Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)

Este es uno de mis capítulos favoritos, y uno de los primeros que escribí, incluso cuando la trama de la historia todavía estaba en pañales.

¡No se pierdan las notas del autor al final del capítulo! Voy a explicar varias cosas importantes de lo que sucede hoy con nuestros queridos Gohan y Kioran.

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Capítulo 21 Por favor, conóceme (por favor, compréndeme)

Lucas 12:2:

«Nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse».

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El prado frente a la casa de la familia Son era un lugar idílico: el murmullo del río cercano se mezclaba con los trinos de los pájaros y el suave susurro del viento, creando una melodía natural que parecía envolver tanto al padre saiyajin como al hijo mestizo. La hierba, fresca y salpicada de diminutas flores silvestres, se mecía levemente bajo la brisa matinal. El aire olía a tierra húmeda y a sol en proceso de despertar.

Goku y Gohan estaban sentados uno frente al otro, con las piernas cruzadas sobre la hierba suave. El mayor, vestido con su característico gi anaranjado; el menor, con el uniforme color violeta que le regaló Piccolo, mantenía la espalda recta y las manos apoyadas en las rodillas, esforzándose por imitar la postura relajada de su papá.

—Bien, Gohan —dijo Goku en voz baja—. Cierra los ojos.

El niño obedeció al instante, dejando que la oscuridad tras sus párpados lo envolviera. Los sonidos del mundo a su alrededor parecieron volverse más nítidos al privarse de la vista.

—Ahora, estira la mano y toca mi frente.

Gohan entreabrió ligeramente los párpados para calcular la distancia y luego, con una pequeña inclinación hacia adelante, se acomodó más cerca y alargó su brazo hasta rozar la frente de Goku con la palma de su mano. La piel cálida de su padre vibraba con una energía constante, poderosa y tranquila, como el latido de la tierra misma.

—Concéntrate en mi ki —susurró Goku—. Siente cómo fluye dentro de mí. Pero no te quedes solo en eso. Busca más allá. Cada persona tiene un matiz único en su energía, algo que refleja su mente, sus recuerdos... Solo tienes que dejar que ese matiz fluya hasta ti.

El chico frunció el ceño, concentrándose con todas sus fuerzas. La presencia del ki de su padre era clara, tan brillante y cálida como la luz del sol. Pero el matiz especial que Goku describía... eso se le escapaba. De alguna forma lograba percibirlo, sin llegar a atraparlo.

—No lo encuentro... —murmuró, algo frustrado.

—Tranquilo, ve con calma, no es algo que puedas forzar. Tienes que dejar que venga a ti. Solo... escucha. Escucha mi ki. Así encontrarás mi mente.

Con un nuevo suspiro profundo, Gohan relajó los hombros para soltar la tensión de su cuerpo. Goku tenía razón, forzar su energía no iba a servir de nada. Tenía que abrirse, como si su mente fuera un lago en calma que reflejara el cielo.

Los sonidos del río y los pájaros parecieron fundirse en un susurro distante. El mundo se volvió solo luz y calor. Y en ese instante Gohan sintió algo más, como un destello vibrante y cegador. Era familiar, pero también estaba impregnado de recuerdos, emociones y experiencias que no le pertenecían.

Su respiración se volvió un poco más rápida mientras esa vibración parecía acercarse más y más, rozando los límites de su conciencia...

—¿Lo encontraste? —preguntó Goku.

—Creo que sí.

—Muy bien. Ahora, busca lo que quieres ver. La mente no te va a mostrar nada si no la guías. Eso fue lo que me enseñó Kami cuando me mostró esta técnica hace años —explicó, evocando los días de su entrenamiento en el Templo Sagrado.

Gohan esbozó una leve sonrisa, imaginándose a su papá entrenando con el guardián de la Tierra. Pero no dejó que la distracción lo apartara de su objetivo. Cerró los ojos con más fuerza y se concentró en su deseo: quería conocer al hombre que le había heredado su nombre. Quería ver al abuelo Son Gohan.

Se enfocó en esa idea lo mejor que pudo. Al principio, todo era confuso: ráfagas de imágenes, sonidos inconexos; parecían chispas, encendiéndose en la oscuridad para luego apagarse demasiado pronto... Mas poco a poco las piezas comenzaron a ensamblarse, formando escenas claras y vívidas.

Vio un paisaje montañoso de una belleza sobrecogedora: enormes picos cubiertos de vegetación, bosques densos y salvajes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y el sonido constante de aves, hojas y animales enormes que deambulaban libres. Y, en lo alto de una montaña, rodeada de árboles milenarios, se erguía una casita con un techo de diseño empinado.

—¡Guau! —exclamó el niño sin poder evitarlo.

—¿Qué ves?

—Es... Es tu casa, ¡estoy seguro! Donde vivías de niño. Hay árboles enormes y animales gigantes... —Los ojos de Gohan permanecían cerrados, pero su rostro reflejaba la fascinación de quien estaba descubriendo un mundo desconocido—. Todo es... diferente. Más salvaje.

Goku asintió, sorprendido de lo claro que parecía verlo su hijo. Tal vez lo más extraño era que él también podía… ver esas imágenes, de alguna manera, aunque más parecía una proyección de baja calidad, como si hubiera interferencias. No sabía que eso era posible…

Mientras Goku se sorprendía de lo que estaba ocurriendo, su hijo continuó explorando ahora que tenía más claro lo que debía hacer. Vio a su papá correteando entre los árboles, un niño pequeño de cabello rebelde que usaba su cola de saiyajin para toda clase de acrobacias en el bosque que conocía como la palma de su mano.

De pronto, una figura se materializó en el recuerdo, ocupando la mente Gohan al completo: era un hombre bajo y algo robusto, de apariencia bonachona, mirada dulce, y gran bigote blanco. Llevaba un gorro que hizo a Gohan recordar el que usaba cuando pequeño.

Fue como una confirmación.

—¡Es él! —exclamó el niño, su corazón latiendo con fuerza—. ¡Es el abuelito Gohan!

—Sip, ese es —confirmó Goku, encantado de ver a su abuelito en sus recuerdos y, sobre todo, que su hijo pudiera conocerlo también.

El niño se dedicó a observar al anciano con atención. Aunque nunca se había formado una imagen clara de cómo sería, de algún modo, este hombre encajaba perfectamente con lo que él pensaba que podría ser, con esa expresión serena, la ternura con la que sostenía al pequeño Goku, la calidez de su voz al regañarlo con suavidad... Se sentía muy familiar, incluso siendo la primera vez que realmente lo conocía. Qué extraño.

—¿Qué te gustaría ver ahora? —preguntó su padre, disfrutando también de lo que veía y podía sentir en esos recuerdos.

Gohan no respondió de inmediato, pues continuaba moviéndose fascinado a través de las memorias, como si se tratase de un espectador en primera fila disfrutando de su película favorita. Siguió a ese niño de cola saiyajin a través de su día a día, atestiguando cómo su abuelo le enseñaba a pescar, a recolectar frutas, a pelear canalizando adecuadamente su fuerza desmedida. Era una vida sencilla, pero feliz.

Hasta que, sin previo aviso, todo cambió.

El ambiente se tornó oscuro, como una noche cerrada. La luna llena brillaba en lo alto, bañando la montaña Paoz con su resplandor plateado. El pequeño Goku estaba de pie en la hierba, con la mirada fija en el cielo. Algo en su cuerpo comenzó a estremecerse, un escalofrío recorriéndole la espalda. Y entonces, la transformación ocurrió.

Gohan sintió cómo su energía —la de su papá— se desbordaba y la sangre saiyajin arrasaba en su interior, imponiéndose por sobre el sentido común y la crianza que había recibido hasta ese minuto. En cuestión de segundos había dejado de ser un niño y todo lo que antes le parecía gigante ahora se veía diminuto: se había convertido en Ōzaru sin ninguna guía, sin nadie que lo frenara. Era enorme, destructivo, y descontrolado.

El pequeño Gohan contuvo el aliento a duras penas, resonando en su interior aquella ansia de destrucción que casi había olvidado, pues él también se transformó en Ōzaru pocos años atrás. Pero él tuvo a Goku para ayudarlo a recobrar la cordura e imponerse por sobre el ansia violenta que nublaba su juicio; Goku, en cambio, no contó con esa ayuda.

