En la fecha de publicación de este capitulo, habrán pasado 10 años, 2 meses y 2 días desde el estreno del último capítulo de El Mentalista.
Inicié esta historia a mediados de enero, cuando aun quedaba un mes aproximadamente para el 10º aniversario del final de la serie, pero a medida que se acercaba ese día, menos palabras escribía y más horas lloraba.
El Mentalista siempre será especial para mí. Por eso creo que, aunque tenga épocas de parones que puedan durar años, siempre acabaré volviendo a FanFiction para mantener el espíritu vivo; seguiré creando historias que espero de corazón que sigan siendo leídas.
Esta historia es una idea que llevaba en mi cabeza muchos años. Creo que en la serie no se indagó en exceso en el pasado de Lisbon en lo relativo a su familia, y siempre he tenido curiosidad acerca de la extraña relación que tiene con sus hermanos, y de la muerte de su padre. Por eso, he dejado que mis dedos aporrearan el teclado con libertad.
No se el número de capítulos que tendrá la historia, ni la frecuencia con la que podré actualizar la historia con nuevos capítulos, pero prometo no dejarla inconclusa.
Espero que disfrutéis. Realmente estoy contenta con este capítulo y con mi vuelta al maravilloso mundo de los Fanfiction.
Capítulo 1. "Cumpleaños"
Patrick Jane nunca había celebrado su cumpleaños hasta que nació su hija Charlotte. Su niñez y adolescencia los recordaba con un sabor agridulce. No tenía recuerdos de su madre, y su padre siempre estaba más preocupado por las funciones en el circo que por celebrar con su hijo cualquier cosa que no fuera, claro está, haber logrado realizar un número de engaño increíble cuya recompensa transformada en dinero fuera sustancial. Por eso, tras la llegada de su hija a sus vidas, Ángela, tras mucho esfuerzo e insistencia, logró convencerle para celebrar aquel día que se suponía especial y que, sin embargo, nunca había tenido gran significado para él.
El nacimiento de su hija Charlotte cambió las cosas. Así como volvió a hacerlo la muerte de ambas. Tras el trágico acontecimiento, descartó la idea de volver a experimentar la celebración de cualquier tipo de festividad. La única fecha que se permitía homenajear –para no olvidar jamás el sentimiento de culpa y no perder de vista su único propósito en vida- fue el aniversario de la muerte de su mujer y su hija.
Y así fue durante trece largos años. Diez de incansable búsqueda de venganza, dos de asimilación y sanación, y otro año en el que, desde su sofá, observó como Lisbon se marchaba hacia el ascensor de las oficinas del FBI de Austin en dirección hacia una cena romántica con un hombre que no era él.
Al igual que Jane, Lisbon nunca había sido de grandes celebraciones. Él lo supuso desde un principio, cuando se percató de pequeños detalles en su comportamiento mientras abría los regalos que le había dado el equipo del CBI durante sus primeros años en la brigada: Van Pelt, una esterilla para yoga, Rigsby un tratamiento en un spa y Cho, un buen champán. Ella agradeció los detalles y sonrió al abrirlos, pero él, experto en fijarse en los detalles, pudo atisbar la tristeza detrás de su sonrisa, así como la incomodidad por la situación; no quería ser desagradecida, pero no quería nada de eso. Tampoco quiso el Pony que le regaló él, pero al menos consiguió que su gesto fuera completo de una sonrisa de felicidad mezclada con incredulidad, sin dejar espacio para la tristeza. Aquella sonrisa sincera fue la primera que Patrick Jane permitió que se abriera paso en su lugar sagrado, su palacio de la memoria y ocupó un preciado hueco que, nueve años más tarde, seguía intocable con una única pero importante diferencia: todos los recuerdos que lo rodeaban, en la actualidad, también eran de Lisbon.
-¿Qué hiciste con el Pony que te regalé uno de mis primeros años en la brigada?
-¿A qué viene esa pregunta ahora? –respondió sin girarse inmediatamente de su silla.
Segundos más tarde, cuando terminó de rellenar el informe con el que se encontraba enfrascada y con la ayuda de sus pies contra el suelo, Lisbon se separó de su mesa en la oficina abierta y se giró para quedar de frente a él.
-Ya sabes, cumpleaños, regalos… -Jane levantó ligeramente la taza de color azul turquesa con sensibles marcas que hacían ver que había sido reparada y que estaba usando para beber su té.
Recuerdos del día anterior pasaron por su cabeza a gran velocidad mientras daba un sorbo a la bebida. Lisbon, que se había despertado antes que él, aprovechó para calentar un poco de agua y ofrecerle un té recién hecho en el instante en que abrió los ojos. Le dedicó una amplia sonrisa y, antes de tenderle la taza, se acercó a él y le susurró al oído: feliz cumpleaños. Tras ello, depositó un suave beso en sus labios y le acarició con delicadeza una mejilla.
