Disclaimer: Todo Dragon Ball pertenece al legendario Akira Toriyama (Q.E.P.D.)

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Capítulo 13 Un saiyajin nunca se rinde (ni pierde una discusión)

Timoteo 4:12:

«Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza».

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—¡Que aproveche! —exclamó Gohan, procediendo a dar cuenta del arroz, la sopa de miso y la carne con avidez.

Kioran lo imitó enseguida, sin perder ni un segundo: cogió un gran bol de arroz y empezó a devorarlo con una velocidad que sorprendió a Bulma y al joven Trunks. Era… algo así como un espectáculo no apto para escrupulosos, porque su forma de masticar resultaba bastante ruidosa y para nada sutil.

—¡Oh! —exclamó Kioran de pronto, apartando el platillo de su rostro para observarlo con atención—. ¡Por eso me acordaba de ti al comer arroz! —dijo, volteando hacia Gohan con una expresión burlona.

Gohan levantó la mirada, y una sonrisa divertida apareció en su rostro. Había algo en ese comentario que, lejos de molestarle, lo hizo reír.

—De hecho, mi papá me dio el nombre de su abuelito —explicó, encogiéndose de hombros sin dejar de alimentarse.

Kioran se perdió en sus pensamientos por un momento, los ojos fijos en el bol como si este pudiera ofrecerle respuestas. «Yo no tengo idea de dónde salió el mío», pensó, volviendo a sumergirse en la comida para disimular sus extrañas reflexiones. «Según Raditz, yo ya sabía mi nombre cuando me "encontró". El muy hijo de puta…»

—Sin duda ese apetito es cosa de saiyajines —comentó Bulma recordando a Goku con cariño, mientras exhalaba una bocanada de humo de su cigarrillo.

—Es obvio que no soy tan saiyajin como ellos—bufó Trunks un poco enfurruñado, ya que él no solía comer con tanto aspaviento y deseaba tener la habilidad de Gohan, que acababa sus platos en cuestión de segundos… solo que, por lo visto, Kioran no se quedaba muy atrás, hecho que le hizo sentir relegado a un segundo plano.

Gohan, aún con la boca llena de arroz, alzó la vista hacia su joven aprendiz.

—Eso es porque te has criado solo con Bulma y no con Vegeta. Mi mamá solía regañarnos a papá y a mí por parecer cavernícolas cuando comíamos.

—Y le sigues dando la razón, querido Gohan —se burló la científica, sonriendo a todo lo que daba su boca—. Eres igualito a tu papá.

El comentario sobre la madre de Gohan despertó una pequeña alarma en Kioran. ¿Estaría viva? Deseaba que la respuesta fuera un sí, aunque no se atrevió a preguntar.

Siguió comiendo a un ritmo algo más lento, pues su mente no dejaba de divagar. Se sorprendió a sí misma esperando que Gohan pudiera conservar a alguien tan importante como lo era su madre. Bien sabía ella lo que significaba no tenerla…

—¿Qué opinas, hermana mayor? ¿Verdad que mi mamá cocina muy bien? —intervino Trunks, todavía tratando de alcanzar el ritmo vertiginoso de los otros comensales.

Kioran hizo una pausa para limpiarse los restos de arroz con el dorso de la mano y, con un leve gesto de fastidio, respondió:

—Mi nombre es Kioran. Ya puedes dejar de llamarme «hermana mayor».

Gohan intercambió miradas entre ella y el muchacho, aliviado en su fuero interno de que hubiera revelado su nombre por voluntad propia; ahora podría hablarle sin temor a filtrar sin querer información que no debía.

—Como quieras, hermana mayor —se mofó Trunks con una sonrisa pícara.

—Tú, mocoso... —Kioran frunció el ceño, y una vena comenzó a palpitar en su frente.

—Trunks, no molestes a Kioran —intervino Bulma, con un tono que pretendía ser serio, pero no lograba ocultar su diversión—. Pórtate bien y sigue comiendo, ¿sí? —Luego, giró la cabeza hacia ella, suavizando su expresión—. Disculpa si los alimentos no son tan variados. Está cada vez más difícil conseguir ingredientes de calidad en el mercado.

Kioran bajó la mirada por un momento, sintiendo un leve calor en sus mejillas. No estaba acostumbrada a la amabilidad desinteresada, y aunque quería mantener su actitud desafiante, no pudo evitar sonrojarse. Volvió a ocultar el rostro en su bol de arroz, fingiendo estar concentrada en la comida para no revelar lo que estaba sintiendo.

—Todo está muy bien, señora Bulma —respondió con un tono un poco más suave, mientras una sensación extraña de calidez la invadía. Se sorprendió a sí misma disfrutando del ambiente y, por un momento, se permitió bajar la guardia, aunque solo fuera un poco. Muy poco.

—¿Tienes algún platillo favorito? Quizás pueda prepararlo para ti si consigo los ingredientes.

Kioran alzó la cabeza de golpe, sus ojos brillando con un entusiasmo inesperado que hizo que tanto Gohan como Trunks se tensaran en sus asientos.

