Para Artoria Pendragon, Rey de Gran Bretaña, Halmeus era alguien a quien adoraba y ensalzaba como el símbolo perfecto de un héroe.

Para ella, Halmeus era, de hecho, el héroe.

Cuando era pequeña, se metía en la cama con el registro de Halmeus en los brazos y se acurrucaba en sus mantas con la luz de las velas iluminando las páginas mientras pasaba cuidadosamente los dedos sobre las palabras impresas. Luego se quedaba dormida con el libro acunado en sus brazos y se despertaba con las llamadas de Kay para desayunar.

Cuando creció, tomó la copia del disco en su silla de montar y la llevó a donde quiera que se aventurara. El hecho de que sus caballeros también fueran ávidos lectores del libro también fue un factor que contribuyó a su hábito, ya que a menudo debatían sobre cuáles eran los verdaderos pensamientos e intenciones de Halmeus, y cuáles eran sus escenas favoritas.

Incluso el estoico y de voluntad de hierro Agravain tenía una copia, incluso si realmente lo era, como afirmaba; con fines educativos.

Algunos incluso se desafiaron directamente a un duelo cuando sus tontos debates se acaloraron sobre cuál de ellos respetaba más a Halmeus. En estas ocasiones , Lancelot y Gawain solían desnudarse por completo frente a sus caballeros en un duelo de boxeo.

Era una...vista que Artoria nunca quiso ver. Nunca más. Los abdominales sudorosos eran una cosa interesante pero... los...colgantes...abultados... urgh.

Cabía decir que cuando se enteró de la relación entre Lancelot y Guinevere tuvo una imagen muy gráfica de cómo fueron las cosas.

Además, era un argumento tonto en primer lugar. ¡Por supuesto, ella era la que más respetaba a Halmeus!

¡Tenía un juego completo de juguetes de madera de Halmeus escondidos dentro del compartimento secreto de su cama en Camelot, por el amor de Dios! ¡Una edición premium de Cornualles!

Su dedicación al Registro de Halmeus continuó incluso después de que su Espada de la Elección, Caliburn, fuera destrozada junto con sus ideales en la realeza. Con Excalibur en la mano y el registro en la otra, marchó con sus ejércitos contra los invasores sajones y romanos y llevó la victoria a su tierra natal en cada batalla.

Hasta el mismo punto de la caída de Gran Bretaña, y lo que representaba pereció y dejó de existir, Artoria había anhelado obstinadamente un deseo imposible de que si pudiera hacer retroceder el tiempo, alguien como Halmeus podría haber sido elegido por la espada.

Por lo tanto, fue a la vez estimulante y vergonzoso encontrarse con su ídolo en el estado en el que se encontraba ahora.

Un Espíritu Heroico verdadero que en realidad no estaba muerto, un fantasma que ansiaba rehacer la colina de Camlann... una chica que perdió la esperanza en el camino que había recorrido, aferrándose desesperadamente a su oportunidad de redención. ¿Qué pensaría Halmeus de ella en este lamentable estado? ¿Quién pensaría que este era el legendario Rey Arturo?

Ella no era la única con sus dudas. Su vacilación se reflejó en su adversario que la enfrentó en el duelo. La expresión de Diarmuid era tan idéntica a la de ella que resultaba casi cómica.

Él también, siendo un caballero de Fianna, había traicionado involuntariamente a su señor Fionn debido a la Geis (maldición vinculante) que le lanzó la novia de Fionn, Grainne, para huir con ella, fallándole así a su señor y a su país.

Había matado a sus hermanos de armas y desafiado a su señor lo cual para el era como arrancarle el corazón palpitante del pecho. Su honor, sus juramentos, sus votos como caballero... Todo se rompió la noche en que huyó con la novia recién casada de su señor.

Por lo tanto, era natural que Diarmuid y Artoria se sintieran más que un poco culpables de estar en presencia de su Héroe ideal. No se sentían dignos de estar bajo su mirada.

Después de todo, no había duda de que el Libro Negro salió volando de la mano de Archer... Gilgamesh. La portada 'hablaba' a sus mentes como si la estuvieran leyendo. Era sin duda, el Original, la Épica de Halmeus.

Y el registro antiguo salió volando de las manos de Gilgamesh, aquel que lo había hallado y hecho parte de su legado, por sí solo para reunirse con su dueño. ¿Y quién podría ser el dueño sino Halmeus?