Él, asombrado y abrumado, y sintiendo un calor acogedor en su pecho, tomó la taza de las manos de Lisbon, la depositó en la mesa situada en la cabecera de la cama que les hacía la función de mesilla, y colocó su mano en la parte lateral de su cuello tratando de abarcar la mayor superficie de su piel posible, acariciando con su dedo pulgar la parte posterior de su oreja y con el resto, su nuca. Fijó sus intensos ojos azules en los de ella comprobando, con cierta satisfacción, que la reacción de Lisbon ante su profunda mirada era la que esperaba: rubor en sus pálidas mejillas sintiéndose ligeramente avergonzada por la intensidad de él, y una escueta pero sincera sonrisa. Gracias, contestó él, con un tono de voz quizá excesivamente serio, dado que ella frunció ligeramente el ceño al oírlo. Tras ello, para evitar cualquier atisbo de duda en Lisbon, utilizó la mano que tenía colocada en su cabeza para ejercer en ella una ligera presión hacia él, situarla más cerca y besarla.
Lisbon, según le aseguró ella misma, se había encargado de avisar a toda la oficina: nada de felicitaciones, nada de tarta y nada de regalos. Él solo quería pasar un día tranquilo y disfrutar de su día con su compañía. Por eso, cuando le dijo que reservara la noche para ella, para celebrar juntos y darle su regalo, se sintió feliz. ¿Un regalo? ¿Estas segura de que puedes guardar un secreto conmigo por tanto tiempo? Bromeó él. No creo que pueda, sé que puedo, fue la respuesta de ella, y él no pudo hacer otra cosa que sonreír; claro que podía.
Cuando, siendo ya de noche, volvían al lugar donde Jane estacionaba habitualmente su casa, Lisbon propuso parar a comprar algo de comida para llevar. Debido al caso de la DEA se les había hecho más tarde de lo que ella esperaba y no le daría tiempo a preparar sus famosos gnocchi, esos que le había cocinado a Jane hacía ya varios meses y le habían encantado. Pararon en un restaurante italiano al que solían ir a por comida de vez en cuando y mientras esperaban a que les atendieran, él sugirió que, ya que se encontraban allí, podían quedarse a cenar; el restaurante no parecía estar muy lleno así que seguro que encontraban hueco para dos y así fue. En cuestión de unos minutos, les situaron en una mesa para dos personas, en un pequeño rincón próximo a la salida de emergencia del local. La mesa se encontraba pegada a una de las paredes del restaurante, forrada con listones de madera entre los que se entrelazaban enredaderas. El camarero llegó con la carta de bebidas y de comida, y mientras Jane decidía que vino tomarían con su más que probable plato de pasta, Lisbon se disculpó y se dirigió hacia el baño. En su camino de regreso a la mesa, observó a Jane ligeramente separado de la misma, con una pierna cruzada sobre la otra y la copa de vino en su mano; el camarero ya se había ido. Estaba pensativo, y ella podía imaginar por qué. Se sentó de nuevo y él giró su silla para volver a colocarse frente a la mesa, arrimándose hacia el borde. ¿Estás bien? Pareces un poco ausente, preguntó ella mientras acariciaba con una de sus manos la mano que él tenía libre encima de la mesa. Jane dio un trago a su copa de vino y volvió a mirarla igual que lo hizo esa misma mañana: con una mirada intensa, penetrante y, sobretodo, sincera. Estoy disfrutando de este día por primera vez en muchos años, Teresa. Y todo gracias a ti, tu eres mi mayor regalo. Los dos sonrieron, felices. Ella dio un sorbo a su propia copa y añadió ¿quieres que cuando lleguemos a casa me ponga un lazo de regalo en el pelo? Solo tendrías que desenvolverme. Él desvió la vista de ella, soltó un pequeño suspiro de sorpresa y la sonrisa de su rostro pasó a tener un toque lascivo. Aquella era una faceta de Lisbon que, aunque durante sus años en la brigada había comenzado a tener sospechas acerca de ella, aún no estaba acostumbrado. Volvió a clavar sus ojos en ella, esta vez con una mirada completamente diferente a la anterior y, sin ninguna intención de parar los pensamientos e imágenes que comenzaban a pasar por su cabeza, contestó: me parece una gran idea.
Una hora y media después, y con una magdalena con glaseado que Lisbon se había empeñado en comprar en el restaurante antes de irse, llegaron a su destino. Jane se sorprendió al ver la mesa y sillas de jardín colocadas en el exterior, el toldo de la airstream extendido, y pequeños farolillos con luz colgando de la subestructura portante del mismo. Él la preguntó con la mirada, pero ella se limitó a ordenarle permanecer sentado fuera en lo que ella preparaba algo en el interior del vehículo. Un par de minutos más tarde, Lisbon salía del mismo con una vela encendida colocada en la magdalena y una caja roja. Las luces son un detalle bonito, comentó mientras ella depositaba ambas cosas sobre la mesa. Feliz cumpleaños dijo Lisbon, colocando junto a él la magdalena con la vela. Jane sonrió. Pide un deseo. Él la miró, volvió a sonreír y dirigió su vista hacia la magdalena. Cerró los ojos, tomó airé y lo soltó. Claro que aquello fue solo una actuación; no necesitó desear nada, porque ya tenía mucho más de lo que jamás hubiera imaginado. Y esto, es tu regalo, terminó por decir ella, con un tono de voz dulce.