—¡Los insectos asados del Planeta Freezer Nº 42! —profirió con un fervor que resonó en toda la habitación—. Aunque claro, aquí no se pueden encontrar.

Trunks parpadeó, con el estómago revuelto por la idea, mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Insectos… asados? —repitió en un murmullo, entre incrédulo y asqueado. Los insectos eran para estudiarlos, no para comérselos.

—¡Son deliciosos! Salados, crujientes, con un leve toque picante. Una gran fuente de proteína. Aahh, qué buenos recuerdos… —Suspiró, encogió los hombros y siguió comiendo—. Pero esto no está nada mal. La comida terrícola es más blanda, pero tiene buen sabor —añadió, dándole otro bocado al arroz con una sonrisa satisfecha.

Bulma soltó una carcajada, divertida por la inesperada revelación, mientras Trunks la miraba con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—Bueno, no creo que pueda ofrecerte insectos asados, pero prometo pensar en algo especial para la próxima vez —afirmó la científica, todavía riéndose. Sus viajes con Goku durante la adolescencia habían preparado su estómago de tal forma que ya casi no se asqueaba con nada.

Kioran asintió repetidamente con entusiasmo, aunque sabía que las probabilidades de volver a probar algo tan peculiar eran mínimas mientras estuviera atrapada en esa línea temporal.

Gohan, observándola de reojo, notó cómo esa pasión sincera emergía cada vez que hablaba de algo que le apasionaba, como la comida o los entrenamientos. Se le hizo evidente que, a pesar de su actitud defensiva, había momentos en los que podía mostrar pinceladas de quién era en verdad…

—Nunca me quejaría de la comida —aseguró Kioran, luego miró su plato vacío—. Lo único que me haría enfadar ahora es que no haya más arroz…

—Pero sí hay —dijo Gohan, mientras le pasaba otro bol lleno—. Tienes todo el que quieras, no hay límite para los saiyajines en esta mesa.

Una chispa de diversión iluminó su rostro por un breve instante, aunque intentó disimularlo detrás de una expresión indiferente. No podía evitar que el comentario le resultara gracioso, pero, ¿por qué tenía que ser siempre tan… irritantemente amable? Era desconcertante que se tomara todo con tanta calma, como si nada lo perturbara. Aunque, si era honesta consigo misma, tal vez no era tan insoportable como le había parecido el día anterior, cuando le llevó la bolsa llena de comida. Quizás… solo un poco.

—Supongo que a veces eres menos tarado —admitió en un susurro que casi se perdió en el ruido ambiente del comedor—. O será el efecto de la comida. Comer me pone de buen humor.

—¿Y a quién no? —musitó Trunks, masticando.

Fue sin duda una mañana muy interesante para todos. Al terminar un desayuno que se extendió más tiempo del habitual, el primogénito de Vegeta se acercó a Kioran para hacerle diversas preguntas sobre sus viajes por el universo. Al principio, ella respondió con monosílabos y un aire distante, pero con el tiempo, el entusiasmo del chiquillo la desarmó. A medida que hablaba, empezó a soltar más detalles, siempre cuidando de no revelar nada que pudiera alterar el curso temporal de esa línea. Intentaba mantener las distancias todo lo posible, pero era cada vez más difícil no sentirse cómoda con ellos; el entusiasmo de Trunks, la amabilidad de Gohan y la mezcla de curiosidad y respeto de Bulma parecían atraerla como si fuesen imanes.

—¿Cómo era el planeta Vegeta? —preguntó el chiquillo tras un rato.

Ella se detuvo un momento, sopesando sus palabras. No había peligro en compartir esa información. Negó con la cabeza.

—No lo conocí. Fue destruido poco antes de que yo naciera.

Trunks frunció el ceño, pensando en lo que eso significaba. Entonces, su curiosidad fue más allá, y con un tono bajo, casi como si estuviera compartiendo un secreto, preguntó:

—¿Cuántos años tienes?

Kioran se envaró de inmediato. «Oh, mierda», pensó, buscando una salida rápida. Si se basaba específicamente en su fecha de nacimiento, a esas alturas debería tener poco más de cuarenta años y no veinticuatro, pero considerando que la habían sacado del pasado para llevarla al futuro, la respuesta se volvía complicada. Explicarlo sería un enredo incluso para ella, y aunque podía justificarse con que los saiyajines envejecían mucho más lento que los humanos, no estaba segura de hasta dónde revelar sin comprometerse demasiado, porque todo lo referente a su viaje entre su línea temporal y ciudad Conton era un secreto que solo Gohan conocía.

Además… ella era un poco pretenciosa, y hablar sobre años no era de su agrado…

—Trunks, a las chicas no les gusta que les pregunten la edad. ¿Verdad, Bulma? —intervino Gohan, que había previsto el apuro que le significaría responder.

—¡Exacto! —confirmó ella—. Es de muy mala educación.

