Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)
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Capítulo 26 El despertar (del guerrero más fuerte del universo)
Isaías 40:31:
«Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán».
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En algún lugar en medio de la nada…
Trunks estaba de pie en un vasto espacio oscuro, un lugar donde el tiempo no fluía de manera normal; donde no existía el pasado, presente o futuro. Había seguido a Towa hasta allí impulsado por la necesidad de respuestas, de saber qué había ocurrido realmente con el pergamino del tiempo en el que Kioran y los otros patrulleros quedaron atrapados, y cuando la tuvo al frente, con su cabello blanquecino ondeando al compás de sus aires de arrogancia. Era un lugar por completo desprovisto de luz, pero ella se veía con claridad diáfana, como si la oscuridad no pudiera ocultar su perturbadora figura.
Ella echó fuera unas risitas de toque sarcástico, evidenciando que en toda la situación era quien tenía la sartén por el mango.
—Towa —espetó Trunks, con los puños apretados—. ¿Qué fue lo que hiciste con el pergamino de mi línea temporal? ¡Sé que fuiste tú, no lo niegues!
Los ojos lilas de la mujer chispearon por la diversión que le causaba el tono casi desesperado de ese patrullero.
—Voy a hacer caso omiso de tu tono y te lo diré. Después de todo, ya no hay nada que puedas hacer para revertir lo que pasó. —Una sonrisa maliciosa ocupó su rostro al completo—. Querido Trunks, tú debías quedar atrapado en ese pergamino del tiempo corrupto. Así, el Imperio Oscuro podría avanzar en sus planes sin ti interfiriendo todo el tiempo. —Se cruzó de brazos, sus ojos brillando con una cruel satisfacción—. Era perfecto… o casi.
El líder de la Patrulla del Tiempo apretó los dientes y dio un paso adelante, como si fuera a hacer algo sin llegar a concretarlo. Sentía cómo la furia lo inundaba al escuchar lo cerca que habían estado de atraparlo.
—Lamentablemente —continuó Towa, haciendo una mueca de disgusto fingido—, no estabas allí cuando lo necesitábamos. En tu lugar, esa hembra saiyajin, ¿cómo era su nombre? Bueno… En fin, ella se adelantó y terminó metiéndose en la trampa, junto con esos otros pobres incautos que murieron enseguida. Fue una torpeza por su parte, hay que decirlo.
Una inexplicable sensación de alivio lo invadió. Alivio de comprobar que no estaba tan equivocado en sus conjeturas; que sí era verdad que la trampa fue diseñada para atraparlo a él, para apartarlo del camino del Imperio Oscuro. Resultaba casi halagador todas las molestias que se estaban tomando solo para que no siguiera interfiriendo en sus planes.
Pero el sentimiento positivo fue muy pronto aplastado por la culpabilidad. Kioran… ella no debió haber estado ahí, cayendo en la trampa que crearon para él. No debió verse nunca involucrada, más aún pensando que los patrulleros que iban con ella lamentablemente fallecieron. Esto iba de mal en peor.
—¡Pero no te preocupes! —La entonación de Towa sonaba tan condescendiente como peligrosa—. Pronto podrás reunirte con ella. Al principio pensé que habíamos perdido una oportunidad increíble pero, en muchos sentidos, las cosas están saliendo mejor de lo que planeé. Verás, al final, la hembra terminó por tomar una decisión. —Dio un paso más cerca, su voz susurrante como veneno—. Una decisión que esperaba que tú tomaras, y que iba a costarte mucho dolor.
Trunks pegó un respingo, todavía sumido en la confusión que las palabras de Towa le habían provocado. Las piezas no terminaban de encajar en su mente. ¿De qué decisión estaba hablando? ¿A qué se refería exactamente? El nombre de Gohan no paraba de rondarle la cabeza, creía que intentaban quebrarlo a través de él, y necesitaba una confirmación.
También podría tratarse de su mamá, por supuesto. Cualquiera de los dos eran horribles opciones…
—¡Explícate de una vez! —exigió con el ceño fruncido. Esa mujer dijo que Kioran había tomado una decisión que era para él… ¿Cuál sería?
La risa de Towa resonó en el espacio atemporal, como si se deleitara en la ignorancia de Trunks. Sus ojos morados brillaron con una mezcla de burla y malicia mientras su mano se agitaba con ademán despreocupado, disfrutando del momento.