Se vio arrancando de raíz los mismos árboles en los que antes se había balanceado; golpeándose el pecho con furia, y finalizando su arrebato saltando encima de la casa del abuelo con un aterrizaje estruendoso, zapateando repetidamente encima… acabando con todo lo que había en su interior.

Gohan tragó en seco. Un vacío helado se apoderó de sus pulmones.

En su memoria —la de Goku— resonó un pensamiento posterior, que databa de no mucho tiempo atrás: la comprensión repentina de que había sido él quien mató a su propio abuelo. El monstruo que acabó con su vida era él mismo…

—No tienes que quedarte en ese recuerdo —le indicó Goku, y aunque su voz sonaba igual de animada que siempre, Gohan pudo notar el sutil matiz de tristeza que la empañaba—. Yo sé que mi abuelito me perdonó. Además, pude verlo y está muy bien en el Otro Mundo.

Una imagen surgió en la mente de Gohan: aquel encuentro con el anciano, primero escondiendo su rostro tras una máscara graciosa, luego revelándose ante su nieto… y la consiguiente alegría desbordante de Goku. Ese sentimiento de felicidad fue suficiente para que Gohan continuara su exploración, ya sin una búsqueda específica, sino solo conociendo más a su papá ahora que tenía la oportunidad.

Vio a una velocidad que parecía vertiginosa, pero no tan rápida para los ojos de su mente, a unos increíblemente jóvenes Bulma, Yamcha y Pu'er; Oolong, Ten Shinhan y Chaoz; Krillin, incluso más pequeño que en la actualidad… El único que no había cambiado nada era el maestro Roshi.

También pudo atisbar recuerdos increíbles que Goku le había comentado alguna vez: enfrentándose a la Red Ribbon Army, al aterrador asesino Tao Pai Pai que lo llevó al límite de sus fuerzas… a Piccolo Daimaō —el «padre» de su maestro—, que volvió a presionarlo hasta alcanzar un nuevo nivel… Y, entonces, Gohan se encontró con algo extraño: una niña de cabello y ojos negros, al lado de una mujer muy parecida, lo observaban con una enorme sonrisa.

La niña vestía una curiosa armadura oscura y su cabeza era protegida por un casco color rosa. La mujer, más alta, llevaba un vestido azul tipo cheongsam que estaba seguro de haber visto alguna vez en el ropero de la habitación de sus padres…

—No puede ser... —susurró Gohan, entre maravillado y confundido—. ¿Esa es mamá?

—Sip, es ella. La conocí cuando éramos niños, y nos volvimos a encontrar cuando crecimos.

Era increíble ver cómo se superponían la Chichi niña y la Chichi adolescente justo frente a sus ojos, mostrándole aquel primer encuentro entre ellos, la primera vez que ambos volaron en la Nube Kinton («Mamá acaba de tirar a papá de la Nube, no sé por qué»), y muy pronto el ambiente cambió hacia una enorme arena de combate que Gohan nunca había visto.

En medio, un Goku adolescente adoptaba posición de batalla frente a Chichi, que también parecía estar lista para pelear.

—¡Ese es el Torneo de Artes Marciales! —explicó Goku, con entusiasmo—. Aquí es donde conocí a Piccolo… y donde me comprometí con tu mamá. —Gohan pegó un respingo por la información—. Le había prometido buscarla para casarnos cuando éramos niños, pero se me olvidó… Así que ella me encontró y me recordó esa promesa. Claro que yo no tenía idea de lo que significaba casarse cuando se lo prometí.

Mientras Goku explicaba todo eso, Gohan percibió un fuerte sentimiento dirigido hacia su mamá. No era algo que pudiera catalogar, ya que no se parecía en nada a lo que él sentía por sus padres, Krillin o Piccolo. Si hubiera tenido que explicarlo, habría dicho que era como una cuerda irrompible conformada por infinidad de hilos, y cada uno de esos hilos representaba un matiz de ese sentimiento completo.

—¿Peleaste con mamá en ese torneo?

—Más o menos… Aunque no lo creas, ella peleaba muy bien —explicó sin ocultar su orgullo—, habría sido una gran oponente si me hubiera permitido entrenarla. —Hizo una pausa, luego agregó—: Ah, después derroté a Piccolo y me convertí en campeón.

Gohan se echó a reír.

—A él no le gusta hablar de eso —indicó entre risas.

—Piccolo me obligó a superar mis límites. ¡Es un gran rival! Y me encanta que sea tu maestro.

Los recuerdos siguieron fluyendo con la naturalidad de un río… hasta desembocar en la boda de sus padres.

Él había visto las fotos de ese evento, y ahora estaba también viviéndolo. Mamá radiante; papá feliz y despreocupado como siempre, los invitados festejando junto a ellos, amigos irradiando alegría por el vínculo.

Pero justo cuando Gohan estaba por ahondar más en lo que seguía a esa memoria, todo se cortó de golpe, como si alguien hubiese cerrado de un portazo el lugar al que estaba a punto de entrar.

—¡Por ahí no! —exclamó Goku, riéndose—. Busca otra cosa.

Gohan le hizo caso por instinto, no porque entendiera a qué se refería. Un poco confundido, siguió avanzando hasta llegar sin proponérselo a recuerdos donde lo mostraban a él como un bebé, con apenas algunos días de nacido.

Era la habitación de sus padres, iluminada por la cálida luz del sol. Su mamá estaba acostada en la cama sonriendo con el bebé entre sus brazos, envuelto en una mantita.

—¿Cómo lo vamos a llamar? —preguntó Chichi, hablando suave para no incomodar al pequeñito, que se veía muy entretenido estudiando sus diminutas manos.

Sin dudarlo ni un segundo, Goku respondió con una sonrisa enorme:

—Se va a llamar Son Gohan.

La expresión de Chichi se iluminó aún más.

—Gohan... como tu abuelo —pronunció dulcemente, asintiendo en señal de aprobación.

La mujer extendió el bebé hacia su padre, que lo cogió con un cuidado nada propio en él. Y entonces, Gohan sintió algo que lo dejó casi aturdido: orgullo, un orgullo desbordante por su primogénito, como si ese minúsculo cuerpecito escondiera el tesoro más valioso de su vida.

—¡Hola, pequeñín! Soy tu papá —lo saludó, y el bebé respondió haciendo burbujas de saliva—. Vas a ser un niño muy fuerte. Te enseñaré todo lo que sé, ya verás.

—Excepto a pelear, supongo —murmuró Chichi, de pronto muy seria.

—B-bueno… ¡Ahí veremos! —Y se largó a reír de puros nervios.

Con esa imagen desvaneciéndose lentamente en su cabeza, Gohan empezó a abrir los ojos y retiró la mano de la frente de Goku. El mundo real volvió a tomar forma a su alrededor, el sonido del río fluyendo, el canto de los pájaros en las copas de los árboles, la brisa suave que acariciaba la hierba. Se acomodó nuevamente sentado frente a él, con las piernas cruzadas.

—Lo hiciste muy bien, Gohan. Ya dominaste la técnica a la perfección —le confirmó, entusiasmado.

—¿De verdad?

—¡Claro!

Pero Goku no le dijo todo.

No le dijo que, a diferencia de su propio entrenamiento con Kami, el niño consiguió algo extraordinario: sentir las emociones ligadas a cada recuerdo como si las viviera en primera persona. En su entrenamiento con Kami, Goku solo pudo ver los recuerdos como proyectados en una pantalla, y luego con Krillin fue igual. Ni siquiera sabía que era posible tal nivel de conexión.

«Quizás más adelante se lo diga…», pensó, sin perder la sonrisa.

Por ahora, solo quería ver la reacción de su hijo.

—¿Y? —preguntó con una curiosidad que rozaba lo infantil—. ¿Qué te pareció conocer al abuelito?

—¡Fue genial! Se nota que era un hombre realmente bueno.

—Sí que lo era —confirmó, revolviéndole el cabello con afecto—. Me alegra que hayas podido verlo.

Lo quedó mirando en silencio por un rato, sin perder la sonrisa. Goku no era alguien que se dedicara a reflexionar sobre la vida, pero ese día no pudo evitarlo. Porque habiendo compartido su mente con él, ahora se encontró preguntándose si el camino de Gohan no era exactamente el de un guerrero sino algo más. Algo diferente a él.

