Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)

¡Hoy capítulo de duración XL!

Me siento muy orgullosa de cierta escena de este capítulo. En las notas de autor, les explicaré cuál y por qué.

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Capítulo 19 Los astros (que iluminan el camino)

Proverbios 4:7:

«La sabiduría es lo principal; adquiere sabiduría, y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia».

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Resultaba una mañana muy tranquila al interior de la Corporación Cápsula. Aún persistía en el ambiente el aroma del delicioso desayuno preparado por Bulma, abundante para estómagos saiyajines, y completamente absurdo para uno terrícola. Pero ella ya estaba acostumbrada a comer aparte porque jamás lograría seguirles el ritmo a esos tres, que deglutían como verdaderos trogloditas.

—Chicos, necesito pedirles un favor —dijo la científica mientras retiraba los platos vacíos de la mesa.

Gohan, que la ayudaba recogiendo los cubiertos y los vasos, levantó la cabeza con interés.

—Claro, Bulma. ¿Qué necesitas?

—Tengo que enviar unas cápsulas con medicinas al refugio número dos en la región sur —explicó mientras se secaba las manos con un paño—. Son suministros especiales, y como Trunks tiene que terminar de estudiar, pensé que ustedes dos podrían encargarse.

Gohan asintió sin pensarlo dos veces.

—Por supuesto, no hay problema. Me alegra mucho que pudieras conseguir esas medicinas.

Sin embargo, al otro lado de la mesa, Kioran frunció el ceño de inmediato. No dijo nada, pero la forma en que su mandíbula se tensó y la manera en que su cola abandonó su cintura para dar disimulados latigazos delataban su inconformidad. Apretó los labios en una línea recta, respirando con marcada exasperación antes de levantarse con un gruñido apagado.

Bulma apenas logró disimular una sonrisa cuando la vio marcharse con aire hosco. En cambio, Gohan ni siquiera pareció notar el cambio en su humor, o tal vez estaba demasiado acostumbrado a sus exabruptos como para darles importancia. Se limitó a recibir las cápsulas que Bulma le entregó dentro de una pequeña caja de metal, y luego la siguió con total naturalidad.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, Trunks —que llevaba rato estudiando— dejó el lápiz sobre la mesa y se giró hacia su madre con el ceño fruncido.

—Oye, mamá… —dijo, con tono dubitativo—. ¿Te has dado cuenta de que la hermana mayor se pone de un humor de perros cada vez que vamos a ese refugio?

Bulma dejó escapar una risita discreta mientras terminaba de limpiar la encimera.

—Sí, lo he notado.

Trunks la miró con desconfianza.

—Entonces… si ya lo sabes, ¿por qué los enviaste juntos?

—Algún día lo entenderás —respondió divertida, sin revelar nada más.

El muchacho se dedicó por unos segundos a intentar descifrar el significado oculto detrás de sus palabras. Y, como no lo consiguió, meneó la cabeza suspirando al tiempo que volvía a sumergirse en fórmulas matemáticas con teatral resignación. Era como si estuviera perdiéndose algo muy obvio…

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El viento soplaba contra sus rostros, pero ninguno de los dos hablaba. Volaban a baja velocidad, apenas elevando sus energías, una precaución que Gohan había instaurado años atrás para evitar llamar la atención de los androides en caso de que estuvieran lo suficientemente cerca como para percibirlos.

Y aunque iban en silencio no les parecía incómodo. Gohan estaba acostumbrado a la compañía callada de Kioran; mientras que ella… bueno, en ese momento no tenía muchas ganas de hablar.

—Hace mucho tiempo que no visitamos ese refugio —comentó con una sonrisa, rompiendo la monotonía del vuelo.

Kioran no se molestó en responder con palabras. Su única reacción fue un gruñido bajo, casi imperceptible bajo el silbido del viento.

Gohan sonrió para sí mismo.

Lo curioso de Kioran era que parecía odiar esas visitas, pero de alguna manera, terminaba yendo de todos modos. Se quejaba de la gente, de la miseria que los rodeaba, de la desesperación en los rostros de los supervivientes, incluso de cómo descansaban todos sus problemas en él —comentario que les valió una reconfortante conversación tiempo atrás— y, sin embargo, seguía acompañándolo. Se negaba a interactuar con las personas, intimidaba a cualquiera que intentara hablarle y, cuando lograba mantenerlos a raya, tenía pequeños gestos que hablaban por sí solos: como dejar juguetes junto a los niños cuando nadie miraba, o colocar discretamente cápsulas llenas de comida cerca de las madres que intentaban alimentar a sus hijos con porciones demasiado minúsculas. Nunca decía nada sobre ello, y estaba seguro de que, si alguien le hiciera notar esas acciones, las negaría hasta la muerte.

Por eso, Gohan no la presionaba y solo observaba en silencio, con esa paciencia suya que a veces parecía infinita.

Después de mucho rato de vuelo, el guerrero señaló hacia el horizonte.

—Ya estamos por llegar —anunció, divisando las estructuras improvisadas del refugio, una serie de edificaciones fortificadas con lo que la gente había podido recuperar de las ruinas circundantes.

Kioran, sin siquiera voltear la cabeza, emitió otro gruñido en respuesta.

Aterrizaron al poco rato de avistar su destino con un sonido sordo. El aire llevaba impregnado el aroma a tierra seca y humo de fogatas apagadas, mezclado con el tenue efluvio de comida cocinándose en alguna parte del asentamiento.

Un grupo de personas trabajaba reparando muebles en el exterior cuando los vieron llegar. De inmediato, sus rostros se iluminaron con una mezcla de alivio y gratitud.

—¡Hola, Gohan! —exclamó un hombre mayor, dejando a un lado una tabla de madera—. Qué bueno que viniste, muchacho.

Gohan sonrió y agitó la mano con alegría.

Los saludos efusivos no tardaron en aparecer, pero como siempre, la diferencia en el trato hacia ambos guerreros era evidente. A Gohan lo rodearon con familiaridad y exclamaciones afables, mientras que a Kioran la miraban a la distancia con cierta precaución.

Ella, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cola firmemente enroscada a su cintura, respondió a los tímidos saludos con escuetas inclinaciones de cabeza, lo suficiente para que nadie tuviera la idea de acercarse demasiado. No estaba de humor para sonrisas innecesarias, y menos aún para soportar el contacto físico de los humanos.

Gohan avanzó primero, con Kioran siguiéndolo unos pasos detrás, moviéndose a través del exterior del refugio hasta llegar a la entrada principal. Entre las sombras del umbral, pudieron encontrar al hombre que buscaban.

Ruren, el líder del refugio, era un hombre de mediana edad, alto y fornido, con el cabello castaño cortado de manera irregular y una expresión que combinaba dureza y amabilidad en igual medida. Sus ropas gastadas y remendadas estaban limpias, y su postura denotaba la presencia de alguien acostumbrado a mantener el orden en medio del caos.

Al verlos acercarse, su rostro se iluminó con una sonrisa sincera.

—Gohan, qué gusto verte de nuevo —dijo con voz profunda, extendiendo la mano.

Gohan le devolvió el gesto, estrechándola con familiaridad.

—Hola, Ruren. Bulma nos pidió que trajéramos las medicinas especiales que encargaste. Logró conseguirlas sin problemas.

Los ojos de Ruren brillaron con gratitud.

—Gracias, muchacho. En serio, no sé qué haríamos sin ustedes. —Entonces, desvió su atención hacia la guerrera de largo cabello negro y ojos de obsidiana que se encontraba a unos pasos de Gohan con los brazos cruzados—. ¿Cómo estás, Kioran?

