Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.
Nada va a lastimarte, cariño
Capítulo 10
Arde, huye.
—Bien… ¿Estás segura de que no tienes más familiares?
La chica bajó la mirada y negó con la cabeza. Sus labios se fruncieron en una línea tensa, y por un segundo, su mano tembló sobre la pizarra mágica que descansaba en su regazo.
Sakura cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, largo y contenido. La habitación estaba en silencio, salvo por el rasgueo del lápiz sobre la superficie de la pizarra.
"¿Por qué luces tan preocupada?"
Leyó la pregunta y alzó la vista. Contempló a Kazue por un momento, tomando en cuenta la fragilidad de sus rasgos, la delgadez de sus muñecas, la manera en que se abrazaba a sí misma como si pudiera protegerse del peso del mundo.
—Porque estoy preocupada por ti—admitió.
Kazue parpadeó, confundida. Se señaló, buscando una aclaración.
Sakura asintió.
—Eres demasiado joven para estar en esta situación. Para tener un bebé.
La chica bajó la mirada de nuevo, mordiendo el interior de su mejilla. Sus dedos se apretaron alrededor del lápiz, pero no escribió nada. No había respuesta para eso. Llevó una mano a su vientre abultado en un gesto posesivo, como si temiera que alguien fuese capaz de arrebatárselo. Se aferró a la tela de su ropa, y por primera vez, Sakura vio algo más que fragilidad en ella. Había una determinación en la manera en que sostenía su propio cuerpo, un instinto feroz que no se apagaba ni siquiera ante la incertidumbre.
Sintió como su garganta se cerraba. Su pulsó latió con fuerza en sus sienes, pero se obligó a mantener la calma mientras Kazue tomaba nuevamente la pizarra.
"No debes preocuparte. Mi pequeña y yo saldremos adelante".
Frunció el ceño. Apretó los labios hasta formar una línea fina, su pecho oprimido por una mezcla de emociones que no terminaban de asentarse. Sus ojos se deslizaron por el mensaje antes de volver a los de Kazue.
—¿Quieres quedarte con el bebé?
Kazue asintió sin dudar, con un énfasis que provocó que su cabello se meciera levemente. Tomo la pizarra otra vez, su escritura más firme.
"Pese a lo sucedido, a cómo fue engendrada… ella no tiene la culpa. Ya hice las paces con ese tema."
Inhaló lentamente, absorbiendo la réplica. Un escalofrío le recorrió la espalda y, por primera vez, no sabía qué responder.
No podía evitar sentir pena. La determinación de Kazue era admirable, pero eso no cambiaba la realidad de su situación.
—Este no es lugar para ti—murmuró, midiendo sus palabras—. Necesito sacarte de aquí, llevarte a otro sitio.
Ella parpadeó, sorprendida.
—Investigare dónde podemos ir. Y en cuanto te encuentres bien para hacer el viaje… nos marcharemos.
No hubo réplica. Solo el sonido del lápiz chocando contra la pizarra cuando la chica la dejó de un lado.
—Voy a revisarte—anunció con un tono más práctico, carente de emociones—. También checaré al bebé.
Kazue se acomodó sin protestar. Comenzó la revisión con precisión, había hecho eso varias veces durante su formación y desempeño como ninja médico, sus manos se deslizaban con familiaridad sobre su abdomen. Mientras trabajaba, la curiosidad la llevó a preguntar:
—¿Cómo sabes que será niña?
La chica sonrió levemente y escribió con calma:
"Tengo un presentimiento."
Sakura alzó una ceja.
—¿Un presentimiento, cierto?
Kazue asintió, firme.
Soltó otro suspiro y retiró las manos con cuidado.
—Todo está bajo control—dijo, más para sí misma que para Kazue—. Pero necesitas comer más si quieres estar fuerte y sana para el momento del parto.
Ella asintió sin dudar.
Sakura la observó por un instante más antes de preguntar:
—¿Estarás bien aquí?
Kazue volvió a asentir, su expresión tranquila, como si no hubiera otra opción.
Por su parte, Sakura presionó los labios, indecisa.
—Si necesitas algo, estaré en la clínica.
Otra vez. Kazue asintió, sin titubeos.
No había nada más que decir. Exhaló suavemente, giró sobre sus talones y salió de la casa sin más preámbulos. Al cruzar la puerta, el aire cálido y húmedo la envolvió.
Aquella misión comenzaba a consumirla, y no sabía muy bien qué hacer al respecto. El peso de cada decisión era aplastante, una tensión constante en sus hombros. Si tan solo pudiera comunicarse a la aldea para informar que estaba bien… pero sabía que no era una opción.
Suspiró y sacudió la cabeza, procurando despejar sus pensamientos a medida que ingresaba a la clínica.
—Bienvenida de vuelta—la saludo Miyuki, que hojeaba un libro en la esquina—. ¿Quieres un poco de té?
–Sí, gracias.
Kodoku se acercó, limpiándose las manos con un paño.
—Estaré fuera hoy. Regresaré al amanecer.
Sakura frunció el ceño.
—¿Sucede algo?
—Una emergencia en las orillas de la aldea—explicó escuetamente—. Nada que no pueda manejar, pero tomará tiempo.
—¿Quieres que vaya contigo?—preguntó, aun con el entrecejo arrugado.
Kodoku negó casi de inmediato.
—No será necesario—espetó con calma—. Hago esto cada mes. Me sentiría más tranquila si te quedas en la clínica.
Una vez más apretó los labios, pero no insistió Sabia que Kodoku no cambiaría de opinión.
—Si necesitas algo, Miyuki estar aquí para apoyarte—añadió, lanzando una mirada rápida a la chica, que seguía atenta desde su rincón—. Puedes contar con ella.
En ese momento, la aludida se acercó a ella y le tendió una taza de té caliente. Sakura la recibió con ambas manos, permitiendo que el calor se filtrara por sus dedos.
—Gracias—murmuró.
Miyuki sonrió antes de volver a su lugar. Kodoku se ajustó la capa sobre los hombros, preparándose para partir, ajustó el bolso en su hombro y, antes de dar un paso hacia la puerta, preguntó con naturalidad:
—¿Cómo va la chica?
Sakura apartó la mirada de su té.
—Está mejor. Aún se encuentra bajo observación.
La encargada asintió, pero su expresión se tornó más seria, sombría.
—No te encariñes mucho con ella.
Llevó la taza a sus labios y tomó un sorbo, notó como el calor bajaba por garganta antes de responder:
—Está sola. No tiene a nadie en el mundo. Tampoco puedo abandonarla.
