XII. AXEL
«Notas sobre el entrenamiento en la Isla Santuario».
Alex Zabel revisó su libreta de apuntes mientras veía —a través del cristal templado— a un adolescente arrastrándose por el suelo. Sus lágrimas y mocos se mezclaban mientras el grito de los guardias le exigían que se parase. Alex sentía un nudo en la garganta, el cuerpo mallugado del muchacho le provocaba ardor en el estómago por el enorme esfuerzo soportando las ganas de saltar y usar esos balones como proyectiles de fuego para derribar a los guardias y salvar al menor. Quería detener aquella tortura disfrazada de entrenamiento, pero no debía.
—¡Párate, niño! —gritó un guardia tras otro disparo—. ¿Acaso quieres morir?
—¡No! ¡Voy a seguir!
—¡Entonces apúrate y saca tu Espíritu Guerrero!
Alex cerró los ojos, el cuerpo le temblaba por la impotencia.
—¿Estudiando, Zabel?
Gyan Cinquedea apareció de repente detrás de él. Su sonrisa amable lo atravesó y su cuerpo entero se tensó como si percibiese que a su lado no tenía a su jefe, sino un peligro.
—Señor —Alex agachó la cabeza en señal de sumisión, gesto que complació al hombre—. Sí, vine a supervisar el tipo de entrenamiento al que está sometido este Imperial y entender por qué no ha dado resultados todavía.
—Ve fijamente al niño. No puede sacar su espíritu guerrero porque no está utilizando toda su energía, y la forma de ayudarlo es aplicando dolor. Al infligir dolor, el cuerpo sufre e intentará usar toda su fuerza para sobrevivir.
—Es como una tortura, señor. Es… fascinante.
Cinquedea se aclaró la garganta.
—No es tortura, es activar su instinto de supervivencia, algo natural. Incluso la criatura más indefensa puede estallar violentamente y su fuerza exceder lo previsto.
Alex recuerda a Victor Blade desmayarse luego de haber invocado por primera vez a su espíritu guerrero. Su cuerpo lleno de heridas y barro se veía frágil, tanto que sintió que le dolía como si fuese su propia piel. Con cuidado lo tomó en brazos para llevarlo al área médica y lo dejó descansar.
«Controla al futuro invocador. Preséntale qué puede hacer el Sector Quinto por él. Debes hacer mucho hincapié en la importancia de utilizar algo valioso para él antes de proceder».
Aunque el Gran Emperador del Sector Quinto lucía intimidante entre las sombras. Victor mostraba un increíble dominio de su miedo a pesar de temblar por dentro. Ese hombre le aterraba, pero era su esperanza.
—He leído tu expediente. Tu hermano Vladimir Blade lleva años en una silla de ruedas, ¿no es así? Es una lástima que no pueda caminar por tu causa.
«El objetivo de la presentación es infundir miedo. La mente humana se encargará de producir más miedo con el simple hecho de imaginárselo».
—Por eso me he unido al Sector Quinto. Mi único deseo es que mi hermano vuelva a caminar.
—La operación es muy cara, imposible para una familia con ingresos como la tuya. Para cuando logren juntar el dinero, tu hermano tendrá veinticuatro año y músculos atrofiados. No volverá a tocar un balón en su vida.
Las piernas de Victor temblaron hasta hacerle tambalear, pero se mantuvo firme.
«Si el futuro invocador no se comporta según lo esperado, es probable que todo esto no sirva de nada. Para que esto no suceda, mantenlo presionado, tarde o temprano su mente explotará».
—Te propongo un trato —Alex le sonrió, y su sonrisa estaba cargada de cinismo a pesar de su simpleza—. Necesito un Imperial en Raimon. Si logras someterlos a las enseñanzas del Sector Quinto, pagaremos la operación. Si fallas, olvídate de que alguna vez hablaste conmigo.
Victor se arrodilló, sus labios temblaban por la mezcla de esperanza y sentir que estaba haciendo algo muy malo.
—Confíe en mí, lo haré.
—Victor, no puedes retractarte. Un solo error y se acabó todo.
Axel abre los ojos con un jadeo desesperado, el sudor le empapaba el cuerpo. Por primera vez en meses, las imágenes y sonidos de sus pesadillas habían sido claras. Recordó a Victor y todo lo que le hizo vivir. Recordó su rostro indispuesto a mostrar su sufrimiento mientras soportaba estar sometido en ese lugar que los Imperiales llamaban "infierno". Axel admiraba la determinación de aquel chico y deseó protegerlo después de escuchar su historia, recordándole tanto a la suya propia; tenía que evitar que cayera en las manos de Cinquedea. La única forma de hacerlo era adueñándose de él, convertirlo en su Imperial en Raimon y una vez que todo terminara, pagaría la operación de Vladimir. Pero Victor solo tenía doce años cuando lo conoció y trece cuando lo convirtió en Imperial, estaba usando a un niño, no era tan diferente de lo que hacía Cinquedea.