Ella levantó ligeramente el labio superior para mostrarle los dientes, en su grosera versión de un saludo.

Gohan, que ya estaba acostumbrado a su reacción en los refugios, suspiró con resignación y le sonrió a Ruren con amabilidad.

—No te lo tomes a mal —le dijo en un tono relajado—. Parece un poco ruda, pero en realidad no es tan así.

Desde su posición, Kioran bufó bruscamente, dejando en claro que sí era «tan así». De hecho, era mucho peor, solo que por culpa de Gohan no lo mostraba tan abiertamente.

—No hay problema —respondió Ruren con una sonrisa serena, apoyando las manos en las caderas—. Después de todo, son las acciones las que realmente hacen la diferencia, no las palabras.

Gohan asintió con una risa ligera.

—Estoy de acuerdo —coincidió, y matizó en voz baja—: pero no lo digas muy fuerte, o se enfadará más.

Mientras ambos intercambiaban miradas cómplices, Kioran los observaba con los ojos entrecerrados, su mandíbula tensándose con cada segundo que pasaban riéndose a su costa.

«¿Hasta cuándo mierda van a estar riéndose de mí? Par de tarados…»

Bufó con furia contenida, fulminándolos con la mirada. No tenía paciencia para estas interacciones inútiles, y lo único que quería era largarse de allí; cuanto más rápido entregaran las medicinas y se deshicieran de cualquier protocolo de cortesía, mejor. A ver si por una vez iba a librarse de tener que soportar a…

Desde la distancia, una voz femenina se elevó entre el murmullo del refugio, clara y emocionada:

—¡¿Llegó Gohan, de verdad?!

«¡Maldita sea, no otra vez!», se quejó Kioran en su fuero interno, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la espalda antes de que su cuerpo reaccionara de manera instintiva. Su cola se erizó visiblemente, su postura se tensó y sus colmillos asomaron ligeramente en una expresión de puro fastidio. Un rugido escapó de su garganta antes de que pudiera contenerlo, un sonido gutural que no pasó desapercibido.

Los presentes se giraron sorprendidos, sin entender la reacción de la saiyajin, pero antes de que nadie pudiera comentar al respecto, la dueña de aquella dulce voz de pura miel apareció casi corriendo en su dirección.

Era la preciosa Silene.

Kioran sintió cómo su ceño se fruncía aún más mientras observaba a la mujer acercarse con pasos apresurados y gráciles, su cabello color turquesa oscuro ondulando tras ella en suaves bucles que parecían moverse en cámara lenta. Su piel pálida y perfecta brillaba a la luz, libre de marcas, cicatrices o imperfecciones. Ni siquiera tenía lunares visibles.

«Hija de puta», masculló la saiyajin, repudiando la etérea visión que esa mujer ofrecía.

El escote pronunciado de su blusa resaltaba sus atributos y curvas de manera estratégica, y sus grandes ojos celestes brillaban con un entusiasmo genuino al posar su vista en Gohan, quien, para su horror, le devolvió una sonrisa amable.

—¡Gohan! —exclamó con una mirada rebosante de entusiasmo, como si el simple hecho de verlo la hiciera olvidar el resto del mundo—. Me alegra tanto verte. ¿Cómo has estado?

Kioran sintió cómo su mandíbula se tensaba por reflejo.

«Estúpida terrícola arrastrada...»

—Bien, gracias —respondió Gohan con su amabilidad de siempre, devolviéndole la sonrisa sin rastro de incomodidad.

—¿Te has enfrentado a los androides últimamente? —continuó Silene con aparente preocupación, ladeando delicadamente la cabeza mientras jugueteaba con un bucle de su cabello.

«No hace falta que te toques el pelo a cada rato, ridícula...»

—Los vimos hace unos meses —contestó Gohan con naturalidad—. Afortunadamente, pudimos sobrevivir.

—¡Menos mal! Estuve muy preocupada por ti. —dijo ella con una sonrisa encantadora, bajando la mirada por un instante, luego volviendo a fijarla en él—. Pero, dime, ¿estás comiendo bien?

«Te vas a comer una patada en esa jodida cara perfecta», gruñó Kioran en su fuero interno, con la quijada tan apretada que podría haberse partido una muela en cualquier momento.

—Sí, no te preocupes por eso. Bulma siempre se encarga de que no nos falte nada —aseguró el mestizo, como si la pregunta fuera la cosa más normal del mundo.

—Claro, pero ya sabes… no hay nada como una comida hecha con dedicación —comentó Silene con un leve tono insinuante.

Fue en ese instante que Ruren decidió que era el momento de largarse.

—Bueno, yo me voy —anunció con tono despreocupado, dándole unas palmaditas en la espalda a Gohan—. Nos vemos en la próxima visita, ¡cuídense!

Kioran, que hasta el momento no le había prestado demasiada atención al líder del refugio, lo fulminó con la mirada.

«¡No te atrevas a irte, humano asqueroso! ¡Quédate aquí, maldita sea!».

Pero el infeliz no captó su súplica mental y se marchó sin el menor remordimiento. Ahora iba a tener que tragarse toda la interacción entre Gohan y la coqueta de los bucles sin ninguna distracción que amortiguara su creciente furia.

Y hablando de bucles... ¿era realmente necesario que se los acomodara cada maldito segundo?

Kioran entrecerró los ojos, observando con detenimiento cómo la mujer pasaba los dedos por su cabello una y otra vez, como si necesitara asegurarse de que estuviera en perfecto estado. Era evidente que el gesto no tenía ningún propósito práctico. Era flirteo puro y duro.

Y lo peor era que Gohan, con su maldita inocencia incorruptible, no se daba cuenta de nada.

Silene ni siquiera le dirigió una mirada. Ni un simple gesto de reconocimiento. No, la estaba ignorando por completo, como si ni siquiera estuviera allí.

Pero esto no era más que un simple blufeo, pues Kioran sabía por instinto que esa mujer estaba muy consciente de su presencia, solo que la ignoraba descaradamente.

—Bueno, dime, ¿y qué planes tienes ahora? —preguntó Silene, acercándose un paso más hacia Gohan con una sonrisa que a la guerrera le pareció insoportablemente ensayada.

—Tenemos una rutina bastante estricta —explicó él—. Entrenamos todos los días para volvernos más fuertes. Si queremos derrotar a los androides, no podemos darnos el lujo de relajarnos demasiado.

Kioran la observó con el rabillo del ojo, esperando su reacción. No supo bien qué estaba buscando, pero lo que vio la irritó aún más: un leve y teatral fruncimiento de labios, como si estuviera preocupada por el bienestar de Gohan, como si sintiera un verdadero pesar por lo duro que entrenaba.

—Te preocupas mucho... —murmuró la mujer, con un tono irritantemente dulce—. Me alegra que te cuides, aunque deberías darte un respiro de vez en cuando.

Kioran quiso gruñir otra vez, pero se contuvo a duras penas.

—Ah, por cierto —continuó inclinando un poco la cabeza con aire distraído—. ¿Y qué hay del pequeño Trunks? ¿Por qué no vino contigo?

—Está en casa estudiando. Bulma nos pidió que hiciéramos esta entrega, por eso vinimos solo Kioran y yo.

Y fue en ese instante, con la mención del nombre de la saiyajin, que ambas mujeres se miraron directamente por primera vez.

El aire pareció espesarse de golpe, como si una corriente de energía invisible hubiera cargado el ambiente con una tensión asfixiante.

Los ojos celestes de Silene se encontraron con los negros de Kioran, y fue como si dos fieras estuvieran midiéndose en la distancia, calibrando la fortaleza de la otra sin necesidad de palabras.

Gohan parpadeó, notando que algo raro pasaba entre ellas. No estaba seguro qué exactamente, pero podía sentirlo.