—Oh, querido… —empezó, con una sonrisa malévola—. No puedo creer que todavía no lo entiendas. Pero no te preocupes, muy pronto lo descubrirás por ti mismo. —Parecía saborear cada palabra, cada afirmación, cada idea que pronunciaba—. La corrupción del pergamino del tiempo es solo temporal. Terminando este encuentro, tendrás acceso a él. Podrás ver lo que está ocurriendo dentro... y entonces, cuando lo sepas todo, no te quedará más remedio que tomar una decisión. ¿Destruirás ese pergamino ahora o esperarás a vivir las consecuencias?
¿Cómo… destruir el pergamino? ¿Por qué tendría que hacerlo? Algo en su expresión de fastidio le hizo sentir que el tiempo se estaba agotando y con ello, la posibilidad de tener más información o respuestas. ¿Qué demonios le seguía ocultando?
—No tengo por qué destruirlo —afirmó, rotundo—. Encontraré la manera de revertir la corrupción y traer a Kioran de vuelta.
Towa soltó una carcajada burlona, sacudiendo la cabeza con desdén.
—¡Kioran! Cierto, así se llama la hembra saiyajin… Te ves muy confiado —murmuró, con un tono condescendiente—. ¿Sabes? Hay cosas que, una vez empiezan, no pueden ser detenidas. La corrupción del pergamino no fue solo un accidente, fue diseñado para esto, para llevarte al borde del abismo. Y lo más maravilloso de todo es que fue esa Kioran quien terminó tomando la decisión que deberías haber tomado tú.
¡Qué desesperante era interactuar con esa mujer! Seguía dándole pistas que lo llevaban a pensar en Gohan o su mamá, pero no las suficientes como para juntar todas las piezas y armar el rompecabezas completo.
—¡Habla claro de una vez! —exigió, ya harto de estar en la ignorancia.
—Oh, tranquilo, Trunks. Lo sabrás muy pronto. El pergamino está por liberarse, y cuando lo haga, todo se revelará. Entonces, tendrás que decidir qué hacer con ese conocimiento. Pero te adelanto una cosa: nada será igual después de que lo descubras.
La paciencia se le agotaba, y la sonrisa arrogante de Towa solo alimentaba su rabia.
—¡Tus juegos ya terminaron! —exclamó con voz grave, sus ojos llenos de determinación—. No tienes ningún derecho a manipular las vidas de otros como si fueran simples peones en esta guerra retorcida.
Towa inclinó la cabeza ligeramente, sus labios curvándose en una sonrisa socarrona. Sus ojos brillaban con malicia.
—¿Juegos? —respondió con un tono fingidamente inocente—. Realmente no entiendes nada: debilitar emocionalmente a tu rival es una de las formas más efectivas de pelear. Lo que he hecho es perfectamente válido... solo que tú fuiste demasiado lento para darte cuenta. Y ahora... —se interrumpió con una risa sarcástica— tu tiempo se ha acabado.
El guerrero dio un paso hacia adelante, pero antes de que pudiera responder o volver a exigir información, Towa hizo un elegante gesto con la mano, y una energía oscura lo envolvió. Un destello cegador lo rodeó, y en un instante, el espacio atemporal se disolvió a su alrededor. Sintió una fuerza arrastrándolo, como si el suelo desapareciera bajo sus pies, y el vértigo lo consumió por un segundo.
De repente, sus pies tocaron suelo firme nuevamente, y cuando abrió los ojos, se encontró de vuelta en la Bóveda del Tiempo.
Chronoa reaccionó de inmediato a su regreso: corrió hacia él y le tocó un brazo, como si quisiera asegurarse de que no tenía ningún daño.
—¿Estás bien? —preguntó, mirándolo con marcada preocupación.
—El pergamino —fue lo primero que dijo, haciendo caso omiso de la preocupación de Chronoa—. Si algo me quedó claro de la conversación con Towa es que todo lo que nos falta por saber está ahí.
Ambos se dirigieron entonces a la pequeña cúpula de cristal que contenía el dichoso pergamino corrupto; allí seguía, flotando entre destellos de color violeta oscuro… pero algo había cambiado. El caos oscuro y violento que lo envolvió por tanto tiempo parecía estar en camino a calmarse. Chronoa abrió la cúpula moviendo su mano frente a ella de abajo hacia arriba, y cogió el rollo con mucho cuidado. Luego de observarlo en varios ángulos, terminó por dejarlo flotando frente a ellos y luego lo abrió con otro movimiento fluido de su mano.