Sabía que le gustaba estudiar, mas ese fue el primer día en que realmente se planteó que ese gusto era más fuerte que el de pelear.

¿Sería posible que su hijo tuviera un destino diferente?

Le resultaba difícil imaginar algo más emocionante que una buena batalla, claro que él no era el mejor ejemplo de comparación. Quizás con Vegeta funcionaría, siendo un saiyajin de sangre pura también.

Pero este niño mestizo era simplemente extraordinario, y ese día Goku supo que, sin importar el camino que tomara, Gohan iba a lograr cosas que él jamás conseguiría.

Y la expectación de atestiguar su éxito le llenó de júbilo.

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«Recuérdame, hijita. Recuérdame…»

El sonido ahogado que escapó de su garganta rompió el silencio de la habitación. Abrió los ojos de golpe, su cuerpo encogido en la esquina de la pequeña estancia, con las piernas abrazadas contra su pecho y la cabeza enterrada en sus antebrazos, su posición habitual para dormir. Sus músculos estaban tensos, el sudor frío descendía por su espalda y su garganta permanecía cerrada. El sueño había sido el mismo de siempre, ese que la atormentaba cada cierto tiempo, recordándole algo que no entendía por qué seguía repitiéndose.

—Otra vez… —murmuró entre dientes, tan cansada como frustrada. Sus manos temblaban ligeramente mientras las apartaba de sus piernas. Miró sus antebrazos, cubiertos de cicatrices, tan horribles como siempre. Se preguntó por qué siempre hacía lo mismo al despertar; ¿acaso esperaba un resultado distinto? Qué absurdo.

No tenía sentido seguir soñando con esa despedida; ya sabía que era su mamá, ya sabía que fue el día en que Raditz la aniquiló… Todo lo sabía, pero en cuanto cerraba los ojos, volvía a convertirse en la niña traumatizada que reprimió sus recuerdos hasta quedarse solo con ese sueño.

Sintió una punzada en el estómago, mezcla de disgusto y rabia. No quería seguir reviviendo esa parte de su pasado. Se levantó bruscamente, saliendo de su refugio sin preocuparse por la hora. La frescura de la noche la envolvió en cuanto abrió la puerta de la casa cápsula, pero ni siquiera el aire frío despejó su mente. Su cabeza seguía hecha un nudo, las imágenes del sueño negándose a dejarla en paz.

Salió volando rumbo al claro donde entrenaba diariamente con Gohan y Trunks como si el sonido del mar la estuviera llamando. Quizás allí podría encontrar algo de calma. Pero al llegar, aunque el paisaje era el mismo de siempre, aunque decorado por la luz de la luna, no hizo más que quedarse de pie, con la vista perdida en el horizonte. Su mente seguía atrapada en los fragmentos del sueño. Ese sueño que, por más que intentara evitar, siempre encontraba la forma de alcanzarla.

Le habría gustado tener la capacidad de convertirse en Ōzaru todavía. Era una sensación liberadora la de ser una criatura gigante y destructiva, dando rienda suelta a sus instintos más básicos.

Pensó en practicar un rato en solitario, quizá eso ayudaría. Pero no hizo nada. No se movió ni un milímetro. Permaneció allí, mirando el mar, con el viento despeinando su largo cabello azabache, completamente inmóvil.

El ki de Gohan se acercaba a su espalda. Lo sintió, y creyó que debería sentir fastidio de que la estuviera siguiendo. Esa era la reacción que suponía debía sentir. Sin embargo, no encontró ni ira ni incomodidad en su interior; solo una combinación de vergüenza, alivio y gratitud.

No lo entendía.

—Perdón si te molesto —dijo Gohan en cuanto estuvo a unos pasos de ella, su tono cargado de inquietud apenas contenida—. Cuando saliste de tu casa… tu ki se sentía muy inestable.

Kioran suspiró, volteándose hacia él con los puños temblando junto a su cuerpo. No sabía qué responder. Las palabras se le atoraban en la garganta, confundiéndola. No estaba acostumbrada a que alguien se preocupara por su bienestar emocional. Siempre había sido buena ocultando lo que llevaba dentro, pero últimamente le resultaba cada vez más difícil mantener esa fachada con Gohan.

—No me molestas —admitió finalmente, si bien su voz sonó tan forzada que incluso a ella le costó reconocerla.

Aún tenía la respiración agitada, y el malestar que la pesadilla había provocado continuaba palpitando en su pecho.

Gohan dio un paso más, poniéndose frente a ella. La observó en silencio por un momento, estudiando la rigidez de sus hombros, la manera en que apretaba los labios.

—¿Qué pasó? —preguntó con suavidad, sin ninguna prisa.

Ella abrió y cerró los puños varias veces, debatiendo consigo misma qué hacer. Tenía el impulso claro de contarle lo que ocurría, pero ese impulso peleaba codo a codo contra la resistencia; esa voz interna que le susurraba que no lo hiciera, que no tenía sentido. Gohan no la iba a entender. Nadie podía entenderla.

No obstante...

—Fue... un sueño —empezó, su voz titubeante—. No es la primera vez que lo tengo... pero es una... una pesadilla con mi mamá.

Al mencionar a su madre, su garganta se cerró de golpe y tuvo que hacer una pausa para calmarse. No sabía cómo continuar, las palabras se le enredaban en la lengua. ¿Cómo le explicaba algo tan doloroso cuando ni siquiera sabía cómo procesarlo ella misma?

Gohan no la presionó, ocultando su sorpresa por la mención de su madre, un dato que nunca antes había expuesto. Él había llegado a formarse una idea aproximada de lo que había ocurrido con Kioran en el pasado, y tuvo que morderse el interior de la mejilla para no mostrar su interés en conocer todo lo que quisiera compartir con él.

Así que esperó, observándola con una expresión neutra.

—Es algo que… ya sé —continuó Kioran, hablando como si se hubiera extraviado en un plano diferente—. Sé lo que pasó, sé quién era ella… pero el sueño sigue. Sigue apareciendo una y otra vez, era un recuerdo bloqueado, pero cuando estaba en ciudad Conton vi que… El sol siempre detrás de ella no me deja ver su rostro… pero no era el sol… y Raditz fue…

El aire a su alrededor se volvió más frío, pero ni ella ni Gohan lo notaron. Ambos estaban inmersos en ese espacio compartido, en esa conversación que, aunque atropellada, comenzaba a revelar algo más profundo.

—Lo que digo no tiene ningún sentido —balbuceó finalmente, enfadada con sus propias palabras. No podía ordenarlas, no podía expresar lo que realmente sentía. Sus manos gesticulaban de manera confusa, acompañando su frustración.

Gohan la miró con una empatía tan profunda que, por un momento, Kioran sintió que el nudo en su pecho se aflojaba un poco. Él dio un paso más, buscando hacerle sentir su cercanía.

—¿Puedo verlo? —preguntó, casi en un susurro.

—¿Eh? —replicó Kioran, confundida.

—Que… si me dejas ver lo que tratas de explicar.

—No entiendo…

—Si me lo permites, puedo ver ese sueño.

—¿Verlo… cómo? —insistió con evidente escepticismo, cruzando los brazos como si quisiera protegerse.

Gohan le sonrió de forma conciliadora.

—Verás: mi papá, hace muchos años, me enseñó cómo visualizar los recuerdos de otra persona. Me dijo que Kami se lo enseñó cuando lo entrenó de niño.

¿Kami? —repitió, frunciendo el ceño. El nombre no le resultaba familiar.

—Era el dios de nuestro mundo —le aclaró, dando otro paso hacia ella, lo que hizo que sus ojos se llenaran de una preocupación velada—. Si pongo mi mano en tu cabeza, podré ver tu sueño.

Kioran lo miró con creciente inquietud.

—¿Y vas a tener acceso a toda mi memoria? —protestó, su voz sonando más aguda de lo que hubiera querido.

—No. —Gohan sacudió la cabeza con firmeza—. Solo veré lo que tú quieras mostrarme. Te lo prometo.

Kioran se mordió los labios con nerviosismo. Su cola, inquieta como un torbellino, traicionaba la batalla interna que libraba. ¿Valía la pena arriesgarse a que Gohan pudiera ver algo más allá de lo que estaba dispuesta a revelar? ¿Podría, de algún modo, controlar lo que él viera? Las imágenes de su pasado eran un terreno peligroso, lleno de sombras no aptas para escrupulosos.