La mirada de Kioran era gélida y filosa como el borde de una espada. En sus orbes no había disimulo, ni cordialidad, ni un atisbo de interés en prolongar esa interacción. Había algo en su expresión que no solo hablaba de desagrado, sino de una advertencia silenciosa.

Silene mantenía su postura firme, pero la rigidez de su espalda delataba incomodidad. Kioran no era solo una mujer de temperamento difícil, no. Ella tenía el aura de un depredador que no necesitaba amenazar para infundir respeto. Y en ese preciso momento, esa intensidad estaba completamente enfocada en ella.

Fue Silene la primera en apartar la vista. Lo hizo con la naturalidad de quien no quiere admitir que la mirada de la saiyajin le daba miedo.

Kioran entrecerró los ojos.

Sabía que la había intimidado. Sabía que, por un segundo, la otra mujer sintió un instinto primario de advertencia, de peligro. Pero en vez de reconocerlo, se las arregló para encubrirlo con un gesto casual.

Levantó una mano y, con una suavidad casi ensayada, deslizó los dedos por el borde de su blusa celeste, como si solo quisiera acomodarla. Y entonces, con el mismo aire de descuido, dejó al descubierto un hombro pálido y perfecto.

—¿Por qué no descansas un poco? —propuso con dulzura, volviendo a centrar su atención en Gohan—. Has viajado mucho, debes estar cansado. Ven a mi carpa, puedo prepararte algo de comer.

«No. No, no, no, no. ¡No, no, no!».

La mirada de la mujer, su voz, su postura, la forma en que se empeñaba por dejar al descubierto su cuello, como si estuviera imitando un gesto de sumisión instintiva…

¡Era demasiado!

Kioran sintió un calor abrasador arremolinándose en su estómago, una especie de furia pegajosa que se extendía por sus venas como un veneno insoportable.

Pero no sabía por qué.

No entendía por qué la idea de ver a Gohan siguiéndola a su carpa le provocaba semejante reacción visceral.

Lo único que sabía era que su cuerpo entero gritaba que algo estaba mal. Que algo tenía que hacer. Que no podía quedarse simplemente mirando.

Antes de que Gohan pudiera siquiera abrir la boca para responder, se adelantó con una frialdad que hizo que el aire pareciera detenerse.

—Supongo que esa invitación es para los dos, ¿cierto? —espetó, con una dureza que parecía afilada a propósito—. ¿O es que buscas quedarte a solas con él por alguna razón?

La pregunta aterrizó como un piedrazo, tan violento que Gohan giró la cabeza de inmediato para mirarla, desconcertado. Su ceño se frunció en una expresión de preocupación genuina. ¿Qué le pasaba a Kioran? No era raro que se mostrara distante con la gente, que evadiera el contacto o que pusiera caras de fastidio en los refugios… pero esto era diferente. Había algo en su tono, en la manera en que sus ojos se clavaban en Silene con una intensidad depredadora, que le resultaba extrañamente agresivo.

Silene no se inmutó, sino que mantuvo su expresión serena con la maestría de alguien que sabía exactamente cómo manejar ese tipo de situaciones. Aunque Kioran la intimidaba, no iba a permitir que lo notaran. Así que, con una sonrisa cuidadosamente medida, respondió con la misma suavidad de antes.

—Por supuesto que es para los dos —aseveró, dejando caer cada palabra con un falso aire despreocupado—. Pero como se nota que no te agradamos mucho, no creí que estuvieras interesada.

Kioran entrecerró los ojos con furia silenciosa. «La gente no me agrada, pero a ti te odio», pensó con intensidad, sin expresarlo en voz alta. No iba a darle ese placer. Cualquier muestra de animadversión explícita sería un triunfo para Silene, y Kioran no estaba dispuesta a concederle ni la más mínima satisfacción.

En cambio, apoyó ambas manos en la cintura y dejó caer una sonrisa gélida, llena de una burla apenas contenida.

—Qué lástima —se lamentó con fingido desinterés—, porque ya nos íbamos.

Gohan intentaba por todos los medios ocultar su extrañeza. No esperaba que la situación tomara ese giro tan brusco, pero al mismo tiempo, algo en la tensión del ambiente le indicaba que no era buena idea discutirlo. Kioran estaba… más extraña e irritable de lo habitual. Y aunque no entendía por qué, sí sabía que lo mejor era no hacerla explotar más de la cuenta.

Así que, con una media sonrisa conciliadora, decidió seguirle el juego.

—Sí… en realidad ya nos íbamos —corroboró en tono suave—. Tenemos otras entregas que hacer.

Era una mentira a medias, ya que Gohan realmente no tenía planeado quedarse mucho rato más, aunque sí iban a retirarse antes de lo que había calculado. Sin embargo, viendo que Kioran estaba a punto de arrancarle la cabeza de cuajo a la pobre Silene, decidió que era mejor no perder tiempo preguntando qué ocurría.

Silene suspiró dramáticamente, con una expresión que oscilaba entre el pesar y la coquetería.

—Qué pena que deban irse tan pronto —murmuró, dejando que sus ojos celestes se posaran directamente en los de Gohan—. Pero bueno, ya sabes… —Su voz se tornó más insinuante—. Si alguna vez necesitas descansar o simplemente relajarte un poco, mi carpa siempre está abierta para ti en el horario que sea.

«¿Tu carpa o tus piernas?», pensó Kioran, a punto de verbalizarlo. A punto.

Gohan, con su acostumbrada inocencia, asintió con amabilidad sin captar el doble sentido. Pero la guerrera no solo lo había captado: lo sintió arder en lo más profundo como una provocación directa. Su cola, todavía enrollada en su cintura, se crispó visiblemente mientras el fuego de su temperamento amenazaba con estallar.

—Sobre todo en una visita nocturna, ¿cierto? —ironizó sin poder contenerse, cruzándose de brazos.

Silene, que claramente no esperaba que Kioran lo dijera en voz alta, se sonrojó de inmediato.

—¡Eso no fue lo que dije! —balbuceó, llevándose una mano a la mejilla con aire avergonzado.

La guerrera soltó un bufido, como si no tuviera tiempo ni paciencia para semejante teatro. No quería escuchar más, no quería ver más, no quería estar ni un segundo más en presencia de esa mujer de bucles perfectos, sonrisa calculada y voz empalagosa.

—Cuídate —agregó Silene entonces, mirándola por primera vez con aparente cortesía.

«Muérete», le respondió Kioran en su fuero interno, exteriorizando una mueca en forma de sonrisa y colmillos ligeramente asomados. Sintiéndose un poco mejor, giró sobre sus talones y empezó a caminar con largas zancadas, como si el solo hecho de estar ahí la sofocara.

Gohan se despidió apresuradamente con un leve ademán de la mano antes de apresurarse tras ella.

—Nos vemos, Silene.

No tuvo tiempo de escuchar si respondía o no, porque Kioran ya había tomado una ventaja considerable, avanzando con pasos tan agresivos que el polvo se levantaba a su alrededor con cada pisada.

—¡Oye, espérame! —la llamó, acelerando el ritmo.

Cuando por fin la alcanzó en las afueras del refugio, las fluctuaciones iracundas de su ki casi le hicieron perder el equilibrio.

—¿Por qué estás tan enfadada? —preguntó, intentando mirar su rostro sin dejar de acomodar sus pasos a los de ella.

Kioran soltó un gruñido bajo. Siguió caminando, con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte.

Gohan suspiró y cambió de táctica.

—¿Silene te hizo algo? —insistió—. ¿Alguna vez fue grosera contigo o…?