Kodoku cerró los ojos un instante y dejó escapar un suspiro pesado. No dijo nada más. Se giró hacia la salida, pero antes de cruzar la puerta, una voz la llamó desde afuera.
Se detuvo, ladeo la cabeza con gesto cansado.
—Voy en un momento—respondió. Luego, sin volverse del todo, lanzó unas ultimas indicaciones a Sakura sobre la clínica y los pacientes que debían recibir atención.
La observó alejarse, su silueta desvaneciéndose en la lejanía hasta que ya no pudo distinguirla. Solo entonces dejó escapar todo el aire contenido en sus pulmones.
Volvió a ingresar a la clínica, cerrando la puerta tras de sí. El aroma del té flotaba en el ambiente, cálido y reconfortante, pero no conseguía aliviar la inquietud que le oprimía el pecho.
—Tengo que sacarla de aquí—susurró para sí misma, Miyuki la observaba con curiosidad desde su asiento—. No puede quedarse en este lugar.
La duda la golpeó.
—Sin embargo…—tragó grueso—. No sé a dónde ir.
Miyuki dejó su taza sobre la mesa y, con un tono casi casual, comento.
—He escuchado de un sitio.
Sakura alzó la vista, expectante.
—Se ubica al norte, internándose en las montañas—continuó—. Es una especie de monasterio, pero manejado por mujeres. Dicen que todas son sobrevivientes de un ataque a su aldea de origen. Cuando los hombres se marcharon, ellas fueron las únicas que se quedaron para defenderla, así que construyeron su propio hogar.
Entrecerró los ojos.
—¿Qué sucedió con los invasores?
Miyuki se encogió de hombros.
—Nadie sabe con certeza. Solo que, desde entonces, han permanecido aisladas. Pocos consiguen ingresar.
Cerró los ojos, procesando la información.
—Suena a un mito—espetó, escéptica.
Miyuki sonrió sutilmente.
—No es un mito. Lo sé porque una de ellas me lo contó. Baja de las montañas cada cierto tiempo para vender algunos productos.
—¿Y cómo se llama ese lugar?
—Yamabiko-mura—respondió sin dudar—. El Pueblo del Eco.
Repitió el nombre en su mente. Un pueblo escondido en las montañas, habitado solo por mujeres que habían sobrevivido solas. Un sitio apartado, difícil de alcanzar, protegido del mundo exterior. Un refugio.
Allí, Kazue estaría a salvo.
El pensamiento se instaló en su mente. Guardó silencio, evaluando la idea, considerando los riesgos y posibilidades.
—Sakura-san.
Su nombre la sacó del ensimismamiento.
—¿Qué?—preguntó, confundida.
—Pregunté si querías desayunar.
Ella negó con la cabeza.
—No, gracias. Ya lo hice.
Miyuki no insistió, y la conversación quedó suspendida en el aire mientras ella le daba vueltas a su decisión.
Se mantenía inmóvil, su figura esbelta y oscura recargada contra la pared de ladrillos desgastados. Sus ojos, fríos y calculadores, seguían cada movimiento del hombre que caminaba de un lado a otro por la calle abarrotada. Sus pasos eran rápidos, inquietos, y no dejaba de frotarse las manos una contra la otra.
Desde las sombras, estudiaba a su presa. No había prisa en sus gestos, pero cada músculo de su cuerpo estaba tenso, listo para actuar. Finalmente, cuando su objetivo giró bruscamente, se apartó de la pared y comenzó a seguirlo.
Las estrechas calles componían un laberinto de objetos y personas. Cajas apiladas, bolsas de basura rotas y charcos de agua estancada dificultaban el paso. Su presa avanzaba rápidamente, pero su respiración agitada delataba el miedo que lo embargaba. De pronto, frenó en seco y giró la cabeza en ambas direcciones, tal vez percatándose de la presencia detrás de él. Sus ojos se encontraron con los suyos.
El hombre no lo pensó dos veces. Con un grito ahogado, echó a correr. Sasuke lo siguió sin vacilar, esquivando obstáculos con una agilidad felina. Unca caja volcada, un charco profundo, un gato salió disparado de entre la basura, nada de eso era suficiente para detenerlo. Sus ojos continuaban fijos en el hombre, que corría cada vez más rápido, pero con menos control.
Giró hacia la derecha y se encontró en un callejón sin salida donde consiguió darle alcance. El hombre cayó al suelo con un golpe sordo. Antes de que pudiera reaccionar, ya estaba sobre él: desenvainó la katana y clavó la hoja en el suelo, a escasos centímetros de su rostro. La presa dejó escapar un alarido desgarrador, lleno de terror.
—Para ser shinobi, eres uno de los más cobardes que he conocido—dijo monótonamente. Retiró la katana del suelo y la resguardó en su funda con la elegancia de alguien que ha dominado el arte de la espada durante años.
El hombre, aun temblando, se puso de pie con dificultad, apoyándose en la pared. Su rostro, antes pálido por el miedo, ahora estaba enrojecido de furia. Se sacudió el polvo de la ropa bruscamente, intentando recuperar algo de la dignidad perdida.
—¡Eso fue completamente innecesario!—exclamó. Sus orbes, inyectados de rabia, se clavaron en el Uchiha, desafiándolo.
No obstante, él no se inmutó y simplemente se limitó a contemplarlo con desdén y curiosidad.
—También lo fue tu huida—respondió—. Pensé que éramos aliados.—Hizo una pausa—. ¿Acaso estás tramando algo a mis espaldas?
Ryozo era un shinobi de bajo rango que nunca destacó en combate, pero compensaba con astucia y pragmatismo. Después de una lesión en la pierna que limitaba su movilidad, optó por una semi-retirada y comenzó a realizar cualquier trabajo que le permitiera ganarse la vida. Desde misiones menores de escolta hasta encargos de dudosa legalidad, hacia lo necesario para mantenerse a flote.
Lo conoció por un golpe de suerte o de mala fortuna. Seguía el rastro de un informante, solo para descubrir que alguien más ya le había arrancado la lengua. No tenía la arrogancia de un mercenario ni la desesperación de un ladrón. Solo era alguien que entendía cómo funcionaba el mundo.
Desde entonces, había recurrido a él un par de veces. Nunca más de lo necesario, nunca con confianza plena. Pese a su falta de valentía, era eficiente, discreto.
Ryozo se quedó callado. Desvió la mirada, incapaz de sostener o emular la intensidad que emanaba el propio Sasuke. Finalmente, bajó la cabeza y murmuró algo inaudible.