Gyan Cinquedea había sacado lo peor de él, pero no puede culparlo de todo, porque, al fin y al cabo, siempre ha sido su propia decisión el actuar, el lastimar. Desde la primera vez que se manchó las manos, Axel juró que nunca se retractaría de sus decisiones; no había marcha atrás, tampoco motivos para arrepentirse, mantendría hasta el final la revolución, aun si eso significaba entregarse a Cinquedea.
Mira el reloj, ya es martes y son las cuatro de la mañana. Sabe que no volverá a dormir. Axel se levanta de la cama y toma un nuevo pijama para darse un baño fresco, siente la piel pegajosa por el sudor. Ya bajo el chorro de agua, se lava el rostro de forma compulsiva, como si esa acción le fuese a quitar la imagen del rostro inexpresivo de Víctor, el mismo que tenía Celia el día de ayer.
Esa actitud en Celia lo atemoriza. La inquietud de saber si ella esta enojada o triste es desgastante. De lo único que está seguro es que la había lastimado.
Se tapó la boca con las manos para no gruñir. ¿Qué le pasaba? No podía simplemente hacerla a un lado. Él no era como Cinquedea, que hacía sufrir a todo el mundo con tal de salirse con la suya. Axel se metió en la tina y cerró los ojos, quería concentrarse en el agua, sentirla, olvidar…
"Desnúdate".
"Desnúdate o yo mismo te arranco la ropa".
A su mente viene la primera vez que pisó la Isla Santuario. Al entrar en las instalaciones, un grupo de hombres lo habían llevado a una habitación sellada y lo dejaron solo con el líder del Sector Quinto. Axel, quien solo se mantenía a la expectativa, no se imaginó que, al estar allí, aquella sería la primera orden de su jefe. Cinquedea tenía una expresión demandante, como si quisiera demostrarle que no le convenía hacerle esperar. Ese hombre no tenía la necesidad de gritar, solo con su modo de hablar y su mirada autoritaria bastaban para saber que no estaba jugando. Sin más opción, Axel comenzó a desnudarse, desabrochando despacio los botones de su camisa mientras trataba de asimilar la situación. Antes de aflojarse el cinturón, se quitó todas las joyas y las dejó en un mueble, luego el calzado. Esperaba que le dijera "basta" y que ya no fuera necesario quitarse el pantalón, pero su jefe lo miraba impaciente. Lo vio que se fijaba en su pecho, en su vientre plano, y apartaba luego los ojos, evidentemente meditando en algo.
"Tienes que saber que en esta isla no entra nadie sin previa inspección. Me sentiría muy decepcionado si tuvieras alguna sorpresa escondida, si sabes a lo que me refiero".
Axel entendía perfectamente. Se deshizo del pantalón y con dignidad muda dejó que lo recorriera de pies a cabeza, que lo tocara. Sentía los músculos rígidos por la rabia y el frío que le mordía la piel. Luego, el hombre mayor tomó sus joyas y las inspeccionó una por una.
"Normalmente de esto se encargan mis hombres, pero en esta ocasión quiero ser yo el que la realice, siendo que eres mi invitado especial. Muy bien, me parece que todo esta en orden. Vístete. Quiero que sepas que volveremos a hacer esto, en cualquier lugar y momento".
"Nunca lo traicionaría, señor".
"Yo no he dicho nada de traicionar. ¿Por qué has pensado en eso, Alex?".
El rostro de Cinquedea lo miró de tal forma que le hizo temblar. Le sostuvo esa mirada llena de seguridad en que algo traía ese chico entre sus manos, y por ende tenía todo el derecho de tratarlo como quisiera mientras dudara de su fidelidad. Axel luchaba por mantener la postura y el rostro estoico, aunque por dentro se había adueñado de él el pánico por haber hablado tontamente, en el peor momento posible, y el mayor aprovechó su vulnerabilidad para tomarlo del mentón y acercarlo a su rostro. Cinquedea habló en un susurro desagradable:
"Eres un niño. No me gusta la gente que cree que sabe más que los mayores. A partir de ahora, no hablarás ni harás nada sin que yo te lo diga. ¿Está claro?
Axel abrió los ojos, el recuerdo le retorció por dentro. ¿Qué clase de persona era él? ¿Tanto se parecía a Cinquedea, que las cosas tenían que hacerse como él quería, cuando quería, y por mucho que costase a los demás? ¿Iba a hacer pagar a Celia lo que habían hecho con él? Ella no tenía la culpa.