Estaban a punto de preguntar sobre su identidad aunque sólo fuera para confirmar sus sospechas cuando una orden de sus respectivos amos los heló hasta los huesos.

"Te ordeno por el poder de mi sello de mando: Mata a Halmeus".

...Hmm. Eso bastará. Te lo ordeno por el poder de mi sello de comando; únete a Lancer en su intento de matar a Halmeus, y apuñala al caballero de por la espalda si surge la oportunidad –La voz de Kiritsugu Emiya resonó en su cabeza.

Artoria y Diarmuid se quejaron juntos como uno, uno en su mente y el otro con su voz.

– ¡Maestro! ¡Por favor reconsidere! Esto... ¡cualquier cosa menos esto! –

'¡Kiritsugu! ¿¡Cuál es el significado de este!? ¿¡Por qué...cómo puedes!? Él... ¿¡No era tu sueño ser un Héroe de la Justicia!?'

La respuesta de sus amos fue el silencio.

Los labios del Rey de los Caballeros se torcieron antes de dar vuelta su cabeza en un último intento desesperado mientras gritaba aquellas palabras antes solo dichas por el enlace mental.

– Urgh! –

Los rostros de Saber y Lancer se transformaron en uno de pura conmoción e indignación, pero eran impotentes para hacer otra cosa. No podían desobedecer como Gilgamesh, ni podían convencer a sus amos para que actuaran de otra manera.

Sus pies se movieron hacia el hombre que estaba de pie tranquilamente con las manos cruzadas a la espalda.

Sus armas se retorcieron en sus manos mientras apuntaban lentamente hacia él. La vergüenza hizo que sus rostros se sonrojaran de un rojo brillante.

En lugar de criticarlos a ellos o a sus amos, el hombre, Halmeus, simplemente sonrió. Su sonrisa era de una manera paternal y reconfortante como si los perdonara por todos sus pecados.

Fue tan abarcador pero hecho de una manera tan natural que no pudieron evitar sentir una especie de inmenso alivio que solo sentían con las personas más cercanas en sus vidas.

Sin saberlo, sus labios se torcieron.

Una frase del Registro de Halmeus pasó por sus mentes.

El que es Halmeus no llorará ni se enfurecerá. No odiará a quienes lo odiaron ni traicionará a quienes lo traicionaron para su beneficio egoísta.

Caminará por la tierra con el peso del mundo sobre sus espaldas y sonreirá para quienes viven con él bajo su protección.

Había caminado sobre innumerables campos de batalla y había enfrentado innumerables pruebas. Ni una sola vez vaciló, huyó o cayó.

Porque Él es el Salvador del Hombre, Protector del Planeta y Conquistador de las Estrellas.

Es Halmeus y nunca ha conocido la derrota.

Con temor y asombro en el pecho, Artoria y Diarmuid levantaron sus espadas y lanzas. En un parpadeo de un segundo, vieron la imagen fantasmal del Héroe con los brazos abiertos en una cálida bienvenida, y su abrazo que salvará a todos.

En toda leyenda siempre hay un destello de verdad. La voz que Artoria y Diarmuid no escuchaban desde hacia siglos hablo en sus oídos, empoderando sus sentidos.

Era una voz que hablaba a través del Heroe Halmeus. Una voz que sonaba agradecida hacia el heroe, esa misma voz que tantas veces había sido despiadada... La voz de Alaya.

Halmeus asintió con la cabeza, cómo si supiera perfectamente lo que habían escuchado, y con la sonrisa serena aún en sus labios levantó un puño hacia el cielo.

– ¡Cómo te atreves, tu maldito por la existencia, Sanguine! ¡Tú maldición no me detendrá ni me desviará de mi convicción, porque es el camino que he elegido! Puedes tener sellados mis poderes, pero aunque sea solo con mi voluntad, te derribaré... Para blandir la prueba de la Esperanza que ilumina el mundo de la Humanidad!

Con esas palabras inspiradoras que hicieron bombear la sangre en todos los que lo escucharon, Halmeus se llevó la mano a la cintura y cortó hacia el cielo con su famosa Espada Selladora en la mano... excepto que no lo era.

Los ojos de Artoria se salieron de sus órbitas cuando la boca de Irisviel se transformó en una boca abierta poco característica.

– ¿Una...Katana? –Murmuro la creación de los Einzbern, extrañada.