Tragó grueso, su garganta seca. Sus ojos se movían de un lado a otro, como si esperaran que en cualquier momento emergiera una amenaza de las sombras.
—No es eso…—se excusó, nervioso—. Simplemente, eres intimidante. Además, no me gusta la gente que te rodea.—Echó un vistazo rápido a su alrededor.
—Tranquilízate. Nadie nos está observando siguiendo. Masamune está fuera de la aldea.
Probablemente era estúpido de su parte revelar información clasificada.
Ryozo levantó ambas cejas, sorprendido.
—Eso explica por qué estás aquí.
Aquello era más difícil de lo que imaginaba. No estaba habituado a clamar por auxilio, sin embargo, situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
—Necesito tu ayuda—dijo sin rodeos.
El hombre chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.
—No.
Sasuke frunció el ceño.
—Ni siquiera me has escuchado.
—No necesito hacerlo. La última vez que acepté ayudarte, acabé encerrado durante cinco días sin ver la luz del sol.
—Cumplí mi parte del trato—insistió con paciencia forzada.
Ryozo soltó una risa seca.
—Parcialmente.
El Uchiha cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
—Eres la única persona que puede hacer el trabajo.
Ryozo lo miró, escéptico; notó la vacilación en su expresión. Todavía no rechazaba del todo la oferta. Pasó una mano por su cabello y suspiró, resignado.
—¿Qué es esta vez?
Sasuke no perdió el tiempo.
—¿Aun continuas ayudando a sacar gente de la aldea?—quiso saber.
El hombre entrecerró los ojos, observándolo con cautela.
—De vez en cuando. Hace tres semanas ayude a escapar a un granjero y su familia. Los hombres de Masamune los habían amenazado.
—Bien—afirmó—. Necesito que ayudes a salir a alguien.
Ryozo asintió.
—Lo haré, pero no ahora. Si Masamune está fuera, eso quiere decir que las rutas están vigiladas.
—No—negó de inmediato—. Debe ser esta noche.
Lo observó con renovado interés, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Por qué tanta insistencia?
—Ella corre peligro.
El hombre arqueó una ceja.
—¿Ella?
Sasuke guardó silencio. Había cometido un error, uno de novato. Al darse cuenta de lo que acababa de decir, quiso abofetearse. Tal vez no era tan brillante como pensaba.
Una risa baja y condescendiente reverberó entre las paredes.
—Así que se trata de una mujer.
Una vez más, no respondió.
—Vaya, vaya—prosiguió con una sonrisa ladeada—. Tal vez se trate de una… ¿amante?
Los ojos de Sasuke centellaron con impaciencia.
—Eso no es de tu incumbencia. Lo único que debes saber es que debe salir de este lugar cuanto antes.
La sonrisa de Ryozo se desvaneció cuando notó la seriedad en su voz.
—Masamune sabe de su existencia—continuó diciendo—. Y sospecha de ella. No dudará en asesinarla en cuanto tenga la oportunidad.
Ryozo frunció el ceño, cruzándose de brazos.
—Me estás pidiendo que saque a alguien con una amenaza de muerte sobre su cabeza.
—No—replicó él.
El shinobi soltó un bufido.
—Está siendo vigilada.
Otro mutismo se extendió entre ellos.
—¿Por qué no lo haces tú?—lo increpó.
La expresión en el rostro de Sasuke se endureció.
—No puedo comprometer mi posición. Si me marcho, Masamune se dará cuenta y todo mi esfuerzo no habría valido la pena.
Ryozo soltó una carcajada seca.
—Tienes todos esos poderes y habilidades… ¿Acaso no eres capaz de transportarla con ese ojo extraño que ocultas todo el tiempo?
Sasuke lo miró, fastidiado.
—No. La última vez que lo intenté estuve tres meses en otra dimensión. Aún no puedo controlarlo.
Una vez más, otra risa baja y sarcástica reverbero en sus oídos.
—Entonces no eres tan grandioso como imaginaba.
Dejó escapar un suspiro, consciente de que no tenía más opción que ceder a las condiciones de Ryozo.
El hombre lo observó por un momento antes de resoplar y encogerse de hombros.
—Está bien, lo haré. Pero quiero una buena paga. No voy a arriesgarme por cuatrocientos Ryozo.
Sin decir una palabra, sacó un costal de tela y se lo arrojó. Él lo atrapó fácilmente y, al sentir su peso, frunció el ceño, curioso. Al abrir la bolsa sus ojos se iluminaron al vislumbrar el brillo de las monedas en su interior.
—Con esta cantidad—dijo con una sonrisa burlona—, puedo llevarla yo mismo en mi espalda.
Sasuke lo miró sin expresión.
—Hazlo como quieras. Solo asegurate de que salga de aquí con vida.
Resguardó el costal, temiendo que el Uchiha se arrepintiera de entregárselo.
—Debes mantenerla vigilada—insistió—. Es muy inteligente. Buscará la manera de regresar.
—En ese caso, me veré obligado a cerrar el paraje.
Poco le importaba a Sasuke las medidas que Ryozo debía tomar con tal de sacar a Sakura de la aldea.
—Haz todo lo que esté en tu poder para impedirlo.
—Eres un cliente sumamente exigente.
Sin más, se acomodó el saco al hombro y dejó escapar otro suspiro.
—Iré a prepararme—añadió—. Te veré a los once cuarenta y cinco en la salida abandonada, directamente en las minas.
Sasuke asintió.
—Ahí estaré.
Le dedicó una última mirada y dio un paso atrás, dispuesto a marcharse.
—Más te vale que todo salga bien—espetó antes de desaparecer.
La habitación olía a hierbas medicinales y papel viejo, el aroma inconfundible de la clínica cuando la jornada llegaba a su fin. En la penumbra dorada, Sakura observaba a Miyuki pacientemente, su voz templada por una calidez serena.
—Respira hondo—indicó, su tono tan suave como el roce de la brisa contra las cortinas—. Relájate. Canaliza toda tu energía hacia la palma de tu mano.
Miyuki, sentada con la espalda recta y los dedos apenas curvado sobre su regazo, tragó en seco. La inseguridad tensaba sus hombros, hacia temblar la delicada línea de su mandíbula. Cerró los ojos y guardó silencio, recopiló sus miedos y esperanzas en un solo pensamiento.
El tiempo se balanceaba en un frágil equilibrio. Sakura la observaba, expectante, sin intervenir, conteniendo el deseo de guiarla con un toque. No quería interrumpir con el proceso, aquel momento en que la voluntad se transformaba en poder.
Y entonces ocurrió.