Sin embargo…

Sin embargo, había algo en la propuesta que resultaba tentador. El hecho de que Gohan pudiera entenderla, realmente entenderla, sin la acción de palabras torpes que enredaran sus sentimientos, le ofrecía un alivio que no sabía que necesitaba. Y, por encima de todo, se dio cuenta de algo innegable: confiaba ciegamente en él. Gohan nunca traicionaría su palabra.

—De acuerdo… —murmuró descruzando los brazos, sorprendida de oír su propia voz antes de procesar que había aceptado.

Gohan dio un paso más, luego otro, moviéndose con una cautela casi reverencial. Finalmente, quedó tan cerca de Kioran que ambos podían percibir el calor corporal del otro calentando su piel. Con un gesto lento y deliberado, alzó su mano hasta que quedó a la altura de su cabeza. Poco a poco, descendió la palma hasta que cubrió su frente por completo. Y cerró los ojos.

No había hecho algo así en muchos, muchos años. Si debía ser honesto consigo mismo, no estaba del todo seguro de que funcionaría. Pero el recuerdo de su padre enseñándole esa técnica en el breve tiempo que compartieron después de su regreso de Namek, le dio el valor de intentarlo.

Apenas logró conectar con ella, ocurrió lo que esperaba: la mente de Kioran era un verdadero caos. Fragmentos dispares de imágenes y emociones se agitaban como hojas al viento, saltando de un lado a otro sin un orden aparente. Era como intentar atrapar reflejos en el agua: apenas lograba enfocar algo, ya desaparecía para dar paso a otro destello. Concentrado al máximo de su capacidad, Gohan comenzó a captar breves vislumbres de escenas, emociones fugaces que no lograba comprender del todo—momentos de violencia, palabras hirientes, algunas risas distantes de toque sarcástico—, pero siempre se desvanecían antes de poder asimilar lo que veía. Aquello no era más que una marea de recuerdos desgastados por el tiempo y la confusión. No, eso no era lo que buscaba.

Se sentía como un extranjero en un terreno demasiado familiar y, al mismo tiempo, impenetrable. Pero algo empezó a destacar en medio de esa tormenta. Al principio era solo una brizna, apenas un eco tenue en la vorágine. Gohan la siguió con cuidado, resistiendo el impulso de sumergirse de lleno; sabía que, si lo hacía, corría el riesgo de perderla en la confusión de los demás pensamientos.

A medida que avanzaba, ese rastro se volvía más nítido, como si la esencia de un sueño reciente lo guiara lentamente hacia una claridad oculta entre las sombras de la mente de Kioran. La sensación de desasosiego se intensificaba a cada paso. Había algo profundamente inquietante en esa suavidad, una vulnerabilidad que no encajaba con la imagen que ella solía proyectar. Gohan lograba percibir retazos de algo doloroso, aunque aún no podía verlo del todo.

Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, la estela onírica se definió por completo, y fue como si las piezas del rompecabezas cayeran en su lugar de golpe. La conexión se hizo sólida, palpable, y con ella, las barreras se disiparon. La nebulosa de emociones caóticas dio paso a una escena clara, que no era exactamente el sueño, pero que le llamaba como si fuese parte de él. Y entonces, lo vio.

Un rostro.

Al principio no lo reconoció, envuelto en una especie de niebla densa, pero en cuanto esa figura se materializó por completo, su corazón dio un vuelco. Ese cabello largo y salvaje, los rasgos severos, pero inconfundiblemente familiares. Gohan sintió que la sangre se le helaba. Su cuerpo, aun estando en el presente, reaccionó con una mezcla de sorpresa y angustia.

—Raditz… —pronunció en voz baja.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había visto ese rostro. Contemplarlo a través de los ojos de Kioran le golpeaba de una manera inesperada. Ese parentesco, esas facciones que evocaban ligeramente a su propio padre, pero distorsionadas por la dureza y la brutalidad, le producían una mezcla de emociones contradictorias. El miedo infantil que creía superado afloró por un segundo. Pero había algo más, algo que no había sentido antes. A través de Kioran, experimentaba sus emociones, y esas emociones eran abrumadoras. Miedo, sí. Ansiedad, sin duda. Pero lo que más le desconcertaba era un deseo latente que no era exactamente sobrevivir, sino algo más profundo, menos sencillo de explicar…

Anhelo.

El anhelo de ser vista, de ser reconocida, de recibir un cariño que nunca llegaría. Gohan sintió que una punzada de tristeza le atravesaba el pecho.

«Ella solo deseaba ser querida», pensó con melancolía, mientras la verdad de aquel recuerdo se asentaba en su mente. «Con Raditz, eso nunca iba a pasar. Pobrecilla…»

Entonces, una sensación dolorosamente conocida se apoderó de Gohan: la de ser insuficiente. La de no llenar las expectativas que se supone deberías cumplir. Kioran lo sentía claramente con Raditz, y guardando las diferencias, era como lo que él sentía con Goku.

Sintió cómo la angustia empezaba a cerrarle la garganta, una sensación sofocante que no tardó en identificar como un sentimiento que provenía de ella, el desasosiego que siempre ocultaba bajo su dura fachada.

—Híbrido… —La voz de Kioran era apenas un susurro tembloroso, roto.

—Lo estoy sintiendo —respondió. No necesitaba más explicaciones.

—No me dijiste q-que iba a ser así… —balbuceó ella, su respiración irregular, el peso de las emociones aplastándola.

—Discúlpame, yo tampoco lo sabía —admitió con sinceridad. Estaba tan sorprendido como ella por la intensidad del vínculo, porque verdaderamente no se esperaba conectar a un nivel tan profundo de manera tan rápida.

Kioran inhaló de manera entrecortada, su vulnerabilidad ahora completamente expuesta. Gohan percibió cómo se debatía entre el impulso de resistir lo que sentía y la necesidad de dejarse llevar.

—No pelees con estos sentimientos —la aconsejó en tono suave, lleno de comprensión—. No tienes por qué hacerlo.

—No lo entiendes. Llorar es… —empezó Kioran, pronunciando por reflejo las palabras con que Raditz la había moldeado desde niña.

—Llorar no es para maricas —la interrumpió, anticipando lo que iba a decir. Estaba escuchando en sus recuerdos cómo Raditz le repetía esa frase hasta el cansancio, como una sentencia, y quiso cambiar su significado—. Llorar es un acto de valentía.

Kioran se quedó en silencio, sus emociones tan a flor de piel que se le dificultaba incluso respirar. Era un concepto que no entendía del todo, una perspectiva ajena a lo que había aprendido, pero algo en sus palabras resonó dentro de ella, como una verdad que llevaba demasiado tiempo escondida.

De repente, otra imagen emergió en la mente de Gohan, más clara que las anteriores. Una mujer saiyajin se materializó en su cabeza: Kondai, la madre de Kioran. El recuerdo de ella era frágil, pero lo suficientemente nítido como para reconocerla. La estela onírica que había seguido comenzó a tomar más fuerza, llevándolo hacia ese sueño recurrente que Kioran había tenido una y otra vez a lo largo de los años.

Kondai estaba iluminada por un sol intenso… o al menos eso parecía. Gohan comprendió de manera dolorosa y rápida que no se trataba del sol, sino de una enorme esfera de energía que brillaba como una luz cegadora. Kondai, sin embargo, sonreía. Había algo en su expresión que lo desconcertó: no encontró rastro de miedo, solo amor, un amor inmenso que se desbordaba en sus ojos negros, idénticos a los de su pequeña.

«Kioran, mira mi rostro», dijo la mujer tras besar su frente con devoción. «Recuérdame, hijita…», fueron sus últimas palabras.

La imagen estaba teñida de la confusión que Kioran había sentido durante tantos años. A pesar de saber racionalmente lo sucedido, el sueño seguía invadiendo su mente, y esa falta de comprensión la mantenía perdida como si aún fuera aquella niña incapaz de entender lo que ocurría en su vida.

