Disclaimer: Los personajes que aparecen en este fic, así como el universo donde se desarrolla la historia no son creaciones mías ni me pertenecen. Todo es obra de Masashi Kishimoto.
Nada va a lastimarte, cariño.
Capítulo 2
Algo extraño
Apretó los dientes para soportar el cansancio acumulado en sus músculos: las piernas le dolían al igual que otras partes del cuerpo. No se atrevía a descansar lo suficiente para recobrar las fuerzas, de manera que, el ardor se diseminaba por su sistema cada vez que daba un paso hacia el frente.
Cuando llegó a la cima de una pendiente y vio ante ella la estela serpenteante entre llanuras y colinas que era el camino principal hacia Konoha, sonrió airada.
Había reducido el tiempo de viaje a la mitad. Tan pronto como cruzara las puertas de la aldea y entregara su reporte, se dirigiría a su apartamento, tomaría una ducha caliente y dormiría un día completo. Después de todo, no podía darse el lujo de descansar más de la cuenta, en especial cuando su nombramiento como directora del hospital estaba cerca.
El sol brillaba con fuerza en lo alto, y el sudor le goteaba por la frente. Dentro de poco arribaría, podría olvidar por completo lo acontecido en la misión y llevarse el secreto a la tumba.
Jadeó imperceptiblemente cuando continuó por una empinada montaña. El aire caliente del verano le abrigaba de tal manera que podía sentir como le quemaba los pulmones al mismo tiempo que el agotamiento escocia en su cuerpo. Aun cuando el cansancio amenazaba cada paso que daba, no mostró señal de debilidad. Debía continuar sin detenerse en ningún instante, porque un segundo de retraso significaría estar un paso cerca de Sasuke.
A medida que las colinas se iban difuminando, la aldea apareció ante ella, por encima de los árboles y las nieblas matutinas. La luz del sol brillaba clara sobre el cielo. Corrió por el camino embarrado y resbaladizo hasta llegar al punto de control. Dentro, Kotetsu e Izumo se encargaban de vigilar las entradas y salidas de la aldea. El primero salió a recibirla al percibir su chakra.
—¿Haruno Sakura?
—La misma.
Pese al agotamiento, su embrollo con el señor feudal, Sasuke; pese a todo, Sakura sonrió. Era agradable estar ahí de nuevo; era agradable ver a Kotetsu con su rostro habitualmente vendando y su cabello desordenado.
—Llegaste en tiempo récord, ¿no te marchaste a una misión hace dos días?—preguntó el shinobi, confundido.
Solamente había una persona con la capacidad de viajar a tal velocidad: Minato, el padre de Naruto.
—¿Qué puedo decir?—se encogió de hombros—. Probablemente solo soy una prodigio—sonrió.
—Esta chica…—murmuró Kotetsu—. ¿Te veremos esta noche?—quiso saber.
—¡No lo creo!—exclamo a medida que se alejaba. Los hombres eran criaturas curiosas, pensó. Tan solo había bastado su paso por la pubertad y una guerra para que comenzaran a notarla.
Kotetsu era uno de sus admiradores, y uno de los shinobis más interesados en salir con ella. Pese a la brecha de edad que existía entre los dos y las constantes negativas de su parte, el hombre persistía en sus intentos, lo cual era exasperante.
Traspasó los pesados portones. Las hoja crujieron bajo sus pies, mezclándose con el sonido rítmico de su respiración agitada. El sudor perlaba su frente y se deslizó por su mejilla antes de ser absorbido por la tierna piel de su cuello. La luz matutina de Konoha parpadeó en sus ojos cansados, recordándole que el mundo seguía girando, indiferente a las preocupaciones que la habían perseguido durante horas interminables.
Se ajustó las correas de la mochila y continuó caminando. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando creyó sentir la mirada escrutadora de todos los habitantes del pueblo sobre ella. Sabía que era una ilusión, estaba paranoica, un capricho de su propia culpabilidad, pero no podía disipar esa sensación de sentirse expuesta, como si todos conocieran su secreto. La noche anterior, había hecho algo que nunca habría esperado de sí misma, un desliz que solo ella conocía, una falta que la perseguiría por el resto de sus días si no era lo suficientemente misericordiosa para perdonar y olvidar.
Obligó a su mente a concentrarse y, con una sonrisa forzada, saludó al ANBU que surgió de las sombras. Probablemente se había percatado de su presencia en el instante que cruzó las puertas o solamente era mera coincidencia. Lo cierto era que su encuentro solo significaba dos cosas, y ninguna de las opciones le agradaba.
—Haruno Sakura—su voz era tan fría como el viento invernal—. El Hokage espera por ti en la mansión de Lady Tsunade.
Contuvo las ganas de soltar un grito frustrado. Aquello era lo último que necesitaba. No estaba prepara para encarar a sus mentores, ni siquiera para hacer frente a sus miradas inquisitivas y sus molestas preguntas. Si tenía suerte, ambos se limitarían a hacer cuestionamientos de la misión. De esa forma no se vería obligada a permanecer un rato por cortesía y podría marcharse a su casa para reflexionar sobre el curso de la vida y sus decisiones.
Cerró los ojos y asintió en entendimiento. No necesitaba preguntar cómo el ANBU estaba al tanto de su regreso. Los secretos en Konoha rara vez lo eran por mucho tiempo. Agradeció al enmascarado con un susurro de voz, sus ojos esmeralda titilando con una chispa de misterio. El hombre desapareció de la misma manera en la que había arribado, dejando a Sakura sola en la bulliciosa calle.
La distancia desde donde se encontraba hacia la mansión de su maestra le tomaba al menos quince minutos, y más cuando no se tomaba la molestia de encontrar atajos por los techos para evitar el bullicio y el caos matutino que imperaba en las calles de la aldea. De esa manera, zigzagueando ágilmente contra la marea de personas y los puestos, podía reparar en la magnitud de sus acciones y las consecuencias que éstas traerían a su vida.
Conforme avanzaba a su destino, el ruido disminuyó. La casa de su mentora estaba ubicada a las faldas de la aldea, lejos del ruido y de los problemas.
La bonita casa que se exponía frente a ellos era ostentosa, por no decir colosal. Con un suspiro atascado en la garganta, cruzó la barrera invisible de chakra y transitó por el camino de grava que dirigía a los visitantes a la puerta principal.
Golpeó la superficie con firmeza y aguardó. No iba a mencionar nada de su encuentro con Sasuke. El Uchiha aún era un tema de interés para los miembros del consejo de la aldea y si contaba que lo había vito —charlado e incluso besado—, Kakashi se vería obligado a agendar una cita de interrogatorio con Ibiki para extraer toda la información posible. Además, nadie podía saber lo que había sucedido entre los dos. El temor la impulso a retirarse de la escena antes de que las primeras luces del día revelaran la verdad. Sabía que sus emociones y sus secretos debían permanecer ocultos en las penumbras, al menos por ahora.