En la palma de Miyuki, una flor brotó. Pequeña, trémula, sus pétalos blancos de abrieron. La chica contuvo la respiración, sus labios entreabiertos en una incredulidad casi reverente.
Sakura sonrió, inclinándose apenas hacia ella.
—¿Lo ves?—susurró, la satisfacción iluminando sus ojos—. No es tan complicado.
Miyuki parpadeó, cerro los dedos un poco en torno a la flor, temiendo que desapareciera al menor movimiento.
—No puedo creerlo… jamás imaginé que lo conseguiría.
—Ahora sabes que puedes convertirte en ninja médico—afirmó Sakura—. Solo necesitas entrenar duro y estudiar un montón.
La chica levantó la vista.
—Quiero ser exactamente como tú, Sakura-san.
La kunoichi dejó escapar una risa ligera, halagada, pero no del todo convencida.
—Serás mejor que yo.
Se puso de pie, estiró los músculos agarrotados y echó un vistazo por la ventana. El sol descendía, derramando sus últimos destellos sobre los tejados y tiñendo de ámbar las sombras alargadas de la aldea. El día se desvanecía, con la promesa de otro por venir.
—Tal vez deberíamos marcharnos a casa—dijo, girándose hacia Miyuki—. El ultimo paciente se marchó hace tres horas.
Su compañera asintió, cerrando la mano con cuidado, protegiendo la flor como un tesoro. Juntas, salieron de la clínica mientras la noche comenzaba a desplegar su manto sobre la aldea.
Una vez en el exterior, el aire nocturno las envolvió con su frescura inconfundible. La brisa mecía las copas de los árboles y susurraba entre los techos, arrastrando consigo el aroma de la tierra húmeda y el lejano murmullo del sitio preparándose para el descanso. Las farolas titilaban a lo largo del camino, proyectando sobras alargadas sobre el pasto.
Sakura se detuvo y observó a Miyuki, atenta, su instinto de protectora despertando con fuerza.
—¿Estás segura de que estarás bien?—preguntó—. Puedes quedarte en casa conmigo y Kazue.
Si bien, Kodoku mencionó que realizaba ese tipo de encomiendas una vez al mes, no podía evitar sentirse consternaba por el bienestar y seguridad de Miyuki, considerando que era una chica de la misma edad que Kazue y que no estaba exenta de correr con la misma suerte que ella.
Miyuki sonrió, meneando la cabeza.
—Estoy segura, así que no te preocupes—respondió con la misma calma—. Cerrare bien la puerta.
La estudió un momento más, buscando en su expresión cualquier rastro de duda. Algo dentro de ella no terminaba de apaciguarse.
Ajena a los pensamientos de Sakura, Miyuki se estiró perezosamente y dejó escapar un bostezo amplio, cubriéndose la boca con el dorso de la mano.
El mal presentimiento se arraigó en Sakura como una raíz oscura.
—Estoy tan cansada…—espetó la chica a su lado.
—Es por el control de chakra—explicó. Todavía recordaba a la perfección la extenuación que se asentaba en cada célula de su cuerpo cuando finalizaba con el entrenamiento—. Trata de dormir bien y no te excedas demasiado.
Miyuki parpadeó, somnolienta, pero asintió.
—Si te sobre esfuerzas, acabaras dañando tus canales de chakra—continuó diciendo.
—Lo haré, lo prometo.
Sin esperarlo, la chica la abrazó: una muestra de agradecimiento breve pero genuina, un gesto de confianza. Sakura la rodeó con los brazos, correspondiendo con la misma sinceridad. No era un adiós, solo un simple "nos vemos mañana", pero aun así, el presentimiento continuó oprimiéndole el pecho.
Se quedó de pie al borde de las escaleras, observando a la muchacha alejarse con pasos ligeros por el sendero iluminado por las farolas. No apartó la vista hasta que la vio ingresar en la casa y cerrar la puerta tras de sí. Solo entonces giró sobre sus talones y emprendió el camino de regreso.
El silencio nocturno parecía más denso de lo habitual. Su mente divagaba, atrapada entre pensamientos sueltos y aquella inquietud que no terminaba de disiparse.
Cuando llegó a su propio refugio, empujó la puerta. El interior, sumido en una oscuridad espesa.
Frunció el ceño.
Kazue debería estar allí.
Buscó el interruptor a tientas y, al presionarlo, la luz destelló antes de revelar el caos.
Su respiración se detuvo en un instante.
La sala era un desorden absoluto. Muebles volcados, pergaminos dispersos, fragmentos de lo que alguna vez fue porcelana esparcidos en el suelo. Las sillas estaban desplazadas, una de ellas partida en dos. Un kunai se hallaba incrustado en la pared, vibrando por el impacto.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Eso no era un robo.
Hubo una pelea. Una violenta.
Su estómago se contrajo con la súbita certeza de que algo terrible había pasado.
Un frío punzante se abrió paso en su pecho. Sus ojos recorrieron el desastre, horrorizados, antes de que sus piernas reaccionaran por instinto, llevándola a zancadas hacia la habitación.
—Kazue…—murmuró, apenas un aliento.
Empujó la puerta con fuerza. La cama estaba deshecha, las cobijas revueltas como si alguien hubiera forcejeado sobre ellas. La ventana estaba abierta y las cortinas se agitaban con la brisa nocturna. Su mirada recorrió el cuarto, buscando cualquier indicio, cualquier señal de Kazue.
Pero no había nada.
El pánico comenzó a afianzarse en su garganta. Salió de la habitación y volvió sobre sus pasos, los latidos de su corazón reverberaban en sus oídos como tambores de guerra. Afuera, la aldea estaba en calma, ajena al desastre que acababa de descubrir.
Fue entonces cuando lo vio.
Marcas en el suelo, apenas visibles bajo la luz. Surcos en la tierra húmeda, huellas irregulares que indicaban que algo –o alguien— había sido arrastrado.
No lo pensó dos veces.
Siguió el rastro. El camino la llevó lejos del perímetro de la clínica y la sumergió en la espesura del bosque. Las sombras de los árboles se alargaban como figuras fantasmales, y cada crujido de ramas le erizaban la piel.
El fango se adhirió a sus sandalias cuando el terreno comenzó a cambiar.
Un pantano.
Sus pies se hundían a cada paso, la humedad pegajosa envolviendo sus tobillos, dificultando su avance. La noche era cerrada, sofocante, y la neblina se arremolinaba a su alrededor, ocultando lo que se hallaba más allá. Apenas podía distinguir las formas entre la penumbra.
Kazue estaba allí, en algún lugar.