... No sabían que Halmeus estaba enloqueciendo dentro de su mente, y cada palabra conjurada por su lengua plateada era una completa y absoluta tontería por el absoluto pánico.

Si tan solo supieran que su supervivencia dependía de las funciones automáticas de su querida Katana... Y que su fuerza de Espíritu Heroico aún aumentada estaba tan lejos de los servants.

Pero aún asi, el destino seguía su curso.

Lancer y Saber se combinaron en su ataque, Gae Dearg lanzo un barrido y Gae Buidhe apuntó a su cabeza, mientras la espada oculta en el viento de Saber apuñalaba hacia adelante.

Halmeus, con una pequeña sonrisa en su rostro se sumergio hacia adelante con un salto, evitando el ataque doble de Diarmuid, su katana repentinamente cortando hacia la izquierda donde no había nada.

Entonces, un chispazo recorrió el costado de la hoja de Muramasa, el costado apartando la hoja que sostenía Saber. Un gesto rapido de la figura del Conquistador de las Estrellas con su katana y se levantaron dos explosiones resonantes que alejaron al Rey de los Caballeros hacia atras.

Artoria se deslizó, los zapatos de hierro chirriando. El asombro cubría su rostro ¿Cuando había el golpeado para causar aquello? ¡No había podido verlo!

Lancer sintió que sus labios se estiraban levemente hacia arriba. Verdaderamente, Halmeus era impresionante.

El había podido esquivar su ataque como si no existiera y su instinto por si solo sirvió para apartar el ataque de Saber, quien era un guerrero terriblemente capaz aún herido.

A su pesar, porque está no era una batalla honorable, no podía evitar sentirse emocionado de tener una batalla contra su héroe: Halmeus, El Quien Conquistó las Estrellas.

Y aquella... ¡¿No sería acaso..?!

– ¡Muramasa, la espada del Viaje al Este que derrotó al Dios Demonio Primordial Gyuki! –Exclamo Artoria, reconociendo de repente la katana.

¡Que tonto de ella no recordar que Halmeus tenía más que un sólo arma! El Arco, la Espada Selladora, la espada voladora...

Halmeus bien podría haber clasificado para casi todas las clases, exceptuando Assasin.

Y Halmeus... Sentía que iba a morir en cualquier momento. El en ningún momento había hecho nada.

Absolutamente nada.

Fue Muramasa quién tiró de su cuerpo, tal cómo el libro tiró de Gilgamesh. Fue desagradable, en un momento aún estaba sonriendo con una sonrisa apenas mantenida al borde de la locura y al siguiente estaba desviando Excalibur de apuñalarlo.

Las explosiones habían sido las armas de los servants hiriendo el asfalto y las cañerias de gas por debajo en lugar de su cuerpo, lo cuál había dejado que el aire presurizado con mana y los pequeños chorros de gas encendidos en llamas que al combinar física y magia empujó a Artoria.

También parecía haber evitado ser golpeado y perforado por Lancer.

Si, está bien, sus estadísticas habían subido de nivel, pero no estaba ni cerca de la fuerza y velocidad aumentadas de Arturia con Mana Burst ni la velocidad natural de Lancer.

Apenas había podido verlo, pero aquella bien podía ser la última vez. Muramasa no podría salvarlo por siempre. Los milagros existían, pero sólo ocurrían una vez después de todo.

– ¡Rider, ayudemos a Halmeus! –Grito la voz infantil de Waver Velvet.

El Rey de Rojo parpadeó, sacado de la ensoñación de la batalla en la cuál había visto a aquél que lo inspiró para iniciar su viaje. Una sonrisa ancha se dibujo por todo su rostro.

– ¡Ahora hablas cómo un verdadero hombre, muchacho! –Rugio Iskandar, la espada griega señaló hacia adelante mientras su mano libre conducía las riendas – ¿Que es un Rey sino aquel que va al frente? ¡Verdaderamente, ya no puedo ser sólo un espectador! –

Los toros avanzaron, golpeando el suelo con el estruendo del trueno.

La noche se veía oscura, pero aún con las corrientes de agua oscura golpeando contra la costa y el retumbar de la batalla era solo cuestión de tiempo para que las cosas cambiasen.

La oscuridad más profunda sólo hace a la luz más brillante.


¡Que nervios! Ya introduje unos cuantos cambios aquí e iniciamos oficialmente la mayor cantidad de cambios posibles para la verdadera continuación de la historia. Prepárense para lo que viene, porque tengo muchas cosas pensadas.