Kioran rodó los ojos de puro alivio. «Menos mal», pensó, agradeciendo en silencio la intervención de Gohan. Por una vez, esa serenidad que tanto la irritaba resultó útil.

—Entonces, cuéntame cuál fue el planeta más raro que viste —exigió Trunks.

—Sin duda, el Planeta Freezer Nº 27 —respondió ella de mejor humor, mientras se recostaba un poco más en el sillón, cruzando los brazos por detrás de la nuca—. Está cubierto de cenizas y ríos de lava, un verdadero infierno. No sé cómo sobreviven las criaturas de allí, pero tienen su encanto... si te gustan los insectos gigantes.

—¿Insectos gigantes? —Hizo una mueca, pero su fascinación era evidente—. ¿Te los comías también?

Kioran esbozó una sonrisa desafiante, disfrutando del impacto que sus palabras causaban.

—Obviamente —aseguró, con un destello de burla en sus ojos de obsidiana—. Tienen un sabor exquisito. —Era mentira: esos insectos eran incomibles, a menos que buscaras morir de una forma horrible.

El chico se estremeció visiblemente, pero sus preguntas no cesaron.

—Gohan me dijo que los saiyajin con cola se transforman en… ¿cómo se llamaba? —vaciló.

Ōzaru —gruñó, ofendida de que no supiera un concepto tan básico ligado a su origen.

—¡Eso! Si ves la luna llena, ¿vas a convertirte en un simio gigante?

—¡Mocoso atrevido! —Le encajó un palmetazo en la nuca—. ¡Tú serás un simio! La transformación en Ōzaru es una herencia de nuestra raza, que no se te olvide. Y no —puntualizó, observándolo con ademán irritado—, yo ya no me transformo. Un viejo pervertido experto en magia antigua me hizo un sello, por lo que podrías considerar mi cola como algo decorativo. Era eso o que me la cortaran, y yo jamás permitiría tamaña blasfemia.

Gohan, que no se perdía detalle de la conversación, enarcó las cejas con sorpresa. Así que no podía convertirse en Ōzaru… Sin duda un hecho muy interesante.

—¿Y a ese viejo pervertido lo conociste en alguno de tus viajes? —continuó Trunks, analizando cada respuesta como si se tratara de algo vital.

—Algo así.

—¿No te aburría viajar tanto?

Kioran lo miró, y por un momento, su expresión se suavizó, como si estuviera a punto de compartir algo más profundo. Pero luego, enarcó una ceja y su sonrisa se volvió traviesa.

—A veces —admitió lanzándole una mirada afilada—. Y ahora quien me aburrió fuiste tú, con tanto cuestionamiento sobre la vida de una saiyajin sin nada realmente interesante que contar. Es como si quisieras evitar hablar de cuánto te humillé hoy en el entrenamiento.

—Eso es porque no fui en serio. —Tenía una marcada veta competitiva, sin duda heredada de Vegeta, y también un poco de Bulma.

—Lo que pasa es que eres un mal perdedor.

—¡No es cierto! —Cruzó los brazos por encima del pecho, y con el ceño fruncido, el parecido con su padre era todavía más evidente—. Además, yo puedo transformarme en Super Saiyajin y tú no.

—Si quisiera, yo también lo podría hacer —mintió, porque en realidad nunca lo había intentado ni le interesaba, pero discutir con este Trunks era casi tan divertido como discutir con su Trunks, solo que sin segundas intenciones de por medio. Se trataba más de una sensación… familiar. Como un hermano pequeño, suponía, porque eso era algo desconocido para ella.

—Si pudieras, ya lo habrías conseguido —la desafió el chiquillo, toda su inflexión impregnada de burla.

—Viendo el increíble control que tienes de la transformación, diría que es mejor así —replicó Kioran, sin perder la oportunidad de devolverle el golpe.

La discusión continuó escalando, con Trunks incapaz de resistirse a cada provocación que ella lanzaba; y Kioran que parecía más complacida con cada respuesta que él le daba, disfrutando del intercambio sin medir sus palabras, excepto para asegurarse de no revelar nada comprometedor.

Entonces, de forma inesperada, levantó la mano y la dejó caer suavemente sobre la cabeza de Trunks, dándole dos palmaditas amistosas. La suavidad en su gesto contrastaba con su habitual actitud desafiante.

—Pequeño príncipe… —susurró, y por un momento, su voz vaciló, como si se debatiera entre continuar o callar. Al final, continuó en un tono bajo, cargado de sinceridad—: me alegra mucho que sigas con vida.

Trunks se quedó en silencio, con los ojos muy abiertos. No sabía cómo reaccionar. Había algo en la forma en que lo dijo, con un matiz que interpretó como nostalgia, que le resultó confuso. No le cuadraba con la imagen de guerrera altiva que siempre parecía exhibir como si se tratara de una bandera.