Y ella no iba a detenerse hasta encontrarla.
Un quejido cortó el mutismo de la noche como una cuchilla afilada.
Se detuvo en seco. Su respiración era un eco agitado en sus oídos, mezclándose con el corar distante de los sapos y el susurro del viento entre los árboles. Entonces, la escuchó.
—¡Maldita prostituta!—escupió una voz femenina, temblorosa de furiosa—. Te aseguro que voy a arrancarte a ese bebé del vientre con mis propias manos.
La sangre se le heló antes de hervir.
Un golpe sordo, otro jadeo sofocado. Luego, el sonido de un cuerpo cayendo pesadamente en el fango.
Avanzó sin pensar. Atravesó el lodazal torpemente, sintiendo el barro succionarle las piernas, su corazón desbocado en su pecho. La escena se desplegó ante ella como una pintura grotesca:
Kazue yacía en el suelo, su cuerpo encogido, el rostro oculto tras su cabello enmarañado. Un hilo de sangre descendía por su boca.
Sobre ella, una figura femenina, oscura y amenazante bajo la tenue luz de la luna, alzó la mano, preparándose para el golpe final.
Pero no llegó a darlo.
Sakura se lanzó con toda su fuerza, un rugido de ira brotando de su garganta.
Impacto contra la agresora con una violencia devastadora. El aire escapó de los pulmones de la mujer en un jadeo sofocado cuando ambas cayeron al agua con un chapoteo ensordecedor.
El fango las recibió con su abrazo frío y pegajoso, tragándolas como una bestia hambrienta. Notó la resistencia del cuerpo enemigo bajo el suyo, los miembros forcejando, tratando de zafarse.
Emergió del agua con el pulso desbocado, jadeando, sus músculos tensos por la adrenalina que aun hervía en su sangre. Se tambaleó por un segundo, tenía lodo adherido a su ropa y piel, pero su prioridad era Kazue.
Se acercó rápidamente a ella, temblaba como una hoja azotada por el viento. Sus sollozos eran quedos, entrecortados por el miedo y el dolor.
—Kazue…—susurró Sakura, inclinándose junto a ella, con las manos temblorosas por la rabia y la preocupación. Sus dedos tantearon su rostro con suavidad, apartando el cabello empapado y pegajoso de sangre—. Tranquila, ya estoy aquí.
Antes de que pudiera decir más, un golpe la alcanzo de lleno.
El impacto la tomó desprevenida. Un puño veloz y certero se estrelló contra su costado, despojando a sus pulmones de aire y obligándola a retroceder varios pasos.
Se enderezó, su mirada encendida por la furia.
Hubo algo en ella que le resultó inquietantemente familiar.
Era parecida a la mujer que había visitado la clínica días atrás preguntando por Kazue, salvo que esta lucía más joven. Su belleza era innegable, casi etérea.
Tenía el cabello largo, caía hasta su cintura a pesar de estar cubierto de lodo, enmarcando su rostro con el único objetivo de resaltar sus facciones perfectas. Lo más hipnotizante eran sus ojos: grandes y expresivos, de un profundo azul zafiro que contrastaba con su tez pálida y suave, que la observaban con un desprecio feroz.
—Si eres lo suficientemente inteligente—escupió la mujer—, darás media vuelta y me dejarás terminar con el trabajo.
Sakura se interpuso entre ella y Kazue sin dudarlo.
—Tendrás que acabar conmigo primero—dijo.
La risa de la mujer resonó en la espesura de la noche, un sonido gélido y cruel que envió un escalofrió por la espalda de la kunoichi.
—Te di la oportunidad de elegir—susurró, con un deje de burla venenosa.
Sin más preámbulos, se lanzó al ataque.
Ella reaccionó en ipso facto, impulsándose hacia adelante con la misma ferocidad. No podía permitirse una batalla prolongada en un terreno traicionero, y mucho menos cerca de Kazue. Necesitaba alejar a su oponente lo suficiente para evitar ponerla en peligro.
Con movimientos precisos, se deslizó entre los árboles, atrayendo a la mujer más lejos del pantano, donde el suelo era más firme. Ella la persiguió con una rapidez impresionante, su cabello ondeando tras ella como un velo oscuro.
El enfrentamiento sería feroz.
Tan pronto como estuvieron una frente a la otra, intercambiaron golpes con una velocidad vertiginosa, puños y patadas surcaban el aire con una precisión letal. La chica era hábil, su destreza indiscutible, y cada uno de sus ataques tenía la intención clara de matar. Pero Sakura era más rápida. Más fuerte.
Esquivó el puño dirigido a su sien con un giro ágil, y en un contraataque fulminante, lanzó el puño con toda su fuerza.
El impacto resonó en el aire.
Su oponente apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el golpe le diera de lleno en el rostro. Un chasquido seco marcó el momento exacto en que su nariz se rompió bajo la potencia del ataque.
Ella bajó una mano lentamente hacia la zona afectada, sintiendo la hinchazón con la yema de los dedos. Para sorpresa de Sakura, en lugar de reaccionar con molestia, sonrió.
—Vaya, no está nada mal—soltó, divertida.
Giró la muñeca y observó la mancha escarlata que pintaba sus dedos. Sus ojos azul zafiro destellaron con un brillo siniestro antes de que su chakra fluyera con una precisión a través del líquido carmesí. En cuestión de segundos, la sangre se solidificó, afilándose en una delgada aguja.
Sakura vislumbro el ataque un instante antes de que ocurriera. Se inclinó hacia un lado, pero no fue lo suficientemente rápida: la aguja le rozó la mejilla, dejando un corte fino y ardiente.
El dolor era mínimo, no obstante, la revelación era significativa.
Kekkei Genkai.
Sangre control.
Un peligro latente.
Procesó la información con rapidez mientras esquivaba los proyectiles que la chica formaba con su propia sangre. Cada gota que caía de su raíz o de sus labios agrietados se convertía en un arma mortal, lanzada con una precisión quirúrgica.
Se movía con destreza, evitando cada ataque con reflejos perfeccionado a lo largo de incontables batallas. No podía permitirse recibir demasiadas heridas; cualquier contacto con esa sangre podría volverse una desventaja si su oponente tenía más trucos bajo la manga.
Ella entrecerró los ojos, analizándola detenidamente.
—Mi hermano estará extasiado al saber que tenía razón—dijo, satisfecha—. Dime… ¿Quién te envió?
Sakura guardó silencio, su mirada fría como el acero.
La chica chasqueó la lengua, perdiendo la paciencia.
—No importa—su voz adquirió un tono mordaz—… Debes ser una de esas putas kunoichis de la Hoja, ¿cierto?
