha empezado a divagar por el alcohol.

—El día que disolvieron el Sector Quinto, finalmente pude dormir en paz…

Ella guarda silencio, es su momento de escucharlo.

—Dormí por primera vez todo un día completo. Cuando desperté, no sabía si era de noche o madrugada, o el día siguiente; estaba oscuro y solo volví a dormir. Julia me despertó, estaba preocupada. Le dije que solo estaba cansado. Ella se fue a la preparatoria y yo me quedé en cama durante horas, sin saber por qué tenía tanto sueño.

Axel arrastra las palabras, su voz es pastosa.

—El Sector Quinto ya no existía, todo me parecía como un mal sueño, y Cinquedea también sería un mal sueño.

—Tu mente estaba asimilando que ahora todo sería diferente. Debió ser agotador.

—¿Cómo hice para no volverme loco? Simplemente lo hice. Lo hice porque era lo único que podía hacer.

Axel, en su ebriedad, empieza a ver los resultados de su sufrimiento a manos de Cinquedea como un don. Tenía suficiente práctica en mantenerse tranquilo y estoico cuando por dentro sentía todo lo contrario. Eso le ayudó mucho cuando el Gran Celesta Galaxy estaba en desarrollo. Le seguía ayudando, cuando usaba mano dura para mantener el programa bajo vigilancia por el bien de los miembros. Tenía mala fama, pero todo bajo control. Era simplemente perfecto.

—Pero ya no necesitas hacer eso —Hailey lo sermonea, Axel parece no escucharla.

—Estar en el programa es como tener dos trabajos. No perdí la cabeza en Raimon gracias a Mark y a Celia. Mark se fue, pero Celia se quedó, ella siempre se queda conmigo, aunque le diga que puede irse a casa.

Hailey asiente y sonríe con aprobación.

—Tienes una asesora muy involucrada.

—Es solo mi asesora, no necesita hacer más.

—Ni tú tampoco.

—Hailey… siento que las horas pasan muy rápido. Lo días ya no son míos.

Hailey siente que ha tocado un área sensible en él. Le sirve más vino que él bebe como si fuera agua. Axel se apoya sobre la mesa, sus ojos se pierden en un punto.

—Estoy preocupado. Si la información del programa se filtra, todos los miembros podrían correr peligro. Me obsesiono con los informes y muchos de ellos son difíciles de entender, menos los de Celia. Me quedo horas en la oficina, no tengo vida, los días ya no me pertenecen.

—Axel, me dijiste que tu vida era estable. ¿Me estabas mintiendo?

Axel se ríe de forma tonta.

—No te miento. Es muy estable. No me gusta, pero es segura, estable… y estable, es adecuada para mí.

—¿Por qué es adecuada?

—Tengo todo lo que necesito.

—Pero no lo que quieres.

—¿Para qué? Vivo en automático todo el tiempo.

Hailey comprueba que ella ha tenido razón: La respuesta sincera era que él no quería enfrentarlo. Axel estaban tan acostumbrado a cargar con la inseguridad, el miedo, el dolor y el nerviosismo del resto, que no tenía oportunidad de ocuparse con lo suyo. A raíz de eso, se ha metido en una jaula mental donde cree que hacer cosas para él es egoísta. Ser presidente en la asociación lo ayudaba a expiar su pasado y a proteger lo que más amaba; solo él, no debía hacerlo nadie más, porque se había dado esa responsabilidad.

Axel ya no razona, solo habla, habla lo que ni él mismo sabe que sentía. En un punto se calla, los recuerdos llegan en la forma de un sueño.

Amo el fútbol. Siempre lo hice, siempre lo haré.

Sintió como si se liberase de un hechizo después de tantos años sin poder expresar sus verdaderos sentimientos. No era capaz de contener su emoción al igual que no era capaz de esconder la alegría en su rostro. Cinquedea le devolvió la sonrisa, disfrutaba tanto como él la escena del Raimon levantando la copa.

Tus sentimientos por el fútbol te llevaron a hacer todo esto… —murmuró el hombre para sí mismo.

Volvieron a las instalaciones. Cuando la euforia terminó, un pesado silencio se instaló entre ambos, hasta que el mayor tomó la palabra.

Necesito pensar una o dos cosas, pero lejos de Japón.

¿Se va? —Axel se paraliza, tiene los labios entreabiertos, Cinquedea lo nota y sonríe.

Zabel… No. Blaze. Axel Blaze. Nunca he podido confiar completamente en ti. Tienes fuego en los ojos, tu mirada me gritaba que tuviera cuidado contigo. Eras tan joven y ambicioso. Quizás, en el fondo me conmueves, quizás…

Cinquedea levantó la cabeza orgulloso y se volvió hacia la puerta. Axel no había dicho nada más, temblaba por dentro al tener que despedirse ¿Por qué se lamentaba si lo odiaba? Al ser consciente de que estaban solos —él de espalda y con la guardia baja— hizo que le acometiese el pánico. Axel luchó por respirar cuando sintió que la bilis subía a su garganta. Dio un paso hacia él y se congeló en su sitio como si estuviera en arenas movedizas. Si el hombre no abría esa puerta, seguirían solos, frente a frente, sin una jerarquía que le frenase. ¿Y qué haría entonces? ¿Atacarlo? ¿Insultarlo?, pero mientras sus pensamientos seguían rebosantes de deseos de acabar con él con sus propias manos, despreciándolo y temiéndole por igual, se arrepintió. No hizo nada, absolutamente nada. Todas las tempestuosas emociones quedaron sumergidas por su nueva realidad: No podía hacerle daño porque no estaba en condiciones de hacerlo. No era nadie, ni siquiera Zabel, solo Axel, y Axel ya no era nadie, nadie especial, mientras que Cinquedea era un hombre millonario, una figura influyente en los negocios y uno de los más temidos.