Antes de que pudiera responder o preguntar qué significaba eso, Kioran se levantó del sofá de un salto, como si hubiera recordado algo que dejó sin hacer. Se dirigió rápidamente a la ventana del salón, apoyando ambas manos en el marco. Desde allí miró hacia afuera, con los hombros tensos y la mandíbula apretada. Sus mejillas estaban teñidas de un leve rubor, algo que no pasaría desapercibido si la observaran con atención.

«¿Por qué tuve que decir una mierda tan cursi?», se recriminó en silencio, tratando de sacudirse la incomodidad que la invadía. Expresar así una apreciación tan personal la hizo sentir peligrosamente expuesta, pero… no pudo refrenarse. En verdad, de todo lo que había pasado hasta ese minuto, lograr evitar la muerte de Trunks la llenaba de un sentimiento positivo que le costaba reconocer.

A la distancia, Gohan sonrió. Había algo en esa interacción que le agradaba, y concluyó que tal vez esa era la fórmula perfecta para amansar saiyajines de raza pura: entrenamiento, desafíos y, sobre todo, comida.

Así que esa sería su labor: procurar entrenarla para mejorar sus habilidades junto a Trunks, darle pequeños desafíos constantes, y asegurarse de que nunca le faltaran platos de arroz para comer.

Si todo iba bien, quizás podría lograr que se convirtiera en una aliada más permanente… al menos, por el tiempo que estuviera allí.

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El día siguió su curso con celeridad. Gohan se aseguró de que Kioran no se fuera para intentar seguir poniendo en práctica su plan, así que durante la tarde —luego de un almuerzo muy abundante— volvieron a entrenar, pues no quería desperdiciar ni un segundo. Sabía que en cualquier momento los androides podían aparecer de nuevo, y si eso sucedía, debían estar listos para reaccionar de inmediato con una estrategia previamente planificada. Además, Kioran se convirtió fortuitamente en una contrincante útil para darle a Trunks otro tipo de entrenamiento, y como buen maestro, Gohan se aseguró de integrarla, buscando aprovechar sus habilidades para cubrir ángulos nuevos y diseñar tácticas que les dieran alguna ventaja en combate. En un mundo tan hostil como aquel, prepararse adecuadamente era su mejor opción. Para Kioran, el entrenamiento era una distracción bienvenida; una forma de mantenerse ocupada mientras buscaba respuestas que no parecían llegar pronto.

A medida que el entrenamiento avanzaba, la frustración de Trunks no tardó en hacerse evidente, pues le molestaba sobremanera sentirse imposibilitado de tener voz y voto ante el hecho de que Gohan y Kioran coincidían en que no debía acercarse a los androides bajo ninguna circunstancia. Lo único que él deseaba era demostrar su valía en combate, pero sus expectativas se desmoronaban con cada comentario que lo mantenía alejado de la batalla.

—Ni se te ocurra, pequeño príncipe —masculló Kioran con los brazos en jarra, otra vez de muy mal humor—. Tu único deber es hacerte fuerte, no enfrentarte a ellos. Eso es cosa nuestra.

Trunks frunció el ceño, pero antes de que pudiera replicar, Gohan intervino con una seriedad poco habitual en él:

—Cosa mía —la corrigió—. Es mi deber derrotarlos.

Kioran, fastidiada tanto por el tono como por la manera en que parecía apartarla, lo fulminó con la mirada y levantó un dedo acusador en su dirección.

—Escucha, híbrido: a mí no me dices lo que tengo que hacer. —Su voz tenía un filo peligroso, y su índice se trasladó hacia Trunks—. A él puedes darle las órdenes que quieras, pero yo no tengo por qué obedecerte.

Gohan guardó silencio por un instante, tanteando el ambiente. No quería que la conversación derivara en una confrontación inútil, así que decidió optar por la diplomacia.

—No lo decía en ese sentido.

—¿Y en qué sentido, entonces? — replicó ella, sin ceder ni un centímetro. No iba a dejar pasar el comentario tan fácilmente.

El mestizo volvió a quedarse en silencio, como si estuviera eligiendo cuidadosamente su respuesta. Luego, decidió variar su táctica.

—¿Sabes cuántos días estuviste inconsciente? —preguntó de repente, tomando a Kioran por sorpresa.

—Eh, no —admitió, visiblemente sorprendida por el repentino cambio de tema. Era algo en lo que ni siquiera se detuvo a pensar.

—Poco más de una semana.

Ella frunció el ceño, procesando la información. No era un detalle menor. Había sido mucho tiempo, más del que pensaba.

Sí, bueno, tenía sentido, pero ¿cuál era la relación con lo que estaban hablando?

—Nos esforzamos mucho para que sobrevivieras, hermana mayor —añadió Trunks, recordando vívidamente el rostro de Kioran cubierto de sangre y moretones, y la preocupación de que esa mujer entonces desconocida muriera en sus brazos mientras le hacía masaje cardíaco.

—No pienses que te estoy llamando «débil» ni mucho menos, pero sería mejor si me dejas los enfrentamientos a mí. Al menos por ahora —explicó Gohan, tan tranquilo que parecía imposible discutir con él.