Pero Gohan entendía: había pasado años aferrada a una imagen que no podía descifrar, buscando el significado de ese rostro sonriente, de esos ojos llenos de amor que nunca llegó a experimentar. Eso explicaba mucho…

Creyendo que ya había visto todo lo necesario sin cruzar la delgada línea de la invasión a su privacidad, hizo ademán de retirar la mano… sin embargo, Kioran lo detuvo con un movimiento rápido, aferrándose a su muñeca. Él notó el leve temblor en sus manos, aunque tuvo la sutileza de fingir que no lo percibía.

—Es muy pronto —murmuró con la voz quebrada—. Quiero… necesito que veas más.

La súplica no solo se reflejaba en su tono, sino en el caos de emociones que Gohan podía sentir con claridad: confusión, desesperación, una necesidad profunda de ser comprendida por él al completo. Por él, no por otra persona; tenía que ser él, el matiz imperativo de su necesidad era muy claro. Aquello lo conmovió de una manera inesperada, así que obedeció enseguida. Volvió a enfocarse en sus recuerdos, adentrándose más allá de lo que ella misma parecía dispuesta a enfrentar.

Y entonces lo vio.

Como una película proyectada en su mente, los años pasaron ante él: interminables viajes junto a Raditz, entrenamientos brutales en planetas hostiles, aniquilación de razas completas, insultos que la herían más que los golpes, humillaciones y desprecios en infinidad de variedades. Kioran le estaba mostrando todo sin contenerse, y tan pronto Gohan se vio como un enorme Ōzaru descargando sus frustraciones contra los edificios de una civilización que jamás había visto, se encontró luego medio en cuclillas en una de las últimas filas del ejército de Freezer con la cabeza gacha, la vista fija en el extraño suelo de color púrpura, reverenciando a alguien que no le interesaba solo por intentar ganarse el favor de Raditz, porque necesitaba que él la reconociera.

Luego, estaba dentro de una cámara muy similar a las que Gohan vio en la nave de Freezer, en Namek. Parecía ser algún tipo de chequeo o intervención, a juzgar por los diálogos que alcanzó a captar del que debía ser el equipo médico de aquel nefasto emperador. No entendió de qué se trataba el recuerdo, y supuso que debía haber alguna razón por la cual se presentó en su mente. Quizás lo descubriría más adelante.

Las imágenes siguieron avanzando ante Gohan, que intentaba discernir de la mejor manera qué mirar y qué era mejor hacer a un lado. Había vergüenza en unos recuerdos relacionados a Vegeta y Nappa así que los apartó de inmediato, pues el tono dejaba claro que pertenecían a su adolescencia más temprana. El que emergía constantemente era Raditz, y bajo toda esa vida de violencia, Gohan percibió lo mismo que antes, pero aumentado: la necesidad desesperada de afecto, de conexión, de ser reconocida y valorada por aquella única presencia constante. Esa vulnerabilidad, que siempre mantenía bien oculta, ahora emergía como una herida abierta, permitiéndole ver todo lo que había sufrido en silencio.

Gohan tragó saliva, su propio pecho oprimiéndose ante la crudeza de lo que presenciaba. Pero había algo más, un recuerdo que brillaba con mayor intensidad, como si lo llamara a indagar. Lo tomó con sumo cuidado, permitiendo que el fragmento se desplegara ante él.

Entonces, pudo entender por qué le había pedido que explorara más allá en sus memorias. Las imágenes entremezclaban la visión infantil de Kioran con la proyección sobre una pantalla, similar a una película, en algo que parecía una especie de cabina y que Gohan no reconoció; supuso que podría ser algún planeta lejano, o aquella ciudad del futuro que ella mencionó en alguna ocasión. Vio a Nappa y a Raditz descendiendo abruptamente sobre un planeta muy extraño que, en los recuerdos de la guerrera, parecía un paraíso. Allí estaba su madre, sonriéndole mientras jugaban… solo por un instante. La violencia del ataque sobre ella fue brutal, rápida, casi impersonal. Y cuando la polvareda se asentó, luego de la enorme bola de energía que ella solía relacionar con el sol, el cuerpo de su madre yacía inerte. Kioran no pudo hacer nada más que observar, desbordada por una impotencia que Gohan sintió en carne propia. El recuerdo, borroso y fragmentado como suelen ser los de la infancia, era suficiente para darle forma a la tragedia. Su tonalidad entrecortada también dejaba en claro que ese recuerdo estuvo bloqueado por mucho tiempo hasta resurgir, como si la proyección en la pantalla lo hubiera arrancado de la nebulosa en que estuvo reprimido.

Así que Raditz había acabado con la vida de su madre… Y Nappa, ese bastardo también estaba allí…

Otro recuerdo se desplegó ante él sin que pudiera refrenarlo: era un entrenamiento antiguo, si bien tan vívido que casi habría jurado que estaba allí, habitando el joven cuerpo de Kioran mientras resistía los golpes de Raditz. Era un planeta hostil, seco, carente de vida. Todo allí se veía muerto.

—¿Ya te vas a poner a lloriquear, niña estúpida? —preguntó el salvaje saiyajin, dándole una patada en el estómago que la dobló por la mitad.

Gohan sintió el dolor del golpe resonando en sus propias entrañas.

—Y-yo nunca… jamás… lloro… —musitó ella a duras penas, poniéndose dificultosamente en pie.

«Esa frase…», pensó Gohan, que rememoró al mismo tiempo el día en que se la oyó decir…

Raditz dejó escapar una risa macabra que deformó aún más su cruel rostro. Cogió los antebrazos de Kioran con fuerza al tiempo que su técnica Shining Friday empezaba a chisporrotear en sus dos manos.

—Pruébalo —la desafió.

Entonces, comenzó a aumentar la intensidad de la energía. A cada segundo incrementaba su poder. Kioran sentía los impulsos eléctricos recorriéndole los antebrazos como si quemaran todo dentro de ella… Hasta que dejó escapar un grito sin poder evitarlo, cuando percibió que su piel era cortada por la técnica hasta casi llegar al hueso.

—Volviste a fallar —se burló Raditz al tiempo que la soltaba de golpe como si le diera asco, sacudiendo las manos para quitarse la sangre de las palmas.

Gohan dejó escapar un quejido, todavía sintiendo el dolor de ese recuerdo, sin lograr discernir si las lágrimas que caían por su rostro pertenecían a Kioran, o eran suyas.

Ahora, más que nunca, entendía por qué necesitaba que viera todo aquello. La frustración de no ser suficiente, de no dar la talla, de no cumplir con lo esperado… eran sentimientos que él conocía muy bien. ¿Sería que Kioran pudo intuir todo eso en él?

En completo silencio, ambos interconectados en esa intrincada red de memorias, se mantuvieron unidos por un tiempo que pareció extenderse indefinidamente… hasta que llegó el momento de terminar la conexión.

—Te pareces mucho a tu mamá —murmuró él tras un rato mientras dejaba caer la mano, rompiendo el pesado silencio que se había instalado entre ellos.

Había elegido ese comentario porque pensaba que podría distraerla del último recuerdo en que revivió cómo se hizo las cicatrices de sus brazos.

Kioran no respondió de inmediato, todavía ocupada en dominar sus sentimientos alterados. Cuando lo logró, su respuesta fue un leve lamento de incomodidad.

—Es un cumplido —agregó con una sonrisa tentativa, tratando de aliviar la tensión.

La mujer abrió los ojos lentamente para clavarle la mirada.

—Tú también te pareces mucho a tu viejo. —Lo recordaba vagamente de algunas misiones en la Patrulla, aunque nunca le prestó mucha atención.

—Eso dicen —respondió Gohan, encogiéndose de hombros. Había escuchado esas palabras tantas veces, y, sin embargo, nunca estaba seguro de qué sentía al respecto.

El ambiente volvió a sumirse en una calma tensa. Kioran lo observaba con una intensidad que no pasaba desapercibida, como si estuviera debatiendo algo internamente. Luego de un rato, exigió en tono decidido:

—Muéstramelo. Quiero verlo en tus recuerdos.

Gohan frunció el ceño, sorprendido por la petición.

—No sé si pueda… —admitió.

Ella no se dejó disuadir. Había algo casi demandante en su mirada, entre curiosidad y necesidad.

—Inténtalo. Me lo debes. Déjame ver tu vida antes de los androides.