Axel volvió a casa con la decepción carcomiendo su cuerpo. Una mezcla agria de vergüenza y dolor se instala en su garganta. Quiso sentir rabia y no podía. La rabia solo vino después, cuando estaba solo en su habitación, cuando ya no importaba, cuando se miró al espejo y despreció su imagen, imagen hecha para ser el esclavo de Cinquedea, el siempre devoto a él, el fiel, el abnegado. Se arrancó las joyas como si le quemaran. Tomó el cúter de su escritorio y se cortó los mechones pintados de índigo. "¡Al infierno con él!" Gritó en su mente antes de agarrar el despertador de su mesita de noche y arrojarlo contra el espejo. Estaba roto, por fin roto. Gyan Cinquedea esta roto, roto en mil pedazos.

Finalmente se desplomó en la cama. Durmió durante largas horas seguidas. Al despertar, sentía un inmenso vacío, el vacío producto de los cinco años lleno de preocupaciones demasiado graves para su edad.

Por algún motivo, aquel recuerdo transformado en sueño no lo hizo despertar.

Cuando abrió los ojos, estaba sobre la alfombra, una manta le cubría la espalda. Hailey se encontraba profundamente dormida en el sillón. Axel se removió, todavía atontado por el sueño, y se encaramó en la mesita de centro para apoyar su cabeza, pensando que era muy afortunado de haberla conocido.

"No te confundas, eres Axel Blaze, y uno de tus mayores atributos es tu carácter amable y desinteresado".

Hailey lo había dicho con total seguridad. Axel apretó los labios con tristeza, ¿cómo podía decirle que él no era un hombre altruista o desinteresado, sino solo una persona cínica y resentida que odiaba su vida y al hombre que había contribuido a hacer de ésta lo que era?

"Hemos sufrido juntos, Axel, y eso nos ata más que la alegría".

Era una amistad valiosa.

Todo parece haber tomado su orden natural después del viernes que la volvió a ver.

"Me gustaría tenerte siempre en mi vida".

El rechazo de Hailey y la salida al karaoke le dieron calma. Era imposible cambiar el pasado y a nadie parecía importarle, nadie lo odiaba, sino todo lo contrario.

Pensar en salir con Hailey era algo que no se hubiera permitido en ninguna circunstancia, pero lo hizo, como si el haber tomado esa decisión fuera darse el derecho de tomar las riendas de su vida.

Austin pudo ver el repentino cambio de humor de su amigo. Aún no sabe sobre lo ocurrido con Cometti, pero Axel ya no actúa evasivo, incluso ha iniciado con él una extraña conversación en donde le pregunta qué llevaría a un intercambio de almuerzos, pues planeaba hacer uno con Celia.

Austin se pregunta desde cuándo Hills ha empezado a estar presente en sus conversaciones. ¿Qué estaría haciendo ella?

Ella estaba regresando al salón de maestros después de terminar sus clases, cuando una profesora la tomó del brazo y la arrastró hasta un rincón debajo de unas escaleras. Allí estaba un grupo de cuatro mujeres muy juntas.

—¡Hills! —el grito ahogado de una la alarmó —. ¡No nos dijiste nada!

—¿Ah? ¿Qué cosa?

—Blaze tiene una novia en otra secundaria —chilló entre labios otra maestra.

Celia siente que deja de respirar.

—¿Novia?

—¿No lo sabes?

Las maestras la ven negar varias veces y se arremolinan en torno a ella para hablar en voz aún más baja.

—La profesora de educación física dijo que el entrenador de tu club de fútbol le dijo que una amiga suya en la asociación de fútbol le dijo que la secretaria de Blaze le dijo que oyó al presidente decir que estaba enamorado de una profesora del Universal.

—¡Te estoy diciendo que no es profesora, señorita, es entrenadora del equipo de fútbol! —otra docente interviene—. Le pregunté a mi hermano que trabaja en el Universal, me dijo que el miércoles vio a Blaze jugando fútbol con el equipo y se quedó con ella después del entrenamiento.

—¡Ah! Entonces no creo que sean suposiciones.

—¿Quién más sabe de esto? —Celia pregunta, comenzaba a sentir miedo.

—Por el momento solo nosotras, la profesora de educación física, el entrenador del equipo de fútbol y mi hermano.

—¿Por qué piensan que son pareja? —Celia ata cabos, sabe que están hablando de la entrenadora Cometti—. Puede ser solo su amiga.

—¡Ah-ha! Es que hay algo más —la cuarta maestra afila la mirada—. Otro profesor que vive cerca de ella dijo que vio un Lamborghini en su cuadra la noche del viernes de la semana pasa. Al día siguiente seguía allí estacionado.

—En Inazuma no hay tanta gente con ese tipo de autos. Si es el de Blaze, entonces no fue a casa. El salón de maestros del Universal debe ser un caos, qué divertido —una de las profesoras suelta una risita.

—Hills, no te creo que no supieras, estas todo el tiempo con Blaze.

—No sabía nada —Celia respondió con brusquedad—. Es su vida privada, déjenlo en paz.

—¿No te da curiosidad?

Celia no responde, ellas tampoco esperan que lo haga. Se mantuvo escuchando la conversación, se siente aturdida, pero curiosa. Las maestras continúan charlando y gradualmente cambian la información hasta decir cosas que evidentemente no serían ciertas, o al menos ella esperaba que no lo fueran. Celia es incapaz de seguirles el ritmo, se aparta del grupo para irse caminando hacia los baños. Se le acelera el corazón cuando ingresa y se encuentra con la profesora de arte.

—Hola, Hills —la maestra la saluda con una sonrisa—. ¿Por qué pareces asustada?

—¿Qué? Oh, eh... no, para nada —Celia se arregla el pelo para disimular—. Tú siempre te ves radiante.