La puerta finalmente se abrió, desvelando el vestíbulo y a Shizune de pie cerca. La cálida sonrisa de la kunoichi contrastaba con la tensión que Sakura llevaba consigo mientras se adentraba en la mansión. La joven medico se acercó a ella con un abrazo amistoso, trasmitiendo un buen ánimo que Sakura intentó emular sin éxito alguno.
—¡Qué alegría verte de nuevo!—exclamo Shizune—. ¿Cómo estuvo el viaje?
Sakura suspiró al recordar los momentos agotadores de la misión. Aquella encomienda fue un verdadero dolor en el trasero, comenzando por la complejidad y terminando con la actitud y el actuar del señor feudal.
—Fue… extenuante. Pero al menos todo salió como estaba planeado.
Shizune asintió, comprensiva.
—Deja tus cosas en el perchero—indicó.
Sin necesidad de decírselo dos veces, se despojó del peso de la mochila y el calor de la capa. Masajeó los tensos músculos de su cuello y ejerció un poco de presión para disipar el dolor. Comenzaba a considerar que no le vendría mal unas cuantas horas en las aguas termales, pero eso podía esperar.
—Tsunade-sama y Kakashi te están esperando en la sala. ¿Vamos?
Sus pisadas se unieron con las de Shizune mientras la dirigía por el largo pasillo del vestíbulo hasta la sala principal. Se detuvo un instante antes de hacer su esperada aparición para tomar una bocanada de aire. Cerró los ojos un breve instante, dejando que el suspiro que escapaba de sus labios fuese una liberación de todos los pesares que la envolvían.
Se preparó mentalmente para lo que estaba a punto de enfrentar. Cuadro los hombros y, con paso resuelto, transitó los pasos que le restaban para llegar a su destino.
Como era de imaginarse, su mentora yacía postrada en el amplio y lujoso sillón de cuero con los brazos extendidos y una copa de sake en la mano. No muy lejos de ahí, Kakashi se encontraba de pie cerca de la ventana; la mirada fija en el paisaje compuesto por una privilegiada vista del bosque.
—Ahí estas—señaló su maestra con una sonrisa idílica.
—Bienvenida de vuelta, Sakura. ¿Te han dicho que tienes unos ojos de espanto?—dijo Kakashi cuando se giró a verla.
—Tsunade-sama—saludó con respeto—. También me alegra verlo, Kakashi-sensei.
Se situó en medio de la sala, expectante. Estaba habituada a esas reuniones. Tanto Kakashi como Tsunade encontraban placer en acorralarla como una presa indefensa ante una muerte certera. Con el paso del tiempo había aprendido a defenderse y no dejarse amedrentar por sus insistentes cuestionamientos. Sin embargo, sabía que aquella charla sería complicada, lo notó en el instante que vislumbro el licor sobre la mesa y la sonrisa tensa tras la máscara del Rokudaime.
—Llegaste antes—puntualizó Kakashi en tono monótono al mismo tiempo que ocultaba las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—No encontré motivos para quedarme más tiempo—Sakura no mostró ninguna expresión.
—¿Cómo estuvo la misión?—preguntó Tsunade cambiando el tema.
Sakura frunció el ceño al evocar con detalle el mal rato que había pasado a causa del Daimyō y su fiel ama de llaves.
—El Daimyō… él es…
—Un idiota—replicó la rubia.
Kakashi dejó escapar un suspiro, derrotado. Al menos los tres estaban de acuerdo en algo.
—No quería decirlo de esa forma, pero ahora que usted lo menciona…
—¿Se produjo algún inconveniente?—preguntó Kakashi sin sonar molesto o rustico.
—No. Madre e hijo se encuentran en perfectas condiciones. El señor feudal tiene un heredero. Hicieron un alboroto por ello.
—Jamás entenderé la obsesión de esos ancianos por preservar el poder en la familia—dijo Tsunade con desdén, dando un elegante sorbo a su bebida.
—Es cuestión de supervivencia—interrumpió Kakashi.
—Oh, vamos, Hatake, sabes que no tiene nada que ver con eso—resopló Tsunade.
Kakashi dejó correr el comentario, no había tiempo para debatir sobre las posibles razones que llevaban a los seres humanos a reproducirse, en especial al señor feudal.
—¿Sucedió algo más?—inquirió el Hokage.
Por un momento nadie se movió, ni siquiera Sakura, quien fruncia el ceño profundamente.
—Um, no, nada que podría considerarse de vital importancia—respondió.
—¿Nada de vital importancia?—preguntó Kakashi con incredulidad. Claramente, debajo de la superficie sucedían más cosas de las que se admitía.
—Concuerdo con Kakashi, luces extraña…
—Solamente estoy cansada—respondió tajante. Rebuscó en su bolsa trasera el objeto de su interés. Sin más preámbulos, extrajo el pergamino que los ANBU le habían entregado a su encuentro—. Esto es para usted—le dijo a Kakashi mientras le entregaba el paquete.
El aire de la estancia estaba cargado de una tensión tácita. Sakura podía sentir la mirada escrutadora tanto de Tsunade como de Kakashi mientras permanecía allí, tratando de mantener la compostura.
—Gracias—respondió Kakashi escuetamente, rompiendo el silencio—. Si eso es todo, puedes retirarte, Sakura, toma el resto del día para descansar.
Tsunade se recostó en el respaldo del sofá.
—No te pongas demasiado cómoda. Te espero mañana en el hospital a primera hora para tu turno—le recordó.
Tan enigmático como siempre, el Rokudaime ofreció una leve inclinación de cabeza y dio media vuelta para marcharse.
—Yo también debería retirarme—anunció. Claramente, la reunión estaba llegando a su fin.
Dispuesta a salir de ahí en cuanto antes, Sakura se volvió hacia su profesor y, casi pisándole los talones, enfiló sus pasos hacia la salida, sin embargo, la voz autoritaria de Tsunade la detuvo en seco.
—Espera, Sakura, necesito que te quedes un momento.
Ella maldijo por dentro. Sus esperanzas de una salida tranquila se habían esfumado. Lanzó una mirada rápida a Kakashi, quien parecía imperturbable, y permaneció en la habitación.
Cuando la puerta se cerró detrás del ninja copia, la antigua Hokage permitió que todo el peso de su mirada y su atención recayera de lleno en Sakura.
—Quiero discutir algo contigo. Por favor, toma asiento. Me estas poniendo nerviosa.
Sin más remedio, la kunoichi dejó caer su cuerpo en el elegante e inmaculado sofá individual dispuesto justo en frente de su maestra. Tsunade, una experta en disimular la preocupación, trató de ocultar la inquietud grabada en su rostro con una actitud indiferente.