Se dice a sí mismo que tenía que solucionarlo el miércoles. Es consciente de que Celia solo quería animarlo, aunque sus intentos de hacerlo hablar le hicieron sentir presionado y muy incómodo. Solo tenía que explicarle y el carácter comprensivo de ella lo entendería. Axel frunce el ceño, ¿realmente hay una manera de expresar algo así? Celia no era Mark, él no se enojaría por oírlo decir "me incomodas". Celia era más sensible y quizás terminaría hiriéndola mucho peor. Necesitaba pensar antes de intentarlo.
Horas más tarde se reunió con Darren y estuvo tentado a preguntarle sobre Celia. Se detuvo antes de hacerlo, eso debía quedarse en un tema privado.
—Buenas noticias, encontré a alguien para que tome mi lugar, Axel. Es un excompañero mío, será un gran supervisor. Él vendrá en una hora con su solicitud y currículum, te lo presentaré y si lo aceptas, vayamos a Fukuoka para que puedas presentarlo a la escuela.
—"Un problema menos" —Axel agradece mentalmente el pequeño alivio. Tenía que comunicarse con Celia, le escribe un mensaje corto al celular.
«Hills, buenos días, no iré el miércoles. Te encargo todo».
Celia respondió un "Está bien".
Tendría que hablar con ella el viernes. Le frustra, pero no puede hacer nada más. Sus sentimientos empeoran cuando ve la foto de Celia cada vez que abre su billetera, siempre olvidaba devolver la fotografía.
El cúmulo de emociones que tiene entreverado en su cabeza pintan sombras en sus ojos, empeora cuando la despedida con Darren se vuelve una realidad. El futbolista se ve triste y le contagia parte de esa tristeza.
—Espero visitarte alguna vez, Axel. Me acostumbré a Inazuma.
—Y yo a verte. También Hills se ha acostumbrado a ti.
Darren sonríe, pero su sonrisa es tensa.
—Supongo, aunque no era muy buen compañero de postres.
La expresión curiosa de Axel, que lo leía por completo, lo hace sentir muy nervioso a pesar de ser un gesto inocente.
—Me refiero a que, el postre. Celia siempre quería comer dulces, pero yo nunca podía acabar los míos. Es mucha azúcar.
—Te gusta la comida salada y picante, eran polos opuestos —la sonrisa amistosa de Axel provoca en Darren un cosquilleo agradable en las mejillas.
—Dicen que los polos opuestos se atraen, o… eso dicen…
Darren estaba contando un mal chiste o estaba insinuando algo, Axel no logra entenderlo. De todas formas, siente mucho alivio por Fauxshore y parte de las preocupaciones que tenía disminuyen, dejando como prioridad a Celia.
El viernes por fin regresó a Raimon. Lo que debía ser un saludo rutinario con su asesora se convirtió en una escena extraña, porque ambos se congelaron al mirarse, con los rostros entumecidos por la indecisión, y apenas capaces de musitar palabra alguna. Celia fue la primera en sonreírle de forma incómoda y luego la curva en sus labios fue más natural y afable.
—Buenos días, presidente —dijo en un tono cordial.
Celia comienza a informarle lo rutinario, exactamente como la primera vez que empezaron a trabajar juntos, nada fuera del programa, ni del instituto. Después, la maestra no volvió a hacerle conversación, sino que se mantuvo concentrada en elaborar sus exámenes de historia.
"Se siente distante". Axel vuelve a sentir culpa. Esperaba algo más de parte de Celia.
La temporada de exámenes comenzaría la próxima semana y no se volverían a ver hasta que reanudaran las actividades de los clubes. Tenía que solucionarlo ese mismo día.
Aunque ella actúa con normalidad, Celia parecía estar como aletargada. Axel sabe que aquel asunto es serio, porque ella no le sonreía como solía hacer cada vez que cruzaban sus miradas.
—Axel, si alguien te dice que estás muy guapo cuando te enfadas, miente.
La profesora de economía le dio un pequeño golpe en la cabeza con una regla al verlo muy pensativo. Cuando Axel se gira para verla, ella vuelve a darle un golpecito con la regla, pero en la nariz.
—Quita esa cara, corazoncito. Estas contagiando a Celia tu seriedad, ha tenido esa misma expresión desde el martes.
Axel mira a la maestra. La mujer de cincuenta y ocho años era dulce y atenta con todos, en especial con los maestros jóvenes. Por algún motivo, Axel se había convertido en su favorito y siempre que lo veía con el rostro sombrío, le obligaba a sonreír.
—Son fechas tensas, maestra —Axel le regaló una sonrisa cansada—. También lo serán para los estudiantes.
—Todos tenemos días malos, cariño. ¿Y sabes qué? —la docente se inclina más hacia él mientras le indica con el dedo que se acercara, Axel obedece hasta quedar con el oído cerca a sus labios.
—La mejor solución es una buena comida casera. Las clases de economía del hogar les enseña a estos niños y niñas que no hay nada mejor que una buena sopa cuando te sientes enfermo. Ha sobrado un poco de sopa de pollo de mi clase, ¿por qué no vienes conmigo y comes? Te quitará esa carita de palo. Te ves terrible, Axel, tendrás que comer dos platos.