La profesora sonríe halagada.

—Gracias, voy a clases de yoga y meditación todos los días a las siete. Puedes acompañarme, si gustas.

—Woah… Nunca he hecho yoga. Podría gustarme.

—Perfecto, te espero en la bajada al centro, te llevaré en mi auto.

La clase de yoga resultó lo que Hills esperaba: Aburrida y no tan relajante, y dolorosa.

Llega otro turno de Axel en Raimon. Celia lo recibe con la misma sonrisa contenta, pero él nota algo extraño en su rostro. Ella se inquieta por todo el tiempo que voltea y lo atrapa mirándola. Entre la incomodidad y la horrible presión que Axel parecía poseer en sus ojos termina huyendo de él. No le sirve de nada cuando escucha pasos detrás de ella, sabe que es él, ya ha memorizado cómo suena su caminar.

Axel la encuentra sentada en una de las bancas del exterior, parece tensa. Se acerca en silencio y se inclina para hablarle, tiene en la mano un objeto cilíndrico para ella.

—La profesora de arte me pidió que te diera esto, te ayudará a sanar el moretón de tu rostro. Me dijo que te desmayaste en la clase de yoga.

El rostro de Celia se coloreó de rojo intenso.

—¡No me desmayé! Desmayarse es perder el conocimiento. Me caí, estaba mareada, todos eran avanzados y yo la única principiante. Estoy muy avergonzada, no volveré nunca.

Axel toma asiento junto a ella, le entrega una lata de refresco a modo de consuelo. Celia puede ver cómo le sonríe con los ojos, aunque mantenía serios los labios.

—Es el cansancio. El programa es como un segundo trabajo, Hills. Deberías pensar antes de renovar tu contrato a medio año.

Ella niega una y otra vez, parece molesta.

—Estoy bien. Es el último año escolar del programa, lo comencé y lo voy a terminar.

Celia toma más del refresco. Quiere preguntar todo sobre Cometti, si es verdad que están en una relación y desde cuándo. Se muerde la lengua, estar a solas con él mientras tiene esos pensamientos la hacen sentir terriblemente nerviosa.

—Te ves inquieta, Celia.

—No... ¿cómo crees? No, bueno, sí, sí, un poco —Celia mueve las manos con nerviosismo—. Es que… estuve pensando. Cuando dijiste que iba a ser una esposa terrible, me replantee muchas cosas…

Axel se lleva las manos a la cara con frustración

—No lo dije en serio. ¿Por qué no lo olvidas?

—¡No lo haré! Lo he pensado seriamente. Cumpliré veinticinco años, me siento extraña.

—¿Por cumplir veinticinco?

—Es solo que, con toda esta carga laboral siento que no estoy disfrutando lo que me queda de los veinte. ¿Qué voy a hacer si algún día me caso? Saltaré de la juventud a la vida hogareña y será así hasta que muera. Tampoco quiero eso.

—¿Por qué es tan urgente que te cases?

—¡No es urgente! ¡Hablo del futuro! Quiero tener mi propia familia. Llámame ridícula, pero eso es lo que quiero.

Axel no puede culparla, Celia es una chica joven y llena de cariño, se la ve tan risueña cuando se trata de temas familiares que no duda de que fantasea con esa imagen mental. Su deseo no era ridículo a su parecer, de hecho, le parece tierno.

—Deberías aplicarte el ungüento, tienes muy hinchada la mejilla, el maquillaje no lo disimula mucho.

—Se notaría menos si dejaras de mirarme...

Celia observa disimuladamente el rostro sereno de Axel y se pregunta qué piensa él cuando la mira. Sus ansias aumentan, estar cerca de él se siente extraño desde que escuchó esos rumores.

—Tengo que ir a mi clase, gracias por alcanzarme el ungüento y por el refresco.

Axel no recuerda haberla visto tan intranquila antes. Durante el resto de la jornada, Celia se mantiene distante y evita quedarse a solas con él. Le rehúye la mirada cuando se encuentran y parece más centrada en oír que en hablar. Axel supone que sigue avergonzada por su mejilla hinchada, pero al escucharla responder secamente cuando le habla, comienza a sentirse incómodo.

—Hills, ¿estas bien?

Celia lo mira con una mezcla de fastidio y decepción. Blaze retrocede.

Ella nunca lo había visto así.


Axel puso el dorso de la mano derecha contra su boca y mordió con fuerza mientras trataba de obligarse a recordar.

"Como si pudiera olvidarlo… ¡Como si pudiera permitirme olvidarlo!".

Los nombres de Avery Rarecard y Zato Memmor* se sienten como balas en su corazón y la imagen de ambos chicos le quita el aliento. Axel abre los ojos, ya no esta en casa.

Se volvió a ver, con veintiún años, sentado junto a Cinquedea cuando ocurrió todo. Allí se llamaba Alex: el joven asesor de Gyan Cinquedea para los entrenamientos de fútbol. Su jefe miraba atento el partido para seleccionar a los miembros del primer Monte Olimpio tras su introducción al fútbol regulado.

Avery era un muchacho con una habilidad innata para el fútbol, el perfecto modelo de futbolista para convertir en Imperial. A pesar de su talento, tenía una actitud infantil acentuada por su rostro aniñado y grandes ojos verdes, idénticos a los de Celia. Zato era todo lo contrario: Orgulloso, centrado y serio. Ese día, Zato estaba furioso con Avery, no lograban realizar una súpertécnica especialmente difícil.

—¡Maldita sea, hazlo bien!

—¡Cállate! ¡No me grites!

"Esta cosa es el fútbol regulado". Alex pensaba mientras fruncía el ceño, Cinquedea permaneció imperturbable.

—Ni siquiera puedes levantar la pierna, Avery. Es salto, pase y tiro. ¿¡Qué es tan difícil comprender!?