Sakura sintió un leve temblor en su pecho. No por las palabras de su enemiga, sino por lo que lo implicaban. Sasuke se lo había advertido, pero ella estaba demasiado molesta con él para hacer caso a sus amonestaciones.
Aprovechó el momento en que ella habló para impulsarse hacia adelante. Su puño impacto con fuerza en el abdomen de la mujer, cortando su respiración. Antes de que pudiera reaccionar, Sakura giró sobre su eje y con una patada bien dirigida, la lanzó varios metros lejos de ella.
La chica cayó con violencia sobre el suelo húmedo, rodando entre la maleza.
No obstante, el dolor la golpeó con una brutalidad inesperada.
Justo cuando intentaba girarse hacia Kazue, un espasmo fulminante le oprimió el pecho, como si un puño invisible le aplastara el esternón desde dentro. Su respiración se cortó, y sus rodillas cedieron, clavándose en la tierra húmeda con un golpe sordo.
El mundo comenzó a dar vueltas.
El latido de su corazón, normalmente firme y controlado, se tornó errático. Sintió como su pecho palpitaba con una presión insoportable, cada bombeó descoordinado, como un tambor reto sonando en su interior.
Un líquido cálido y espeso ascendió por su garganta. El sabor metálico de su propia sangre inundó su boca antes de que un hilo carmesí escapara de sus labios, resbalando por su mentón.
Jadeó, intentando aspirar aire, pero sus pulmones se negaban a expandirse completamente. Su visión se volvió más turbia, y por el rabillo del ojo, distinguió gotas de sangre cayendo sobre el suelo.
Su nariz.
Estaba sangrando.
Nunca había experimentado una hemorragia espontánea, a menos que alguien la golpeara. Pero esto… esto era diferente.
Un mareo la sacudió, un vértigo sofocante le nubló los sentidos. Intentó llevar una mano a su pecho, buscando estabilizar su respiración, pero en cuanto sus dedos rozaron su piel, lo comprendió con un pavor helado.
Su corazón latía de forma caótica, con una presión desbordante, como si estuviera a punto de colapsar.
Iba a explotar.
El dolor se intensifico, una punzada aguda que se expandía desde su pecho hasta sus brazos y cuello, provocándole una sensación de ardor y opresión insoportable. Cada intento de respirar era una batalla perdida; cada latido un recordatorio de que algo estaba terriblemente mal.
Apretó los dientes. La imagen de Kazue se tornó borrosa, sus facciones desdibujadas por la neblina creciente. El terror en sus ojos era visible.
Sakura quiso moverse, quería hablar, pero su cuerpo no respondía. Un frío antinatural se deslizó por su piel, escurriéndose en sus venas como un veneno sigiloso. El vértigo la arrastró a un abismo sin fondo, y entonces lo oyó, un grito.
No supo de donde provenía. Pero lo último que alcanzó a registrar antes de que la opresión en su pecho comenzara a disiparse de manera abrupta.
La presión cesó.
El aire, antes negado, regresó con un ardor insoportable, como brasas encendidas en su garganta. El corazón, aun desbocado, se estabilizó poco a poco, aunque cada latido continuaba retumbando con un eco doloroso en su caja torácica.
Sakura jadeó, intentando aferrarse a la frágil lucidez que le quedaba. Y entonces lo comprendió.
La mujer le había hecho eso.
Ella, con su sonrisa escalofriante, la había llevado al borde de la muerte con su técnica. No era solo su sangre la que controlaba… sino también la de su oponente.
Por eso era peligrosa.
El agua del pantano estaba oscura y espesa, un manto lodoso. Entre las sombras de los juncos y la bruma que se cernía sobre la superficie, flotaba el cuerpo inerte de Suiko Tenshihari. Su largo cabello se extendía como un halo alrededor de su rostro, desprovisto ahora de la altanera expresión que portaba en vida. Sus labios, entreabiertos en un último vestigio de asombro o rabia, no emitían ya ningún sonido.
En la orilla, Sakura apenas lograba mantenerse erguida. Su respiración, un jadeo entrecortado, cada inhalación un esfuerzo titánico. Sus hombros temblaban con cada bocanada de aire, su pecho subía y bajaba con dolorosa lentitud.
Cerca de ella, estaba agachada una adolescente, sus manos temblorosas se aferraban a su propio vientre. Observaba la escena con los ojos bien abiertos por el terror, como si no fuese capaz de procesar lo que había sucedido. Sus mejillas estaban surcadas por lágrimas.
Le tomó más de un minuto analizar la situación. Su mirada capturó en un instante todo el desastre: la kunoichi muerta flotando en el agua, Sakura al borde del colapso, la joven embarazada paralizada por el miedo. Inmediatamente frunció el ceño.
Sin perder el tiempo, se agachó frente a Sakura. La examinó con precisión quirúrgica, buscando signos de heridas graves.
—Sakura—clamó su nombre en tono bajo.
Ella pestañeó, todavía sumida en la niebla de la fatiga, sin fuerzas para responder de inmediato.
—¿Estás herida?
La pregunta era directa, incluso estúpida, por supuesto que lo estaba, pero no podía detectar la zona dañada.
Sakura entreabrió los labios, aun sin poder ordenar sus pensamientos.
—Ella… Ella…
La observó un instante más y luego negó con la cabeza.
—No tienes que preocuparte—declaró. Suiko sería un problema para después, ahora mismo necesitaba sacar a Sakura de ese maldito lugar de una vez por todas.
Sin esperar respuesta, deslizó su brazo bajo el de ella y la ayudó a incorporarse. Sakura tambaleó, pero él la sostuvo con seguridad.
—¿Puedes caminar?
Ella respiró hondo, todavía sentía el ardor en su pecho, su corazón descompasado, pero asintió.
—Sí.
Le sostuvo la mirada unos segundos más, evaluándola. Luego, su expresión se endureció.
—Bien, porque te marcharas ahora mismo.
No había espacio para dudas ni discusiones. La orden era clara. El tiempo apremiaba.
El cuerpo de Sakura ardía, sus extremidades temblaban por el esfuerzo, pero no era solo el cansancio lo que la mantenía de pie: era la obstinación, una furia latente en su pecho.
—No voy a ir a ningún lado—logró decir con voz ronca.
Sasuke, aun sosteniéndola, la miró, incrédulo. Su expresión se tornó burlona, casi divertida en su sarcasmo.
—¿Te golpeaste la cabeza?
Ella apretó la mandíbula y, con la poca fuerza que le quedaba, se apartó de él.