La insinuación la obligó a detenerse en seco. Giró de golpe la cabeza hacia él con una expresión que parecía a medio camino entre la incredulidad y el desconcierto lleno de furia.

Sí. Sí, maldita sea, claro que le había hecho muchísimo.

La estúpida le había arruinado el día. La había hecho apretar los dientes hasta casi pulverizarse las muelas. Había osado tratar a Gohan con esa maldita dulzura empalagosa que ella detestaba. Lo había mirado con esos ojos brillantes, le había hablado con ese tono meloso, le había dado toda su atención, su sonrisa, su coqueta inclinación de hombro para mostrar esa jodida piel blanca y reluciente…

Sí. Silene le había hecho mucho, muchísimo.

«… ¿O no?», deslizó cierta parte de su cerebro, colándose en medio de su furia desbordante.

Frunció el ceño aún más y apartó la vista con brusquedad, sin saber qué responder. ¿Sí o no? ¿Le había hecho algo? ¿Estaba alucinando en colores? Mierda, ni siquiera sabía qué diablos significaba esa sensación que le revolvía las entrañas.

—Si no te ha hecho nada —intentó razonar Gohan tras un rato—, entonces no entiendo por qué fuiste tan hostil con ella.

Silencio.

—No es la primera vez que pasa, ¿sabes? Aunque nunca lo había visto tan explícito como hoy.

Kioran hizo un gesto vago con la mano, como si le diera la razón a algo que no tenía ninguna importancia.

Gohan arrugó un poco la frente.

—Así que… ¿Silene te cae muy mal?

Ella siguió con la boca cerrada a cal y canto. Solo hizo un leve movimiento con la cabeza que, en cualquier otro contexto, habría parecido casi indiferente. Pero Gohan, que ya la conocía lo suficiente, entendió que era la forma más honesta que tenía de confirmarlo.

—¿Por qué? —preguntó con un tono genuinamente curioso.

Y la guerrera, que ya de por sí estaba al borde de la explosión, no se tomó ni un segundo en pensar su respuesta. Lo miró con una expresión feroz, como si estuviera a punto de abalanzarse sobre él para despedazarlo, y estalló como un barril lleno de pólvora:

—¡Porque es una puta! ¡Una zorra arrastrada, por eso! —soltó, con toda la rabia acumulada en su pecho.

Gohan parpadeó varias veces, como si su cerebro estuviera procesando las palabras lentamente.

—¿Eh? —Fue su torpe réplica, por completo desconcertado.

¿Qué clase de respuesta era esa? Decir algo así no lo convertía en una explicación. Silene siempre había sido cordial con él, atenta, pero de ahí a…

—¡Eres un híbrido tarado! —volvió a estallar, agitando las manos en el aire—. ¿¡Cómo es posible que no te des cuenta cuando te restriegan en la cara que quieren acostarse contigo!?

Y fue ahí, en ese preciso instante, que Gohan entró en cortocircuito.

Sus pensamientos se detuvieron de golpe. Su cerebro, su razonamiento, su lógica, todo se apagó como si le hubieran arrancado el cable de la corriente.

—¿¡Qué!? —exclamó, con una voz más aguda de lo normal.

Su rostro pasó del desconcierto a la confusión absoluta y luego a algo que Kioran nunca le había visto: vergüenza. Un rubor tenue pero persistente apareció en su rostro, y de repente parecía un muchacho inexperto enfrentado a un concepto que jamás había considerado.

—¿Cómo que…? —Trató de hilar una frase, pero su cerebro simplemente no cooperaba.

Kioran lo miró con incredulidad.

—¿Me estás jodiendo? ¿Cómo puedes ser tan idiota?

Los pensamientos del pobre mestizo se habían convertido en un desastre absoluto. ¿Silene buscaba… algo más con él? No, debía estar entendiendo mal. Kioran tenía que estar exagerando.

—Ella solo es amable —balbuceó, pero su voz no sonaba ni remotamente convencida.

—¡Ya! ¡Y yo soy una delicada princesa de un cuento de hadas! —Chasqueó la lengua, completamente harta de la situación—. ¡Por cierto: no lo soy, maldita sea!

Todavía con las palabras de Kioran resonando en su cabeza, Gohan frunció el ceño perdiéndose en el horizonte. Era inocente, sí, pero no ignorante. Y aunque jamás había sido particularmente suspicaz para interpretar ciertas sutilezas en las interacciones humanas, tampoco era completamente ajeno a las lecciones que Bulma se había tomado el tiempo de inculcarle.

Desde que su madre murió y quedó a su cuidado, la científica se había esmerado en enseñarle cosas que, según ella, «todo hombre debía saber para no andar perdido en la vida», más que nada porque le preocupaba que fuera tan despistado como Goku.

—La gente no siempre va a ser honesta, habrá personas que van a tratarte bien porque quieren algo de ti. No significa que sean malos, pero es mejor que sepas identificarlos. Y las mujeres… las mujeres somos un mundo aparte —le había dicho en alguna oportunidad.

Le enseñó con astucia, sin abrumarlo ni cambiarlo en esencia, tan solo brindándole las herramientas necesarias para desenvolverse con cierta cautela en el mundo. Esta era una de esas pocas ocasiones en que Gohan aplicaba los conocimientos que Bulma le había dado.

Sus pensamientos, hasta ese momento dispersos, comenzaron a alinearse en una revisión meticulosa de cada interacción que recordaba haber tenido con Silene.

Era cierto que ella siempre parecía contenta de verlo. Que lo recibía con un entusiasmo particular. Que insistía demasiado en que se quedara un poco más. Que le ofrecía cosas sin que él las pidiera.

Antes, había interpretado todo eso como amabilidad desbordante. Pero ahora, bajo la luz brutal de la acusación de Kioran, no podía evitar mirarlo con otros ojos.

Sí, al parecer tenía razón.

Aún se resistía a interpretar la amabilidad de Silene como un… un interés sexual en él. Era un concepto que, sinceramente, nunca se habría detenido a considerar de no ser por la explosión de esa hembra saiyajin. Lo cual, por supuesto, lo llevaba a otro hilo de pensamientos algo diferentes…

Porque Kioran teniendo razón era un hecho que podía aceptar. Pero, ¿por qué el comportamiento de Silene la molestaba tanto, a tal punto de reaccionar con ese nivel de agresividad?

Gohan giró la cabeza y atrapó su mirada con toda la intención de obtener una respuesta. Y Kioran, que hasta ese momento se había mostrado desbordante de furia, de repente sintió una presión extraña en el pecho. Se sintió observada. Como si Gohan la hubiera descubierto en algo que ni ella misma entendía.

—¿Qué pasa? —farfulló, sin saber bien qué decir.

—Creo… Creo que tienes razón —dijo con la misma calma con la que podía afirmar que el cielo era azul.

Kioran soltó aire con fuerza y rodó los ojos con exageración.

—¡Menos mal! —espetó, cargada de sarcasmo—. Pensé que iba a tener que dibujártelo.

Pero antes de que pudiera disfrutar su victoria verbal, Gohan inclinó ligeramente la cabeza y disparó:

—¿Por qué te importa tanto?

Fue un golpe directo. Sin previo aviso.

—¡¿Eh…?!

—¿Por qué te molesta? —persistió él, sin cambiar su tono relajado.

Fue lo más aterrador que hubiera experimentado nunca, más que estar a punto de morir. Kioran sintió como si la lengua se le hubiera desmayado adentro de la boca, en tanto su cerebro pareció derretirse como la cera, volviéndose incapaz de hilar pensamientos lógicos; y, para colmo, empezó a balbucear palabras inconexas que no llevaban a ninguna parte.

—¡Yo… b-bueno… es que tú…! ¡Cuando…!