Kioran clavó los ojos en el suelo, incapaz de sostenerle la mirada en ese momento. Sus manos apretaban los bordes de su armadura, buscando algún punto de apoyo para resistir la frustración que bullía en su interior.

—Sé perfectamente que me trajeron de vuelta cuando ya estaba a punto de estirar la pata —admitió con la boca pequeña, evidenciando lo mucho que le costaba pronunciar esas palabras—; no pienso desperdiciar esta oportunidad. No quiero morir, pero si me toca pelear en algún momento, lo haré, y será mi decisión. —Sus ojos, ahora llenos de determinación, se clavaron en Gohan—. Ustedes no tendrán nada que ver con eso, y no deberán cargar con la culpa. ¿Está claro? —Luego, lo señaló con el mentón—. Y tú… ya sé que eres más fuerte que yo, pero no más que los androides. Si tengo que pelear a tu lado, lo haré. Y esa también será mi decisión.

Gohan sostuvo su mirada, pero en lugar de contradecirla, le sonrió con esa paciencia que la sacaba de quicio.

—¿Recuerdas tu objetivo? —dijo persuasivo—. Trunks no puede quedar solo. Si algo me llega a pasar, necesito que lo guíes… hasta lo que me contaste que ocurrirá.

Kioran sintió un nudo formándose en su garganta. Odiaba sentirse así, sin argumentos, sin manera de contrarrestar lo que estaba planteando.

—Eso no es justo, híbrido —masculló, pero esta vez su tono carecía de aquella irritación habitual—. En tal caso, tú deberías quedarte con él y yo sacrificarme. Tiene mucho más sentido que seas tú el que sobreviva.

—Jamás permitiría que alguien muriera en mi lugar —replicó Gohan con una firmeza que no admitía discusión.

Sus palabras cortaron el aire con tal convicción que Kioran no supo qué decir. La tensión en su cuerpo se desvaneció poco a poco, como si esa serenidad que Gohan emanaba tuviera el poder de desactivar su ira por completo. No podía seguir discutiendo. No cuando él tenía esa absurda capacidad de hacerla bajar la guardia sin siquiera intentarlo.

Además, apenas llegaran a buscarla de la Patrulla del Tiempo se iría, y todo quedaría en manos de él… Maldita sea, odiaba que fuera tan razonable. Kioran lidiaba mucho mejor con la histeria y lo que no hacía ningún sentido; era mucho más fácil meterle sus argumentos a alguien a patadas que sostener un diálogo en buenos términos.

Trunks soltó un quejido impaciente.

—Saben que no me entero de nada, ¿verdad? —protestó, cruzándose de brazos—. Están hablando en clave, como si yo fuera un niño.

Kioran no pudo evitar poner los ojos en blanco ante su queja. «Eres un niño», pensó con ironía, aunque apreciaba su determinación por querer estar al mismo nivel que ellos. Se portaba como un auténtico saiyajin…

A diferencia del otro…

—Si quieres entender, entonces prométeme que no te enfrentarás a los androides —enfatizó Kioran, aunque en su interior sabía que esas palabras no tendrían mucho peso para el muchacho. Pero, si había al menos una posibilidad de que las tomara en serio, debía intentarlo.

Trunks bajó la mirada, el ceño fruncido y la mandíbula fuertemente cerrada. Finalmente, levantó los ojos y, con un tono cargado de frustración, respondió:

—No necesito prometer nada. Ya sé que no tengo oportunidad de ganarles…

—En este momento —puntualizó Gohan, colocándole la mano en el hombro y sonriéndole de manera alentadora—. Nunca olvides el increíble potencial que tienes. Llegará el día en que podrás derrotarlos con facilidad.

—Eso si no los acabas tú primero —puntualizó Trunks, descruzando los brazos, y todo su ademán se impregnó de notoria esperanza.

Gohan desvió la mirada. Sus labios se curvaron en una sonrisa ligera, ocultando la rigidez en su mandíbula. Sus ojos, normalmente serenos, se oscurecieron con una sombra de tristeza. Kioran, que lo observaba con atención, notó cómo su postura transmitía algo parecido a una resignación silenciosa, como si en el fondo estuviera diciendo que su verdadero propósito no era vencer a los androides, sino preparar a Trunks para un futuro que él mismo quizá no alcanzaría a ver.

No le hizo ninguna gracia. ¿De qué diablos servía haber metido la pata con él si no estaba determinado a vivir?

Y, como estaba tan incómoda y con ganas de asestarle un buen golpe a lo primero que se le cruzara, espetó:

—Quizás a ustedes les guste andar apestando por ahí, pero a mí no. —Arrugó la nariz, olisqueando en la dirección que se encontraba Gohan para luego fingir que su aroma a sudor le desagradaba.

Que no, no le desagradaba, pero eso no tenía por qué comentarlo.

Trunks fue el primero en reaccionar al cambio de ambiente.