Sus palabras eran firmes, pero había algo más: una súplica oculta. Gohan podía percibirlo, especialmente a tan poco de haber conectado con su alma. Kioran no lo diría abiertamente, pero su petición nacía de una profunda necesidad de entenderlo, de ver su vida antes del caos, antes del dolor, antes de que la guerra los devorara a todos.

Gohan cerró los ojos otra vez, asintiendo lentamente. Su padre... Una figura casi mitológica para él. Quizás valía la pena intentarlo. De alguna forma, Kioran tenía razón: se lo debía.

—Está bien —murmuró, con una voz apenas audible.

Ella se acercó un poco más, su mirada fija en él, expectante.

Gohan levantó la mano y la llevó hacia su frente, igual que antes, pero esta vez su propia mente era el puente. Siendo capaz de captar sus recuerdos, seguro que de alguna manera lograría transmitir los suyos. Lo único que debía hacer era invertir los polos de sus mentes, o eso era lo que su instinto le indicaba.

Inspiró profundamente, concentrándose en las memorias que ella le pedía. Era un ejercicio extraño, como caminar hacia atrás a través de su propia historia, retrocediendo hasta antes de la destrucción, antes de los androides, antes de la pérdida.

Al principio, los recuerdos eran fragmentos desordenados, imágenes vagas de su niñez. Pero pronto, la figura de su padre emergió con fuerza: un hombre sonriente, enérgico, siempre dispuesto a reír y a medirse con rivales poderosos. Goku no fue exactamente el padre más tradicional, pero él lo había amado profundamente tal y como era.

—¿Lo ves? —susurró Gohan.

Ella hizo un breve sonido de confirmación.

En aquel espacio compartido aparecieron más escenas de su infancia: él, de la mano de su papá, riendo juntos, compartiendo secretos de los que Chichi no llegaba a enterarse, completamente compenetrados incluso sin palabras. Goku empujándolo a ser más fuerte, a superar sus propios límites. La figura de Piccolo también se materializó en un segundo plano, severo pero protector. Un verdadero maestro.

Kioran observaba en silencio, absorbiendo todo. Había una ternura en esos recuerdos que no reconocía, una vida llena de amor y cariño, tan distante de su propia experiencia. No pudo evitar sentirse un poco celosa, y al mismo tiempo, fascinada.

—No sé qué decir... —susurró, sorprendida por lo que veía.

Gohan no respondió. Estaba demasiado inmerso en los recuerdos, reviviendo los días antes de que todo cambiara. Y Kioran, por primera vez, comprendió de verdad todo lo que había perdido, porque intuirlo no se acercaba a verlo. A experimentarlo.

Los recuerdos empezaron a fluir de manera más orgánica. Las imágenes de su infancia, tan llenas de luz y calidez, seguían pasando ante ellos. Su mamá, Chichi, siempre presente, comprándole todos los libros que quería, haciendo que estudiara para cumplir sus sueños en el futuro, llenándolo de amor y preocupación…

Fue como si un tirón lo obligara a mantenerse en esos recuerdos. Gohan sintió la necesidad de Kioran de conocer más a la mujer que le había dado la vida, que lo había criado con tal devoción, con amor… con todo eso que ella no llegó a experimentar.

Se lo permitió, por supuesto. No iba a esconderle nada. La imagen de Chichi ocupó toda su mente y percibió el respingo en la guerrera cuando se demoró en los detalles a los que más se había aferrado desde que la perdió —la forma en que su sonrisa iluminaba todo su rostro; el brillo de sus ojos negros cuando lo veía a él o a su esposo; el orgullo que acaparaba su ademán cuando le mostraba los avances en sus estudios; la preocupación que le hacía contraer la nariz cuando Gohan se involucraba en algo «peligroso»; las graciosas florituras con las que cocinaba cantidades impensadas de comida en un santiamén—. Le mostró todo lo que quiso ver, y solo volvió a avanzar cuando notó en su respiración entrecortada que parecía a punto de quebrarse como un cristal.

Entonces, el tono de las memorias cambió, como si una sombra empezara a filtrarse entre las escenas. El rostro de su mamá y de su papá fue reemplazado por el de alguien mucho más familiar para Kioran: Raditz.

Se le hizo un nudo en el estómago. Era su Raditz, con su rostro amenazante, pero también el Raditz de Gohan. Era la primera vez que lo veía desde una perspectiva diferente; a través de los ojos de un niño aterrado ante un hombre despiadado que no mostraba ni una pizca de compasión. Gohan, tan pequeño, fue secuestrado por ese hombre. La confusión, el miedo y la impotencia llenaron su pecho.

Sí… ella lo había visto en su primera misión como Patrullera. El pequeño que el desalmado saiyajin estuvo a punto de asesinar era él. No lo había relacionado hasta ese momento.

—Espera a que llegue el inútil de tu padre —fanfarroneó Raditz, adoptando la guardia de pelea como si Goku estuviera ya allí, practicando golpes y patadas frente al niño—. ¡Así voy a matarlo, como el insecto que es! Y cuando lo acabe, te llevaré conmigo para entrenarte. No creo que valgas una mierda, pero será divertido obligarte a obedecernos. —Y finalizó la amenaza echándose a reír de esa manera que Kioran odiaba.

—¡No toques a mi papá! —chilló Gohan, agitando los brazos con rabia.

—¡Intenta impedírmelo! —le desafió entre risas.

Entonces, Gohan se echó a llorar con todas sus fuerzas, y sus chillidos fueron lo suficientemente agudos como para ponerle los nervios de punta al saiyajin.

—¡Maldito mocoso, cierra la puta boca! —Y, cogiéndolo de la ropa, lo arrojó bruscamente al interior de su nave para no tener que seguir escuchándolo.

Kioran apretó los dientes, viviendo la desesperación que Gohan vivió en ese momento a través de la conexión.

«¿Así es como tú recuerdas a ese bastardo…?» pensó, descolocada.

Pero no hubo tiempo para reflexionar. Las memorias siguieron fluyendo, llevándola a un escenario distinto: Namek. Y Goku… pero no como lo había visto antes; era un Goku transformado en Super Saiyajin por primera vez. Lo que sintió fue abrumador. No era la imagen heroica que ella había percibido antes. Gohan vio a su padre transformarse en algo que no comprendía del todo, algo peligroso, y el pavor que sintió al presenciar ese poder desbordante era casi insoportable. Ver a Goku así no era solo impresionante; era sencillamente aterrador. Un poder tan vasto, un ansia de venganza sanguinaria que deformaba su rostro, eliminando los rasgos de su papá por los de un monstruo.

«Tenías miedo de Kakarot porque la transformación lo había cambiado», reflexionó Kioran, recordando una conversación anterior con Gohan, y también cómo se sintió ella misma el día en que le vio transformarse en Super Saiyajin por primera vez. Era una sensación similar, la de ver a alguien normalmente en calma incluso en situaciones desfavorables, transfigurado en un ser oscuro e inalcanzable.

El alivio la inundó cuando las imágenes mostraron a Goku volviendo a la Tierra para derrotar a Freezer y King Cold, el progenitor de Freezer del que ella únicamente había escuchado rumores sobre su existencia. La emoción y el orgullo inundaban a Gohan, de ver a su padre regresar victorioso después de una batalla titánica. El héroe invencible, el guerrero inquebrantable. La luz que brillaba en Gohan, tan pura, tan sincera, iluminaba cada rincón de su alma en ese momento.

Pero la alegría fue efímera. El siguiente recuerdo trajo una sombra mucho más oscura. Goku, el invencible, el guerrero que tanto había idolatrado, ahora agonizaba por una desconocida enfermedad del corazón; y el corazón de Gohan se rompía también con él, Kioran pudo sentirlo. El dolor de ver a su padre tan vulnerable, de no poder hacer nada para salvarlo, la impotencia de ser solo un espectador en esa tragedia… la invadió por completo.

Kioran estaba atrapada en esa angustia. Era como si el mundo de Gohan, que alguna vez se vio lleno de brillo y esperanza, se desmoronara rápidamente ante sus ojos. El contraste entre su infancia luminosa y lo que vino después era desgarrador.