Pero nunca terminó la frase porque Gohan, maldito híbrido condescendiente, estaba empezando a reírse de ella. Comenzó como una pequeña sonrisita inocente, apenas ensanchando sus mejillas. Sin embargo, con cada nuevo titubeo de Kioran, con cada intento fallido de encontrar una respuesta, con cada palabra que quedaba a medio decir, su risa fue creciendo.

—¿Estás…? —Gohan dejó la frase inconclusa a propósito.

Y ella lo supo.

No necesitaba que terminara la oración para entender lo que quería insinuar.

Su cola se erizó, su rostro se tensó y su expresión pasó de confusión absoluta a pura, completa e incandescente cólera.

—¡No estoy NADA! —rugió, como si el simple concepto la ofendiera—. ¡Deja de sacar conclusiones ridículas! Lo único que quise fue que te dieras cuenta de cómo te engañan tan fácil porque eres un ingenuo, ¡y que cualquier día alguien se va a aprovechar de ti y ni siquiera te vas a dar cuenta hasta que tengas los pantalones abajo!

Gohan no podía parar. Se reía con tanta fuerza que tuvo que doblarse por la mitad, sosteniéndose el estómago con la mano como si de verdad fuera a estallar.

Cada nueva frase de Kioran lo hacía carcajearse con más intensidad, cada una de sus explosiones de furia le resultaba más graciosa que la anterior.

—¡Eres un idiota! —espetó finalmente, con los puños cerrados y temblando de rabia—. ¡Me largo! ¡Vete a la mierda y no me molestes más por hoy! —Se elevó un par de palmos, y sin poder controlarse, chilló—: ¡Quédate con esa puta toda la maldita noche si quieres!

Sin esperar respuesta, su energía explotó descuidadamente, desapareciendo en cuestión de segundos.

Gohan tardó al menos un minuto en calmarse, si bien la risa continuaba vibrando en su pecho a ratos.

«Sí, sí que lo está», concluyó con una enorme sonrisa que le dividía el rostro en dos.

Lo estaba, eso le había quedado clarísimo.

Sin embargo, todavía quedaba resolver la pregunta más importante: ¿por qué lo estaba?

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Cuando Gohan aterrizó de vuelta en el exterior de la Corporación Cápsula, el sol ya estaba en su punto más alto. Apenas puso un pie en el suelo, se encontró con Trunks esperándolo en el jardín, listo y dispuesto para un nuevo entrenamiento.

El muchacho se acercó corriendo con alegría.

—¡Hola, Gohan! ¿Cómo les fue…? —Entonces, se detuvo al notar no solo la ausencia de Kioran, sino también la ausencia de su ki—. ¿Y la hermana mayor?

Gohan soltó una carcajada contenida.

—Ah... —dejó escapar un suspiro divertido, pasándose la mano por la nuca—. Digamos que está demasiado enfadada como para entrenar con nosotros hoy.

¿Demasiado enfadada? ¿Cuándo Kioran había estado «demasiado enfadada» como para entrenar? Si esos eran los momentos en que más parecía desquitarse por todas sus inexplicables frustraciones. Si estaba furiosa, le hacía pagar a él particularmente en los entrenamientos y las comidas, humillándolo en cada oportunidad. Qué raro.

Quizás lo más raro era que Gohan se veía muy feliz, más que de costumbre. Trunks ladeó un poco la cabeza, observándolo con el ceño fruncido, luego suspiró.

—Bueno, su enfado no es tan raro, siempre ha odiado ir a ese refugio.

Como si esas palabras fueran el chiste más gracioso del mundo, Gohan se echó a reír otra vez sin poder evitarlo.

Fue en ese momento que Bulma salió de la casa ajustándose la gorra que solía usar sobre la cabeza. Tenía la intención de ir a visitar a un científico amigo en un laboratorio cercano, pero al notar la presencia de Gohan allí, se detuvo sonriendo con una pincelada de picardía.

—¿Volviste solo? —El mestizo asintió, sin dejar de sonreír—. ¿Crees que Kioran venga a almorzar?

—Lo dudo. Me odia completamente —declaró sonriendo de oreja a oreja.

Bulma soltó una carcajada. No sabía qué le hacía más gracia: si la ausencia de Kioran, de la cual intuía la razón, o el absurdo brillo divertido en los ojos de Gohan. Como fuera, al parecer las cosas habían ido bastante bien en el refugio… bien de un modo muy retorcido, pero esperable para ella.

La mujer observó a sus dos hijos —biológico y de crianza— marcharse para entrenar, volando a una velocidad media que le permitió seguirles el rastro hasta donde le llegó la vista. Entonces, negó con la cabeza.

«Así que "Me odia completamente", ¿eh?», pensó intentando no volver a reírse.

Sí… cómo no.

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En el claro donde solían entrenar, Trunks y Kioran realizaban sus habituales estiramientos previos a los combates de práctica. La rutina había vuelto a instalarse entre ellos tras el episodio en el refugio de la región sur. Si bien los primeros días hubo cierta incomodidad entre Gohan y Kioran, era todo por parte de ella, pues el mestizo parecía estar de un humor excelente.

Incluso después de que ella lo amenazara con desmembrarlo en pedacitos y bañarse en su sangre si se le ocurría mencionar lo sucedido, Gohan simplemente se rio como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida… lo que solo consiguió irritarla aún más. Kioran dejó de hablarle por unos días, pero como siempre, él no hizo el menor esfuerzo por enmendarlo.

Afortunadamente, ese capítulo ya había quedado atrás. Habían pasado casi dos semanas, y lo mejor era seguir adelante como si nada. O al menos, eso se dijo a sí misma, y lo logró eventualmente. Gohan no era del tipo que olvidaba fácilmente, pero era un hombre de palabra y no hizo ninguna referencia a lo ocurrido con Silene. Así, el incidente pasó a formar parte de la lista de momentos incómodos y absurdos que Kioran había ido acumulando desde su llegada a esa línea temporal.

Trunks nunca llegó a enterarse de qué demonios había sucedido en el bendito refugio número dos, pero bastó una sola mirada de Kioran para tragarse cualquier intento de averiguarlo. Valoraba su vida lo suficiente como para no tentar a la suerte con preguntas innecesarias. Y menos con ella, que parecía cada vez más cerca de perder el seso en cualquier minuto.

—¿Y el híbrido? —preguntó Kioran tras un rato de elongar en silencio.

—Dijo que iba a buscar algo a su casa y volvía —respondió Trunks, girando los hombros en un movimiento rítmico.

Apenas terminaron de hablar, ambos sintieron el ki de Gohan aproximándose y se incorporaron al mismo tiempo, preparándose para comenzar el entrenamiento.

Pero lo que no esperaban era que Gohan apareciera… con una espada colgada del hombro.

—¿Ya están listos? —preguntó mientras descolgaba el arma y la sujetaba como si se tratara de un trofeo.

Trunks respondió de inmediato con un cantado «¡Sí!», pero Kioran no dijo nada. Sus pupilas se fijaron en la espada con una intensidad calculadora, como si intentara encajar ciertos hechos que se presentaban sorpresivamente ante ella, porque esa espada… esa espada la conocía.

Apenas la vio, un remanente de su vida en Ciudad Conton se instaló en su memoria. Recordó los días de entrenamiento con Trunks, el líder de la Patrulla del Tiempo, que siempre la llevaba consigo como si fuera una extensión de su propio cuerpo. La tenía cuando la rescató del planeta en donde Raditz la había dejado esperando. La blandía con la precisión de quien había entrenado con ella toda su vida. Kioran nunca había sentido curiosidad por su origen. Era parte de él, tan natural que jamás pensó en preguntarle de dónde la había sacado.