Las imágenes del interior comenzaron a desplegarse como si se tratase de una pantalla mostrando lo que estaba ocurriendo en ese instante allí dentro.
Trunks se congeló al ver la secuencia: esos eran Gohan y Kioran peleando —muy hábilmente— contra el androide Diecisiete.
Afinó la vista todavía más. Kioran se veía diferente, y no se debía solo a la definición que habían alcanzado las líneas de su cuerpo, ahora más fuerte, sino a la rapidez en sus reacciones y golpes. ¿En qué momento aprendió a pelear así? Ya no se parecía a su estilo, y menos al de Raditz. Ahora tenía marcado el estilo de Gohan en cada acción.
¿Por qué?
—¿Qué está haciendo Kioran? —La pregunta de Chronoa verbalizó la intensa duda de Trunks.
—Tengo que ir —pronunció en voz baja, empezando a moverse.
—No, no —lo detuvo la Kaio-shin, atravesándose rápidamente en su camino. Sabía que esto iba a pasar si Gohan estaba involucrado—. Tienes que pensar con la cabeza, sea quien sea el que esté involucrado.
—¡Pero Chronoa…!
—¿Estás viendo lo que ocurre? —Señaló a las imágenes del pergamino, que en ese momento mostraban a Gohan ejecutando una habilidad especial que Trunks solo había atisbado en algunos entrenamientos y ya había olvidado incluso el nombre—. Esto no debería suceder así. Kioran ha hecho un cambio.
—Mierda… Towa me lo advirtió, sobre la decisión… —balbuceó, sin poder dejar de mirar la reproducción terrorífica del pergamino.
—Sabes lo que eso significa, Trunks.
El tono de Chronoa era de disculpa. Por supuesto que él sabía lo que significaba hacer cambios en un pergamino del tiempo… lo sabía mejor que nadie. Y aunque todos sus instintos pulsaban por entrar a su línea temporal y ayudar a Kioran para que Gohan se salvara, su entrenamiento como patrullero impidió que volviera a reaccionar de manera caótica.
Pero… pero todo en él deseaba que Gohan sobreviviera. Que Kioran, por la razón que fuera, ayudara a lograr lo que él soñó por tanto tiempo: cambiar el curso de la historia para su maestro. Aún no lograba explicarse por qué actuaba así. La única razón que se le ocurría era por él, porque le había contado lo que Gohan significó en su vida y lo mucho que le dolió perderlo. No sabía que su historia había calado tan hondo en ella, pero a la vista de los hechos, lo hizo. Le prestó la suficiente atención como para recordarlo y luchar al lado de su maestro.
Sí. Tenía que ser eso.
—Chronoa… —La mujer relajó un poco la postura al notar que su ademán ya no estaba impregnado de urgencia—. Vamos a seguir observando lo que ocurre antes de tomar cualquier decisión, ¿estás de acuerdo? —Ella asintió, aunque denotaba no estar muy convencida—. Esto fue obra de Towa y el Imperio Oscuro; todo lo que ocurre está directamente influenciado por ellos. Por favor, recuérdalo.
—Lo sé —murmuró, bajando la mirada hacia su calzado—. Pero…
—Sí, Chronoa. Lo entiendo.
No tenía que decirlo, él ya lo sabía: que el cambio hecho por Kioran ponía en completo peligro la continuidad de ese pergamino del tiempo… y de su propia estabilidad emocional.
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Una sensación de ingravidez le envolvía, como si estuviera zambullido en las profundidades de un río. Recordó aquellas veces durante su entrenamiento con Piccolo, cuando nadaba en busca de peces para cocinar, fascinado por la belleza subacuática que lo rodeaba: la quietud del agua, la danza de la luz filtrándose entre las rocas, la vida vibrante que bullía a su alrededor. Bajo el agua su cuerpo se sentía libre, flotando en un estado de serenidad. Era, en aquellos tiempos, una experiencia liberadora. Y ahora, al borde de la muerte, esa misma sensación de paz lo envolvía de nuevo.