Recordaba con exactitud el momento en el que la taza se resbaló de sus manos al chocar con uno de los técnicos de Abbott la primera vez que sus caminos se cruzaron. El choqué entre los dos, la sensación de como el peso de la taza se vencía en sus dedos hasta perder por completo el contacto con ella, su reacción inconsciente de querer agarrar con fuerza algo que ya no estaba a su alcance, la ligereza del peso del plato vacío y solitario frente a su peso normal con la taza sobre él, el estruendo de la taza al chocar contra el suelo, los pedazos que se desprendieron de la misma chocando contra su pantalón, Lisbon sobrecogiéndose y mirándole con una mezcla de miedo y tristeza… La rotura de su taza acabó por rebosar el vaso que se encontraba, desde hacía bastantes días, a punto de desbordar. Su reacción inmediata fue tenderle el plato a Abbott quien lo cogió, darle una palmadita en el hombro, y marcharse hacia el ascensor. Sabía que Lisbon iba a seguirle, sabía que estaba tremendamente preocupada por él, aun cuando todo su propio mundo se estaba desmoronando. Acababan de informarles de que la Brigada iba a ser desmantelada, había perdido su trabajo, su aspiración durante sus últimos diez años, todo lo que daba estabilidad a su vida estaba desapareciendo de repente, sin previo aviso y de golpe y, aun así, le siguió y le priorizó ante todo lo demás. Por eso, después de intercambiar un par de frases con ella, no pudo hacer otra cosa que pedirla perdón, porque, una vez más se estaba comportando como un verdadero idiota. Pero no podía quedarse ya que, al igual que la taza hacia unos segundos, él también se estaba rompiendo en pedazos que había intentado mantener unidos, sin mucho éxito, desde el asesinato de su mujer y de su hija.
Nunca supo que fue de la taza. Supuso que alguno de los técnicos habría pasado a limpiar el desperdicio que habían ocasionado y que los restos de la cerámica habrían acabado en uno de los contenedores de basura situados a pocos metros de la puerta de acceso de la brigada. Lo que nunca se habría imaginado era que, tras cerrarse las puertas del ascensor, Lisbon volvería a priorizarle una vez más regresando hacia las oficinas abiertas y recogería uno a uno cada pedazo de la cerámica, los pegaría con amor y cariño los unos a los otros hasta volver a conformar la taza y la guardaría a buen recaudo durante cuatro largos años hasta tener la oportunidad de entregársela.
La única e inigualable, de la Brigada. Dijo ella, sacándole de su ensoñación. Ha quedado bastante bien, ¿verdad? Había tomado la taza de la caja con la mayor delicadeza posible, temiendo que, al ejercer una ligera presión sobre ella para sostenerla, pudiera volver a romperse. Se fijó en cada una de las grietas siguiéndolas con la mirada, mientras imaginaba la cantidad de diminutos pedazos que Lisbon había reunido y pegado, como si de un puzle se tratase, para recuperar algo que para él significaba mucho más que una simple taza. Estoy sin palabras, fue todo lo que pudo decir y pensó en el símil consigo mismo; al igual que con la taza, Lisbon, a base de paciencia, comprensión, cariño y amor, había ido recogiendo desde el día en que se conocieron todos los pedazos en los que él se había quebrado y le fue recomponiendo, poco a poco, hasta llegar al presente. Un presente en el que jamás podría olvidar su pasado pero que, a pesar de ello, podía ser feliz. Al igual que la grietas de la taza, siempre visibles como recuerdo permanente de lo ocurrido pero que no la han impedido volver a albergar ese té que tanto le gustaba beber, él había sido capaz de volver a amar y sentirse amado. Y ese era el mayor regalo que Lisbon podría haberle dado nunca.
-¿En qué momento pensaste que un pony era un buen regalo?
La voz de Lisbon le sacó de su ensoñación.
-Seguro que te pilló totalmente por sorpresa. No te lo esperabas – Tomó un sorbo del té al terminar la frase, mostrando con orgullo su nueva pero conocida taza.
-Jane, ¿Quién diablos se esperaría un pony como regalo de cumpleaños? Además, ¿Cómo narices conseguiste meterlo en mi despacho?