Entonces, los androides aparecieron. Kioran vivió su terror, no solo por el poder destructivo en ellos, sino por la desesperación de saber que no podía hacer nada. Anhelaba protegerlos a todos, pero era demasiado joven, su nivel de pelea estaba a años luz de distancia. Cada vez que intentaba enfrentarlos, cada vez que veía caer a sus amigos y seres queridos, ese sentimiento de impotencia se hacía más fuerte. Y cuando llegó al turno de ver a su madre y su abuelo aniquilados, Kioran perdió el ritmo de su respiración, sintiendo que podría ahogarse en ese mismo instante.

Pero si creía que había visto todo, estaba muy equivocada. Faltaba uno de los recuerdos más importantes: el día en que perdió el brazo izquierdo.

Era todavía muy joven, y se enfrentaba a Diecisiete empleando el máximo de su capacidad, en tanto la androide rubia se mantenía en un aparte, con esa cara de tedio permanente.

Gohan respiraba con dificultad, el cuerpo cubierto de heridas, la ropa hecha jirones y el cabello dorado apenas iluminado por el escaso sol que se colaba entre las nubes. Sus músculos dolían, su energía estaba al límite, pero se mantenía en guardia. No podía darse el lujo de ceder.

Diecisiete lo observaba con los brazos en jarra y una sonrisa ladina dibujada en el rostro. Ni siquiera se veía despeinado ni respiraba más rápido. Lo humillaba con su sola existencia.

—Vaya, vaya… Son Gohan, el gran hijo de Goku —pronunció evidenciando el sarcasmo—. ¿Pensabas que con esa transformación dorada ibas a ganarme? ¡Qué iluso! Pero no importa cuánto te esfuerces. No importa cuánto grites o cuánta rabia sientas… Nunca vas a ganarme —susurró, muy cerca de su oído.

Gohan —Kioran— apretó los dientes con furia, temblando de rabia contenida.

Diecisiete dio un paso hacia él. Luego otro. Sus movimientos eran tranquilos, despreocupados… Y de pronto, desapareció.

En una fracción de segundo, reapareció detrás de Gohan y le propinó un codazo brutal en la espalda, enviándolo de cara contra el suelo. El joven saiyajin apenas tuvo tiempo de girarse cuando sintió el pie del androide presionándole el pecho, inmovilizándolo.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —preguntó Diecisiete, inclinado sobre él—: que eres entretenido. Los humanos gritan y lloran, son tan... predecibles. Pero tú sigues intentando pelear. Y cada vez que lo haces, me dan más ganas de jugar contigo.

—¡No somos juguetes! —rugió Gohan, luchando contra el peso que lo mantenía clavado al suelo—. ¡Ni yo, ni mis amigos, ni mi familia… ni nadie en este planeta somos tu maldita diversión!

Diecisiete entrecerró los ojos y, de pronto, rompió en carcajadas. Se apartó para permitirle que pudiera ponerse de pie, porque así se le daba la gana, porque era lo que él quería para ese momento.

—¡Qué ingenuo eres! —exclamó con fingida dulzura, como si estuviera aconsejando a un niño pequeño—. ¿Quién te hizo pensar que tienen todavía el poder de decidir? —Se inclinó aún más, hasta que su rostro quedó a escasos centímetros de Gohan—. Ustedes van a ser lo que yo quiera. Como tú, por ejemplo… Eres un simple muñeco de acción para mí.

Antes de que el guerrero pudiera reaccionar, Diecisiete lo sujetó bruscamente del hombro izquierdo con una mano, sus dedos apretándose como un cepo de acero sobre su carne.

—Dime, Gohan —musitó el androide de forma lenta, impregnando cada palabra de falsa dulzura—, ¿recuerdas haberle hecho esto a tus juguetes?

Y sin más preámbulos, tiró de forma brusca. El chasquido del hueso al romperse, y de la carne al separarse lentamente, creó una espantosa melodía de la que nunca se olvidó.

Kioran pegó un respingo en su posición, gimoteando sin poder evitarlo como si hubiese perdido su propio brazo. Temblaba bajo el peso aplastante del recuerdo, a la vez que Gohan temblaba también, unidos ambos por aquel puente que les tenía inexorablemente conectados como si fuesen una sola entidad.

Diecisiete sostenía el brazo en alto como si se tratara de un trofeo de caza.

—¡Oh! —Su mirada se fijó en la extremidad—. Se desprendió más fácil de lo que esperaba. —Luego, con un gesto despectivo, lo arrojó a un lado como si fuera basura.

Gohan cayó de rodillas presionando desesperadamente el muñón ensangrentado. Sentía la sangre caliente empapar su costado, su ropa, el suelo debajo de él. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera tratando de bombear vida en un cuerpo que se desmoronaba.

—¿Te duele mucho? —preguntó el androide, poniéndose en cuclillas frente a él—. Será mejor que busques ayuda médica pronto o vas a desangrarte. Aquí no creo que encuentres un doctor, Dieciocho los mató a todos.

—¿Cómo que «Dieciocho» si fuiste tú? —le reclamó la aludida, algunos metros más allá.

—Bueno, bueno, el caso es que aquí nadie te va a ayudar, y realmente espero que sobrevivas. ¡Va a ser muy interesante que nos enfrentemos de nuevo! ¿Cómo te las vas a arreglar de ahora en adelante con solo un brazo? Me muero de la curiosidad. —Le dio unas palmaditas en la cabeza, haciendo caso omiso a que el muchacho se encontraba en shock por el terrible dolor—. Vámonos, hermanita. Gohan, no te olvides de encontrar un doctor, ¿de acuerdo? ¡Nos vemos!

El joven saiyajin alzó la vista a duras penas mientras ambos androides se elevaban y desaparecían en el cielo, su mirada ardiendo de furia, el cuerpo temblando tanto por el dolor como por la rabia, por la desesperación, por la absoluta impotencia de ese momento.

Kioran no podía detener la sensación de que la increíble luz en su interior se había ido apagando poco a poco, hasta ser tragada por una oscuridad que parecía imparable. Y ahora lo entendía. Entendía por qué era como era. Entendía por qué se resistía a desatar el frenesí saiyajin que ella tanto defendía.

Había perdido demasiado. Había experimentado el sufrimiento más crudo de primera mano.

Kioran mantuvo los ojos cerrados, percibiendo que las lágrimas amenazaban con desbordarse, y las mantuvo a raya por costumbre.

—Creo que has visto todo —susurró Gohan, todo su ademán cargado de pesar.

Ella no respondió. Estaba atrapada aún en la desgarradora realización de cómo una infancia tan prometedora, tan radiante a pesar de la adversidad, se había convertido en algo oscuro y doloroso.

Con un cuidado nada propio en ella, se apartó de la mano de Gohan. Sintió al instante que le faltaba algo, como si el calor de su palma se le hubiera hecho necesario en ese rato que compartieron… o esa sensación venía de antes. No lo sabía, y tampoco tenía ganas de analizarlo en ese momento. Había atravesado en muy poco tiempo demasiadas emociones que no era capaz de manejar.

—No haremos esto de nuevo en la vida —le dijo en tono quebrado luego de un rato, intentando ocultar cuán afectada se encontraba.

Gohan la observó sin inmutarse. Sabía lo que estaba haciendo: era su forma de lidiar con todo, de mantenerse firme ante un mundo que nunca le había dado tregua. Además, él podía leerla sin problemas: la tensión en su cola, los párpados enrojecidos y la humedad evidente en sus pestañas le indicaban claramente lo que sentía en verdad.

—Y sí —continuó Kioran, ahora fijando su mirada en él—, eres idéntico a tu viejo. —Puso un marcado énfasis en «idéntico», como si cada sílaba reforzara su punto—. La misma voz, la misma cara, la misma contextura. —Hizo una pausa, como si las palabras se atoraran en su garganta—. Y también es un cumplido —matizó, con un tono más suave, repitiendo el gesto que él había tenido antes cuando la comparó con su madre.

Gohan le devolvió una pequeña sonrisa, visiblemente avergonzado por el comentario. Era la misma reacción que tenía cada vez que alguien le recordaba lo parecidos que eran. Pero, como siempre, no podía evitar pensar en las diferencias.

—Solo me faltó ser tan fuerte como él —admitió en voz baja, la inseguridad asomando en sus palabras—. Ojalá lo hubiera sido.

Eres más fuerte —declaró Kioran, en un tono que no admitía discusión—. No tengo ninguna duda. Pero te estás refrenando y… —su voz se suavizó al bajar la mirada hacia el suelo—. Ahora entiendo por qué. Y no volveré a juzgarte.