—Vete a la mierda, Sasuke.
Sus cejas se alzaron, evidentemente sorprendido.
—Bueno. Eso es nuevo.
Sakura cerró los ojos por un segundo, de repente agotada. La conversación, la lucha, la necesidad de sobrevivir a cada pesadilla a la que era arrastrada sin remedio… todo estrujaba sus huesos, su ser, su alma.
Y entonces, la extraña sensación de su pecho se transformó. No era el dolor de la maldita técnica de su enemiga; era algo diferente, más profundo.
Quería llorar.
Porque realmente esperaba no volver a ver a Sasuke.
Porque esperaba la muerte mucho antes que a él. Mucho antes que sus ojos dispares, que la perseguían en sus sueños.
Sasuke guardó un silencio sobrenatural, una quietud tan absoluta que daba la impresión de ser un espectro en medio del turbio paisaje. No se movió, no apartó la atención de ella, no hizo ademan siquiera de respirar más hondo, como si su existencia estuviera contenida en el espacio entre sus palabras y ambiente.
Sakura, en cambio, notó la opresiva necesidad de convencerse de que aún estaba viva. Cada parte de su cuerpo, magullado y exhausto, emitía un eco de resistencia. La batalla había terminado, pero su carne temblorosa se rehusaba a aceptar la tregua. Su pecho subía y bajaba en un ritmo desigual, el resabio de un miedo visceral que aún se alojaba en sus entrañas. Sentía su pulso martillear en sus sienes, en su cuello, en sus muñecas.
No estaba muerta. No esta vez.
La idea de la supervivencia la llenó de desconcierto hueco, de una especie de incredulidad dudosa. Tantas veces asumió la posibilidad de la muerte que ahora, en el paréntesis de aquel instante, el simple hecho de estar de pie le resultaba ajeno, incomprensible. Su cuerpo estaba nervioso, su respiración aun entrecortada. Se repitió mentalmente, con la misma insistencia con la que alguien se aferraba a un amuleto en medio de la tormenta:
«Está bien. Estoy viva. Estoy viva.»
Entonces Sasuke volvió a hablar, y su vos interrumpió en su consciencia.
—Vámonos. Alguien está esperando por ti.
El mundo se contrajo en torno a la demanda.
—No voy a ir contigo—espetó.
Sasuke soltó un sonido impaciente, un ruido seco y frustrado.
—¿Qué parte de la situación actual no estas comprendiendo?—preguntó, había un filo exasperado en su tono, aunque su rostro no la emulaba—. Necesito que ese poderoso cerebro tuyo vuelva a funcionar, Sakura, porque todo el mundo sabrá lo que ocurrió aquí. Masamune irá a buscarte.
Ella no parpadeó. No necesitaba que Sasuke le explicara el peligro en el que se encontraba; ya lo sabía. Lo sentía en la piel, en los huesos, en la sangre aun caliente sobre sus manos. Y sin embargo, no podía moverse.
El Uchiha señaló el cadáver flotando en el agua lodosa.
—¿Sabes quién era ella?—inquirió.
Sakura tragó saliva, mas no respondió.
—Suiko Tenshihari.—Dejo caer el nombre sin advertencia previa—. Hermana de Masamune Tenshihari.
El estómago se le revolvió. Suiko no era un simple peón en ese juego; era una pieza clave, un nombre que abría puertas y que garantizaba la lealtad de clanes menores. Ahora estaba muerta. Y su cadáver se hundía lentamente en el fango, como si el pantano mismo intentara borrar el crimen cometido.
Sasuke continuó hablando:
—Además, yo mismo me he visto comprometido.
Pese a que él tenía razón, tragó su rabia, notó cómo descendía como bilis por su garganta, quemándole el orgullo. No estaba equivocada, lo sabía. Sasuke también. Cuanto más tiempo pasaran allí, más se reducían sus posibilidades de salir con vida. El cadáver flotando en pantano ya había sentenciado su destino. Para cuando amaneciera, los mensajeros de Tenshihari esparcirían la noticia como fuego sobre pólvora. Un topo en sus filas. Un traidor entre ellos. Y si Sasuke no regresaba pronto, la deducción sería inmediata. Lo delatarían.
—No podemos irnos…—insistió, esta vez con menor ímpetu.
—Sakura…
Estrujó los parpados, forzando a sus nervios a no quebrarse. Una fuerza sobrenatural le apretaba el cuello, como si algo invisible tirara de su Columba vertebral con fuerza. Al abrir los ojos, su mirada se encontró con la de él: afilada, paciente, aguardando una explicación.
Ella apartó la vista.
—No puedo irme sin Kazue.
Silencio.
Sasuke parpadeó, atónito.
—¿Quién demonios es?—preguntó.
Sakura no respondió. Con un esfuerzo deliberados acercó a la chica con cautela. Su respiración aún estaba descompasada, pero su prioridad era otra.
Kazue.
Comenzó a revisarla. Sus manos temblaban mientras inspeccionaba la piel de la adolescente, buscando cualquier indicio de daño, cualquier herida oculta. Su adversaria era letal y su habilidad, un arma silenciosa. No podía arriesgarse a que Kazue estuviera sufriendo los efectos de un ataque que aún no se manifestaba.
—Todo está bien—murmuró, procurando tranquilizarla—. Ya pasó.
Pero Kazue no se movió de inmediato. Sus grandes ojos oscuros brillaban, pero estaban vacíos, distantes, atrapados en la conmoción del momento.
Hasta que, de repente, su frágil cuerpo se precipitó hacia delante y rodeó la cintura de Sakura con fuerza.
Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la chica se aferrara como si fuera lo único sonido en un mundo al borde del colapso. Instintivamente, su respondió: cerró los brazos en torno a Kazue y la sostuvo con firmeza, con una necesidad casi desesperada.
Sentía el latido de Kazue contra su pecho, su respiración entrecortada, el temblor.
Por encima de la cabeza de la chica, su mirada se alzó y se encontró con la de Sasuke.
Él las observaba, atónito.
No tenía idea de lo que estaba pasando.
Kazue, aun estremecida, levantó la mirada hacia Sakura y, con movimientos torpes, formuló con sus dedos una pregunta.
Sakura la entendió.
—Está muerta—respondió.
Era un milagro que el último ataque hubiese bastado para acabar con ella, probablemente, la fuerza potenciada por el chakra había reventado algunos de sus órganos vitales.
Los hombros de la chica descendieron levemente y el temblor en sus manos se apaciguó. Pero justo cuando estaba recuperando algo de calma, sus ojos se movieron más allá de Sakura, enfocándose en alguien más.