—¿Quieres sake?—señaló la botella que tenía sobre la mesa, con un brillo cómplice en los ojos.
Ella sacudió la cabeza, con los recuerdos de la noche llena de decisiones precipitadas y las nebulosas remembranzas revoloteando en su mente. El alcohol había sido el cómplice e impulsor de su imprudencia, y no tenía ningún deseo de volver a bailar con él tan pronto.
Tsunade la estudió con detenimiento, sabía que llevaba haciéndolo desde hace unos minutos. Ambas se conocían tan bien que era una maldición.
—Algo no va bien, niña. Parece como si te hubieses enfrascado en una pelea. ¿Qué te ha pasado?
Sakura enarcó una ceja, fingiendo inocencia.
—No sé de qué me habla.
La mujer se inclinó hacia adelante, atravesando la fachada de Sakura con un avistamiento inquebrantable.
—Dejate de tonterías. Desde el momento en que pusiste un pie en esta sala, me di cuenta que algo te recomía. Más te vale soltarlo.
Dejó escapar un suspiro. Sabía que para engañar a Tsunade tendría que recurrir a una labor de convencimiento divina.
—No es nada, de verdad. Sólo estoy cansada—murmuró, tratando de desviar la preocupación de Tsunade.
—Cansada, ¿eh? Jamás imagine que delegarte más responsabilidades te amedrentaría. Ha manejado cosas peores.
Sakura se removió en su asiento, incomoda, evitó cruzarse con la penetrante mirada de su maestra. Tenía la certeza de que si mantenía contacto visual con ella por más de tres segundos, acabaría leyendo sus pensamientos y hurgando en sus recuerdos.
—No es por el trabajo. De hecho, me encanta. Es solo que…—Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.—. Es mi mente la que está cansada—admitió.
—Esto no tendrá nada que ver con el muchacho Uchiha, ¿verdad?—preguntó.
Sakura tragó grueso.
Por supuesto que todo tenía que ver con él. Maldito fuera el momento en que el destino decidió jugarle una broma y cruzar sus caminos la noche anterior.
Incapaz de contenerse, se tensó de pies a cabeza.
—No es como lo imagina, Shishō—respondió, su voz casi un susurro.
Tsunade se echó hacia atrás, escrutándola con una mirada de complicidad.
—Tal vez deberías considerar centrar tu atención en otro objetivo. Hay muchos peces en el mar.
Sakura levantó una ceja.
—¿Tiene alguien en mente?
—Puedo nombrar unos cuantos—esbozó una sonrisa coqueta a la par que sus ojos brillaban con picardía—. Quizá debería plantearme un cambio de carrera, convertirme en casamentera.
Sakura no pudo evitar sonreír.
—¿Casamentera?—preguntó con remarcada incredulidad—.¿Sería tan buena en eso como en las apuestas?
La mujer se cruzó de brazos, ofendida.
—Te has vuelto impertinente—la acusó.
Sakura rió entre dientes, al menos la tensión se había disipado en una risa compartida.
—Alguien debe mantenerla con los pies en el suelo.
Los orbes ambarinos de Tsunade se suavizaron, con una genuina calidez en su sonrisa.
No obstante, al cabo de unos segundos, la habitación se sumió en un pesado silencio. Definitivamente, Sakura no hablaría con nadie sobre lo sucedido con Sasuke en Tanzaku. Estaba dispuesta a guardar el secreto y llevárselo a la tumba de ser necesario.
—Hablo en serio, Sakura. Estoy preocupada por ti—admitió la antigua Hokage—. Me atormenta ser testigo de lo que estas convirtiendo.
Sakura frunció el ceño; la confusión dibujándose en sus facciones.
—¿Qué quiere decir?
Tsunade soltó un suspiro.
—No dejes que Sasuke Uchiha te consuma.
La realidad de sus palabras la golpeó como un maremoto y, tan rápido como un parpadeo, la gravedad de la situación se abatió sobre ella. Por un momento, sintió que iba a echarse a llorar como una niña pequeña, pero en su lugar decidió ser valiente y sostener la mirada de su maestra con firmeza.
—¿A qué se refiere?—decidió indagar, su voz apenas superaba un susurro.
De repente, el peso de la experiencia se reflejó en Tsunade como si se tratase de un espejo.
—Tienes un futuro brillante por delante. No lo eches todo a perder por un chico que ni siquiera ha definido lo que quiere.
Sakura tragó con fuerza y, aunque le costaba admitirlo, Tsunade estaba en lo correcto. Lo mismo le había dicho Ino semanas atrás, cuando se cumplieron tres años de su partida. Era un trago amargo, pero sabía que hablaba desde la sabiduría y la preocupación.
—Yo… lo entiendo, shisō—replicó finalmente Sakura.
Tsunade le ofreció una sonrisa tranquilizadora.
—Bien. Recuerda que estás destinada a la grandeza. No dejes que nada ni nadie obstaculice ese camino.
Ella asintió. Después de todo, Tsunade había sido la única dispuesta a convertirse en su mentora, la única en vislumbrar potencial en ella. Fue así que, hasta la fecha, continuaba puliéndola y dotándola de habilidades.
La pesada conversación quedó flotando en el aire, y el persistente silencio se instaló entre ellas. Después de un momento o dos, Tsunade rompió la tranquilidad con una pregunta insistente.
—¿Estas segura de que no quieres un poco de sake? Pareces necesitarlo—sugirió.
Sakura negó con la cabeza, con una pequeña sonrisa de agradecimiento en los labios.
—No, gracias. Estoy bien—Tsunade suspiró, derrotada—. Ahora, si me disculpa. Necesito tomar una ducha y dormir.
Con tranquilidad se puso de pie, agradecida de que no decidiera prolongar el interrogatorio.
—Por supuesto.
—Gracias por la charla.
—Cuando quieras. Y, Sakura, intenta visitarme más a menudo ¿sí?
—Lo haría si redujera mis jornadas en el hospital—dijo con una pizca de picardía.
Tsunade se echó a reír.
—Ni lo sueñes.
Tras la despedida, Sakura abandonó la grandeza de la mansión. No fue hasta que salió al aire fresco de la mañana que se permitió soltar un suspiro. El peso de sus responsabilidades, de sus acciones y las preocupaciones recaían sobre sus hombros.
La tenue luz del cuarto de baño proyectaba un resplandor etéreo sobre su silueta, cuyo reflejo quedaba oscurecido por el vaho a su alrededor. Las gotas danzaban sobre el lienzo de su piel, testimonio del viaje emprendido, tanto por el reino físico como por los pasillos de su propia existencia.