Axel vuelve a sonreír, dejaría que esa mujer lo mime un poco, su carácter maternal le reconforta.
La sopa de pollo tiene un sabor maravilloso y le hace sentir en casa. La maestra se ha sentado a su lado para observarlo comer como si fuese su madre.
—Axel, no estás durmiendo bien, ¿verdad?
—Leer los informes de veinte escuelas en una noche no es fácil.
—Pero sacrificar tu sueño no lo vale.
Axel no puede decirle que apenas duerme cuatro horas por sus pesadillas, por lo que se limita a darle la razón.
—También te noto un poco preocupado.
—Lo estoy.
—La próxima semana ya no tendrás que venir, espero que puedas utilizar tus horas libres para tener un descanso reparador. Eres tan joven y tienes la mirada de un hombre de sesenta años.
—Es mejor tener sesenta años.
—¿Por qué razón?
—Porque es mejor que recordar que tengo veintiséis, esa es la razón.
Los ojos de la maestra expresaron compasión y simpatía. Y, en cuanto ella quiso decir algo, Axel habló de nuevo:
—¿Por qué dijo que le estoy contagiando a Hills mi seriedad?
La maestra se ríe al verlo ansioso cambiando de tema.
—Porque nunca la había visto tan callada. Antes de que llegaras, ella era un poco aniñada, pareciera que tú la hiciste poner los pies sobre la tierra, y ahora luce tan seria como tú que no parece la misma chica, no le queda nada, ya se lo he dicho.
—Lo sé, Hills siempre ha sido muy alegre.
—Y tú también has cambiado —Axel abre más los ojos por la sorpresa, la mujer sonríe con ternura—. Aunque eres una persona reservada, eres muy amable y atento. Solo necesitas un empujoncito para sentirte a gusto, aunque últimamente no pareces tan contento de estar aquí.
La maestra vuelve a servirle un poco más de sopa mientras continúa hablando.
—Si ese programa de entrenamientos es tan duro, ustedes deberían apoyarse. No sé nada de fútbol, pero si les gusta tanto, ¿por qué no lo viven? El fútbol es un deporte en equipo, lo mismo que están haciendo ustedes. Si comparten su trabajo, todo saldrá bien. No te cargues tú solo, confía en ella, Celia es muy buena en lo que hace.
Axel se aferra a la servilleta. Todas las palabras de aquella mujer son ciertas. No era solo la culpa lo que le tiene afligido, era más bien el hecho de que allí no tenía a nadie en quién confiar, a excepción de Celia, que ya la había alejado. Solo Celia, que nunca olvidaba nada que él necesitase o desease.
Cuando las clases acaban y el club de fútbol inicia su entrenamiento, Axel aprovecha la oportunidad para buscar a Celia en el salón del club. No había razón para seguir esperando más, de todas maneras era imposible seguir trabajando así. ¿Para qué seguir atormentándose?
—Hills —Axel la llama cuando termina de hablar con una de las managers—. ¿Crees que alguien podría sustituirte durante el entrenamiento? Tengo que hablar contigo.
Celia le responde sin mirarlo mientras alista un grupo de toallas en una cesta.
—Tendrá que esperar. Tengo que controlar el rendimiento individual hoy mismo.
Pero Axel no quería esperar. Si no resolvía ese problema, no serían capaces de volver a sentirse a gusto con el otro.
—Blaze, ¿es urgente lo que tienes que decirme?
Axel dudó unos segundos, pero negó con un gesto.
—Tendrá que ser antes de la actualización.
—Sobre eso, disculpa, hoy no me quedaré. Me pondré al día el sábado, aprovechando que no hay entrenamiento porque entramos en semana de exámenes.
—¿No puedes quedarte un momento?
—Tengo un compromiso luego. Te prometo que te escribiré el sábado temprano.
Celia se despidió y se fue, dejándolo solo.
—"Todas de rosa", grandioso, parezco un cupcake con patas.
El vestido rosa pálido y el maquillaje ligero la hacen lucir más joven. Hacía tiempo que no salía de fiesta. La profesora de lenguaje cumplía treinta años y había organizado una pequeña celebración privada en el night-club El Cuervo. Todas llevarían el mismo vestido y zapatos, un capricho de la cumpleañera. Celia se siente incómoda por la minifalda e intentaba bajarla un poco.
—Qué tontería, siempre he usado minifaldas. ¡Me veo bien!
Pero el haberse acostumbrado al código de vestimenta de Raimon la hacía sentir nerviosa de salir así. Rápidamente sacó su teléfono para tomarse varias fotografías y mandarlas a su hermano.
«Jude, necesito tu opinión. ¿Cómo me veo? ¿No es un poco extraño?».
"Jude nunca te diría que te ves mal", recordó las palabras de Axel al segundo de enviar el mensaje.