Cerró los ojos, extendió los brazos (aprovechando que ambos estaban en su lugar) y se entregó a la oscuridad que lo rodeaba. Un vacío absoluto, más profundo que cualquier abismo, lo engullía. Esta oscuridad no era la misma que conocía en el río. Era más densa, más vasta, como el espacio infinito que había atravesado durante su viaje a Namek. Alzó una mano frente a su rostro, agitándola en un intento de verla, pero la negrura era impenetrable. Nada. Ni siquiera su propio cuerpo era visible.
Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Había sido absorbido por un agujero negro, condenado a vagar eternamente en un vacío sin fin? ¿Así era la muerte? No quería aceptarlo. No quería morir, no así. Aunque había aceptado su destino como un guerrero saiyajin, había una parte de él que se rebelaba, aferrándose a la vida con la misma tenacidad con la que había enfrentado innumerables batallas.
Entonces, una chispa de comprensión se encendió en su interior, como una pequeña brasa que comenzaba a arder. Recordó algo que le había confesado a Kioran tiempo atrás: siempre había reprimido su verdadero poder por miedo a perder el control. Pero, ¿y si ese era el secreto para sobrevivir? ¿Y si la clave para cambiar su destino, para vencer a los androides, era aceptar esa parte de sí mismo que siempre había mantenido encadenada?
El recuerdo de su padre se materializó en su mente. Lo vio en Namek, transformándose en Super Saiyajin por primera vez. La furia en sus ojos. La dureza en sus palabras, tan diferentes de la calidez habitual, palabras que lo hicieron temblar de miedo como nunca antes. Era como si Goku se hubiera convertido en alguien más, un guerrero saiyajin consumido por la ira y el deseo de venganza. Ese recuerdo lo estremeció hasta lo más profundo. Temía convertirse en eso. Temía volverse un ser dominado por la furia, incapaz de controlar sus impulsos, de reconocer su propia humanidad.
—Ánimo, Gohan. No tiene por qué ser así.
Gohan se sobresaltó. Esa voz… ¿Había sido su propia mente jugándole una mala pasada? Frunció el ceño, confundido. El tono, la cadencia… era inconfundible. Esa voz era suya, pero también era la voz de su padre. ¿Cómo podía ser?
A menos que...
—Sí, soy yo. Ha pasado tiempo...
—¡Papá!
El corazón de Gohan latió con fuerza, una mezcla de incredulidad y esperanza se agitó en su pecho. «¡Es mi papá! ¡Ese es mi papá!», gritaba su mente con una desesperación que no podía controlar. Como si todo lo que había reprimido durante años, toda la ausencia, todo el anhelo, saliera a la superficie con una intensidad abrumadora.
—¿Dónde estás? —preguntó girando la cabeza frenéticamente, sus ojos intentando perforar la oscuridad, buscando cualquier rastro de él—. ¡Papá! ¿Dónde estás?
—Justo frente a ti.
Y entonces, como un espejismo emergiendo de la nada, Goku apareció ante él. Allí estaba, como siempre lo había recordado; la misma sonrisa cálida, esos ojos llenos de vida que irradiaban confianza y poder. Su presencia lo envolvió como una brisa reconfortante, como si el tiempo hubiera retrocedido trece años en un solo instante. Todo pareció encajar en su mente de manera repentina, por fin, dejándole una inmensa sensación de bienestar.
Gohan lo miraba con una mezcla de incredulidad y reverencia, el pecho apretado por la emoción. Era su padre, el hombre que siempre había sido su mayor inspiración, su mayor fuerza.
Pero, ¿cómo era posible que estuviera allí? ¿Era un sueño? ¿Una ilusión causada por su mente al borde del colapso? O tal vez... tal vez era real, más real de lo que podía comprender en ese momento. Y aunque no podía explicarlo, tampoco importaba. Allí estaba, y eso era lo único que valía.
Impulsado por la necesidad de tenerlo más cerca, Gohan dio un paso hacia su padre, luego otro, pero la distancia entre ellos permanecía inalterable. Era como si una barrera invisible lo mantuviera a raya, impidiéndole alcanzar la figura que tanto anhelaba. Una punzada de dolor atravesó su pecho, porque la escena era una amarga analogía de su vida. Siempre había sentido que no era capaz de llenar los zapatos de su padre: el salvador del universo, el hombre invencible, el más fuerte de todos. ¿Cómo podría él llenar el vacío que su ausencia había dejado?
