La caballeria de dirigía rampante hacia el enemigo, con el Rey de Rojo al frente Girando sobre su propia posición en el aire Halmeus señaló su fiel katana hacia los enemigos.
¡No eran doce, eran al menos cincuenta! Assasin tenía artes extrañas para manipular.
– ¡Vuela, Muramasa! –
La hoja forjada por el legendario herrero cortó a través del aire, lo perforó, generando un embudo de rocío que avanzó a su alrededor en su búsqueda de uno de los cuerpos de Assasin.
La figura de Assasin, un hombre viejo con un baston acerado que contenía veneno abrió los ojos grandemente antes de que su estomago fuera perforado.
Halmeus aterrizó, inclinandose mientras golpeaba a un costado con la palma extendida. Una cuchilla oculta fue apartada junto a la mano de su agresor al mismo tiempo que Muramasa volvía a su otra mano.
El sólo había querido hacer una pose heroica... ¡Pero tomaría lo que obtuviera! Sobre todo si lo salvaba de morir.
Un siseo escapó como un silbido de sus labios mientras Muramasa en su mano se disparaba hacia adelante con el agarrado a su empuñadura. Se sintió sorprendido, hasta que derribó a dos Assasin más.
La caballería pasó a su alrededor en ese mismo instante, esquivando su cuerpo y atropellando a los enemigos a su alrededor antes de aparecerse en las alturas otras vez, contrarrestando una andanada de cuchillas lanzadas por dos cuerpos de Assasin hacia el ejercito.
Sus brazos parecían que iban a salirse pero su velocidad de rango B lograba mantenerse a duras penas con aquello.
Lentamente sintió que se acostumbraba a aquella locura, no desde un sentido emocional porque la razón por la cuál no estaba en pánico absoluto colapsando en el suelo era el ejército que lo rodeaba y el buff temporal.
No, era su cuerpo el cuál parecía perder el peso que lo oprimía. Muy lentamente, de una forma casi imperceptible, pero en un momento dado pudo ver venir la daga en un borron metálico por la izquierda en lugar de que sólo fuera un destello de acero a punto de empalarlo.
Halmeus sonrió, aún cayendo del aire hacia los cuerpos de Assasin restantes. Inconsciente de ello, su agarre se apretó enviando el mana a través de Muramasa.
Y esa caída debía ser con alguna frase épica, decidió firmemente. Muramasa rugió, un aura recorriendo cada rincón de su cuerpo metálico que reparó automáticamente las muescas existentes.
– Los enemigos cayeron ante está hoja, la oscuridad sangró ante mi voluntad ¡Y el Demonio Primordial pereció! –
Assasin se congeló por un segundo, su agilidad de rango A pareció verse obstaculizada por un segundo por la sed de sangre de la espada demoníaca. Algunos cuerpos más se reunieron a su alrededor, sosteniendo bolsas extrañas junto a sus dagas.
Y sin embargo, la luz aterrizó sobre Halmeus cómo si el fuera el evocador de todo el bien en el mundo. Olas imaginarias lo rodearon mientras el olor de un océano desconocido se hacía presente.
El océano es un reino en el cual nunca ha llegado a conocer por completo. Y en un mundo de magia, criaturas tan antiguas cómo los dioses debían surcar las aguas.
Sin embargo, había descripciones de ese final más allá de la inmensidad, aún cuando las palabras hacían volar la imaginación. Un barco de civilizaciones con tecnología perdida en el tiempo había atravesado el espacio de un portal y su líder intrépido había conocido todo lo que ocultaba.
Iskandar sonrió, extasiado mientras dejaba de hacer fluir el mana que mantenía el Reality Marble.
Halmeus. La sonrisa en su rostro era brillante pero no de un modo cegador sino cálido cómo el de un fuego del hogar, uno que llamaba al recuerdo de todo lo bueno. La espada en sus manos cambio a un destello dorado, perdiendo la esencia demoníaca.
– ¡Atravesando al Primordial, abre mi camino a las estrellas! ¡Muramasa! –Exclamo mientras la realidad parpadeaba del desierto eterno a las calles del puerto.
Uno de los cuerpos de Assasin no pudo evitar el retroceder horrorizado empujando a sus compañeros, las docenas de bolsitas que componían el fuego griego robado al ejército de Iskandar olvidadas cuando las soltó, saltando hacia arriba para intentar escapar del ataque de Halmeus.
Una chispa del mana rebelde impactó el fuego griego y entonces al encenderse hizo explotar las tuberías de gas por debajo-
Un gigantesco destello de llamas rugientes con la figura antigua de un demonio se presentó, Assasins saltando a través de la formación de las llamas antes de de que soltase Muramasa, la katana perforó el viento mismo en un tifon de aire y se llevase consigo a los asesinos.
El asfalto crujió y se despedazó en un verdadero tornado de llamas rugientes que iluminó la noche mientras devoraba madera suelta.
Cuando los servants y maestros frente a las llamas salieron de su aturdimiento el lugar entero era un incendio y la figura del 'héroe original' habia apoyado la hoja carmesi destellante de la katana sobre su hombro con ligereza mientras sonreía de costado.
Inconsciente para ellos Halmeus no habia hecho eso, fue la katana... ¡Que aún estaba caliente!
Agitó la katana una vez queriendo evitar el quemarse la piel y el fuego repentinamente se apagó ante sus ojos pero en lugar de dejar el espacio chamuscado solo las grietas ya existentes se mostraron.
Las cenizas tomaron un tono blanquecino mientras se elevaban en el aire.
Waver trago saliva audiblemente, su pelo despeinado mientras aún se agarraba a la espalda de Iskandar en su caballo.
Halmeus, el héroe había salido de las leyendas al tiempo moderno. Waver Velvet no sabía que pensar al respecto cuando se dió cuenta que la leyenda más antigua de algún modo era real, más aún por el aspecto sencillo que tenía.
A pesar de todo, había podido vislumbrar su temple, su convicción, entendiendo porque Alejandro el Grande había enloquecido tanto al escuchar de Okeanos: el Mar Distante.
¡Y en una sola noche se había enfrentado a Diarmuid, hiriendo al Caballero de Fianna, Artoria Pendragon, deteniendo al Rey de los Caballeros y a Assasin, misterioso ser en las sombras al cuál había aniquilado junto a las huestes del Rey Conquistador!
Verdaderamente ¿Que más había para decir o hacer? Estaba en el choque de algunas de las criaturas más imponentes que habían existido en la historia humana...
¿El era el maestro, Iskandar el sirviente? Que miope de su parte, entendía porque el Rey de Rojo lo había golpeado. Había sido nada menos que un tonto.
Sus pensamientos estaban yendo por un camino depresivo cuando levantó la vista y se dio cuenta de que Halmeus le había sonreído ¡Le había sonreído a el!
Halmeus por otro lado estaba muy cansado, emocionalmente sobre todo lo demás. La euforia y la adrenalina aún recorrían su ser pero aquella parte de su mente que tenía los recuerdos de la reencarnación y el temor de lo que significaba le estaba gritando que se fuera con Kariya y dejará el lugar de una vez.
Había sido demasiado por una noche, pensó. Fue en ese momento que notó rostro abatido de Waver y no pudo evitar sonreir, aquél chico era el más cercano a entender su posición en todo aquello.
Entonces le dirigío la sonrisa a el.
No podía, en buena conciencia, dejar que ambos se preocuparan, ya estaba preocupado por su situación más que suficiente. Para ser tan joven y lidiar con todo... Le deseaba buena suerte.