Ambos rieron. Jane echó un vistazo rápido a las oficinas. A pesar de que la noche anterior se acabaron durmiendo bastante tarde debido al segundo regalo que Lisbon le dio por su cumpleaños, habían madrugado bastante y eran de los pocos que había a esas horas en la oficina. Además de ellos, contó a tres personas más: un empleado de limpieza; Cho, quien solía siempre ser de los primeros en llegar, y Abbott, que estaba en su despacho. Observó como Cho, tras recibir una llamada al teléfono fijo de su mesa, se levantó de su silla, tomó un cuaderno y un bolígrafo y se dirigió hacia el despacho de Abbott. El empleado de la limpieza había abandonado la zona común abierta y se estaba ocupando de la sala de descanso. Por eso, cuando Lisbon hizo intención de girar la silla y volver hacia su mesa, enganchó el reposabrazos de uno de los laterales y la acercó más aún hacia él, situándola sentada sobre su silla, entre sus piernas.
-Un buen mago nunca revela sus trucos –la guiñó un ojo, y la besó. Fue un beso rápido pero delicado. Él era consciente de la seriedad con la que Lisbon se tomaba su profesión y lo reservada que había sido siempre –a excepción de Pike- en lo que respectaba a su vida privada dentro de su lugar de trabajo. –Tranquila, estamos solos –dijo al ver las intenciones de ella por protestar –Voy a la cocina a hacerme otro té. ¿Quieres algo?
-Una taza de café recién hecho estaría genial.
Se miraron fijamente a los ojos una última vez, sonriéndose el uno al otro, antes de que él se marchase hacia la cocina. Ella le observó de espaldas, soltó un pequeño suspiro como muestra de satisfacción y volvió a los informes que había dejado a medio rellenar. Solo pudo completar un par de espacios en blanco más, ya que volvió a levantar la vista y a fijarla en Jane. Se movía con soltura en la cocina, incluso creyó oírle silbar al ritmo de alguna canción mientras ponía a calentar agua en el hervidor. Pensó en la noche anterior, en la cara de él al abrir la caja y ver la taza, en lo sensiblemente emocionado que se veía después y en lo agradecido que estaba. También recordó cómo hicieron el amor al meterse dentro de la airstream cuando comenzó a levantarse una pequeña y fría brisa y como, tras quedar ambos más que satisfechos, se durmieron plácidamente en los brazos del otro.
El ruido de las puertas del ascensor abriéndose la sorprendió. De él salieron Wylie y Vega, los dos integrantes del equipo que faltaban por llegar. También compartieron el mismo ascensor con otros dos agentes y con un sospechoso esposado.
Desde hacía un par de semanas colaboraban con el departamento de robos, cediéndoles un par de salas de interrogatorios y alguna mesa que tenían libre. El edificio que hacía de sede en Tejas para el FBI no era demasiado viejo, pero había empezado a mostrar algunas patologías en las instalaciones, especialmente en fontanería, por lo que, tras varias roturas en tuberías y diversas goteras, tuvieron que comenzar las obras de rehabilitación en la planta situada dos pisos por encima de ellos, correspondiente con el departamento de robos.
Lisbon reconoció la cara de los dos agentes, aunque no era capaz de ponerles nombre. Todos los agentes se habían presentado el día que reunieron a los dos departamentos juntos y les informaron de los cambios y ajustes que se realizarían durante los siguientes tres meses, pero no se había molestado en intentar recordar el nombre de todos ellos. Al final, su contacto se limitaba a saludarse por educación en el ascensor, o a cederse la cafetera por las mañanas.
En su intento por volver a fijar su atención en Jane y en como éste la preparaba un buen café, su vista se encontró con la del sospechoso, quien mostraba una satisfactoria sonrisa de medio lado en su rostro mientras la miraba a ella. Un escalofrío recorrió su cuerpo al verle, y notó como sus manos comenzaron a temblar. Su respiración comenzó a agitarse y desvió la mirada hacia otro lado con rapidez. Es cierto que se parecía mucho, pero quizá solo fuera su cabeza jugándola una mala pasada. Jamás había perdido la compostura en su trabajo, ni una sola vez, y no había sido por no haber tenido motivos para hacerlo. Así que, esta vez, no sería menos; cerró los ojos, tranquilizó el ritmo de su respiración realizando inspiraciones lentas y profundas, y trató de centrarse de nuevo en el informe, convenciéndose de que aquello había sido una simple coincidencia.
-¿Va todo bien?
La voz de Jane la sobresaltó. Estaba tan nerviosa y tan centrada en tranquilizarse que no le había oído llegar.
-Claro –contestó, con un tono más agudo del que pretendía.
-¿De verdad vas a seguir mintiéndome? –cogió con delicadeza su mano que aún temblaba y la miró con intensidad a sus ojos. – Desde la cocina he advertido como reaccionabas con autentico temor cuando has visto al sospechoso que traían los de robos. –ella desvió su mirada para no tener que enfrentarle.-Estoy preocupado, Teresa.