—¡Cállate! ¡Me gritas como si lo hiciera mal a propósito!

—¡Entonces hazlo bien!

Avery tenía que pasarle el balón después de envolverlo con una corriente eléctrica y apartarse a tiempo para que la potencia del tiro no lo lastime. No era solo la velocidad, sino el miedo horrible de que Zato no calculara bien el tiempo y lo lesionara. Volvió a probar, y tampoco pudo confiar en él.

Los gritos de Zato insultando a Avery no fueron motivo para mover a Cinquedea, él se mantenía observando, pensativo.

—Son brillantes —dijo de repente.

Alex usó el silbato para indicar el final del partido. Todos los chicos cayeron exhaustos al suelo, excepto Zato. Ese chico le preocupaba, siempre volteaba a verlos, como si buscara en el rostro de ambos adultos una expresión aprobatoria hacia su persona. Cinquedea le sonreía con orgullo, pero el rostro férreo de Alex nunca le comunicaba algo, y aquello lo hacía sentirse inútil y su desesperación por ser elegido aumentaba.

Alex siente la mirada de Zato siempre sobre él, esperando, rogando algo que no puede darle.

Cinquedea no se mueve, sorprende a Zabel al darle la oportunidad de elegir. Alex sabía que ambos chicos serían enviados al Santuario si los seleccionaba y, de rechazarlos, su jefe pondría en duda sus motivos. Era sensato mantener a uno cerca de él y a otro lejos, Cinquedea preferiría al que estuviera en el equipo y él podría intervenir si algo sucedía. Los reunió a todos en torno suyo para leer la lista, iniciaron las primeras reacciones de alegría y tristeza.

Zato sintió que el piso temblaba cuando no oyó su nombre. Su mirada de fastidio y decepción se clavaron en Alex; era inútil, nunca lograba complacerlo.

—Haz hecho un buen trabajo, Memmor —Zabel habló con tranquilidad cuando lo vio afligido—, pero debes seguir entrenando.

—No te importo, nunca te voy a importar.

Alex sintió que la boca se le secaba.

—No te importo —repitió con amargura—. No sé qué más me falta para que me muestres aprobación. Es inútil cuanto me mate entrenando, no te importa. Te di lo mejor que podía darte y no fue suficiente para ti.

—No seas criatura, Memmor. Tienes talento, pero aún te falta demasiado.

—¿¡Qué!? ¡Fue Avery el que no me dejó hacer la súpertécnica!

—Memmor —Cinquedea habló desde su sitio—. Cálmate. Hablarás conmigo antes de irte a casa.

Zato asintió, pero su expresión dolida pasó de Alex a Avery. Zabel tuvo un mal presentimiento.

—¡Avery! —gritó el chico— ¡A ver si ahora sí lo haces bien!

Su compañero reaccionó por auto reflejo. Zato dio un gran salto en el aire, pero en lugar de esperar el balón con la tormenta eléctrica, se dejó caer con toda su fuerza. Todo su peso, con el empuje de los tacos de metal en sus suelas impactaron en las piernas de su compañero. Avery lanzó un fuerte grito antes de que el relámpago que debía quedarse en el balón reptara por sus piernas y lo sacudiera hasta lanzarlo lejos.

—¡Se acabó, es todo! —rugió Alex, demasiado tarde para salvarlo. No le importó que Cinquedea estuviera a su lado mirándolo con desconcierto.

Alex dejó las bancas y apartó a todos los miembros de equipo que trataron de ayudar a su compañero quitándole las zapatillas. Avery se llevó los antebrazos al rostro para ocultarse, jadeaba como desesperado. Sus piernas alcanzadas por la corriente eléctrica temblaban sin que las pudiese controlar. Alex trató delicadamente de moverle los dedos hinchados, pero el chico no reaccionó.

—Vayan a casa, muchachos —Cinquedea se acercó al grupo—. Dejen que los adultos se encarguen de esto.

Las horas esperando que Avery despertara se hicieron eternas para Alex. El alivio calmó sus nervios cuando lo vio abrir los ojos. Avery se veía desorientado, bastante fuera de la realidad. Sus venas estaban llenas de sedantes.

Las semanas siguientes se sintieron lentas. Uno de esos días, Alex lo encontró llorando suavemente con la cabeza hundida en la almohada.

—Avery, ¿por qué lloras? —preguntó mientras se sentaba al borde de la cama.

El chico levantó la cabeza, su rostro estaba cubierto de lágrimas.

—Es que… estoy aburrido.

—¿Y ese es un motivo para llorar? —Alex frunció el ceño, no le parecía lógica esa respuesta.

—¡No lo entiendes! No me puedo mover. No puedo hacer nada. Cada vez que intento, me duelen las quemaduras. Me duele ahora, todo me lastima.

Alex retiró las sábanas, apretó los labios al ver las piernas quemadas del muchacho.

—¿Estas tomando los analgésicos?

—Sí, no sirven.

—El doctor te ha dicho que estarás así un mes. Tienes que ser paciente.

—Claro que tendré paciencia, Alex —Avery rodó los ojos—. Tanta paciencia que tendré los músculos atrofiados cuando ya este sano.

—No hables así.

—¿Y si no vuelvo a caminar?

—Nadie ha dicho que no volverás a caminar.

—¡Tú no entiende! —Avery tomó con brusquedad su almohada y la arrojó al piso—. ¿Sabes por qué lloro, Alex? ¡Porque no siento nada! ¡Primero fue el dolor en mis piernas y luego la sacudida, y después nada!

Alex comprende que el miedo y la desesperación del chico lo hacen hablar así, pero es solo miedo, al fin y al cabo.

—El médico ya te ha dicho que estarás bien y que necesitas reposo. ¿No quieres volver a jugar fútbol?