—Por más que lo intento, no logro alcanzarte... —murmuró, su voz cargada de tristeza y frustración.
Goku lo observó con una sonrisa cálida, comprensiva, esa sonrisa que siempre había logrado apaciguar su corazón.
—Te equivocas, hijo: soy yo el que no puede alcanzarte. Fíjate bien.
Gohan parpadeó, confundido. Miró a su alrededor, tratando de entender lo que su padre quería decir. Y entonces, de repente, lo vio: él estaba un paso adelante. Su silueta se proyectaba claramente en la oscuridad, mientras que la imagen de Goku, detrás de él, se volvía borrosa y distante. Era como si estuviera mirando la antigua foto de ambos que aún guardaba con tanto celo en su habitación: su padre sonriendo, y él, un niño pequeño en sus brazos, admirándolo como el ídolo que era.
La comprensión lo golpeó como un rayo. Había superado a su padre. Había alcanzado un nivel de poder que Goku nunca logró en vida. La idea lo dejó sin aliento. Durante tanto tiempo dudó de sí mismo, de su fuerza, creyendo que jamás podría estar a la altura… pero ahora, la realidad era innegable.
—¿C-cómo...? —balbuceó, una mezcla de asombro y esperanza reflejada en sus ojos.
—Estoy muerto, pero no soy ciego —respondió Goku, con su tono liviano y cálido de siempre—. Te he visto desde el Más Allá, he seguido todos tus pasos. Y no sabes cuánto admiro esa perseverancia, Gohan. Has luchado como todo un terrícola… como todo un saiyajin.
Gohan lo observó en silencio, sus palabras resonando profundamente en su interior. Por primera vez, la inseguridad que lo había atormentado durante años comenzó a desvanecerse. No solo había alcanzado el poder que su padre poseía… lo había superado. Y ahora, por fin, lo entendía.
Gohan apretó ambos puños (qué raro se sentía, sabiendo que en realidad solo tenía un brazo). Aun así, la determinación comenzaba a apoderarse de él, empujada por las palabras de su padre que habían resonado directo en su alma. Observó a su progenitor con la mirada inevitablemente húmeda, sintiéndose agradecido de que —otra vez— estuviera dándole ánimos justo cuando más lo necesitaba, y en un impulso, se le echó encima de dos zancadas en un abrazo apretado que le hizo sentir nuevamente como un niño.
—Sé que no debería pedírtelo —farfulló contra su hombro, amortiguando cada palabra en la tela de su Gi—, pero ayúdame por favor, papá. Ayúdame a encontrar la fuerza que me falta sin perder el control.
Goku lo abrazó de vuelta. Le acarició la espalda con una mano, y con la otra recorrió suavemente el cabello de su nuca, evocando recuerdos de una infancia que, pese a la oscuridad que lo rodeaba, había sido feliz. Era el mismo gesto que Gohan recordaba de tantas veces antes, una muestra de afecto que ahora lo llenaba de la calma que necesitaba.
—¿Qué es lo que realmente quieres? —preguntó Goku, aunque parecía saber la respuesta de antemano.
—Más poder —respondió Gohan sin pensar.
—Ya lo tienes dentro de ti. Lo que buscas no es eso. Piensa, Gohan.
Gohan cerró los ojos con fuerza, tratando de concentrarse, de encontrar la respuesta en medio del torbellino de emociones que lo embargaban. ¿Qué era lo que realmente deseaba? Rostros queridos desfilaron ante su mente: Bulma, trabajando incansablemente, un cigarrillo en la boca; Trunks, mirándolo con admiración, buscando ser como él; Kioran llamándolo «híbrido» en ese tono burlón, mirándolo arrebolada, refunfuñando… pero también vulnerable, temblando de miedo antes de que él partiera a aceptar su destino…
«¡Gohan!», escuchó a través de una extraña nebulosa, la voz deformada como si fuese una radio mal sintonizada. «¡Levántate, Gohan!».
Era ella, tan desesperada que sintió el irrefrenable impulso de cumplir su orden.… Tan desesperada que, por primera vez, lo llamaba por su nombre de pila. Y escucharle pronunciarlo le llenó el pecho de una calidez desconocida.
—Quiero... protegerlos —afirmó Gohan, su voz ganando fuerza con cada palabra—. Quiero protegerla.
Goku le dio unas reconfortantes palmaditas en la espalda. Estaba orgulloso de su hijo.