—Blaze sería más sincero.
Celia arruga la nariz, no quiere pensar en él.
«Te queda perfecto». Lee la respuesta de su hermano.
«¿Estas seguro?».
«Por supuesto, todo te queda perfecto».
—¡No es la respuesta que busco! —Celia le grita al teléfono—. Bueno, me gusta. No estoy en Raimon, hoy no soy profesora, tengo derecho a pasarla bien como cualquier persona.
Celia se retoca el maquillaje un poco más antes de salir. Toma un taxi hacia el distrito comercial y se siente increíblemente halagada cuando las miradas se posan en ella mientras camina.
El Cuervo es oscuro, huele a tabaco dulce y las luces de neón y el humo artificial acompañan muy bien a la música, es perfecto para que cualquier persona pasara desapercibida. Celia mira su reloj de pulsera, ha llegado a las seis y cincuenta. Sube al segundo piso y en la zona de los sofás separados por cortinas blancas encuentra a la cumpleañera esperando a sus invitadas. Cuando ella la ve, la abraza tan fuerte que casi la hace tropezar. Las profesoras van llegando hasta que la maestra de lenguaje toma la palabra:
—¡Hoy cumplo treinta años y sigo soltera, sin hijos y con un buen empleo! ¡Quiero celebrarlo con ustedes!
Contrario a su ánimo avispado, la pequeña celebración es tranquila a pesar de la cantidad de cócteles que están bebiendo. Algunas de las maestras se levantan motivadas por el ambiente y bajan a la pista de baile. Celia prefiere terminar su té helado antes de bailar, hasta que nota la postura estresada de la profesora más joven, la única de veintidós años.
—Señorita —Celia se le acerca—, ¿no quieres bailar?
—N-No sé bailar —El sonrojo en su rostro es muy fuerte.
—Yo te enseñaré, haremos el ridículo juntas.
Celia la toma de la mano y no la suelta mientras están bailando entre la multitud. La música tiene un ritmo agradable y marcado y hace que su corazón palpite con fuerza de alegría. Por primera vez en mucho tiempo volvía a sentirse joven y libre responsabilidades. La mano ajena se aferra a la suya mientras la anima a salir de su cascarón, y poco a poco la maestra es capaz de sentirse menos asustada y tomar la iniciativa para hacer algo más.
Celia acepta de buena gana cuando la señorita le pide esperarla en la barra, quiere traer su bolso y pedir algo para las dos.
—Sabía que eres tú, Celia.
La voz masculina detrás de ella la sobresalta.
—¡P-profesor! — Celia llevó nerviosamente las manos a la minifalda, tratando de bajarla un poco, gesto que hizo reír al hombre.
—Celia, no estamos en el instituto, no hay códigos de vestimenta aquí. Yo… te ves muy bonita.
—Gracias…
Aunque agradece el halago, no quiere hablar con él. Celia tamborilea los dedos sobre la barra y ve con ansias el segundo piso buscando a su compañera con la mirada, se agobia cuando el profesor se sienta a su lado, dispuesto a aprovechar que la tiene cerca.
—No pensé que te encontraría aquí. Todos los viernes vengo con mis amigos.
—¿En dónde están?
—No lo sé, dijeron ocho en punto y todavía no llegan.
El profesor no viste su típico traje gris y luce mucho más joven, esta usando lentes de contacto en lugar de sus gafas negras y su cabello rubio desarreglado le aumenta atractivo.
—Celia, cuando los profesores decían que los viernes te quedabas hasta tarde con Blaze en Raimon, ¿exageraban?
—No exageran, sí lo hago, pero hoy es un día especial y no me lo quería perder; además, el presidente se basta consigo mismo…— Se extinguió su voz y no pudo seguir hablando, actitud que el profesor prefiere ignorar.
—Celia, ¿tú y el presidente son amigos?
—No exactamente. Bueno, no lo sé. Nos conocemos desde la secundaria, estuvimos en el mismo club y fuimos a la misma preparatoria, pero nunca fuimos cercanos.
—¿Aunque estuvieran en el mismo club?
—Es el mejor amigo de mi hermano, no comparto nada más con él. Solo somos compañeros.
—Uhm… entiendo. Es un poco triste si lo piensas.
Celia hace una mueca. Sus propias palabras le causaron una sensación amarga en la garganta. Después del lunes, Axel y ella se había distanciado. Aunque Celia sabe que él no se encuentra bien, se le había agotado la paciencia. ¿Por qué Axel tenía que hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué no podía aceptar que las cosas irían mucho mejor si confiara en ella? Murmura para sí misma, puede que Axel estuviera experimentando un montón de emociones que no sabía cómo manejar, pero eso no significaba que tenía que desahogar su frustración con ella. Celia llevaba días intentando ser paciente, pero desde el lunes ya no soportó más. Si Axel insistía en mantenerla apartada, no estaba dispuesta a rogarle.