Oír su nombre la hizo reaccionar. En el trabajo nunca se llamaban por su nombre, siempre lo hacían por el apellido. Era algo que les venía dado por costumbre debido a los años que estuvieron trabajando juntos en la brigada. Además, era una manera de mantener las distancias y el formalismo durante la jornada laboral. Llamarse por sus nombres de pila era algo que sólo hacían en la intimidad; por eso, oírlo la hizo ver que realmente estaba preocupado por ella.
-No es nada, Jane. De verdad- sonrió para tranquilizarle –El sospechoso se parece a alguien que conocía y pensar en él me ha traído malos recuerdos. Eso es todo.
Jane la analizó con la mirada mientras ella pronunciaba sus últimas palabras. Tenía claro que Lisbon no quería seguir con la conversación, mucho menos explicarle quien era ese alguien. Su cuerpo se había tensado, había comenzado un movimiento nervioso con su pierna derecha y trataba de mostrar una sonrisa tranquilizadora, aunque ese gesto nunca había funcionado como engaño con él y ella lo sabía.
-Vale –contestó él, encogiéndose de hombros. –Me quedaré aquí en el sofá, entonces. –Tomó otro sorbo de su té antes de sentarse en el sofá, para evitar que el líquido desbordara de la taza; había estado tan pendiente de Lisbon desde la sala de descanso que había llenado en exceso su taza.
Jane tenía la necesidad de saber que estaba ocurriendo. Era evidente que el recuerdo de esa persona había conseguido alterar de manera desproporcionada a Lisbon en cuestión de segundos, pero tenía claro que ella no estaba dispuesta a soltar prenda; al menos, de momento. Con los años aprendió que Teresa era una persona que necesitaba reordenar sus pensamientos antes de hablar; frente a los demás, se protegía con una coraza que la impedía flaquear o mostrarse vulnerable, por lo que hablar sobre algo que supusiera una desestabilización emocional para ella requería de tiempo para asimilarlo y afrontarlo antes de hablar o bien, desde que eran pareja, de intimidad. Y en el trabajo, no disponían de intimidad. Por ello, optó por sentarse en el sofá y quedarse a su lado. De esta manera, podía estar pendiente de cualquier cambio en su actitud o postura, y ofrecerla cariño y apoyo en caso de ser necesario, incluso si ese apoyo solo significase levantarse del sofá, colocarse junto a ella de pie, y beberse su té sin mediar palabra a su lado.
Sin embargo, el sentimiento de que algo no iba bien crecía cada vez más y más en él. Dirigió su vista hacia la sala de interrogatorios donde habían dejado al sospechoso y le observó. Le resultaba extrañamente familiar y, a su vez, sentía no conocerle de nada.
Tras pasar su jornada laboral en la oficina y ya con el color rosado del atardecer en el cielo de Austin, Jane se levantó de su sofá, tomó tanto su taza usada en repetidas ocasiones como la de Lisbon de la mesa de ella y se dirigió hacia la sala de estar. Fregó ambas, las secó y, después de secarse las manos, se dirigió de nuevo hacia la mesa de Lisbon, quien también había empezado a recoger y guardar sus cosas en su bolso.
-He pensado que podríamos pasar esta noche en tu casa –sugirió Jane mientras tomaba del perchero la chaqueta de ella.
Se situó a su espalda y colocó la chaqueta de forma que a Lisbon le resultara más sencillo introducir sus brazos por las mangas. Después, recogió su cabello con delicadeza y se lo sacó fuera de la chaqueta, mientras ella se dejaba hacer.
-Me parece bien, hace ya varios días que no pasamos por ahí y así aprovecho y cojo algo de ropa para llevarla a tu airstream y traerme la sucia para lavar.
La verdadera intención de Jane al proponer ir a casa de ella era situar a Lisbon en un ambiente más cómodo y confortable para ella y propiciar una conversación que llevaba esquivando todo el día. No tenía planeado preguntarla, ni siquiera trataría de provocar de manera indiscreta la conversación. Pero sentía que Lisbon necesitaba desahogarse aunque solo fuese para liberarse de esos miedos que se habían hecho un hueco en su cabeza desde primera hora de la mañana y no la habían dejado descansar un solo segundo desde entonces. Además, había sentido como el nerviosismo y el malestar de ella había ido aumentando a medida que transcurría el día.
Lisbon, por su parte, era plenamente consciente del por qué real de la propuesta de él. Por eso, cuando llegaron a casa, en lugar de dirigirse hacia la cocina para preparar la cena como hacía siempre, dejó que fuese el quien se dirigiera hacia allí mientras ella se acomodaba en el sofá del salón.