Un trémulo suspiro escapó de sus labios mientras alcanzaba la toalla. La tela la envolvió como un capullo, absorbiendo los restos de su odisea. Mientras disipaba la humedad sobre su piel, una expectación, casi palpable flotaba junto con el vapor. Sus ojos se encontraron la imagen en el espejo.
En ese instante, tuvo la impresión de que el espejo se convirtió en un portal hacia el autodescubrimiento. En su mirada perduraba una súplica silenciosa. Esperaba ver la evidencia de la metamorfosis grabada en sus rasgos, una revelación de los profundos cambios en su alma.
Sin embargo, todo seguía igual. Ante ella estaba la misma Sakura que se había marchado a una misión dos días atrás y la que había regresado a la aldea hace cuatro horas. Los contornos de su rostro permanecían inalterados, incluso los de su cuerpo.
Al escrutar su propia imagen, se dio cuenta de que el cambio, escurridizo y enigmático, no siempre era un espectáculo visual. No siempre se reflejaba en las líneas de la cara o en el color de los ojos. Para Sakura, la transformación yacía oculta en los recovecos de su espíritu, entretejida en cada fibra de su ser. Los acontecimientos de la noche anterior habían dejado huella en su corazón y en su alma, y aunque imperceptible a simple vista, el cambio era profundo.
Su encuentro clandestino con Sasuke era como un susurro entre los muros de su conciencia. La gravedad de lo que sucedió entre los dos pesaba en su corazón.
Si bien, ninguno de los dos habló al respecto, Sakura sabía que había un pacto tácito de no mencionar nada al respecto. La renuencia de Sasuke de regresar a la aldea arrojaba un tinte sombrío sobre su conexión, un sentimiento que comprendía a la perfección.
A pesar de que gran parte de la verdad sobre la masacre de su clan era desconocida para ella, estaba absolutamente segura que los ancianos estaban involucrados en las distintas condiciones impuestas para su regreso. De haber sido por ellos, Kakashi se habría visto obligado a juzgarlo y ejecutarlo por todos los crímenes que había cometido antes y durante la Gran Guerra.
La danza de la política y la tradición, una delicada mascarada, pintaba un lienzo de obstáculos que se oponía con firmeza al retorno del último Uchiha.
Dejó escapar un suspiro resignado y, sin más preámbulos salió del baño.
En la soledad de su habitación, se armó de valor para enfrentarse a la superficie reflectante del espejo de su armario, testigo mudo de las emociones que bailaban en su rostro. El cuarto, bañado por el suave resplandor de la luz del atardecer, se convirtió en un santuario para sus conflictos internos.
Mientras seleccionaba metódicamente las piezas para encubrir su vulnerabilidad, una marea de culpa y vergüenza se apoderó de ella. La tela se le escurría entre los dedos como una metáfora de la imposibilidad de encontrar la absolución. Cada prenda, puesta con urgencia, parecía cargar con el peso de su conciencia en conflicto.
¿Qué pensaría de ella? ¿Acaso creería que esa era la forma en la que se comportaba?
Ofuscada, cerró los ojos. Su vida romántica, una narración grabada sobre el telón de fondo de la aldea, se dirigía a un rumbo desconocido. Pocos se habían tomado la molestia de mirar más allá de la superficie, y a la mayoría les disuadía la imponente imagen de sus responsabilidades. La chica dorada de Konoha, engalanada de elogios por sus logros, encontraba sus esfuerzos románticos ahogados en un mar de complejidades diplomáticas, entre las mareas del deber y las obligaciones.
Algunas citas adornaron su calendario, breves interludios en medio de la exigente cadencia de sus funciones como la heredera del legado de Tsunade Senju. Aquello eclipsaba el atractivo de un idilio floreciente. La delicada pieza del cortejo parecía alejarse, eclipsaba por las apremiantes exigencias de su papel.
En el enigmático laberinto de la dinámica social de Konoha, los delegados y los asuntos del hospital tenían prioridad sobre las tiernas complejidades del amor. Los pretendientes, atraídos por ella como polillas a la llama, se veían ahuyentados tan pronto como el primer inconveniente surgía. El manto del liderazgo, aunque ilustre, la envolvía en una soledad que pocos se atrevían a pisar.
Cuando volvió a contemplarse en el reflejo del espejo, sus dedos recorrieron las sutiles hendiduras de su cintura y las delicadas huellas en sus caderas. Las marcas, como un lenguaje clandestino grabado en su piel, narraban una historia que apenas podía creer que se hubiera desarrollado hacia tan solo unas horas.
Los tonos púrpuras, vivos sobre el fondo níveo, contaban una historia de deseo, de una vulnerabilidad compartida que se había manifestado en el calor del momento. Se encontró estudiando cada marca, como si estuviera descifrando un código secreto. Abrumada, atisbó la impronta en su cuello, una constelación visible en cerca de su clavícula izquierda.
Una sensación de vulnerabilidad la invadió al contemplar el cuadro de su propia desnudez. Aquellos remanentes, ocultos bajo la tela de su ropa, ahora estaban expuestos. La habitación, silenciosa y confidente, pareció contener la respiración mientras se enfrentaba a la realidad de sus propios actos.
En ese episodio de desvalimiento, reconoció la innegable verdad de su cuerpo: cualquiera que la contemplara en ese estado percibiría de inmediato los detalles íntimos de la noche anterior. Era una prueba de que había cedido a la tentación de la carne.
Sonrojada, apartó su mirada a regañadientes y optó por terminar de vestirse. El suave susurro de la tela acompañaba sus apresurados movimientos. Más tarde se encargaría de desaparecer los moretones, por ahora lo último que deseaba era enfrentarse a la sombra de sus decisiones.
Al ingresar en la cocina, Ryoko, un gato naranja atigrado se acercó a ella, las uñas resonando débilmente sobre el cálido suelo de teca. Sakura lo levantó en sus brazos y le rasco el cuello, y él ronroneo y maulló como un becerrillo enfermo.
Se dirigió hacia uno de los gabinetes y extrajo un sobre de comida. Tan pronto como lo colocó en el suelo, Ryoko comenzó a caminar entre sus piernas, expectante.
—Es todo lo que recibirás hoy—espetó ella mientras vertía el contenido en el bowl. Afortunadamente, Ino se había encargado de cuidarlo bien.
Necesitaba retomar su vida, continuar. Lo que había pasado quedaría en el pasado, porque ese era el sitio donde pertenecía, atrás, lejos de sus recuerdos.
Deambuló por la cocina durante un minuto o dos y, cuando se disponía a preparar algo de comer, un golpe sordo puntuó el aire. Ella soltó un suspiro resignado.
Caminó hasta la puerta. Con un sutil giro de su mirada, oteó a través de la mirilla a Naruto, de pie en el pasillo. El nudo en su estómago se hizo más tenso. Sabía que esa visita improvisada estaba motivada por la curiosidad y una pizca de travesura.