—Muy bien —dijo con una sonrisa—. Ahora, deja que el poder fluya a través de ti. No te contengas.
—Pero… voy a perder…
—No —aseguró Goku, apartándose ligeramente para mirarlo a los ojos, pero sin romper el abrazo—. Tu papá se va a encargar de que todo salga bien. Confía en mí. Anda, inténtalo.
Gohan le sostuvo la mirada. Por un breve y valioso instante, se permitió ser de nuevo aquel niño que buscaba refugio en los brazos de su padre. Pero la realidad de su situación lo golpeó con fuerza: ya no era un niño. Era un hombre, un guerrero, y el destino de su mundo dependía de él.
Asintió, con una nueva determinación encendiendo sus ojos oscuros. La sonrisa confiada de Goku le infundió valor, recordándole que no estaba solo en esta lucha. Se apartó de su abrazo, guardando en lo más profundo de su memoria aquella imagen de su padre, intuyendo que, quizás, sería la última vez que lo vería.
Con el corazón en calma y una voluntad férrea, Gohan encaró un punto imaginario en medio de la oscura negrura que lo rodeaba. Sus piernas se plantaron firmes en el suelo mientras concentraba toda su energía, sintiendo cómo sus músculos se tensaban en respuesta. Cerró los ojos un momento, respiró profundamente, y comenzó a aumentar su ki. El poder del Super Saiyajin fluyó en su interior, recorriéndolo como un río en plena crecida. Su cabello dorado brilló, y la energía familiar de la transformación envolvió su cuerpo, pero sabía que eso no era suficiente. No ahora.
Un rugido gutural emergió de lo más profundo de su ser. Su instinto le gritaba que debía ir más allá, que debía romper las cadenas que lo habían limitado hasta ahora. Elevó su energía aún más, su poder desbordándose con cada segundo, amenazando con destruir la oscuridad que lo rodeaba.
—Bien hecho —le felicitó Goku, colocándose detrás de él y sujetando su hombro con firmeza, cumpliendo su promesa de apoyo—. Vamos, hijo. Tú puedes.
Las palabras de su padre lo empujaron a seguir adelante. La seguridad de saber que lo tenía allí, a su lado, le dio la fuerza que necesitaba para continuar. Gohan apretó los puños aún más y, con una explosión de energía, siguió elevando su ki. Cada vez más cerca de su límite, el poder que había contenido durante tanto tiempo comenzaba a liberarse. Chispas de electricidad crepitaban alrededor de su cuerpo, su energía vibrando con tal intensidad que el entorno parecía quebrarse bajo su poder.
—No te detengas —le instó Goku, su voz apenas audible por el ruido sordo de la energía que lo rodeaba—. Estás muy acostumbrado a frenarte, pero hoy eso debe cambiar.
Gohan se concentró con todas sus fuerzas, intentando seguir la indicación de su padre. Realmente lo intentó. Pero las cadenas que lo aprisionaban se resistían, tensándose y crujiendo con cada intento de liberarse. Un sudor frío perlaba su frente, y sus músculos se contraían dolorosamente por el esfuerzo.
—Ya sé lo que pasa —aventuró el antiguo campeón de la Tierra—: no solo te preocupa perder el control... también tienes miedo de dañar el planeta con tu fuerza, ¿verdad?
Gohan dio un respingo. Su padre había dado en el clavo. Goku lo entendía, tan bien como siempre lo había hecho. Ese conocimiento lo hacía sentir expuesto, vulnerable... pero al mismo tiempo aliviado, como si alguien por fin hubiera descifrado el nudo que llevaba tanto tiempo atado en su interior.
—¡No pienses más en eso! —continuó Goku con firmeza, dando un paso adelante—. Estoy seguro de que lograrás manejar ese poder destructivo, ¡no tengo ninguna duda! ¡Debes expulsar toda tu fuerza como si fuera una explosión!
Las palabras de su padre reverberaban en el mundo inconsciente de Gohan, como si fueran ondas que atravesaban cada rincón de su ser. Había algo liberador en ellas, pero al mismo tiempo, una voz en su interior lo retenía. Era una resistencia invisible, como un freno instintivo, anclado a años de contención.