Jane apareció a los pocos segundos, con dos copas de vino en sus manos. Tendió una de ellas hacia Teresa, quien la cogió y esbozó una sonrisa a modo de agradecimiento, y bebió un trago de la otra para después depositarla en la mesa de café, apartando antes unas revistas. Se sentó en el sofá junto a ella, recostándose un poco hacia la esquina, y extendió los brazos. Lisbon bebió también un trago de la copa, la dejó reposar junto a la de él en la mesita, y se tumbó sobre él, apoyando su espalda en su pecho, quedando boca arriba. Jane la apretó con sus brazos, y buscó con una de sus manos la de ella para entrelazar sus dedos.
-Se parecía a mi tío –comenzó a hablar ella, con los ojos cerrados y centrándose en los sentimientos que la generaban las caricias que Jane la hacía en sus manos. –El hermano de mi padre. Han pasado décadas desde la última vez que nos vimos. Desde pocos días después de la muerte de mi padre. –se tomó unos segundos antes de continuar. –Cuando los de robos entraron con el sospechoso a la oficina, crucé la mirada unos segundos con él, y me dio la sensación de que me había reconocido; de que realmente era él. Me estaba sonriendo, Jane. Estaba segura de que era él, pero de haberlo sido, me hubieran dicho algo a lo largo del día. Supongo que habrá sido una simple coincidencia, alguien que se le parecía mucho.
-¿Por qué te alteraste tanto? –preguntó, al ver que ella no seguía hablando después de unos segundos.
-Recordarle no me ha traído buenos recuerdos. Ya sabes que después de la muerte de mi madre, mi padre se dejó a la bebida. Mi tío solía venir a veces a casa para vigilar que mi padre, mis hermanos y yo estuviéramos bien. Así que, inevitablemente, le asocio con malos recuerdos.
-Uhm – Murmuró Jane a modo de respuesta.
La contestación de Lisbon no le convenció en absoluto. Podía entender una reacción nerviosa o triste ante la presencia de su tío; pero no una reacción de temor. Sin embargo, la conocía lo suficientemente como para saber que no iba a obtener más respuestas esa noche, así que, en lugar de seguir insistiendo por saber más, se centró en tratar de hacerla sentir mejor.
-¿Qué te parece si te hago mis magníficos huevos revueltos para cenar? Y después de eso, podría darte un masaje.
-Eso suena genial –respondió Lisbon levantándose con cuidado de encima de él para no hacerle daño.
El lado cariñoso y dedicado de Jane fue, en cierto modo, toda una sorpresa para ella. Durante sus años en la brigada, siempre que le había necesitado había estado disponible para ella; no importó si él se encontraba ocupado con otro asunto, si se encontraba cansado o si no había dormido nada. Tampoco importó si se encontraba enfrascado con alguna nueva pista de John el Rojo. Siempre que le había necesitado, fuera lo que fuese, había estado ahí para ella; incluso en las ocasiones en las que ella ni siquiera le había pedido ayuda.
Lo que le había resultado inesperado fue que esa dedicación hacia ella, una vez se atrevieron a dar el paso de ser una pareja, se había incrementado exponencialmente. Pero no porque la dedicación hubiera sido mayor, sino porque el hombre había podido extender esa dedicación a todos los ámbitos de su vida, tanto en lo profesional como en lo personal; y es que, desde hacía ya casi un año, lo personal no era simplemente amistad.
La mayoría de las noches, Jane se ofrecía a darla un masaje. Ya fuese en la espalda, los días que se pasaba las horas sentada en la oficina, o en los pies aquellos días que hacía mucho trabajo de campo. Otros, la preparaba la bañera con agua caliente en lo que ella se desvestía y, mientras se relajaba sumergida en el agua y con buena música de fondo, él se dedicaba a preparar la cena. También era cierto que, los días en los que sucedía esto, acababan por recalentar la cena en el microondas ya que, cuando Jane entraba al baño para informarla de que la cena estaba lista, ella le incitaba a meterse con ella y relajarse juntos. Y él, por supuesto, aceptaba indudablemente.
Una vez se incorporó de encima de él por completo y él se hubo levantado del sofá para poner rumbo a la cocina, Lisbon le frenó agarrando su mano. Jane se giró ante el gesto y volvió a sentarse en el sofá, mirándola con atención a los ojos; tenía en sus pensamientos algo que la preocupaba.
-¿Por qué eres tan bueno conmigo?
-¿A qué te refieres? –contraatacó él.
-A todo. Me cuidas y me proteges a tu manera; me mimas siempre que puedes y…
-¿Cómo podría no hacerlo, Teresa? –la interrumpió. – Te mereces todo lo que haga, y más.
-¿Y si algún día te decepciono? –soltó ella.
Allí estaba, una de las preocupaciones que había estado rondando la cabeza de Lisbon durante todo el día. Jane tomó aire y sonrió con tranquilidad tras expirar.