—¡Bañémonos juntos, Gohan! —exclamó, con la emoción de quien convierte algo rutinario en una gran aventura. Luego se giró hacia Kioran y le habló en tono sorprendentemente amable—: Mi mamá te puede prestar su ducha, estoy seguro de que no habrá problema.

Kioran negó con la cabeza, agitando la mano como si rechazara una oferta insignificante.

—No es necesario, voy a bañarme en el mar. No me gusta el agua caliente.

Pero no estaba explicando la razón principal: esa mañana había decidido abandonar definitivamente la casa medio destruida que utilizó como refugio temporal, y no quería regresar. La sola idea de volver a estar sola en ese espacio vacío y desolador la sofocaba. Aun así, tampoco se veía quedándose con Bulma y el chiquillo todo el día; una cosa era tolerar su compañía por momentos, pero tenerlos siempre alrededor era algo que no estaba dispuesta a soportar.

Gohan, siempre muy observador, captó la incomodidad de Kioran sin esfuerzo, así que se acercó un paso más y dijo:

—Tengo una idea. Ven con nosotros antes de ir al mar.

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—¡Ya te dije que no quiero! —protestó la guerrera, con los brazos en jarra y la cola cortando el aire a latigazos.

La vena en su frente había ido creciendo de tamaño conforme escuchaba la «magnífica» idea de aquel híbrido saiyajin, y para cuando terminó, estaba a punto de explotar como una olla a presión.

—O-oye… —balbuceó Gohan, visiblemente superado por el estallido de Kioran. Hasta ahora había logrado frenar sus explosiones de carácter con cierta facilidad, pero en esta ocasión, las cosas se le estaban saliendo de control.

—¡No necesito una maldita casa cápsula! ¡No quiero que me regalen nada! —volvió a gritar, su voz resonando por toda la sala—. ¡No estoy para que me hagan favores como si fuera la maldita caridad!

—Estás siendo irracional…

—¡Me da igual! —Su mirada fulminante pasó por todos los presentes de ida y vuelta, desafiándolos a contradecirla.

—Kioran, es solo una casa cápsula —intentó convencerla de nuevo, usando su tono más persuasivo—. Bulma tiene de sobra, en verdad es muy práctico. Estarás cerca por cualquier emergencia y tendrás un lugar bien equipado en el que vivir.

Bulma intervino con una sonrisa tranquila, claramente acostumbrada a lidiar con personas obstinadas y salir siempre victoriosa.

—De verdad, Kioran, no es ningún problema para mí —le aseguró—. Lo que dice Gohan es cierto: tengo muchas casas cápsulas guardadas sin uso. Me encantaría que una de ellas te sirviera de algo.

—La hermana mayor está actuando como una niña malcriada… —murmuró Trunks de improviso, cruzando los brazos con la misma arrogancia de su padre.

El comentario fue como una chispa en un barril de pólvora. Kioran sintió un torrente de rabia subir por su pecho, sus ojos se entrecerraron peligrosamente y un gruñido grave escapó de sus labios.

—¡¿Qué dijiste, mocoso?! —rugió, su cola agitándose con más fuerza.

Trunks dio un paso atrás, pero mantuvo la mirada desafiante, como si quisiera demostrar que no le tenía miedo. Justo cuando parecía que Kioran iba a explotar, Bulma se adelantó rápidamente, colocando una mano firme en la cabeza de su hijo.

—No seas maleducado; discúlpate con ella —ordenó. Su voz no se elevó, pero la autoridad en su tono no dejaba espacio para la discusión.

Trunks bajó la mirada, murmurando un «Lo siento» que apenas se oyó. Kioran respiró hondo, intentando calmar el impulso de darle una lección en ese mismo instante.

—Esto es ridículo —masculló, volviendo a dirigir toda su frustración hacia Gohan, como si le lanzara un misil—. Y tú, ¿por qué te empeñas en que esté al lado de tu casa? ¿Quieres tenerme vigilada?

—Por supuesto que no, es solo cuestión de practicidad: si ocurre alguna emergencia, estaremos cerca para reaccionar rápido. No hay ninguna intención oculta, te lo prometo.

Kioran lo miró con los ojos entrecerrados, todavía furiosa.

—«Al lado» es demasiado cerca —puntualizó—. No necesito que me estés vigilando.

—Que no voy a vigilarte —repitió Gohan, apelando a toda su paciencia—. No hay nada de eso.

La saiyajin apretó los dientes, debatiéndose entre su necesidad de independencia y la incomodidad de aceptar algo que sonaba lógico. La rabia que sentía se mezclaba con la frustración de no poder encontrar una buena excusa para seguir negándose. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, solo por orgullo, la voz suave de Bulma intervino de nuevo:

—Por favor, Kioran —expresó en tono cálido y maternal—. Me sentiría mucho mejor si estuvieras en un lugar cómodo. Hazlo por mí, ¿sí?

Kioran sintió un nudo en la garganta. Por más que intentara mantener su hostilidad, no podía ser desagradable con ella, especialmente cuando se lo pedía de esa forma. Bufó y desvió la mirada, visiblemente incómoda.