—¡Es que ya no creo que pueda! No le creo. Me duelen las piernas, pero no puedo moverlas. No las siento a ellas, pero si a las quemaduras. ¿Entiende eso? ¡Es tan estúpido que no debería tener sentido!

—Pero lo tiene. Sé que es difícil de entender, Avery, pero que no puedas mover las piernas ahora no significa que ya no puedes caminar, es parte de la lesión.

—¡Yo tenía un plan! El señor Cinquedea nos dijo que a los miembros del equipo nos darían una carta de recomendación para entrar a una buena preparatoria. Quería ir a la universidad, ganar una beca y estudiar a la vez que jugaba fútbol profesional. Iba a tener muchas cosas. Ahora ya no puedo hacer nada de eso.

—Cálmate —Alex endureció la voz, tratando de controlar el deseo de tomarlo por los hombros para detener su exabrupto. El chico lo necesitaba con la cabeza fría.

—No puedo mover las piernas, pero me duelen. No voy a caminar, pero sí las sentiré y eso me va a volver loco.

—Tus quemaduras son de segundo grado, por supuesto que te duele. Te estas autocompadeciendo.

—¡No debiste! ¡No debiste hacer que él se enojara conmigo! ¡Debiste elegir a Zato! ¿¡Por qué no lo hiciste!?

Avery se arrojó a sus brazos y estalló en un llanto largo y amargo, lleno de preguntas, como si acabara de perder todo en la vida; como él lloró una vez al ver a su hermana conectada a máquinas que la mantenían viva mientras la sangre seca en su cabello lo endurecía y le arañaba el rostro, y él tenía que cortar los mechones para que ya no la lastimaran.

—Primero tienes que sanar —Alex tomó sus hombros con delicadeza para enderezarlo—. Deja de llorar. Estarás bien, el daño no es tan grave como piensas, volverás a ser tú en unos meses. Ten paciencia, Avery, no te desesperes.

El muchacho asintió, sus ojos verdes se aferraron a los suyos.

—Tendré paciencia, te lo prometo.

"Avery se quitó la vida dos días después. Se tomó un puñado de los analgésicos que le recetaron. No sé si lo planeó o solo intentaba quitarse el dolor de sus quemaduras. Quiero pensar que fue lo segundo".

Mucho tiempo después Alex fue consciente de que sus palabras no fueron las adecuadas, aunque había tenido las mejores intenciones. Imaginó que Avery se tuvo que sentir abandonado de su parte. En su mente le pidió disculpas una y otra vez por algo que él no había elegido, y que habría impedido si hubiera podido hacerlo.

El nuevo equipo continuaba entrenando. Alex se tambaleó agotado, trataba desesperadamente de seguir el ritmo de Cinquedea, de ver el entrenamiento y anotar sus observaciones. Tenía los nervios a flor de piel desde la partida de Avery, todo le recordaba a él, todo le dolía y lo envolvía en tristeza y culpa. El entrenamiento terminó y regresó en silencio a los vestidores, necesitaba mojarse el rostro.

Sin previo aviso, Cinquedea le agarró de un hombro y lo estrelló contra la pared más próxima.

—¡Zabel, te estoy hablando! ¿Qué ocurre contigo? Has actuado como ausente una semana entera. ¿Estás enfermo?

Alex cerró los ojos, la cabeza le daba vueltas y le retumba por el dolor del golpe contra la pared. Se llamó estúpido, ya había aprendido que no debía cansarse nunca, de otro modo era exponerse a la cólera de un hombre que podía volverse contra él de sentirse insultado.

—Perdóneme, señor. No pude dormir.

—Y me imagino la razón. Te estás involucrando mucho con el equipo. Eres mi asesor, no necesitas hacer más.

Cinquedea reanudó su marcha. Alex caminó detrás de él en actitud servil.

—Señor, ¿en dónde esta Memmor?

Su pregunta contradecía sus órdenes, pero su necesidad por saber era grande. Cinquedea, por algún motivo, decidió responder.

—Ese mismo día hablé con él. Se arrepintió de su actitud. Le di una segunda oportunidad y lo envié al Santuario. Quiero sacar su verdadero potencial antes de ingresarlo al equipo en lugar de Avery.

El miedo más grande de Alex acababa de hacerse realidad.

—¿Necesita que controle su entrenamiento?

—No, no irás. Te quiero aquí, ¿Entiendes?

—Sí, señor. Entiendo.

Alex se limitó a agachar la cabeza y a asentir en silencio. A Cinquedea le gustó el tono sumiso de su voz, pues cambió a un semblante amigable.

—Buen chico, buen chico…

El buen chico estaba ardiendo por dentro al no tener más respuestas. Esperó que su jefe partiera a la isla para ingresar tras él sin que nadie lo note. En el interior, usó la ruta de salida de escape para acceder a las primeras instalaciones.

—Hola, Zabel.

Axel reconoció esa voz y giró, la copia miniatura de Cinquedea estaba de pie detrás de él. Quentin luchaba por mirar y hablar como su padre, tenía los brazos detrás de la espalda y una sonrisita que intentaba intimidar.

—Quentin, ¿qué haces aquí?

—Lo de siempre, vine a mirar los entrenamientos.

—Tu padre te lo ha prohibido.

El niño hizo una mueca desdeñosa.

—Lo sé. No le vas a decir nada, ¿verdad? Porque si lo haces, yo le diré que estoy aquí porque te seguí.

Alex negó repetidas veces con la cabeza, aquello no era una completa mentira después de todo.

—Zabel, mi papá ha dicho que me traerá cuando cumpla trece, pero estoy en primaria y ya soy muy bueno en el fútbol, no tengo miedo de los entrenamientos que hacen aquí. Si Zato está enfermo es porque es un debilucho.

—¿Zato? —Alex frunció el ceño.