Hasta ahora.

Gohan captó la expresión de Kioran. No era exactamente sorpresa sino algo más. Parecía sumida en un pensamiento profundo, como si acabara de tropezar con una revelación inesperada.

Una idea cruzó por su mente, pero decidió que la resolvería más tarde. Ahora, había algo más importante que atender.

—Trunks —llamó Gohan, extendiendo el arma hacia él—. Hoy quiero regalarte esto.

El muchacho arqueó una ceja y tomó la espada con cautela, como si temiera que pudiera desintegrarse en sus manos.

—¿Una espada? —murmuró por reflejo, recibiendo el objeto y analizándolo en distintos ángulos. Gohan asintió—. ¿Por qué, me vas a entrenar de manera diferente?

—Sí y no. Esto tiene dos propósitos: primero, mostrarte algo nuevo, y segundo… bueno, es una herencia. Mi maestro Piccolo me la dio hace muchos años, y ahora yo te la regalo a ti.

El joven apretó con más fuerza la empuñadura, sintiendo un peso diferente al que esperaba.

—¿En serio? —Esta vez, su voz filtró verdadera sorpresa.

Con cuidado, deslizó la hoja fuera de la vaina y el destello del filo casi lo cegó. No parecía haber sido usada nunca… Su mirada se deslizó hasta la empuñadura, de un tono oscuro que contrastaba con la vaina anaranjada, y finalmente de vuelta al filo, reluciente y pulido, casi irreal.

—¿Es nueva? —preguntó, aún absorto en los detalles.

Gohan negó con la cabeza, esbozando una leve sonrisa.

—Es especial.

Trunks alzó la mirada.

—¿Especial cómo?

—Mientras más te familiarices con ella, más lograrás fortalecerla con tu ki. Si consigues dominarla, podrás cortar lo que sea.

El joven abrió los ojos con asombro.

—¿De veras?

—Piccolo me explicó un poco sobre su uso… no logró enseñarme todo, tuve que descubrir bastante por mi cuenta —explicó Gohan, con algo de nostalgia—. Pero lo logré. Y creo que ha llegado el momento de que tú la tengas.

Trunks tragó saliva y volvió a recorrer la espada con la mirada, ahora con una nueva perspectiva.

—¿Y cómo le transfiero mi ki? ¿Tengo que elevarlo?

Gohan negó de nuevo.

—No exactamente. Lo especial de esta espada es que toma tu energía vital directamente. Para cualquiera que la vea, parecerá un arma ordinaria. Incluso tú no percibiste nada inusual cuando la tomaste, pero eso es porque aún no se han familiarizado. Con el tiempo, la sentirás como una extensión de tu propio cuerpo.

—Vaya…

—Y ahora que sabes la verdad, ¿qué opinas?

Trunks se calzó el arma en la espalda con un movimiento fluido.

—¡Es genial! —exclamó con genuina emoción.

El simple gesto de acomodarse la espada, el clic que hizo el seguro, provocó en Kioran una oleada de recuerdos. Era exactamente el mismo movimiento que su versión del futuro hacía con su propia espada. Trunks, el líder de la Patrulla del Tiempo, siempre la llevaba consigo, incluso cuando no la usaba en combate. Durante su entrenamiento, jamás la había desenfundado frente a ella, pero nunca se la quitaba… y ahora comprendía por qué.

Trunks desenfundó la espada con entusiasmo, moviéndola con ambas manos para sentir su peso. Gohan lo observó con una sonrisa, dejando que su aprendiz se familiarizara con el arma antes de intervenir.

—Primero, debes acostumbrarte a su balance —indicó Gohan, dando un paso adelante—. Una espada es más que un arma de corte. No puedes simplemente blandirla y esperar que haga el trabajo por ti.

Trunks asintió, adoptando una postura de guardia mientras analizaba su nuevo equipo. Gohan se acercó un poco más, haciendo gestos con la mano para mostrarle la manera correcta de sostener la empuñadura.

—Lo importante es que fluya contigo. No intentes forzarla, deja que te guíe tanto como tú la guías a ella.

Kioran, de pie a un costado, observaba en completo silencio. No le sorprendía el empeño de Gohan en enseñar, pero sí le llamaba la atención la facilidad con la que se desenvolvía al hacerlo. Su tono era sereno, sus instrucciones precisas, y la naturalidad con la que le explicaba a Trunks el funcionamiento del arma daba la impresión de que él mismo había pasado por el mismo proceso.

De pronto, Gohan se giró hacia ella y la sacó de sus pensamientos con una pregunta en voz baja y directa.

—Ese otro Trunks… que conociste en el futuro, ¿tenía esta espada? —cuestionó con interés, señalando con la barbilla a su joven aprendiz.

Kioran tardó un segundo en reaccionar, pero asintió de inmediato.

—Sí. —Sus ojos se posaron en el muchacho por instinto—. La llevaba incluso desde el primer día en que lo conocí. Nunca se la quitaba, ni siquiera cuando entrenábamos.

Gohan sonrió, como si la respuesta confirmara algo que ya sospechaba.

—Eso significa que Trunks la conservará en el futuro —murmuró, más para sí que para ella.

—Y dime algo —le preguntó Kioran como si se tratara un secreto—. ¿Esa historia de que la espada es «especial» es real, o solo se la contaste para que se tome en serio aprender a usarla?

Gohan abrió los ojos con sorpresa.

—¡Por supuesto que es real! —respondió de inmediato—. ¿Por qué lo dudas?

—No es eso —aclaró, rodando los ojos—. Es solo que... se ve tan corriente.

Gohan retomó su habitual sonrisa, pero esta vez había algo más en su expresión. No era solo una sonrisa divertida, sino una que parecía esconder algo más profundo.

—No te guíes tanto por lo que ves —le dijo en un tono que provocó cosquillas en el estómago—. Sí, es cierto que no parece especial, pero lo es.

Había algo en la forma en que lo dijo que a Kioran le espoleó el impulso de sonrojarse. No podía explicar por qué, pero de pronto desvió la vista con brusquedad, irritada consigo misma por reaccionar así.

—Da igual. —Agitó una mano en el aire para restarle importancia y frunció el ceño—. ¿Cuándo empezamos a entrenar? Ya ha pasado demasiado tiempo.

Gohan rio suavemente y le dio un golpecito en el hombro con el dorso de la mano.

—Tranquila, que te tengo algo preparado —dijo con aire misterioso—. Tú también vas a aprender algo nuevo hoy.

Kioran arqueó una ceja con escepticismo, pero no pudo evitar que una chispa de emoción la recorriera por dentro.

Ya había pensado antes que Gohan siempre parecía estarle enseñado cosas nuevas.

Otra vez… otra vez era así…

.

.

El insomnio era un viejo conocido de Gohan. Desde la pérdida de su brazo, su cuerpo a veces parecía confundirlo, como si aquella extremidad que ya no existía siguiera presente, aferrándose a él a través de un dolor reflejo que lo atormentaba en silencio. El médico lo había llamado «síndrome del miembro fantasma», pero las palabras técnicas no aliviaban las noches en que ese dolor invisible lo mantenía despierto, negándole el descanso.

En esas noches, Gohan solía encontrar consuelo bajo el cielo estrellado. Había algo en la inmensidad del universo, en las luces distantes y brillantes que decoraban la oscuridad, que lograba calmar su mente cuando todo lo demás fallaba. El simple acto de salir y sentarse afuera, observando el cielo, le permitía olvidar la sensación de ausencia en su propio cuerpo… al menos por un rato.