—Gracias.

Sin saber bien cómo manejar el silencio que siguió a su agradecimiento, Kioran desvió la mirada hacia el horizonte. Las tonalidades anaranjadas que anunciaban el amanecer empezaban a apoderarse del cielo, haciéndole notar que habían estado mucho, mucho tiempo conectados. Y, por primera vez, no sintió esa familiar urgencia de escapar de los sentimientos que la abrumaban. Se permitió quedarse en ese momento, por extraño que fuera.

Gohan, en cambio, la observaba de reojo intentando disimular su interés. Había algo más entre ambos, algo que no necesitaba ser puesto en palabras en ese instante, pero que había percibido sin problemas en las capas más profundas de sus emociones el tiempo que estuvieron unidos.

No estaba muy seguro de qué era ese algo. Sin embargo, existía. Eso era lo que importaba.

—No somos tan diferentes —afirmó de pronto en voz baja, casi un susurro, pero lo suficientemente clara como para que ella la escuchara.

Kioran soltó un bufido, no con desdén, sino como una rendición ante lo que siempre había estado allí, entre ellos.

—Así parece… —murmuró, sin apartar la vista del cielo.

Ambos volvieron a quedarse en silencio, compartiendo la tranquilidad del inminente amanecer. El sol continuaba expandiéndose en el horizonte, iluminando lentamente el mundo destruido a su alrededor. Sin embargo, en ese momento, el paisaje no parecía tan desolador como de costumbre.

Kioran dejó escapar un suspiro, con la mirada todavía fija en el cielo. Sentía algo diferente en su interior, como si el peso que había cargado durante tanto tiempo hubiera empezado a desvanecerse, aunque solo fuera un poco. Elegir a Gohan para abrir su interior había sido lo correcto…

«No, no es que lo haya elegido… tenía que ser él», discurrió, intentando aplastar su orgullo natural. Aunque no quisiera admitirlo, esa era la pura verdad: su alma lo había elegido. No fue algo consciente, sino la respuesta instintiva a una necesidad que solo Gohan tenía la capacidad de llenar.

Él era el primero en comprenderla realmente, en ver más allá de su fachada impenetrable, en entender lo que se ocultaba debajo de esa dureza… lo había hecho mucho antes del intercambio de recuerdos. Y aunque no se lo fuera a decir, Kioran se sentía profundamente agradecida con él. A su manera, Gohan había sacado una espina que había estado enterrada en su corazón por mucho tiempo, y la idea de no tener que cargar con ese peso sola la hacía sentir… aliviada. Casi en paz.

Cuando abrió los ojos nuevamente —notando que los había cerrado en algún punto—, supo algo con certeza: no quería irse de esa línea temporal. No quería dejar atrás un mundo en el que, finalmente, había echado raíces.

Chronoa le diría que eso iba en contra de las reglas de un Patrullero. Trunks difícilmente lo aceptaría. Pero… ¿acaso no podía seguir cumpliendo su deber allí? ¿No era proteger a los civiles parte de sus responsabilidades como Patrullera del Tiempo?

Un destello de desesperación la atravesó al considerar la posibilidad de sentirse emocionalmente ligada a un pergamino del tiempo corrupto. Era un riesgo enorme. Demasiado peligroso.

Pero entonces, sus pensamientos dieron un giro. Tal como estaban las cosas, quizás nunca volviera a ciudad Conton…

«No voy a perder la cabeza, no todavía», se dijo, lanzando un rápido vistazo a Gohan, quien al notar su mirada le devolvió una sonrisa dulce. «Veré cómo sigue todo… Pero, si puedo quedarme… Lo haré».

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N. de la A.:

Realmente no me acordaba que en este punto de la historia los capítulos se hacían más largos XD de todos modos, ¡he seguido recibiendo el apoyo y entusiasmo de siempre! Mis queridos lectores, muchas gracias por sus votos y comentarios. ¡Me encanta que disfruten tanto esta historia!

Hoy han pasado varias cosas. En primer lugar, ya sabemos qué técnica le pidió aprender Gohan a Goku (capítulo 18). Y hemos visto cómo la usó, tanto con él como con Kioran.

¿Por qué esta técnica? Porque siempre me llamó la atención que Goku hiciera eso en Namek y nunca más la usara xD quise heredarla a Gohan, me parece que es algo que él haría. Claro, lo de que Kami se la enseñó a Goku no es canon, lo metí nada más para justificar la habilidad XD.

¿Por qué Raditz se aparece en la mente de Gohan antes que el sueño en sí de Kioran? Porque, inconscientemente, Gohan lo buscó a él primero. Porque sabía que Kioran se había criado con él, pero no porqué, y su subconsciente le decía que él tenía respuestas. Esa es la razón.

Hay algo más: para construir la conexión entre Gohan y Kioran, me ayudé de una película que me gusta mucho que se llama Pacific Rim. Allí, los pilotos de los Jaegers sincronizan sus mentes por medio de un puente neuronal (creo que podría estar inspirado en Evangelion, aunque probablemente también en otros animes de mechas) y pueden no solo ver los recuerdos del otro, sino vivirlos. Me encanta cómo se da esa sinergia entre Raleigh y Mako (los shippeo a muerte jajaja), y me sirvió de gran inspiración para la intensa conexión mental entre Gohan y Kioran.

Otro dato interesante acerca de esa escena, es que es una de las primeras que escribí de la pareja. Sí, digo pareja, porque el capítulo de hoy ha dejado los sentimientos de Kioran expuestos a los lectores, así como los de Gohan quedaron también expuestos en un capítulo anterior.

Ella elige a Gohan porque es el único al que quiere mostrarle lo que hay dentro de ella. Es otra confesión de amor no explícita.

En este punto, los lectores saben mucho más sobre los sentimientos de Kioran que la misma Kioran XD

Hay una diferencia fundamental entre las dinámicas Kioran-Trunks (el patrullero, no el niño) y Kioran-Gohan, y esto además es la razón por la que me tomé varios capítulos al principio de la historia para sentar las bases de esta diferencia y que el desarrollo no se sintiera forzado.

Con Trunks, Kioran siempre está en control. Ella es quien lo provoca, él reacciona ante sus estímulos, discuten de manera juguetona, luchando por controlar la situación, pero finalmente, Trunks está detrás ya que ella es la que empieza y él responde. Por eso, para Kioran era muy fácil llevarse con él, pues sabía exactamente cómo lograr lo que quería.

Con Gohan, sin embargo, Kioran no tiene control de nada, y eso es lo que la desespera/atrae. Puede que Gohan se vea «sumiso» en apariencia, pero no es así en absoluto. Él maneja las cosas a su manera tranquila. Por su carácter apacible, sabe que consigue mucho más con miel que con hiel, pero eso no lo hace sumiso ni pasivo. Entre Gohan y Kioran, es él quien lleva la voz cantante, un hecho que descoloca a la mujer y la deja sin recursos. Por eso, al principio hace de todo para alejarlo (le grita, le gruñe, es borde, etc.), buscando que reaccione como ella quiere, para recuperar el control. Y no lo consigue.

Al no lograrlo, al sentirse constantemente desafiada por un trato tan ajeno a lo que está acostumbrada (el constante enfrentamiento, el choque de voluntades), es que Kioran empieza a ceder y termina... como termina sintiéndose por él.

Ahora, todo esto es algo que ella no sabe de forma consciente ni podría poner en palabras si alguien se lo preguntara. Se trata de instinto, y su instinto es el que la guía. Inconscientemente, Kioran busca poder ceder ese control a alguien confiable, porque eso significaría que ha encontrado a la persona indicada para descansar esa responsabilidad que ha llevado toda su vida. Gohan es el idóneo para ello. Trunks, en cambio, no lo es. Por eso lo de ellos no tenía futuro.

Y por eso es a Gohan a quien le muestra todo su interior. Si Gohan no hubiera tenido la habilidad de Goku, Kioran de todos modos hubiera terminado explicándoselo (de manera torpe, pero lo hubiera hecho).

Sí, me extendí un poco, pero era importante clarificar todo esto. ¡Gracias por leer!

Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!

Nos vemos en el siguiente...

Amor y felicidad para todos.

Stacy Adler.