—¡Se que estas ahí, Sakura! ¡Kakashi-sensei dijo que habías regresado!—anunció.
Ante lo inevitable, abrió la puerta. Sus ojos se encontraron con los de Naruto. Lejos de decir una palabra, existía una especie de conversación compartida cargada de sentimientos no expresados, tal vez una mezcla de fastidio, comprensión y una pizca de cariñosa exasperación.
Lo escrutó en silencio, exigiendo una explicación por la intrusión.
—Sera mejor que traigas una ofrenda de paz contigo—lo amenazo.
—Por supuesto—levantó las bolsas de comida y las sacudió frente a su rostro.
La miró como pidiéndole permiso para pasar y entró en el apartamento. Le entregó las bolsas de Sakura y se quitó las sandalias, dejándolas sobre el pequeño mueble situado al lado de la puerta.
Ella regresó a la cocina, un paraíso de acero inoxidable en tonos apagados. Naruto, siempre el intruso casual, la siguió de cerca. Sin detenerse a echar una mirada rápida, colocó las bolsas sobre la encimera. Navegó hábilmente por la familiaridad de su propio dominio, saco los platos de la alacena y una tetera.
Como era de esperarse, mientras tomaba asiento cerca de la barra, él fue el primero en romper el silencio.
—¿Qué tal la misión?—preguntó con un brillo de impaciencia reflejado en sus ojos.
—Lo de siempre, ya sabes—dijo ella con una sonrisa cómplice.
Indispuesto a conformarse con esa escueta respuesta, continuó:
—Vamos, Sakura-chan, cuéntamelo todo. ¿Es cierto que la pobre mujer es la decima esposa?
—La quinta—lo corrigió con una sonrisa irónica.
—Es asqueroso.
—Lo es—coincidió—. ¿Quieres té?
—Con gusto.
Colocó la tetera sobre la estufa.
—El parto fue complicado, pero todo salió bien—comenzó a decir.—. Ahora el Daimyō tiene un heredero y nosotros hemos prolongado el tratado de paz lo suficiente para evitar que tome de esposa a otra chica inocente.
Naruto hizo una mueca con los labios.
—Odio a esos hombres
Sakura no podía estar más de acuerdo. La esposa actual había durado más de lo habitual. A sus compañeras les daba por morirse: el Daimyō era un gran devoto de los poderes reconstituyentes de las mujeres jóvenes. Tras guardar un periodo de luto respetable, hacia saber que buscaba una nueva novia impúber.
Con ese pensamiento en mente, continuó preparando todo para sentarse a comer. Mientras vertía un poco de té en dos tazas se apresuró a decir:
—Todo se ve delicioso—admitió. No había ingerido nada desde la tarde anterior, salvo una píldora del soldado a mitad del camino. Su cuerpo clamaba por una verdadera comida y la simple vista de la sopa de miso y sus acompañamientos la hizo salivar.
—Imagine que no habías comido nada—tomó un poco de arroz con los palillos y lo llevo hasta su boca—: siendo una ninja medico deberías comenzar a preocuparte por tu salud—la regañó.
—No puedo hacerlo, estoy demasiado ocupada—dijo con la boca llena.
Naruto frunció el ceño.
—En fin, ¿cómo vas con todo el asunto de la boda? Cuestionó ella, exponiendo esa habilidad de cambiar de tema de la nada. Tomando en cuenta las circunstancias, lo mejor sería desviar su atención hacia otro punto.
Ahora fue el turno de su amigo para soltar todo el aire contenido en sus pulmones.
—¿Tan mal está?—arqueó una ceja
—Es más complicado de lo que pensaba…
—¿En qué sentido?
Naruto rascó su cabeza.
—Nunca imagine que los matrimonios acarrearan tantos embrollos políticos—dijo con cierta molestia.
—Es normal. Hinata es la heredera del Clan Hyūga, y tu junto con Karin son los últimos miembros del clan Uzumaki, sumando el hecho de que eres un héroe de guerra—puntualizó—. Eres el joven más codiciado en toda la aldea, quizás en todo el mundo. Incluso mi madre sugirió que debía casarme contigo.
El muchacho sonrió, complacido y halagado en partes iguales.
—Lo lamento, Sakura. Tuviste tu oportunidad, ahora soy un hombre comprometido.
—Será mejor que comas o de lo contrario me encargare de sacarte a patadas de aquí—lo amenazó.
Sin inmutarse, tomó otra abundante cantidad de arroz.
—Lo se. Soy consciente de todo eso. Pero Sasuke no se enfrentaría a la misma situación que yo—dijo entre bocados.
A Sakura se le removió el estómago ante la mera mención del Uchiha. Una vez más se formó un nudo en su garganta a la par que una aguda punzada de incomodidad recorría su sistema nervioso. Intento sofocarlo comiendo, pero el mero hecho de pensar en su escurridizo compañero de equipo la hizo atragantarse con las verduras, provocándole un ataque de tos.
—¿Estás bien?—se apresuró a preguntar, contemplándola con una visible mascara de consternación en el rostro.
Sakura levantó una mano y dio un sorbo a su té para aclararse la garganta, recuperando la compostura.
—Lo siento—murmuró, su voz momentáneamente tensa.
La habitación se sumergió en un breve silencio. Naruto, siempre perspicaz, la escrutó atentamente.
—Creo que sería más complicado—dijo encogiéndose de hombros.
—Nadie rechistaría si Sasuke decidiera casarse contigo—la señaló con los palillos mientras arqueaba una ceja.
—Por supuesto que sí. Los ancianos no lo quieren de regreso en la aldea—empezó a decir—. Además, yo no provengo de un prestigioso clan como ustedes.
Si bien, los tiempos habían cambiado, el intrincado juego de las castas perduraba en la aldea. Era de esperarse que el consejo se mostrara escéptico con el matrimonio de Naruto y Hinata, pero, sin lugar a dudas, la posible unión entre ella y Sasuke generaría una crisis política inimaginable.
—¿Bromeas?—preguntó Naruto incrédulo—. La que tiene el título de soltera más codiciada eres tú. ¿Sabes que tuve que soportar al idiota shinobi de Iwagakure hablar de ti durante todo el camino?
Juguetona, elevó una ceja.
—¿Estás celoso?
—¡Por supuesto que lo estoy!—espetó.
Sakura soltó una risa.
—Hablo en serio, creo que nadie te merece—dijo con sinceridad—. Ni siquiera el idiota de Sasuke. Eres demasiado para cualquier hombre.
—Gracias por el voto de confianza—sonrió.
Los dos continuaron comiendo en silencio. Sakura podía entrever que había algo que le molestaba a Naruto, así que colocó una mano sobre la de él y estrujó.