—Está bien, pero que quede claro que lo hago únicamente porque lo pides —resopló, aceptando a regañadientes mientras mantenía el ceño fruncido—. Y no te hagas ilusiones, híbrido. —Se giró hacia Gohan con una mirada punzante—. Que vivas al lado no significa que tenga que verte la cara todo el maldito día. Además, no olviden que estoy de paso, y en cualquier momento me largo.

Gohan soltó una risa suave, divertido por su obstinación.

Ahora que ella finalmente se había resignado, lo siguiente consistió en guiarla hacia el terreno donde instalarían su nueva casa, ubicado unos kilómetros al norte de la Corporación Cápsula. Mientras volaban, Gohan le explicó detalladamente cómo ubicarse en la zona sin perderse, y Kioran, a pesar de su aparente desinterés, anotó mentalmente cada una de las indicaciones.

El sol comenzaba a descender en el horizonte cuando aterrizaron en el lugar.

—Esa es mi casa. —Señaló una estructura simple y funcional frente a ellos—. Y justo allí instalaremos la tuya —afirmó, mostrándole el espacio vacío contiguo.

Con un movimiento rápido, lanzó la cápsula que llevaba en la mano. En un instante, una pequeña explosión liberó una nube de humo, y en cuanto esta se disipó, apareció la dichosa casa. Era una estructura ovalada, compacta y perfectamente diseñada para una sola persona. La construcción, de color blanco con detalles metálicos, tenía una entrada pequeña y varios ventanales que permitían el paso de abundante luz natural. Era del mismo tamaño que la casa de Gohan, y salvo por la puerta roja —en lugar de café—, ambas construcciones habrían sido idénticas.

Kioran cruzó el umbral con expresión resignada, inspeccionando el interior. Todo estaba impecablemente ordenado, demostrando que la casa estaba lista para ser habitada: una cocina con lo esencial, un salón diminuto con una mesa de centro y un pequeño sofá, un baño bien equipado considerando su tamaño, y finalmente, una habitación con una cama individual.

Su mirada se detuvo en la cama por unos segundos, y de inmediato frunció el ceño.

«Ppff, cómo les gustan a los terrícolas esas mierdas incómodas…»

Gohan la llevó de vuelta hacia el baño para mostrarle el armario que almacenaba todo tipo de útiles de aseo, y luego se detuvo en la pequeña tina que también contaba con una ducha.

—Dijiste que no te gusta el agua caliente. En ese caso, solo tienes que girar la llave azul para que salga fría, y no tocar la llave roja —le explicó, mostrándole rápidamente cómo funcionaba.

La guerrera cruzó los brazos y, con un tono cargado de sarcasmo, replicó:

—Ya… qué amable.

Luego, se dirigieron nuevamente hacia la cocina, porque ella insistía en comprobar si había un microondas allí; Gohan le aseguró que estaba en la encimera contigua a los quemadores de la cocina, pero Kioran alegaba no haber visto nada de eso.

—Es este. —Señaló el electrodoméstico con unas ligeras palmaditas sobre la aleación de metal.

Kioran lo observó en completo silencio durante unos segundos, estrechando los ojos como si estuviera estudiando un fósil arqueológico. Finalmente, no pudo contenerse:

—¿Esto es un microondas? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y la ofensa, como si el aparato hubiera cometido algún crimen capital contra ella.

Era una caja cuadrada de color gris, con un vidrio opaco en la pequeña puerta, un montón de botones con dibujos ridículos y la apariencia de estallar al menor contacto con alguien de manos no muy cuidadosas…

Gohan pestañeó un par de veces, algo desconcertado por su reacción.

—Sí, claro que lo es. ¿Qué tiene de raro? —replicó, alternando miradas entre ella y el pobre microondas.

—¡Todo! —soltó Kioran, señalándolo con el dedo como si lo estuviera acusando de un delito—. Este trasto parece salido de un museo de antigüedades. ¿Cómo se supone que voy a usarlo?

Gohan no pudo evitar que se le escaparan algunas risitas, divertido por el dramatismo en su tono de voz ante algo tan simple.

—Es bastante fácil, te explico —dijo, intentando no reír mientras señalaba los botones—: solo tienes que colocar el plato aquí dentro, seleccionar el tipo de comida que vas a calentar guiándote por estos dibujos —indicó los pequeños íconos que representaban alimentos como arroz, sopa y carne—, y luego apretar este botón para que empiece. Después, simplemente esperas a que termine la cuenta regresiva.

—¡Joder, se me va a olvidar todo eso! —gruñó, gesticulando con exasperación. Recordó con nostalgia el microondas que tenía en su habitación en ciudad Conton, un dispositivo tan avanzado que reconocía automáticamente el alimento, calculaba el tiempo exacto necesario y lo calentaba en cuestión de segundos. No hacía falta memorizar nada, ni lidiar con botones arcaicos—. ¿Por qué todo tiene que ser tan primitivo en este planeta? ¡Ni siquiera hay sensores automáticos!