—Bah, no sé. Se enfermó o algo así —Quentin subió los hombros con indiferencia.

—Llévame con él.

El niño lo guío hasta la zona de dormitorios y abrió una puerta. Todo era silencio. Cuando prendió la luz, Alex miró a Zato y se llenó de impotencia. Estaba caído en la cama, con el pelo azabache cubriéndole el rostro. Se encontraba tan débil que la piel comenzaba a pegarse a sus mejillas. No reaccionó cuando lo llamó por su nombre.

—Quentin, ¿sabes qué ocurre con Memmor?

—No sé. No se mueve, solo está ahí tirado. Ha faltado a muchos entrenamientos, no sé por qué mi papá no lo expulsa.

Alex miró al niño con asombro, su indiferencia y frialdad era increíble.

—¿Tu padre sabe de su condición?

—Sí, dice que si lo forzamos será peor.

"¿Peor?" Axel rechina los dientes, lo que ve en la cama no es normal. Zato tenía la piel pálida y el pelo grasoso, sus ojos grises parecían muertos. No quería imaginar la clase de entrenamientos a los que había sido sometido.

—Oye, Zabel —La voz de Quentin volvió a llamarlo—. ¿Y si Zato quiere llamar la atención? Es extraño. ¿Qué pasa con la gente cuando no come más de una semana?

—¿Una semana?

Axel recordó a Camelia Travis, su historia, y el corazón comenzó a latirle con violencia al entender qué era lo que el muchacho intentaba lograr con esa actitud de abandono. Ya había perdido a Avery, no quería perder a Zato. Ni siquiera él, con sus maneras retadoras y tercas se merecía eso, y a pesar de la pena que sentía por el chico, no podía actuar de manera amable si quería atravesar esa destructiva pasividad.

—Quentin, llena la bañera.

Quentin obedeció al instante. Cuando volvió a la habitación, Zabel estaba limpiando toda el área con una rapidez y brusquedad que comenzó a asustarse de él.

—Eh…, Zabel, ya lo hice. El agua está tibia.

—Memmor, báñate —Alex ordenó con voz dura.

Zato no se movió.

—Memmor, te estoy hablando.

Seguía sin obtener respuesta. Quentin tensó los hombros, como si las órdenes fueran para él, cuando Zabel se enojaba era aterrador. Se mantuvo al margen, mirando, no se imaginó que Alex se acercaría a Zato y lo alzaría como si fuera un niño. Ingresó al baño con él en sus brazos y se quedó de pie frente a la bañera.

Zato no intentó ni siquiera forcejear, pero cuando intuyó lo que Alex intentaba hacer, comenzó a sacudirse y a patalear para liberarse. Los brazos ajenos lo metieron con tanta fuerza a la tina, que el agua se desbordó por todo el piso.

El chico sacó la cabeza mientras tosía y se esforzaba por respirar. Alex ignoró toda el agua que le chorreaba de su propia ropa y se arrodilló para embarrarle el pelo con champú. Zato no tuvo más opción que desvestirse. El baño terminó cuando Alex lo envolvió con una enorme toalla y lo llevó de nuevo al cuarto. Quentin le alcanzó un pijama limpio y Zato comenzó a vestirse mientras temblaba con violencia, le castañeaba los dientes.

—Quentin, ve a la cocina. Diles que te den una bandeja con comida.

—No tengo hambre —Zato habló por fin.

—No quiero que nadie venga. Tráelo tú. Si pesa, ven despacio.

Quentin desapareció por la puerta. Alex se acomodó detrás de Zato para secarle el cabello con otra toalla. Cuando el niño volvió, el muchacho tenía de nuevo un aspecto sano, aunque sus ojos seguían muertos.

El olor de tortitas con mermelada, salchicha frita, avena con leche y huevos provocó que Zato comenzara a temblar, trató de acostarse y hacerse pequeño sobre la cama.

—Mira, Zato —Quentin se comió una salchicha mientras hablaba—. Todavía no está el almuerzo, pero me dieron las sobras del desayuno.

Zato miró con asco la fuente. De nuevo, Alex lo alzó y se sentó a la mesa, con él en sus piernas. Quería que comiera poco a poco, con tantos días sin alimento podría vomitar. Zato giraba la cabeza para que el tenedor no entrara en su boca. Con un mano, Alex, le apretó las mejillas con fuerza para obligarlo a abrir la boca. Zato se retorció cuando le metió un trozo de tortita y lo obligó a comer, haciéndole tragar cuando trataba de escupirlo. Le puso la taza de avena en la boca, y aunque trató de juntar los labios, lo obligó a separarlos, y tuvo que tragarla también.

Por fin el chico dejó la pasividad y comentó a reclamar, llenándolo de insultos tan agresivos que parecía no estar débil. Intentó defenderse cogiendo el tenedor y clavándoselo en el dorso de la mano derecha hasta hacerlo sangrar. Alex jadeó y juntó los labios para aguantar un gemido de dolor. Quentin se olvidó del miedo, se divertía viendo esa escena, como si Alex estuviera peleando con un maniquí.

La diferencia de poder finalmente venció a Zato y dejó caer la cabeza hacia atrás, recostado en el hombro de Alex.

—Cinquedea no debió traerte aquí, Memmor—musitó—. Es malo para ti.

—¡Mi papá no es malo! —Quentin escuchó mal y defendió a su padre con vehemencia—. ¡Lo que pasa es que ha crecido en un ambiente injusto! Cuando era niño, quería jugar fútbol y no lo dejaron, y lo hicieron sentirse malvado porque robó un balón.

Quentin salió corriendo de la habitación. Alex supuso que quería acusarlo y solo permaneció en silencio, sin importarle el hilo de sangre que brotaban de su mano. Durante los largos minutos de espera tuvo a Zato entre sus brazos, si él llegaba a restablecerse lo suficiente, era probable que nunca lo perdonaría.