«Siempre he tenido miedo... de mí mismo», pensó Gohan mientras su energía crecía, exigiendo ser liberada. Sentía que las cadenas que lo envolvían eran como acero irrompible, pesadas y opresivas, restringiéndolo, sofocándolo. Habían estado allí tanto tiempo que se habían vuelto una segunda piel, algo que había aceptado como parte de sí mismo.
Las cadenas eran el miedo de fallar, de perder el control y causar una destrucción que no podría deshacer. Eran la manifestación de su autocensura, de sus dudas, de cada vez que reprimió su verdadero poder para no lastimar a otros. Esas cadenas, que lo habían protegido de su propia fuerza, ahora lo sofocaban. A él no le gustaba pelear, nunca le había gustado. Si podía resolver un conflicto con palabras, lo hacía. Su sangre saiyajin protestó cuando, en un arranque de ira provocado por la muerte de sus amigos, alcanzó la transformación de Super Saiyajin y todo lo que pudo sentir fueron ansias de aniquilación, un fuego que ardía en su pecho clamando por sangre, por venganza, por destrozar a los culpables de esa masacre. Quería rodear el cuello de esos malditos androides con sus manos y apretar lentamente, percibiendo en sus palmas la sensación de aplastarlos, disfrutando su ahogo, ignorando sus súplicas por dejarles vivir. Quería apagar sus vidas él mismo, no de forma rápida sino lenta, rugiendo al sentir que exhalaban sus últimos alientos, furioso por no haber logrado alargar más su agonía.
No quería ser eso. No quería convertirse en eso.
Pero entonces, en medio de esa presión asfixiante, una repentina comprensión iluminó su mente.
Las cadenas no eran indestructibles, no. Era él quien las había alimentado, quien les había dado esa fuerza. Cada duda, cada miedo, había sido un eslabón añadido, cada contención una capa extra de rigidez. Él mismo había forjado esas cadenas, pero no por debilidad, sino por un temor profundo a lo que podría causar si se desataba.
«He sido mi propio carcelero...», pensó, sintiendo cómo la verdad resonaba dentro de él. Cada vez que había reprimido su poder las cadenas se apretaron más a su alrededor. Pero en ese momento, con su padre a su lado, entendió que esas cadenas eran una ilusión. Una ilusión que había creado para proteger a los demás y a sí mismo, pero que ya no necesitaba.
El peso que había sentido durante tanto tiempo, esa carga invisible, comenzó a disiparse. Las cadenas que antes parecían hechas de acero se volvieron translúcidas, frágiles, como si estuvieran hechas de cristal. Podía sentir cómo su verdadero poder latía bajo la superficie, esperando el momento adecuado para desbordarse, para ser finalmente liberado.
El sonido de cristales rompiéndose resonó en su mente atravesando su alma. Sabía que las cadenas podían romperse en cualquier momento. Y con esa realización, sintió que el control que siempre había ejercido sobre sí mismo comenzaba a desaparecer.
Gohan respiró hondo, disfrutando del poder que ahora fluía por sus venas. Las cadenas, tan frágiles ahora, se quebraron en miles de pedazos, desintegrándose a su alrededor.
—¡Ahora, Gohan! —gritó Goku, apretándole el hombro con fuerza.
Y Gohan, impulsado por aquella orden, dejó de dudar y simplemente estalló.
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N. de la A.:
¡Feliz sábado de «Más allá» a todos! Muchas gracias por seguir esta historia cada semana. La tía Stacy está muy feliz.
¿Cuántos lectores notaron la inspiración entre la escena de Goku y Gohan y el Kamehameha combinado contra Cell? Cuéntenme en los comentarios. Porque sí, me inspiré muchísimo en esa escena (en la que Goku insta a Gohan a liberar todo su poder en el Kamehameha que acabó con el «Cucarachón» XD buen nombre Abelardo XD), Goku en un momento nota que Gohan se contiene para no dañar el planeta.
Esta escena es también una de las primeras que escribí, y que siempre supe que estaría en la trama. Si bien han cambiado algunas cosas, se mantiene bastante fiel a su primera versión. Me gusta la idea de que el espíritu de Goku (ya sea realmente él o una manifestación del incosciente de Gohan a punto de morir) lo guíe para alcanzar el siguiente nivel, el SSJ2, una transformación que de por sí conlleva un gran dolor. Espero haber plasmado adecuadamente todos estos sentimientos.
Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!
Nos vemos en el siguiente...
Amor y felicidad para todos.
Stacy Adler.