Gohan, al ver su expresión de auténtico desamparo, falló miserablemente en contener las carcajadas.

—Te prometo que vas a sobrevivir —aseguró entre risas—, solo procura elegir el alimento correcto. Por último, puedes pedirme ayuda.

Kioran optó por desviar la mirada, incómoda porque él siempre parecía estar enseñándole alguna cosa. Gohan le dedicó una última sonrisa de despedida y se dirigió hacia la puerta, listo para marcharse. Justo cuando iba a salir, la voz de Kioran lo detuvo, pero esta vez sonaba diferente. Más suave.

—Yo… escuché a la señora Bulma hablar sobre tu mamá en el desayuno…

Gohan se detuvo en seco, sorprendido tanto por el radical cambio de tema como por las palabras y el tono que había usado. Se giró para mirarla, intuyendo que debía haber algo más detrás de ese comentario.

—¿Qué pasa con eso?

Kioran lo miró, vacilante por un segundo, como si las palabras se le quedaran atascadas en la garganta.

—¿Dónde vive ella? —preguntó, tratando de sonar casual, aunque en su voz había algo más profundo. Un matiz que Gohan captó al instante.

Él suspiró. Su rostro se llenó de una profunda melancolía.

—Murió hace años.

La respuesta, aunque sencilla, la golpeó de una manera inesperada. Sus puños se apretaron con fuerza, y Gohan notó la sutil tensión en su postura, tanto como la forma en que su cola parecía aferrarse a su cintura. No dijo nada, pero era evidente que la noticia la había afectado más de lo que estaba dispuesta a mostrar. Quizás, pensó Gohan, había algo en su historia que la conectaba con esa pérdida.

Empatía. Ella podía sentir empatía, estaba muy claro.

—¿Qué te parece si nos reunimos en casa de Bulma todas las mañanas para entrenar y comer? —sugirió entonces, desviando la atención de ese terreno tan incómodo.

Kioran, todavía perdida en sus pensamientos sobre la respuesta de Gohan, asintió de manera distraída. Sus ojos vagaban desenfocados, fijos en un punto indeterminado, mientras su mente parecía muy lejos de aquella pequeña casa cápsula.

—Sí, vale… —murmuró casi como un reflejo, su voz apagada y carente de fuerza, apenas resonando en la quietud de la estancia.

Tan sumida estaba en sus propios pensamientos que no percibió el momento en que Gohan abandonó el lugar. Fue solo cuando el profundo silencio se instaló, envolviendo todo a su alrededor, que tomó conciencia de que estaba completamente sola. Atormentada, recorrió con la vista las paredes curvas de la estructura ovalada, tan distintas a lo que conocía. Todo en esa pequeña casa era funcional, práctico… pero el espacio, por más bien diseñado que estuviera, le resultaba extrañamente desolador. Cada rincón le parecía frío, indiferente.

Aunque Gohan no estaba lejos, sino a solo unos metros de distancia, una extraña sensación de vacío se apoderó de ella. De alguna forma, en ese pequeño lugar, se sentía más sola que nunca.

Intentó que algo más captase su atención: la eficiencia de la utilización de esos espacios por muebles tan bien optimizados; el color oscuro de la madera, cuyos relieves le recordaban vagamente al suelo de un planeta en el que vivió poco más de un año; las formas sinuosas que adoptaba la luz del atardecer entrando por la ventana más próxima e iluminando un extraño jarrón de cristal, ubicado sobre el mesón de la cocina… y no, nada de aquello lograba sacarla de la espiral extraña en que se había convertido su propia mente, reviviendo una y otra vez la respuesta de Gohan: «Murió hace años».

Negando con la cabeza, Kioran apoyó la espalda en la pared y se dejó caer lentamente al suelo, para luego abrazarse las rodillas con fuerza y esconder la cabeza entre sus antebrazos marcados.

Así que ese mestizo tampoco tenía a su mamá con vida…

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N. de la A.:

¡Ha llegado un nuevo sábado! Y un nuevo capítulo, el primero de este 2025. ¡Feliz año a todos mis queridos lectores! Gracias a todos por seguir esta historia, por sus comentarios, sus mensajes internos, sus votos, y por el entusiasmo. También por querer a Kioran, la mujer se ha ganado el corazón de muchos, ¡estoy muy agradecida!

Hablando de Kioran, ¿qué les han parecido sus interacciones con este Trunks? Que ya muestra partes de su personalidad que se mantuvieron de adulto, pero mezcladas con ser todavía un chiquillo. Es un poco molestoso, pero eso es cosa de Kioran también, porque ella lo molesta bastante XD

Y Gohan… Con esa permanente tranquilidad. Demasiado tranquilo. ¿O no?

Si te gustó el capítulo de hoy, ¡no seas tímido/a! Muéstrame tu entusiasmo con comentarios, estrellitas y kudos. ¡Incluso si solo me saludas, estaré muy feliz!

Nos vemos en el siguiente…

Amor y felicidad para todos.

Stacy Adler.