—No te preocupes tanto ¿sí?, estoy segura que todos llegaran a un acuerdo y, cuando menos lo pienses, ambos estarán felizmente casados
Él la contempló con detenimiento y una ligera sonrisa estiró la comisura de sus labios.
—Eso espero—suspiró.
—Verás que así será.
El tintineo de los utensilios contra los platos llenaba los lapsos de afonía. El aroma de la comida, antes apetitoso, había perdido su atractivo, como si los sabores hubiesen sido drenados por el peso de su secreto.
Sakura desvió la mirada del plato, y sus ojos, antes vibrantes de pasión oculta, ahora estaba teñidos de culpa. Respiró entrecortadamente.
Una súbita urgencia se apodero de ella, como si la verdad amenazaba con salir de su interior.
—Naruto—lo llamó con un tono de voz entre dubitativo e inquisitivo. El aludido volvió su atención hacia ella, curioso—.¿Has… hablado con Sasuke últimamente?—quiso saber.
Por lo que tenía entendido, Sasuke intercambiaba mensajes de cuando en cuando con Kakashi y Naruto. Sus misivas eran breves y poco reveladoras y, al menos, estaba obligado a reportarse constantemente para conocer su paradero y seguirle los pasos.
Su respuesta fue simple, un movimiento de cabeza, cargado con el peso del abismo inexplorado abierto entre los viejos amigos.
—No desde hace dos meses. ¿Y tú?—preguntó, ignorando por completo lo que sucedía en el interior de Sakura.
Jugó con el borde del plato, una energía inquieta que se manifestaba en el baile de sus yemas contra la porcelana. La comida que tenía delante yacía olvidada, como un festín para fantasmas.
Sintiendo la agitación bajo la superficie, Naruto intentó consolarla.
—Volverá, Sakura. Por muy testarudo que sea, éste es su hogar—respondió, sus palabras, un bálsamo destinado a curar las heridas.
Sakura, sin embargo, sabía que no era así. Un ceño escéptico apareció entre sus cejas a la par que tensaba los labios.
—No creo que él tenga planes de hacerlo—admitió; la mirada fija en los restos de comida.
El tiempo se pausó, la verdad no dicha permaneció entre ellos como un huésped indeseado. Fue entonces que, con una decisión repentina, Sakura se apresuró a agregar:
—Lo vi anoche—confesó.
Naruto no contestó. Parecía aturdido. Su rostro habitualmente expresivo, estaba congelado en una máscara de incredulidad; buscaba con discreción cualquier señal de engaño.
Sin embargo, Sakura lo contempló con una mezcla de vulnerabilidad y resolución.
Tanto ella como Naruto sabían lo difícil que era mantener un vínculo con Sasuke, cada uno a su manera, pero lo comprendían.
—Nos encontramos en Tanzaku—prosiguió diciendo, las palabras escapaban de sus labios con cierta pesadez—. Mencionó que iba de paso, no quise entrometerme en sus asuntos—su tono era comedido y cuidadoso, dejaba entrever lo delicado del encuentro.
Hubo una pausa mientras Naruto procesaba la revelación. Sin lugar a dudas, todos los años de separación habían forjado una brecha entre ellos, una brecha que parecía insalvable en ese momento.
—Tres años, ¿y eso es todo lo que dijo?—su voz, teñida de frustración, traicionó el profundo pozo de emociones que luchaba por mantener oculto.
Naruto podría admitir que se comportara de forma evasiva con él, no obstante, las cosas cambiaban cuando se trataba de Sakura.
Su mente ya estaba ideando la manera de evadir las preguntas inquisitivas que Naruto estaba por hacerle. Los dos eran mejores amigos desde hace años, se conocían demasiado bien como para saber que algo le estaba sucediendo al otro. Naruto estaba al tanto que algo pasaba, sus ojos cerúleos y muy preocupados lo delataban al igual que las respuestas escuetas y evasivas de Sakura.
—Ya sabes cómo es—se encogió de hombros, incomoda, un silencioso reconocimiento de las complejidades que la unían a Sasuke.
—No tiene justificación—rebatió; su respuesta llevaba arrepentimiento con un matiz de ira—. Le salvaste la vida—dijo, como si ese acto de humanismo hubiera bastado para reparar los lazos rotos—. ¡Te lo prometió!
—Bueno—suspiró—, ambos crecimos. Quizá se dio cuenta que lo que prometía no es realmente lo que quería.
Sus palabras eran una renuente aceptación del paso del tiempo, flotaron en el aire como un regusto amargo.
La frente de Naruto se arrugó con fuerza.
—Sasuke es un imbécil—declaró.
Podría mostrarse abiertamente de acuerdo con él, no obstante, optó por mirarlo fijamente, con una expresión de resignación y madurez.
—No sentí nada, ¿sabes?—admitió, suavizando su voz—. Al principio, quizás un poco de decepción, pero lo asimile. Solo fue un flechazo adolescente.
¿A quién intentaba engañar? Parte de la culpa que experimentaba estaba ligada a la decepción. Porque en su interior, en una parte oculta, había imaginado que su reencuentro sería distinto; ella acudiría a abrazarlo y él la recibiría con una pequeña sonrisa. Los dos retomarían las cosas desde el punto donde lo habían dejado, de la promesa de volver y comenzar desde cero.
Si algo había aprendido en los últimos años, era que el destino obraba de formas incomprensibles. Lo sucedido con Sasuke era prueba de ello.
Naruto frunció el ceño, una tormenta de preguntas se gestaba en sus ojos, pero se abstuvo de profundizar en las complejidades de la revelación de Sakura.
—Tal vez era lo que necesitaba para seguir adelante—respondió.
—En ese caso, ¿vas a empezar a salir con otras personas?—su cuestionamiento estaba teñido de incertidumbre.
Si cerraba los ojos, aun podía sentir que él estaba cerca. Su piel recordaba a la perfección los lugares que él había tocado y acariciado, e incluso si hubiese sucedido rápida y confusamente, cada momento estaba grabado a fuego en su memoria.
Aun así, Sakura sabía que aferrarse a los recuerdos no serviría de nada. Necesitaba continuar. La esperanza de su recuerdo iba a matarla.
—Tal vez—concedió.
Naruto dudó un momento e inclinó la cabeza. Tragó saliva antes de decir algo.
—No estoy del todo convencido, pero si eso es lo que quieres, tienes mi apoyo incondicional—declaró.
—Gracias—respondió.
Los dos se sonrieron mutuamente.
—Anda, come. No hice fila durante cuarenta minutos para que te lo pierdas—bromeó.
Sakura puso los ojos en blanco.
—Si, papá, ya entendí—dijo con una juguetona exasperación.
Soltó un suspiro de genuino alivio cuando cerró la puerta tras de ella. Se sentó en medio de la oficina, en la silla rodante a la que por algún motivo le faltaba una rueda. Se apoyó hacia un lado, con las manos en los rodillas y el cansancio coloreando cada rincón visible de su faz.