Sasuke.
El cambio en su rostro fue inmediato y brutal. Sus pupilas se dilataron, su rostro perdió todo color y el miedo se apoderó de cada músculo de su cuerpo.
Sakura la sintió tensarse bajo la palma de sus manos, y sin pensarlo, el instinto la dominó.
Se movió, cubriendo a Kazue con su propio cuerpo, como si ese simple acto pudiera protegerla de todo, incluso de él.
Sasuke observó la escena en absoluto silencio. Sus ojos dispares brillaban con intensidad en la penumbra, procurando encajar las piezas de un rompecabezas que de repente había tomado una forma diferente.
—Tranquila—susurró Sakura a Kazue—. Está con nosotras.
Ella no respondió. Su respiración era errática y su agarre no cedía. Después de unos segundos, asintió levemente contra el pecho de Sakura.
Sasuke, apenas alzando una ceja, decidió hablar.
—¿Quién es ella?
—No es nadie.
El Uchiha entrecerró los ojos. Dio un paso hacia adelante, con el mismo cuidado con el que un domador manejaba a un animal peligroso.
—Eso no es cierto—rebatió—. Es la chica que busca Masamune.
La misma que él le había encomendado matar.
—Deja ese tema por la paz—advirtió Sakura.
Sasuke la estudió por un momento. Luego, con un encogimiento de hombros casi indiferente, respondió:
—Bien. Entonces, déjala atrás.
Algo helado recorrió la espalda de Sakura.
—Si no es nadie, entonces no tiene importancia para Konoha. Y, honestamente, tampoco para mí.
La réplica era pragmática, cruel en su simpleza.
—Nos vamos ahora.—Sasuke valió a dar un paso atrás, tajante—. Hemos perdido demasiado tiempo.
—Será sobre mi cadáver—dijo, molesta.
Sasuke inclinó levemente la cabeza, sopesando su respuesta.
—Eso es un poco dramático, ¿no lo crees?
Su tono era plano, casi desapasionado. No había ni una pizca de diversión en su rostro, ni rastro de burla en su voz. Solo una verdad incómoda que ambos conocían demasiado bien.
Sakura no parpadeó.
—No me importa—se rehusó—. Ella es una prioridad. Es todo lo que necesitas saber.
Kazue, aun aferrada a su cintura, alzó el rostro. Sus dedos se retorcieron contra la tela de su ropa, como si temiera que Sakura desapareciera en cualquier momento.
Cansado, Sasuke dejó escapar un leve suspiro, indicio de la frustración en la tensión de su mandíbula.
—¿Por qué es una prioridad? —presionó.
Sakura guardó silencio.
—Si es una de las chicas de Masamune, él las vende. No las conserva por meses.
La kunoichi no reaccionó, su faz era pétrea.
—Más importante aún—continuó diciendo—, no las deja vivir si no son necesarias de una u otra forma. Las que no se venden desaparecen, y a nadie le importa.
Sakura lo fulminó con la mirada.
—Eso no es de tu incumbencia.
Hubo un minuto de absoluto silencio, donde todo lo que se escuchaba era el susurro de la brisa sobre el pantano y el suave aleteo de los insectos sobre el agua turbia.
Entonces, sin previo aviso, Kazue avanzó un paso hacia Sasuke.
Él se quedó inmóvil, observándola con la misma expresión inescrutable con la que admiraba todo, pero cuando sus ojos bajaron, su cuerpo se envaró bruscamente.
La redondez bajo la ropa de la chica, la evidente hinchazón en su vientre , la forma inconfundible de una vida creciendo dentro de ella.
Sasuke parpadeó, y su mirada se alzó de nuevo, esta vez afilada, contenida, peligrosa.
Ahora comprendía el deseo de las hermanas de Masamune por acabar con la chica. Cargaba al heredero Tenshihari, el primero en mucho tiempo, concebido de la manera más cruel y pérfida, en otro vientre que no era el de ellas.
Cuando él le solicitó localizarla y matarla, supuso que se trataba de una joven que buscaba extorsionarlo y quería causarle problemas, pero jamás imagino que se tratara de una adolescente, sumamente embarazada, probablemente en los últimos meses.
Ante la revelación, él no se movió.
Era un óleo en las sombras, una figura cincelada.
Por otro lado, Sakura se obligó a sí misma a mantenerse firme, aunque la tensión en sus músculos amenazaba con partirla en dos. La última vez que vio a Sasuke así, alguien terminó muerto.
No apartó los ojos del vientre de Kazue. Su boca apenas se abrió, como si las palabras se negaran a salir.
Sakura tragó grueso.
—Se llama Sasuke Uchiha—le dijo a la chica, procurando apaciguar sus miedos—. Y se encuentra con nosotras.
Kazue, aterrada, se asió a su brazo.
—¿Lo entiendes ahora?—dijo Sakura—. ¿Entiendes por qué no puedo dejarla atrás?
El silencio se tornó insoportable.
Miró a Kazue un momento más antes de fijar los ojos en Sakura.
Ella captó algo en la inclinación de su cuerpo, en la forma en que su mandíbula se estrujaba, en la oscura turbulencia de su mirada. Algo dentro de él acababa de perder el equilibrio, aunque no supiera precisar qué.
Pero lo entendía.
Sasuke comprendía lo que eso significaba.
Aun así, Sakura no le dio oportunidad de hablar.
—Esto es lo que va a pasar—espeto, no admitía discusión, solida como una estructura antigua—. Nos vas a llevar a un refugio donde podamos dejar a Kazue. Luego, regresare a Konoha.
Una ceja oscura se alzó, sombra nítida bajo la luz.
—¿Hablas en serio?
Sakura asintió sin vacilar.
—Me lo debes.
Con un ligero resoplido, apartó la mirada y giró sobre sus talones.
—En ese caso, sígueme.
No hubo más palabras.
Sasuke avanzó por el camino accidentado, deslizándose con la misma facilidad de alguien que había recorrido esas rutas más veces de las que podía contar. Por otro lado, Sakura tomó la mano de Kazue, quien la siguió sin preguntar.
Y en esa afonía cargada de sombras y expectativas, el destino comenzó a entretejerse en una dirección incierta.
Continuará
N/A: ¡Hola a todas/todos!
Espero que estén muy bien. Quiero agradecerles de corazón por su tiempo, por cada review y por todo el cariño que le han mostrado a este fic. Sus palabras y apoyo significan muchísimo para mí y hacen que escribir sea aún más especial. Gracias por acompañarme en esta historia y por ser parte de este viaje.
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