-Hicieras lo que hicieras, jamás podrías decepcionarme. No más de lo que yo te he decepcionado a ti en los trece años que han pasado desde que nos conocimos y aquí estas, conmigo. –Tomó el rostro de ella con delicadeza con una mano antes de continuar – No sé qué te está rondando por la cabeza, qué es lo que te preocupa. Me gustaría saberlo para poder ayudarte, pero quiero que me lo cuentes cuando estés preparada para hacerlo. Y sea lo que sea, estaré ahí para ti. No tienes que preocuparte por mí.
Tras pronunciar las últimas palabras, depositó un suave beso en sus labios. Después, sintiendo que ella se quedaba más tranquila, se levantó de nuevo con la intención de dirigirse a la cocina.
-Te quiero, Teresa –dijo, antes de comenzar a andar. Dejó pasar unos segundos, para que las dos palabras hicieran mella en ella y justo antes de introducirse en la cocina, añadió – Por cierto, el día que deje de ofrecerte mis masajes, eres libre de pegarme un tiro. Seguro que la Lisbon del pasado te habría envidiado en numerosas ocasiones.
-¿Solo la Lisbon del pasado? –contestó ella, algo más animada, no sin antes soltar una pequeña carcajada ante la ocurrencia del asesor. Se levantó ella también del sofá y se dirigió hacia la cocina. Se paró en el umbral de la puerta, y se dejó caer ligeramente hacia un lado para apoyarse con su hombro derecho en el mismo. Se cruzó de brazos y miró en silencio como él se ponía un delantal y comenzaba a organizar los ingredientes que necesitaba para cocinar la cena. –Patrick –le llamó para que dirigiera su atención hacia ella.
Él dejó todo lo que estaba haciendo y la miró.
-Gracias, por no presionarme para hablar. Sé que estás preocupado –le devolvió la sonrisa que él la mostró tras sus últimas palabras. –Y gracias, por irme a buscar a aquel avión.
-Gracias a ti, por bajar de él.
Entrelazó sus dedos con los de ella en el transcurso de los 20 segundos que el ascensor tardaba en subir hasta el tercer piso donde se situaba su oficina. Lisbon había pasado una noche bastante mala y, por ende, él también. Pudo sentir como ella se giraba y se movía tratando de encontrar una posición con la que poder conciliar el sueño, incluso hizo un amago de levantarse de la cama cuando Jane la colocó un brazo sobre ella y susurró su nombre. Él, sin embargo, aprovechó su brazo para acercarla hacia él y abrazarla por la espalda. La susurró una estupidez, diciéndola que podía hipnotizarla para hacerla dormir, pero ella ni siquiera le rio la gracia, así que optó por depositar un beso en su mejilla y hacerla caricias en su cuerpo para intentar relajarla. Ella pareció calmarse un poco, y él acabo vencido por el sueño, pero cuando al despertarse, vio que Lisbon ni siquiera estaba en la habitación y que su lado de la cama se encontraba frío, supuso que ella finalmente no pudo conciliar el sueño y acabó por levantarse y abandonar el dormitorio para, al menos, dejarle dormir a él.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lisbon se dirigió hacia su mesa y Jane tomó el camino hacia la sala de descanso, con la idea de prepararse un té, y hacerla a ella un buen café, ya que lo iba a necesitar. Pero apenas le dio tiempo a llenar el hervidor con agua cuando Abbott salió de su despacho y se dirigió hacia la zona de oficina abierta.
-Lisbon, ven a mi despacho, por favor.
Ella levantó la vista, y asintió con la cabeza; después, dirigió su mirada hacia Jane. Dejó el bolso en su silla, tomó su teléfono móvil que guardó en uno de los bolsillos delanteros de su americana y comenzó a andar hacia el despacho de Abbott. Jane, por su parte, dejó todo lo que estaba haciendo y continuó tras los pasos de ella.
Cuando llegaron a la puerta del despacho, Lisbon tocó con los nudillos un par de veces y pidió permiso para pasar. Dentro se encontraban Abbott y uno de los inspectores de robos a quien habían visto a menudo por sus oficinas en las últimas semanas. Jane también le identificó como uno de los agentes que habían introducido el día anterior al sospechoso en una de las salas de interrogatorios. El inspector, quien se encontraba sentado en uno de los sillones situados frente a la mesa de Abbott, se levantó y colocó frente a ellos.
Abbott procedió a las formalidades propias de la situación. Presentó al Inspector Mike Brown, perteneciente al departamento de Robos, y los tres se estrecharon las manos. Tras ello, Brown se volvió a sentar en el sillón.
-Llevamos un par de años detrás de una red de crimen organizado. Falsifican dinero y lo introducen en el mercado a través de pequeños negocios. Los billetes falsos son difícilmente detectables ya que emplean papel original. En una ocasión, conseguimos interceptar uno de ellos y comprobamos que su modus operandi es recolectar billetes reales de pequeña cantidad, borrarles la tinta de la inscripción y volver a imprimirlos, con una valor mayor.