¿Cómo se supone que debía adaptarse a la vida después de experimentar tal grado de intimidad humana? Incluso, después de tanto tiempo de su regreso, se sentía alejada de la realidad, como si el mundo se mostrara ante ella como la vergonzosa y cruel ilusión que era.
Jamás había experimentado tal grado de apatía. Por esa misma razón, optó por sumergirse en trabajo. Mientras tuviera las manos ocupadas, su mente se mantendría alejada de Sasuke y de todos los recuerdos.
Cerró los ojos un momento y echó la cabeza hacia atrás. Los pies comenzaban a dolerle después de pasar tanto tiempo de pie y la tensión se apoderaba de cada una de sus fibras musculares, estirándolos dolorosamente. Masajeó su nuca y volvió a suspirar.
Un golpe rítmico en la puerta la obligó a responder automáticamente.
—Adelante.
La puerta se abrió con un chirrido. Realmente era una oficina patética y deplorable para la próxima cabeza del hospital. Un shinobi apareció cargando un montón de papeles entre los brazos. Entro con una floritura, saludando a la kunoichi con una reverencia teatral que ella imitó juguetonamente.
—¡Entrega especial para la grandiosa Haruno Sakura!—anunció, su voz exudaba una fanfarria efectista. Ella no pudo evitar soltar una risita ante el inesperado despliegue.
—Cortesía de Hatake-sama—dijo, colocando el montón de papeles sobre la superficie opaca y desgastada del escritorio.
Sakura alzó ambas cejas.
—Que emocionante—comentó sarcásticamente, analizando la imponente torre blanca.
El chico rió.
—Nuestro querido Rokudaime no pretenderá que analice todo eso ¿verdad?—inquirió.
—No, solo cuatro archivos—respondió con una sonrisa cómplice.
—Gracias—musito.
Dichos documentos estaban contenidos en folders amarillos con la palabra "clasificado" sobre ellos.
Tan pronto como realizó la entrega, el joven se despidió, dejándola a solas en la oficina una vez más. Tenía los hombres tensos, los ojos le ardían y las piernas se le volvieron a dormir. Se había saltado todas las comidas, no tenía apetito, y el pensar en ello hacía que se removieran sus entrañas. Trabajar era la forma más fácil de distraer su mente, aun si eso implicaba sacrificarse a sí misma con tal de ayudar a los demás.
Por lo general, las personas que acudían a buscarla al consultorio se anunciaban tocando la puerta antes de entrar o hacían el alboroto suficiente para dar a conocer su presencia antes de pasar. Pero en esta ocasión, las bisagras rechinaron por las paredes sin solicitar permiso.
—¡Haruno Sakura! ¿Cómo te atreves? ¡No he sabido nada de ti desde hace tres semanas!—la acusación provino de los labios de Ino que comenzaba a materializarse con evidente molestia en el interior de la habitación.
Sakura mareó los ojos.
—No seas exagerada, nos vimos ayer—dijo restándole importancia.
—Solamente dijiste hola—espetó—. No he sabido nada de ti en todo este tiempo.
Cerró la puerta a su espalda y, sin esperar ser invitada, tomo asiento en la silla vacía dispuesta frente al escritorio, haciéndose sentir como en casa.
Había una razón por la cual Sakura estaba evitando el encuentro con su mejor amiga. Tenía la certeza que las habilidades excepcionales de su clan la habían dotado de un sexto sentido que le permitía leer los pensamientos y las emociones de las personas.
—Yo no soy la única culpable—rebatió—. ¿Cómo va el trabajo con Ibiki?
Ino arrugó la nariz.
—Es un verdadero dolor en el trasero. De verdad, no entiendo como el idiota de mi compañero logro llegar a ese puesto.
Sakura sabía a quien se refería. La última vez que se habían reunido, Ino paso una hora entera criticando las nulas habilidades del joven aprendiz que le habían asignado para entrenamiento.
—¿Qué hizo esta vez?
Ino sacudió la cabeza.
—Mezclo los expedientes—comenzó a decir—. Ibiki pensó que yo lo había hecho, pero cuando el idiota se lo explico, el desgraciado solamente se limitó a decirle que no sucediera de nuevo—dijo indignada.
Sakura contuvo las ganas de reír.
—¿Y cuál es el problema?—arqueó una ceja.
—¿Bromeas? ¡Iban a culparme!—exclamó—. Realmente los odio a los dos.
—Ambas sabemos que eso no es cierto, amas tu trabajo.
Ino sacudió la cabeza.
—No lo amo tanto como estar aquí.
Un año después de la guerra, Ino se vio obligada a trabajar en el departamento de inteligencia en conjunto con Ibiki y su equipo. Después de la muerte de su padre, Kakashi consideró apropiado que no solo heredera su puesto como cabeza del clan sino también como miembro de la ramificación.
—Escuche que saliste de misión—señaló.
El cuerpo de Sakura se puso rígido de repente.
—Era una encomienda especial de Tsunade.
—¿Es clasificado?
Sakura sonrió.
—No, al menos no desde que el Daimyō se encargó de decirlo a los cuatro vientos—dijo.
—Deberías sentirte orgullosa. De no haber sido por ti, tanto el niño como la madre habrían muerto.
La kunoichi suspiró.
—Me estas dando mucho crédito. Solamente traje al pequeño al mundo, el Daimyō y su esposa hicieron todo el trabajo—espetó.
Ino volvió a arrugar la nariz en señal de disgusto.
—Eso es demasiada información.
—Bueno, cerda, así es como se hacen los bebes. Ya deberías saberlo, además, tu preguntaste.
—Claro que no, simplemente estaba haciendo un cumplido—se excusó—. Aun así, es increíble imaginar que los hombres continúen con su vida sexual pasando los sesenta.
Sakura se mostró de acuerdo.
—Es más común de lo que crees.
Las dos rieron. Aquella era una forma de liberar la tensión en la incómoda atmosfera. Hablar hasta agotar todos los temas de conversación.
—Bueno, será mejor que me digas que estas guardando o me vere obligada a someterte a un interrogatorio—declaró casualmente.
Sakura se atrevió a mirarla directamente a los ojos.
—No estoy ocultando nada y lo que acabas de sugerir va en contra de las reglas.
—Lo que estás haciendo también va en contra de las reglas de la amistad, así que por tu bien, será mejor que comiences a hablar.
—Eres una desgraciada—la acusó—. Pasar tanto tiempo con Ibiki te esta afectando.
Ino se encogió de hombros y sonrió.
—Puede que haya aprendido una o dos cosas.