Esa noche no fue la excepción. Abrió la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido, y salió al exterior. El aire fresco de la noche lo recibió, y Gohan alzó la vista, anticipando qué constelaciones se desplegarían sobre él. Sin embargo, cuando estaba a punto de cerrar la puerta, algo en su visión periférica lo hizo detenerse: Kioran, sentada en el suelo junto a la entrada de su casa cápsula, abrazándose las rodillas y escondiendo la cabeza entre ellas.

—¿Qué haces ahí...? —preguntó Gohan en voz baja—. ¿Tampoco puedes dormir?

Hmpf, estaba durmiendo —replicó con tono agrio, su voz aún entrelazada con los restos del sueño—. Me acabas de despertar. Muchas gracias —farfulló, empapada en sarcasmo mientras alzaba el rostro hacia él.

Gohan se mordió el labio inferior, con una expresión de confusión reflejada en su rostro. Observó cómo ella se frotaba los ojos con ambas manos y se estiraba perezosamente. Permaneció así durante unos segundos, y Gohan, aprovechando la pausa, decidió ofrecer una disculpa.

—De verdad lo siento… no quería molestarte —comenzó a decir, hasta que una idea cruzó por su mente.

Porque no era la primera vez que la veía sentada allí, en esa posición. De hecho, estaba seguro de haberla visto así con mayor frecuencia desde el último enfrentamiento con los androides. Le había hablado un par de veces desde lejos, pues creía que esa postura —sentada, con las piernas encogidas y rodeadas por sus brazos— era la que adoptaba cuando se sentía abrumada. Aunque ella no le había respondido en esas ocasiones, ahora podía concluir que era porque también dormía en esa misma posición. Aparentemente.

Claro que, si realmente dormía así...

—¿Hay algún problema con tu cama? ¿Quieres que le pida a Bulma que te la cambie? —preguntó, extrañado.

—¡Puaj! —replicó Kioran, estremeciéndose—. No me gustan las camas, son incomodísimas. —Reforzó su desagrado arrugando la nariz.

Gohan se echó a reír. ¿De verdad? ¿Qué era eso?

—Debes ser la única persona en el mundo que lo piensa —dijo entre risas. Kioran era muy rara, y cada vez parecía ponerse más extraña… cosa que no le resultaba desagradable en absoluto.

Pasados unos segundos, Gohan se acomodó a su lado. Ella no mostró ningún gesto de rechazo; permanecieron en un silencio cómodo, con sus hombros apenas rozándose. La piel de Kioran estaba algo fría contra la suya gracias a la temperatura ambiente, y Gohan se sorprendió al encontrar la sensación extrañamente agradable. Suspiró, perdiéndose en el vasto cielo estrellado que se extendía ante ellos. Para él, el universo siempre había sido algo magnífico, algo que amaba contemplar cada vez que tenía la oportunidad.

Kioran lo observó de reojo, dándose cuenta de lo ensimismado que estaba. Cada vez que levantaba la vista hacia las estrellas, parecía caer en una especie de trance.

—¿Qué tanto hay allá arriba? —preguntó al fin, incapaz de contener su curiosidad—. Parece como si te hubieran hipnotizado.

—Las estrellas —respondió Gohan, su voz cargada de una nostalgia profunda, como si ese simple hecho lo transportara a otro tiempo y lugar. No necesitó decir más para que quedara claro lo mucho que significaban para él.

Kioran frunció el ceño, desviando la mirada hacia el firmamento antes de bufar con frustración.

—No entiendo qué te fascina tanto —gruñó, dejando que su incredulidad aflorara—. He visto cielos mucho más bonitos que este, en planetas que ni siquiera podrías imaginarte.

Gohan dejó escapar una risa suave, despertando del hechizo que lo tenía cautivo, y giró la cabeza para mirarla. Sus ojos oscuros brillaban con diversión.

—¿De veras? —dijo con una sonrisa—. Bueno, supongo que no tengo una explicación de por qué estas estrellas me parecen tan increíbles. Simplemente... para mí, no hay nada que se les compare.

Kioran bajó los ojos exhalando un resoplido.

—Eso es porque no conoces más que este mundo —murmuró, sintiendo cómo su rostro comenzaba a arder, aunque no podía entender exactamente por qué. Las palabras salieron más bruscas de lo que había planeado.

—Te equivocas —la reconvino Gohan, suavemente—. ¿Has oído hablar del planeta Namek? Fui allí cuando era niño. Viajé en una nave espacial y todo —añadió con un leve destello de orgullo en su voz.

—Guau. —El sarcasmo impregnó su tono, aunque algo en su interior comenzaba a suavizarse a pesar de su esfuerzo por disimularlo.

—Pero Namek tiene tres soles, así que no hay noche. Fueron días interminables… —explicó, su mirada volviendo a perderse en el cielo oscuro—. Los namekianos no pueden disfrutar de esto —señaló hacia arriba con el dedo índice—, y fue ahí donde comprendí lo afortunados que somos los terrícolas. Además, pude ver el espacio de cerca… muy cerca. —Su voz se volvió más baja, casi pensativa—. Era un poco aterrador, como si la oscuridad pudiera tragarte en cualquier momento. Pero las estrellas estaban ahí, brillando con una fuerza que nunca habría imaginado, dándome esperanza. Me mostraron que siempre hay un camino, incluso en la mayor oscuridad.

Mientras Gohan hablaba, Kioran lo observaba de reojo, a pesar de sus esfuerzos por evitarlo. Sentía cómo su corazón latía descontrolado, sin entender por qué una historia que para ella no tenía mucho sentido la afectaba de esa manera.

—Eso… es absurdo —farfulló, enterrando la mitad inferior de su rostro entre sus brazos, que rodeaban sus rodillas.

Gohan le dedicó una sonrisa amplia, luminosa como esas estrellas que tanto adoraba.

—Supongo que sí —admitió, sin dejar de sonreír.

Kioran cerró los ojos con frustración. No quería ceder, aunque algo en su relato había tocado una fibra dentro de ella.

—Pero… de alguna manera logras que tenga sentido —balbuceó, sus palabras saliendo más sinceras de lo que esperaba—. Has conseguido despertar mi curiosidad por estas estrellas tan ordinarias.

—Todo depende de los ojos que las miren —dijo Gohan, con esa simpleza que la desarmaba—. La magia empieza ahí.

«Magia… un híbrido hablando de magia». ¿Cómo podía seguir creyendo en algo como eso después de todo lo que había pasado?

—Eres un idiota —murmuró, incapaz de sostenerle la mirada, mientras sus propias emociones la confundían.

—No lo voy a negar —respondió Gohan con esa inocencia frustrante y encantadora al mismo tiempo.

Kioran resopló, irritada. Llamaba «absurda» a la historia de Gohan, pero lo que realmente le parecía absurdo era intentar discutir con él. Era inútil, pues siempre encontraba la manera de descolocarla con esa desconcertante honestidad que le resultaba tan inusitada.

El silencio entre ellos se asentó de forma natural, cada uno perdido en sus pensamientos bajo el cielo estrellado que se extendía sobre sus cabezas. Gohan, absorto en sus propias reflexiones, apenas se dio cuenta de que Kioran había comenzado a inclinarse hacia él. Solo cuando sintió un ligero peso en su hombro derecho desvió su atención de las estrellas.

—¿Qué…? —murmuró extrañado, pero se interrumpió al escuchar un suave ronquido—. Ah, ya te dormiste.

Lejos de sentirse incómodo, Gohan descubrió que la situación le resultaba curiosamente agradable. Los ronquidos de Kioran eran más como un ronroneo que le hacían sonreír sin poder evitarlo.