Lisbon, al ver que la conversación se iba a alargar más de lo deseado, se sentó en el sillón restante. Jane, por su parte, se sentó en el reposabrazos del mismo junto a ella.
-Hace dos días, pudimos detener a varios integrantes de la red. Entre ellos, el sospechoso que se encuentra en una de vuestras salas de interrogatorios. Es el propietario de un club nocturno. Creemos que forma parte de la red, y que su negocio es uno de los que sirven como introducción al mercado de las falsificaciones. Hemos analizado los billetes que había en la caja del club así como en la caja fuerte y hemos encontrado numerosos billetes falsos.
-Y todo esto, tiene que ver conmigo porque… -interrumpió Lisbon.
-El sospechoso, Matthew Donovan, se niega a hablar a menos que sea con usted. Incluso sabía su nombre.
Lisbon cerró los ojos al oír el nombre. Al final, sí que era él. Sus manos comenzaron a temblar, sintiendo como los temores y las preocupaciones del día anterior, que no la habían permitido conciliar el sueño la pasada noche, se estaban haciendo realidad.
-Siendo sincero –continuó el inspector Brown- ayer estuvimos investigándola. Por si pudiera estar también involucrada dentro de la red criminal. El hecho de que el sospechoso supiera su nombre y apellido nos resultó un tanto… chocante. Sin embargo, no hemos encontrado relación alguna entre ustedes, más allá de haber vivido durante las mismas casi dos décadas en Chicago. Pero usted, por aquel entonces, era solo una niña. Así que, una vez descartada su implicación en el caso, hemos decidido acudir directamente a usted.
Negó con la cabeza varias veces hasta que se decantó por ocultar su rostro con sus manos. Jane, quien había tomado algo de distancia sentándose en el sofá negro para poder ver las reacciones de Lisbon a todo lo que iba escuchando, se levantó e interrumpió al inspector.
-Y si no han encontrado relación entre ellos, ¿Por qué van a darle credibilidad a lo que dice? Al final, es un sospechoso, un más que probable criminal. Quizá conozca a Lisbon de sus años como Agente de la Brigada de Investigación de California.
-Jane, está bien –dijo finalmente ella. Clavó su mirada por unos segundos en él, y luego, mientras continuaba hablando, la alternó entre Abbott y Brown. –Si existe una relación. Matthew Donovan es un familiar. Hermano de mi padre y, por ende, mi tío. Pero no he sabido nada de él desde el funeral de mi padre, hace casi 20 años. Sé que se marchó de Chicago poco después y que siempre ha tenido encontronazos con la policía. Pero no he vuelto a cruzar palabra con él desde que enterramos la tumba de mi padre.
-¿Por qué cree que quiere hablar con usted, entonces? –preguntó el inspector de robos.
-No lo sé –contestó, y Jane no pudo hacer más que sorprenderse por lo increíblemente bien que había conseguido mentirles a los demás con su respuesta.
Tras determinar que Lisbon concedería la petición de su tío para hablar con ella, los dos salieron del despacho de Abbott dejando allí a los dos jefes hablando. Teresa se movía acelerada, a paso rápido hacia su mesa, mientras buscaba desesperada el teléfono móvil que creía recordar haber guardado en alguno de los bolsillos de su ropa. Una vez dio con él, en su intento por sacarlo del bolsillo, acabó por caérsele al suelo. Jane, quien estaba junto a ella, se agachó, lo recogió y se lo tendió.
-Veo que tus años jugando al póker te han servido para algo.
-¿A qué te refieres? –dijo ella, fingiendo no entenderle.
-Vamos, Lisbon. Sabes de sobra a que me refiero. ¿De verdad no sabes qué es lo que quiere decirte tu tío?
-Jane, por favor… -pero no pudo continuar.
-No, esta vez no, Teresa. Desde que te conozco, jamás te he visto perder los papeles en el trabajo. Durante la conversación en el despacho de Abbott has estado a punto de colapsar en varias ocasiones. Ayer, cuando viste a tu tío, te pusiste a temblar de miedo, literalmente. Debe de estar pasando algo muy serio y muy grave para que no estés siendo capaz de mantenerte bajo control. –Se agachó ligeramente para colocarse a su altura y buscar su mirada, forzándola a mirarle también. –Hazme partícipe. Cuéntame que es lo que está pasando. Déjame ayudarte.
Aquello fue todo lo que necesitó escuchar para dejarse vencer por completo. Se dejó caer en su silla, lanzó su teléfono a la mesa y se frotó la cara con ambas manos. Inspiró profundamente y exhaló todo el aire que había respirado.
-Tengo que llamar primero a mis hermanos. Cuando acabe, te lo contaré todo.
Y tras decir eso, tomó su teléfono móvil, ese que instantes antes había lanzado sin piedad sobre la mesa, y se dirigió hacia la sala de reuniones de cristal mientras marcaba el número de teléfono de uno de sus hermanos.