En cierto modo, Ino era lo más parecido a una hermana. Su rivalidad las unía irrevocablemente. Probablemente también tendía que ver con la amistad entre sus respectivas madres. Era difícil escabullirse de una compañera de clase a la que tanto detestaba cuando su madre se había encargado de arrastrarla a su cada para tomar una taza de té. Sakura no podía escapar de Ino, aunque quisiera.
—Vi a Sasuke—espetó.
Ahora fue el turno de Ino para mostrarse visiblemente asombrada.
—¿Y bien? ¿Qué fue lo que sucedió?
Hasta el momento, Sakura se las había apañado para no recontar en voz alta la serie de fortuitos acontecimientos que derivaron en un irrefutable efecto domino, y tampoco planeaba hacerlo.
—Hablamos un poco y luego tomamos caminos separados—se encogió de hombros, apenada.—Fui en contra de las reglas, eso es todo.
—¿En qué sentido? ¿No le mencionaste nada de tus sentimientos?—inquirió.
—No, no desde la última vez. Y tampoco planeo hacerlo en un futuro cercano o lejano.
Ino levantó ambas cejas, aquella conversación había tomado un rumbo completamente distinto al que esperaba.
—¿Cuál es el plan?—preguntó la heredera Yamanaka.
—Seguir adelante—dijo rotundamente.
Aquel era otro conclusión a la que había llegado con el paso de los días.
Ino se inclinó ligeramente hacia el frente y colocó ambas manos sobre la mesa.
—Estoy escuchado—dijo con absoluta seriedad—. Lo lamento, frentona, pero estoy en shock.
Sakura respiró hondo.
—Sabes, he estado pensando en esa conversación que tuvimos sobre ser abiertas—empezó con una nota de determinación en la voz—. Creo que quiero intentarlo. No puedo seguir esperando a Sasuke. Tengo que aceptar que sólo es un compañero, y por mucho que lo quiera, no es suficiente.
Ino volvió a enarcar ambas cejas, con una expresión de sorpresa y curiosidad.
—No estoy planeando embarcarme en una relación. Solo quiero abrirme a la posibilidad de conocer gente, de ver a otros hombres—continuó—. Solo temo que nada sea comparable a él.
Ino, tan realista y directa como siempre, ofreció una perspectiva pragmática.
—Probablemente no,—dijo, con un toque de cinismo en su voz—, pero nada tiene que ser perfecto para ser bueno. Si la perfección fuera posible, tendrías el corazón de Sasuke y su pene en tu mano.
—No seas puerca, Ino—masculló, haciendo un esfuerzo por evitar que el candor reptara por su cuello hasta sus mejillas.
—Lo que quiero decir es que estas soltera, en tus veintes y no hay razón por la que no deberías intentarlo.
Sakura intentó mostrarse de acuerdo con ella, pero le costaba muchísimo autoconvencerse y grabarse ese discurso en la piel.
—Eres joven, sexy y una de las kunoichis más famosas en el mundo. Sasuke puede irse al carajo.
Soltó todo el aire contenido en sus pulmones en una pesada exhalación que llevaba el peso de los años de esperanzas no expresadas. Sacudió la cabeza y su cabello rosa se agitó suavemente, como si intentara liberarse de la carga aferrada a sus pensamientos.
—No es su culpa—dijo, resignación y aceptación por partes iguales—. No puedo obligarlo a amarme.
Sus palabras rayaban en la autopreservación, marcando un silencioso reconocimiento de los límites de su influencia sobre el corazón de Sasuke.
—Lo respeto a él y respetó todo lo que hemos pasado juntos, pero no quiero esperar más por algo que nunca sucederá.
Aun si él se lo había prometido con aquel toque en su frente.
Un pesado silencio se apoderó de la habitación, atestado con la dramática decisión de Sakura. El peso de su derrota le oprimía el pecho, un dolor que ya no podía ignorar. Mientras recitaba esas palabras, la verdad de su rendición ante la inexorable realidad de los sentimiento de Sasuke, o la falta de ellos, la hacía sentir a la deriva. El vacío en su pecho reflejaba el sueño abandonado a regañadientes, y ahora se encontraba lidiando con la crudeza de su propia vulnerabilidad.
—Todavía sostengo que puede irse al demonio—dijo Ino—. Él se lo pierde. Es un tonto por dejarte ir. Cualquier hombre se sentiría afortunado al aceptar la mitad del amor y la devoción que le diste.
Sakura no sabía cómo sentirse al respecto. Jamás habría imaginado que sus mejores amigos pensaran tan bien de ella.
—En serio, Sakura, me alegra saber que estás haciendo algo para asegurar tu felicidad.
Ahora fue el turno de Sakura para esbozar una sonrisa sincera. Hasta cierto punto, el hablar de sus sentimientos la hacía sentir más tranquila consigo misma.
—Gracias—murmuró.
El momento fue breve y, antes de que pudiera decir algo más, Ino se adelantó:
—Ahora que estas disponible en el mercado, tengo al chico perfecto en mente. Se a ciencia cierta que él está interesado en ti.—Sakura se limitó a reír.
—De verdad no pierdes el tiempo—suspiró—. ¿Quién es? ¿Y cómo sabes qué está interesado?
—Es hijo de una de las amigas de mi madre. Se graduó dos años antes que nosotros. Jounin. Alto, sexy y bastante relajado—dijo con entusiasmo—. Y sé que está interesado porque pregunto por ti e hizo énfasis en saber si estabas soltera.
Sakura arqueó una ceja.
—¿Cuál fue tu respuesta?
—Que si estabas soltera y que cenarías con él el próximo fin de semana. Eso fue hace siete días, así que será este viernes—explicó—. Puedo cubrirte durante las últimas horas de tu turno.
—Ino —dijo a manera de reproche—. ¿Por qué demonios haces planes sin preguntarme? Ni siquiera te inmutaste en saber si estaba dispuesta a hacerlo.
—Porque sabía que sería un "sí" definitivo.
—Eres imposible, Yamanaka—suspiró, derrotada.
—Y tú me amas—rebatió la rubia, juguetona.
Continuará
N/A: ¡Muchísimas gracias por el cálido recibimiento que tuvo la historia! En serio, me costaba visualizar que fuese bien recibida, tomando en cuenta que demoro años en actualizar y que estoy desarrollando otros proyectos en simultaneo. Por esa razón, ¡mil gracias por sus favorites, follows y reviews! 3
No puedo determinar qué tan extenso será, pero hay algunos puntos que me gustaría aclarar desde el principio: este no es un fluff fic, así que, conforme avance la historia, agregare ciertas advertencias al inicio del capítulo. El fic en si es más caótico de lo que imaginan.
Sin nada más que agregar, les envió un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren. ¡Cuídense mucho! Y una vez más ¡Gracias infinitas por todo el apoyo y cariño que me brindan!
¡Nos leemos pronto! ¡Cuídense mucho!