La espera terminó con las firmes pisadas de su jefe acercándose. Cuando él entró en la habitación, con su hijo detrás suyo, miró a Alex con un rostro tan furioso que lo obligó a bajar la mirada.

—Zabel, ¿se puede saber qué estás haciendo?

Las posibles respuestas se acumularon frenéticas en su mente.

—Casi lo ahoga en la bañera y con comida —soltó Quentin con simpleza, la mirada de su padre se endureció contra Alex.

—Bañarlo y obligarlo a comer… Zabel, ten piedad y compasión de este chico, no lo tortures ¿Qué motivos tienes para hacerle tanto daño?

—Papá, Zato está enfermo y ya no puede jugar. ¿Por qué no lo envías a casa?

Cinquedea miró a su hijo con interés.

—¿Piensas que eso lo mejoraría?

—Yo creo que sí.

—¿Crees? Y estás aquí, cuando te he dicho que te quedes en casa.

—Zabel tampoco debería estar aquí —Quentin se defendió.

Cinquedea soltó un largo suspiro cargado de decepción.

—¿Por qué nunca me obedeces?

—¡Papá! Siempre me dices que algún día seré capitán del equipo más fuerte que formes. ¿Por qué no puedo venir? No tiene sentido, no puedo ser el mejor si no me entreno aquí.

—Cuando cumplas trece.

—Falta mucho tiempo. Eres muy injusto conmigo.

—¿Injusto? Soy tu padre, la única persona en este mundo que te quiere y se interesa por ti. Aunque viniste sin mi permiso, me sentí lleno de alegría de verte, y ¿qué es lo que me haces? Me levantas la voz. Me haces sentir culpable cuando hago todo por ti. También tuve tu edad y nunca tuve ocasión de disfrutar de las cosas buenas que yo te doy, sin embargo, no te interesa.

—¡No es eso! ¡No entiendes, papá!

—Tú no me quieres, hijo —la voz decaída y cargada de decepción hiriente de su padre lo turbaron—. Si me quisieras, harías todo lo que te digo.

A Quentin le temblaron las pupilas. Espontáneamente se llenó de pesadumbre y arrepentimiento. En su mente, todo lo que su padre había dicho era verdad. Él era la única persona que lo quería, que cuidaba de él, y le había confiado sus sueños, que también debían ser suyos. Se acercó a él para pedirle perdón, pero su padre se había apartado para acercarse a Zato. Alex no decía nada, solo miraba cuando Cinquedea tomó al menor de la mandíbula con delicadeza para comprobar su estado.

—¡Perdóname, papá! ¡No quería llevarte la contraria! ¡Lo siento, de verdad!

Pero él continuaba revisando a Zato. Le quitó mechones de pelo de la cara con tal cariño que aumentó la desesperación en Quentin.

—¡Papá, por favor, dime algo! Si te dije todo eso es porque estaba enfadado. ¡Ya no regresaré, te lo prometo! ¡Háblame, por favor!

El alocado tono de su voz tuvo que sobresaltar a Cinquedea, porque suavizó su expresión contrariada y extendió la mano hacia los cabellos de su hijo para revolverlos.

—Te perdono. Yo no te haría nada que pudiera perjudicarte. Lo sabes, ¿verdad? —a pesar de su voz amable y paternal, sus palabras causaban en Alex el mismo impacto que las balas.

Quentin lo rodeó con sus abrazos y ocultó su rostro en su vientre, parecía asustado. Las distintas emociones que se reflejaban en su rostro le daban un aire confuso, desconcertado y como indefenso. Las emociones de Alex eran directas, sin indecisión alguna. Estaba hirviendo de furia contra Cinquedea. ¿Por qué tenía su propio hijo que rogarle atención y afecto? Estrechó más a Zato en sus brazos, prometiéndose que nunca, si llegaba a tener un hijo, nunca ignoraría su sentimiento de necesidad hacia él.

Quería abrir la boca, vociferar, reclamar, protestar contra su jefe y aquella isla, sin embargo permaneció callado. Temía alterar a Quentin y a Zato, aunque éste no reaccionara. No quería que se enterasen de demasiadas cosas.

Cinquedea se dio cuenta de su lucha interior y se frotó el puente de la nariz, era evidente lo incómodo que se sentía.

—Zabel, por respeto a mi hijo vamos a dejar esto aquí. Me encargaré del equipo yo mismo, ya no te necesito. Tampoco quiero que vuelvas. Lo que ocurra con los ingresantes al santuario es responsabilidad mía, no tuya.

Así había venido. Y así se fue.

Alex soltó el aire retenido en sus pulmones, con lentitud, por sus labios. Su voz sonó temblorosa cuando intentó hablar consigo mismo para recuperar el temple.

—Quentin todavía puede llorar por él. A pesar de todo es su hijo, lo quiere…

—No te quiero.

La voz de Zato se oyó como un susurro rasposo.

—Quería al señor Cinquedea, pero a ti no te quiero. Deberías sentirte feliz de que te sacaron, ya no tienes que fingir que el equipo te importa.

Alex sintió como si le hubieran apuñalado directo en el corazón hasta hacerlo trizas.

—¿Quién te ha dicho que no me importan?

—Tú mismo.

—Nunca he dicho tal cosa.

—No, pero todo el tiempo lo demuestras. Solo estás ahí, contradiciendo al señor Cinquedea. No quieres que ninguno de nosotros tenga la oportunidad de volverse fuerte. Estas resentido porque tú no pudiste ser futbolista y tampoco quieres que nosotros lo seamos. El señor Cinquedea no pudo y a diferencia de ti, él quiere ayudarnos. El equipo entero te odia, yo te odio.

Zato no pudo seguir hablando porque las repentinas arcadas le hicieron inclinarse para vomitar.