La señorita regresa y el profesor se despide de ambas para desaparecer en la multitud. Celia no lo ve el resto de la hora, hasta que una de las maestras llega corriendo al grupo con la cara enrojecida.
—¡Vi al profesor de matemáticas en una cita grupal! —gritó—. ¿Lo espiamos?
Las maestras suben hasta el segundo piso y en la zona más alejada ven un pequeño grupo de hombres y mujeres de la misma edad sentados frente a un anfitrión.
— ¿No se supone que él está interesado en ti, Hills? —murmura la dueña del cumpleaños, y el enfado la hace temblar. El profesor levanta la vista y cuando ve a las maestras, su rostro toma un furioso color rojo, luego palidece al ver a Celia.
Ninguna de las mujeres se mueve cuando el profesor abandona su grupo y empieza a perseguir a Celia, por la reacción de ambos, sienten que habían cometido un error.
—¿Por qué te molestas? —el profesor logra tomarla del brazo, pero Celia se suelta con brusquedad—. Eso no significa nada, de verdad. Solo me invitaron y es una buena manera de conocer más personas. Siento haberte dado este disgusto.
—¡No estoy molesta por eso! No somos nada, puedes salir con quien tú quieras. Estoy disgustada porque hoy en la mañana me has dado un regalo y horas después te veo en una cita grupal. ¿Qué quieres que piense?
—¿Me niegas en Raimon y luego te enojas aquí? Celia, si te has molestado, ¿significa que también te intereso? Porque todo lo que entiendo es que estas jugando conmigo. Dime si me quieres y te juro que a partir de hoy yo...
Celia se ofende y le da la espalda, no voltea aunque lo oye caminar detrás suyo. Quería gritarle que la dejara en paz, pero hacer una escena sería humillante y no quería arruinar el cumpleaños. Se escabulle hasta el centro de la pista para perderlo y toma la escalera del otro extremo para volver a subir al segundo piso. La ausencia de luz, el alcohol en su sangre, el aroma a perfume barato y sudor la marean, no puede saber a dónde ir. Parte de su cólera la abandona al sentirse desorientada y se rinde, ni siquiera se mueve cuando el profesor aparece y se sienta junto a ella en el sofá.
—Está bien, no me quieres, puedo aceptar eso, pero solo por esta vez, solo esta vez quédate conmigo y me va a durar toda la vida —el profesor le susurra al oído.
Ella no contesta, tampoco hizo nada cuando él se acercó, la rodeó con sus brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro, ni se apartó cuando la tomó del rostro para quedar cara a cara con él.
El calor comienza a asfixiarla.
Axel cierra un informe y ve el reloj de la pared. Son las diez en punto. El clima es agradable y ya ha avanzado más de la mitad del trabajo. El sueño le está atacando y es una buena señal, por fin dormiría tranquilamente. Compraría un refresco y se iría a casa. Cuando abre su billetera, la fotografía de Celia le hace recordar que no todo estaba bien y que esa semana sin verla se sentiría extraña. Al menos había actualizado los archivadores de ella, como disculpa no era gran cosa, pero no quería actuar como si nada ocurriera.
El sonido de la puerta automática abriéndose llama su atención y cuando intenta abrir la puerta del despacho, Celia ingresa de forma descuidada, Axel logra esquivar en golpe de la puerta.
—H-hola, Blaze, ¿qué tal?
—¿Hills? —Axel no sale de su sorpresa—. ¿Por qué estas aquí?
La pequeña felicidad por verla se apaña cuando nota cómo sus ojos grises brillaban de inquietud y sus manos se agitaban con nerviosismo.
—¡Estaba pensando que es mejor si termino hoy la actualización! ¿Qué falta? ¿En qué te ayudo?
—¿Te encuentras bien? —Axel preguntó, y vio algo en su rostro que le confundió y le hizo adoptar una expresión preocupada.
—¡Sí! Eh, es tarde, y, hay mucho trabajo, ah… La semana de exámenes ya viene y no quiero acumular trabajo.
—No tienes que hacer nada, tus archivadores ya están organizados y actualizados.
—¿Hiciste mi parte del trabajo?
Celia, en lugar de lucir agradecida, parece irritarse.
—Entonces… Mira este sitio, es un desastre, le dije a las chicas que no se fueran sin dejar limpio, ¿por qué nunca me escuchan?
Axel se encuentra demasiado preocupado como para decir nada. Celia no dijo lo que sentía… toda ella lo denunciaba… su forma de temblar, la manera de agitarse de sus manos y de no saber guardar los balones sin dejarlos caer.
Por fin se fija en su apariencia. El vestido y maquillaje de Hills era el de haber asistido a algún tipo de fiesta o reunión, nada fuera de lo normal, lo que no es normal es su actitud. No entiende por qué ha regresado a Raimon, por qué no ha ido a casa.