Con cuidado, inclinó la cabeza para observar su rostro dormido, procurando no despertarla. Su expresión era tranquila, sus rasgos relajados en una serenidad que pocas veces había visto en ella. Sin embargo, su ceño se frunció de repente y un leve quejido escapó de su garganta, como si algo la perturbara incluso en sueños. El momento pasó tan rápido como había llegado, y pronto Kioran volvió a su respiración regular, con esos ronquidos arrítmicos marcando un peculiar compás.

Gohan se quedó mirándola sin ocultar su fascinación. Siempre había pensado que Kioran era hermosa, incluso con su carácter difícil y su tendencia a explotar por cualquier motivo. Le gustaban la armonía de su rostro, el brillo suspicaz en sus ojos oscuros, la forma de su nariz que, afortunadamente, no se había perdido después de que Diecisiete se la rompiera; el volumen de sus labios, el orden lógico de sus dientes, el tono pálido de su piel, con manchas y quemaduras solares en algunas zonas, su voluminoso cabello negro que le caía hasta la cintura, y las innumerables pequeñas marcas de batallas que adornaban sus piernas. Incluso esas cicatrices en sus brazos, que ella solía mirar con odio, eran detalles que Gohan había apreciado desde hacía tiempo… Y no le importaba cómo estuviera: enfadada, soberbia, sarcástica, avergonzada, sobrepasada, gritando, murmurando; gruñendo, sonriendo… Siempre, sin excepción, le parecía hermosa. Pero su fascinación por ella iba mucho más allá de lo físico. Esa mujer proyectaba una fuerza indomable en sus gestos y su manera de expresarse, mas cuando fijaba sus ojos de tonalidad ónice en él, podía atisbar una vulnerabilidad que escondía como si fuese un punto débil. Desde la primera vez que comprobó su capacidad de sentir empatía, sin darse cuenta, guardó cada gesto, cada reacción, cada respuesta, cada sonrojo, cada muestra de preocupación que intentaba enmascarar con sarcasmo y brusquedad.

Ahora también guardaría en su memoria su rostro mostrando aquella faceta casi dulce de su expresión dormida. Era una imagen que Kioran odiaría que él viera, sin duda. Sabía que no toleraría mostrarse tan expuesta. Gohan sonrió levemente y se prometió no mencionar nunca ese momento, guardándolo como un pequeño secreto.

A medida que la observaba, un pensamiento se instaló en su mente con más fuerza que antes. Algo en ella lo intrigaba, más allá de su fuerza y su temperamento. Esa expresión dolorida que aparecía en su semblante de vez en cuando mientras dormía, esos leves quejidos... ¿De dónde venían? ¿Qué sombras habitaban en su mente cuando bajaba la guardia? ¿Eran recuerdos de su vida con Raditz? ¿O sería otra cosa?

Alguna vez, tiempo atrás, recordaba haber pensado en lo poco que sabía de ella. Tenía a su disposición un puñado de hechos muy básicos y superficiales. Para hacerse una idea más completa sobre Kioran, Gohan debió unir lo que le contó sobre ella en ese primer entrenamiento juntos con las preguntas de Trunks, que era muy directo en sus dudas y no se daba ningún rodeo. Gracias a eso logró concluir varias cosas… pero seguía siendo insuficiente.

En ese momento se dio cuenta de que quería saber más. Mucho, mucho más. Quería entenderla por completo, explorar cada rincón de su historia, conocer cada cicatriz que la vida le había dejado, tanto las visibles como las que permanecían ocultas. Quería saber todo, sin dejar nada fuera. Y aunque no sería fácil, porque Kioran no era una persona que se abriera fácilmente, no le importaba. Estaba dispuesto a esperar con toda la paciencia que hiciera falta, hasta que decidiera confiar en él.

Incluso si algún día debía volver a su propia línea temporal, el tiempo que pasaran juntos seguiría siendo invaluable. Cada momento compartido tendría un peso especial, independiente de cuánto durara. Descubriría todo lo que pudiera mientras estuviera en su mundo, porque lo que ya había alcanzado a conocer —solo prestando atención— la convertía en algo irrepetible, un hallazgo único, de esos que solo se encuentran una vez en la vida.

Las estrellas titilaban en lo alto, pequeños puntos de luz en la vasta oscuridad del universo. Gohan volvió a mirarlas, preguntándose cuántas noches como esa habrían pasado desapercibidas, sin que nadie reparara en ellas. Pero esa noche, con Kioran dormida a su lado, todo parecía diferente.

Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras la dejaba descansar. La noche y las estrellas podían esperar. Ahora, su única preocupación era que ella durmiera en paz, aunque solo fuera por unas pocas horas. Permanecería a su lado, en silencio, protegiendo ese instante de tranquilidad, consciente de que era un momento frágil y raro.

Y mientras observaba su expresión relajada con esos musicales ronquidos, algo se hizo claro para él: Kioran era muy importante. No sabía con certeza de qué manera, ni por qué sentía ese peso en el pecho cada vez que pensaba en ella, pero lo que sí sabía era que su presencia lo había cambiado. Y, en ese preciso instante, ser consciente de ello era más que suficiente.

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N. de la A.:

¡Muchas gracias por haber leído este nuevo capítulo! Por su apoyo constante a la historia, sus votos, comentarios, e incluso mensajes internos por aquí y en Instagram.

Casi, casi no alcanzo a publicar. Estoy en un viaje de trabajo a más de mil kilómetros de mi hogar; de hecho, así celebré el día del amor, por una videollamada con mi esposo XD en fin.

Y así es como llegamos a un punto muy importante de la trama. Aún falta otro más, uno que será una especie de «antes y después», pero ya podemos comprender claramente cuáles son los sentimientos de nuestro querido Gohan.

De hecho, esta es la escena de la cual estoy tan orgullosa: en mis más de diez años escribiendo fanfiction, esta es la primera vez que hago una declaración de amor no explícita que me deja tan feliz.

Porque lo es, es una declaración de amor profundo, aunque no lo diga en ningún momento, todo lo que siente Gohan por ella es claramente amor. ¡No es spoiler!

Con respecto a la escena de Kioran, Silene y Gohan, bueno... solo puedo decir que, aunque en el caso de ella también podemos notar algo importante, la verdadera naturaleza de sus sentimientos va a emerger en aproximadamente dos capítulos más, en donde se produzca el «antes y después».

¿Gohan interpreta el estallido de Kioran como celos por interés hacia él? No, no lo hará aún. Por ahora, Gohan solo cree que eso se debió a la territorialidad saiyajin, pero no por algo más. Es inocente, no tonto, solo no interpreta intenciones románticas.

Por cierto: ¿alguien odió a Silene? La verdad es que no hay motivos para hacerlo, la mujer solo está jugando sus cartas con alguien que le gusta, y como ese alguien no está comprometido, no ha hecho nada malo. Kioran la odia con toda su alma, pero está mal enfocada. Ay, Kioran, nos salió muy retrógrada la pobre.

Y en relación a la escena de Gohan entregándole la espada a Trunks, evidentemente esto no es canónico, pero me gustó más la idea de que el chiquillo la recibiera de él y que fuera una espada especial «fabricada» por Piccolo. Una herencia más, de maestro a discípulo de segunda generación.

Para nombrar a Ruren, usé la misma lógica de los compañeros de Gohan y Videl en la prepa: Shapner (de sharpener = sacapuntas en inglés); Erasa (de eraser = borrador en inglés); Ruren viene de... ¡ruler en inglés! XDDDD

¡Ah: una carita feliz a los lectores que notaron la relación entre el título y mi fic «Donde mueren los astros»! Porque sí es, una completa referencia a ese fic.

Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!

Nos vemos en el siguiente...

Amor y felicidad para todos.

Stacy Adler.