Alex no volvió a saber de Zato y Cinquedea tampoco estaba dispuesto a hablar de él. Le perturbaba los rumores, oír que a Zato lo habían llevado a otro lugar de entrenamiento o que estaba muy enfermo y su familia se mudó a otro país para tratarlo. Cualquiera que fuese la respuesta, Alex sabía que Zato Memmor no existía más, al igual que Avery.

—¿Por qué no lo detuvo?

La mirada inquisidora de Zabel tomó por sorpresa a Cinquedea un día, y aquello no le gustó nada. Alex no quería retroceder, el nudo en su garganta y el ardor en su estómago lo estaban enloqueciendo, se sentía molesto y herido por igual.

—Explícame de qué estás hablando.

—Todo esto comenzó con la lesión de Avery.

Cinquedea afeó su mirada.

—¿Por qué no lo detuve? La pregunta aquí es por qué no elegiste a Memmor. ¿Por qué no lo hiciste?

Alex se tragó el odio que le ahogaba y se forzó a hablar.

—Su nivel no era adecuado para un futuro miembro del Monte Olimpo.

—No me gusta nada cuando me mientes. Una vez más: ¿Por qué no lo elegiste?

No había forma de huir, Alex comenzaba a creer que ese hombre sabía leerle la mente.

—Por… su actitud.

—Esa actitud es el resultado de nunca haber podido jugar fútbol como él quería, y cuándo por fin lo hace y muestra su talento, tú se lo niegas, y mira qué has causado: Un niño muerto y otro desaparecido. ¿Y yo soy el que actuó mal?

Era demasiada información. Alex tenía que filtrar la verdad de la mentira constantemente.

—Señor, las zapatillas de Memmor no eran las adecuadas, la lesión en Avery hubiera sido menor.

—Si te hubieras tomado cinco minutos para conocer a ese chico, entenderías por qué se lo permití.

—Pero el reglamento dice que…

Cinquedea lo atajó al ponerse de pie y lo dominó con su estatura, Alex se sintió pequeño.

—Zabel, aquí quien manda soy yo, no tú ni un reglamento. ¿Qué deseas? ¿Quieres que sea inflexible? Memmor no pudo soportar lo que le ocurrió a Avery, ¿y te preocupa más el tipo de zapatilla que estaba usando? Vete, no hagas nada, no quiero que hagas nada.

Una sensación agridulce lo obliga a aclararse la garganta. Vuelve a la realidad, a su yo de veintiséis tumbado en la cama. Avery y Zato tendrían dieciocho años para ese entonces. El odio y la vergüenza vuelven en tropel como una migraña y él tuvo que soportarlo. Se retuerce, alguien tenía que pagar por lo que había ocurrido.

Rueda sobre el colchón, la mirada de Celia es la misma que tuvieron ambos chicos durante todo ese episodio, esperando algo de él, algo imposible.

El karaoke, la charla de madrugada, el fallido intercambio de almuerzo, su conversación, el trabajo... No encuentra razones. No podía entender.

—¿Lastimé a Celia? —Axel se agarra la cabeza, el dolor de la migraña empeora —. No es bueno especular. Tengo que preguntarle.

Austin vuelve a notar cómo su amigo se encierra en sí mismo ese día. Había algo horrible en su tranquilidad y silencio. Lo que sea que lo había hecho feliz solo duró hasta ese jueves.

El viernes no es mejor. Axel siente el ambiente tenso con Celia. Ella continúa evitando su cercanía y le habla cuando es necesario. Parecía haber levantado una pared invisible que solo abre cuando tiene que hacerlo. Ella le sonríe como siempre esas pocas veces que le habla, pero es evidente que esta fingiendo.

—Blaze, ¿te lastimaste? —Celia observa preocupada la cicatriz en la mano derecha de Axel—. Esta hinchado. Menos mal traje el ungüento.

—¿Por qué estas molesta conmigo?

Celia enmudeció. Lo mira largamente antes de contestar.

—¿Qué? Yo no estoy molesta.

—No me mientas.

—No entiendo. Blaze, ¿de qué estás hablando?

Axel no era tonto, Celia lo miraba como si se estuviera preparando para escapar; él dio un paso adelante para comprobar su teoría, y la fría expresión de su asesora lo detuvo. Solo había visto unos ojos tan dolidos como esos en Avery y en Zato. No tenía dudas, le había hecho algo bastante malo.

—Sí estás molesta.

—No lo estoy.

—Mírame.

Celia parece indecisa. Ella lo miró apenas unos segundos antes de fijar la vista al suelo.

—Estas molesta.

—¡No estoy molesta!

—¿Qué ocurre contigo? No sé qué es lo que hago mal contigo.

Celia abre la boca y la cierra al segundo, parece detenerse justo a tiempo en lo que estaba a punto de decir. Termina hundiendo los hombros por la resignación y él supo que había ganado ese tira y afloja, pero no sintió ninguna satisfacción.

—Axel… Lo lamento, no quería hacerte sentir mal el miércoles. No hiciste nada, el problema es mío. No me sentía bien y reaccioné así.

No era la respuesta que él quería oír, al menos no la que esperaba.

—¿Esa es excusa para que te desquites conmigo?

Axel no se ve molesto. Celia se asusta cuando hacen contacto visual y nota que algo extraño empañaba sus ojos oscuros. Él mira con aire distraído los rastros del moretón, luego se queda en aquellos ojos grises, tiene atorado en la garganta una extraña sensación que no quiso examinar más a fondo.

Celia le toma la mano derecha. Unta con cuidado el ungüento sobre la parte hinchada.


-Avery Rarecard y Zato Memmor: Inagaki Reia y Eru Sion, scouts en IE GO. Zato pertenece al equipo Tough Tacklers T, cuyo entrenador es Axel Blaze.