—Hills, son las diez. No falta nada más, solo mis archivadores. Puedes ir a casa.
—Lo haré, pero en diez minutos. No, en quince. Puedo ayudarte con tu parte del trabajo y nos vamos juntos, ¿qué te parece?
Celia toma un archivador y antes de sentarse, Axel la toma con cuidado de la muñeca para hacer que lo mire.
—Hoy no, estaba a punto de irme y si lo hago, te irías sola a casa. ¿Por qué no me llamaste?
—¡Porque nunca me contestas!
—Culpa mía —suspiró, le avergüenza su terrible memoria para mantener cargado su celular—. Hoy no es necesario. Gracias por quedarte, Hills, pero hoy no lo hagas.
—Esta bien, tú ganas.
La expresión derrotada de Celia es suficiente para hacerle entender que no era bueno fingir que no ocurría nada. Cualquiera que fuera el motivo, algo dentro de él le decía que no la dejase sola.
—Si te quieres quedar, entonces ¿podemos hablar?
—Claro, ¿es lo que quería decirme en la tarde? ¿Qué necesitas?
—Sobre lo del lunes.
Celia se gira y disimula, con obviedad, que acomoda los papeles esparcidos sobre el escritorio.
—Ah, eso. Déjalo así. Hablé de más y te molestaste mucho.
—No estaba molesto.
Celia lo ve con una expresión incrédula.
—Te veías molesto.
—No es por ti. No, sí es por ti, pero déjame hablar —Axel se lleva una mano a la nuca, gesto que hacía siempre que estaba tenso—. Sé que no ha sido fácil estar conmigo estos últimos meses, pero he tenido una semana muy dura.
—Has tenido muchas semanas duras, Blaze, pero nunca lo has pagado conmigo.
—Quiero disculparme.
—No quiero tus disculpas. Lo único que quiero es que todo vuelva a la normalidad, es difícil trabajar así.
Axel enseguida pudo notar que ella también había estado pensando en esa situación, porque la mirada en sus ojos era suplicante y llenos de dudas. Celia podía llegar a hacerle sentir débil con solo un gesto así de triste. ¿Cómo podría solo apartarla de él? La conocía desde que eran apenas unos adolescentes descubriendo la vida; y cada gesto suyo habían resultado ser pequeños intentos de mantenerlo con buen ánimo, le debía mucho.
—No quería hacerte sentir mal, Celia, yo…
Celia abre los ojos en toda su expresión, escucharlo llamarla por su nombre es nuevo. Su gesto de sorpresa cambia a una de felicidad y lo hace sentir nervioso, apenas consciente de lo que ha dicho.
—¡Por fin! No entiendo por qué sigues llamándome Hills si llevamos años conociéndonos. Además, soy tu menor, no seas tan formal.
—Tú sigues llamándome Blaze —el ligero reproche la hace reír.
—Es la costumbre, Axel.
Axel le aparta la vista, siente su garganta como fuera a cerrarse y una vibración tan grande en el estómago que lleva el puño a la boca. Cuando ella ha dicho su nombre, ha sido tan bonito para él que se aturde, pero vuelve a mirarla.
—No quería hacerte sentir mal, Celia.
—No, perdóname, debí detenerme y solo…
Vuelve a sentirse herida con el recuerdo. Su orgullo le dice que se vaya y lo deje, herirlo como él la había herido a ella, pero al levantar la vista y verlo a los ojos, siente que su interior se sacude. Desde hacía tiempo que algo parecía poner esa sombra extraña en los ojos de Axel, algo que le hacía parecer muchísimo mayor que ella. También parecía más triste; pero no podía saberlo si él mismo no se lo decía. Y aunque quería negarse a perdonarlo con facilidad, contenerse para no volver a sentirse parte de él, Celia vaciló, llena de anhelo, deseando mucho volver a tener esa pequeña relación.
—No fue culpa tuya —Celia lo mira aprensiva—. Me concentré tanto en mí que no pensé en lo que de verdad querías.
—Ya haces suficiente por mí, Hills. Lo único que quiero es que el programa marche bien y que termine con buenos resultados. Me siento tranquilo con Raimon porque estas conmigo.
—Axel, ¿eso es lo único que quieres?
La ve de reojo, ella luce genuinamente interesada. Axel medita en lo que va a decir, no quiere arruinar el momento.
—Sí, el programa es lo que más me importa ahora.
—Entendido —la expresión de Celia vuelve a ser alegre para el alivio de él—. Me concentraré mucho en los entrenamientos. Puedes decirme si necesitas algo, ¿esta bien?
La verdad, Axel en el fondo confesaba que se sentía conmovido, y que sentía grandes deseos de dejar a un lado su incredulidad, de intentar acercarse, confiarle a Celia una parte de su vida, y al mismo tiempo lo angustiaba el sentimiento receloso de abrirse, de acercarla a una realidad de la que ella no era consciente y hacerla parte de un pasado que intentaba olvidar.
Celia puede ver que Axel parecía vacilar. Las distintas emociones que se reflejaban en sus ojos a pesar de su rostro serio le daban un aire confuso, desconcertado, deslumbrado y como si le costase demasiado decidirse. Las emociones de Celia siempre eran directas, sin indecisión alguna. Axel puede verla esperando una respuesta. "¿Y por qué simplemente no decirle que no?". Sería fácil darle la espalda y acabar con todo, como solía hacerlo en la asociación, pero había algo en su interior que lo obligó a contenerse y a responder:
—Lo haré.
Axel se mantiene en su misma posición: No quería cargar a Celia con sus problemas, no le correspondía solucionarlos ni le haría bien. Tampoco quería mentirle, pero es la única manera de mantener todo en orden por el momento. Si ella estaba contenta, él también lo estaría. Es mezquino y lo sabe.
—Te compensaré lo del lunes de algún modo, Hills. Puedes pedirme lo que quieras —Axel se sintió infantil, pero le parece que es lo más correcto en aquel momento el ofrecerse.
Celia sonríe con ironía.
—Yo quiero salir, pero me vas a decir que no.
—¿Eso crees?
—Axel, sé muy bien que si tuvieras que elegir entre tomar una siesta y salir conmigo, me cambiarías por una almohada.
Por primera vez en mucho tiempo, la risa de Axel escapa y se oye fuerte. Es corta y ahogada, pero es suya, y es un alivio para ella oírlo reír, aun si era a costa suya.
Por el momento estaba bien.
Axel se ofrece a llevarla a casa y la ayuda a tomar asiento en un gesto educado. Cuando arranca el motor, Celia saca una mano por la ventana y la deja allí, atravesando en viento de la noche.
—Tu auto es muy bonito. ¿Cuándo lo compraste?
—Cuando me dieron mi primer sueldo en la selección japonesa, mi padre dijo que podía usarlo como guste. Llevé a Julia a comer, le compré algunas cosas y me convenció de comprarme un auto. Ella eligió el modelo y ahorré todo lo que pude para pagarlo al contado.
—Ya tengo mi licencia de conducir, quiero comprarme un auto tan pronto como pueda.
—¿No se supone que los maestros reciben un gran bono antes de las vacaciones de verano?
—Sí, pero no puedo gastarlo, estoy muy endeudada con mi departamento. Tendré que esperar o comprarme un auto usado.
Axel se estaciona frente al edificio y quita el seguro de las puertas, pero Celia no se baja todavía. Se desabrocha el cinturón con lentitud y lo deja en su sitio, se acomoda la correa del bolso en su hombro y se arregla el pelo con las manos.
—Presidente, ¿te puedo pedir un favor? ¿Puedes decir que estuve contigo desde las nueve y media?
Axel intenta pedirle explicaciones, pero al verla directo a los ojos, había algo en ellos que le advertía que no le cuestionara nada.
—Lo haré.
Celia por fin abre la puerta y le da las buenas noches antes de cerrarla. La ve mejor, más contenta, más tranquila…
—Celia.
Ella se da la vuelta al escucharlo llamarla, Axel la esta mirando de tal forma que la hace sentir nerviosa.
—¿Sí?
—El vestido, te queda muy bien.
—¿Eso crees? ¡Gracias! —Celia da un giro para lucir el vuelo de la falda—. Yo pienso que siempre te ves guapo, Axel —dijo, sonriendo ampliamente al verlo tensarse—. A mí no me da vergüenza hacer un cumplido, si es merecido. Haces bien en decirle que no a la profesora de arte, solo esta obsesionada contigo, en realidad no te quiere.
Celia ingresa al edificio y cuando la ve desaparecer en su interior, Axel se derrumba en su asiento. Celia lo ha tomado con la guardia baja y no sabe qué ocurre con él, ni cómo reaccionar a su cumplido sin sentir que se ahoga o se muere de la vergüenza.
Entonces solo sonríe, y una especie de mueca incómoda se dibuja en su rostro. Después de toda una semana sintiéndose inquieto, quiere olvidar y concentrarse en aquella pequeña parte de la noche que le hizo feliz.
Él y Celia se habían unido mucho durante aquel último año, y ella era ya como parte de sí mismo. Aquella semana la había tenido tan distante que sintió que algo le faltaba, y después de su pequeña conversación minutos antes, volvía a sentirse él mismo. Estaba seguro de que todo saldría muy bien si pudieran comprenderse como esa noche.
Aun así, la imagen que alguna vez le perteneció a Alex Zabel y que volvió a surgir la tarde del lunes continúa haciéndole sentir miserable. ¿Él sería capaz de herir a Celia siempre que pudiera?
Quería creer que no.
